«Me recomienda usted que piense en la muerte;
no en la de esta mujer, sino en la mía.
Me recomienda usted que piense en lo inestable,
en lo inseguro de nuestra existencia y en lo que hay más allá.
Pero esta consideración y esta meditación ni me atemorizan
ni me arredran. ¿Cómo he de temer la muerte si deseo morir?
El amor y la muerte son hermanos.»
JUAN VALERA (1824-1905), Juanita la larga, XXII.
l poema de Jorge Guillén, que comentamos siguiendo el orden académico
convencional (Valor de contenido, Valor artístico, Valor
histórico-pragmático y Notas complementarias), dice:
FUERA DEL MUNDO
Cuanto nosotros somos y tenemos
Forma un curso que va a su desenlace:
La pérdida total.
No es un fracaso.
Es el término justo de una Historia,
Historia sabiamente organizada.
Si naces, morirás. ¿De qué te quejas?
Sean los dioses, ellos, inmortales.
Natural que, por fin, decline y me consuma.
Haya muerte serena entre los míos.
Algún día —¿tal vez penosamente?—
Me moriré, tranquilo, sosegado.
No me despertaré por la mañana
Ni por la tarde. ¿Nunca?
¿Monstruo sin cuerpo yo?
Se cumpla el orden.
No te entristezca el muerto solitario.
En esa soledad no está, no existe.
Nadie en los cementerios.
¡Qué solas se quedan las tumbas!
Valor de Contenido
En este poema, el autor plantea una serie de consideraciones sobre la
muerte.
En la primera parte (versos 1 a 8), plantea la inevitabilidad de la
muerte. No es trágica la idea de la muerte para este autor, ya que
constituye «El término justo de una Historia / Historia sabiamente
organizada». La inmortalidad que quede reservada a los dioses. Tampoco
es razonable la queja, pues ya se sabe que «Si naces, morirás».
En la segunda parte del poema (versos 9 a 16), plantea cinco tipos de
cuestiones:
a) la naturalizad del envejecimiento: «Natural que, por fin, decline y
me consuma.»;
b) el deseo de que tanto él como los suyos tengan una muerte serena:
«Haya muerte serena entre los míos.»;
c) la certeza de la muerte y la duda sobre si será una muerte penosa o
tranquila y sosegada, además de la duda sobre si alguna vez despertará:
«Algún día —¿tal vez penosamente?— / me moriré, tranquilo, sosegado. /
No me despertaré por la mañana / ni por la tarde. ¿Nunca?”;
aunque tal consideración le lleva a d) la actitud escéptica sobre una
existencia sin cuerpo: “¿Monstruo sin cuerpo yo?”,
y, ante tal consideración, e) la inevitable aceptación del orden
establecido por no se sabe quién: “Se cumpla el orden”.
En la tercera parte (versos 17 a 20), nos dice que, de cualquier forma,
el cadáver no es nada y, en consecuencia, no debe dar miedo ni causar
tristeza: “No te entristezca el muerto solitario. / En esa soledad no
está, no existe”. En los cementerios, pues, no existe nadie. Por ello,
frente a los versos de Bécquer “¡Qué solos se quedan los muertos!”,
nuestro poeta exclama “¡Qué solas se quedan las tumbas!”.
Valor artístico
Existe un predominio de los versos endecasílabos. Más, si contamos como
un solo verso disposiciones tipográficas como la de los versos 3/4 y
15/16. Aparece un verso alejandrino «Natural que, por fin, decline y me
consuma.», dos versos de 7 sílabas (14 y 19) y, por último, un verso de
9 sílabas, el verso final que “parodia” los versos de Bécquer de la rima
LXXII: «¡Dios mío, qué solos / se quedan los muertos!» y, por tanto, de
tal modo, se acentúa la sonrisa irónica, afirmativa de la idea
desarrollada en la tercera parte del poema.
Los versos, por otra parte, son blancos, sin rima.
El lenguaje del poema es directo, sin elaboración metafórica ni empleo
de otros recursos lingüísticos, si acaso sólo la metáfora “monstruo” en
«¿Monstruo sin cuerpo yo?», llamando así a la predicada existencia del
alma más allá de la muerte corporal. Destacan las interrogaciones como
medio para expresar dudas y acentuar la actitud escéptica.
Pese al lenguaje directo y sin apenas emplear recursos lingüísticos
potenciadores del valor poético, la profundidad del tema tratado, la
estructura métrica y temática bien resuelta, la precisión en el empleo
del vocabulario y las oportunas interrogaciones salvan y acentúan el
valor lírico de la composición.
Valor histórico-pragmático
El poema, al recoger una reflexión serena sobre el penoso tema de la
muerte, denota una escritura en un momento de madurez y, más
precisamente, de la vejez del poeta. Éste acepta el orden establecido y,
pese a las dudas sobre el Más Allá, espera una muerte serena, tranquila,
sosegada.
Notas complementarias
El tema de la muerte es recurrente en la poesía de todos los tiempos.
También Jorge Guillén lo trata en numerosas ocasiones y, de manera
especial, en la parte última de su libro Final (1981), libro que,
dicho sea de paso, me regaló dedicado en una de aquellas visitas que
solía hacerle cuando vivía en Málaga:
«Para Antonio García Velasco, sin final la amistad y la admiración de su
muy viejo amigo Jorge Guillén, Málaga, 5 de Febrero de 1982».
Esta parte de “Final” también lleva el título Fuera del Mundo, a
la que pertenece el poema comentado. El poeta mantenía la idea de que la
vida es la vida y la muerte, la muerte, frente a Quevedo y otros para
quienes «Vida es muerte».
También es recurrente en nuestro poeta el tema de oponerse a la idea tan
quevediana de ver la vida como muerte. Por ello dirá en otro poema,
Ars Vivendi, con cita de Quevedo: «Presentes sucesiones de
difuntos»: «Ay, Dios mío, me sé mortal de veras. / Pero mortalidad no es
el instante / que al fin me privará de mi corriente. // Estas horas no
son las postrimeras, /y mientras haya vida por delante, /serás mis
sucesiones de viviente».
Estas notas nos confirman que, en efecto, el poema fue escrito en los
últimos años de vida del autor, es decir, cuando había pasado de los
noventa años: recordemos, en este sentido, que Jorge Guillén Álvarez
nació en Valladolid, el 18 de enero de 1893 y murió en Málaga, el 6 de
febrero de 1984.
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Antonio García Velasco en casa de Jorge Guillén, con éste y su esposa
Irene Mochi-Sismondi. |
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