LOS DESTINATARIOS DEL CUENTO EN LA SOCIEDAD ACTUAL.
UN APUNTE
Por
José Antonio Molero
ACTUALMENTE, AL PENSAR en los
cuentos, a todos se nos viene a
la cabeza la imagen del niño, y
es que hoy en día el niño es el
destinatario predilecto del
cuento. Pero esto no ha sido
siempre así. En el pasado, y
durante siglos, el cuento fue
una forma de entretenimiento que
involucraba a toda la comunidad,
sin distingos de edad ni sexo.
Fue a partir de finales del
siglo XVII cuando se empieza a
concebir al niño como el
destinatario adecuado del
cuento, porque es a partir de
ese momento cuando la infancia
comienza a considerarse como un
estadio separado de los adultos,
diferente del adulto, con
necesidades e intereses
distintos. Antes no había sido
así: el niño era concebido como
un hombre en su fase inmadura,
pendiente de evolución, algo así
como un hombre en miniatura. El
proceso de cambio de destinación
presentará ya vestigios de
concreción a comienzos del siglo
XIX, cuando el niño se
convertirá en destinatario de
los cuentos con todo derecho.
Por consiguiente, hasta tiempos
bastante recientes, el adulto ha
sido, si no el único, por lo
menos uno de los destinatarios
más adecuados de este género
narrativo.
EJE CRONOLÓGICO DE LA
DESTINACIÓN DEL CUENTO
El hecho de que las modernas
colecciones se dirijan
abiertamente a un público
infantil permite suponer que el
desplazamiento de destinación
iniciado a finales del siglo
XVII con Charles Perrault
(1628-1703), ha llegado en la
actualidad a su conclusión [1]. En nuestra
época, en efecto, es ya una
evidencia indiscutible que el
cuento no es del interés del
adulto (que ha desviado su
preferencia por otras lecturas)
y que todas aquellas narraciones
de antes (y las que se han
escrito ahora) se presentan
destinadas en su origen y en su
fin, y con escasas excepciones,
al público infantil.
Una confirmación de este cambio
se encuentra en los mismos
textos: las colecciones de
cuentos populares que se editan
ahora se adecuan —presuntamente—
a las exigencias y gustos de los
lectores infantiles; dicho más
exactamente, están escritos en
función de la imagen (más o
menos fiel) que el narrador
adulto tiene de los niños. Y
así, en el proceso que se ve
implicado en la lectura del
cuento entran en juego, por una
parte, un sistema lingüístico de
comunicación adaptado a la
capacidad de comprensión del
lector previsto (el niño), y,
por otra, múltiples
consideraciones de orden
psicopedagógico encaminadas a
hacer que los cuentos coincidan
con los cánones educativos
generalmente aceptados.
No obstante esta idea tan
generalizada en la sociedad
actual de que el niño es el
destinatario preferente del
género cuentístico, hay quienes
han sostenido (y sostienen) que
tal decisión no es más que el
fruto de un equívoco, la
consecuencia de un «accidente
histórico». Así, por ejemplo,
Tolkien [2] afirmaba
que «no hay ningún motivo
particular por el que los
adultos deban abandonar el
cuento, sobre todo porque
cualquier arte o ciencia, si
queda relegado exclusivamente al
ámbito de los niños, se
deteriora gravemente, y, a
veces, irremediablemente». Por
su parte, otros autores llaman
la atención sobre los efectos
negativos de la conexión,
absolutamente forzada y
arbitraria, que la sociedad
occidental moderna ha
establecido entre la infancia y
el cuento, por cuanto los
modernos adaptadores, llevados
por una imagen completamente
equívoca por ilusoria y meliflua
de la infancia, vacían los
antiguos relatos de sus
contenidos originarios,
expurgándolos y edulcorándolos
para hacerlos inocuos.
Niños leyendo.
Uno de los supuestos implícitos
en la base de muchas
adaptaciones para niños es que
estos poseen una «incorrupta
credulidad, un fresco apetito
por las maravillas», como
afirmaba el británico Lang [3]. De esta
consideración se desprende que
el narrador adulto debe jugar
con la escasa experiencia vital
del niño para venderle la
ficción de los cuentos como
realidad.
Tolkien, por el contrario, se
opone drásticamente a esta
consideración y rechaza el
supuesto según el cual el niño
es incapaz de distinguir la
invención de la realidad, el
mundo ficticio del cuento del
mundo de la experiencia del
mundo real. Para usar
adecuadamente el cuento, Tolkien
afirma que es indispensable
entrar con la propia mente en
ese mundo evocado por el
narrador y, mientras se está
dentro de él, creer en su
verdad. El destinatario no tiene
que creer necesariamente que las
cosas contadas se pueden
encontrar en el mundo de la
experiencia primaria. Este es el
equívoco en el que caen, llega
concluir Tolkien, quienes
consideran que los niños, en
virtud de la ingenuidad propia
de su inmadurez y de su presunta
incapacidad para distinguir
entre realidad y ficción, son
los únicos posibles
destinatarios de los cuantos en
nuestros días.
Sin embargo, las argumentaciones
propuestas por Tolkien para
negar que el niño se haya
convertido en el destinatario
privilegiado del género de los
cuentos, en cierto sentido se le
vuelven en contra: el cuento
exige que el destinatario “crea
lo que se cuenta”, por más
inverosímil que pueda parecerle
al lector desde el punto de
vista del mundo real (este es
precisamente el punto
fundamental: no hay que valorar
el mundo de los cuentos a partir
de criterios tomados de la
experiencia primaria). En otras
palabras, mientras el
destinatario se encuentra
sumergido en el marco del
cuento, jamás debe sorprenderse
ante animales que hablan,
exóticos fenómenos atmosféricos,
pócimas mágicas, antagonistas
ultraterrenales y, en fin, todos
esos elementos recurrentes en el
cuento y que no se pueden
encontrar en el ámbito de la
vida real. Porque en el momento
mismo en que el lector
“manifiesta incredulidad” ante
un elementos cuentístico, el
encantamiento se rompe y el
destinatario se ve nuevamente
catapultado “al mundo primario”.
Para el adulto actual resulta
bastante difícil sumergirse en
el mundo del cuento inhibiendo
cualquier vestigio de duda, o
sea, abandonando todo el sistema
de valores que subyace a su
experiencia personal del mundo
real. De ahí la afirmación de
Tolkien cuando dice que, «para
entrar en el mundo del cuento,
no hay que esforzarse en creer,
hay que creer y basta». A los
niños, esta operación les sale
naturalmente bien, y, por esto
que el cuento se haya convertido
en un dominio acotado para
disfrute de la infancia.
EL DESTINATARIO INFANTIL
Esta argumentación se basa en un
ensayo del coreano Ok-Ryen-Seung
[4], llevado a
cabo sobre la psicopedagogía del
cuento. Seung considera que los
cuentos son particularmente
adecuados para la mentalidad
infantil, tanto por lo que se
refiere a los temas tratados por
ellos como por los dispositivos
formales que los caracterizan.
Los contenidos típicos del
cuento reflejan de cerca los
intereses del niño: a menudo,
los cuentos se ocupan del
abandono de los hijos por parte
de los padres o de la ruptura
del vínculo materno, temas en
los que el niño pequeño presta
mucha atención. En cuanto a los
contenidos más específicamente
maravillosos, Seung se detiene
en algunos rasgos
característicos de la mentalidad
infantil —como el egocentrismo,
el realismo y el animismo— que
hacen al niño particularmente
receptivo con el mundo encantado
del cuento.
Pulgarcito
es un cuento infantil escrito por Charles
Perrault con el nombre de su hijo,
Pierre Darmancour; lo dio a conocer en
su libro compilatorio Cuentos de Mamá
Oca, publicado en 1697.
(Imagen: Q-TopLife.com)
En lo que respecta a la
incapacidad de distinguir entre
el yo y el mundo exterior
(egocentrismo) y la consiguiente
certidumbre de que todo elemento
del mundo está dotado de
voluntad propia (animismo)
acercan la mentalidad infantil
al pensamiento mágico. Por este
motivo, el niño no se ve
obligado a realizar grandes
esfuerzos para concebir un mundo
en el que los animales hablen;
esto es, lo que en el caso del
lector adulto requiere una
«voluntaria suspensión de la
incredulidad» al niño le resulta
natural. Es probable que, a
partir de una cierta edad,
también el niño sepa que en el
mundo real los animales no
hablan. Pero para él, las
fronteras entre el mundo de la
experiencia cotidiana y el del
cuento no son tan rígidas como
para en adulto. Esta fluidez de
las fronteras favorece el
continuo paso de una dimensión a
otra, paso que a menudo asume la
forma de la experimentación
lúdica. Esto resulta evidente
para cualquiera que haya
observado el proceso del juego
infantil.
De igual manera, el animismo de
los niños encuentra un terreno
muy fértil en el cuento, que
está poblado de animales y de
objetos dotados de personalidad
y de rasgos reconociblemente
humanos. Por otra parte, hay que
considerar también que, además
de reflejar el fenómeno
animista, la presencia de
bestias que hablan en los
cuentos refleja también la
importancia que tienen los
animales en el imaginario
infantil y pone de manifiesto la
facilidad con que el niño se
identifica con ellos.
Pasando a los dispositivos
formales característicos antes
delineados, Seung se propone
comparar las características del
estilo oral, típico del cuento,
con la psicología del niño.
Vistos desde esta perspectiva,
algunos rasgos estilísticos,
como el uso de fórmulas y de
repeticiones y el ritmo binario
o ternario, pueden remitirse a
las exigencias precisas del
destinatario infantil. La
estructura enumerativa permite
que el destinatario encuentre un
armazón constante y reconocible
en el texto, lo cual le da una
sensación consoladora de
familiaridad que lo tranquiliza.
El niño que ama el orden, la
medida y la coherencia,
advierte, de manera
particularmente acentuada, esta
exigencia. Las repeticiones y
las estructuras constantes
satisfacen su gusto por la
estabilidad y lo ayudan en el
proceso de memorización del
texto.
Otras características, como la
extremada simplificación de las
relaciones internas, la ausencia
de descripciones exhaustivas de
corte realista y la
exteriorización del conflicto,
hoy apuntan todas al niño como
destinatario prioritario del
cuento.
La forma del cuento Cenicienta
(o El zapatito de cristal) más
conocida en Occidente es la del francés
Charles Perrault, escrita a partir de
una historia transmitida mediante tradición
oral y publicado en 1697 en su ya
citado libro Cuentos de Mamá Oca.
En Alemania, la versión, igualmente de
origen popular, de Cenicienta fue
escrita por los hermanos Grimm, y
forma parte de la colección Cuentos de
la infancia y del hogar, compilación
de cuentos alemanes en dos volúmenes,
publicados en (I) 1812 y (II)
1815).
(Imagen: ChiquiPedia.com)
CONCLUSIÓN
Como hemos estado viendo a lo
largo de esta breve reflexión,
el destinatario por antonomasia
del cuento es el público
infantil, aunque hay también
autores que no están de acuerdo
con esta afirmación, entre los
cuales se encuentra Tolkien, del
que ya hemos hablado. Con esto
no estamos diciendo que el
adulto esté psicológicamente
inhabilitado para disfrutar con
la lectura de los cuentos; al
contrario, se ha demostrado que
el hecho de que un adulto relea
uno de los cuentos que ya había
leído en su etapa infantil,
estimula múltiples niveles de
lectura: el cuento se presta a
ser interpretado de manera
distinta por el mismo individuo
en fases sucesivas de su vida,
al tiempo que le permite tomar
conciencia de su propia
evolución psicológica, lo cual
resulta una cuestión tan
interesante como positiva.
_______________
NOTAS
1.
Charles Perrault, al igual que
los hermanos Grimm (Jacob,
1785-1863; Wilhelm, 1786-1859),
alemanes, y el danés Hans
Christian Andersen (1805-1875)
basaron sus cuentos en relatos,
leyendas y mitos que la
tradición oral contaba a lo
largo de Europa y que ellos
recopilaron y reescribieron
atemperando en muchos casos la
crudeza de las versiones orales
originales. La temática común de
los cuentos populares tiene como
trasfondo el inconformismo que
reinaba entre las gentes de
condición humilde, descontentas
con su situación, por ello que
la conclusión habitual de sus
relatos sea un final feliz para
darles esperanzas y aliviar su
desencanto. Por general, los
personajes que se emplean son
hadas, ogros, animales que
hablan, brujas, enanos,
princesas y príncipes
encantados, entre otros. Cabe
destacar igualmente su intención
moralizadora, ya que, al final
de cada relato, el autor incluye
una enseñanza moral relacionada
con el contenido de cada
historia, sin que ello les reste
el encanto que los ha hecho
vencer el paso del tiempo y que
los ha convertido en las
lecturas favoritas de los niños.
2.
TOLKIEN, J. R. R. (1965):
Tree and Leaf.
Houghton Mifflin, Boston; cit.
por Bruno BETTELHEIM (1977):
Psicoanálisis de los cuentos de
hadas. Traducción española
de Silvia Furió. Editorial
Crítica, Barcelona, 1994.
3.
LANG, Andrew [ed.]
(1889 y ss.): The Fairy
Books. Longmans, Green Co,
Londres; 12 vols.; cit. también
por Bruno BETTELHEIM (1977).
Vid. nota 2.
4.
OK-RYEN-SEUM (1971): Psycho-pédagogie
du conte. (Essai suivi de seize
contes coréens). Éditions
Fleurus, Paris; cit. por Bruno
BETTELHEIM (1977). Vid. nota 2.
José Antonio Molero
Benavides
(Cuevas de San Marcos,
Málaga). Diplomado en
Maestro de Enseñanza
Primaria y licenciado en
Filosofía y Letras (sección:
Filología Románica) por la
Universidad de Málaga, es,
en la actualidad, Profesor
Honorífico (Cum
Venia Docendi) de la
Universidad de Málaga.
Desde que apareció su primer
número, está al frente de la
dirección y edición (en su
versión web) de
GIBRALFARO,
revista digital de
publicación trimestral
patrocinada por el
Departamento de Didáctica de
las Lenguas, las Artes y el
Deporte de la Universidad de
Málaga.