N.º 71

MARZO-ABRIL 2011

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CARLOS BORGES: «POEMARIO».

CANTOS DEL ALMA Y DEL CUERPO, ¡ARMONÍA DEL CIELO Y LA TIERRA!

   

Por María Cristina Solaeche Galera

   

   

«Debe haber algún lugar en nosotros mismos

donde cesa el combate de los contrarios

y no se juega más a cara o cruz,

donde las cosas brillan con su propia lumbre,

donde la mirada resplandece en el silencio

dominios del blanco,

donde se unen el agua y el fuego sin violencia.»

JUAN LISCANO

   

   

   

CARLOS BORGES REQUENA, POETA, orador y ensayista, nace el 25 de noviembre de 1867, en Caracas, capital de Venezuela. Los estudios de Primaria los realiza en su ciudad natal, en el Colegio Santa María. Después de estudiar unos cursos en la Facultad de Derecho, ingresa, a los veintitrés años, en el Seminario Jesuita de Caracas y, el 10 de marzo de 1894, es ordenado sacerdote. Seis años después, en 1900, se gradúa de Doctor en Teología en la Universidad Central de Venezuela.

 

 

     

 

Carlos Borges Requena, poeta, orador y ensayista venezolano.

(Caracas, 1867 - Maracay, 1953)

 

 

Al poco tiempo de doctorarse, su inquieto y apasionado espíritu le hace irse de Venezuela buscando calma para sus humanos ardores, que, desde luego, no logra sosegar. Corriendo los primeros años del siglo XX, regresa a su país natal y se entrega de lleno a la escritura, que alterna con una vida poco recatada para religioso.

Por esta época, tiene lugar la insurrección de Cipriano Castro, quien, el 23 de mayo de 1899, en un acto de audacia sin precedentes, desde su exilio en Cúcuta (Colombia) invade Venezuela con tan solo sesenta hombres y logra hacerse con el poder presidencial que hasta entonces ostentaba Ignacio Andrade. Este hecho ha pasado a la Historia venezolana con el singular nombre de la “Invasión de los Sesenta”.

Víctima de sus excesos, Borges sucumbe ante la tentación del poder político cuando Castro, ya presidente constitucional de Venezuela desde 1901, lo llama para incorporarlo a su gabinete, nombrándole su Secretario Privado. Para esos momentos, su disipada vida es tan manifiesta que lo conduce a la suspensión sacerdotal.

Se enamora apasionadamente de una mujer de la que apenas se recuerda tan solo el sobrenombre, «Lola», pero que será la protagonista central de la mayoría de sus temas de encendido apasionamiento.

     

Tus caderas de ánfora,

redil de mis pecados. (1)

  

A partir de 1902, es colaborador de la revista El Cojo Ilustrado y otras muchas revistas literarias, en las que queda, dispersa y desorganizada, gran parte de su producción intelectual de esta época, precisamente cuando publica sus mejores poemas y ensayos.

Con la llegada de Juan Vicente Gómez, apodado “El Bagre” o “El Benemérito”, al poder en 1908, su nuevo destino es la cárcel por gritar «vivas» a favor de Castro, justamente el mismo día en que Gómez lo depone, mediante un sui géneris golpe de Estado.

Del presidio sale cargado de nefastas vivencias cuatro años después, en 1912,  decidido a buscar y reencontrarse con su amor Lola. Pero ella fallece y Carlos Borges busca desesperadamente consuelo en el alcohol. Su faceta mística sale otra vez en su rescate y vuelve, cual mansa oveja, al redil eclesiástico, abjurando públicamente de su pasada vida «libertina» en la ciudad de Barquisimeto, ciudad en la que ejercerá de profesor en el seminario, desde 1915 a 1919.

De nuevo se enamora, y al mismo tiempo que lanza ardorosos sermones desde el púlpito de su iglesia en Barquisimeto, sus poemas se vuelven cada vez más sensuales. Viaja nuevamente; se cree que lo hace con su nueva enamorada, una actriz de teatro. Luego, por razones desconocidas, regresa de nuevo al refugio de la Iglesia, esta vez para dedicarse al cuidado abnegado y con esmero de un asilo católico de enfermos mentales.

En 1915, un grupo de músicos decidió darle una serenata al entonces presbítero Carlos Borges, para lo cual entonan un vals venezolano, todavía inédito, compuesto para bandolín por el músico larense Antonio Carrillo, y cuentan las crónicas que fue el propio Borges quien le dio el nombre al que será conocido como una pieza selecta del repertorio musical venezolano: Como llora una estrella.

Durante la última etapa de su vida se reconcilia con el tirano Gómez, quien lo nombra capellán castrense en 1919, cargo que desempeñará hasta sus últimos días. Con su existencia, a ratos licenciosa, a ratos santificante, además de pertenecer al grupo de íntimos amigos del dictador, escribe loas de magnanimidad como expresión de gratitud al “Benemérito” y a la Iglesia Católica, que lo recibe nuevamente en su seno.

Dotado de excelentes cualidades para la oratoria, el sátrapa lo escoge para la redacción de varios de sus discursos, entre ellos se recuerda notablemente el pronunciado en la inauguración de la Casa Natal del Libertador; sin embargo, cuando el Perú solicita a Venezuela que envíen a Borges para el discurso de la batalla de Ayacucho, “el Bagre” se niega, frustrando las posibilidades de medrar al orador Borges.

No intentemos deshacer el apretado entramado de la amalgama de su vida, que se desliza a través de la iglesia, del rendimiento a un tirano y de la literatura que lo sustenta, porque, seguramente, nos conduciría a un callejón sin salida.

Murió el 21 de octubre de 1932, en la ciudad de Maracay. El 2 de marzo de 1953, son exhumados sus restos mortales en la Zona Vieja, Cuartel A, del cementerio de la ciudad de Maracay, en el Estado Aragua.

Tan veleidoso como mimético, conoce la expulsión de la Iglesia a causa de su pasión afectiva, pero también el regreso al seminario en varias ocasiones gracias a su capacidad de retractación y arrepentimiento oportuno. Cada violento cambio en su vida es acompañado a su vez de un violento cambio en sus escritos, del fervor religioso salta a la pasión erótica y de ésta, de nuevo a aquél. Así, los poemas de sus circunstancias espirituales son hermosas jaculatorias y los amorosos, el preludio del erotismo en la lírica venezolana. Sin embargo, es más conocido por su oratoria: se le reconocen sus cualidades de gran orador en el púlpito y fuera de él en actos religiosos, civiles y militares, y su elocuencia tribunicia es notoria.

  

«Macabros»

Carlos Borges es autor de uno de los poemas conocidos como Macabros, cuya música se ha atribuido posteriormente al cubano Alberto Villalón. Se cree que lo escribió en torno al año 1855, cuando sufrió depresión, y es conocido con el nombre de Boda Negra, pero originalmente se titulaba Boda Macabra, que empezó a circular a partir de 1893. Sobre el cual, el mismo poeta escribe:

  

«Esa lúgubre fantasía de mis dieciocho años era un presentimiento. ¡Pobres versos! La Musa, vidente, al inspirármelos, me anunciaba el dolor más intenso de mi vida. Yo vi la urna blanca de mi dulce novia bajar al fondo del sepulcro. Yo vi a la tierra tragarse aquella flor de gracia y belleza. En la amargura de mi duelo puedo exclamar como Jacob: Murió Raquel en el camino… y era el tiempo de la primavera. Mi alma tiene tedio de la vida. Como el amante de la antigua canción quisiera dormirme para siempre ¡oh, eterno Amor mío! Abrazado a tus huesos».

  

Transcribimos aquí un extracto de lo que ya escribía apenas salido de la adolescencia. Cuentan que lo escribe basándose en unos comentarios que oye en esos años mozos, narrados por el enterrador de la región, y su ferviente imaginación traslada con su lírica al papel, en versos como estos:

 

Oye la historia que contóme un día

el viejo enterrador de la comarca:

—Era un  amante a quien por suerte impía

su dulce bien arrebató la Parca.

Todas las noches iba al cementerio

a visitar la tumba de su hermosa;

la gente murmuraba con misterio:

«Es un muerto escapado de la fosa».

En una noche horrenda hizo pedazos

el mármol de la tumba abandonada,

cavó la tierra y se llevó en sus brazos

el rígido esqueleto de su amada. (2)

(…)

 

«Poemario»

Borges publica, a lo largo de su vida, un único libro de poemas, que titula sencillamente Poemario, de apenas 64 páginas, siempre en un continuo vaivén entre el amor divino y el amor carnal, entre el altar y el lecho. Un ser humano paradójico y extravagante. La crítica literaria ha destacado su oratoria y, por el contrario, ha olvidado, la mayoría de las veces, al poeta.

Poesía enmarcada en el Modernismo venezolano como uno de sus mejores representantes, el poeta Carlos Borges, con su paisaje interior, trasciende el adusto moralismo, en un trasiego hacia una «elocuencia poética» que ensancha su poder insinuante, la belleza sensorial donde puede refugiarse él, quien describe sentimientos muy personales reflejos del estado del ánimo. Escoge cuidadosamente sus palabras produciendo hermosos efectos de musicalidad. Recupera versos del arte mayor, escasamente utilizados, endecasílabos y alejandrinos, en versificación regular o en versos sueltos o blancos que se ajustan a la métrica pero que no tienen rima, estableciéndose esta apenas entre el verso final de la estrofa y la rima interna, con el uso abundante de recursos expresivos, figuras literarias, adjetivación ornamental y palabras cultas y sugerentes.

Una poesía que, como afirma Salvador Garmendia, nos abre la puerta del erotismo en la poesía venezolana, un erotismo ineluctable en todos sus poemas amatorios. Como dice Antonio Arráiz:

  

«Y los que oían o leían sus poemas sentíanse estremecidos por una inexperimentada fruición, semejante a la que produce la mezcla de lo dulce y de lo ácido en un fruta tropical, por aquella mezcla de pecado y de piedad, de sensual delectación y de ardiente misticismo, que revelaba en su autor la dualidad del poeta pagano, enamorado de la vida, y del poeta cristiano, con las miradas fijas en el más allá».

  

En el templo majestuoso, claro, inmenso en el espacio,

la radiante noche teje su guirnalda de áureas flores,

que el altar del firmamento inefable aroma dan:

y se entreabren dulcemente con suavísimos fulgores

los luceros tembladores,

y es un lirio blanco Sirio, una rosa Aldebarán.

(…)

¿O las místicas antorchas del banquete celestial?

¿Son las luces de la Patria suspirada? ¿Las ya idas

esperanzas tan queridas

que murieron en las cruces donde esplende el ideal?

 

¡Oh, Jesús enamorado, tierno esposo de mi alma,

no me basta ser el cirio que en las horas de alegría,

se consume en tus altares en ardiente adoración:

en tus horas de abandono, quiero hacerte compañía,

haz que tenga noche y día

como lámpara eucarística encendido el corazón.

(…)

¡Tú me bastas, Amor mío, en el cielo del Altar! (3)

 

Ese contraste seductor entre el espíritu místico y el profundo amor a la mujer, y la encantadoramente desenfrenada pasión, con que nos dice:

    

Besa los senos de la mar dormida

el sol enamorado, como un rey

que sus oros y púrpuras olvida

a los pies de la hermosa Loreley.

(…)

Apoyado en el áncora tu bello

brazo desnudo al marinero incita;

la cruz que pende de tu níveo cuello

sobre tu ardiente corazón palpita.

(…)

Y el corazón, la entraña adolorida

en el dorado anzuelo del Amor,

para la cruel sirena de la vida

es a un tiempo carnada y pescador. (4)

   

Sus votos sacerdotales nunca le impidieron vivir en sus momentos la bohemia de la época, revelándolo en sus poemas de hombre y poeta sensual y atormentado, donde los versos afloran con trasparencia su drama interno, sin falsedad alguna, a ratos espiritual, ascético adorador y arrepentido; en otros, disfrutando el gozo del amor y la sensualidad del cuerpo de la mujer amada, y común en todos, esa  su nostalgia:

    

Puesto el oído al eco de la noche,

a la voz de las ondas y los vientos,

viajera el alma en el país brumoso

de lejanos, tristísimos recuerdos,

el grande artista sueña… ya lo invade

la inspiración del genio,

la encarnación del arte

ya informa el ideal en su cerebro…

  

Después… febril, apasionado, loco,

luz en los ojos y en la frente fuego

intérnase en la sombra

del gran salón desierto…

y acariciando el piano adormecido

le cuenta sus ensueños…

Escuchad…! ¡Es el canto de los astros,

la armonía del alma y de los cielos! (5)

   

Con esa tonalidad, sus poemas zigzaguean entre el apasionado erotismo y el paradisíaco acento místico, se le vincula al movimiento modernista; sin embargo, su lenguaje aún está imbuido de romanticismo con ramalazos neoclásicos a los que lo inclinan su formación religiosa y sus estudios eclesiásticos:

   

Ante la imagen de Jesús rezaba

con místico fervor mi devoción,

cuando cerca de mí pasó una hermana

casi rozando con mi corazón.

 

El demonio bíblico y maldito

me hizo, ¡Dios mío!, profanar mi rezo,

corrí tras ella, la alcancé, y la vida,

la vida toda se la di en un beso.

 

Cuando a mi puesto volví cual Judas,

con la cabeza baja avergonzado,

el buen Jesús me dijo con ternura:

«Dale otro  beso…, que eso no es pecado».

 

Obedeciendo a Jesús prolijo

corrí tras ella, la volví a alcanzar,

y, al agarrarla, me grito: «¡Bandido!»,

pero más dulce la volví a besar. (6)

 

El sacerdote y el poeta Carlos Borges viven paralelamente en su vida la acción del católico militante y el éxtasis que produce el amor. La curiosa mezcla de minucioso realismo y de inspiración o intuición desenfrenadas, las expresa con una meridiana claridad profundamente significativa. Para él, el alma es un poderoso guerrero espiritual cuando este espíritu encuentra satisfacción y con ella escribe sus espirituales poemas, pero, ¡qué embriaguez de atracción voluptuosa, qué fiesta de los sentidos, qué júbilo del arrebato del amor lúbrico que lo transfigura al igual que lo hizo su amor a lo divino! ¡Qué vuelo tan audaz, que dulce extravío!

En el caso de Carlos Borges el poeta, deseoso de comprometerse entre la palabra y la vida, la vida y la palabra, rebelde y con álgidas tensiones, sólo nos queda, recapacitar el abandono en que lo sumimos y asomar valientemente, el valor que su poesía encierra aún a pesar de las sombras a la que la hemos sometido; quizás a la «Patria Literaria» y a cada uno de nosotros, lectores, nos propongamos dar por justo que su hermosa poesía haga la contrapartida a la desidia, en las lecturas que de sus poemas hagamos y en el nuevo y digno lugar en que a su obra poética coloquemos.

  

En la calma silenciosa de las noches estrelladas,

la eternal magnificencia a la mente maravilla

al espíritu amedrenta con tremenda majestad.

(…)

¡Oh, las pálidas estrellas! ¿Son las perlas de los mares

infinitos? (3)

 

Como nota de luz en el pentagrama

inmenso de los cielos,

se miran las estrellas esparcidas,

por el Eterno Artista… Los abetos,

los pinos melancólicos, los sauces,

como a gigantes liras hiere el viento;

¡extraña sinfonía de los bosques

acompañando el himno de los cielos! (5)

   

  

__________

NOTAS:

1. Dístico.

2. Bodas negras.

3. Lámpara Eucarística.

4. A bordo.

5. Nocturno.

6. Pero más dulce.

   

   

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BORGES REQUENA, Carlos: Poemario. Caracas, Venezuela, 1943.

   

   

     

     

  

María  Cristina Solaeche Galera (Maracaibo, Zulia, Venezuela). Licenciada en Educación (Mención Matemática), Magíster en Educación Superior, Licenciada en Matemáticas y Magíster en Matemática Pura por la Universidad de Zulia y Profesora Emérita Titular de la Universidad del Zulia.

     A ella se debe la creación de la Biblioteca de Cultura General “Teresa de la Parra” de la Facultad de Ingeniería Extensión Cabimas (1989). Miembro de la Comisión de Cultura General del Núcleo Universitario de Cabimas durante el periodo 1982-1990, en la actualidad es miembro, entre otras asociaciones, de La Casa de la Poesía del Zulia, La Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso” y la Peña Literaria “César David Rincón”.

Colabora en el apartado poético por Venezuela de la revista Sensibles del Sur (editada en Argentina).

     Entre sus publicaciones, cabe citar las siguientes: Un ceratias de Barro y Fuego (Ed. Astrea, Maracibo, 1992); Omar Khayyam: las Matemáticas, la Nada, el Vino y la Amada (EdiLuz, Maracaibo, 2002); “Amor asoma”, en la antología Verano Encantado (Centro de Estudios Poéticos, Madrid, 2002) y los poemarios Un Amor de Miel y Ajenjo (EdiLuz, Maracaibo, 2003), Poemas Ásperos y Oscuros (Astro Data, 2005) y el ensayo biográfico Vinicio Nava Urribarri. Un zuliano leal y un venezolano integral (Ed. Astrea, Maracaibo, 2009), entre otros títulos. En preparación, el poemario El verano de los tamarindos y el ensayo Cien Instrumentos Musicales Venezolanos.

     Su creación literaria ha sido reconocida con diversos premios y galardones, entre los que están el “Vicente López y Planes” (Buenos Aires, 2004); la Mención Peña Literaria “César David Rincón” (Maracaibo, 2004); el Diploma del V Festival Mundial de Poesía (Peña Literaria “César David Rincón”, 2008) y el Diploma del VI Festival de Poesía (Casa de la Poesía “Mercedes Bermúdez de Belloso”, Zulia, 2009).

   

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. II Época. Año X. Número 70. Enero-Febrero 2011. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2011 María Cristina Solaeche Galera. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a sus creadores. Edición en CD: Director: Antonio García Velasco. Diseño Gráfico y Maquetación: Antonio M. Flores Niebla. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2011 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.