riselda García
nació el 4 de mayo de 1979 en Buenos Aires, ciudad en la
que reside, la
Argentina. Es autora de los poemarios Alucinaciones
en la alfalfa (edición de la autora, 2000), El
arte de caer (Alicia Gallegos Editora, Buenos Aires,
2001), La ruta de las arañas (Ediciones del Dock,
Buenos Aires, 2005) y El ojo del que mira
(Ediciones La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2009),
disponibles gratis en http:// griseldagarcia.
blogspot.com.ar. En 2010 aparece Hallucinations in
the Alfalfa and other poems (Wolsak y Wynn
Publishers), su primer libro de poemas traducidos al
inglés por el escritor canadiense Hugh Hazelton. En 2012
publica La madre del universo (Editorial
Echarper, Buenos Aires), relatos breves. Entre otras
antologías, aparece en Zapatos Rojos 2000
(Ediciones La Bohemia, Buenos Aires, 2001), Poesía
Erótica Argentina (1600-2000), selección y prólogo
de Daniel Múxica (Ediciones Manantial, Buenos Aires,
2002), Italiani D’Altrove (castellano-italiano),
con traducciones y epílogo de Milton Fernández, y
prólogo de Elvira Marinelli (Rayuela Edizioni, Milán,
Italia, 2010), y El Verso Toma La Palabra. (33 Poetas
argentinos de hoy), prólogo de Adán Echeverría
(Homoscriptum Editorial, Universidad Autónoma de Nuevo
León, Monterrey, Nuevo León, México, 2010). Ha sido
secretaria de redacción de la Revista de Poesía La
Guacha, dirigida por Javier Magistris y Claudio
LoMenzo, y en 2002 y 2003 integró el equipo hacedor de
la Revista de Poesía Omero, dirigida por Jorge J.
Rivelli. Ha sido la editora de la Hoja de Poesía Sólo
Sal. Ha conducido el programa de radio en FM “La
Boca” y codirigido la editorial “La Carta de Oliver”. Ha
trabajado como investigadora en el Centro Cultural de la
Cooperación, en el Área Literatura y Sociedad. Junto a
Sergio Rigazio y Lord Chéselin llevó adelante la
Biblioteca Virtual BEAT 57 (en archivos Word que se
remitían por e-mail). En 2012 se estrenó su cortometraje
“Las grandes aguas”, basado en un poema suyo:
http://vimeo.com/66525578 , y en 2013 se filmó “Blanco”,
adaptación del relato homónimo. En la actualidad, cursa
estudios de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Se
dedica al dictado de talleres de escritura creativa
(poesía y narrativa). Es practicante de yoga y
vegetariana.
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Griselda
García (Buenos Aires, 1979). |
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Entrevista
—Entiendo que tus
primeros tres libros, publicados en 1998 y 1999, antes
de que nos conociéramos, Griselda, titulados Hermanas
ninfas, Sandra y Todo es extraño a mis
ojos, de narrativa, han quedado excluidos de tu
bibliografía. ¿Es completamente así? ¿Eran cuentos,
relatos, microficciones y en ediciones de las que
denominamos “artesanales”? ¿Los textos de esos libros
fueron corregidos y los volverás a publicar? ¿Algunos
integran el volumen La madre del universo? ¿Cómo
recuerdas aquellos años de producción, tu adolescencia
narradora? ¿Ha sido, quizás, en tu niñez cuando
comenzaste a incursionar en la escritura creativa? ¿Qué
pantallazo nos proporcionarías de tu niñez y
adolescencia?
—No menciono mis
primeras novelas cortas porque las considero ejercicios.
En ese momento, me invitaban a publicar mis textos en
internet y tenía que poner algo en el currículum porque,
si no, quedaba muy vacío, como me decían los editores.
Es imposible escribir algo destacable a los 20 años,
salvo que seas Rimbaud (no es mi caso).
De Sandra rescaté
un fragmento que se transformó en el cuento La ley,
incluido en La madre del universo. Pero, como
novelas, no tienen valor. Me las autopublicaba en
ediciones artesanales que imprimía en mi trabajo. Gasté
muchas resmas y tinta, una forma menor del hurto.
De esa época
recuerdo mucha tristeza informe, que canalizaba a través
de la escritura. Era empleada en una oficina donde
sentía que me marchitaba más y más. Tenía una hora y
media de viaje hasta Ciudadela, donde vivía con mis
abuelos, mi hermana y mi mamá. Mi abuelo era sastre.
Trabajó muchos años en Thompson y Williams. Era capataz
en el taller. Él me decía que tuviera paciencia en mi
trabajo porque era la única manera de progresar. Algo de
esa idea me hacía ruido; yo lo escuchaba, pero, en el
fondo, sentía que el progreso era imposible, al menos
dentro de esa estructura de relación de dependencia.
Crisis del 2001 mediante, las cosas se pusieron peor.
Trataba de resistir como podía. Empecé a conocer a
algunos escritores (Rigazio, Cuenya) con los que
hacíamos cosas culturales, entre ellas la Biblioteca
Virtual Beat 57. En ese momento, no había muchas páginas
que ofrecieran libros de descarga gratuita. Nos
repartíamos una serie de autores que queríamos dar a
conocer y tipeábamos palabra por palabra en un archivo
Word. Mandábamos por e-mail el archivo con la
oferta gratuita a conocidos y desconocidos, que podían
solicitar cualquiera de los archivos. Era una tarea muy
placentera. En esos breves momentos quitados a los
trabajos de cada uno, respirábamos aire fresco. En fin,
una historia más del tipo “salvación por la literatura”.
Siempre he leído,
pero empecé a escribir con mayor consciencia siendo
adolescente. Al principio, la escritura narrativa era
más bien un vómito, nada racional. Corregía como podía,
hasta que me parecía que quedaba bien. En cuanto a los
poemas, primero aparecían en libretitas y después los
pasaba a la computadora, donde ya tenían otra presencia.
Esa distancia era necesaria para poder verlos como
ajenos, algo bastante difícil.
Casi al mismo
tiempo empecé a inmiscuirme en lecturas de poesía, y ahí
tuve una buena devolución, lo que me envalentonó. A la
vez, me abrió la puerta para leer nuevos autores y
conocer a otras personas que también escribían. Creo que
escribir es una tarea solitaria que lleva mucho tiempo e
introspección, y estos encuentros de poetas ayudan a
salir. Un poco de soledad, un poco de compañía.
En cuanto a mi
niñez, estuvo amenazada por el fantasma de la enfermedad
de mi padre (cáncer). En casa, infantilizaban lo que le
pasaba: «Papá tiene unas piedritas en la panza; se las
van a sacar, por eso va al hospital». No pasaba nada y
todo estaba pasando. Él murió cuando yo tenía 10 años.
Escribí dos poemas sobre él. Uno de ellos está en El
arte de caer (“Pa”), y otro es inédito (“El
dique”). Este último cuenta el momento en que fuimos
a tirar sus cenizas en el río de Alpa Corral, en
Córdoba.
El dique
En las últimas vacaciones, Papá
construyó un dique en el río.
Le llevó toda la mañana.
Cuando terminó, el sol
había bronceado su espalda.
El agua nos llegaba a los tobillos,
nos metíamos en zapatillas
para que los pies no dolieran.
En ese mismo río esparcimos
sus cenizas pocos años después.
Mamá llevó flores
y una botella de vino.
No había nadie ese día,
sólo un hombre acostado en la arena
que, al ver la botella,
gritó de satisfacción.
A Papá le hubiera gustado, pensé,
y, entrando, al agua rompí el dique.
—Creo haber
llegado a ver, a leer una o más ediciones de tu Sólo
Sal. ¿Durante qué lapso editaste la Hoja de Poesía?
¿Cuántos números salieron? ¿El título de la propuesta se
correspondía (¡?) con el material que elegías? ¿A qué
autores socializaste allí?
—La hoja de
poesía Sólo Sal empecé a hacerla como para “no
caer con las manos vacías” en las lecturas de poesía.
Veía que muchas personas repartían plaquetas con poemas
y los imité. Copiaba y pegaba poemas que encontraba en
internet, sin otro criterio que compartir lo que me
gustaba. A veces incluía algún amigo o conocido que me
mandaba material. No me quedó un solo ejemplar de
Sólo Sal, así que no puedo recordar a quiénes
incluía. Salieron unos 7 u 8 números, alrededor del año
2000. El título no sé cómo surgió. Jugaba con la sal de
mesa y la orden de salir. Justamente era lo que sentía
que tenía que hacer en ese momento, en varios sentidos.
—En una ocasión
fui como invitado al programa de radio que conducías en
FM La Boca. Y me sorprendió tu soltura. Me
agradaría que nos contases no sólo cómo se llamaba la
audición y con quienes la hacías, sino también cuánto
estuvo en el aire y qué características le imprimieron.
Y si te satisfizo la experiencia. Lo que me provoca
inquirir respecto de si volverías a involucrarte con ese
medio.
—El programa se
llamaba La Santa Poesía. Era la puesta en el aire
de debates y charlas que teníamos con Claudio LoMenzo y
Javier Magistris, directores de la revista La Guacha.
Invitábamos a escritores y les hacíamos entrevistas
informales. Duró un año, más o menos. Teníamos muy
estructurado cada programa, salían bien. La producción
la hacía Andrea Campagna, una compañera de trabajo que
estaba estudiando Comunicación. Nos divertíamos mucho.
Me parece un
medio riquísimo y volvería a participar en un programa,
sin dudarlo. De chica, me gustaba “jugar a la radio”:
decía la temperatura, leía poemas, pasaba música y hacía
las publicidades. La Santa Poesía mantuvo ese
espíritu, creo.
—Ignoraba yo esa
labor tuya como investigadora en el Área Literatura y
Sociedad, en el Centro Cultural de la Cooperación, en
pleno centro intelectual de la Capital Federal. ¿Sobre
qué investigarías en la actualidad? ¿Sobre qué asuntos
de la literatura se investiga poco y nada? ¿Quiénes te
parece que han sobresalido en este campo, y quiénes
sobresalen?
—La verdad es que
no se me ocurre un tema para investigar en este momento.
El trabajo con la producción ajena en el taller
literario me lleva mucha dedicación. Luego, queda poco
espacio mental para seguir pensando en literatura.
Quizás no suene bien esto, pero es lo que me sucede.
Cuando investigaba en el CCC, tenía en paralelo el
trabajo de oficina, quizás por eso me parecía
refrescante hacer entrevistas, leer teoría, escuchar
conferencias aburridas…
En la carrera de
Letras te piden que investigues, dentro de cierto marco,
como estudiante. Te ponen a que escribas trabajos sobre
prácticamente cualquier tema que se les ocurra. Les
encanta que “cruces” autores, que hagas literatura
comparada. Está de moda. Agota, pero entiendo que son
formas de ensayar la escritura académica.
Me parecen muy
buenos los trabajos de Walter Cassara (El oído del
poema) y Alicia Genovese (Leer poesía) sobre
poesía. Ellos escriben con claridad sobre temas que
pueden ser oscuros.
—Tengo presente
que al menos “estamos juntos” en dos antologías. Me voy
a detener en la bilingüe, la de hace tres años,
subtitulada Antologia di poeti che scrivono in altre
lingue ma continuano a sentire in italiano. Allí
compartimos cartel con autores a los que el apellido
paterno, como el mío, itálico, delata al instante; por
ejemplo, Paola Cescón, Eduardo Espósito, Flavio
Crescenzi, Ana Russo, Gustavo Tisocco, Gabriel
Impaglione, María Teresa Andruetto, Eduardo D’Anna,
Jorge Paolantonio, Alfonsina Storni... En tu caso, lo
itálico irrumpe por el costado materno. Como a mí me
produjo una emoción inefable, ya en contacto con el
bello ejemplar, ser presentado en idioma italiano
—aclaremos que sólo es bilingüe la edición de la muestra
poética, puesto que es una producción cuyo objetivo ha
sido distribuirla y comercializarla, primordialmente,
colijo, en Italia—, me gustaría saber qué te ha pasado
íntimamente cuando te leíste presentada en idioma
italiano. Y ya que estamos, ¿qué escritores italianos te
entusiasman? ¿Qué poetas italianos más has releído?
—Me pareció
hermosa la idea de la antología y me sentí muy
agradecida por la convocatoria. El italiano es un idioma
muy bello que no comprendo, salvo palabras sueltas.
Sentí mucha conexión con mis abuelos maternos, una
especie de ligazón creativa en el árbol genealógico.
Adoro a Pavese,
Ungaretti, Montale, pero no he leido a otros poetas más
recientes.
—En una o dos
oportunidades me oíste valorando tus enfoques, agudeza y
estilo trasuntados en tus comentarios bibliográficos
publicados en La Guacha. En efecto, me recuerdo
“examinando” con regodeo la organización y realización
de aquellas críticas —y con independencia del objeto de
tu comentario—. Las extraño. Creo que estás para
emprendimientos ensayísticos ambiciosos. Creo que estás
o estarás para emprendimientos ensayísticos novedosos.
Dicho lo cual, ¿qué te pregunto? ¿Quizá tu actual
formación académica contribuya a que mis expectativas se
cumplan? ¿Hay algo de esto revoloteándote?
—Eres muy
generoso. La verdad es que siento que me faltan muchas
herramientas para poder expresar lo que pienso. La
Universidad trata de ceñirme el corsé de la escritura
académica, pero me cuesta. Cuando no me queda otra que
aprobar una materia tengo que escribir así. Las
monografías las voy subiendo a mi blog con la etiqueta
“Reseñas y trabajos”. Es bueno que este material esté a
disposición de quien quiera consultarlo: la monografía
de uno le puede servir a otro. Creo que es muy necesario
armar redes.
—En una
entrevista que el poeta brasileño Floriano Martins
realizara al poeta venezolano Eugenio Montejo, le
preguntó si creía que media un gran abismo entre aquello
que había escrito y lo que hubiese deseado escribir.
Reconociendo la apropiación de la pregunta, te la
formulo.
—En lo personal,
entre lo que escribí y lo que hubiera querido escribir
creo que no hay tanta brecha. Trato de escribir lo que
quiero leer y no encuentro. Como no existe, lo fabrico.
—¿Qué novelistas
contemporáneos te entusiasman? ¿A qué narradores que te
hayan interesado, ya no volverías?
—Soy viejera, la
verdad es esa, no leo a muchos contemporáneos. Pero lo
bueno termina imponiéndose. A veces pasa que, en una
semana, dos o tres amigos o conocidos mencionan un
libro. Ahí, voy. No me suelen interesar demasiado, pero
acepto las recomendaciones como parte del lazo que me
une a esas personas.
Tuve entusiasmos
intensos con varios autores que después no releí. Uno de
ellos es Carlos Castaneda. Me parecían unas cosas
maravillosas las que contaba. Circulaban anécdotas sobre
gente que se había vuelto loca por leer ese tipo de
libros. A mí me interesaba mucho ese germen, dónde podía
estar, pensaba mientras avanzaba por esas páginas de
desiertos y águilas. Leía en la cama, tapada bajo una
manta roja y pesada. En ese momento, no había tantos
tiroteos en Ciudadela. Sólo algún que otro balazo al
aire; luego, silencio. Una noche llegué a una de esas
prácticas de meditación y golpes en el punto de encaje
que le proponía don Juan a Castaneda. Y tuve una especie
de alucinación: estaba tendida sobre una piedra inmensa,
en el desierto, viendo un cielo color naranja. Y arriba
volaban las águilas. Me asusté mucho y lo dejé. Todavía
no me volvió a pasar algo así con un libro.
—Has traducido al castellano a Anne Sexton, Craig Czury,
Peter Orlovsky, Leonard Cohen, Gary Snyder, Heather
Thomas, Susan Deer Cloud, Sylvia Plath, Walt Whitman,
Robert Bly, Elizabeth Barret Browning, Langston Hughes,
Andrew Marvell, Lawrence Ferlinghetti, etc.
¿Qué
te sucede —qué te recorre— mientras procuras hallar los
vocablos que den cuenta de semejante compromiso?
Inquiero en la suposición de que con unos te debatirás
de un modo y con otros, en cambio, diferentemente.
—Traduzco de
atrevida. Prefiero pensar que son versiones; algo un
poco más realista. El objetivo de trasladar al español a
determinados poetas es poder compartirlos con los que no
tienen acceso a otra lengua. Ahora es muy habitual que
todo el mundo sepa inglés, pero, en cierto momento, no
lo era. Y por eso empecé. Tengo una amiga poeta y
traductora a quien consulto cuando tengo dudas. Ella
tiene mucha paciencia y trato de no cargosearla. Es
difícil encontrar personas así, que nos hagan un lugar,
nos avisen cuando nos equivocamos y nos hagan
indicaciones afectuosas.
Para traducir a
un poeta, trato de quedarme con su perfume. Otros podrán
llamarlo estilo o voz: eso que queda al terminar de leer
un libro; se produce un encantamiento, un amor repentino
que te hace querer ir a buscar al autor, abrazarlo,
hacerte amigo. Pero como muchos están muertos, un modo
de volverlos a la vida es seguir difundiendo su obra.
—Supongamos que
pudieras reencarnarte en un pintor. ¿A quién elegirías?
¿A quién elegirías para reencarnarte en un estadista? Y
más: en un animal. Y más: en algo de un orden botánico.
—Pintor: Egon
Schiele, Francis Bacon, Lucien Freud (alguno de estos).
Estadista: no se me ocurre. Animal: una vaca en India.
Botánica: yerba mala.
—¿Hay escritores
que escriban para ti? No digo sólo buenos escritores, o
maravillosos, podrían ser mediocres: ¿hay o hubo
escritores que sintieras que escribían para ti, la que
eres o fuiste? ¿Detectaste o detectas a escritores que
en determinados textos, o pasajes de esos textos, es
como si “te hablaran” a ti, te hicieran casi asentir con
la cabeza o sonreír? A mí que, claro, tengo justo el
doble de tu edad, y que, por lo tanto, “me veo obligado”
a sopesar desde mi condición provecta, me pasó con Henry
Miller, con Samuel Beckett, con Hebe Uhart, con Roberto
Santoro. Ya no. Me pasa ahora releyendo poemas de
Gustavo García Saraví o Jorge Santiago Perednik o El
extranjero de Albert Camus. Queda formulada la
inquietud. Quizá chapuceramente. Pero, en una de esas,
me captas y, en una de esas, das a los lectores y a mí
la precisión a la que aspiro.
—A Henry Miller
lo leía mucho en la adolescencia. Lo mismo a Anais Nin y
sus diarios intensos. Sentir que alguien escribe para mí
me pasó últimamente con Hebe Uhart. Hay una libertad de
lenguaje y tema tan grande en ella, que me resulta
refrescante. Poder transformar las experiencias de lo
cotidiano en un relato es algo genial. Como decimos con
un amigo: con las dos o tres líneas que nosotros nos
escribimos por mail (encargué dos panes integrales, el
viento agita el ficus, me invitaron a Mar del Plata),
Hebe te arma un cuento.
* * *
Griselda García
selecciona para esta entrevista, a mediados de 2013,
seis poemas de la antología Poesía Deliberada,
publicada por la Editorial Textos Intrusos en la su
colección Ropa Vieja, Buenos Aires, 2013:
Modelo en estudio de pintor
Ansío el roce del lápiz contra el papel
la caricia del pulgar que esfuma el trazo.
Voy a esperar a que prepare sus cosas.
A que despierte el ojo que todo lo ve.
30 minutos. Su rostro rezuma sudor.
Me mira y es como si viera
más allá del más allá.
45 minutos. Un mosquito hunde su trompa.
El poro se rebela en hinchazón.
El isquión lucha por adaptarse,
un deslizamiento mínimo
que atenúe la molestia.
50 minutos: "Abre los ojos".
La menor tensión del músculo
cambia la escena, la pose se modifica
el rictus es otro, nuevo y distinto.
60 minutos. La mancha de vino en la pared
se convierte en un espía a quien llamo Dimitri.
Con él dialogo en la duermevela.
75 minutos: «No muevas la mano, por favor».
Los huesos del coxis gritan desde su caja.
La inmovilidad que parecía un descanso
se vuelve una jaula en la que estoy atrapada
en la que busco no ya estar cómoda
sino atenuar el dolor.
A través de los párpados la luz cambia.
Al final, la disciplina hace la vida más fácil.
A una orden suya podré moverme
pero eso no me hará libre.
Voy a correr a abrazarlo.
* * *
I
El pintor
Esa mañana abandonó su túnica
con la impunidad de toda bella.
Yo aparté los ojos:
su figura desafiaba a la vista.
Con mis manos sin pudor
hubiera dado diez años
por reconocer sus detalles
y dibujarla con la paciencia del viento.
No podía, como antes, mover
el pincel durante horas
mi cabeza flotando sobre océanos
y levantar la vista para
captar el paso de la luz
en el mediodía de verano.
Su esencia de mujer
pulsa cada fibra de mi ser hombre.
Sé lo que hubiera dicho mi maestro.
No voy a condenarla a la chatura del papel
voy a darle dimensión de vida, la mía,
y amarla.
II
La modelo
Esas mañanas te veía
entornando los ojos para captar
la incidencia de la luz, las sombras
recortándose en la trama de mi piel.
Me costaba mantener la quietud
cuando te acercabas
para reconocer cierto pliegue
de la tela, algún matiz.
Hubiera querido tocar tus manos
tus dedos con el tizne del carbón.
No me mires, mírame.
Que tus ojos se hagan
de agua y pueda beberlos
que no veas más que mi cara
en otras caras.
En cada jornada eres el modelo
y yo la que absorbe mil detalles
de placer en tu figura.
Paso las tardes con el recuerdo
de tu cuerpo de hombre
doloroso y dulce.
Te amo aunque no lo sepa
todavía.
* * *
La foto robada
Se nos debe ver muy lindos
se nos debe ver hermosos
con el puesto de comidas
detrás a punto de cerrar
dejándonos encandilados
por la blancura del mediodía
pero mi mano apoyada en su hombro
tiene el puño cerrado
se va a terminar, se termina
se escurre como arena
el mismo océano que miramos
como en una imagen de póster
nos va a separar
se va a terminar, se termina
en marzo voy a recordarnos
bebiendo con sorbetes de colores
y sombrillitas simpáticas
explotemos en mil llamadas cariñosas
en diminutivos graciosos y tiernos
se va a terminar, se termina
voy a recordar
cuando una ola te tapó y
saliste enojada como una nena
se va a terminar, se termina
en marzo el bronceado
va a ser sólo un rastro
nos veo las sonrisas de los que ríen
porque tienen los dientes bien
pero mal el alma
el reflejo plateado sobre el agua turquesa
tragos, sorbetes de colores
y sombrillitas simpáticas
los lugares comunes suelen ser
los que contienen más verdad
con vos quiero caer en todos
les dejo la originalidad a quienes deben
inventarse un amor para escribir.
* * *
Las grandes aguas
Y a quién vas a llamar cuando acabe el día
y al volver del trabajo pienses en estar con alguien
a quién vas a llamar para que te acompañe
cuando camines por las calles tristes de siempre.
Verás que todos están con alguien menos tú
que deseas cosas que no volverán
y dejas pasar aquellas que te harían feliz
si estuvieras preparado para verlas.
Hacia el fin de jornada cierro los ojos.
Escucho el roce de las alas de la polilla
embriagada de oscuridad.
En la noche del viernes por calles tristes
enviarás mensajes a teléfonos apagados
desde cuartos de paredes sucias
con pequeños roperos atestados
en camas marineras sin equilibrio
ardiendo de deseo por el cuerpo de una mujer
rezándole al Señor de los Milagros
por el cuerpo de una mujer
rezándole a Chacalón que es Dios
por el cuerpo de una mujer.
A quién vas a culpar por no haber hecho lo correcto
a quién vas a llamar cuando acabe el día
y volviendo por calles tristes sepas que te espera
el catre pequeño, más pequeño sin mujer
sin cuerpo que fatigue la innúmera cama.
Vas a decir que me extrañas cuando ya sea tarde
vas a pedirme que hable cuando no tenga fuerzas.
Hubiera hecho falta tanto más juntos
para convertirme en el árbol
que baña con su savia
el hacha del leñador que lo ha herido.
No soy tan buena, lo siento.
Las monjas hablarían de perdonar
de dar la otra mejilla.
Qué saben ellas de amar si se han casado
con un mudo, un ausente, un muerto.
* * *
¿Dónde estabas, que no te vi?
Tenía que ser ahora, no antes
antes no hubieras podido verme, éramos otros
tenía que ser ahora.
Y ahora aquí estoy, aquí estamos
estar contigo es bailar dentro de un huracán
una máquina voltaica años luz al borde del sol
un agujero negro empujando el centro del abismo
tu piel y tu pelo, chocolate y manjar blanco
rompiendo en mi paladar de sibarita.
Mi piel todavía sabe a ti, salobre y dulce.
Hombre. Ser de ensueño y luz
agua mansa y cascada en caída libre.
Nada va a lavar tu olor en mí
como una casa musical voy a conservar tu voz
tu forma de cantar las palabras.
Y quién va a navegar tus aguas, nadador
quién se atreverá a enfrentar las grandes aguas
el amor es un laberinto del que se sale volando
o se perece buscando la salida.
Qué bueno no haber escuchado a las amigas:
Tranquila, tómate tu tiempo...
tranquila estuve toda mi vida
tranquila estaré en la tumba.
Olvidé que no eras río sino océano y
me bebí de un trago tus aguas, nadador
y las encontré amargas y me ardieron
como una insolación de eclipse.
Que tus ojos se hagan de agua y pueda beberlos
fue mi profecía y me ahogué:
llega un momento en que las palabras
tienen valor de acto.
No voy a naufragar en tus aguas, nadador.
No voy a inmolarme en el laberinto del amor.
Vuelvo a mi vida habitual
a la calma monótona que necesito
para transformar la mierda en oro.
Vuelvo a mi centro que se parece mucho
al ojo del huracán, el lugar de mayor quietud.
En el ojo del huracán hay calma.
En el ojo del huracán está
todo lo que hemos perdido.
Lo perdido es nuestro para siempre.
Mientras escucho a la polilla
que se quema las alas contra la lámpara
pienso que es duro el destino
de los que buscan la luz.
* * *
Lo que nos dejó la poesía de los 90
(Pablo Neruda recargado)
Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.
Escribir: se me nota el peronismo a la legua,
en la calle sólo me gritan obreros o mecánicos.
Un hotel en Constitución
con botellas rotas y bichos en las paredes
adonde él me lleva después de salir de la obra.
De la obra, de la obra en construcción
donde se gana el pan con el sudor
de su lomo de negrazo divino.
No me denuncies al INADI, por favor,
todo bien con vos morocho andino,
voy por la hermandad latinoamericana.
Nunca podré pedir leche de tigre
en un restaurante sin sonreír.
Es de familia: mamá, Guadis y yo
tres camioneras, una grosería tras otra,
chistes de mal gusto, recuerdos del almacén,
de cuando esparcimos a papá en el río de Alpa Corral.
Puedo escribir los versos más sórdidos esta noche.
Escribir: a través del denso vapor de la ducha
el morocho tensa los músculos aceitados.
Se acerca, siempre que un hombre se acerca da miedo,
tanta masculinidad acechante inquieta,
es como si se te acercara el Aconcagua.
Hundo los dedos en la espesura de su pelo mojado
y cuando inclina la cabeza en un grito de ardor,
la mujer de la limpieza no sabe ni quiere saber
qué le ha ocurrido al pasajero de la habitación 23.
* * *
(En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, agosto 2013.)
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