«Debe haber algún
lugar en nosotros mismos
donde cesa el
combate de los
contrarios
y no se juega más a
cara o cruz,
donde las cosas
brillan con su propia
lumbre,
donde la mirada
resplandece en el
silencio
dominios del blanco,
donde se unen el
agua y el fuego sin
violencia.»
JUAN LISCANO
CARLOS BORGES REQUENA,
POETA, orador y
ensayista, nace el 25 de
noviembre de 1867, en
Caracas, capital de
Venezuela. Los estudios
de Primaria los realiza
en su ciudad natal, en
el Colegio Santa María.
Después de estudiar unos
cursos en la Facultad de
Derecho, ingresa, a los
veintitrés años, en el
Seminario Jesuita de
Caracas y, el 10 de
marzo de 1894, es
ordenado sacerdote. Seis
años después, en 1900,
se gradúa de Doctor en
Teología en la
Universidad Central de
Venezuela.
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Carlos Borges Requena, poeta, orador y ensayista
venezolano.
(Caracas, 1867 - Maracay, 1953) |
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Al poco tiempo de
doctorarse, su inquieto
y apasionado espíritu le
hace irse de Venezuela
buscando calma para sus
humanos ardores, que,
desde luego, no logra
sosegar. Corriendo los
primeros años del siglo
XX, regresa a su país
natal y se entrega de
lleno a la escritura,
que alterna con una vida
poco recatada para
religioso.
Por esta época, tiene
lugar la insurrección de
Cipriano Castro, quien,
el 23 de mayo de 1899,
en un acto de audacia
sin precedentes, desde
su exilio en Cúcuta
(Colombia) invade
Venezuela con tan solo
sesenta hombres y logra
hacerse con el poder
presidencial que hasta
entonces ostentaba
Ignacio Andrade. Este
hecho ha pasado a la
Historia venezolana con
el singular nombre de la
“Invasión de los
Sesenta”.
Víctima de sus excesos,
Borges sucumbe ante la
tentación del poder
político cuando Castro,
ya presidente
constitucional de
Venezuela desde 1901, lo
llama para incorporarlo
a su gabinete,
nombrándole su
Secretario Privado. Para
esos momentos, su
disipada vida es tan
manifiesta que lo
conduce a la suspensión
sacerdotal.
Se enamora
apasionadamente de una
mujer de la que apenas
se recuerda tan solo el
sobrenombre, «Lola»,
pero que será la
protagonista central de
la mayoría de sus temas
de encendido
apasionamiento.
Tus caderas de ánfora,
redil de mis pecados.
(1)
A partir de 1902, es
colaborador de la
revista El Cojo
Ilustrado y otras
muchas revistas
literarias, en las que
queda, dispersa y
desorganizada, gran
parte de su producción
intelectual de esta
época, precisamente
cuando publica sus
mejores poemas y
ensayos.
Con la llegada de Juan
Vicente Gómez, apodado
“El Bagre” o “El
Benemérito”, al poder en
1908, su nuevo destino
es la cárcel por gritar
«vivas» a favor de
Castro, justamente el
mismo día en que Gómez
lo depone, mediante un
sui géneris golpe
de Estado.
Del presidio sale
cargado de nefastas
vivencias cuatro años
después, en 1912,
decidido a buscar y
reencontrarse con su
amor Lola. Pero ella
fallece y Carlos Borges
busca desesperadamente
consuelo en el alcohol.
Su faceta mística sale
otra vez en su rescate y
vuelve, cual mansa
oveja, al redil
eclesiástico, abjurando
públicamente de su
pasada vida «libertina»
en la ciudad de
Barquisimeto, ciudad en
la que ejercerá de
profesor en el
seminario, desde 1915 a
1919.
De nuevo se enamora, y
al mismo tiempo que
lanza ardorosos sermones
desde el púlpito de su
iglesia en Barquisimeto,
sus poemas se vuelven
cada vez más sensuales.
Viaja nuevamente; se
cree que lo hace con su
nueva enamorada, una
actriz de teatro. Luego,
por razones
desconocidas, regresa de
nuevo al refugio de la
Iglesia, esta vez para
dedicarse al cuidado
abnegado y con esmero de
un asilo católico de
enfermos mentales.
En 1915, un grupo de
músicos decidió darle
una serenata al entonces
presbítero Carlos
Borges, para lo cual
entonan un vals
venezolano, todavía
inédito, compuesto para
bandolín por el músico
larense Antonio
Carrillo, y cuentan las
crónicas que fue el
propio Borges quien le
dio el nombre al que
será conocido como una
pieza selecta del
repertorio musical
venezolano: Como
llora una estrella.
Durante la última etapa
de su vida se reconcilia
con el tirano Gómez,
quien lo nombra capellán
castrense en 1919, cargo
que desempeñará hasta
sus últimos días. Con su
existencia, a ratos
licenciosa, a ratos
santificante, además de
pertenecer al grupo de
íntimos amigos del
dictador, escribe loas
de magnanimidad como
expresión de gratitud al
“Benemérito” y a la
Iglesia Católica, que lo
recibe nuevamente en su
seno.
Dotado de excelentes
cualidades para la
oratoria, el sátrapa lo
escoge para la redacción
de varios de sus
discursos, entre ellos
se recuerda notablemente
el pronunciado en la
inauguración de la Casa
Natal del Libertador;
sin embargo, cuando el
Perú solicita a
Venezuela que envíen a
Borges para el discurso
de la batalla de
Ayacucho, “el Bagre” se
niega, frustrando las
posibilidades de medrar
al orador Borges.
No intentemos deshacer
el apretado entramado de
la amalgama de su vida,
que se desliza a través
de la iglesia, del
rendimiento a un tirano
y de la literatura que
lo sustenta, porque,
seguramente, nos
conduciría a un callejón
sin salida.
Murió el 21 de octubre
de 1932, en la ciudad de
Maracay. El 2 de marzo
de 1953, son exhumados
sus restos mortales en
la Zona Vieja, Cuartel
A, del cementerio de la
ciudad de Maracay, en el
Estado Aragua.
Tan veleidoso como
mimético, conoce la
expulsión de la Iglesia
a causa de su pasión
afectiva, pero también
el regreso al seminario
en varias ocasiones
gracias a su capacidad
de retractación y
arrepentimiento
oportuno. Cada violento
cambio en su vida es
acompañado a su vez de
un violento cambio en
sus escritos, del fervor
religioso salta a la
pasión erótica y de
ésta, de nuevo a aquél.
Así, los poemas de sus
circunstancias
espirituales son
hermosas jaculatorias y
los amorosos, el
preludio del erotismo en
la lírica venezolana.
Sin embargo, es más
conocido por su
oratoria: se le
reconocen sus cualidades
de gran orador en el
púlpito y fuera de él en
actos religiosos,
civiles y militares, y
su elocuencia tribunicia
es notoria.
«Macabros»
Carlos Borges es autor
de uno de los poemas
conocidos como
Macabros, cuya
música se ha atribuido
posteriormente al cubano
Alberto Villalón. Se
cree que lo escribió en
torno al año 1855,
cuando sufrió depresión,
y es conocido con el
nombre de Boda Negra,
pero originalmente se
titulaba Boda Macabra,
que empezó a circular a
partir de 1893. Sobre el
cual, el mismo poeta
escribe:
«Esa lúgubre fantasía de
mis dieciocho años era
un presentimiento.
¡Pobres versos! La Musa,
vidente, al
inspirármelos, me
anunciaba el dolor más
intenso de mi vida. Yo
vi la urna blanca de mi
dulce novia bajar al
fondo del sepulcro. Yo
vi a la tierra tragarse
aquella flor de gracia y
belleza. En la amargura
de mi duelo puedo
exclamar como Jacob:
Murió Raquel en el
camino… y era el tiempo
de la primavera. Mi alma
tiene tedio de la vida.
Como el amante de la
antigua canción quisiera
dormirme para siempre ¡oh,
eterno Amor mío!
Abrazado a tus huesos».
Transcribimos aquí un
extracto de lo que ya
escribía apenas salido
de la adolescencia.
Cuentan que lo escribe
basándose en unos
comentarios que oye en
esos años mozos,
narrados por el
enterrador de la región,
y su ferviente
imaginación traslada con
su lírica al papel, en
versos como estos:
Oye la historia que
contóme un día
el viejo enterrador de
la comarca:
—Era un amante a quien
por suerte impía
su dulce bien arrebató
la Parca.
Todas las noches iba al
cementerio
a visitar la tumba de su
hermosa;
la gente murmuraba con
misterio:
«Es un muerto escapado
de la fosa».
En una noche horrenda
hizo pedazos
el mármol de la tumba
abandonada,
cavó la tierra y se
llevó en sus brazos
el rígido esqueleto de
su amada. (2)
(…)
«Poemario»
Borges publica, a lo
largo de su vida, un
único libro de poemas,
que titula sencillamente
Poemario, de
apenas 64 páginas,
siempre en un continuo
vaivén entre el amor
divino y el amor carnal,
entre el altar y el
lecho. Un ser humano
paradójico y
extravagante. La crítica
literaria ha destacado
su oratoria y, por el
contrario, ha olvidado,
la mayoría de las veces,
al poeta.
Poesía enmarcada en el
Modernismo venezolano
como uno de sus mejores
representantes, el poeta
Carlos Borges, con su
paisaje interior,
trasciende el adusto
moralismo, en un
trasiego hacia una
«elocuencia poética» que
ensancha su poder
insinuante, la belleza
sensorial donde puede
refugiarse él, quien
describe sentimientos
muy personales reflejos
del estado del ánimo.
Escoge cuidadosamente
sus palabras produciendo
hermosos efectos de
musicalidad. Recupera
versos del arte mayor,
escasamente utilizados,
endecasílabos y
alejandrinos, en
versificación regular o
en versos sueltos o
blancos que se ajustan a
la métrica pero que no
tienen rima,
estableciéndose esta
apenas entre el verso
final de la estrofa y la
rima interna, con el uso
abundante de recursos
expresivos, figuras
literarias, adjetivación
ornamental y palabras
cultas y sugerentes.
Una poesía que, como
afirma Salvador
Garmendia, nos abre la
puerta del erotismo en
la poesía venezolana, un
erotismo ineluctable en
todos sus poemas
amatorios. Como dice
Antonio Arráiz:
«Y los que oían o leían
sus poemas sentíanse
estremecidos por una
inexperimentada
fruición, semejante a la
que produce la mezcla de
lo dulce y de lo ácido
en un fruta tropical,
por aquella mezcla de
pecado y de piedad, de
sensual delectación y de
ardiente misticismo, que
revelaba en su autor la
dualidad del poeta
pagano, enamorado de la
vida, y del poeta
cristiano, con las
miradas fijas en el más
allá».
En el templo majestuoso,
claro, inmenso en el
espacio,
la radiante noche teje
su guirnalda de áureas
flores,
que el altar del
firmamento inefable
aroma dan:
y se entreabren
dulcemente con
suavísimos fulgores
los luceros tembladores,
y es un lirio blanco
Sirio, una rosa
Aldebarán.
(…)
¿O las místicas
antorchas del banquete
celestial?
¿Son las luces de la
Patria suspirada? ¿Las
ya idas
esperanzas tan queridas
que murieron en las
cruces donde esplende el
ideal?
¡Oh, Jesús enamorado,
tierno esposo de mi
alma,
no me basta ser el cirio
que en las horas de
alegría,
se consume en tus
altares en ardiente
adoración:
en tus horas de
abandono, quiero hacerte
compañía,
haz que tenga noche y
día
como lámpara eucarística
encendido el corazón.
(…)
¡Tú me bastas, Amor mío,
en el cielo del Altar!
(3)
Ese contraste seductor
entre el espíritu
místico y el profundo
amor a la mujer, y la
encantadoramente
desenfrenada pasión, con
que nos dice:
Besa los senos de la mar
dormida
el sol enamorado, como
un rey
que sus oros y púrpuras
olvida
a los pies de la hermosa
Loreley.
(…)
Apoyado en el áncora tu
bello
brazo desnudo al
marinero incita;
la cruz que pende de tu
níveo cuello
sobre tu ardiente
corazón palpita.
(…)
Y el corazón, la entraña
adolorida
en el dorado anzuelo del
Amor,
para la cruel sirena de
la vida
es a un tiempo carnada y
pescador. (4)
Sus votos sacerdotales
nunca le impidieron
vivir en sus momentos la
bohemia de la época,
revelándolo en sus
poemas de hombre y poeta
sensual y atormentado,
donde los versos afloran
con trasparencia su
drama interno, sin
falsedad alguna, a ratos
espiritual, ascético
adorador y arrepentido;
en otros, disfrutando el
gozo del amor y la
sensualidad del cuerpo
de la mujer amada, y
común en todos, esa su
nostalgia:
Puesto el oído al eco de
la noche,
a la voz de las ondas y
los vientos,
viajera el alma en el
país brumoso
de lejanos, tristísimos
recuerdos,
el grande artista sueña…
ya lo invade
la inspiración del
genio,
la encarnación del arte
ya informa el ideal en
su cerebro…
Después… febril,
apasionado, loco,
luz en los ojos y en la
frente fuego
intérnase en la sombra
del gran salón desierto…
y acariciando el piano
adormecido
le cuenta sus ensueños…
Escuchad…! ¡Es el canto
de los astros,
la armonía del alma y de
los cielos! (5)
Con esa tonalidad, sus
poemas zigzaguean entre
el apasionado erotismo y
el paradisíaco acento
místico, se le vincula
al movimiento
modernista; sin embargo,
su lenguaje aún está
imbuido de romanticismo
con ramalazos
neoclásicos a los que lo
inclinan su formación
religiosa y sus estudios
eclesiásticos:
Ante la imagen de Jesús
rezaba
con místico fervor mi
devoción,
cuando cerca de mí pasó
una hermana
casi rozando con mi
corazón.
El demonio bíblico y
maldito
me hizo, ¡Dios mío!,
profanar mi rezo,
corrí tras ella, la
alcancé, y la vida,
la vida toda se la di en
un beso.
Cuando a mi puesto volví
cual Judas,
con la cabeza baja
avergonzado,
el buen Jesús me dijo
con ternura:
«Dale otro beso…, que
eso no es pecado».
Obedeciendo a Jesús
prolijo
corrí tras ella, la
volví a alcanzar,
y, al agarrarla, me
grito: «¡Bandido!»,
pero más dulce la volví
a besar. (6)
El sacerdote y el poeta
Carlos Borges viven
paralelamente en su vida
la acción del católico
militante y el éxtasis
que produce el amor. La
curiosa mezcla de
minucioso realismo y de
inspiración o intuición
desenfrenadas, las
expresa con una
meridiana claridad
profundamente
significativa. Para él,
el alma es un poderoso
guerrero espiritual
cuando este espíritu
encuentra satisfacción y
con ella escribe sus
espirituales poemas,
pero, ¡qué embriaguez de
atracción voluptuosa,
qué fiesta de los
sentidos, qué júbilo del
arrebato del amor
lúbrico que lo
transfigura al igual que
lo hizo su amor a lo
divino! ¡Qué vuelo tan
audaz, que dulce
extravío!
En el caso de Carlos
Borges el poeta, deseoso
de comprometerse entre
la palabra y la vida, la
vida y la palabra,
rebelde y con álgidas
tensiones, sólo nos
queda, recapacitar el
abandono en que lo
sumimos y asomar
valientemente, el valor
que su poesía encierra
aún a pesar de las
sombras a la que la
hemos sometido; quizás a
la «Patria Literaria» y
a cada uno de nosotros,
lectores, nos
propongamos dar por
justo que su hermosa
poesía haga la
contrapartida a la
desidia, en las lecturas
que de sus poemas
hagamos y en el nuevo y
digno lugar en que a su
obra poética coloquemos.
En la calma silenciosa
de las noches
estrelladas,
la eternal magnificencia
a la mente maravilla
al espíritu amedrenta
con tremenda majestad.
(…)
¡Oh, las pálidas
estrellas! ¿Son las
perlas de los mares
infinitos? (3)
Como nota de luz en el
pentagrama
inmenso de los cielos,
se miran las estrellas
esparcidas,
por el Eterno Artista…
Los abetos,
los pinos melancólicos,
los sauces,
como a gigantes liras
hiere el viento;
¡extraña sinfonía de los
bosques
acompañando el himno de
los cielos! (5)
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NOTAS:
1. Dístico.
2. Bodas negras.
3. Lámpara
Eucarística.
4. A bordo.
5. Nocturno.
6. Pero más dulce. |