LA MAYORÍA DE las letras que sustentan a la
copla viene a ser exaltaciones dramáticas de
amores prohibidos, de celos asesinos, de
clasismo insalvable y loas a la marginación
o a la prostitución a las que se veían
sometidas sus protagonistas. Letras y letras
que traen a la memoria aquella sociedad
patriarcal de un país fosilizado en modismos
románticos y que son testimonios fieles de
aquel machismo álgido, donde la mujer
quedaba relegada a un estado de sumisión y
dependencia del hombre, llegando, incluso, a
aceptar gustosa y dócilmente el maltrato. Lo
que hoy se denuncia en el 016 como violencia
machista, entonces se cantaba y se jaleaba
en los altavoces de las emisoras de radios
para dejar constancia de que la condición
masculina ostentaba indeleblemente el poder,
la fuerza, el valor, la razón, la firmeza de
carácter, la economía. Identificando a la
mujer como objeto o como sujeto paciente y
maltrecho.
TENGO QUE HACER UN ROSARIO CON TUS DIENTES
DE MARFIL
La primera vez que tuve conciencia de dicho
sometimiento y del dolor físico que podía
contener una copla por mi condición de
fémina fue con aquella de “El emigrante”,
donde quedé avisada de que podían amar una
parte de mí a modo de amuleto, hacerse un
rosario con mis dientes de marfil y dejarme
mellada, ensangrentada y dolida esperando la
vuelta de una mano cruel que cruzaba la mar
serena. Así empezó a intrigarme aquello de
llévame por calles de hiel y amargura /
ponme ligaduras y hasta escúpeme. Que
dejara de querer a alguien y, en
castigo, se me pararan los pulsos y doblaran
por mí las campanas. Que me echaran
en los ojos un puñado de arena o que me
quedara en una callejuela sin salida por no
llevar un anillo con una fecha por dentro.
Aquellas coplas dibujaban un perfil femenino
catastrófico. A la Parrala le daban bebiendo
las claritas del día y, la Loba, por las
cuatro palabras de “no te quiero ya”, se
hundió también en el mar de la bebida como
Paco el de la Ruiseñora, que dándole a la
botella y sacándola de sus casillas, volvió
a su trabajo —que era el cante— y, por eso,
la mató. Aunque la pobre, tan generosa en el
último suspiro, en vez de pedir la orden de
alejamiento, imploró a los jueces que
tuvieran clemencia de su asesino porque ella
le había dado licencia para que la pudiera
matar cien veces. Y qué decir del sino de la
Lirio, tan infeliz cuando la vendió la
Bizcocha a un indiano que venía de Cuba, por
cincuenta monedas de oro. Ella, sabiendo la
verdad del cuento y la marinería, cantando
desde Cádiz a Almería.
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Concepción «Concha» Piquer
López (1906–1990), cantante y actriz
española, es una de las figuras más
relevantes del género de la copla.
Interpretó con un estilo depurado de gran
perfección vocal las composiciones más
famosas de la canción española, casi todas
ellas obra de Valverde, Quintero, León y
Quiroga, como «Ojos verdes», «Tatuaje», «Y,
sin embargo, te quiero», «En tierra extraña»
y «Lola Puñales», y otras muchas. (WP). |
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POR CULPITA DE UNA HEMBRA GITANA, SU FACA EN
EL PECHO DE UN HOMBRE SE HUNDIÓ
Otras letras, en cambio, nos mostraban otro
perfil femenino, el de femme fatale,
donde el hombre es la víctima de engaños,
ambiciones, manipulaciones o volubles
sentimientos, mujeres herederas del tópico
estético de la manzana y la serpiente que
incitaban al pecado, causantes de males
mayúsculos. Mujeres cuya inteligencia se
invertía en acciones abyectas aprovechando
la nobleza del hombre.
En ese canon machista, desarrollado en todo
el devenir de la historia de la humanidad,
se asentaron los cantes y adquirieron
credibilidad. Así se ve en los romances
fronterizos y de gestas y en la recopilación
de letras populares que recoge Demófilo
Machado, sirva de ejemplo: Agujitas y
alfileres / le clavaran a mi novia / cuando
la llamo y no viene. Te den un tiro y
te maten / como sepa que diviertes / a otro
gachó con tu cante. La esencia de estos
pronunciamientos de género se encuentran
también en el bolero, el tango, la zarzuela,
la ópera, etc., etc. La misoginia se
mantiene viva y puede detectarse hasta en el
hip hop y en el regatón.
En la hoja de ruta de la copla ellas ponían
la navaja en la mano de hombres cabales.
Recuérdese a Antonio Vargas Heredia que,
siendo bueno, guapo y honrado, por culpa de
una hembra gitana se vio en la trena,
acusado de asesinato. Así iban por manchados
mostradores enseñando la piel desnuda y
marcada para siempre con un nombre de
hombre. Así esperaban en los quicios de las
mancebías a que parara el caballo otro
hombre rijoso que iba a pedirles lumbre y
al verde verde limón. Ojos verdes
como la albahaca y ojos negros
como el cordobán. Amores licenciosos de
prostíbulos que podían pagarse al saldo con
un vestido. Mujeres pagadas, pero nunca bien
pagadas por más que lo dijera una copla.
Mujeres que tenían que seguir rodando
como la falsa monea. Niñas de fuego que
giraban en torno a alguien que decía: soy
un hombre bueno que te compadece. Qué
sórdido, qué bajo para una mujer, para una
persona. Compadecerse de ellas, ampararlas
para luego tener la tentación de ahorcarlas
con las trenzas de sus pelos, Dios mío de mi
alma qué pelo.
LLEGÓ LA DEMOCRACIA, Y CON ELLA...
En la última etapa del Franquismo, donde,
desde la clandestinidad, tanto se luchó por
los valores de la democracia, la juventud
más informada empezó a ver la copla como
algo trasnochado con el que no se
identificaba. Poco a poco, nos íbamos
apoyando en el sufragismo, en el feminismo y
en la lucha de clases. Leíamos, nos hacíamos
más críticos y analizábamos de forma
objetiva muchos de estos textos, y tomábamos
conciencia de la otra estructura que
fluctuaba en ellos. Así pudimos llegar a la
conclusión de que la copla, lo que se dice
“el clásico” de la copla, contaba historias
de un tiempo ido al que no queríamos
pertenecer. Y en esa estábamos cuando al
pairo de un rojo rojo clavel en la
orilla de una boca, ¡qué bonito!,
una mujer gastaba las losas de un puente y
se hacía libre como el viento. Llegó la
ansiada democracia, y la niña de Puerta
Oscura ya no esperaba a Manuel Centeno ni se
iba a dar de cara con él, porque había
decidido ser madre soltera y ni mucho menos
bordaba pañales para su criatura. Lejos de
la costura y las artes de Margot, la
remendona, se mantenía independiente en
otros menesteres. Tampoco iba teniendo razón
de ser eso de perderse en la revuelta de una
sortija dorada. Los anillos cambiaban de
mano y así legitimaban otra situación.
Cuestión de papeleos de la Ley del divorcio.
Fue cuando otra mujer con mucho ángel,
cantaba aquello de hoy no me puedo
levantar, el fin de semana me dejó fatal.
Y se levantaba al ser de día para
arreglar a los niños y prepararles las
tostadas. Cosas de cajeras de supermercados,
profesoras y empleadas del Corte Inglés, que
a veces estaban malas muy malas de
acostarse, otras se tomaban una pastilla y
otras se acostaban con sus Manolos y no
tenían cuerpo pa na. Esta letra y la
de la sevillana con mi chándal y mis
tacones, informal pero arreglá no fueron
una tontería, aunque el público coplero no
reaccionó en positivo, pero por ahí se
debería haberle dado salida a una realidad
que estaba empezando a vivir otros roles en
el ámbito social y familiar. La nueva
sentimentalidad que teorizaba el Juan de
Mairena, de Antonio Machado, ya andaba en la
Poesía de la Experiencia; por lo tanto, el
mito de incriminar a una fémina y hacer
perseverar en desgracia a otra creaba una
distancia intelectual que los movimientos
feministas no podían pasar por alto.
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Miguel Frías de Molina
(1908-1993), conocido artísticamente como
Miguel de Molina, es un cantante de la
copla, muy conocido por haber popularizado
temas como «El día que nací yo», «Triniá»,
«Te lo juro yo», «La bien pagá» y «Ojos
verdes», que fueron son mayores éxitos,
entre otras. (WP). |
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PERO PRONTO... MI NIÑO NO TIENE PARE, ¡QUÉ
PENA DE SUERTE MÍA!
Ahora somos muchos más los que creemos,
aunque algunos hemos tenido esa sensación
desde hace mucho tiempo, que somos dirigidos
y, en plena efervescencia democrática, la
copla se reinventa, se renueva y se expande
desde los engranajes televisivos. Las
matriarcas de aquel cancionero popular que
iban acomodándose en las baladas, se remozan
y comparten actuaciones con las nuevas divas
que van subiendo al parnaso de un folclor de
folclores. Y otra vez llega el auge de la
copla con sus letras referenciales: qué
te pasa a ti, alma mía, /
que te está asomando el llanto / y te pones
amarillo / cuando miras el cuchillo / como
si te diera espanto / de una mala
tentación…,
y, con nuevas tecnologías, la copla se pone
en escena con sus voces más relevantes, y
otra vez a la palestra: Mi niño no tiene
pare / qué pena de suerte mía… Que no
me quiero enterar, / no me lo cuentes vecina
/… Tópico típico que veja la condición y
la honorabilidad de la mujer. ¿Nadie se
acordó que rememorar aquellas letras era
rememorar los modismos del patriarcado que
conduce a la lacra de la violencia machista?
Pero más tarde, ahora, y es lo más doloroso,
otra generación de jóvenes, esos y esas que
tenían que estar más preparados, que tenían
que saber juzgar aún mejor y tener más altos
y democráticos ideales, desde nuestra
televisión andaluza cantan y cantan sin
pudor para mis manos tumbagas, pa
mis caprichos moneas. ¿Quién no las vio
pedir que las encerraran de nuevo en
cárceles de oro? ¿Quién no los vio gritar
carcelero, carcelero, abre puertas y
cerrojos? Y todo previa solicitud de SMS
de pago.
¿Nadie cae en la cuenta de que poner en boca
de estos jóvenes y en los oídos de tantos
otros “semblanzas” como estas puede ser
nocivo sin constatar el necesario espíritu
crítico? ¿Nadie se quiere enterar del dato
ya evidente que muestran los estudios
sociológicos, de que las adolescentes en
nuestro país consideran hoy en día el
seguimiento por las redes sociales y las
muestras de celos de sus novios como
síntomas de amor verdadero? ¿Nadie ha
reparado en las vereditas que conducen al
016?
Ahora, en ese concurso de sevillanas que con
tanta audiencia televisiva repite nuestra
televisión autonómica los viernes, sábados y
domingos, he visto a una muchacha hermosa
cantar divinamente pero si tú quieres
mátame y luego si quieres vete…
Y yo, como también soy del sur, me he
limitado a decir: ¡ay pena, penita, pena! |