ecir Roberto
González
Vázquez es
referirse al
vocalista y
líder de
Tabletom,
aquella
mítica banda
malagueña
nacida en la
década de
los setenta,
grupo de
culto que
supo
sobreponerse
a las modas,
a los
dictámenes
del mercado
musical y al
devenir de
los años.
Rockberto,
como era
conocido por
sus
seguidores,
era un alma
libre de
aspecto
alborotado,
una mente
creativa,
calificado
como artista
por grandes
figuras
consagradas
de la
música.
Firme
defensor de
la anarquía
que vivió su
vida, jamás
le dio valor
al dinero,
pues la
libertad era
su mayor
tesoro. Era
un personaje
imprevisible,
con gran
sentido del
ritmo y de
la métrica,
con un
talento
innato para
el flamenco
o el blue,
alguien que
llenaba los
escenarios
con su
personalidad
única e
inconfundible.
Su voz
rasgada y
aspecto
descuidado,
unidos a las
perfectas
armonías
compuestas
por músicos
de
conservatorio,
lograron
combinar a
la
perfección
lo popular
con lo
culto,
convirtiéndose
en uno de
los grandes
iconos de la
música
moderna
malagueña.
Se
calificaba a
sí mismo
como «un
poeta que no
sabe
escribir y
un músico
que no sabe
de música».
Su carisma
consiguió
que la gente
lo adorara,
que todos lo
respetaran y
que varias
generaciones
de
malagueños
lo recuerden
como una de
las grandes
señas de
identidad de
la cultura
popular de
su tierra.
Este texto
trata de dar
a conocer la
figura de un
cantante
malagueño
apreciado
por muchos,
pero, a la
vez,
desconocido
por otros
muchos; se
pretende
honrar a una
persona que
homenajeaba
a su ciudad
siempre que
tenía
oportunidad.
En la
páginas que
siguen vamos
a
reencontrarnos,
pues, con
Roberto
González
Vázquez,
figura de la
más alta
alcurnia
callejera y
subterránea,
rey del rock
malagueño
disfrazado
de mendigo,
filósofo de
plazas y
tabernas;
personaje
querido y
entrañable
que se fue
de este
mundo, pero
no de
nuestro
recuerdo.
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Roberto (en el centro) con los demás componentes del «Royal Group» (1967). |
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Infancia y
juventud
Roberto
González
Vázquez,
hijo de
Dolores,
nacía el 20
de febrero
de 1951, a
pesar de que
él siempre
insistiera
en que el
día que
llegó al
mundo fue un
17 de aquel
mismo mes.
Fue en calle
Cotrina,
cercana a
calle
Mármoles,
lugar donde
lindan dos
de los
barrios más
populares de
Málaga, la
Trinidad y
el Perchel,
zona de
pescadores,
de
flamencos,
de gente
humilde;
calles por
las que
pasaron
grandes
personajes
populares
como ‘El
Piyayo’, ‘La
Repompa’ o
el escultor
Juan Vargas,
entre otros
muchos
artistas.
Como cantara
años más
tarde,
Roberto
pasaría sus
primeros
años de
chavea
corriendo y
jugando en
el río
Guadalmedina,
comiendo pan
de higo y
floreciendo
en las
aceras
frente al
‘cuartel de
Natera’.
Sus primeros
pinitos en
la música
Desde muy
pequeño,
dejaría de
interesarse
por los
estudios
para hacer
lo que
siempre
quiso y
tomar la
dirección
que marcaría
el resto de
su vida: el
camino de la
música.
Durante su
época de
quinceañero
conoció a su
amigo José,
con el que
compartiría
intereses e
inquietudes
musicales y
con el que
arrancará
los primeros
acordes a su
guitarra,
tras largos
ensayos en
casa de Loli,
madre del
Roberto, que
por aquel
entonces
regentaba
una pensión
en la
explanada de
Hoyos de
Espartero.
La joven
promesa
estaba
expuesta a
todo tipo de
influencias
musicales.
Se empapaba
de las
canciones de
grupos como
The
Beatles,
The
Animals,
The Kinks
o Manfred
Mann,
que le
ayudarían a
formar un
gusto
musical en
el que
confluirían
tanto
sonidos
eléctricos
como el arte
más flamenco
de su
entorno.
Empezó en
esta época a
cultivar su
gran idilio
con la
música, la
más fiel
compañera
que tuvo,
aquella que
nunca lo
abandonó aun
en los
peores
momentos de
su vida.
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En esta imagen, Roberto (guitarra) con los componentes de «Los Jone's» (1968). |
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Roberto
pronto se
une con
varios
amigos para
versionar
canciones de
los grupos
más famosos
de la época
y crear la
primera
banda de
rock de la
que formara
parte,
Los Cúcanos.
Este nombre,
ocurrencia
de nuestro
protagonista,
hacía
alusión a
que los
chicos
tocaran en
el local de
ensayo y con
los
instrumentos
de otro
grupo
(Los Robots),
cual cuco
que guarda
su huevo en
el nido de
otra ave.
Pero el
hecho de
compartir
instrumentos
y local, más
que
enfrentar a
los grupos,
hizo que se
unieran en
uno nuevo,
en 1967,
llamado
Royal Group.
Un año más
tarde,
Roberto y su
amigo de la
infancia
José Víctor
Otero
pasarían a
formar parte
de Los
Jone’s,
donde
cantara
acompañado
de una
guitarra;
grupo que
llegaría a
actuar en
escenarios
como la
plaza de
toros de La
Malagueta,
la Feria de
Málaga, en
clubes,
hoteles,
tabernas e
incluso en
el
restaurante
Port du
Peche de
Casablanca,
en
Marruecos, a
pesar de la
minoría de
edad de los
chicos, que
solo
pudieron
salir del
país bajo el
previo
consentimiento
firmado de
sus
progenitores.
Entrada ya
la década de
los setenta,
y tras vivir
un tiempo en
Francia
junto a su
familia,
Roberto pasa
a formar
parte de un
nuevo
conjunto
musical,
Fresa y Nata,
acompañado
por Manuel
Sierra,
Julio y
Enrique
García (hoy
día, este
último, uno
de los
mejores
lutieres de
guitarras en
la provincia
de Málaga).
En 1972 creó
el grupo
Sabor Band
para tocar
exclusivamente
en el Dining
Room del
hotel
Holiday Inn
de Málaga,
donde
amenizaban
cenas con
vestimentas
de mariachis
e incluso
con atuendos
propios del
estilo
country
del sur de
Estados
Unidos.
En esa misma
época,
Roberto
trabaja
durante un
año en una
sucursal
bancaria en
Torremolinos,
su único
empleo
conocido,
siguiendo
los consejos
de su madre,
que siempre
le sugería
buscar un
trabajo
bueno y
“normal”.
Pero esta
etapa no
duró
demasiado,
pues el
estilo de
vida de
papeles y
oficina no
casaba con
los
intereses y
peculiar
manera de
ver el mundo
del joven
artista.
Según el
propio
cantante,
esta etapa
de su vida
fue la
causante de
su tremenda
aversión por
el dinero,
la cual
llegó a
durar hasta
sus últimos
días de
vida.
Paralelamente,
Roberto
conoce a
Reijki, una
joven
holandesa de
la que queda
tan prendado
que llegó a
casarse con
ella ese
mismo año y
con la que
decide hacer
las maletas
hacia el
país de los
tulipanes,
donde
recorre
calles y
bares
cantando,
acompañado
por su
guitarra.
Pero la
relación no
termina por
cuajar y
nuestro
protagonista
decide
volver a la
tierra que
le vio
nacer.
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Roberto y los hermanos Ramírez. El proyecto que más tarde acabaría conociéndose con el nombre de «Tabletom» comienza a gestarse. |
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Los
comienzos de
Tabletom
En 1975,
Roberto,
afincado ya
en Estepona,
acude a la
llamada de
un grupo de
gibraltareños
que buscaba
vocalista y
realiza una
prueba que
sorprendió
gratamente a
los allí
presentes
cuando
arrancó a
cantar. Este
grupo se
dedicaba a
tocar todos
los veranos
en un
camping
de Manilva,
Málaga, bajo
el nombre de
The Glass
World
Creation.
Es aquí
cuando
conoce a
Pedro
Ramírez
Maestre,
“Perico”,
gran
guitarrista
y,
actualmente,
profesor
del
conservatorio
profesional
de Málaga,
que, en
aquel
entonces,
contaba con
tan solo
quince años.
Pedro era
hermano de
José,
virtuoso
flautista,
también
profesor de
conservatorio,
el cual se
uniría con
posterioridad
a ellos,
además de
colaborar
con artistas
de renombre,
para empezar
a fraguar el
proyecto que
más tarde
acabaría
conociéndose
con el
nombre de
Tabletom.
En 1976,
estos y
otros
músicos de
gran talento
vivieron
durante un
tiempo en
una especie
de comuna
hippy,
en
Campanillas,
donde
tuvieron
lugar
agradables
anécdotas y
por la que
pasaron
artistas
como el gran
Camarón de
la Isla, el
cual mantuvo
una estrecha
relación con
los
componentes
de
Tabletom
durante
buena parte
de su
trayectoria
musical.
Este
engranaje de
músicos tuvo
una clara
influencia
del
sonido
Canterbury,
caracterizado
por la
incorporación
del jazz y
la
improvisación,
por el
equilibrio
entre
sonidos
británicos y
bluseros,
sin dejar de
lado,
además, el
rock
progresivo y
las raíces
andaluzas de
todos los
allí
presentes.
Fue esta,
según sus
allegados,
una época de
plena
creatividad
para
Roberto, en
la que no
dejaba de
narrar
historia, de
reír y
disfrutar de
la vida.
‘Rockberto’
y
Tabletom:
historias
paralelas
A finales de
los setenta
y entrando
en la década
de los
ochenta,
tras varias
formaciones,
el grupo
Tabletom
se consolida
con el
nacimiento
de su primer
trabajo,
«Mezclalina»,
que ve la
luz en 1980,
gracias a la
producción
de Ricardo
Pachón,
editor de
grandes
artistas
como Manuel
Molina, Lole
y Manuel, la
Familia
Montoya,
Kiko Veneno
o Pata
Negra, entre
otros
muchos.
También, uno
de los
grandes
artífices de
«La Leyenda
del Tiempo»,
con la que
Camarón de
la Isla
llega a
romper los
moldes de la
ortodoxia
flamenca en
1979.
El propio
Pachón
cuenta que
en momento
alguno llegó
a variar un
ápice la
esencia del
grupo
malagueño,
grabando su
música tal
como estaba
compuesta
originariamente,
sin hacer
arreglos
rítmicos o
armónicos y
respetando
plenamente
su
idiosincrasia,
como ellos
desearon.
Fueron
tiempos en
los que
compartieron
carteles con
artistas
como María
Jiménez,
Alameda, el
sevillano
Silvio o
Camarón de
la Isla,
llenando
plazas de
toros y
auditorios
con
audiencias
de miles de
personas que
enloquecían
con las
letras
improvisadas
de Roberto,
con las que
calaba hondo
el ánimo del
auditorio
allí donde
iba.
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Con «Tabletom» llega la popularidad y la fama». Fueron momentos de alegría, de desmadres y excesos, «un sueño que tienes y se cumple», según el propio Roberto, que por primera vez se hospeda en hoteles de cinco estrellas, donde, precisamente, hubo de afrontar algún que otro problema para entrar debido a su descuidado aspecto. |
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El grupo
malagueño
participa, a
principios
de los
ochenta, en
la Fiesta de
la
Autonomía,
también
conocida
como la gira
histórica,
recorrido
que hizo por
toda
Andalucía el
entonces
presidente
de la Junta,
Rafael
Escuredo,
para
promover la
participación
y el voto a
favor de la
autonomía
andaluza,
acompañado
de un
plantel de
artistas de
primer nivel
que se movía
en la
vanguardia
musical.
Para Roberto
y los
hermanos
Ramírez,
esta gira
supuso la
primera toma
de contacto
con el gran
público,
bajo
colosales
montajes de
luz y sonido
capaces de
impresionar
a los
propios
músicos.
Fueron
momentos de
alegría, de
desmadres y
excesos, «un
sueño que
tienes y se
cumple»,
según el
propio
Roberto, que
por primera
vez se
hospeda en
hoteles de
cinco
estrellas,
donde,
precisamente,
hubo de
afrontar
algún que
otro
problema
para entrar
debido a su
descuidado
aspecto. Es
también el
momento de
su vida en
el que
Roberto
empieza a
cobrar a
diario por
su música, a
relacionarse
con grandes
personalidades
de la
música, a
vivir un
enriquecedor
intercambio
artístico
que lo
marcaría
para
siempre.
Los expertos
musicales de
la época no
tardaron en
encasillar a
Tabletom
dentro del
movimiento
musical
conocido
como «rock
andaluz»,
muy de moda
en aquellos
años con la
irrupción de
grupos como
Medina
Azahara,
Triana o
Smash,
aunque ellos
mismos
siempre
procuraron
quitarse esa
etiqueta y
se
definieron
como un
grupo de
fusión en el
que se
mezclaba una
gran
variedad de
estilos
musicales,
apoyados por
letras
inverosímiles
y muy
malagueñas.
Pero
mantenerse
fiel a estas
características
y permanecer
al margen de
las
directrices
de la
mercadotecnia
musical,
hizo que la
banda
quedara
desahuciada
de la
compañía
discográfica
RCA, una de
las más
importantes
de la época
en nuestro
país, cuando
esta se negó
a seguir
promocionándola,
lo cual
generó
grandes
dificultades
a los
malagueños
para
promocionarse
y, poco a
poco,
acabaron por
convertirse
en un grupo
casi
olvidado más
allá de los
límites de
la ciudad
malacitana,
aunque muy
querido
dentro de
ella gracias
al boca a
boca de sus
seguidores.
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Los expertos
musicales de
la época no
tardaron en
encasillar a
«Tabletom» dentro del movimiento musical conocido como «rock andaluz», muy de moda a finales de los 70 y a lo largo de los 80. |
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|
Un periodo
de sombras
Tabletom
experimenta
entonces un
período de
sombras ante
las
dificultades
para dar a
conocer su
música, de
ahí que su
bajista
decidiera
abandonar el
conjunto en
busca de
mejor
suerte,
motivo por
el cual la
banda decide
separarse en
1985 para
reagruparse
en otra
llamada
Rockberto y
los castigos,
compuesta
por los
hermanos
Ramírez y
Roberto
González,
que no acabó
por
fructificar
en lo
musical.
Fue entonces
cuando los
componentes
de la banda
empiezan a
sentirse
incomprendidos
por una
industria
discográfica
que no sabía
apostar por
la fusión de
estilos y
gran
personalidad
de la
formación,
la cual no
supo ni
quiso
adaptarse a
las
tendencias
musicales de
aquellos
años,
marcados por
el auge del
rock andaluz
o la movida
madrileña.
Esta
tendencia
negativa
hizo que
muchos
vaticinaran
el fin
definitivo
de
Tabletom.
Sin embargo,
la situación
no se
prolongaría
mucho tiempo
y, en 1990,
los hermanos
Ramírez y
Rockberto
volvían a
reunirse
para
emprender
una nueva
etapa en la
que la
discográfica
Nuevos
Medios, del
fallecido
Mario
Pacheco,
apuesta por
ellos y
edita dos
nuevos
discos,
«Inoxidable»
y «La Parte
Chunga», que
los
devuelven al
panorama
musical y
hacen que el
grupo
malacitano
emprenda la
gira Rock
Andaluz con
«Ayer y
hoy», un
espectáculo
creado para
la
conmemoración
de la Expo
de Sevilla
de 1992, que
se paseó por
las ocho
provincias
andaluzas y
en el que
participaron
varias de
las
agrupaciones
musicales
más señeras
y
representativas
de la música
moderna
hecha en
Andalucía.
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Para Roberto y los hermanos Ramírez, esta gira supuso la primera toma de contacto con el gran público, bajo colosales montajes de luz y sonido capaces de impresionar a los propios músicos. |
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En 1996, la
banda de
rock
extremeña
Extremoduro,
en su disco
«Agila»,
versiona «Me
estoy
quitando»,
una de las
canciones
más
populares de
Tabletom,
logrando que
el grupo
malagueño
experimente
el mayor
éxito
comercial de
su
trayectoria
musical,
gracias a
los derechos
de autor
generados
por esta.
Roberto y su
gran amigo
Salvi
Laporte
escriben la
canción como
homenaje a
Camarón de
la Isla, con
letra
inspirada en
las
confesiones
que el mismo
cantaor
sevillano
hiciera
sobre sus
vicios,
iniciativa
que alcanza
un notable
éxito y
propicia que
los
malagueños
empiecen a
ser
conocidos
más allá de
las tierras
andaluzas.
Dos años más
tarde, sale
a la luz el
disco
«Vivitos y
coleando»,
en el que
colaboran
con el
guitarrista
Raimundo
Amador o los
malagueños
Javier Ojeda
y Lito.
Tabletom,
con Roberto
a la cabeza,
pasa con
éxito el
umbral del
siglo XXI.
En 2002,
edita el
disco «7000
Kilos», con
la
colaboración
de varias
figuras del
rock español
y realiza
una gira a
nivel
nacional
(Madrid,
Bilbao,
Barcelona,
Valencia…),
además de
sonar en
todas las
radios del
país. En
2004, graban
su primer
disco
recopilatorio
en formato
libro-disco
con los
temas más
representativos
del grupo.
Cuatro años
más tarde,
el grupo
malagueño
saca al
mercado el
que va a ser
el último de
sus diez
discos,
«Sigamos en
las nubes»,
con motivo
de su
trigésimo
aniversario,
celebrando
los treinta
años de
carrera
artística
que el trío
de la Costa
del Sol
lleva a sus
espaldas,
aunque, como
era ya
lógico, en
esta ocasión
se cede el
protagonismo
artístico al
virtuosismo
musical de
los hermanos
Ramírez ante
el cada vez
más
acentuado
deterioro
físico del
carismático
vocalista.
En su estado
de salud
empezaban a
hacer mella
los excesos,
una vida
llena de
humo y
alcohol que
poco a poco
ha ido
dejándole
implacablemente
sin voz. En
esta época
de su vida,
el principio
del fin se
hacía
evidente: la
decadencia
de
Rockberto,
tanto física
como
artística,
era ya un
hecho
inevitable.
Roberto: rey
disfrazado
de mendigo
Llama la
atención
constatar
que Roberto,
no obstante
la buena
posición
económica
que
disfrutaba,
siempre
vivió casi
sin nada y
prácticamente
con lo
puesto; sin
hipotecas,
sin deudas,
pero sin
casa propia.
Era habitual
en él que,
tras los
conciertos,
no acudiera
a recoger el
dinero que
le
correspondía.
Sus amigos
cuentan cómo
el notario
que gestionó
el traspaso
de la
pensión que
había
heredado de
su madre
tuvo que
ponerse en
contacto con
sus
compañeros
de grupo, ya
que Roberto
no mostraba
ningún
interés en
cobrar el
dinero de la
venta. Hubo
momentos en
los que
algunos de
sus
familiares
llegaron a
llamar a los
hermanos
Ramírez,
preocupados,
ante la
ausencia de
movimientos
de su cuenta
bancaria
desde hacía
meses. Esto
demuestra
hasta qué
punto
Rockberto
era una
persona
despreocupada
de todo lo
relacionado
con el
dinero,
porque él,
para vivir,
solo
necesitaba
música, algo
de lectura
y, todo hay
que decirlo,
algún que
otro vicio.
A pesar de
lo que
muchos
pudieran
pensar,
Roberto era
un hombre
culto: en
creación
literaria,
siempre
estuvo
interesado
por la
poesía de
Neruda,
Rubén Darío,
Valle-Inclán
o
Baudelaire.
Rockberto
era una
persona con
gran
experiencia
que vagaba
por las
calles de su
ciudad
mientras
atendía las
numerosas
muestras de
respeto y
admiración
de aquellos
que lo
conocían,
pero que,
desgraciadamente,
también fue
objeto de
miradas por
encima del
hombro de
parte de
algunos que,
llevados del
juicio que
les merecía
su
apariencia
haraposa,
desconocían
su verdadera
identidad,
su auténtica
personalidad.
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|
«Tabletom»,
con Roberto
a la cabeza,
pasa con éxito el
umbral del
siglo XXI. |
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Sus últimos
años
El paso de
los años, la
secuela de
sus excesos
y el rock
and roll
pesaban ya
demasiado
para
Rockberto.
En los
escenarios
apenas
recordaba
las letras
de las
canciones y
hacía
grandes
esfuerzos
para tenerse
en pie, por
lo que,
vista la
gravedad de
la
situación,
el conjunto
malagueño se
ve obligado
a cancelar
todos los
conciertos
previstos
para esa
temporada de
2011 y 2012.
Su voz y su
vida iban
apagándose.
Los
maltrechos
pulmones del
cantante no
podían
soportar ya
tal cantidad
de
alquitrán.
Sus músculos
eran
incapaces de
aguantar el
peso de su
cuerpo. Su
paso por el
mundo se
acababa. El
final se
veía venir.
Ante esta
situación,
la banda se
plantea la
disolución
definitiva
del grupo
con una gira
de
despedida,
pero,
lamentablemente,
esta idea no
pudo
convertirse
en realidad,
pues el día
12 de junio
de 2012,
Roberto
González,
«Rockberto»,
fallecía a
los 60 años
de edad,
después de
varios días
de ingreso
en el
Hospital
Clínico de
Málaga.
Familiares,
amigos y
numerosos
artistas se
reunieron en
el Parque
Cementerio
de San
Gabriel para
expresarle a
Rockberto su
sentir, su
admiración y
su respeto
como artista
y como
persona. Una
actuación,
improvisada,
de los
hermanos
Ramírez en
la propia
capilla del
cementerio
dio el
último adiós
al buen
amigo que
siempre
quiso ser.
«El día que
yo me muera,
que me echen
3 en 1,
porque yo me
quiero ir
sin hacer
ruido
ninguno»,
declaraba en
tono jocoso
Rockberto
años antes
en una
entrevista.
Pero no
consiguió
cumplir su
deseo, ya
que su
muerte
movilizó a
todos sus
amigos y
seguidores
para
organizar
una amplia
lista de
homenajes,
documentales,
programas de
televisión,
artículos de
prensa,
conciertos,
charlas y
exposiciones
en memoria
del artista
malagueño.
Además, no
hace todavía
un año, el
Ayuntamiento
de Málaga
inauguraba
en agosto de
2012 la
«Calle
Tabletom»,
con la
intención de
reconocer la
trayectoria
del grupo y
la figura de
Roberto
González
Vázquez.
Moría un
artista que
vivirá
eternamente
en la
memoria de
varias
generaciones
de
malagueños,
un personaje
que siempre
llevó su
ciudad por
bandera;
desaparecía,
en fin, el
patriarca
del rock
malagueño,
inigualable
seña de
identidad
cultural de
su tierra
que ya
descansa en
paz junto a
los grandes.
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Rockberto vuelve a las calles.
Músicos de Málaga se dan cita el 28 de junio de 2013 en «La Cochera Cabaret» con el fin de recaudar el dinero necesario para levantarle un busto al rockero malagueño, que se instalará en la plaza de San Pedro de Alcántara. |
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