CAJA DE PANDORA
Bailan en mi hoguera encendida,
son las chispas que acercan algo de luz
y un retaceado calor al oscuro callejón de
esta agonía.
Van envolviendo poco a poco el alma
escarchada
y crean un mundo irreal en el que me sumerjo.
Se apagan, se enfrían, su destino es efímero,
pero dejan pequeñas heridas, que allí,
al final de la noche, son la sumatoria de
todo el dolor.
Pensar que pueden elevarse al infinito
es tratar de convertirlas en algo más cierto
que los segundos que separan la vida de la
muerte.
Mi calendario vital está lacrado,
ya no pueden ni la luz ni el calor abrir
cerrojos oxidados.
Soy la mujer que amó un imposible,
esa que supo atesorar exiguos momentos
y ensayó tibias sonrisas,
marcando su felicidad en un negativo
fotográfico.
Él llegaba con una historia inédita,
con caminos recorridos sin la compañía de mis
pasos.
Callé las voces sabias de mi edad,
hice con el cuerpo una caja de Pandora,
de donde cada día él podía sacar algo
distinto e impredecible.
Supe de la magia de besos robados
y saboreé los que recibí como ofrenda.
Fui el arco sin flecha, el arpón sin soga y
el corazón sin latidos,
una pianola repitiendo sin cesar los te
quiero en Mi sostenido.
No dudé en ser arcilla para ese devenido
alfarero.
Hoy, ya no está.
A mi lado veo la flecha perdida que completa
el arco.
La pianola calló su voz tartamuda.
Aferro la soga del arpón en mis manos
y me doy cuenta de que el corazón sin latidos
está escondido y llorando su destino sin
remedio. |