La savia de lo muerto
A qué de los ríos y de los mares,
a qué de los humedales,
a qué del nacimiento de los niños,
del amor y las pleamares,
a qué del dolor con su suspiro,
si no fuera para subir a tus hombros
como a la copa de los pinos.
Acaso no ves que la cruz
ha de pasar la noche conmigo
para volver de nuevo a tu cuerpo
y despertar su sonido,
pues canta con ella, no seas mal nacido;
desayuna al amor de los días concedidos
y no digas más que tienes prisa por morir
cuando a tu hijo llevas de la mano,
no le arrastres al final del camino
sin que pueda su corazón
descubrirlo por sí mismo.
No seas ignorante, no te seas dañino,
recuerda, que lo que tú hayas pensado
lo supe yo antes y con todo te cosí
al abrigo de aquestos vendavales,
al cierzo como si fuera tu destino.
¿Acaso puedo hacer otra cosa
de lo que la bondad manda?
Tanto como tú
ignoro lo más importante,
eso me empuja sin poder decirte nada.
No puedo entregarte,
sino lo que es mío.
¿De dónde saqué los ingredientes,
de dónde el alimento,
y aun si fueras tú el motivo
de tal padecimiento,
y aun si fueras tú
verdadero dueño de todo esto?
¿de qué nos valdría entonces
este mundo perecedero,
de qué me serviría a mí saberlo?
¿no serás tú el vivo y yo el muerto,
no iremos ambos de la mano
en este baile incruento?
¿Qué es el después o el antes que fue,
si nada puedes imaginar fuera de mí?
La nada es el descanso al que atenernos.
No tengas prisa por saber
lo que todavía no está hecho,
trabaja desde tus adentros
y sácame de aquí con las flores de tu pecho.
Levanta torres y orna puertas,
vierte almas que se agiten en los lienzos,
conmueve con tus dulces dolores
la expresión de los nuevos vientos,
que tus sinsabores sean las mansiones
de los vivos y de los muertos,
hazte libre de tan sujeto movimiento
y que todas vuestras almas se prodiguen al unísono,
que tu cuerpo balancee sin dudar,
que la silla cruja su parto macilento,
¡y porta, por Dios, el testigo con valentía,
álzalo descubierto e ilumina con él
acantilados y cerros,
sé el verdadero responsable
de lo que todos llevan dentro
y no mires más arriba...
No olvides dar de comer al resto
con el diezmo de tu cuerpo.
No olvides mojar sus labios
con la savia de lo muerto. |