ENERO-MARZO 2015

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BORGES, PERSONAJE NARRADOR DE BORGES

   

  

Por Antonio García Velasco

   

  

RELEER, LEER A JORGE LUIS Borges es siempre grato y, si no lo recordabas o lo descubres por primera vez, sorprendente. Tengo el libro Ficciones, publicado por Alianza Editorial, fechado —cuando acostumbraba a poner fecha de compra a los libros— en febrero de 1972. La edición de Alianza es de 1971 y la correspondiente a Emecé Editores (Buenos Aires) es de 1956. En realidad, el volumen incluye dos libros breves, el de 1941, “El jardín de senderos que se bifurcan” y “Artificios”, de 1944. Los prólogos son del propio Borges. El primero data en Buenos Aires, 10 de noviembre de 1941 y el segundo, también en la capital argentina, el 29 de agosto de 1944.

Tomo, pues, Ficciones de mi biblioteca, lo abro al azar y releo, entre otros, el relato titulado La forma de la espada, de “Artificios”. Comienza, precisamente, describiendo la marca de una espada en la cara de su personaje: «Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa: un arco ceniciento y casi perfecto que de un lado ajaba la sien y del otro el pómulo». Como fórmula de inicio, ya resulta insólita: nos habla de un personaje del que sólo presenta la horrenda cicatriz de su cara, sin más preámbulos. Después vendrá su nombre —el verdadero no importa, dice—, por el que se lo conoce en Tacuarembó, donde vive en la actualidad. Allí todos le decían el Inglés de La Colorada. Su procedencia y actividad anterior sólo se conocen como rumores. «…no faltó quien dijera que en el Brasil había sido contrabandista». Consigue los campos de Cardoso y, para corregir las deficiencias de los mismos, el Inglés trabajó a la par que sus peones, con una severidad que llegaba hasta la crueldad, aunque «era escrupulosamente justo».

El personaje narrador que llega a la zona nos van dando los datos sobre lo que se dice del personaje: que era bebedor, que a veces se encerraba en el cuarto del mirador y no aparecía hasta los dos o tres días y «como de una batalla o de un vértigo, pálido, trémulo, azorado y tan autoritario como antes». Después, ya relata el encuentro con el Inglés: «Recuerdo los ojos glaciales, la enérgica flacura, el bigote gris». Nos va ofreciendo su retrato cabal, cuya primera pincelada constituye la ya referida primera oración del relato. Por ello, también nos dice que su español era rudimental, abrasilerado y, para acentuar su soledad, que no recibía correspondencia salvo algún folleto o alguna carta comercial.

El encuentro entre narrador y personaje es debido a que «una crecida del arroyo Caraguatá me obligó a hacer noche en La Colorada». Con la sensación de no ser oportuno, comienza a hablarle de su “presunta” patria, Inglaterra, para congraciarse con el Inglés. Pero éste «agregó con una sonrisa que no era inglés», sino irlandés.

Después de comer, comienzan a beber los dos: «No sé qué hora sería cuando advertí que yo estaba borracho; no sé qué inspiración o qué exultación o qué tedio me hizo mentar la cicatriz». Cuando pensaba que el Inglés, con la cara demudada, lo iba a expulsar de la casa, se limitó a decir: «Le contaré la historia de mi herida bajo una condición: la de no mitigar ningún oprobio, ninguna circunstancia de infamia». A partir de ese momento, el relato se transforma, el narrador pasa a ser oyente y el Inglés se convierte en personaje que cuenta la historia. Son los giros laberínticos que tanto gustan a Borges.

El tipo de personaje, la llegada a Tacuarembó, el modo de enfrentar a los personajes —narrador y protagonista, por decirlo así—, los rasgos estilísticos de los que me ocuparé brevemente, nos llevan obligatoriamente a pensar en la corriente del “realismo mágico” que tanto se elogia en la literatura hispanoamericana, si bien, autores como Carlos Muñiz Romero sostienen que tal realismo es propio de la literatura escrita por andaluces e iniciado por ellos (¡Buen tema para dilucidar!).

   
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Desde el punto de vista estilístico, como si fuese lo más natural, la prosa de Borges se salpica de aciertos expresivos que rozan la poesía: «Había escampado, pero detrás de las cuchillas del Sur, agrietado y rayado en relámpagos, urdía otra tormenta». La negrita resalta un aspecto de la expresividad con la que pinta la realidad del momento. O consideremos la personificación del inicio, «cicatriz rencorosa». Pero, en esta ocasión, lo más admirable es el cambio del personaje narrador. No ya por el hecho de que el personaje de que se habla se convierta en contador de historias, sino porque cuenta la historia como si fuese la víctima de una traición, cuando, en realidad, él fue el traidor y, en venganza, el traicionado, antes de ser detenido, le propinó un espadazo.

El Inglés va contando, en efecto, que acogió, entre los que conspiraban por la independencia de Irlanda, a un tal John Vincent Moon, al que protegió y salvó de un tiroteo, arriesgando su vida. Nos describe a este personaje: flaco y fofo a la vez, especializado en materialismo dialéctico, teoría con la que acababa cualquier explicación de hechos: «Moon reducía la historia universal a un sórdido conflicto económico. […] El nuevo camarada no discutía: dictaminaba con desdén y con cierta cólera». Pensemos en este punto en la condena implícita de Borges al marxismo y, en concreto, al materialismo dialéctico, con independencia de que compartamos, o no, con él esta crítica. Refiere la actitud que tiene en la casa donde se han refugiado. Nos advierte: «Nueve días pasamos en la enorme casa del general. De las agonías y luces de la guerra no diré nada: mi propósito es referir la historia de esta cicatriz que me afrenta». Cuenta que Moon, herido, inquiría sobre los planes de los revolucionarios, los censuraba, trataba de cambiarlos, «Para mostrar que le era indiferente ser un cobarde físico, magnificaba su soberbia mental». Un día, al volver a la casa, encontró que Moon hablaba por teléfono, dijo su nombre: «Mi razonable amigo estaba razonablemente vendiéndome. Le oí exigir unas garantías de seguridad personal». Sigue contando que, al verse traicionado, de una de las panoplias arrancó un alfanje y con «esa media luna de acero le rubriqué la cara para siempre». Y añade: «Borges, a usted, que es un desconocido, le he hecho esta confesión. No me duele tanto su menosprecio». Quede explicado con este vocativo el título de este artículo y, por tanto, la inclusión de Borges como personaje borgiano.

   
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Toma de nuevo la palabra el Borges narrador: «Noté que le temblaban las manos. «¿Y Moon?, le interrogué». La respuesta del interlocutor: «Cobró los dineros de Judas y huyó al Brasil». Sigue el personaje Borges narrador diciendo que aguardó en vano la continuación de la historia. La continuación y final del relato incluye la explicación de haber contado la historia como si fuese su protector traicionado «para que usted la oyera hasta el fin», porque «Yo he denunciado al hombre que me amparó: yo soy Vincent Moon. Ahora desprécieme».

Era necesario revelar el final para referir el juego narrativo, la espléndida técnica narrativa de Borges: Borges como personaje llega a la finca del Inglés, nos cuenta el hecho, el encuentro con éste. El personaje sustituye al Borges narrador y cuenta la historia de su vida como si fuese la víctima de la traición de un tal Moon, que, finalmente, se nos revela como traidor cuya traición costó la vida a su protector. Borgiano totalmente. Paradigmática su técnica. Modélico su estilo.

  

CONCLUSIÓN

  

Este breve relato resulta revelador de diversas características, temáticas y formales, de la narrativa de Borges:

Tema de la traición, de la infamia («llevo escrita en la cara la marca de mi infamia»), de los fingimientos (el personaje es llamado Inglés, aunque es irlandés), carácter ilusorio de la realidad (nada es lo que aparenta: Inglés no es inglés, la aparente víctima es el victimario…), venganza (la cara marcada por el alfanje es la venganza del protector traicionado), violencia (la guerra, el espadazo, la lucha revolucionaria…), laberinto (los cambios de narrador, la propia casa donde se refugian los revolucionarios —«perseguí al delator a través de negros corredores de pesadilla y de hondas escaleras de vértigo»—, los vericuetos que llevan a Borges narrador a la casa del Inglés, que resulta ser Moon…), etc. Se podrían añadir las reflexiones metafísicas. Por ejemplo, en un momento, el falso inglés narrador, Moon, dice: «Me abochornaba ese hombre con miedo, como si yo fuera el cobarde, no Vincent Moon. Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Schopenhauer es de algún modo el miserable John Vincent Moon».

—Rasgos estilísticos: fantasía, realismo mágico, técnicas originales e insólitas, sorprendentes…, valores alegóricos de sus relatos… Y, de cuando en cuando, la prosa salpicada de recursos expresivos propios de la más depurada poesía. El final abierto también podría quedar ejemplificado en tanto que el final es el ya referido «Ahora desprécieme». Y que el lector adivine, imagine, ponga el punto final a la historia.

  

  

  

  

     

ANTONIO GARCÍA VELASCO. (Fuente Piedra, Málaga). Profesor, ensayista y escritor. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo y Doctor en Filosofía y Letras (Sección de Filología Hispánica) por la Universidad de Málaga. Es Profesor Titular de Universidad de Málaga.

Entre sus últimas obras de creación poética y narrativa, cabe citar Altos vuelos (2000), Una carta de amor (2002), Infinito mar que es el vivir (2003), Hojas ustibles (2005) y Profesor de poesía (Eds. del Genal, 2016). Son obras de colaboración Poesía en los barrios (2001), Alcazaba. I Muestra de poesía actual en Málaga (2005) y Poemas escritos a la vera del mar (2004).

Es autor de libros sobre temas de enseñanza de la lengua y la literatura, entre cuyos últimos trabajos figuran: La mujer en la literatura medieval española (2000), La poesía de Emilio Prados. Estudio y valoración (2000), Estudio y reflexiones sobre la Educación social (de la que fue coordinador y autor de un capítulo) (2004), La poesía de Luis Cernuda. Estudio y valoración ante su Centenario (2005), El lenguaje de los cuentos infantiles (2005) y 30 poetas andaluces actuales. Vocabulario y Recursos (2005). Coautor de Poesía andaluza en libertad (una aproximación antológica a los poetas andaluces del último cuarto de siglo) (2001).

Como profesor, ha desarrollado programas de ordenador para la enseñanza de la lengua y la literatura: Analizador, Métrica, Cuentos para cuentos, Poética, Adivina adivinanza, 12 viñetas, Atril2-E, Secuencias, Atril2-E, Hescrea (Herramientas de Escritura Creativa), Comentario, CreaEjercicios, CreaDominós, SopaLetras, Bajel, entre otros. Bajel Navegando por la Literatura actual en Andalucía como instrumento tecnológico para la enseñanza de la literatura, mereció el segundo «Premio Joaquín Guichot» a proyectos educativos.

Colabora habitualmente con una columna de opinión en Diario La Torre y en Papel Literario Digital , con artículos de crítica literaria.

Es miembro de la «Asociación Andaluza de Críticos Literarios».

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Año XIV. III Época. Número 87. Enero-Marzo 2015. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2015 Antonio García Velasco. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es).depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2015 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.