l 1 de abril de
1939, Radio
Nacional de
España
emitió para
todos los
españoles el
parte de
guerra desde
el cuartel
general de
Burgos,
anunciando
el final de
la contienda
civil que
había
enfrentado a
los
españoles
durante tres
años.
«Sobre
España una
alada
victoria
va planeando
un vuelo
final.
No es la
acéfala
estatua de
Grecia
que en las
rocas varada
está;
no es
aquella que
allá, en
Samotracia,
Alas tuvo y
no pudo
pensar.
Es la nueva
victoria de
Cristo.
Cruz y
espada,
piadosa y
tenaz,
que rejunta,
rehace y
renueva
de savias antiguas la España
Imperial.»
Estos versos
componen el
Himno de la
Victoria,
radiado por
Felipe
Sassone en
Radio
Nacional de
España el 8
de agosto de
1939. Sin
embargo,
estas
estrofas son
algo más que
un poema,
son la
plasmación
de la
vergonzosa y
vergonzante
realidad de
manipulación,
censura,
propaganda y
adoctrinamiento
a la que
estuvimos
sometidos
durante los
treinta y
seis años de
dictadura.
1940-1949:
Una década
de hambre y
reconstrucción
Al empezar
los años
cuarenta,
Barcelona
despertaba
poco a poco
de la
pesadilla de
la guerra,
que había
dejado en
sus calles y
en la piel
de sus
habitantes
unas marcas
indelebles.
La represión
política se
mantuvo con
la máxima
intensidad
durante toda
la década,
con
fusilamientos
diarios en
el Campo de
la Bota, que
duraron
hasta el
Congreso
Eucarístico
de 1952. El
hambre de
los últimos
tiempos de
la guerra se
prolongó
durante toda
la década.
Las ganas de
sobrevivir
Manuel
Vázquez
Montalbán,
en su libro
Barcelona,
se refiere a
la ciudad de
los años
cuarenta
como una
mezcla de
dolor, miedo
y ganas de
evadirse de
la realidad.
«La ciudad
sobrevivía y
pretendía no
escuchar los
disparos de
los
pelotones de
fusilamiento,
no
percatarse
de las colas
en la puerta
de prisión
Modelo ni de
la
destrucción
sistemática
de su
identidad».
Se quería
olvidar la
pesadilla
que se había
llevado a
familiares y
amigos, se
quería
recuperar la
dignidad
perdida. Las
ganas de
sobrevivir
se imponían
a cualquier
otra
consideración.
Se trataban
de encontrar
un espacio
donde
olvidar.
La censura
tamizó las
informaciones
Para el
régimen, la
imagen de
una España
unida y
armónica fue
una cuestión
prioritaria.
Se
maquillaron
los detalles
macabros de
la vida
cotidiana,
se eliminó
lo soez y
las
alusiones a
lo sexual y
no sólo en
la prensa,
sino también
en la
literatura,
el tebeo o
el cine,
donde el
NO-DO era de
proyección
obligada.
Ideología
franquista
El continuo
falseamiento
de una
realidad
desangrada
por las
secuelas de
la guerra,
tuvo gran
incidencia
en la
enseñanza
que se
impartía en
las
escuelas. La
Historia fue
el arma
política del
gobierno. La
enseñanza de
la Historia
de España
durante el
franquismo,
tanto en la
Escuela
Primaria
como en el
Bachillerato,
refleja esta
afirmación.
Los maestros
debían
ceñirse al
programa y
demás puntos
valorativos
establecidos
por el
Ministerio
de Educación
Nacional.
Asimismo,
los manuales
de historia
y
enciclopedias
utilizadas
por éstos,
mostraban la
interpretación
oficial dada
por el
sistema
establecido,
que venía
avalada por
su condición
de textos
revisados
por la
censura.
Estos libros
de texto, en
palabras de
Rafael
Valls, eran
«vehículos
de
socialización
del
alumnado,
esto es, de
transmisión
de valores
sociales y
de la
normativa
imperante en
tal momento
histórico,
que fueron
utilizados
como un
elemento
importante
de
adoctrinamiento
ideológico
por parte
del Estado».
Enseñar
historia se
convirtió,
por tanto,
en un
instrumento
de combate,
cuyas armas
eran la
religión
católica, la
raza y el
Imperio,
todos ellos,
conceptos
inmersos en
la genuina
cultura de
la España de
posguerra.
A través de
la
asignatura
de Historia,
se intentaba
introducir
en la
población
infantil y
juvenil una
serie de
cuestiones,
fundamentales
todas, para
lograr la
aceptación
del sistema
establecido:
¿Qué es ser
español?,
¿Por qué el
franquismo?,
Importancia
de la
tradición
histórica,
etc. Según
Eladio
García
Martínez,
una de las
consecuencias
de la guerra
«fue el
antihistoricismo,
la negación
de la
Historia y
con ella la
influencia
del pasado
en el
presente».
«A nuestra
Patria
estuvo
reservado el
destino más
glorioso de
todos:
descubrir el
Nuevo Mundo
y hacerle
participe de
nuestra
cristiana
civilización»,
se afirmaba
en una
página de un
libro de
Historia
correspondiente
a esta
época, al
tocar el
tema del
descubrimiento
de América.
Basado en
principios
psico-pedagógicos,
se
establecieron
ciclos en la
enseñanza de
la Historia,
de modo que
los primeros
grados
comprenderán
el estudio
de los
acontecimientos
que van
desde los
albores de
la humanidad
hasta
finales del
Medievo,
para abarcar
en el último
grado desde
el
descubrimiento
de América
hasta la era
del
Caudillo.
Los tebeos
que leíamos
en esa época
La
fascinación
que los
niños
sentíamos
por los
relatos de
aventuras
nos hacia
sugestiva la
enseñanza de
la historia
medieval,
que, además
de formarnos
(sic),
apuntalaba
nuestra
fantasía y
la avivaba.
Quizá ello
explica la
proliferación
de
colecciones
de tebeos de
tema
medieval en
nuestra
posguerra:
El
Guerrero del
Antifaz
(antes que
todos y
sobre todos),
El Capitán
Trueno,
Sangre en
Bizancio, El
Caballero de
las Tres
Cruces,
Flecha
Negra, El
Rey del Mar,
El Paladín
Audaz,
Terciopelo
negro, El
Patriota, El
Cruzado
Negro,
por ejemplo.
Otras de las
muchas
colecciones
sobre el
tema fue:
El Duque
Negro.
En las
líneas que
siguen,
reseñaremos
algunos
aspectos de
esta obra
que bien
podrían
servir (si
se quiere)
como
preparación
para el
desarrollo
de un
posterior
estudio
crítico más
profundo.
«El Duque
Negro».
Ficha
técnica
● Título:
El Duque
Negro.
● Dibujos:
José
Ortiz
(del 1 al
10) y
Manuel Gago
(del 11 al
42).
● Guión:
Pablo
Quesada.
● Fecha de
aparición
del primer
número:
1957.
● Editorial:
Maga
(Valencia).
● Colección:
42
números.
● Formato:
cuadernillos
apaisados de
17 x 24 cm.
●
Color:
Portada: en
color;
páginas
interiores:
en blanco y
negro.
● Época:
Entre los
años 1174 y
1185.
●
Protagonista:
Raimundo
de Santa Fe,
conocido
como el
‘Duque
Negro’
(Asturiano).
● Época:
Hacia el año
800.
● Personajes
históricos
principales:
Alfonso
II ‘el
Casto’
(791-842),
rey de
Asturias, y
Carlomagno
(742-814),
emperador de
los francos
(768-814).
Alfonso II
fue nombrado
rey de
Asturias
tras la
muerte de
Silo
(774-783)
gracias a la
mediación de
Adosinda, la
reina viuda.
Sin embargo,
la ambición
de la
nobleza y la
juventud del
monarca
motivaron
que un grupo
de nobles
encabezado
por
Mauregato,
hijo natural
del rey
Alfonso I
‘el
Católico’ y
hermanastro
de Adosinda,
se hiciera
con el
poder, lo
que motivó
que el joven
Alfonso se
viese
obligado a
buscar
refugio en
tierras
alavesas. A
la muerte de
Bermudo I
‘el Diácono’
(791),
sucesor de
Mauregato,
Alfonso
regresa a su
tierra,
ahora con 32
años y más
experimentado,
quien se
hizo
definitivamente
con el
trono.
Alfonso II
lleva a cabo
incursiones
por tierras
musulmanas,
pero también
sufre
diversas
penetraciones
de las
fuerzas de
éstos en los
territorios
de su reino,
logrando
entrar en
Oviedo dos
veces, en
los años 794
y 795.
Trata, sin
éxito, de
sellar una
alianza con
Carlomagno.
Durante su
reinado, la
tradición
nos dice
que, en el
814, un
devoto
ermitaño
descubre el
sepulcro del
apóstol
Santiago el
Mayor en un
lugar
conocido
como el
‘Campus
Stellae’,
cerca de
Iría Flavia
(Padrón),
sobre el que
Alfonso hace
construir
una iglesia,
en torno a
la cual
crecerá la
capital
religiosa
del reino de
León y muy
pronto lugar
de
peregrinación
para toda la
cristiandad:
la actual
Santiago de
Compostela.
Este es el
marco
histórico
donde se
desarrollan
las
aventuras de
nuestro
héroe:
Raimundo de
Santa Fe, el
Duque Negro:
«El más
gallardo y
desdichado
de los
paladines».
Breve
sinopsis
Raimundo,
duque de
Santa Fe, ha
sido criado
por su tío
el Rey en la
creencia de
que es
huérfano,
cuando, en
realidad, su
padre está
enterrado en
vida en la
mazmorra de
un solitario
torreón por
orden del
mismo rey.
Tras una
serie de
aventuras en
la que
conoce a
Zulema,
Raimundo
descubre la
cruda verdad
de la que es
víctima el
padre. En
este espacio
de tiempo,
el Duque se
enamora de
la hija del
carcelero de
su
progenitor.
Raimundo
libera a su
padre, que
pronto es
asesinado
por orden
del rey.
Desde este
momento,
nuestro
héroe debate
interiormente
entre el
deseo de
venganza y
la lealtad a
la figura
del Rey.
Accidentalmente,
mata al
padre de su
amada Laura.
La
desaparición
del la
figura
paterna, la
gran
seriedad que
denota en su
rostro y el
color de su
vestimenta
(siempre de
negro
absoluto) ha
movido a
muchos
estudiosos
del tebeo a
establecer
un
paralelismo
entre la
figura de
nuestro
joven Duque
y la del
shakesperiano
Hamlet,
príncipe de
Dinamarca.
A medida que
avanza la
colección,
las
desgracias
se acumulan
sobre
Raimundo,
calumniado
por su
amada,
traicionado
por su rey
y, por si
fuera poco,
contrae la
lepra, todo
ello,
aderezado
con
enfrentamientos
con los
normandos (o
vikingos),
cuyas
incursiones
por nuestras
tierras
fueron
frecuentes
en esta
época.
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|
El Duque Negro.
Portada del cuadernillo N.º 1. |
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Temibles
forajidos y
piratas, los
normandos
procedían de
los actuales
países
escandinavos
(de ahí su
nombre: ‘nord’,
norte y ‘man’,
hombre).
Eran crueles
degolladores
y violentos
incendiarios.
Las gentes
de nuestro
litoral y
riberas
fluviales
reconocían
con
facilidad
sus barcos,
porque
solían tener
altas proas
y popas. Las
primeras
iban
decoradas
con cabezas
de dragón (drakkars)
y de
serpientes (snekkars).
En sus
pillajes,
los
normandos se
hacían
anunciar con
caracolas.
Esas
inconfundibles
bocinas
llenaban de
ecos las
riberas
marítimas y
fluviales,
empujando a
las
aterrorizadas
gentes hacia
el interior.
En sus
aventuras,
también
intervendrán
los
mongoles. En
suma:
abordajes,
luchas
cuerpo a
cuerpo
espada en
mano, peleas
contra el
moro,
desafíos en
torneos,
intrigas y
maquinaciones,
nobles
traicioneros,
etc.
Finalmente,
el premio a
tanta
desventura
viene del
Cielo: el
espectro del
padre de
Laura se
aparece a
ésta
bendiciendo
sus
esponsales
con
Raimundo, ya
curado de la
lepra
gracias a un
milagro que
acontece al
culminar su
peregrinación
por Tierra
Santa.
José Ortiz y
«El Duque
Negro»
José Ortiz
no cambia su
impecable
estilo en
los diez
primeros
números que
dibuja de
El Duque
Negro,
ese estilo
que, aunque
deudor de lo
que se ha
denominado
Escuela
Valenciana,
que tan
grandes
dibujantes
ha dado al
tebeo, él
sabe mejorar
ostensiblemente,
mostrando un
gran dominio
de la puesta
en escena e
incorporando
al ambiente
una
iluminación
especial de
la que
adolecen
otras obras
suyas, a lo
que debemos
añadir un
excelente
pulso
narrativo
que en
ningún
momento se
pierde.
Si bien no
puede
decirse con
propiedad
que esos
diez números
dibujados
por Ortiz
son una obra
maestra, las
imágenes que
destilan son
lo
suficientemente
atractivas y
poderosas
como para
acaparar
nuestra
atención
desde la
primera
viñeta.
Ya habíamos
disfrutado
antes con lo
que José
Ortiz podía
ofrecernos;
es uno de
los artistas
más
conocidos y
admirados de
nuestro
tiempo,
tanto en
España como
internacionalmente.
El conjunto
de su obra
avala la
figura de
este autor,
que ha
sabido crear
un estilo
propio e
inconfundible.
Manuel Gago
y «El Duque
Negro»
|
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El Duque Negro.
Portada del cuadernillo N.º 25. |
|
|
En la
monumental
obra de Gago
encontramos
series
afortunadas
y otras de
corte más
irregular;
aun así,
unas más que
interesantes
series
gráficas de
lectura muy
recomendable.
Son unos
tebeos
próximos a
nosotros,
pero con
peculiaridades
diferenciadoras
del tebeo
actual.
Manuel Gago
fue un autor
que conocía
perfectamente
los
entresijos
del mundillo
del tebeo.
El dibujo de
Gago en
El Duque
Negro es
simple y
directo, y,
aunque en
ocasiones
sus trazos
pueden
parecernos
bocetos de
una obra
inconclusa,
su dibujo es
sumamente
narrativo,
vigoroso y
dotado de
una
destacada
sensación de
movimiento.
En resumen,
un dibujo
vivo y
enormemente
ágil.
Indudablemente,
Manuel Gago
merece
figurar
entre los
mejores
historietistas
españoles de
todos los
tiempos. La
afirmación
no está sólo
basada en el
placer que
muchos
encontramos
en nuestra
adolescencia
en los
tebeos de
Gago, pues
con su
manera de
crear
personajes
vivaces y
vitales, nos
proporcionó
un mundo de
fantasía que
nos hizo
olvidar las
precarias
condiciones
en que nos
movíamos.
Sumémosle a
todo esto su
capacidad
para la
acción
rápida, su
agilidad
descriptiva
y narrativa
y su
habilidad en
la
condensación
de los
acontecimientos.
Ya desde sus
primeros
trabajos,
Manuel Gago
destacó como
uno de los
autores más
interesantes
de aquel
colectivo de
autores que
surgieron en
nuestra
etapa de
posguerra,
con un
estilo
marcadamente
personal.
Todos lo
hemos
disfrutado,
todos los
pertenecientes
a esa
generación
que aprendió
a leer con
sus tebeos,
embebidos en
las imágenes
de sus
mágicas
páginas.
El
guionista:
Pedro
Quesada
Pedro
Quesada nos
ofrece de
nuevo un
personaje
trágico y
atormentado
en un
apasionante
relato, en
el que
mezcla con
su pericia
característica
el detalle
histórico y
los tópicos
más
desquiciados
de la
narrativa
decimonónica
para
construir un
cóctel de
acción de
ritmo
vertiginoso.
El Duque
Negro es
una serie
que muestra
a un autor
maduro y en
pleno
dominio de
sus
facultades
narrativas;
uno de los
mejores
logros de un
guionista
apasionante.
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|
El Duque Negro.
Portada del cuadernillo N.º 42, último de la colección. |
|
|
|
El nombre de
Pedro
Quesada está
asociado a
nuestros
tebeos de
toda la
vida, a ese
arte que es
la
historieta y
que en
nuestro país
no se asocia
a la
cultura,
siendo, como
es, una de
las
manifestaciones
plásticas y
narrativas
más
importantes
del siglo
veinte y el
actual. Han
sido tantas
y tantas
historias
las que han
salido de su
capacidad
creativa… y,
lo que es
mucho más
importante,
su temática,
tan diversa
y variada.
En fin, tras
su lectura,
El Duque
Negro
nos deja el
regusto
magnífico de
haber
disfrutado
de una
historia
emocionante
en la que
todos los
recursos del
tebeo están
bien
empleados y
puestos al
servicio de
lo que se
narra,
logrando la
coherencia
del relato
sin fatigar
ni atosigar
al que lee.
En resumen
Frecuentemente
se ha
atacado a
los tebeos
que se
publicaron
durante el
franquismo
basándose
exclusivamente
en elementos
externos a
éstos. ¡Qué
gran
torpeza! Se
puede
condenar
algo por
razones
políticas o
sociales,
pero nunca
por el éxito
que pudieron
alcanzar ni
por la labor
lúdica que
pudieran
desarrollar,
y, en
nuestro
caso, no
cabe la
menor duda
de que los
tebeos
tuvieron lo
primero y
también
supieron
llenar
nuestras
almas de
niños y de
jóvenes en
un tiempo
que no daba
mucho de sí.
Tampoco
podría
emitirse un
juicio
adverso que
pudiera
considerase
justo sin
antes haber
empleado un
tiempo en
leerlos a
fin de
sopesar sus
méritos y
deméritos,
porque en
tal caso se
carecería de
la
imprescindible
objetividad
estética,
como
lamentablemente
ha ocurrido
en múltiples
ocasiones.
De igual
manera, es
más que
cuestionable
la
legitimidad
de todo
juicio
crítico que
no tuviese
en cuenta
las
condiciones
en que estos
dibujantes
debían
realizar su
trabajo en
aquellos
tiempos
heroicos, y,
lo que
considero
más
relevante,
sin
considerar
lo que estas
historias
gráficas
supusieron
de evasión y
de expansión
para unos
chicos y
unos jóvenes
a quienes
tocó vivir
una etapa
gris en
plena
eclosión de
la fantasía.
En efecto;
no cabe la
menor duda
de que, en
aquellos
duros años,
los tebeos
nos
invitaban a
un viaje, un
viaje que
discurría
entre la
imaginación
y la
realidad,
entre la
fantasía y
la historia,
y en el que,
sobre todo,
había mucha
magia. Tebeo
a tebeo me
fueron
mostrando un
mundo
distinto al
que conocía
hasta ese
momento, que
no por nuevo
me era
extraño.
Tebeo a
tebeo se
fueron
abriendo
para mí
puertas de
moradas
donde
habitaban
dioses,
princesas,
castillos,
reyes,
guerreros,
tribus
ignotas...
Tebeos e
historias,
historias
que
resultaban
deslumbrantes
y cálidas a
la vez.
|