pesar de que en España su obra ha sido, y aún lo es, muy poco conocido por los
lectores de poesía, Östen Sigvard Sjöstrand (Gotemburgo, 1925 – Estocolmo, 2006)
fue, sin embargo, un poeta y novelista sueco bastante bien relacionado con el
mundo hispanoamericano. Traductor de obras extranjeras a la lengua vernácula y
miembro del Comité Nobel durante 20 años, Sjöstrand había sido miembro
cofundador de la revista cultural ARTES, en la que colaboró como redactor
responsable de 1975 a 1988. Casado con la también escritora Ella Hillbäck,
publicó, en 1949, Unio, su primer poemario, obra transida toda ella de
ese sentimiento de angustia agónica que marcó la poesía sueca de finales de los
años cuarenta, consecuencia directa de los horrores vividos durante la Segunda
Guerra Mundial. En 1950, escribe Invigelse y, 1953, sale publicada su
obra Ǻtervändo, año en que abandona el luteranismo imperante en su país y
abraza la fe católica. A este poemario siguen otros más, entre los que podemos
citar Dikte 1949-1955 (1958), Världen Skapas Varje Dag (1960),
En Vinter i Norden (1963), Drömmen är Ingen Fasad (1971) y
Fantasins Nödvändighet (1971). En 1975, ingresa en la Academia Sueca. La
mayor parte de su producción poética está inspirada en la poesía francesa de la
época, si bien otra de sus fuentes de inspiración fue la música. Consecuencia de
ambas influencias es la publicación, junto a Gunnar Ekelök, de la primera
antología narrativa francesa que se hizo en sueco, con el título de
Cuentistas Franceses Famosos, y, en colaboración con Sven-Erik Bäck,
llegaría a escribir un par de óperas. Entre otras obras, publica Pär
Lagerkvist (1975), Ditke (1981) y Sprickorna i Stenen (1994).
Un intento, pues, de aproximación a la obra de Sjöstrand queda inevitablemente
como un ensayo incompleto, dado lo vasto de la obra del poeta y la multiplicidad
de dimensiones —ética, humanista y religiosa, entre otras— que abarcan su obra.
Esto lleva al crítico, como veremos en las líneas que siguen, a tomar una pieza
clave de su trayectoria vital, desgranando desde allí las notas de la sinfonía
poética.
Por tanto, no es casual que la antología elegida ha sido La Música Oculta
(Den Gömda Musiken), publicada en castellano, en 1989, por la editorial
El Tucán de Virginia (México D. F.), con traducciones de Pierre Zekeli y Homero
Aridjis, sobre la base del hilo conductor de las notas de Steven Sondrup, que
prologa la edición.
«La Música Oculta»
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Östen Sigvard Sjöstrand
(1925 -
2006) |
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El mismo
título, La Música Oculta, que tiene una clara referencia musical,
imbricada no solamente en cada miembro del cuerpo poético, sino explícitamente
deudora en una etapa temprana de los Preludios, de Debussy, y al
Réquiem, de Ligeti, herencia que, combinada con una profunda experiencia
mística de juventud que marcara desde la filosofía tomista sus primeras obras,
se iba a expresar en sus traducciones al sueco de óperas y oratorios, entre los
cuales figuran Ifigenia y Alcestes, de Glück, y el Mesías, de
Händel.
Estamos,
pues, ante un tipo de poesía absolutamente consustanciada, con una experiencia
personal de diálogo con el mundo que le tocara habitar y lejana de todo
alineamiento con las diversas corrientes literarias y estéticas que atravesaron
el mundo escandinavo a lo largo del siglo XX.
Sin
embargo, la obra de Sjöstrand mantiene una notable relación con la obra de
poetas como T. S. Eliot (en sus poemas tardíos, donde vuelca sus inquietudes
metafísicas a propósito de su conversión al catolicismo romano), Paul Valéry (de
cuya obra explora las infinitas combinatorias de los motivos musicales en la
composición poética) y Gunnar Ekelöf, a cuyo leitmotiv en torno al
Doppelgänger y a la soledad existencial del hombre se vuelve en distintos
momentos de su obra.
Junto a
estas afinidades electivas, el simbolismo de los tres elementos (aire, viento y
agua), recorre toda su trayectoria vital, desde su primer libro de poemas,
Unio (1949) hasta su obra de madurez (Transmisión de Corrientes,
1977; Justo sobre la Línea de Agua, 1984). Si bien hay una clara
evolución de la reflexión poética, desde un tomismo estrecho hasta una visión
mítica de la marcha del mundo, identificada con los arquetipos de Jung.
El sentido del tiempo
Distintos momentos de Sjöstrand van y vuelven sobre el sentido del tiempo, de un
tiempo presente que el poeta siente cada vez más angustioso y degradado. Así, en
este fragmento de Paisaje del Llano (Slättlandskap):
Tu viaje
a través de las noches y los días es el mío;
cómo la
luz sigue cada paso que damos,
cómo,
sin embargo, algo parecido a nosotros viaja
y queda
en cada tierra,
en la
alegría que se profundiza
con
aterradoras preguntas, con extrañas réplicas,
con días
y noches,
con el
corazón que late como el riel,
mientras
las fronteras desaparecen detrás de ti...
hasta
que ningún tren pueda llevarte más lejos
[...]
La angustia
En otro
plano de la poética de Sjöstrand, la angustia ante la devastación del ambiente,
de la propia casa cósmica, compartida con tantos otros poetas escandinavos, se
expresa con dureza, por ejemplo, en Nube tras Nube (I Namnlösheten),
Nube
tras nube
de fuego
subterráneo.
Nubes
exterminadoras
De odio
y abstracciones.
Y
nosotros los que vivimos, todavía respiramos
Recordando otra vida.
Pero
ésta es nuestra vida:
Estroncio y disgusto.
Y el
contagio mantenido en secreto-
Que se
propaga -¡que ya nos ha penetrado!
Nos ha
dividido de nosotros, ha separado
las
manos de la cabeza; el cuerpo y el sexo
del
corazón; el hombre de la mujer
como el
este del oeste.
Nube
tras nube.
[...]
Pero
ésta es nuestra vida: estroncio y disgusto.
Cesio y
vacío.
Rocas
cerradas, espacios cerrados.
Odio
contra odio.
[...]
Nube
tras nube
de fuego
subterráneo.
Nubes
exterminadoras
De odio
y abstracciones.
Ésta es
nuestra vida.
Mientras
la ceniza está cayendo, cayendo...
donde ya
la estructura de la versificación se ha vuelto cortante, continuamente
fragmentada por puntos, al igual que ocurre con la realidad que percibe el poeta
y las oposiciones que quiebran los armónicos de un universo que fuera kosmós
y, en una inversión absurda, se ha transformado en dolor y desconcierto,
chaós.
Las
nubes de Debussy, las de Aristóteles, se han degradado ya a nubes radioactivas,
y la ciencia impone al hombre su propio lenguaje, ajeno, impiadoso,
apocalíptico.
En una
disociación existencial nunca resuelta, el poeta que, desde su trayectoria vital
y desde la alquimia de la «palabra» ha perseguido sin descanso la utopía de las
dos culturas (la de C. P. Snow), constata tristemente que la ciencia se ha
vuelto una empresa de robots deshumanizados, contradiciendo lo mejor de su
historia, y se vuelve hacia la recuperación de los mitos, intentando habitar la
augusta casa de un pasado ya irrecuperable:
Los
pueblos caen,
la noche
se derrama.
En ambos
lados, el llano brota
sin
lugares ocultos o evasiones.
En ambos
lados, ellos saben que pronto
estarán
rodeados, encerrados
(como el
astronauta en su cabina espacial).
Oh
sombras perdidas para el mundo,
yo las
seguí.
Con los
ojos del argonauta yo seguí
El libre
vuelo de una paloma
Y he
pasado a través de las rocas sin que éstas me aplastaran.
Pero,
¿qué se yo de las formas desconocidas
aproximándose en la niebla?
A
treinta millas de la costa,
los
periscopios se levantan, como lanzas del suelo.
Los
árboles son arrancados desde los cojinillos de lanzamiento
enfrente
de mí.
De nuevo «Ulises»
Y el
viaje poético puede cerrarse con esta impresionante recreación de Ulises,
revisitado:
El reloj golpea
las 17.55. El primer controlador al fin descubre la estampilla que dice que
tengo el derecho de moverme libremente fuera de los muros. “No leo francés y no
he visto nada sobre este día hasta el término de la noche”, dice, y agrega:
“Pero ahora veo que tú has estado en esto desde el comienzo”. Yo pienso que
habría sido mejor que él me hubiera preguntado sobre la retórica auto evidente
de la esperanza y el caló de la experiencia, los que durante la creación
permanecen silenciosos. Pero él arrebata mi pasaporte.
El reloj
golpea las 16.55 y el segundo controlador pregunta abrupta, inquisidoramente:
“¿Cómo te llamas realmente? ¡Contesta!”. Aturdido, un doble espectral, respondo
que soy llamado Simón, Simón es mi segundo nombre. Pero él continúa, con una
sonrisa despectiva: “Tenemos la prueba de que has mentido: has dicho que miraste
en un sueño la mayor parte de aquello sobre lo que has escrito”. Contesto, con
la más completa sinceridad, yo ahora sé que yo, no sólo en plena luz del día,
veo el concreto y la montaña agrietarse, empizarrarse y fluir. “No mártires,
¡las coronas son entregadas aquí! ¡Péguese al presente!”, grita él.
La vieja
furia comienza a irrumpir en mí, pero el reloj golpea las 18.55, sin
advertencia, y el tercer controlador aparece con un cuestionario (disfrazado
como una búsqueda de opinión). Las preguntas son tan grandes como los
encabezados de un periódico...
“¿No
considera usted que la verdad exige que uno corte las alas de todos los
pájaros?”
“¿No
considera usted que la libertad exige que todos esos que se están muriendo deben
cuidarse a sí mismos después de las seis de la tarde?”
“¿No
considera usted” (ilegible). “¿No considera usted” (ilegible).
“¿No
considera usted que la realidad exige que usted se ponga voluntariamente detrás
de los muros?”
El
primer controlador llama la atención del tercer controlador sobre el hecho de
que yo no tengo que responder a la última pregunta.
“Yo soy
un farmacólogo, transformo los venenos en remedios, comienzo yo. Y más aún, yo
busco aquí al Padre o el Abismo; lo incomprensible que es también el
Silencio...”
Me
encuentro a mí mismo fuera de la reja, negro como el negro dentro de un espejo
donde se ha quitado el vidrio. La reja se sienta un poco sobre el suelo, una
escalera desvencijada lleva a ella. Allá debe ser encontrada la mujer que ha
olvidado su origen y su nombre.
A punto
de ascender los escalones gastados, me encuentro acusando amargamente a la
sociedad que he dejado. “No fuiste solamente que tú me negaste el derecho de los
hijos. Si nunca se me pagó por el fuego, al menos debí haber sido pagado por las
cenizas.”
Las manecillas de las horas se quedan inmóviles. El primer peldaño se sostiene.
El segundo... |