IV
HAY UN VOCABLO en la novela del que quiero
hacer una precisión. En la nota 131,
refiriéndose al término empleado en la
crónica periodística sobre el lobo fugado
del Parque Zoológico de Londres inserta en
el capítulo XI, dice Molina Foix que, en vez
de «vulpino», el anónimo periodista debería
haber escrito «lupino», ya que está hablando
de un lobo. El texto se refiere a la vuelta
del lobo al zoo: «… y fue recibido y
acariciado como una especie de hijo pródigo
vulpino». Es verdad que, como «lobo»,
procede del latín «lupus-i», el periodista
debería haber demostrado un mayor
conocimiento filológico. Pero quizás esté
escribiendo con alguna prisa, además que
tampoco hay que exigirle a un periodista
tales precisiones. En todo caso, el error no
lo veo yo tampoco tan abultado, pues ha
demostrado conocer no tan burdamente el
latín, ya que «zorra» procede del latín
«vulpes-is» y «zorro» es «vulpes masculus».
Como mucho, ha confundido por un momento el
lobo con un zorro. Estoy convencido de que
la errata es completamente intencionada por
parte de Stoker.
V
En cuanto al año en que transcurre la acción
y la técnica narrativa empleada, quisiera
hacer algunas breves puntualizaciones. Es
cierto, como dice Molina Foix en la nota 32
de su Introducción, que el año más reciente
sugerido en la novela es 1893, al que alude
indirectamente Abraham van Helsing en el
capítulo XIV cuando exclama que es una
lástima que el neurólogo francés Jean-Martin
Charcot ya no esté entre ellos, pues, en
efecto, había fallecido en 1893. Pero de ese
dato no tiene por qué deducirse
necesariamente que la acción, como defiende
Molina Foix, transcurra en ese año de 1893,
pues si la novela se publicó finalmente en
mayo de 1897, también podrían aducirse con
igual convicción 1894, 1895 o 1896. En todo
caso, creo más prudente afirmar que los
hechos narrados transcurren entre el 3 de
mayo y el 6 de noviembre de uno de esos
años, aunque me parece imposible precisar
con total exactitud cuál de ellos podría
ser. Una vez más deja la puerta abierta el
escritor. De lo que sí que no cabe duda es
de la obsesión que Bram Stoker tenía por el
tiempo, por el paso del tiempo. La novela es
casi patológicamente obsesiva en este punto
fundamental, indicándose a menudo, además
del día exacto y de la hora del día, esto
es, si es por la mañana, al mediodía, por la
tarde, por la noche o de madrugada, también
si el personaje de turno está redactando sus
notas «más tarde» respecto de la última
anotación, pues es frecuente que se sucedan
varias anotaciones consecutivas redactadas
por un mismo personaje a diferentes horas
del día y de la noche de una misma jornada.
Aún quisiera añadir una observación que no
es del todo irrelevante en relación con el
momento temporal en que transcurren los
hechos, ya que acrecienta la ambigüedad
sobre la exactitud del mismo. Son las
palabras del Diario de Mina en el capítulo
XVIII, en la anotación correspondiente al 30
de septiembre: «¿A year ago which of us
would have received such a possibility, in
the midst of our scientific, sceptical,
matter-of-fact nineteenth century?» Repárese
en el hecho de que, al referirse al siglo
diecinueve, dice «in the midst», que Molina
Foix traduce como «en pleno siglo
diecinueve», mientras que Flora Casas opta
por «a mediados de nuestro siglo». También
podría haberse traducido por «en medio de».
Si la acción transcurriese en 1893 con toda
certeza, según propone Molina Foix, es como
mínimo un poco forzado decir «en pleno siglo
diecinueve», cuando, de hecho, la centuria
está acabándose; más bien «en pleno», que es
una traducción legítima, tendría el sentido,
en el contexto en que se dice, de hacer
referencia a unos decenios más centrales, o,
por lo menos, no a un año tan próximo a la
terminación del siglo. El metro de Londres,
que se menciona en alguna ocasión en la
novela, se inauguró en 1863, y el escritor
danés Hans Christian Andersen, del que Van
Helsing dice en el capítulo XXV ser su amigo
(y no parece decirlo como si ya hubiese
muerto), falleció en 1875. Podrían ser otras
dos referencias tan válidas como la
propuesta por Molina Foix, y en ese caso sí
tendría más sentido hablar de «en pleno
siglo diecinueve» o «en medio de», pues son
expresiones que denotarían que
aún queda cierto tiempo de la centuria para
que finalice. Con esta observación solo
pretendo subrayar la indefinición
premeditada sobre este particular de Bram
Stoker.
VI
Sobre la técnica narrativa empleada por
Stoker en la novela, hay diversas opiniones
críticas, algunas claramente enfrentadas y
muy distintas en lo que se refiere a su
valoración literaria en términos
cualitativos. Las dos posiciones dominantes
son, en primer lugar, aquella que defiende
que el escritor debería haberse valido de un
narrador que hablase en tercera persona,
que, o bien podría haber sido un narrador
anónimo, del tipo de esos que se encuentran
un manuscrito, o bien un narrador que podría
haber sido alguno de los personajes que
combaten a Drácula, o Abraham van Helsing o
Wilhelmina Murray, pues ambos encarnan
prototipos humanos muy positivos, tanto en
lo que atañe a sus cualidades intelectuales
como a sus virtudes éticas y morales
(honestidad, valentía y resolución). Es una
opción de técnica narrativa perfectamente
defendible que ha dado siempre muy buenos
resultados y que, ni mucho menos, hubiese
dificultado o rebajado la tensión en la
descripción de los acontecimientos. La
segunda posición es aquella que defiende la
técnica por la que finalmente se inclina
Stoker, esto es, el recurso de intercalar
diarios, cartas, notas de prensa, misivas de
carácter comercial, y algunos más por el
estilo, que, redactados casi en su totalidad
por el grupo que terminará persiguiendo a la
bestia hasta su recóndito refugio montañoso,
tendría la ventaja de ofrecer puntos de
vista personales e individuales que se
complementarían unos con otros, dinamizando
supuestamente de paso la acción y
acrecentando el misterio y la tensión
propiamente narrativa de los hechos.
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"Varney,
el vampiro", en ocasiones publicada
con el título de "Varney, el vampiro
o el festín de la sangre", es una
novela de vampiros salida de la
imaginación del escritor británico
James Malcolm Rymer (1814–1884), que
fue publicada por entregas entre los
años 1845 y 1847. (WP) |
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Quizá sea cierto que esta última técnica
puede ser algo repetitiva, especialmente a
partir del punto de inflexión de la novela,
que viene señalado por la afirmación de Van
Helsing de que los diminutos agujeros en el
cuello de los niños pequeños han sido hechos
por la no-muerta Lucy, palabras con las que
termina el capítulo XIV, pero cuya
conclusión lógica es la liberación
definitiva que habrá de producirse del alma
de Lucy, mediante el procedimiento indicado
por Van Helsing de clavarle una gruesa y
larga estaca en el corazón y seccionarle la
cabeza del cuerpo, que es como se da fin al
capítulo XVI, iniciándose a partir de ahí la
persecución infatigable del demonio
principal.
A mi modo de ver, la técnica empleada
finalmente por Stoker funciona muy bien,
cumple el propósito para el que ha sido
decidida por el escritor, y, además de
mantener con notable habilidad la tensión,
que crece claramente en determinadas
circunstancias a medida que avanza la
acción, clarifica también todos los datos
que necesita el lector para poder hacer en
cualquier momento una exacta valoración del
discurrir de los acontecimientos. De esta
manera, pues, el lector está asimismo
convenientemente informado de lo que
necesita saber para no perder el hilo de la
narración, una narración que, naturalmente,
es progresiva, esto es, que avanza
cronológicamente de modo paulatino, aunque
se den respiros o las entradas de las
anotaciones de los diversos personajes
coincidan en la fecha, si bien, lógicamente,
una anotación tenga que seguir a otra; pero
así es como se consigue el efecto de que el
lector pueda vislumbrar diferentes
perspectivas de la acción simultáneamente en
el tiempo y en el espacio, porque en los
capítulos finales los personajes se
encuentran en lugares distintos y nunca
solos, sino en pareja.
Esa progresión no impide que la narración
complete un círculo espacio-temporal, pues
la novela comienza un 3 de mayo en Bistritz,
de camino Jonathan Harker hacia el castillo
de Drácula, y finaliza durante el crepúsculo
del 6 de noviembre siguiente en el castillo
del conde. Esa concepción circular del
tiempo no es ni mucho menos caprichosa y
está sin duda relacionada con las
interpretaciones sobre el tiempo que
empiezan a contestar la idea de progreso
impuesta por el optimismo de la razón
ilustrada, unas interpretaciones de carácter
irracional, subjetivista, que apelan al
mundo de los sentimientos, y que, por tanto,
nacen en la época prerromántica del Sturm
und Drang, aunque alcanzarán su máximo
desarrollo con Schopenhauer, con Kierkegaard
y con Nietzsche, si bien en el caso de
Stoker las referencias literarias
principales son James Malcolm Rymer,
Sheridan Le Fanu, Ernst Theodor Amadeus
Hoffmann, Poe, Baudelaire y los simbolistas,
que conforman parte de la atmósfera
espiritual que se opone frontalmente al
positivismo cientificista de la segunda
mitad del siglo XIX.
En este punto, pueden hacerse algunas
consideraciones que no han sido
suficientemente subrayadas hasta la fecha.
Suele insistirse en que el principal modelo
literario de la novela Drácula de
Bram Stoker es Varney el Vampiro, de
James Malcolm Rymer (1814-1884), que se
publica en 1847, el mismo año de nacimiento
de nuestro escritor, novela que algunos
críticos han atribuido o continúan
atribuyendo a Thomas Peckett Prest
(1810-1859), amigo y colega de Rymer,
quienes llegaron a escribir juntos, según la
opinión también de algunos críticos, la
novela The String of Pearls, asimismo
de 1846-1847. Juan Antonio Molina Foix es un
decidido defensor de la influencia de
Varney el Vampiro en Drácula,
aduciendo para ello una serie de analogías,
que son sin duda muy difíciles de
cuestionar. También es un firme partidario,
como otros críticos, de la influencia de
Carmilla (1872), del escritor irlandés
Joseph Thomas Sheridan Le Fanu. Tampoco esta
opinión puede discutirse ni ponerse en duda,
por las múltiples evidencias que hay de esa
aseveración.
Pero yo quisiera aquí llamar la atención
sobre dos pequeños relatos sobre los que,
aun cuando sí se ha reconocido desde hace
tiempo que eran sobradamente conocidos de
Stoker y pudieron influir en determinados
aspectos de su novela, no se ha insistido en
cambio lo suficiente en el valor que poseen
como narraciones que se hallan en la génesis
misma del vampirismo como subgénero de
ficción literaria. Me estoy refiriendo al
cuento Vampirismo, de E. T. A.
Hoffmann, escrito en 1821, y al cuento
Berenice, de Edgar Allan Poe, publicado
por vez primera en marzo de 1835 en el
Southern Literary Messenger, una revista de
Richmond, en el Estado de Virginia. El
propio Hoffmann tenía conocimiento de un
libro extraño escrito por el pastor luterano
alemán Michael Ranfft (o Ranft), que vivió
entre 1700 y 1774 y era un especialista en
vampiros. El libro en cuestión tiene un
largo título, Tractat von dem Kauen und
Schmatzen der Todten in Gräbern, Worin die
wahre Beschaffenheit derer Hungarischen
Vampyrs und Blut-Sauger gezeigt, Auch alle
von dieser Materie bißher zum Vorschein
gekommene Schrifften recensiret werden,
y fue publicado en Leipzig en 1734. Lo que a
nosotros nos interesa saber, en este
contexto, es que de ese libro —como nos
informa Carmen Bravo-Villasante en el
prólogo que escribe para la edición de tres
dispares narraciones de Hoffmann— se extrae
«la conclusión de que un vampiro es un ser
maldito que se deja enterrar como si
estuviera muerto, para luego surgir de su
tumba y chuparle la sangre a las gentes
mientras duermen, que, a su vez, se
convierten en vampiros […] Para
inutilizarles hay que desenterrarles, darles
con una pala en el corazón y quemar sus
cuerpos y convertirles en cenizas» [21].
Esta sorprendente, por lo temprana,
información extraída por Ranfft en sus
investigaciones y averiguaciones, coincide
más, sin embargo, con el perfil y las
características del vampiro de Stoker que
con lo que sucede en el relato fantástico y
de terror de Hoffmann, aunque pueda parecer
paradójico. Pero, en realidad, lo que
debemos deducir de ello es que Hoffmann, al
igual que posteriormente Bram Stoker, es un
escritor sumamente original, y el hecho de
que él conociera la existencia de ese raro
tratado no va a condicionar la singularidad
de su creación. De hecho, como acabo de
sugerir, la conclusión a la que llega el más
que curioso pastor luterano alemán es una
conclusión que encaja con extraordinaria
aproximación, si tenemos en cuenta la
considerable distancia temporal, con algunos
de los rasgos más peculiares de la criatura
surgida de la imaginación del escritor
irlandés. Las coincidencias dan desde luego
que pensar. Sin embargo, en el cuento de
Hoffmann no hallamos exactamente
«vampirismo» en esos términos, sino que la
escondida actividad de la bella pero
perversa joven protagonista de la historia
es nada menos que la antropofagia, lo cual
supone un punto de conexión con el
«discípulo» loco del conde Drácula que está
encerrado en la institución psiquiátrica que
dirige John Seward, es decir, con R. M.
Renfield, aunque con la notable diferencia
que la actividad a la que se dedica Renfield
en su celda no es la antropofagia, sino la
zoofagia.
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"Carmilla", mujer vampiro
protagonista de la novela corta del
mismo título, escrita por Joseph
Thomas Sheridan Le Fanu en 1872.
Apareció publicada, por vez primera,
en la colección "In a Glass Darkly".
(Info: WP) |
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A pesar de su reducida extensión, la
maestría de Berenice es inigualable
[22]. Es, sencillamente, la creación de un
verdadero genio de la literatura, de un
espíritu atormentado y de poderosísima y
singularísima imaginación. Pero también de
un espíritu extraordinariamente preciso,
exacto, conciso, que, al tiempo que deja
volar libremente su imaginación, sabe
también concebir el desarrollo de su relato
con la precisión con la que actúa el bisturí
del más templado cirujano. En Berenice
todo está sugerido, terroríficamente
sugerido, pero, quizás por vez primera en la
literatura mundial, ocupan los treinta y dos
dientes de una persona una presencia
siniestra, amenazadora, inquietante,
completamente perturbadora. No creo que
Stoker necesitase más, que ya es en realidad
mucho; es decir, es mucho lo que sugiere el
maravilloso relato de Poe, muchas sus
potencialidades ocultas, que hay que
desentrañar, y que, a su vez, pueden
alimentar, como de hecho nutren, otras
narraciones producidas por la imaginación
creadora de un escritor original.
VII
Asimismo, quisiera destacar un aspecto que
generalmente ha sido marginado en las
numerosas interpretaciones críticas de la
novela de Stoker. Concretamente, la profunda
desconfianza hacia el cientificismo
positivista, hacia esa actitud decimonónica
de convertir la ciencia en una nueva
religión, doctrina que tuvo, como todo el
mundo sabe, su máximo exponente ideológico
en August Comte. Pero Stoker no se interna
tanto por la senda de formular una severa
crítica a los intentos del hombre de
traspasar ciertos límites y tratar de emular
a Dios o convertirse en un dios o en un ser
al que todo le está permitido,
siempre y
cuando que, a su vez, se lo
posibiliten la investigación científica y
los avances tecnológicos, importándole ya
entonces muy poco a ese tipo de hombre si la
transgresión de esos límites vulnera o no
los principios éticos y morales básicos en
los que debe sustentarse la actuación del
ser humano en el mundo; a saber, aquellos
principios que impiden la deshumanización
del hombre, la conversión del hombre en un
medio, en un instrumento, y no en un fin; si
la ciencia puede conseguirlo —razonaría ese
tipo de individuo—, si la investigación
científico-tecnológica puede obtener
determinados resultados, sean cuales fueren,
nada debe impedirlo, ni la religión ni la
ética ni la moral. Como digo, la crítica a
esta peligrosa concepción, aunque en cierto
modo está implícita en toda la novela, no es
la que primordialmente preocupa a Stoker.
Sobre la necesidad moral de poner freno a
las soberbias y exorbitantes aspiraciones
del hombre de ser como Dios (creando una
criatura inteligente y sentiente,
parafraseando a Xavier Zubiri), así como
sobre la crítica moral a no poner coto a la
indagación científica, tenga las
consecuencias que tenga, Bram Stoker, como
tantos otros lectores de su tiempo, conocía
perfectamente los dos más ilustres
precedentes en esa materia en cualquier
literatura del mundo: los relatos
Frankenstein o el moderno Prometeo, de
Mary Shelley (Mary Wollstonecraft Godwin),
publicado por primera vez en Londres en
1818, aunque manteniendo la autora el
anonimato, y El extraño caso del doctor
Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis
Stevenson, publicado también por vez primera
en Londres en 1886.
Lo que a Bram Stoker le interesa sobre todo
es constatar los límites de la ciencia, esto
es, no tanto que haya que ponerle límites
éticos a la ciencia —opinión que, por lo
demás, compartía—, cuanto que la ciencia no
posee en realidad ese poder ilimitado del
que tan vanamente presume. La ciencia, viene
a decirnos Stoker, no es «Ciencia», esto es,
no es absoluta, ni nunca podrá serlo. La
ciencia nunca podrá poseer un poder
infinito, por su propia naturaleza
intrínseca, que es indisociable de la
naturaleza misma del hombre. La infinitud
pertenece al Bien, a la Verdad, al Amor, que
son absolutos en sí mismos, puesto que son
atributos de Dios. Pero la ciencia, al ser
una conquista del hombre, es limitada,
porque el hombre es limitado. El hombre solo
puede elevarse de su condición humana, o,
más precisamente, solo será verdaderamente
hombre, ser humano, si se asemeja a Dios, si
opta por la defensa del Bien y de la
Justicia, si cree en el Amor. Por eso, los
dos eminentes científicos que aparecen en la
novela, pero muy especialmente Abraham von
Helsing, combinan en su lucha contra Drácula
los recursos que pone a su disposición la
ciencia con los poderes sobrenaturales de la
religión y de la fe. Porque, aunque haya
querido minusvalorarse por generaciones de
críticos, el fondo esencial de la novela de
Bram Stoker es la sempiterna lucha del Bien
contra el Mal.
VIII
Una de las precisiones semánticas más
importantes de toda la novela es la que
lleva a cabo Van Helsing con respecto a la
expresión «no-muerto». El conde Drácula, las
tres mujeres vampiro que habitan en su
castillo y también Lucy Westenra son seres a
los que el médico holandés aplica ese
vocablo, que en rumano se dice ‘nosferatu’.
La explicación de Van Helsing está dada en
el capítulo XVI. El no-muerto está sometido
a la «maldición de la inmortalidad». La
misión primordial del no-muerto es
multiplicar el número de esas demoníacas
criaturas, para, de este modo, acrecentar
los males en el mundo. Todos los que mueren,
como le ocurre a Lucy, a manos de un
no-muerto, se convierten a su vez en
miembros de ese círculo siniestro. Los niños
pequeños que Lucy rapta por la noche, y a
los que succiona la sangre, irán sintiendo
cada vez más necesidad de este malvado
ritual, acabando por acudir ellos mismos a
Lucy, y, cuando mueran, se convertirán
también en no-muertos. Esta diabólica
espiral solo cesará, en este caso concreto,
si Lucy, que es una no-muerta, muere de
verdad. Entonces, las huellas diminutas de
sus dientes en los cuellos de esos niños
desaparecerán, y esos niños volverán a ser
seres normales. La muerte verdadera de la
no-muerta, de Lucy en este caso, es una
auténtica bendición para ella misma, puesto
que en ese momento su alma queda
definitivamente liberada. Al morir de verdad
la no-muerta, cosa que solo puede
realizarse, como se ha dicho antes, mediante
el procedimiento de separarle la cabeza del
tronco y de clavarle una estaca en el
corazón, su alma descansará para siempre y
acompañará a los coros celestiales. Esto es
lo que dice Abraham van Helsing antes de que
el amado de Lucy, Arthur Holmwood, sea el
encargado de clavarle la estaca a su
prometida «difunta», que se encuentra en el
ataúd. La operación transcurre de día, poco
después de la una y media de la tarde, como
se indica en ese capítulo XVI.
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"Berenice" es la mujer vampiro que
protagoniza un cuento de terror del
escritor norteamericano Edgar Allan
Poe, publicado por vez
primera en marzo de 1835 en la "Southern Literary Messenger", una revista de Richmond,
Virginia.
(Info: WP) |
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Otro dato fundamental es el extraordinario
contraste que habrá de producirse entre el
aspecto físico de Lucy como no-muerta y Lucy
cuando haya muerto de verdad. ¿Qué aspecto
ofrece Lucy en ese estado de no-muerta una
vez que abren el ataúd? Los dientes eran
«puntiagudos», la boca «voluptuosa, manchada
de sangre; el aspecto cruel y carente de
espíritu». La traducción de Molina Foix
difiere ligeramente de la de Flora Casas: en
vez de «aspecto cruel y carente de
espíritu», dice «aspecto carnal y sin alma».
Pero el sentido de la descripción no varía.
¿Qué aspecto físico presenta Lucy una vez
que Arthur ha dado fin a su amarga pero
necesaria tarea? Otra vez su rostro vuelve a
estar inundado de «una pureza y una dulzura
inigualables». Quedaban las huellas de la
enfermedad que había padecido, pero esas
huellas eran la demostración palpable de que
ante sus amigos estaba de nuevo la verdadera
Lucy, liberada ya para siempre su alma.
IX
Por si todo esto no fuese suficiente, Van
Helsing, además de su instrumental
quirúrgico propio de un médico, de un
científico eminente y riguroso, se vale
especialmente para derrotar a estos seres
demoníacos del crucifijo y de la Sagrada
Forma, de la Hostia consagrada, que ha
adquirido en Amsterdam gracias a sus
contactos eclesiásticos. No creo tan grave
el error cometido por Stoker al llamar
«Indulgence» a ese permiso obtenido en
Amsterdam para hacerse con una provisión de
Hostias consagradas, error del que, como
hace constar Molina Foix en la nota 162, se
lamentaba el escritor Hugh Benson [23].
Efectivamente, una «indulgencia» es una
remisión total o parcial de la pena
temporal, debida a los pecados perdonados.
Naturalmente, para el catolicismo.
En ningún momento de la novela se nos aclara
si Van Helsing es católico o protestante. De
lo que no cabe duda es de que es cristiano
(aunque podría pertenecer, como revela su
nombre de pila, a una familia judía, cosa
tampoco nada rara en la capital de los
Países Bajos, de donde era oriundo Baruch
Spinoza, el más ilustre holandés de origen
judío, de marranos portugueses, es decir, de
judeoconversos que fingían), creyente en
Cristo Jesús, y hay sobradas muestras de
ello a lo largo de la narración por sus
invocaciones a Dios, al Dios de los
cristianos. En el supuesto de que no fuese
católico romano, cosa muy probable siendo
como es holandés, tampoco tenemos ninguna
pista sobre cuál podría ser su confesión
cristiana protestante. Dudo mucho que
calvinista, por la rigidez que entraña la
doctrina de la predestinación; podría ser
luterana o cualquier otra. En cualquier
caso, lo más relevante es el hecho de que es
creyente en Dios, que en la trascendencia
del hombre, en la inmortalidad del alma. Los
protestantes, en términos generales, admiten
solo dos sacramentos, el Bautismo y la
Eucaristía. Al menos los protestantes de la
primera hora, vinculados a la Reforma de
Lutero [24]. No es de extrañar, pues, que
Van Helsing se haya hecho con Sagradas
Formas en una ciudad de aplastante mayoría
protestante calvinista y luterana a finales
del siglo XIX.
La traductora Flora Casas se escurre en
cierto modo por la calle de en medio y
traduce «Indulgence» como «bula», lo que
tampoco es ciertamente correcto. Si Van
Helsing fuese católico, sí podría haber
obtenido una bula, es decir, un privilegio
en alguna determinada cuestión, que solo
puede conceder el papa de Roma. En el caso
que estamos analizando nos referimos a una
dispensa, un permiso o autorización
pontificia, que le permitiría a Van Helsing
proveerse de aquellos objetos tan sagrados.
Lo lógico, lo natural, lo que dicta el
sentido común es que Van Helsing ha debido
conseguir su preciada posesión, como he
insinuado antes, gracias a alguna amistad
con el estamento eclesiástico protestante,
porque en el caso del catolicismo se
requiere la autorización pontificia. Por eso
digo que tampoco se trata de un error tan
abultado como se quejan algunos, aunque el
reproche de Benson, por proceder de quien
procede, sí hay que tenerlo en cuenta y
tomarlo en consideración. Lo importante, sin
embargo, es que Van Helsing posee nada menos
que fragmentos de Sagradas Formas, esto es,
del mismísimo Cuerpo de Cristo, en virtud
del milagro de la Transubstanciación [25] de
las especies, del pan y del vino, que se
convierten en el Cuerpo y en la Sangre de
Cristo gracias al rito de la Consagración
durante el sacrificio de la misa. Para ser
más precisos, añadiremos que los anglicanos
sí creen plenamente en la
Transubstanciación, mientras que los
luteranos creen en la Consubstanciación, es
decir, que el pan y el vino se han
convertido en el Cuerpo y en la Sangre de
Cristo, pero no dejan de ser, al mismo
tiempo, pan ázimo y vino plenamente reales
[26].
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El doctor van Helsing (Peter Cushing),
en un intento de neutralizar el
poder diabólico de Drácula con el
signo de la cruz. Fotograma de la
película "Drácula", rodada en 1958
para la Hammer Films Productions,
bajo la dirección de Terence Fisher,
con guion de Jimmy Sangster sobre la
obra de Bram Stoker, música de James
Bernard y fotografía de Jack Asher.
El reparto lo encabezan Christopher
Lee y Peter Cushing. (Info: Affinity) |
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Van Helsing no es un hombre supersticioso;
al revés, trata de dar respuestas racionales
a fenómenos irracionales, incomprensibles,
ilógicos. Pero como es un creyente auténtico
en Dios y en la Verdad revelada, su esencial
formación de hombre de ciencia no le impide
explorar otros caminos para combatir el Mal.
Porque no debemos olvidar que Van Helsing es
plenamente consciente de lo que en el fondo
se está dirimiendo. En ese combate, él sabe
que la ciencia sola no puede vencer; de ahí
que recurra al auxilio de lo sobrenatural.
Lo hace sin aspavientos, sin retórica, sin
grandiosas exhortaciones; lo hace de una
manera sencilla, sobria, recurriendo a lo
que puede resultar plenamente eficaz, y
dejando traslucir de paso que la ciencia y
la fe pueden convivir y coexistir sin
conflicto, siempre que se respeten
mutuamente y que cada una sepa cuál es su
ámbito de influencia. Solo en determinadas
situaciones, y esta es una de ellas, la
ciencia y la fe deben prestarse un apoyo
mutuo a fin de vencer un fenómeno de
extraordinario poder: el Mal. En Abraham van
Helsing conviven juntos el platonismo, el
agustinismo, el tomismo de raíz aristotélica
y el espíritu científico, esto es, el de la
ciencia empírica de la época clásica del
siglo XVII. Además, no olvidemos cuáles son
sus títulos: es doctor en Medicina, pero
también es doctor en Literatura y doctor en
Filosofía. Doctor, naturalmente, significa
que tiene hecho el doctorado, esto es, que
se le ha concedido el máximo grado académico
posible en una materia. Resulta
extraordinariamente significativo: Medicina,
Filosofía y Literatura. Es decir, que Van
Helsing se mueve por igual entre las
ciencias de la naturaleza y las ciencias del
espíritu, como diría Wilhelm Dilthey, que
precisamente en 1883 había publicado su
famosa Introducción a las ciencias del
espíritu, donde afirma, entre otras
aseveraciones, que «en una amplia medida,
las ciencias del espíritu incluyen hechos
naturales; tienen como base el conocimiento
de la naturaleza […] Los conocimientos de
las ciencias de la naturaleza se mezclan con
los de las ciencias del espíritu» [27].
(Continúa en el próximo número.) |