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pundonor, tanto temática como dramáticamente, fue muy atractivo para los
dramaturgos españoles del Siglo de Oro. Lope de Vega, en su Arte nuevo de
hacer comedias en este tiempo (Madrid, 1609), poema sutilmente irónico,
leído ante una academia literaria, había recomendado el uso del honor como un
poderoso estímulo para el público:
Los
casos de la honra son mejores,
porque
mueven con fuerça a toda gente.
Pero fue
Alejandro Dumas quien mejor materializó esta idea con su obra inmortal El
Conde de Montecristo. Para dar una idea clara de cómo consiguió convertir
esta novela en paradigma de la venganza, es necesario retrotraerse al contexto
en que escribió este autor.
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Alejandro Dumas
(1802-1870), novelista y dramaturgo francés, es autor de muchas novelas,
entre las que cabe mencionar, por su popularidad, Los Tres Mosqueteros
(1844), El Conde de Montecristo (1845) y El Tulipán Negro
(1850). |
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Dumas
fue un escritor prolífico, aunque, para atender a la creciente demanda del público,
tuvo que recurrir a la ayuda notoria de ‘colaboradores’, entre los que destacó
Auguste Maquet (1839-1851), quien intervino en la confección de varias de sus
novelas, entre ellas Los tres mosqueteros (1844) y El Conde de Montecristo
(1845). La discusión en torno a este tema ha concluido gracias la aparición de
las notas en las que, de manera autógrafa, consta que fue él quien encontró las
Memorias de D´Artagnan, obra de Gatien Courtilz de Sandras (editada por
Emecé en 1961), base argumental de su famosa novela. Así, mientras Auguste Maquet investigó
el trasfondo histórico de la trama, fue Alejandro Dumas el encargado de darle
forma narrada.
Maquet
publicaría poco después su propia versión, pero tanto ésta como la de Gatien no
han llegado a la trascendencia literaria de la obra de Alejandro Dumas, la cual
es muy ágil y divertida. Sus novelas históricas, llenas de vivacidad, gozaron
del beneplácito del público, propiciadas por su publicación folletinesca por
entrega en los periódicos.
Publicación
El
Conde de Montecristo fue publicado
originalmente en Journal Des Débats en dieciocho partes. La publicación
funcionó del 28 de agosto de 1844 hasta el 15 de enero de 1846. Primero fue
publicado en París por Pétion en 18 volúmenes (1844-5). Las versiones completas
de la novela en el francés original fueron publicadas durante el siglo XIX.
La
traducción inglesa más extendida fue publicada originariamente en 1846 por
Chapman y Pasillo. La mayoría de las ediciones inglesas íntegras de la novela,
incluyendo las ediciones de Modern Library y Oxford World’s Classics, utilizan
esta traducción, aunque Penguin Classics publicó una nueva traducción de Robin
Buss en 1996.
La
traducción de Buss puso al día la lengua, que hizo más accesible a los lectores
modernos, y recuperó el contenido modificado en la traducción de 1846, debido a
las restricciones sociales de la Inglaterra victoriana (por ejemplo, las
referencias a los rasgos lésbicos y al comportamiento de Eugénie) a la
publicación real de Dumas. Existen otras traducciones inglesas del trabajo
íntegro, pero se tienen en cuenta rara vez para la impresión y toman prestado
más de la traducción anónima de 1846. Las varias traducciones abreviadas de la
novela son comunes, debido, sobre todo, al gran tamaño del libro en su forma
íntegra.
Alejandro Dumas escribió un conjunto de tres obras que contaban la historia de
El Conde de Montecristo: Montecristo (1848), El Conde de Morcef
(1851) y Villfort (1851). La historia inspiró la trama para una amplia
variedad de novelas: Ben-Hur, de Lew Wallace (1880), el relato de ciencia
ficción The Stars My Destination, de Alfred Bester (1956), y la
contemporánea The Stars’
Tennis Balls, de Stephen Fry (2000).
Paralelismos con la
realidad
Ya el
título vincula a la obra con la realidad, porque hubo un conde de Montecristo
llamado Jean-Paul Bendit (1751-1785). Un noble francés que, en 1789, defendió
los principios de la Revolución y colaboró notablemente en la redacción de la
Constitución de 1791, aunque luego sería detenido en 1792 y acusado de traición.
Al no encontrarse pruebas, fue puesto en libertad y asesinado posteriormente con
ácido sulfúrico, bajo el pretexto de una limpieza bucal, un método frecuente en
la época, de lo que se deduce que él no intentó escapar de la muerte.
De
hecho, a lo largo de la novela, encontramos más elementos procedentes de la vida
real. En efecto; la trama de El Conde de Montecristo fue extraída
por Alejandro Dumas del diario del archivista de policía francés Jacques
Peuchet. Aunque sus trabajos no se publicaron hasta su muerte, una misteriosa
historia recopilada de los expedientes policiales, en sus días al servicio de la
policía, fue publicada más adelante bajo su nombre.
Ésta
relata la vida de Pierre Picaud, un zapatero de Nimes comprometido con una mujer
rica, quien, en la Francia de 1807, había sido acusado de ser espía inglés por
cuatro amigos celosos y, como consecuencia, condenado a siete años de prisión.
Durante el cautiverio, su compañero de celda le revela, antes de morir, la
ubicación de un tesoro escondido en Milán. Una vez en libertad en 1814, Picaud
vuelve a París bajo otro nombre y dedica diez años de su vida a vengarse de
aquellos que, por envidia, lo habían traicionado. Aunque, finalmente, es
secuestrado y asesinado.
También,
El Conde de Montecristo es, en principio, la historia de una venganza. El
marino Edmundo Dantés es ascendido a capitán de El Faraón y está a punto de
casarse con Mercedes. Sin embargo, el ingenuo Dantés no es consciente de cómo su
buena fortuna repercute en las vidas de su círculo de allegados. Danglars, jefe
de cargamento de El Faraón, que envidia su ascenso, y Fernando, que ama a su
prima Mercedes, denuncian falsamente a Edmundo Dantés de agente bonapartista. Y,
aunque el fiscal Villefort está a punto de liberar a Dantés de los cargos de los
que es objeto, la vinculación del caso en cuestión con su propio padre Noirtier,
un partidario bonapartista a ultranza, le impelen a salvaguardar su carrera
enviando en secreto a Edmundo Dantés al Catillo de If.
Durante
su permanencia en prisión, el protagonista entra en posesión de los
conocimientos teóricos y prácticos más avanzados de su tiempo gracias al abate
Faria. Cuando se fuga de prisión, por vía novelesca, se convierte en uno de los
hombres más ricos de la tierra. Su venganza, por tanto, no será ya sólo la
venganza de un hombre agraviado, ni la venganza de ‘un intelectual agraviado’,
sino la del dueño de un capital, de una fuerza de producción que habrá de
invertir o dilapidar de una u otra manera.
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El
abate Faria (magistralmente interpretado por Richard Harris),
entregado a su propósito de excavar un agujero hacia el muro del
castillo que le sirve
de prisión y escapar de su interminable cautiverio.
(Imagen correspondiente a un fotograma de la
película «La Venganza del Conde de Montecristo», dirigida por
Kevin
Reynolds en 2002, quizá la más atractiva e interesante de todas las
versiones conocidas.)
©
Sus Productores, UK, 2002 |
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Otras fuentes de la
vida real
En otra
de las Historias verdaderas, Peuchet describe la intoxicación de una
familia. Esta historia, también citada en la edición de Pleiade, obviamente ha
servido de modelo para el capítulo de los asesinatos en la familia Villefort.
La
introducción a la edición de la Pleiade menciona otras fuentes de la vida real.
Así, el abate Faria existió y murió en 1819, después de una vida muy similar a
la del Faria de la novela.
En
cuanto a Dantés, su destino es bastante diferente de su modelo en el libro de
Peuchet, ya que este último es asesinado por el ‘Caderousse’ de la trama. Pero
Dantés tiene otros alter ego en algunas obras más de Dumas; tales son los
casos de Pauline, de 1838, y más significativamente, Georges,
desde 1843, cuando un hombre joven de ascendencia negra está maquinando una
venganza contra la gente blanca que le había humillado.
Identificación con
nuestra época
Y la
prueba de que El Conde de Montecristo sigue tan vigente como cuando se
publicó por primera vez en 1844, la podemos encontrar en ciertos capítulos de la
novela misma. Así, hay un capítulo en el que Danglars reprocha a su mujer, no
que tenga un amante, sino que los manejos de ese (inexistente) amante lo estén
arruinando, y añade sus sospechas de una conspiración para llevarlo a la
quiebra. Es decir, desde 1844, la llamada ‘sociedad moderna’ ha seguido fiel al
culto del poder absoluto del dinero.
En otro
capítulo muy curioso, Montecristo descubre que el éxito de Danglars en la
especulación bursátil se debe al uso de información privilegiada, obtenida
mediante el telégrafo óptico. He aquí un elemento de alta tecnología que
erróneamente consideramos privativo de nuestros tiempos, porque, ya en el siglo
XIX, existía una tecnología considerablemente avanzada en materia de
comunicaciones.
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Edmundo Dantés acaba
de lograr la fuga de la olvidada celda en que estaba recluido. Su
rostro es el fiel reflejo de la venganza que llevará a cabo con los
causantes de su ruina.
(Imagen
correspondiente a parte de un fotograma de la película ya citada, en
la que el actor James Caviezel encarna magníficamente al traicionado
marinero.)
©
Sus Productores, UK, 2002 |
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A raíz
de esta circunstancia, el conde se presenta en una de esas estaciones de
telégrafos, cerca de París, y soborna al telegrafista (con una renta vitalicia)
para que transmita un mensaje falso hacia la capital. El mensaje, relacionado
con el destino del rey de España, hizo perder una importante suma al banquero Danglars.
Es
decir, también en aquella época, la tecnología y los medios de comunicación
(ahora sería internet y el correo electrónico) jugaban un papel importante en la
vida de la gente.
Crítica
Hasta
nosotros ha llegado más vivo que nunca el personaje de Edmundo Dantés, una
figura contradictoria. Porque si inicialmente resulta una figura trágica tras su
encarcelamiento, posteriormente se nos mostrará inflexiblemente cruel, para,
finalmente, mostrar su rostro más patético. Patético, ya que en su lucha contra
el destino que cree que le ha impuesto Dios, acaba creyéndose por encima de Él,
y, por tanto, capaz de desafiar sus reglas morales (Gramsci vio en el conde de
Montecristo la figura del precursor del ‘Superhombre’ nietzscheano). Aunque
acaba apartando de su mente estas ideas.
Percibimos la lucha interna entre la luz y la oscuridad que debe afrontar
Dantés. Pero la novela también nos depara momentos míticos, como el regreso
fantasmagórico del conde a Marsella, la sorpresa de volver a ver a El Faraón (el
buque insignia de su antiguo armador), la enrevesada trama que envuelve a Danglars, Mondego y Villefort, etc.
En un
comienzo he catalogado esta novela como un folletín novelesco; sin embargo,
aunque en cierto modo no carece de fundamento tal afirmación, he de introducir
unos matices en mi aserto.
Efectivamente, el diccionario de la RAE define el ‘folletín novelesco’ como
«tipo de relato propio de las novelas por entregas, emocionante y poco
verosímil». En consecuencia, estas novelas pueden parecernos desfasadas,
simplistas y carentes de mensaje para nuestros tiempos. Pero si profundizamos en
dicha literatura, nos hayamos con que más allá de sus características (ritmo
intenso de producción, argumento poco verosímil y simplicidad psicológica), en
las llamadas novelas populares subyacen unas claves ocultas que le dan
profundidad y valor social a un aparente divertimento de masas.
Por su
parte, Umberto Eco ubica esta novela dentro de la literatura popular y ve en
ella un éxito comercial que, no obstante su fórmula de edición, no acaba en la
simple narratividad degradada.
Al
final, la novela nos deja un mensaje imperecedero que nos sirve de consuelo:
«En
cuanto a vos, Morrel, he aquí el secreto de mi conducta. No hay ventura ni
desgracia en el mundo, sino la comparación de un estado con otro, he ahí todo.
Sólo el que ha experimentado el colmo del infortunio puede sentir la felicidad
suprema. Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuán buena y
hermosa es la vida. Vivid, pues, y sed dichosos, hijos queridos de mi corazón, y
no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios se digne descifrar el porvenir al
hombre, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y
esperar!»
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Imagen correspondiente
a la citada película, en la que aparece el Conde de Montecristo
hablando cortésmente con Mercedes, la que fue su novia antes de ser
traicionado y recluido en una olvidada mazmorra del castillo de If. Contrastan notablemente la
pérfida mirada de Fernando Mondego, Conde de Morcert, y el gesto
complaciente del joven Alberto, hijo de Fernando y Mercedes.
©
Sus Productores, UK, 2002 |
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