I
DE TODAS LAS ediciones publicadas en
castellano de la novela Drácula, del
escritor irlandés Bram (Abraham) Stoker,
aparecida por primera vez en Londres en
1897, probablemente las mejores sean las de
Francisco Torres Oliver en Bruguera (1981) y
la de Juan Antonio Molina Foix en Cátedra
(1993) [1]. Me refiero, claro está, a la
calidad de la traducción del original
inglés, aunque, en el caso de Molina Foix,
está también excelentemente anotada, o, al
menos, es la que contiene las aclaraciones
más extensas y precisas de todas las
ediciones en español. No obstante, ofrece
algunos puntos oscuros, quizás porque sea
prácticamente imposible resolverlos, ya que
Molina Foix ha manejado no solo las mejores
ediciones en lengua inglesa sino que,
además, conoce perfectamente las más
solventes biografías sobre el escritor, las
más verosímiles fuentes que este utilizó y
los estudios y análisis interpretativos más
variados. Pero este exhaustivo conocimiento,
con ser tan necesario y estimable, tiene a
veces el riesgo de apartarse
momentáneamente, de manera involuntaria e
incluso inconsciente, del texto original
definitivo del autor, que es lo que de
verdad interesa, y quedar el crítico en
parte atrapado por esa ingente masa de
artículos, estudios, referencias eruditas,
biografías, repercusiones literarias,
películas, musicales y hasta historietas
sobre la novela. En la ‘Introducción’ de
Molina Foix, de unas cincuenta páginas, se
lleva a cabo una notable síntesis de las más
importantes, significativas e influyentes de
tales interpretaciones críticas, que en
muchas ocasiones están también estrechamente
vinculadas a las reconstrucciones críticas
sobre la génesis de la novela y la mayor o
menor influencia de sus precedentes
literarios, quedando, no obstante,
meridianamente claro que la originalidad del
relato de Stoker es innegable e incluso
extraordinario, habiendo sabido combinar y
fusionar materiales de muy diversa
procedencia, unos de naturaleza verídica e
histórica, y otros de su mera invención,
hasta el punto de que a veces resulta
extremadamente difícil saber dónde se halla
la realidad y dónde la pura imaginación.
Materiales históricos, etnográficos,
antropológicos, geográficos, del folclore y
de las costumbres populares, son hábilmente
utilizados por Stoker para dar forma a su
inmortal novela, aunque, por regla general,
suele ser muy cuidadoso con los mismos y no
distorsionarlos, al menos los que se
refieren a la historia, la geografía y la
etnografía histórica, siendo, en cambio,
sagazmente reutilizados los que tienen que
ver con las tradiciones, mitos y leyendas
populares. Es decir que, en la novela, el
lector culto, a pesar de lo que acabamos de
afirmar sobre la permeabilidad fronteriza
que ofrecen algunos pasajes entre realidad e
imaginación, puede prácticamente en todo
momento distinguir entre los materiales que
proceden de la realidad, y que, por lo
tanto, son verificables y constatables, y
aquellos otros de extracción legendaria, con
la consiguiente manipulación de símbolos,
leyendas o mitos. Solo en muy contadas
ocasiones, como digo, la frontera entre unos
y otros se diluye, porque el autor así lo ha
querido.
Lo verdaderamente destacable, pues, es la
portentosa imaginación de Stoker, su
capacidad para crear un arquetipo de vampiro
que en múltiples ocasiones contradice los
estereotipos sobre esa figura de la
imaginación popular, o las características
que la tradición literaria y el folclore
habían asociado hasta entonces a la
demoníaca criatura. Por eso es tan
importante ceñirse a lo que dice exactamente
Stoker en la versión definitiva de la
novela, evitando, siempre que sea posible,
las conjeturas o lo que podría haber sido el
personaje a partir de los materiales que el
escritor irlandés reunió y consultó. Lo que
nos interesa no es lo que pudiera haber
sido, sino lo que es, lo que está
escrito con carácter definitivo, porque esa
fue la intención del autor y no otra. Hay
críticos, y a ellos alude muy severamente
Vicente Gaos en su extraordinaria anotación
del Quijote en la Editorial Gredos,
que pretenden enmendarle la plana
constantemente al autor, como si anduviesen
a la busca y captura de cualquier fallo
o de cualquier lapsus, o incluso
llegando a insistir, como hacen no pocos
comentaristas del Quijote desde Diego
Clemencín, en que el autor no era
verdaderamente consciente de su genio. Esos
supuestos errores o lapsus, y
por eso están escritos aquí ambos términos
en cursiva, no son tales para el autor, sino
para el crítico, que parece calmar así, con
esos hallazgos fruto de su perspicacia,
sus frustradas ansias de creador. Por
supuesto que Cervantes, como tiene que
recordarnos una y otra vez Vicente Gaos, era
consciente de su genio y sabía en todo
momento lo que llevaba escrito, del mismo
modo que también era plenamente consciente
Stoker de la criatura que estaba creando.
¿Qué nos autoriza a dudarlo? La quiso crear
con esas precisas características físicas y
psicológicas y no con otras, con ese modo de
proceder y con ese método de actuación y no
con otro, importándole muy poco si tales
rasgos, métodos y actuaciones contradecían o
no la figura del vampiro dominante hasta
entonces, entre otras razones porque es
precisamente él quien crea de manera
perdurable ese arquetipo, hasta el punto de
que todos los vampiros posteriores a él no
pueden eludir por completo su originalísima
creación (aunque solo sea para enfrentarse a
ella o crear su contrarréplica). A eso nos
referimos cuando hablamos de que hay que ser
fieles al texto, atenerse a lo que este
dice, lo que no es óbice, por supuesto, a
que ese texto, en numerosos pasajes, pueda
estar sujeto a interpretación, sobre todo de
naturaleza simbólica, aunque convendría, en
principio, saber con exactitud lo que
ocurre, qué dicen los personajes, cómo se
desarrollan los sucesos o cómo se describen
las visiones y los sueños.
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Abraham "Bram" Stoker (Clontarf,
8 de noviembre de 1847-Londres, 20
de abril de 1912) fue un novelista y
escritor irlandés, conocido por su
novela «Drácula» (1897). WP. |
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Aunque a muchos pueda parecerles difícil
admitirlo, la novela Drácula de Bram
Stoker, salvo en el mundo de lengua inglesa,
principalmente Irlanda, el Reino Unido, los
Estados Unidos, Canadá y Australia, no ha
sido ni mucho menos leída de manera directa
en proporción a la inmensa fama del
protagonista, sino que se habla muchísimas
veces de ella, y me estoy refiriendo, sobre
todo ahora, a los países
castellanohablantes, por referencias, de
modo indirecto, basándose en la ingente
cantidad de alusiones a esa figura que ha
ido nutriendo el imaginario popular a lo
largo de todo el siglo veinte.
En lo que se refiere a la superabundancia de
interpretaciones de la novela, estoy
aludiendo de manera muy especial a las
interpretaciones de los críticos
pertenecientes o simpatizantes con la
escuela psicoanalítica, que no dudamos que
en muchos casos sean verosímiles o dignas de
ser tenidas en cuenta, pero que en otros
muchos también son exégesis sencillamente
disparatadas, extravagantes o estrafalarias,
y, lo que es más grave desde la perspectiva
del rigor crítico, fruto de la alteración,
tergiversación o manipulación del texto, o
consecuencia, simplemente, de la delirante
imaginación del crítico de turno.
El ejemplo clásico de este tipo de
interpretaciones, ya que ha servido de
fuente de inspiración a prácticamente todas
las posteriores, es el que llevó a cabo el
propio Sigmund Freud con Leonardo da Vinci
en el conocido ensayo Un recuerdo
infantil de Leonardo de Vinci (publicado
originalmente en 1910) [2]. Pero, como es
obvio, es en extremo infrecuente poseer las
dotes de agudeza psicológica, originalidad
interpretativa, convicción, persuasión y
sugerencia del padre del psicoanálisis, que
envuelve literalmente al lector con su
maravillosa y exquisita prosa llena de
seducción y de convencimiento. Cualquier
monografía seria y rigurosa sobre Leonardo
desde entonces está obligada a mencionar el
estudio del médico vienés, siendo un buen
ejemplo de ello la de Kenneth Clark de 1939
y revisada en 1952 [3], pero esas mismas
monografías deberían asimismo advertirnos,
lo que solo hace Clark de manera sutilísima,
de las profundas pero quizás forzadas
conclusiones a las que llega Freud, sobre
todo si tenemos en cuenta que, de la
gigantesca masa de manuscritos, códices,
notas y cuadernos que se conservan de
Leonardo, vino Freud a sustentar su
hipótesis solo en un diminuto recuerdo
infantil del genio florentino, de apenas dos
o tres líneas de extensión, literalmente
perdido en ese océano documental, y en un
dibujo, que constituye la única
representación del coito que Leonardo hizo
en toda su vida.
Insisto en que el ensayo de Freud es
fascinante, pero establecer una
correspondencia entre la supuesta
fellatio que contendría oculta aquel
recuerdo y la forma de cisne del manto de la
Virgen en el cuadro de Santa Ana, la
Virgen y el Niño del Louvre (manto cuyo
uno de sus extremos, identificado con una de
las alas del cisne, roza la boca del Niño
Jesús), vincular ambas cosas con la
inexplicable equivocación en la
representación del coito en el mencionado
dibujo [4], precisamente en un artista que
era el mejor conocedor de la anatomía humana
de su tiempo, y deducir de todo ello la más
que probable homosexualidad de Leonardo, es,
cuando menos, algo extraordinariamente
atrevido desde el punto de vista del método
histórico-crítico. Pero a Freud, claro está,
no le interesa en primer lugar este método,
ni su interés se dirige hacia los aspectos
plásticos o formales de la imagen, sino
averiguar, en la medida de lo posible, la
psicología profunda y desvelar el
subconsciente de Leonardo a través de esas
imágenes y de esos materiales de estudio. Ya
digo que es sumamente difícil equipararse a
Freud, pues su talento y su capacidad de
análisis eran inmensos, y es muy probable,
como acabo de señalar, que Leonardo fuese
homosexual (ya sería más discutible saber si
activo o pasivo), pero de lo que se trata
aquí es de subrayar el peligro que entraña
este tipo de estudios, que tan fácilmente se
pueden dejar llevar, si no se poseen la
inteligencia y la agudeza de Freud, por los
derroteros más peregrinos.
Sin ir más lejos, el propio Freud erró
gravemente, y esto es algo universalmente
admitido por los estudiosos y críticos más
rigurosos, en su interpretación de la
epilepsia en Dostoievski, en otro célebre
ensayo posterior, de 1928, titulado
Dostoievski y el parricidio [5]. El
error no solo tenía que ver con la causa
real de la epilepsia, que para él estaba
vinculada al asesinato del padre de
Dostoievski, y que, por lo tanto, hacía
remontar el origen de la enfermedad a cuando
el escritor tenía diecisiete años, cosa que
ha podido demostrarse que no es cierta, sino
que tenía que ver sobre todo con la
hipótesis de que los ataques disminuyeron o
se extinguieron cuando el escritor fue
deportado a Siberia, cuando de hecho ocurrió
lo contrario, esto es, que la epilepsia
comenzó a aparecer a partir de la aplicación
de ese castigo [6].
Muchísimo más brillante está Freud en su
magistral análisis del relato Gradiva
de Jensen [7], publicado en 1907 con el
título El delirio y los sueños en la
«Gradiva», de W. Jensen [8]. Aquí sí
parece ser que acierta de manera plena en su
interpretación, pero en buena medida se debe
a que el propio escritor de Holstein
proporciona al lector las claves
interpretativas de su fascinante y onírica
narración, que tanto sedujo a Salvador Dalí
y a algunos otros surrealistas.
Un último ejemplo, para no extenderme sobre
esta cuestión, de correcta aplicación del
método psicoanalítico a una excelsa obra
artística, es la que lleva a cabo Ernest
Jones con Hamlet de Shakespeare. El
historiador húngaro Arnold Hauser supo verlo
en 1957 con gran agudeza [9].
II
Vayamos, pues, a aquellos aspectos de la
novela de Stoker que me interesa resaltar
aquí. En primer lugar, la precisión de las
localizaciones geográficas a lo largo de
toda la obra, bien se trate de poblaciones o
accidentes geográficos, lo que revela un
concienzudo estudio de excelentes fuentes
cartográficas, de las que pudo disponer sin
dificultad en la extraordinaria biblioteca
del Museo Británico, aunque, como bien
indica Molina Foix, y como se desprende de
las Notes and Data for his Dracula
que conserva desde 1973 la Fundación
Rosenbach de Filadelfia, recurrió a
descripciones topográficas y relatos de
viajes muy diversos. No hace falta
reproducirlos, pues Molina Foix da cumplida
cuenta de los principales de ellos. Pero sí
me parece oportuno hacer algunas
observaciones.
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Fotograma de la película
“Drácula”, una de las primeras
versiones del mítico vampiro,
dirigida por Tod Browning y Karl
Freund, con un guion de Garrett Fort
y Dudley Murphy sobre la novela de
Bram Stocker e interpretada por Bela
Lugosi. Fue realizada en 1931 por la
Universal Pictures, productora
especializada en el cine de terror.
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No creo que Fundu, como sugiere Molina Foix
en la nota 242, sea una invención de Bram
Stoker. Fundu es una pequeña localidad del
distrito de Bacău, que a su vez es una
ciudad de mediana importancia de la Rumanía
actual. Cuando en el capítulo XXVI de la
novela, en las «Notas de Mina Harker
(incluidas en su Diario)», se habla de que
los ríos Sereth y Bistritza [10] se unen a
la altura de Fundu, efectivamente, si se
consultan los mapas, esa unión está situada
un poco al sur de la mencionada ciudad de
Bacău. En rumano, el río Sereth se escribe
Siretul, mientras que el río Bistritza es
Bistrita [11]. En la nota 238, supone Molina
Foix que el río Bistrita que menciona Stoker
debe ser el Bistrita Auria, pues, según él,
no hay ningún río Bistrita que desemboque en
el río Sereth ni que tampoco lleve al
desfiladero del Borgo, que es el que conduce
al castillo del conde. Si se consulta el
mencionado Gran Atlas de la Editorial
Aguilar, en las páginas 54-55, podrá
comprobarse que Stoker estaba en lo cierto,
pues ese río, llamado solamente Bistrita,
existe, es afluente del Sereth y conduce,
internándose a través de Transilvania, a ese
desfiladero. Este desfiladero o paso del
Borgo tampoco resulta fácil de identificar,
aunque Molina Foix sí lo ha hecho. Se trata
de un desfiladero que conduce a la región de
la Bukovina, que está situada al norte de
Transilvania, y puede observarse muy bien en
un mapa alemán correspondiente a la región
de Siebenbürgen (que es como se dice
Transilvania en alemán) de August Heinrich
Petermann de 1857, extraído de la revista
Petermanns Geographische Mitteilungen,
fundada por este geógrafo y cartógrafo
alemán en Gotha en 1855.
En cuanto a la ciudad de Bistrita,
mencionada ya en el tercer párrafo de la
novela por Jonathan Harker en su Diario,
es, en efecto, la capital del actual
distrito rumano de Bistrita-Nǎsǎud, como
indica Molina Foix en la nota 6, pero es
conveniente saber que esa ciudad está
escrita en los mapas alemanes, por ejemplo,
el de Petermann, con el nombre de Bistricz
(o Bistritz). Está situada ligeramente al
norte del paralelo 47º. Hay que ser
precavido para no confundirse, pues otra
ciudad con el mismo nombre, Bistrita, aunque
más pequeña y mucho menos importante, existe
también en Rumanía, en esta ocasión
ligeramente al sur del paralelo 47º y
también ligeramente al este del meridiano
26º (Gran Atlas Aguilar, pág. 54).
Es probablemente cierto, como afirma Molina
Foix en la nota 242, que sea ficticia la
localidad de Strasba a la que alude Jonathan
Harker en la anotación del 2 de noviembre de
su diario (capítulo XXVI), pues no aparece
con claridad en los mapas (a pesar de que
hay que ser cautos con los topónimos, que
varían enormemente según se escriban en
inglés, alemán, francés, rumano, polaco,
húngaro o ruso, que son los idiomas
principales en lo que se refiere a la
cartografía que es necesario consultar para
localizar los lugares geográficos
mencionados en la novela); ahora bien, si
consultamos un mapa de Siebenbürgen de 1862
publicado en la ciudad de Hermannstadt (que
era como se llamaba entonces la actual
ciudad rumana de Sibiu, pues había sido
fundada por los sajones en el siglo XII) por
la editorial Druck von Theodor Steinhaussen,
observaremos que, siguiendo el curso del río
Bistrita, y a muy poca distancia al suroeste
de la mencionada pequeña localidad de
Bistrita (que en este mapa se escribe
Bistritza), justo en el punto más bajo de un
recodo del río, hay una población llamada
Strascha, que muy verosímilmente podría ser
la Strasba de Stoker, puesto que está junto
al río que constituye la ruta seguida por
los distintos grupos expedicionarios que se
dirigen al desfiladero del Borgo. En el mapa
publicado en 1862, Strascha está situada
entre las localidades de Bikasul (al oeste)
y Pengerazy (al nordeste), localidades que
en el Gran Atlas Aguilar se denominan
Bicaz y Pîngaraƫi, aunque no aparece en este
Atlas ninguna aldea en el susodicho
recodo, lo que quizás pueda significar que o
esa Strascha es muy diminuta o que haya
desaparecido por despoblamiento o cualquier
otra causa. No obstante, este contratiempo
(profeso una gran estima al Gran Atlas
Aguilar), sigo considerando creíble mi
propuesta.
Asimismo, en la nota 239 dice Molina Foix
que, cuando en el capítulo XXVI, de nuevo en
el «Diario de Mina Harker (continuación)»,
se hace referencia a una localidad llamada
Beresti, debe en realidad de tratarse de
Dornesti, pues esa tal Beresti estaría muy
lejos del centro de operaciones de los
expedicionarios. Yo no lo veo así, y no creo
que Stoker tampoco se equivocase. Cuando
Mina está redactando ese pasaje de su
‘Diario’, todo el grupo está todavía en
Galatz (Galati); así al menos se deduce de
los párrafos anteriores del libro. Es decir,
que van a iniciar el viaje desde el lugar al
que los ha llevado el engaño del siniestro
conde. Beresti o Veresti es, si se consultan
de nuevo los mapas adecuados, Bereşti
Bistriƫa (Gran Atlas Aguilar, pág.
54, K13), y como está a unos 18 o 20 km al
norte de Bacǎu y muy cerca del río Bistrita,
se encuentra perfectamente en la ruta
correcta que conduce al desfiladero;
ligerísimamente desviada, es cierto, pero de
manera insignificante si tenemos en cuenta
que Mina está escribiendo desde la distante
Galati.
En la nota 178, no aclara Molina Foix la
referencia de Mina Harker al lago
Hermannstadt, aunque sí precisa, como hemos
dicho antes, que ese mismo nombre es el que
designa en alemán la ciudad rumana de Sibiu.
El lago de igual nombre es muy pequeño y
profundo, está situado al sur de la ciudad y
hay una antigua fotografía de hacia 1916 que
lo identifica perfectamente. Más que un lago
es, en realidad, una laguna. Aunque es
geográficamente muy conocido, cabe recordar
que el cabo Matapán (capítulo VII, Diario de
navegación de la Deméter, a saber, la goleta
que hace la fatídica travesía entre Varna y
Whitby) está situado al sur de la península
del Peloponeso.
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Mapa actual de Rumanía.
(Imagen: (Gentileza de
www.larumania.es/ciudades-y-regiones-de-rumania). |
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Las eruditas anotaciones de Molina Foix
aclaran suficientemente todas las restantes
localizaciones geográficas mencionadas en la
novela, así como las distintas calles,
barrios o distritos de Londres. Sí cabe
precisar que Purfleet (referida por primera
vez en el capítulo II), donde se encuentra
la siniestra propiedad de Carfax adquirida
por Drácula, paredaña con la institución
psiquiátrica que dirige el doctor Seward, es
una pequeña localidad del distrito de
Thurrock, en el condado de Essex, al este de
Londres, un condado que a su vez limita con
el Gran Londres. En cuanto al cementerio de
Kingstead, señalado en el capítulo XV en la
entrada del Diario del doctor Seward
correspondiente al 29 de septiembre por la
mañana, parece que se trata de una
referencia literaria al conocidísimo
cementerio londinense de Highgate. Sobre el
manicomio o asilo de Eversfield, citado al
comienzo del capítulo XXI, y del que no
precisa nada Molina Foix, conviene indicar
que se encontraba en el hoy municipio de
Barnet, al norte de Londres, exactamente en
el Gran Londres, entre Mill Hill Park y
Watling Park.
Me parece también importante hacer algunas
aclaraciones sobre la abadía de Whitby, ya
que este lugar se convierte en uno de los
principales escenarios de la novela, pues es
muy cerca de las ruinas de la abadía donde
Lucy, en estado de sonambulismo, va a ser
atacada por vez primera por Drácula, al poco
tiempo de llegar la fantasmal goleta
Deméter, con su carga siniestra, a esa
localidad costera del Yorkshire. Cualquiera
que haya visitado el lugar o que haya visto
buenas fotografías del sitio desde
diferentes ángulos, podrá comprobar la
exactitud de la descripción topográfica de
Stoker, especialmente en algo tan
significativo como la situación de las
ruinas de la abadía un poco más adentrada en
tierra firme que la inmediata iglesia de
Santa María (St. Marys), muy cerca del mar y
de los espigones de entrada al puerto de la
ciudad, así como el cementerio de esta
pequeña iglesia, con su bosque de lápidas de
piedra hundidas e inclinadas por el paso del
tiempo. Aunque los orígenes de la abadía se
remontan a mediados del siglo VII, fue
refundada después de la conquista de
Inglaterra por los normandos, perteneciendo
las ruinas actuales al siglo XIII, a partir
de 1220, siendo todavía bien visible el
magnífico gótico inglés en que fue
construida. La abadía, que, algunos decenios
después de su refundación en el siglo XI en
época de Guillermo I el Conquistador, se
rigió ininterrumpidamente por la regla
monástica de San Benito de Nursia, fue
clausurada y abandonada como consecuencia de
la orden de disolución de los monasterios
dictada en dos oleadas principales bajo el
reinado de Enrique VIII de Inglaterra entre
1536 y 1540, después de la ruptura
definitiva del soberano con el Papado a
finales de septiembre de 1533 con motivo de
su casamiento secreto en enero de ese año
con Ana Bolena. El 4 de abril de 1536,
dispuso el rey, con la aprobación del dócil
Parlamento, la supresión de 291 monasterios
menores, con ingresos anuales inferiores a
200 libras, incautándose la Corona de sus
bienes muebles e inmuebles. En cuanto a los
monasterios mayores, fueron disueltos entre
1537 y 1540, simultáneamente a los conventos
de las órdenes mendicantes. La suma total
obtenida por la venta de los bienes de la
Iglesia católica en Inglaterra ascendió al
final del reinado de Enrique VIII a unos 13
millones de libras, cantidad considerable
para la época [12]. Pero aquí me interesa
destacar sobre todo la destrucción del
patrimonio artístico inglés llevada a cabo
como consecuencia del enfrentamiento de
Enrique VIII con la Santa Sede. Thomas
Cromwell, canciller del Exchequer en 1533,
secretario del rey en 1534, y, sin duda, el
más celoso ejecutor de la política real cual
aventajado discípulo del principio de la
«razón de Estado» de Maquiavelo, aunque
cayera posteriormente en desgracia y fuese
decapitado a finales de julio de 1540, ya en
1538 provocó un ataque a las imágenes
religiosas (muchas de ellas de enorme valor
artístico), ante la impasible mirada y el
consentimiento de Enrique, pues con ello
afluía dinero a las arcas del Tesoro [13].
Es muy relevante el autorizado testimonio
del gran historiador de la arquitectura
Nikolaus Pevsner, nacido en Leipzig pero
nacionalizado británico: «En Inglaterra, los
agentes de Enrique VIII y de [Thomas]
Cromwell destruyeron la mayor parte de la
escultura religiosa. Las pocas piezas que
quedan, como, por ejemplo, una figura sin
cabeza en Winchester, poseen el mismo
carácter y la misma calidad que las
esculturas francesas del siglo XIII» [14].
Si la abadía de Whitby no fue demolida por
completo, la causa tiene mucho que ver con
que era un útil punto de referencia para las
embarcaciones, evitando así que se
aproximaran peligrosamente a los riscos
costeros.
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Vlad lll, nacido como Vlad
Draculea (Sighişoara, noviembre de
1431-Bucarest, diciembre de 1476),
más conocido como Vlad el Empalador
(en rumano: Vlad Ţepeş), fue
príncipe de Valaquia, hoy el sur de
Rumanía, entre 1456 y 1462. Durante
su vida, Vlad firmaba sus documentos
en latín como Wladislaus Dragwlya,
Vaivoda Partium Transalpinarum
(1475). Su patronímico rumano
Dragwlya (o Dragkwlya, Dragulea,
Dragolea, Drăculea,) es un
diminutivo del epíteto Dracul,
heredado de su padre Vlad Dracul.
(Imagen: El retrato de
Vlad III en la Cámara de Arte y
Curiosidades del Palacio de Ambras
(pintura al óleo, c. 1560), copia de
un original hecho en vida del
príncipe). WP. |
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III
Todas las referencias históricas,
artísticas, científicas, etnográficas y
etnográfico-históricas de la novela están
debidamente documentadas y contrastadas por
Bram Stoker, que, aunque de manera concisa,
para no distraer de la narración principal,
alude a datos rigurosos y perfectamente
contrastables por la más avanzada
historiografía de su tiempo. Esto puede
verificarse especialmente en el capítulo
III, cuando el conde le sintetiza a Jonathan
Harker la historia de su raza, salpicada de
alusiones y hechos históricos reales. Juan
Antonio Molina Foix se ocupa en la nota 61
de la ‘Introducción’ de aclarar las
características y avatares históricos del
grupo étnico de los szekler (o székélys), al
que dice pertenecer el conde, uno de los más
importantes que poblaban Transilvania en el
siglo XV, en la época de Vlad IV el
Empalador. Solo dos precisiones, que
complementan la erudita nota de Molina Foix.
La primera, que, aunque el origen étnico de
ese grupo es dudoso, a pesar de la leyenda
de su descendencia de Atila y de los hunos,
sí parece cierto que el referido grupo
étnico surge de los guerreros instalados en
el siglo XI en Transilvania para guardar las
fronteras del río Olt, afluente del Danubio.
La segunda, que, erróneamente, su
denominación ha sido romanizada por algunos
autores en la forma «sículo». En rumano,
«szekler» se dice «Secui», tanto en singular
como en plural. Pero, al mismo tiempo,
parece cierto que el término «szekler»
aparece por primera vez en las fuentes
históricas hacia 1116 como «Siculi» (que
sería la forma de decirlo en latín). De ahí
puede provenir la confusión. Los sículos,
como es bien sabido, fueron un pueblo
primitivo que se estableció en Sicilia hacia
el año 1000 a. C., principalmente en el este
de la isla. También parece ser exacto que
procedían de la Península Itálica, donde se
encontraban en el segundo milenio a. C. Una
de las principales fuentes acerca de los
sículos es Tucídides [15]. En cuanto a los
szekler, creo oportuno indicar una mínima
bibliografía [16].
En la nota 7 aclara brevemente Molina Foix
la situación político-administrativa de
Transilvania cuando Stoker escribió la
novela. La accidentada historia de esta
región continuó durante el reinado de
Francisco José (1830-1916), el longevo
miembro de la familia de los Habsburgo que
ocupó, durante largas décadas, el trono del
Imperio Austro-Húngaro (la llamada
«monarquía dual», puesto que el único
vínculo entre Austria y Hungría era la
figura de Francisco José) y que facilitó la
magiarización de la histórica región,
permitiendo así la unión de la provincia de
Transilvania al reino de Hungría en 1867,
una unión que destruiría la autonomía
territorial de la que gozaban los székélys y
los sajones de la provincia, destrucción que
se completó entre 1870-1876. En mayo de
1877, Rumanía se convierte en Estado
independiente. Muerto ya Stoker, durante la
Primera Guerra Mundial, los habitantes
rumanos de Transilvania se volvieron hacia
el reino de Rumanía, reino que precisamente
entró en la contienda junto a los aliados
franco-británicos gracias a la promesa que
se le hizo, el 17 de agosto de 1916, de
recibir la Transilvania una vez terminada la
guerra y alcanzada la victoria frente a los
Imperios centrales y a Turquía. Como
consecuencia de esa solemne promesa,
Transilvania quedaría unida al reino de
Rumanía el 1 de diciembre de 1918, poco
después de la firma del armisticio por
Alemania, decisión que fue confirmada, el 4
de junio de 1920, por el Tratado de Trianon
(uno de los cinco tratados que se firmaron
en el marco de la Conferencia de Paz de
París, que inició sus sesiones en enero de
1919).
En lo que atañe a Vlad IV el Empalador, de
cuyos datos históricos principales da
cumplida cuenta Molina Foix en la
‘Introducción’ y en la nota 42, aun siendo
incuestionable que Stoker se inspiró en su
aspecto físico y en sus hazañas para trazar
el retrato fisiológico y el sangriento modo
de actuar de Drácula, tampoco debería
exagerarse, pues el vampiro de la novela es
una creación literaria que muy poco tiene en
común con ningún personaje histórico real,
por muy cruel que hubiese sido Vlad Tepes
con sus enemigos otomanos. En definitiva,
que ningún personaje histórico ha sido,
naturalmente, un vampiro como es Drácula,
circunstancia que no está de más recordar,
habida cuenta de que algunas personas poco
documentadas creen efectivamente que el
conocido vaivoda de Transilvania llevaba a
cabo prácticas como las de un vampiro del
tipo de Drácula. Esta es una de las
consecuencias de desconocer los hechos
históricos y de confundir la ficción con la
realidad.
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La condesa Isabel Báthory
de Ecsed (en húngaro: Báthory
Erzsébet) (Nyírbátor, Hungría, 7 de
agosto de 1560-Castillo de
Čachtice, actual
Trenčín, Eslovaquia, 21 de agosto de
1614), fue una aristócrata húngara,
perteneciente a una de las familias
más poderosas de Hungría. Ha pasado
a la historia por haber sido acusada
y condenada de ser responsable de
una serie de crímenes motivados por
su obsesión por la belleza que le
han valido el sobrenombre de la
Condesa Sangrienta: es la mujer que
más ha asesinado en la historia de
la humanidad, con 650 muertes.
(Imagen: La condesa Erzsébet Báthory a los 25 años,
copia del único retrato que ella
encargó, en 1585). WP. |
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Para otros críticos, otra supuesta fuente de
inspiración podría muy bien haber sido la
condesa húngara Erzsébet [Isabel] Báthory
(1560-1614), extremadamente cruel con sus
víctimas, inocentes doncellas, a las que
asesinó con las más sofisticadas torturas a
centenares, y de las que parece seguro y
comprobado que, además de bañarse en su
sangre, la bebía, aunque, por supuesto, no
la succionaba al modo de un vampiro [17].
Aunque no se ha insistido tanto en esta
condesa como en Vlad Tepes como inspiración
para Stoker, resulta indudable que las
actuaciones nada legendarias, sino por
desgracia completamente verídicas, de la
sangrienta condesa, tienen mucho más sentido
como fuente de inspiración de la novela del
escritor irlandés. En cualquier caso, me
reafirmo en lo dicho antes: estas fuentes,
de las que nunca podremos calibrar con
exactitud qué peso tuvieron en la creación
de Stoker, no deben de ningún modo mermar la
extraordinaria originalidad de su maléfico
personaje. Tampoco, claro está, la condesa
húngara era una mujer vampiro. A ella se
refiere Georges Bataille en su célebre
ensayo Las lágrimas de Eros, en el
que también habla del extremadamente sádico
y cruel Gilles de Rais, del que se conservan
los documentos concernientes a su proceso
judicial [18].
Al comienzo del capítulo VI, escribe Mina en
su ‘Diario’ que, en Whitby, «las casas de la
ciudad antigua […] son todas de tejados
rojos, y además parecen amontonadas unas
encima de otras, como los dibujos de
Nuremberg». En vez de «dibujos», que es como
traduce Flora Casas, la traducción de Molina
Foix dice «grabados». En la edición de 1897
Stoker escribe «pictures», cuya traducción
habitual es «cuadros», ya que los términos
corrientes para designar «dibujo» y
«grabado» son «drawing» y «engraving»,
respectivamente, empleándose también el
término «etching» para designar el grabado
al aguafuerte. En cualquier caso, el vocablo
usado por Stoker es impreciso y se presta a
varias traducciones, pero sí queda claro que
está refiriéndose a vistas antiguas de la
ciudad alemana de Nuremberg. Existen
múltiples ejemplos que podrían aducirse de
la observación hecha por Mina. Uno de ellos
es la vista de Nuremberg del artista
victoriano Samuel Prout, de 1833,
originalmente una acuarela reproducida
también como litografía. Puede verse en
Sketches by Samuel Prout, in France, Belgium,
Germany, Italy and Switzerland (Londres,
The Studio, 1915). Otro buen ejemplo sería
la Vista de Nuremberg desde el oeste,
un dibujo de Alberto Durero de 1495-1497,
desaparecido desde 1945, y que se conservaba
en la Kunsthalle de Bremen [19]. Un tercer
ejemplo, que además deja nítida constancia
del tono rojizo de los tejados del que habla
Mina, es El puente seco junto a la
Hallertor de Nuremberg, un dibujo
también de Alberto Durero hecho con tinta
negra a pluma y aguada de colores, de hacia
1496, que conserva la Albertina de Viena
[20].
(Continúa en el próximo número.) |