PAN DE SILENCIOS
Amasa, amasa el panadero al alba,
se ha levantado antes que natura,
prepara enseres, desparrama harina
en medio de la ronda, urge
hilo de agua, manantial cayendo,
grumo a grumo en la mezcla
del amor con el día.
Oye voces de niños que desde el vientre piden
un pajarillo blanco.
Tiznada la nariz y el alto del sombrero
alisa suavemente la ilusión prematura,
el horno está encendido con su barro de aromas,
sus dedos redondean vaivén y regocijo.
¡Ay, del pan de silencios y amor entre las manos!
Cruje el día en la boca y en el aire, el perfume
del molino y la espiga.
DESPUÉS DE CADA LLUVIA, EL BESO
Después de cada lluvia, el beso
cielo nublado en la garganta,
candela de algún rayo que se ofusca
porque esperar enciende
y se crispan las manos, la sangre
se anuda en la sien, golpea
buscando en otra boca la propia boca
sube y esconde suspiro inagotable.
Después de cada lluvia el beso,
tan apretado el beso, demorado, duro
hijo de la insistencia y el presagio,
un remolino turbio desbordando el cauce
absorto en otra lluvia naciéndole en la boca.
QUE EL GENIO SALTE
Quita ese corcho viejo
para que el genio salte de la botella.
Pero tienes que quitarlo tú, no el destino
ni la paciencia que cultivan las horas moribundas.
Quita ese corcho viejo
con esa mano que se cree hábil pero es torpe
errabunda hasta el cansancio y hosca.
Porque los genios son criaturas no sencillas
y el temor de los hombres los provoca.
Pero tú, quita ese corcho viejo y deja
que la botella expulse los perfumes
y otras manos se acerquen, y otra boca
le arranque lo imposible.
Y aunque nunca lo hayas dicho, di te amo
porque menos esperanza hay para el que calla
que para aquel, herido por la suerte.
¿Qué pierdes? ¿Qué perdemos?
Si en la misma dirección los vientos soplan
y sin saber adónde van, silban canciones,
abren puertas invisibles y transcurren
en la quietud de los tejados.
¿Qué pierdes? ¿Qué perdemos
si ese rictus en la boca se parece
a un cuarto de sonrisa, media pena,
una completa y redonda bufonada?
Quita ese corcho viejo
y que el genio salte de la botella
para que al menos, veas lo que hace.
SERENA EN EL PALACIO
A María Victoria Atencia, Poeta.
Lloro frente a tu estampa serena en el Palacio
con traje de marfil festoneado en puntillas,
en descanso las manos, sobre impecable falda
oyendo atentamente lo que alcanzan de ti.
Tiene la Poesía todavía, adalides.
María, la del ángel, la de los ojos puros
Victoria, la guerrera, de la firme templanza,
cada piedra en su sitio, la espera y el vacío,
las formas esculpidas sobre espuma del mar.
No invocaste a las musas de paganas orgías,
ni las diosas romanas de ardientes saturnales,
confesaste: “A veces, el Espíritu sopla
y enciende el entusiasmo en artista y poeta”.
Tiene la Poesía todavía, adalides.
Tu pecho alejandrino tanta belleza agita
y navegan tus ojos cien veleros al viento;
cuando invocas la música, el verso se levanta
y en nosotros se aquieta levemente la noche.
DE VASIJA EN VASIJA
Vaciada fui de vasija en vasija
del campo a las ciudades
de las ciudades al mar embravecido
que entre las algas me olvidó en la arena.
Fui el pez que desearon las gaviotas,
caracola feliz con sus rumores
al aire pasajero de la tarde.
Entonces vi sus ojos, muchedumbre
asilada en sus cuencas
y lloré como lloran los que pierden
en un instante, todo.
¿Qué haré con esta gota de sombra
y mis pies ardiendo como fugitivos
viajeros grises entre la ceniza?
Del vientre oval de la vasija puedo
quizás, huir al campo y derramarme
viento en las espigas, canto en los molinos,
canción de paz sobre las mesas.
LIBÉLULA CELESTE
Casi medio siglo y aún no he criado alas
ni púas que me defiendan.
No me arrastré sobre el pecho en la carroña
ni tuve parte con escarnecedores.
Viví todos mis años junto al sauce
lamiendo las orillas de este río,
aletargada la lengua al sol de Enero
encaramada a Agosto, con uñas y serpientes,
para poder mirar los ojos de Octubre.
Casi medio siglo sin recostar la cabeza
porque Febrero me quitó la cama
y la quemó con un canto de rituales antiguos
para verme dormir sobre una piedra.
Y sin embargo, nunca el insomnio me zumbó al oído
aun cuando vino Junio y me salpicó de muerte.
Llegué a Diciembre sin horarios
y bajo el mismo sauce encendí penas y fuego.
Marzo me sorprendió llorando, hasta la última hora,
y cada vez que lo enfrenté, guardé una herida.
Pero la vida junto al río, sana,
y llevé una docena de llagas hasta Noviembre
que me esperó en el mismo lugar, para abrazarme.
Nunca supe por qué Mayo estaba tan lejos
hasta que me perdí en sus veintidós laberintos
de los que nunca quise salir.
Septiembre me desconoció porque vivía
ajeno en la quietud asombrosa de sus tardes,
y le dejó a Julio ese camino de velas encendidas
por donde aún nacen libélulas celestes.
Casi medio siglo y aún vivo descalza
porque Abril nunca me avisa cuando llega
y cada vez que partimos voy perdiendo
zapatos y certezas, ¡Válgame Dios!
aunque el río y el sauce van conmigo.
(Extracto del poemario Poesía de Jeniffer Moore.
Ed. Pelícano, Miami, USA,
2011.)
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