«El
jabalí que con sus colmillos mató al bello
joven Adonis
encarna un erotismo que se manifiesta como
locura y
exceso. Se cuenta que, después de la muerte
de Adonis,
el jabalí dijo que con sus “dientes
erotizados” (erotikous
odontas) de ningún modo había pretendido
causar daño
al cuerpo de Adonis, porque su propósito era
acariciarlo.»
BYUNG-CHUL HAN, La agonía del eros
(2014: 31).
1. INTRODUCCIÓN. UNAS NOTAS SOBRE LA POÉTICA
DE CÉSAR VALLEJO
Quizá no haya otro poeta en la historia
universal de la literatura que haya plasmado
la orfandad con mayor fortuna que César
Vallejo. Sus poemas son un canto a la
soledad y al desarraigo, al deseo de entrega
y a la imposibilidad de consumar esa entrega
y, en definitiva, toda su poesía se corona
como un cántico que universaliza la
experiencia y soporta los embates del tiempo
generación tras generación. Así pues, en
este estudio se propone analizar el poema IX
de Trilce, con el fin de vislumbrar
cómo el poeta expresa esa imposible entrega
carnal al otro:
Vusco volvvver de golpe el golpe.
Sus dos hojas anchas, su válvula
que se abre en suculenta recepción
de multiplicando a multiplicador,
su condición excelente para el placer,
todo avía verdad.
Busco volvver de golpe el golpe.
A su halago, enveto bolivarianas
fragosidades
a treintidós cables y sus múltiples,
se arrequintan pelo por pelo
soberanos belfos, los dos tomos de la Obra,
y no vivo entonces ausencia,
ni al tacto.
Fallo bolver de golpe el golpe.
No ensillaremos jamás el toroso Vaveo
de egoísmo y de aquel ludir mortal
de sábana,
desque la mujer esta
¡cuánto pesa de general!
Y hembra es el alma de la ausente.
Y hembra es el alma mía.
(Vallejo, 1982: 125)
En este poema de Trilce IX, el sujeto
lírico nos presenta el Eros en su dimensión
más carnal (cupiditas). El deseo erótico del
poeta es eterno. Si nos remontamos al
referente mitológico, Eros era hijo de Caos,
e iba acompañado de Hímero (el deseo). Por
lo tanto, el tópico fundamental del poema es
la búsqueda frustrada del Eros, la escisión
de la unidad simbolizada, como veremos, en
el número dos.
César Vallejo articula el poema en tres
secciones diferenciadas, marcadas
estructuralmente por las variantes
ortográficas de los fonemas B y V, que harán
procesar gradualmente el sentimiento del
sujeto lírico, quien finalmente no hallará
refugio en el Eros. La primera sección es la
de la BÚSQUEDA (“Vusco volvvver”); la
segunda, la de la SEPARACIÓN (“Busco vol
ver”); y la tercera, la del FRACASO (“Fallo
bolver”). El poema concluye con dos versos,
que funcionan como síntesis epigramática,
revelándonos el sentido último de esta
composición poética, cerrando el círculo de
la carnalidad e introduciendo motivos
etéreos, no tangibles: con la imbricación
cuerpo-alma. Lo que visualmente más llama la
atención es el juego con la consonante
bilabial labiodental V, que, gráficamente,
representa la vulva o sexo femenino. Así,
podríamos establecer un contraste con el
miembro viril de Trilce XX, que,
mediante la A (mayúscula), representa el
símbolo fálico: «Bulla de botones de
bragueta, / libres, / bulla que reprende A
vertical subordinada» (Vallejo, 1982: 132).
Las modificaciones gráficas tienen una
función estructural, y, aunque Trilce
IX no pretende ser un caligrama, lo cierto
es que muchas de las claves interpretativas
del poema se hallan, como veremos, en esas
variantes ortográficas:
(Mujer) V A (Hombre)
Dentro de la Poética del guarismo o del
número, de capital importancia en Trilce,
en este poema Vallejo se sirve del número 2
para simbolizar la búsqueda (del otro), la
separación (del otro) y el fracaso (en la
unidad con el otro).
En el acto del amor (único momento en que la
búsqueda coincide con el encuentro) es
cuando el vacío descubierto pretende ser
llenado, aunque finalmente se nos diga: «Yo
no vivo entonces ausencia / ni al tacto»
(Vallejo, 1982: 125). Solo aquí el sujeto
lírico podrá encontrar la unidad (en Trilce
LXXI): «Nadie sabe mi merienda suculenta de
unidad» (Vallejo, 1982: 171).
Pero la poética del número 2 se convierte en
Trilce en una poética negativa. En la
obra ensayística del escritor mexicano
Octavio Paz, titulada El laberinto de la
soledad, encontramos una definición del
amor que podemos aplicar al sentido de
Trilce IX. Para Octavio Paz, el amor es
“la revelación de dos soledades”, de ahí que
el amor sea también un acto antisocial, un
acto que, al tiempo que reúne a los amantes
en comunión carnal, los separa del resto,
condenándolos a una soledad dual, en la que
cada uno es ajeno de sí mismo y del otro
(Paz, 1993: 342-347).
Esta poética del guarismo asociada al número
2 la encontramos también en Trilce V,
cuando se nos dice “grupo dicotiledón o
bicardiaco” (Vallejo, 1982: 122). Así, el
número 2, aparentemente perfecto e
indivisible, en César Vallejo nunca se
consagra. Se convierte de nuevo en símbolo
de la escisión, de la soledad, de la
orfandad, del mundo descoyuntado.
En cuanto a aspectos formales, Vallejo no se
atiene a patrones métricos. Se deja llevar
intuitivamente en una poesía carente de
rima, en la que encontramos versos de
medidas diversas: alejandrinos, heptasílabos
e incluso eneasílabos.
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César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, Chile, 1892 – París, 1938), poeta y escritor peruano autor de «Trilce», obra a la que pertenece el poema estudiado. |
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2. BÚSQUEDA
Ya desde esta primera microsección se
introduce el motivo del golpe, que se
repetirá a lo largo de todo el poema dentro
de la estructura versal paralelística:
«Vusco volvvver», «Busco vol ver» y «fallo
bolver». El golpe simboliza el efecto que se
produce por el encuentro repetido y violento
entre dos cuerpos. Así, estas embestidas que
“golpean” al sujeto lírico no son tan solo
de orden existencial, metafísicas, como en
los heraldos negros, pues son golpes
físicos. El golpe está resemantizado: tiene
una connotación sexual, garante verbal de la
imagen visual de la embestida. Asimismo, “de
golpe” es un modificador adverbial que viene
a colmarse de este sentido: súbitamente, de
una vez.
El poeta sugiere fonéticamente lo que se
afirma semánticamente: el golpe procurado es
respuesta a otro anterior y en sentido
inverso: buscar volver es “de-volver” el
golpe. Ese «Vusco volvvver» también es
sinónimo de «busco la vulva». El sujeto
poético hace referencia a sus “dos hojas
anchas” (Vallejo, 1982: 125), término
arquitectónico que integra los valores
simbólicos de la morada en que se resguarda
el hombre. Igual que la casa materna, el
órgano sexual también es, en un principio,
refugio y unidad para los amantes, aunque de
forma nefasta lleve a su ulterior
alejamiento.
“Válvula” favorece la asociación con “vulva”
en el nivel fónico, y en un plano simbólico
se liga al miembro de la anatomía genital
femenina. Además, “válvula” deriva de
“valva”, que significa “puerta”, por lo que
denota acceso a un espacio distinto de aquel
donde se está, pero también su separación.
Si la puerta nos une e integra en un
espacio, también nos separa del espacio
precedente.
El sexo de la mujer está dilatado, dispuesto
para el acto carnal. Es un sexo propio, y
así lo muestra el sujeto lírico, pues «se
abre en suculenta recepción» (Vallejo, 1982:
125). El acto del Eros es un acto
sicalíptico, impulsivo y venéreo. En este
instante del poema convergen la V de la
vulva de Trilce IX y la A mayúscula
de Trilce XX. Se busca esa unión de
los amantes, aunque, finalmente, todo quede
en búsqueda, en no encuentro, en no ágape.
De nuevo, el motivo de la vulva (el “vusco
volvvver”) nos remite a la isotopía de la
oquedad, constante en Vallejo. La isotopía
simbólica del Eros carnal nos permite
enlazar términos como “recepción”, “placer”,
“se abre”, “halago”, “pelo”, “tacto”,
“ludir”, “sábana” y “mujer”.
El Eros en su faceta más carnal aparece
también en Trilce XIII: «Pienso en tu
sexo» (Vallejo, 1982: 127). Pero aquí el
poeta lamenta tener que vivir conforme a los
dictámenes de la sociedad y de la conciencia
pública, que exigen que el lecho de amor sea
el del matrimonio. También lo encontramos en
Trilce VIII, cuando el yo poético nos
habla de una «pareja / de carnívoros en
celo» (Vallejo, 1982: 124). En el poema hay
toda una isotopía gráfica del sexo femenino:
la “válvula”, las “dos hojas”, “belfos”.
La unión carnal de los amantes es un acto
ancestral, connatural al hombre, origen de
su vida e ideal buscado. Esta búsqueda
entronca la tradición antiquísima de una
estructura mítica fundamental. Así, el
poema, desde el inicio con “Vusco”, se
inscribe en un universo arcaico, primigenio
en una dimensión sexual. Esta concepción del
acto sexual como un rito febril y atávico se
ve apoyado en la temporalidad de los verbos.
Todos ellos están en presente reiterado,
excepto la alusión al imperfecto “avía” y al
futuro “no ensillaremos”. Este presente es
propio de las acciones que se desarrollan en
un tiempo mítico, despojado de su pasado y
sin solución de continuidad (fallo bolver).
3. SEPARACIÓN
En la segunda microsección no es necesario
remarcar el fonema bilabial labiodental V,
pues poco a poco el yo poético ve como
imposible la unión sexual. En esta segunda
microsección, el sujeto lírico se hunde y
asfixia sexualmente en esas “fragosidades
bolivarianas” (Vallejo, 1982: 125). Se
entrega al amor carnal con ella, entrando
primero por la selva para llegar al tesoro
que podría esconder esa unión.
Novalis decía que el hombre busca por
doquiera el absoluto, mas solo encuentra
fragmentos, cosas. Esta cita cifra bien el
problema existencial y carnal de la
no-unidad. “Vol ver” connota dualidad,
separación; es imposible hablar aquí de
“grupo dicotiledón” (Vallejo, 1982: 125). El
mundo descoyuntado de César Vallejo llega
también a su dimensión más tangible y
física, expresada mediante la pasión sexual.
El verbo “vol ver”, separado en sílabas, es
un recurso gráfico, caligramático que
materializa la unidad rota ya expresada en
otras vertientes. El Eros está escindido. No
hay guarismo posible. El dos es un ideal
perdido en esa búsqueda del absoluto.
En todo el poema encontramos imágenes que
hacen referencia a la ciencia y a la técnica
(golpe, hojas, válvula, multiplicando,
multiplicador, cables). De este modo, el
sujeto lírico utiliza una lengua técnica
pero que está despersonalizada,
desautomatizada de su uso habitual, traída a
una dimensión erótica. El uso de estas
imágenes técnicas, puramente mecánicas,
quizá sean acto volitivo de Vallejo por
mostrar una faceta del sexo puramente
mecánica: son imágenes deshumanizadas. Por
eso, aunque la unión sexual es connatural al
hombre y es lo más humano, aquí se recubre
de cierto mecanicismo.
Aparecen otras imágenes del ámbito de la
anatomía y la fisiología animal como “ludir
mortal” (símbolo del apareamiento), el
“toroso vaveo” o la “hembra”. Otras imágenes
son de orden existencial: “La ausente”, “el
alma” o “el egoísmo”. El vocablo “enveto” se
asocia fonéticamente con “embisto”. Hay por
ello una relación entre la lucha y la fiera,
con la imagen vigorosa del golpe, en todo un
ejercicio lingüístico de violencia sexual.
Los versos «Y no vivo entonces ausencia, /
ni al tacto» (Vallejo, 1982: 125) simbolizan
el clímax buscado (con él concluye y culmina
la acción). Vivir la ausencia es evidenciar
la separación. Ausencia es lo opuesto a
presencia. El tacto, como la puerta (imagen
de la válvula), une lo diferenciado pero a
su vez confirma su separación.
4. FRACASO
En esta tercera microsección, el poeta ya no
vusca, sino que falla. Se muestra una visión
negativa del placer sexual, una imposible
unión. El fracaso se adscribe a la búsqueda,
o mejor, al malogro del golpe unificador. El
“toroso vaveo” simboliza la imagen de la
embestida. Viene a ilustrar la fuerza
indomeñable de una acción plagada de
egoísmo, que, además, es mortal. Este
“toroso vaveo” alude al descontrol
instintivo de la pasión y su egocentrismo.
Además, el acto sexual se concibe como
“ludir mortal”: es un juego, un solazarse
por puro placer. “Toroso vaveo” también
puede ser un neologismo por las inversiones
fonemáticas, dando lugar al BABOSO TOREO:
rito sangriento, sexual. Imagen taurina
explotada por Vallejo en su artículo «El
arco del triunfo» (1927) con el significado
de embestida.
El eros es “ludir mortal”: al tiempo que da
la vida, mata a los amantes. El homo
ludens se solaza: los amantes juegan,
retozan en esas “sábanas”, que participan de
la actividad lúdica de tinte erótico de la
pareja. La sábana también juega, se mueve,
se ondea al tiempo que los amantes se
convierten en Eros.
En esta tercera microsección la no-unidad se
torna fracaso. El acto poético y erótico del
sujeto lírico a lo largo del poema muestran
una imposible unidad del yo: ni siquiera se
enfrenta a un cuerpo, sino solo a objetos
instrumentales (dos hojas anchas, la válvula
o los belfos), mediante los cuales se
consuma el rito.
«¡Cuánto pesa de general!» (Vallejo, 1982:
125) es una imagen de poder hacia la mujer,
que se contrapone con su descripción
impotente en el resto del poema. Hay un
simbolismo material en lo femenino, una
escisión instintiva del cuerpo y del
idealismo abstracto de la mente. El poder de
la mujer es la fuerza de lo femenino en el
hombre. Se muestra, por ello, la impotencia
por no poder aplacar ese deseo: «No
ensillaremos jamás el toroso vaveo»,
bordeando el sentido de la negatividad, el
jamás de la unión erótica.
En Trilce IX, el Eros se muestra
egoísta: es un toroso vaveo de “egoísmo”.
Por ello, el acto sexual en la poética de
Vallejo es un acto de ausencia, un vacío,
una oquedad que produce impotencia. El amor
sexual, según César Vallejo, no saca al
hombre del laberinto de la soledad. Antes
bien lo condena a un laberinto de mayor
soledad que el primero.
5. COLOFÓN FINAL: SÍNTESIS EPIGRAMÁTICA
La disposición estructural del dístico
final, presidido por la conjunción
copulativa Y recuerda al poema El poeta a
su amada inserto en Los heraldos
negros, donde la síntesis final se
realiza sirviéndose de esta misma
conjunción.
A lo largo del poema asistiremos al
desmontaje de la antinomia AUSENCIA /
PRESENCIA. Si en la segunda sección el
sujeto lírico cantaba: «y no vivo entonces
ausencia, / ni al tacto» (Vallejo, 1982:
125), en el dístico final el sentimiento de
vacío, la oquedad provocada por la ausencia
alcanzará la condición de un sujeto
escindido, de víctima pasiva.
El sujeto lírico de Trilce IX se
condena a la soledad por huir de la soledad.
El paraíso se encuentra cuando se renuncia a
recobrarlo. Trilce es el fracaso de
la búsqueda edénica, que obliga a la palabra
a auto-trascenderse en el silencio o en el
hombre. Al tender el hilo de Ariadna hasta
el meollo profundo de su enigma, nuestra
conciencia se libera de su propio laberinto.
El mundo de Trilce IX está quebrado:
el deseo de unidad en el acto erótico,
finalmente, no se consagra, termina
fallando. El sujeto lírico no puede,
finalmente, recobrar el paraíso perdido, ni
evadirse en el “halago” sutil de la vida, en
la fragosidad incitante e irresistible del
deseo.
La figura femenina de la amante está
ausente. El problema se produce cuando en el
último verso el sujeto lírico afirma que es
su propia alma también es hembra. En esta
ruptura, separación final, el propio sujeto
poético se ha convertido en una ausencia,
consecuencia lógica de la no-unidad
“buscada” a lo largo del poema. Esa
antinomia PRESENCIA / AUSENCIA nos permite
introducir otra dicotomía CUERPO /ALMA. Las
categorías lógicas se rompen. El cuerpo ya
no es presencia ni ausencia. Al adscribir el
alma a una categoría femenina el sujeto
poético, participa de la otredad (ausente)
de la amada. El sujeto se pierde al querer
reconocerse en la otra, en la ausente. Su
alma sesgada por la atribución de “hembra”
se pierde para siempre en el laberinto de la
soledad. |