HIMNO BLANCO
¡Salve!... hombre de setenta y más,
porque de todos, eres quien refunda
tribus perennes en mis venas.
El que ha descubierto los albores
antiguos de la luna.
Arco iris en mano, me vences
en un jaque de tres movimientos.
¡Salve!... hombre de sesenta y más,
porque de todos, eres quien permite,
sobre su espalda viril, una montura.
El que no pide ayuda cuando se ahoga
en torbellinos de mis labios.
Quien echa su armadura al fuego,
deja que el Arca se vaya con sus bestias
y me desnuda el alma mucho antes
de quitarme el anillo.
¡Salve!... hombre de cincuenta y más,
porque llevas en el pecho el estandarte
y me haces noche sin brújula.
Habitas el gemido, resistes el desierto
para poder oír las cascadas en mi piel.
Y no me niegas tus jardines ocultos.
El hombre de cincuenta va a la guerra
con un ejército de estrellas en las manos.
¡Salve!... hombre de cuarenta y más,
un centenar de potros te nubla la mirada.
Con las Pléyades bailas por las noches umbrías
y te anudas su luz a la cintura.
He reposado mi cabeza en tu pecho,
navegado tu sangre.
Adrede, me he perdido en tu cuerpo
para palpar como los ciegos en las vivas paredes.
¡Salve!... hombre de los treinta y más,
y tu andar de ciervo oteando en la distancia;
Una mirada basta, un solo beso
para que caigan a tus pies, los diques.
Tú sabes que no te olvidarán.
Especialmente en los treinta y nueve
el hombre es rey aunque no luzca corona.
¡Salve!... hombre de los veinte y más,
la expedición de tus manos y tu boca.
Derrochas saturnal sobre mi cuerpo
tu pretensión de tirano.
El desprecio de todos los dioses
y mis pechos alados de ninfa
por tus veintitrés sonrisas de ángel caído.
¡Salve!… hombre de los quince y más,
músculo y sangre, te calcinas
con un caos de sierpes en las venas.
Vas descubriendo quién eres
y que no lo sé todo.
Mi gozo es verte regresar a salvo
con una presa en la boca cada día.
¡Salve!… hombre-ángel de los tres y más,
cervatillo indomable brincando en mi cabeza.
La noche no te alcanza cuando huyes
al muro de mi pecho.
Mi palabra es la llave para todas tus puertas,
el bien y el mal me queman en las manos.
Este es el breve tiempo cuando le eres fiel
a la mujer que mece dulcemente tu cuna.
¡Salve!… hombre-semilla, fecundado
anoche, en mi vientre o la probeta.
Me han otorgado tu hálito de vida.
No era idea de Dios, fue la invidente
quien puso el espéculo en mi mano.
Desamparado, alzas el grito
desde la oscuridad serena de mis aguas.
No temas. He devuelto a Dios lo que era tuyo
y mi costado sangra.
En el silencio fetal de nueve lunas,
cuando, a pesar de ser tan débil, iluminas,
te concedo en mi cuerpo aquel refugio
que te niega la especie.
Tu nombre hago perpetuo y mi condena.
¡Salve! La Vida caótica y sublime
en la que indivisibles somos.
Y digo más aún, para aliviar la carga:
Ni hombre ni mujer, ni libre ni esclavo,
ni sabio o ignorante en demasía.
Uno y desnudos a la Muerte vamos,
inefables y puros solamente
cuando el Amor nos toca.
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