LA FIGURA
DEL
dramaturgo
Pedro Muñoz
Seca, un
andaluz de
origen que
se afincó en
Madrid, es,
junto a la
de otros
autores de
su época
como los
hermanos
Álvarez
Quintero,
Carlos
Arniches e
incluso el
Premio Nobel
de
Literatura,
Jacinto
Benavente,
una de las
más
destacables
del primer
tercio del
siglo XX.
Muñoz Seca
fue uno de
los pocos
autores que
han sabido
captar y
trasladar al
teatro la
esencia del
espíritu
madrileño,
lo castizo
de Madrid.
El estilo
con el que
empleaba la
ironía, la
parodia y la
sátira
(genial
miscelánea
que llamó
«astracán» o
«astracanada»)
influyó en
que el
teatro
recuperase
su función
como espacio
de ocio y
entretenimiento
para que el
público
fuese allí a
divertirse y
reírse, un
aspecto del
género
dramático
que, por esa
época,
estaba en
total
decadencia.
Sus orígenes
El año de
nacimiento
de este
insigne
escritor
andaluz ha
sido hasta
hace unos
años motivo
de gran
confusión,
una
confusión
que tiene
sus orígenes
en él mismo,
a quien su
gran sentido
del humor y
una especial
atracción
por los
números
capicúas le
llevaron a
situar la
fecha en el
año 1881. En
realidad,
Pedro Muñoz
Seca había
nacido en
1879, un 21
de febrero,
en El Puerto
de Santa
María
(Cádiz), y
ocupaba el
cuarto lugar
de los diez
hijos que
habían
tenido sus
padres, el
matrimonio
formado por
José Muñoz
Cesari y
María Seca
Miranda.
Los Muñoz
Seca
constituían
una familia
de gran
tradición
religiosa
que gozaba
de una
situación
social
acomodada
debido
principalmente
a la
profesión
del padre,
considerado
un
profesional
del Derecho
de gran
prestigio en
el Puerto de
Santa María.
En un
contexto
familiar
como el
descrito, no
es de
extrañar que
Muñoz Seca
se
convirtiese
en una
persona
tradicional
y
conservadora,
fiel a la
monarquía y
con
tendencias
ideológicas
de derechas,
como más
adelante se
recoge.
Formación
académica y
primeros
estrenos
Durante la
infancia,
Muñoz Seca
empieza ya a
dar pruebas
de ingenio y
talento ante
el
profesorado
del Colegio
San
Cayetano,
donde cursa
la primera
enseñanza,
si bien no
logra
destacar
como
estudiante
notable. En
1894, inicia
los estudios
secundarios
en el
Colegio San
Luis
Gonzaga, de
la Compañía
de Jesús,
donde
coincide con
Fernando
Villalón y
Juan Ramón
Jiménez.
Finalizado
este periodo
educativo,
el joven
Muñoz Seca,
junto con su
hermano
Francisco,
se traslada
a Sevilla en
1896, en
cuya
Universidad
cursa
simultáneamente
las
titulaciones
de Derecho y
Filosofía y
Letras, que
concluye en
1901.
Mientras
realiza sus
estudios
universitarios,
con bastante
brillantez
por otro
lado,
comienza a
escribir
piezas
teatrales
con las que
sienta los
pilares del
éxito que
posteriormente
alcanzaría.
Así, entre
1898 y 1899,
estrena, en
El Puerto de
Santa María,
sus primeras
obras de
teatro
conocidas,
República
estudiantil,
Un
perfecto de
pasivas,
El señor
de Pilili
o Las
guerreras
(esta, el
último año
del siglo
XIX, en el
Teatro del
Duque, de
Sevilla).
Posteriormente,
ya en 1903,
estrena el
sainete
El maestro
Canillas,
también en
El Puerto de
Santa María.
Traslado a
Madrid.
Primeros
éxitos.
Inserción en
el mercado
laboral.
Matrimonio
Concluidos
sus estudios
universitarios,
Pedro se
traslada a
Madrid en
1904, adonde
llega con
doscientas
cincuenta
pesetas en
el bolsillo
y una doble
intención:
por un lado,
realizar los
cursos de
Doctorado en
Derecho y,
por otro,
seguir
desarrollándose
y
consolidarse
como
escritor
teatral.
Sin embargo,
sus
comienzos en
la capital
de España no
fueron
fáciles; de
hecho,
inicia su
vida laboral
trabajando
sucesivamente
en varios
oficios:
primero como
docente en
una academia
impartiendo
clases de
latín,
griego y
hebreo, de
donde pasa a
ejercer como
pasante en
el bufete
del
prestigioso
jurista y
político
Antonio
Maura.
Por estas
fechas,
estrena
El
contrabando
(1904),
sainete de
un acto y en
prosa que
había
escrito en
colaboración
con
Sebastián
Alonso, a
quien había
conocido
casualmente
en una de
las
tertulias
que
frecuentaba,
y que llegó
a alcanzar
seiscientas
representaciones
en el Teatro
Lara. Esta
pieza
humorística
constituye
la primera
obra que el
joven Muñoz
Seca estrena
en Madrid y
marca el
momento a
partir del
cual decide
dedicarse
por completo
a la escena.
Pero el
tiempo que
le reclama
su ajetreada
vida laboral
se
contrapone
con su
afición a la
ópera y al
séptimo
arte,
obstáculo
que intenta
superar
organizando
sus horarios
laborales de
manera que
le permitan
acudir con
bastante
frecuencia a
todos los
eventos de
este tipo
que tuvieran
lugar y,
desde luego,
como fiel
seguidor del
arte de la
tauromaquia,
a la plaza
de toros de
Madrid.
En 1906,
consigue
varias
recomendaciones
que le
facilitaron
ponerse en
contacto con
Tirso
Escudero, el
empresario
que
regentaba el
Teatro de la
Comedia de
Madrid por
aquel
entonces.
Tirso leyó
todas las
obras que
hasta
entonces
había
escrito,
entre las
cuales
selecciona
Una
Lectura,
entremés en
prosa
escrito en
1905, para
que fuese
estrenada. A
la firma del
contrato,
Muñoz Seca
pidió
únicamente
quinientas
pesetas en
concepto de
derechos de
autor.
Tirso, que
se había
percatado de
la
extraordinaria
promesa que
significaba
Muñoz Seca
para el
teatro por
el talento
que
vislumbraba
en sus
obras, le
aseguró que
le
compensaría
con una
cantidad
mayor.
En 1908,
abandona su
empleo de
pasante y
empieza a
trabajar en
la Comisaría
General de
Seguros,
adscrita al
Ministerio
de Fomento,
trabajo que
le permite
disfrutar de
una
situación
económica
más estable
y, a la vez,
le facilita
dedicarse
más a su
gran pasión,
el teatro. A
partir de
ahora
empieza a
colaborar
simultáneamente
en varias
revistas de
prestigio
como
Nuevo Mundo,
Blanco y
Negro o
La
Ilustración
Española y
Americana.
Es también
el momento
en que
contrae
matrimonio
con Asunción
Ariza Díez
de Bulnes,
mujer de
origen
cubano, con
quien tuvo
nueve hijos,
de los
cuales
Asunción, su
hija, fue la
madre de uno
de sus
nietos más
ilustres: el
periodista
Alfonso
Ussía.
Consagración
como
dramaturgo
Sus
colaboraciones
con diversos
autores a
partir de
1911, entre
los cuales
cabe
destacar a
Pedro Pérez
Fernández y
Enrique
García
Álvarez,
suponen el
inicio de su
consolidación
como
dramaturgo.
Así, Pérez
Fernández y
él llegarían
a escribir
más de cien
obras,
siendo su
primera obra
conjunta el
sainete
Por
Peteneras
(1911).
Entre estas
colaboraciones
cabe
destacar
Trampa y
Cartón
(1912),
coescrita
con Pérez
Fernández, y
Fúcar XXI
(1914),
escrita en
colaboración
con Pérez
Fernández y
García
Álvarez.
De manera
sucesiva,
estrena el
Roble de
la Jarosa
(1915),
El verdugo
de Sevilla
(1916),
Los cuatro
Robinsones
y El rayo
(ambas, en
1917),
marcando el
comienzo de
una etapa
durante la
cual las
obras de
Muñoz Seca
se
convierten
en el
objetivo de
severas
críticas,
vertidas por
detractores
de todo
tipo, que
infravaloran
no solo
estos
títulos,
sino también
toda su
anterior
creación.
Curiosamente,
el tremendo
Ramón María
del
Valle-Inclán
se posicionó
a favor de
la obra de
Muñoz Seca,
avalando la
forma tan
peculiar que
tenía el
andaluz de
hacer
teatro, la
cual llegaba
a concebir
como si
fuese una
auténtica
obra de arte
que había
que
contemplar
en su
plenitud. No
obstante, en
momento
alguno
llegaron a
turbarle
esas
críticas,
ante las
cuales se
mostró
indiferente;
es más,
estos
ataques a su
obra
creativa
llegaron a
convertirse
en un
potente
aliciente
para
escribir las
que luego
serán sus
mejores
obras.
Por fin,
concretamente
la noche del
20 de
diciembre de
1918, Muñoz
Seca alcanza
el gran
éxito de su
vida con el
estreno de
La
venganza de
Don Mendo
en el Teatro
de la
Comedia,
obra cumbre
que supuso
su
consagración
como
escritor
teatral, lo
que le
convirtió,
en
consecuencia,
en uno de
los autores
más exitosos
y cotizados
de la época.
Aunque el
argumento
romántico de
esta obra
pueda
considerarse
poco
original y
los
personajes
puedan
representarse
como
arquetipos,
la
improvisación
paródica es
uno de sus
puntos más
fuertes,
aspecto que
se pone de
manifiesto
en el
especial
cuidado que
este autor
puso en que
la rima
métrica
fuese la más
acertada.
A lo largo
de los años
20, Muñoz
Seca
continúa con
su
consagración
como
dramaturgo
con los
estrenos de
La pluma
verde
(1922),
Los chatos
(1924),
La tela
(1925),
Los
extremeños
se tocan
(1926) y
¡Usted es
Ortiz!
(1927),
entre otras.
Muñoz Seca y
la II
República
A partir de
1931, si
bien es
cierto que
la velocidad
de sus
éxitos
empieza a
resentirse,
lo es tan
solo en el
sentido de
que sus
obras,
aunque
continúan
cosechando
éxitos, ya
no lo hacen
a un ritmo
tan
vertiginoso
como hasta
entonces. En
abril de
este año se
proclama la
II
República,
con cuya
ideología
Muñoz Seca
se
manifiesta
abiertamente
en
desacuerdo y
contra la
que, a
partir de
ahora, va a
centrar sus
sátiras.
Estrena
La Oca
(1931),
siglas de
«Libre
Asociación
de Obreros
Cansados y
Aburridos»,
caricatura
del
comunismo y
el
igualitarismo,
y
Anacleto se
divorcia
(1932), una
sátira de la
recién
promulgada
ley del
divorcio.
Otras obras
tendentes a
ridiculizar
el régimen
republicano
son
Marcelino
fue a por
vino
(1932),
La voz de su
amo
(1933),
La eme
(1934),
La
plasmatoria
(1935),
El gran
ciudadano
(1935),
La tonta del
rizo
(1936) y
¡Zape!
(1936).
El argumento
de estas
sátiras se
desarrolla
en un
contexto
humorístico
genialmente
logrado, en
el que la
ironía y la
mordacidad
campan a su
aire, y si
bien es
cierto que
las
representaciones
fueron un
gran éxito
de público,
también es
verdad que
dan pie a
que pase de
ser
considerado
frívolo a
ofensivo por
algunos
grupos
objetivo de
las
críticas.
Contrariamente
a lo que le
ocurría con
el ambiente
de los
políticos,
continuó
siendo muy
querido en
el mundo
escénico, en
el que
gozaba de la
amistad de
nombres como
Pedro Pérez
Fernández,
Jacinto
Guerrero,
Salvador
Videgain o
el famoso
Lepe, muchos
de los
cuales
llegaron
incluso a
colaborar
con él, como
es el caso
de Enrique
García
Álvarez,
Azorín o
Enrique
García
Velloso.
El trágico
final de una
vida cómica
El 18 de
julio de
1936, poco
después de
que La
tonta del
rizo
fuese
estrenada en
el Teatro
Poliorama de la Ciudad Condal,
estalla en
España la
Guerra
Civil. Como
ya se ha
podido
entrever, la
ideología
política de
derechas que
manifestaba
Muñoz Seca
—monárquico
y
conservador
a ultranza—
era
innegable,
tal era su
convencimiento
que en
ningún
momento
intentó
ocultarla.
Así, tras el
Alzamiento
Nacional del
general
Franco y el
consecuente
fracaso de
la
sublevación
militar en
Madrid, el
autor
andaluz es
detenido el
26 de julio
por un grupo
de
milicianos
anarcosindicalistas
en la casa
de un actor
amigo de Barcelona que le
había
aconsejado
abandonar el
hotel en que
se
hospedaba.
Acusado de
albergar
ideas
monárquicas
y católicas,
fue
trasladado a
Madrid y
encarcelado
en la recién
creada
cárcel de
San Antón
(llamada así
por tratarse
en realidad
del Convento
de San
Antón,
recientemente
convertido
en recinto
carcelario);
su esposa,
en cambio,
fue puesta
en libertad,
ya que era
ciudadana
cubana.
Finalmente,
el 28 de
noviembre de
1936, Muñoz
Seca
se convierte
en una
víctima más
de la de la
ceguera
humana y la
intolerancia
política de
nuestra
contienda
civil. En
una de las
«sacas» fue
llevado a
los campos
de la
localidad
madrileña de
Paracuellos
del Jarama,
lugar en el
que es
fusilado
junto a
otros
cientos de
personas.
Humorista
hasta los
últimos
momentos, se
dice que, en
el instante
mismo
en que iba a
ser
fusilado,
dirigió
estas
palabras al
pelotón de
fusilamiento:
«Podéis
quitarme la
hacienda,
mis tierras,
mi riqueza,
incluso
podéis
quitarme,
como vais a
hacer, la
vida, pero
hay una cosa
que no me
podéis
quitar… y es
el miedo que
tengo». Se
cuenta
también que
los soldados
que lo
fusilaron le
pidieron
perdón por
lo que
estaban
obligados a
hacerle,
pero él los
consoló
diciéndoles
que estaban
ya
perdonados,
que no se
molestaran...
«...aunque
me temo que
ustedes no
tienen
intención de
incluirme en
su círculo
de
amistades»
[1].
|
|
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|
|
Escena de "La venganza de Don Mendo", en la que el actor Javier Veiga da vida al personaje principal.
Teatro Alcázar de Madrid, 2010. |
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|
Muñoz Seca,
creador de
un nuevo
subgénero
teatral
Durante la
consagración
de Muñoz
Seca como
dramaturgo,
un nuevo
subgénero
hace su
aparición en
el campo de
la
dramática,
un subgénero
de la escena
creado por
él mismo, el
«astracán» o
la
«astracanada».
«Muñoz Seca
—comenta J.
C. Garrot—
empieza su
carrera
escribiendo
sainetes y
cuadros de
costumbres,
a partir de
los cuales,
instaura el
«astracán»,
al que
pertenecen
sus obras
más
celebradas.
Lo que
caracteriza
al
«astracán»
es una
estructura
dramática
muy simple y
el valor
primordial
del chiste
como
elemento
cómico. Su
intención
es, sobre
todo,
arrancar la
risa del
espectador,
lo que se
consigue
merced al
pacto
autor-público:
el primero
se
compromete a
no remover
creencias y
el segundo
no exige
rigor
artístico,
se conforma
con pasar el
rato
ejercitando
la
carcajada.
Lo anterior
no debe
interpretarse
como falta
de pericia
por parte de
Muñoz Seca.
Ni siquiera
sus
detractores
han negado
la habilidad
con que
explota los
recursos de
la escena,
ni su
conocimiento
del oficio.
Se trata de
algo
deliberado:
tras
encontrar la
fórmula del
éxito,
siguió el
camino más
fácil, es
decir,
exprimir los
trucos hasta
la saciedad,
valerse de
los mismos
artificios
literarios,
principalmente
juegos de
palabras con
nombres y
apellidos,
equívocos,
chistes y
todo género
de
dislocaciones
del idioma a
fin de
mantener un
diálogo que
no se
apoyaba en
caracteres
ni en
situaciones
de evidente
inverosimilitud
[2].
Muchos
críticos
coinciden en
afirmar que
los dardos
de Muñoz
Seca se
dirigían
antes que
contra
nuestros
clásicos del
Siglo de
Oro, como él
mismo
pretendía,
contra obras
del siglo
XIX y de
principios
del XX. Sea
como fuere,
lo cierto es
que los
derroteros
que había
tomado el
teatro
comercial de
la última
etapa del
siglo XIX
proporcionaban
motivos
suficientes
para la
deformación
y la
crítica.
Además, el
«astracán»
es el
antecedente
del «teatro
del
absurdo»,
que más
tarde
triunfaría
en la
posguerra y
que
caracterizó
a la “Otra
Generación
del 27”,
formada por
autores como
Miguel
Mihura,
Antonio Lara
de Gavilán
—conocido
como Tono—,
Enrique
Jardiel
Poncela y
Edgar
Neville. Si
las obras de
Pedro no
estuviesen
impregnadas
en su
plenitud con
matices
humorísticos,
esta
generación
de autores,
es probable
que no
hubiese
llegado a
existir
nunca. |