«Si no podemos proteger la
industria del
espectáculo… te juro que la
vengaremos.»
i amigo John Mulder [1], que
escribe como quien respira,
me pide que le escriba una
nota sobre la nueva película
de superhéroes The
Avengers (Joss Whedon,
USA, 2012), éxito taquillero
que ha recibido el favor de
la crítica, del público y,
encima, ha ganado montones
de dinero en menos de un mes
de exhibición a nivel
mundial.
Como soy un insensato, voy y
le digo que sí, que cómo no,
que no faltaba más, que
gracias por considerarme,
para aparecer en tu columna,
cuenta con eso mi brother,
para cuándo la quieres y
demás frases comprometedoras
e indignas de un redomado
vago como yo, a quien
escribir le resulta una
tortura china. En fin, que
tratando de honrar el
compromiso, aquí va lo que
logré arrancarle a las
teclas.
En el principio fue D.C.
No, no estoy tan perdido en
el tema. Lo que pasa es que
mis procesos mentales son
más enredados que un plato
de espaguetis y, para poder
escribir sobre un producto
de Marvel, debo referirme
primero a su Distinguida
Competencia. Paciencia, que,
como dijo alguien: «Hay
método en mi locura».
Un poquito de historia para
quienes llegaron tarde:
Superman es el más famoso de
los «superhéroes», ese
subgénero típico del cómic
estadounidense. Desde su
nacimiento en 1938 en las
páginas de la revista
Action Comics (de la
entonces National Periodical
Publications, hoy día D.C.
Cómics), cautivó
inmediatamente al público
porque fue el primer
personaje de ficción capaz
de violar impunemente las
leyes de la Física. Luego,
vinieron otros que, copiando
el modelo, también saltaban
más alto, pegaban más fuerte
y corrían más rápido que
cualquier atleta vulgar y
corriente.
El público compraba esas
revistas baratas y
especializadas (los
denominados ‘comic-books’)
para devorar las aventuras
de todos estos asombrosos
paladines. Varios centavos
multiplicados por cientos de
miles de ejemplares al mes
demostraron que el asunto
era un gran negocio, así que
los editores repitieron la
fórmula de esas aventuras
hasta el cansancio mientras
contaban montones de
billetes. En algún momento,
cuando ya tuvieron a varios
personajes anclados en el
gusto popular, rizaron el
rizo y los unieron en una
sola revista.
Así nació la Justice
League of America (JLA),
integrada por Superman,
Batman, Wonder Woman, Green
Lantern, Martian Manhunter,
Hawkman, The Flash y The
Atom, para hacer juntos lo
que ya venían haciendo
individualmente desde hacía
años: partirle la crisma a
los malos de turno. Estos,
como no podía ser de otra
manera, también se asociaban
para conseguir lo que ya
buscaban desde hacía años:
conquistar el mundo (o sea,
lo mismo que hacen a diario
las transnacionales pero sin
tanto melodrama).
Pese a que en 1954 un
auténtico científico loco,
el inefable psiquiatra
Frederick Wertham, unió sus
fuerzas con unos cuantos
malvados de carne y hueso
llamados ‘Congresistas’ para
prohibir los cómics con el
burdo pretexto de ser una
mala influencia para las
tiernas mentes de la
juventud yanqui. Los
superhéroes se salvaron
milagrosamente de la purga
(gracias a una severa
autocensura conocida como el
Comics Code) y
siguieron vendiéndose como
pan caliente.
De esta manera, viendo D.C.
que lo que había creado era
bueno (para su bolsillo),
descansó.
El cómic es grande y Stan
Lee es su profeta
Y si no, que alguien me diga
quién es el tipo que fue
capaz de llevar el tema del
cómic al Carnegie Hall, a
ser materia de discusión en
las cátedras universitarias
de EE UU, a protagonizar
reality shows…
Siendo sincero, el hombre
espectáculo del Noveno Arte
nunca ha tenido la
profundidad conceptual de
Winsor McCay o el
virtuosismo gráfico de Will
Eisner, pero en lo que sí ha
destacado siempre es en su
sentido del drama y en su
olfato comercial. Se ha
dicho que su opera prima
superheroica,
Fantastic Four (1961),
fue la respuesta de la
editorial Marvel a la
exitosa Justice League
de su compañía rival; sin
embargo, no lo parece así,
puesto que todos los
integrantes de esa serie
marvelita fueron creados
expresamente para la nueva
revista.
La verdadera contrapartida
de la popular serie de D.C.
Comics fue The Avengers
(1963) que, me parece, fue
la coronación de una
estrategia de negocios muy
bien elaborada. Me explico:
Fantastic Four contó
con la inmediata aprobación
de los lectores por razón
del nuevo modelo narrativo
ensayado por Stan Lee en sus
historias. A sus
pretensiones de literato se
deben las parrafadas
grandilocuentes y los
monólogos internos de sus
personajes, que son la marca
de la casa. Sus personajes
eran sacudidos tanto por las
palizas de sus enemigos de
turno como por sus propias
debilidades de carácter o
sus complejos, por su
hybris, como dijera
Aristóteles.
Sólo en los cómics de
Marvel, un superhéroe podía
luchar contra sus enemigos
y, al mismo tiempo,
filosofar sobre la
inutilidad de la violencia
(el caso de Silver Surfer),
lamentarse por su mala
suerte en el amor
(Spiderman), amenazar o
maldecir épicamente (Namor,
The Submariner) o hacer
amargas alusiones a la
soledad y la incomprensión,
mientras destroza a
puñetazos montones de
máquinas de guerra (The
incredible Hulk). Al
contrario, los personajes de
D.C. Cómics de aquel
entonces eran parcos en sus
expresiones, sus diálogos
eran más del estilo
telegráfico y sus
actuaciones más
estereotipadas. Basadas en
un modelo maniqueo, en que
los buenos eran muy buenos y
los malos, malos porque sí,
sus aventuras podían ser
protagonizadas por cualquier
héroe sin mayores
consecuencias ya que, si
bien eran físicamente
distintos, su discurso era
el mismo para todos.
Y dijo Kirby: «Hágase la
lucha». Y la lucha se hizo
Por otra parte, la
complejidad psicológica de
las creaciones de Stan Lee
—un auténtico catálogo de
psicosis y neurosis varias—
no hubiese sido suficiente
atractivo sin la explosiva
estética de los dibujos de
Jack Kirby, genio de la
composición dinámica que
revolucionó la puesta en
escena del comic de acción y
que todavía hoy sigue
influenciando la narrativa
de miles de artistas en todo
el mundo. Sus páginas
estallaban en la cara de los
lectores con reclamos
impresionantes: imposibles
muecas de dolor,
onomatopeyas que cruzaban
viñetas, cuerpos despedidos
hacia el espectador, golpes
que hacían vibrar los
márgenes y líneas cinéticas
vertiginosas que volvieron
adictos al Universo Marvel a
incontables seguidores.
Así, al combinar historias
más complejas que la media
con una imaginería visual
sin precedentes, Stan Lee y
sus editores dieron con la
clave para aumentar las
ventas de sus productos,
llegando a superar en
ocasiones a su rival más
cercano. El truco: la
creación de un universo
coherente en el que los
argumentos de varias
revistas de la editorial se
interconectaban formando una
cronología interna. Para los
lectores significaba seguir
varios títulos distintos en
lugar de uno, con tal de no
perder la visión del
conjunto. Y Marvel ganó
dinero del bueno.
Entre 1961, año de
publicación de Fantastic
Four, y 1963, en que vio
la luz el primer número de
Avengers, Stan Lee y
diversos artistas de Marvel
crearon las series de The
invincible Iron Man (con
Don Heck), The mighty
Thor (con Kirby, basado
en los mitos nórdicos y como
réplica a la Wonder Woman de
D.C. Comics, que estaba
inspirada en la mitología
griega), The incredible
Hulk (con Kirby, de
nuevo), The amazing
Spiderman (con Steve
Ditko) y Dr. Strange,
Sorcerer Supreme
(otra vez con Ditko), entre
otros.
De este modo, habiendo hecho
populares a varios
personajes por separado y
juntándolos luego en una
publicación —calificándola
en su cabecera, además, como
«Los héroes más poderosos de
la tierra»— la ‘Casa de las
Ideas’, como también se
conoce a Marvel, respondió
con creces al modelo de los
supergrupos ideado por su
competidora D.C. Comics.
Dato interesante: El grupo
original de Avengers
estuvo integrado sólo por
superhéroes diseñados Jack
Kirby.
Joss Whedon es mi pastor;
nada me faltará
De esta manera, llego al
final de mi compromiso de
escribir unas líneas acerca
de la película. Aquí van:
Me gustó.
Me gustó mucho.
Me gustó mucho porque tiene
el espíritu de los cómics de
Marvel, destilado y empacado
en forma soberbia. Y Whedon
resultó ser una elección
acertada, ya que a su amor y
conocimiento del Universo
Marvel (¿Hay alguien que no
sepa todavía que el tipo fue
guionista de una serie de
los X-Men?) se suma una
correcta utilización de los
recursos disponibles para
regalarnos, durante casi dos
horas y media, con acción
trepidante bien filmada
(nada de la aborrecible
técnica “videoclipera” de
montaje fracturado que lo
vuelve todo incomprensible),
grandiosa puesta en escena,
las consabidas puyas
verbales y las salvajes
peleas entre los distintos
Vengadores. Todo eso, junto
a la nota postmoderna de no
tomarse muy en serio su
propio discurso, brinda un
grato revivir de lecturas
pasadas.
No voy a dar más detalles
por si acaso alguien no la
ha visto todavía. Muchos ya
han escrito sobre sus
virtudes, que son muchas, y
sobre sus defectos, que
también los tiene; así que
sólo haré constar que, a mi
juicio, la ‘Casa de las
Ideas’ repitió exitosamente
la estrategia que ya le
funcionó en el pasado. Que
esta vez lo haya hecho en la
gran pantalla y en un plazo
de cuatro años, presentando
a una nueva generación de
espectadores cinco películas
de muy buena factura (Iron
Man, The incredible Hulk,
2008; Thor, 2009;
Iron Man 2, 2010, y
Captain America, The First
Avenger, 2011), más una
superproducción (The
Avengers, 2012), que
cierra —por el momento— un
argumento eficazmente
continuado a lo largo del
metraje de cada una,
demuestra su claridad de
visión comercial y, al mismo
tiempo, su dominio de las
actuales narrativas que
involucran al consumidor
desde distintas plataformas
mediáticas (cómics, cine,
videojuegos, etc.).
Puesto que ya hay anuncios
de continuar la saga
cinematográfica (se habla de
Captain America 2
para 2013 y Thor 2
para 2014, además de una
nueva serie de televisión de
Hulk), será una agradable
tarea comprobar hasta qué
punto puede superarse la
estrategia… O si, por el
contrario, todo termina en
una mezcla irreconocible. Me
gustaría creer lo primero.
__________
NOTA
1.
JOHN MULDER (Caracas,
Venezuela). Escritor,
dibujante, fotógrafo
creativo y redactor
periodístico de los cómics
en general, vive entregado,
desde hace más de 25 años,
al estudio de la Mitología
en el llamado arte
secuencial, y en este campo
ha concretando su atención
en la historia del cómic
moderno y del cómic
latinoamericano. Administra
el blog «MULDER-COMICS»
y participa en «Zuplemento»
(edición digital) y en «Étnica
Antología de Cómics
Latinoamericana», de la
que es editor asociado.
Asimismo, es colaborador
ocasional de nuestra revista
«GIBRALFARO.uma.es».
Katatumbo y
Norberto El Xombie,
entre otros, son hijos de su
imaginación creadora. |