a literatura
infantil y
juvenil
española de
la primera
mitad del
siglo XX
tuvo en
Elena Fortún
a una de sus
figuras más
relevantes.
En ella
tiene lugar
la simbiosis
de tres
personajes:
el de
Encarnación
Aragoneses
Urquijo,
nombre real
de la
escritora;
el de Elena
Fortún,
pseudónimo
que utiliza
en su
creación
literaria, y
el de Celia,
personaje de
ficción, su
personaje.
Elena Fortún
comprendió
como nadie
la
psicología
de los niños
y de los
jóvenes de
su época, y
primero con
Celia, la
heroína que
tan buenos
ratos hizo
pasar a los
niños de la
década de
los 30 y 40,
y después
con
Cuchifritín
y Matonkikí,
consiguió la
identificación
de sus
pequeños
lectores con
estos
personajes,
nutriendo
las
fantasías de
una infancia
ingenua con
unas
historias en
las que
entrelaza,
con una
pericia
magistral,
lo
cotidiano,
poético,
simbólico,
histórico y
moral.
Infancia y
juventud
Encarnación
Aragoneses
Urquijo,
conocida
luego por el
pseudónimo
de Elena
Fortún,
nació en la
calle Bailén
de Madrid el
18 de
noviembre de
1886, y fue
bautizada
con el
nombre de
María de la
Encarnación
Gertrudis
Jacoba.
Fueron sus
padres
Leocadio
Aragoneses
Esteban,
nacido en
Abades
(Segovia), y
Manuela
Urquijo
Ribacova,
natural de
Álava. El
matrimonio
se había
celebrado en
Madrid,
lugar de
residencia
de ambos,
adonde el
padre se
había
trasladado
al conseguir
el puesto de
alabardero
de Palacio,
y en donde
ya residía
la madre,
tras
enviudar de
un primer
matrimonio.
De la
infancia de
esta
escritora se
sabe que fue
criada por
un ama, pues
la madre, al
igual que le
ocurriría a
Encarna,
nunca gozó
de buena
salud, y que
fue un
tiempo de su
vida en el
que estuvo
muy
vinculada a
Abades,
donde pasaba
los veranos
en casa de
sus abuelos
paternos;
por otra
parte, el
hecho de que
el
matrimonio
no tuviese
más hijos
motivó que
la niña
creciera en
un ambiente
caracterizado
por un
excesivo
proteccionismo
de parte de
la madre y
el cariño y
la
complicidad
del padre,
al que
siempre
estuvo muy
unida.
Cuando la
niña tenía
cuatro años,
Leocadio
deja su
puesto de
alabardero y
pasa a
desempeñar
el cargo de
administrador
de un
edificio en
la calle
Huertas,
número 41,
propiedad de
un primo de
su mujer, en
cuyo primer
piso se
instala la
familia.
Encarna
comienza a
ir entonces
a un colegio
cercano a su
nuevo
domicilio,
el de la
calle Amor
de Dios,
pero la
madre, que
siempre
había
presumido de
pertenecer a
la
aristocracia
vasca, no lo
consideraba
apropiado
para su hija
y no la
dejaba jugar
con los
niños del
barrio.
La frágil
salud de
Encarna y la
obsesiva
actitud de
su madre de
apartarla de
los niños
que no
consideraba
de su clase
fueron
conformando
en ella una
personalidad
solitaria,
soñadora e
hipersensible,
que halla su
cauce en una
especial
afición por
la lectura
de cuentos
maravillosos,
a las
premoniciones
y a los
avisos del
más allá.
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Foto de la Primera Comunión de Encarna. |
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Para
satisfacción
de la madre,
en
septiembre
de 1900, la
familia se
traslada de
la calle
Huertas a la
calle
Villanueva,
cambio que
supone una
considerable
mejoría de
ambiente.
Por esta
fecha,
Encarna
cuenta con
catorce años
y ya había
abandonado
el colegio
para —como
era
costumbre de
la época—
iniciar una
educación
típicamente
femenina con
el fin
exclusivo
del
matrimonio1.
Sin embargo,
no fue mucho
el tiempo
que
permanecieron
en la nueva
residencia.
Lamentablemente,
en 1904, la
desgracia se
abate sobre
la familia y
fallece
Leocadio. Al
no poder
hacer frente
a un
alquiler tan
elevado,
Encarna y su
madre ocupan
una vivienda
más modesta
en el número
17 de la
misma calle.
La muerte
del padre
supuso un
terrible
golpe para
Encarna,
dolor que
pondrá luego
en boca de
Celia en la
novela
Celia
madrecita,
cuando
escribe:
«Lloré sobre
mis catorce
años, que
habían sido
felices
hasta la
muerte de mi
madre
(padre)
[…] y los
pájaros de
mi cabeza,
que
aleteaban
moribundos…».
Encarna y
Eusebio de
Gorbea
Es entonces
cuando
Encarna
puede
comprobar en
primera
persona el
duro y cruel
realismo que
subyacía en
lo que
tantas veces
le había
repetido su
madre, que,
para una
joven de
dieciocho
años, sin
padre, sin
dinero, que
hubo de
abandonar el
colegio
siendo
todavía una
niña, no
quedaba más
salida que
el
matrimonio.
Así, ese
mismo año de
1904, cuando
Encarna
tenía
dieciocho
años recién
cumplidos,
apareció en
su vida
Eusebio de
Gorbea Lemmi,
un primo
segundo,
teniente de
Infantería y
aficionado a
la
escritura.
Dos años más
tarde se
casaron.
Tuvieron dos
hijos: Luis,
que vino al
mundo en
1908, y
Manuel, que
nació en
1909, y al
que
familiarmente
llamaban
“Bolín”.
Al ser los
hijos
todavía de
muy corta
edad, el
matrimonio
se ve
obligado a
soportar
frecuentes
separaciones
con los
primeros
destinos de
Eusebio.
Encarna
permanece en
Madrid en
casa de su
madre, desde
donde
llevaba a
los niños a
tomar el sol
al parque de
El Retiro,
como tantas
otras
madres.
Allí, era
una ávida
espectadora
de las
ocurrencias
de los
pequeñuelos,
de sus
juegos, de
sus charlas,
de sus
risas,
detalles
ingenuos que
ella iba
anotando en
unos
cuadernos
escolares.
Es aquí
donde
germina su
vocación de
escritora,
en estos
cuadernillos
escolares es
donde se
gesta Elena
Fortún, si
bien sus
publicaciones
se harán
esperar aún
unos años.
Encarna y el
mundo de la
cultura
A finales de
1919, la
familia se
instaló en
el número 19
de la calle
Ponzano, en
cuyo segundo
piso vivía
Santiago
Regidor, un
catedrático
de dibujo y
colaborador
en la
revista
semanal
Blanco y
Negro,
con el que
la familia
entabla una
estrecha
amistad.
Para
entonces,
Eusebio de
Gorbea había
escrito ya
varias obras
y, en las
tertulias
que
organizaban
en una u
otra casa,
Encarna
comienza a
conocer a
ciertas
figuras
relevantes
de la
intelectualidad
madrileña de
la época.
Por estos
años,
Encarna va a
conocer a
tres de sus
grandes
amigas,
María
Rodrigo,
María Martos
de Baeza y
María
Lejárraga de
Martínez
Sierra. Esta
última fue
quien
animaría a
Encarna a
publicar el
contenido de
todos
aquellos
cuadernillos
escritos en
El Retiro.
Además de
estas,
Encarna
había
forjado una
estrecha
amistad, que
llegaría
hasta el
final de sus
días, con la
tinerfeña
Mercedes
Hernández,
la esposa
del militar
Eduardo Díez
del Corral,
compañero y
amigo de su
marido,
familia que
inspirarían
sus
principales
personajes.
Fallecimiento
de “Bolín” y
traslado a
Tenerife
En 1920,
cuando
parecía que
Encarna
empezaba a
salir de su
ostracismo,
recibe el
golpe más
fuerte de su
vida, del
que nunca se
recuperaría:
la muerte,
con tan solo
diez años,
de su hijo
“Bolín”. Con
el nuevo
destino a
Tenerife de
Eusebio en
1922, la
vida le
ofrece a
Encarna una
tabla de
salvación,
pues podrá
estar cerca
de su amiga
Mercedes,
cuyas cartas
de apoyo y
cariño
habían sido
el
principal
soporte
desde que
murió
“Bolín”.
Los dos años
que los
Gorbea
pasaron en
Canarias
fueron para
Encarna como
un cuento de
hadas. El
contacto con
una familia
de verdad,
seria,
amable y con
tantos
miembros, el
intercambio
de
sensaciones
que ello
supuso
frente a la
soledad de
su niñez
resultó una
fuente de
inspiración,
de la que
nacerían los
principales
personajes
de sus
cuentos. Y
así,
Florinda, la
hija
Mercedes,
esa niña de
grandes ojos
claros que
nunca se
cansaba de
oír sus
cuentos, se
convertiría
en Celia, su
personaje
más famoso.
Félix, el
hermanito de
Florinda,
ese niño
bueno,
incomprendido
por los
mayores,
encarnará a
Cuchifritín,
y la hermana
de Mercedes
se
convertirá
en la tía
Cecilia.
Estos
personajes
reales
fueron la
simiente de
toda la saga
de los
Gálvez.
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Las familias De Gorbea y Díez del Corral en Tenerife (Año 1922)
En primera fila: Eduardito, Félix, Florinda, Encarna (Elena Fortún), Mercedes, Rafaelito Martín de la Escalera y la tata. En segunda fila: Cecilia, su marido, Luis de Gorbea y Eusebio. Detrás de Cecilia: Merceditas. |
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Los años en
Tenerife
solo se
vieron
ensombrecidos
por la
pérdida de
visión de un
ojo que
sufrió su
hijo Luis
como
consecuencia
de un
accidente de
escopeta;
por lo
demás, es
aquí donde
publica sus
primeros
artículos en
el periódico
La Prensa
y donde
tiene lugar
un verdadero
resurgimiento
tanto físico
como
espiritual
de la que ya
empezaba a
sentirse
escritora.
Nace la
Elena
Fortún, nace
Celia
La Encarna
que vuelve a
Madrid en
1924 es una
mujer nueva.
Ahora es una
mujer que
sabe lo que
quiere, que
parece haber
encontrado
su camino.
Enseguida,
se gana la
amistad de
ese grupo de
mujeres
cultas e
inteligentes
que
constituían
la
asociación
Mujeres
Amigas de
los Ciegos,
por cuya
mediación es
nombrada
secretaria y
donde
estudia
Braille para
poder ayudar
con más
eficiencia a
los miembros
de la misma.
Entra a
formar parte
de la
Sociedad
Teosófica de
Madrid y,
para
completar su
formación,
estudia
Biblioteconomía
en el
Instituto
Internacional
de Boston en
Madrid.
También, fue
miembro del
Lyceum Club,
la primera
asociación
femenina
para la
defensa de
los derechos
de la mujer,
entre cuyas
integrantes
se
encontraban
María de
Maeztu,
Zenobia
Camprubí y
Victoria
Kent, entre
otras.
Los primeros
trabajos
literarios
firmados por
Elena
Fortún,
aparecen
como
colaboraciones
periodísticas
en la
revista
La Moda
Práctica.
Posteriormente,
y a través
de su
círculo de
amigas,
conoció a
Torcuato
Luca de
Tena,
director de
ABC,
y, a partir
de aquí,
comienzan
sus
publicaciones
en Gente
Menuda,
suplemento
infantil del
dominical
Blanco y
Negro.
Aunque al
principio
escribía con
diferentes
pseudónimos,
pronto
adoptaría el
que la haría
famosa,
Elena
Fortún,
sacado del
título de la
novela de su
marido,
Los mil años
de Elena
Fortún,
publicada en
1922.
La primera
colaboración
data del 24
de junio de
1928,
Celia dice,
que comienza
así:
«Celia ha cumplido
siete años.
La edad de
la razón.
Así lo dicen
el Catecismo
y las
personas
mayores.
Celia es
rubia; tiene
el cabello
de ese rubio
tostado que,
con los
años, va
obscureciéndose
hasta
parecer
negro. Tiene
los ojos
claros y la
boca grande.
Es guapa.
Mamá se lo
ha dicho a
papá en
secreto,
pero ella lo
ha oído.
[…]».
Había
nacido, en
Blanco y
Negro,
la serie:
Celia, lo
que dice,
pequeñas
escenas
dialogadas
de la niña
Celia Gálvez
de
Montalbán,
que, con una
imaginación
desbordante,
rodeada de
unos adultos
a los que no
comprende,
discurre sus
días por los
cauces
propios de
la burguesía
del Madrid
de los años
20,
diálogos,
que luego se
incluirán
como
capítulos en
sus libros.
El éxito no
se hizo
esperar, y
de una
manera
puntual,
cada domingo
aparecen las
colaboraciones
de Elena
Fortún. De
junio a
diciembre de
1928,
publicó
diecinueve
artículos,
de los
cuales
cuatro
fueron
cuentos.
Casi al
mismo
tiempo, la
escritora
colabora en
Cosmópolis,
Crónica,
Estampa,
Semana,
Macaco,
El Perro,
El Ratón
y el Gato
y otros.
La Editorial
Aguilar
adquirió los
derechos de
publicación
de los
libros de
Celia, cuya
serie «Celia
y su Mundo»
estará
formada por
once
títulos, los
seis
primeros
sacados de
sus
publicaciones
semanales en
Gente
Menuda.
El primero
que se
publica es
Celia, lo
que dice
(1929), al
que siguen
Celia en
el colegio
(1932),
Celia
novelista
y Celia
en el mundo
(1934),
conforme la
escritora va
publicando
anticipos en
Gente
Menuda.
Luego,
continuará
con la
serie, con
la
protagonista
Celia, que
va a ir
creciendo y
madurando en
la ficción.
Para la
feria del
libro de
1935, se
había
comprometido
a entregar
cuatro
libros,
Celia y sus
amigos,
con
ilustraciones
de Gory
Muñoz;
Cuchifritín,
el hermano
de Celia,
el primero
de
Cuchifritín,
que estaba
dedicado a
Félix, el
niño que lo
inspiró;
El bazar de
todas las
cosas y
uno de
comedias
infantiles,
Teatro
para niños.
Las
ganancias de
esta feria
sirvieron
para cubrir
los gastos
de la boda
de su hijo
Luis, que,
tras acabar
la carrera
de Derecho y
aprobar las
oposiciones
a Inspector
del Estado
de
Ferrocarriles,
contrae
matrimonio
con Ana
María, una
joven suiza,
y se
establece en
Albacete.
En lo que
queda de
1935,
aparecen dos
títulos más
de
Cuchifritín,
Cuchifritín
y sus primos
y
Cuchifritín
en casa del
abuelo.
En 1936
aparece
Cuchifritín
y Paquito,
que completa
los cuatro
títulos de
la serie de
Cuchifritín.
Sobre
Matonkikí
publicó dos
títulos:
Matonkikí y
sus hermanas
y Las
travesuras
de Matonkikí,
que también
aparecen
1936.
En 1934,
publica
también,
junto a
María
Rodrigo,
Canciones
Infantiles,
donde, según
declara en
el prologo,
trata de
recuperar
las bellas
canciones
infantiles,
próximas a
perderse
para
siempre.
Además de
este ingente
trabajo,
dirigía un
consultorio
«La
Quiromancia
al alcance
de todos»,
en la
revista
Crónica
(1935).
1936. La
Guerra
Civil:
«Celia y la
revolución»
Cuando la
serie
dedicada al
personaje
Matonkikí
aparecía en
las páginas
de Gente
Menuda,
el 18 de
julio de
1936
interrumpió
esta
publicación.
El día
anterior, el
general
Franco, en
connivencia
con otros
altos mando
del Ejército
de la
península,
había
sublevado
desde las
Canarias al
Ejército del
Norte de
África en
contra del
Gobierno de
la II
República.
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El contacto con la familia Díez del Corral supuso para Encarna una fuente de inspiración, de la que nacerían los principales personajes de sus cuentos. En la foto, Florinda, la hija Mercedes, esa niña de grandes ojos claros que nunca se cansaba de oír sus cuentos, se convertiría en Celia, su personaje más famoso. |
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Elena
Fortún, sin
pertenecer a
ningún
partido
político,
luchó por
mejorar las
condiciones
de la mujer
desde el
Lyceum Club2
y creyó en
la Republica
porque
confiaba en
que
potenciaría
el papel de
la mujer y
de la
educación.
Eusebio de
Gorbea, que
ya estaba
retirado,
pidió la
vuelta al
servicio
activo y le
concedieron
la dirección
de la
Escuela de
Automovilismo
de Aviación
de
Barcelona.
Con su hijo
Luis
destinado en
Albacete y
Eusebio en
Barcelona,
Elena se
encontraba
sola en
Madrid y
continuó su
colaboración
con la
revista
Crónica.
Pero la
autora no
podía
asistir
impasible a
los horrores
de la guerra
y decide
dedicar todo
su empeño
personal a
los niños
como
víctimas más
desprotegidas.
Así, el 16
de agosto de
1936,
escribía un
artículo
sobre los
hijos de los
que luchaban
en el
frente,
titulado «Un
albergue de
niños en la
escuela
plurilingüe»,
en el que se
hacía eco
del
llamamiento
del
Ayuntamiento
de Chamartín3
para acoger
a los hijos
de cientos
de familias
obreras que,
tras semanas
de
enfrentamientos,
ya no tenían
alimentos.
La
evacuación y
asistencia a
los pequeños
queda
reflejada en
el artículo
titulado
«Mujeres y
niños», de
18 de
octubre de
1936,
referente a
las víctimas
inocentes de
la guerra.
Entre tanta
tragedia
humana, no
se olvida de
los animales
domésticos,
y así lo
refleja en
su artículo
«Pequeños
dramas al
margen de la
gran
tragedia»
(1937), pues
aparecían
perros,
gatos,
canarios,
abandonados
por las
calles. Pero
la locura
adulta de la
guerra, la
pone de
manifiesto
Elena a
través de
los ojos de
Celia en una
primera
redacción de
Celia y
la
Revolución,
en la que su
visión de
los
desastres de
la guerra
cobra tintes
dramáticos4.
En 1938,
Elena
empieza a
pasar por
dificultades
económicas y
contacta con
varios
editores a
quienes
comenta su
necesidad de
escribir
como medio
de
subsistencia.
Su solicitud
de ayuda
halla eco de
inmediato.
Manuel
Aguilar,
director de
la Editorial
Aguilar, le
demandaba
más libros
de Celia,
sabiendo que
ya tenían el
mercado
hecho, a
cuya labor
se entre la
escritora.
Trabaja
también como
corresponsal
de
Crónica,
por lo que
viaja con
frecuencia a
Valencia y,
desde allí,
aprovecha la
proximidad
geográfica
para
desplazarse
hasta
Albacete y
visitar a su
hijo y a su
nuera. En
una de estas
visitas pudo
comprobar el
gran riesgo
que corría
Luis si no
abandonaba
pronto esta
ciudad, de
forma que,
haciendo uso
de sus
influencias,
consiguió
que fuera
destinado a
la sección
de Europa
del
Ministerio
del Estado
en
Barcelona.
Allí estaría
ella para
recibirles,
además de su
padre.
A comienzos
de 1939,
residiendo
ya en
Barcelona,
una nueva
obra sale de
su pluma,
Celia
madrecita,
pero, al
desplazarse
ella a
Madrid para
entregarla
personalmente
a la
editorial,
el ejército
de Franco
logra rodear
la capital
del país y
apoderarse
de
Barcelona:
Elena queda
aislada y
separada de
sus seres
más
queridos.
Luis y Ana
María
salieron
para
Perpiñán y
Eusebio
atravesó los
Pirineos a
pie con sus
soldados, y
es internado
en el campo
de
refugiados
de Le Boulou,
de donde es
liberado por
el Gobierno
francés,
gracias a la
solvencia de
los padres
de su nuera.
Primero
estuvo en
París y
luego en
Suiza.
Elena se
hallaba sola
en Madrid y
ansiaba
trasladarse
al lado de
su familia.
Pero, por un
lado, las
infidelidades
de Eusebio
en Suiza y,
por otro, la
presión del
editor, que
no quería
dejarla
marchar, la
hicieron
dudar. Al
final,
decide
marcharse.
El 18 de
marzo de
1939,
embarca en
Valencia en
un viejo
barco de
cabotaje con
dirección a
Francia. Una
terrible
tormenta
deja el
barco a la
deriva,
sufriendo
todo tipo de
calamidades,
hasta que
son
remolcados
por un barco
inglés hasta
Italia.
Desde allí,
los
pasajeros
son
trasladados
al puerto
francés de
Sète y
acogidos por
voluntarios,
hasta que, a
los pocos
días, se
reúne con su
marido en
París.
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|
|
Elena Fortún, fotografiada al dorso de una de las primeras páginas de su libro Celia, institutriz en América, publicado en el número 266 de la colección 'Crisol' de la Editorial Aguilar en 1960. |
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|
El exilio:
«Celia,
institutriz
en América»
Su hijo Luis
y su nuera
deciden por
abandonar
Europa y
trasladarse
a Nueva
York. Por su
parte, los
consuegros
suizos, de
buena
posición
social,
ofrecieron
su ayuda a
Elena y su
marido, pero
estos
llegaron a
la
conclusión
de que era
mejor
marcharse a
Buenos
Aires, donde
tantos
amigos se
habían
instalado
ya. Y así, el 19 de
octubre de
1939, el
matrimonio
embarca en
el puerto de
La Rochelle-Palisse,
en la zona
central del
litoral
atlántico
francés, a
bordo del
Massilia,
buque de
bandera
francesa,
junto a
otros 147
españoles
republicanos.
El primer
destino
debía ser
irremediablemente
Santiago de
Chile, pues,
aunque en
los primeros
momentos el
gobierno
argentino
permitía la
entrada de
refugiados
políticos,
al
percatarse
de que se
trataba de
una
inmigración
masiva,
impuso
severas
medidas
restrictivas.
El Massilia
atracó el 5
de noviembre
de 1939 en
Buenos
Aires, pero
carecían de
permiso para
desembarcar,
por lo que
de allí
debían ser
trasladados
en tren a
Santiago de
Chile.
Gracias a la
ayuda
providencial
del
intelectual
uruguayo
Natalio
Botana,
director del
diario
bonaerense
Crítica,
que puso una
elevada suma
de dinero al
servicio de
los
refugiados
españoles,
consiguió,
tras muchas
negociaciones,
el permiso
gubernamental
para el
desembarco y
asentamiento
en Argentina
de los
españoles
exiliados.
El primer
trabajo
remunerado
que tiene
Elena Fortún
en Buenos
Aires
consiste en
unas
colaboraciones
semanales en
el diario
Crítica,
que trataban
sobre los
conquistadores
y fundadores
de América.
De 1943 data
el borrador
de su libro
Celia y
la
revolución,
que Elena
había
escrito en
Madrid
durante la
Guerra Civil
y que
permanecerá
inédito
hasta
finales de
la década de
los ochenta.
Posteriormente,
trabaja en
el Registro
Civil. El 10
de agosto de
1945
renuncia a
su trabajo
en el
Registro,
para
trabajar en
la
Biblioteca
Municipal,
labor que
compagina
con la de
contar
cuentos a
los niños de
las otras
bibliotecas.
Tenía un
sueldo
digno.
Eusebio no
corrió la
misma suerte
y se dedicó
a trabajar
como
traductor de
francés.
Al
principio,
se sentía
desconcertada
en la
sociedad
argentina,
no lograba
acomodarse a
su nuevo
lugar de
residencia,
pero cuando
la Editorial
Aguilar
abrió casa
en
Argentina,
Elena se
sintió más
arropada. En
1944,
publica
Celia,
institutriz
en América.
El texto
está
enmarcado en
las
dificultades
del cambio
de vida:
Celia, hija
de un
militar
republicano,
acompaña a
su padre en
su huida, y
está
exiliada en
Argentina,
donde debe
ganarse la
vida
trabajando
de
institutriz
de dos niñas
ricas. La
censura del
régimen
franquista
prohibió la
publicación
de la obra
en España.
En Buenos
Aires, Elena
conoce a una
mujer que va
a influir
profundamente
en ella. Se
llama Inés
Field5,
una maestra
de gran
religiosidad,
que
despierta en
nuestra
escritora
una suerte
de
“renacimiento
espiritual”
que la lleva
a abrazar
una religión
más
auténtica y
más pura,
muy
diferente de
la que
conoció en
España. De
esta época
es el
Cuaderno de
Celia.
(Primera
Comunión),
escrito en
1947 durante
una estancia
en los
Estados
Unidos de
visita a su
hijo Luis,
pero
publicado en
Madrid. El
libro trata
de la
primera
comunión de
la niña.
Este mismo
año, el
Instituto
Cultural
Joaquín
González
publica
El arte de
contar
cuentos a
los niños.
Fin del
exilio
Elena,
convencida
de que el
nuevo
régimen nada
podía
achacarles,
ni a ella ni
a su esposo,
por carecer
ambos de
filiación
política
manifiesta
por ningún
partido,
deciden
regresar a
España.
Primero, en
abril de
1948,
embarca ella
sola con el
objetivo de
gestionar el
regreso de
Eusebio. El
marido se
queda en
Buenos Aires
aguardándola.
Ya en
Madrid, el
17 de
noviembre,
recibe la
tan esperada
contestación
del Tribunal
Militar de
que Eusebio
ha sido
amnistiado y
se le ha
reconocido
su antiguo
empleo y
sueldo de
comandante.
La noticia
les llena de
alegría y, a
través de
cartas en
uno y otro
sentido,
comienzan
los
preparativos
para la
vuelta.
A pesar de
estas
alegrías, el
reencuentro
con el
Madrid del
momento fue
desgarrador.
Los amigos,
la casa, el
ambiente,
todo había
cambiado y
ella no
había sido
participe de
ese cambio.
En estos
momentos de
reencuentros,
de alegrías
y nostalgias
en Madrid,
Elena pasa
por un gran
dolor, al
recibir
la terrible
noticia de
que Eusebio
se había
suicidado en
Buenos Aires
el 18 de
diciembre.
Ni ella ni
su hijo
podrán
apartar
jamás de sus
respectivas
vidas un
gran
sentimiento
de culpa;
ella por
haberlo
dejado solo
tan lejos y
Luis por
haber
escrito a su
padre unas
cartas
humillantes
y vejatorias
en las que
le instaba a
no volver, a
ser un
hombre, un
auténtico
militar
republicano,
a no olvidar
las
humillaciones
inferidas
por los que
ahora
gobernaban
España.
En 1949,
Elena
regresa otra
vez a
Argentina
para
solucionar
la cuestión
testamentaria.
Cuando llega
a Buenos
Aires,
recibe el
encargo de
terminar
tres libros
para
Aguilar,
La hermana
de Celia (Mila
y Piolín);
Mila, Piolín
y el burro
y Celia
se casa.
(Cuenta Mila),
que ven la
luz ese
mismo año.
Elena, en
Nueva York
Entretanto,
su hijo no
ceja en su
insistencia
de que debía
abandonar
definitivamente
España y
trasladar su
residencia a
Estados
Unidos para
vivir con
ellos, para
vivir junto
a su única
familia. En
noviembre de
1949,
embarca
desde Buenos
Aires rumbo
a Nueva
York, pero
la estancia
junto a su
hijo duraría
tan solo
seis meses.
Desde las
primeras
semanas pudo
comprobar
fehacientemente
que su
presencia
molestaba a
su nuera, e
incluso a su
propio hijo,
que estaba
lleno de
rencor y
prejuicios
hacia todo
lo que le
recordara a
España;
además,
aquel
abigarrado
ambiente
cosmopolita
neoyorkino
no estaba en
consonancia
con su
estado de
ánimo,
bastante
apesadumbrado
a sus años.
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Monolito de piedra dedicado a la memoria de Elena Fortún, obra del escultor José Planes, por iniciativa de Círculo de Bellas Artes y sufragado por suscripción popular, inaugurado el 17 de junio de 1957 en el Parque del Oeste de Madrid. |
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Desde Nueva
York, envía
los dos
capítulos
que le
faltaban
para
completar
Celia se
casa y
comenzó la
segunda
parte de
Mila y
Piolín.
Elena planea
la vuelta a
España como
una
liberación,
pero esta
vez no
quiere
regresar a
Madrid, su
ciudad.
Madrid
guarda para
ella
demasiados
recuerdos,
demasiado
dolor. Se
instalará en
Barcelona.
Y, el 28 de
mayo de
1950,
después de
un viaje
agotador
desde
Estados
Unidos,
desembarca
en Barcelona
y se instala
en el número
91 de la
calle Roger
de Lauria,
en una
habitación
alquilada
pero limpia
y elegante,
donde vuelve
a sentirse
libre.
Comienza a
escribir
Celia y
Miguelín.
Mientras, en
Buenos Aires
sale a la
luz otra de
sus
creaciones,
San
Martín,
niño. (La
infancia
imaginaria
del
libertador).
Su situación
económica
mejora.
Publica
Los cuentos
que Celia
cuenta a las
niñas y
Los
cuentos que
Celia cuenta
a los niños,
ambos en
1950.
Además, su
libro, el
que
lamentablemente
va a ser su
último
libro,
Patita y
Mila,
estudiantes,
publicado
también ese
año, resulta
un éxito
rotundo.
Pero su
salud,
afectada de
hace un
tiempo por
una afección
pulmonar, se
resiente.
Ingresa en
el sanatorio
Puig D’Olena,
en la
provincia de
Barcelona,
donde tan
solo logra
alargar su
aliento
durante muy
poco tiempo.
Ya, en la
última fase
de su
enfermedad,
se traslada
a Madrid, a
su Madrid, a
la Clínica
de Santa
Justa, donde
fallece el 8
de mayo de
1952. Tenía
66 años. Su
hijo no
estuvo
presente en
el entierro.
El 17 de
junio de
1957 se
inauguró en
Madrid, en
el Parque
del Oeste,
un monolito
de piedra,
obra del
escultor
José Planes,
por
iniciativa
de Círculo
de Bellas
Artes y
sufragado
por
suscripción
popular,
dedicado a
la memoria
de
Encarnación
Aragoneses,
más conocida
como Elena
Fortún.
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NOTAS
1.
En las
publicaciones
de Carmen
Bravo-Villasante
se dice que
Encarnación
Aragoneses
era
licenciada
en Filosofía
y Letras.
Sin embargo,
en la
biografía
que sobre
ella escribe
Marisol
Dorao se
afirma que
carecía de
formación
universitaria.
Consultados
los archivos
de la
Universidad
Complutense,
así como los
de la
Facultad de
Filología,
se ha
constatado
que no
existe
constancia
alguna de
que hubiese
estado
matriculada
en dicha
Universidad.
2.
El nuevo
régimen
establecido
por Franco
incautaría
los locales
del Lyceum
Club
femenino
para
convertirlos
poco después
en la sede
del Circulo
Medina,
lugar de
reunión de
la Sección
Femenina de
Falange
Española.
3.
Ayuntamiento
de Chamartín.
Se refiere
al
Ayuntamiento
de Chamartín
de la Rosa,
que se
hallaba
donde
actualmente
se encuentra
el distrito
de Chamartín
y que fue
absorbido
por el
Ayuntamiento
de Madrid.
4.
«Celia
y la
revolución» se publica en 1987 por la Editorial
Aguilar en
1987, en la
colección
«Celia y su
mundo», con
ilustraciones
de Asun
Balzola.
Tiene 300
páginas y
XXVIII
capítulos.
En el
prólogo,
Marisol
Dorao
manifiesta
haber
obtenido el
manuscrito
de manos de
la nuera, ya
viuda de
Luis, hijo
de Elena
Fortún, que
reside en EE
UU. El
manuscrito
estaba a
lápiz y sin
corregir,
por lo que
la profesora
Marisol
Dorao tuvo
que
interpretar
algunas
palabras y
corregir
puntuación.
5.
Las cartas
de Inés
Field han
sido
fundamentales
a la hora de
conocer los
años que
Elena Fortún
vivió en el
exilio.
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