EN LAS AFUERA DE Ginebra, una tarde lluviosa
de mediados del mes de marzo de 1816,
estaban reunidos en una habitación del hotel
en que se alojaban para cubrirse de las
inclemencias del clima varios amigos
escritores: Lord Byron y su pareja Claire
Clairmont, el secretario y médico del poeta,
John Polidori y los futuros esposos Percy
Shelley y Mary Shelley, todavía Mary Godwin.
Esta era hija de los también conocidos
intelectuales William Godwin y Mary
Wollstonecraft —célebre feminista— y
hermanastra de Claire. Los colegas del grupo
estuvieron de acuerdo, para contrarrestar el
mal tiempo de la estadía, en escribir cada
uno una «historia de fantasmas». Byron
redactó una obra menor de compromiso,
Polidori, un escrito de vampiros de
mayor futuro, y Mary Shelley, con la eficaz
ayuda del que será su esposo, el poeta y
crítico Percy Shelley, dará a la luz, un
tiempo después, la novela que la consagrará:
Frankenstein o el moderno Prometeo,
publicada en primera edición en 1818, y, en
una reedición corregida y ampliada por
algunos desarrollos explicativos, en 1831.
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Mary Wollstonecraft Shelley (de
soltera Godwin; Londres, 1797 - ibíd, 1851),
narradora, dramaturga, ensayista, filósofa y
biógrafa británica, era hija del filósofo y
político William Godwin y de la
filósofa feminista Mary Wollstonecraft.
Estaba casada con el
poeta romántico y filósofo Percy Bysshe
Shelley, cuyas obras editó y promocionó. Sin
embargo, ha pasado a la Historia de la
Literatura por ser la autora de la novela
gótica “Frankenstein o el moderno
Prometeo” (1818). |
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DESARROLLO TEMÁTICO
La narración gira en torno a la ensambladura
anatómica por parte del protagonista del
ensayo, Víctor Frankenstein, brillante
estudiante de filosofía natural (química,
matemática, física) de la Universidad de
Ingolstadt, de un modelo de varón formado
con restos de miembros orgánicos
ensamblados, de altura humana extraordinaria
—dos metros y medio— y de organización
somática forzadamente armónica. No obstante,
una vez concluido, el artificio orgánico
adquiere vida, debido a la manipulación de
aparatos electroquímicos también construidos
por el capacitado y hábil artesano Víctor.
El «monstruo» es la designación más repetida
que adquiere en la novela el extraño
individuo, ya que carece de un nombre que lo
personalice, es el agente responsable
directo o indirecto de cuatro muertes
asesinas del entorno estrecho de su hacedor,
Víctor Frankenstein —el hermanito William,
la protegida de la familia Justina, el fiel
amigo Henry Clerval y, finalmente, su amada
recién desposada, Elisabeth—.
En un momento de la peripecia narrativa,
para que se detengan los ataques de la
bestia, su demiurgo, Víctor, accede a
conformarle una pareja femenina, pero, al
reflexionar sobre las posibles consecuencias
fatídicas de aniquilación, el protagonista
desiste de la decisión y, agotado por la
persecución infructuosa de su inmanejable
criatura, fallece humanamente vencido en uno
de los reiterados accesos de melancolía en
la geografía helada del Polo Boreal.
El circuito narrativo se cierra con las
cartas remitidas desde San Petersburgo y
Ankángel por el capitán Walton a su hermana
Saville, confirmándose que si Víctor muere
en su ataque más violento de melancolía, el
demon, sin embargo, continúa con vida
huyendo por los hielos del Polo Ártico.
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Momento en que el doctor
Victor Frankenstein (Colin Clive) y su
asistente Fritz (Dwight Frye) se disponen a
poner en funcionamiento el dispositivo
eléctrico que dará a su criatura el aliento
de la vida, en una escena de la película
“El Doctor Frankenstein”, dirigida por
James Whale, con guion de Francis Edward Faragoh y
Garrett Fort, sobre la novela homónima de
Mary Shelley. Fue producida y distribuida en
1931 por Universal Pictures, de EE UU. |
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ANTECEDENTES HISTÓRICO-LITERARIOS
El modelo exótico del homúnculo tiene
diversas muestras próximas y lejanas al
entorno de la novela y en ella mencionadas.
Las más visibles en relación con la
alquimia, a cuyo lenguaje pertenecen las
expresiones «piedra filosofal» y «elixir de
vida» y el trío de personajes magistrales:
Alberto Magno, Cornelio Agripa y Paracelso.
No hay dudas de que, de los tres autores, al
que ha leído con provecho la autora es a
Agripa, pues las referencias a la singular
descripción de la creación del hombre
parecen ratificarlo, y, a su través, aunque
posiblemente desconociéndolo, se reflejan
las enseñanzas del abad de Sponheim y
Würzburg, Juan Tritemio.
Aunque el motivo del androide —dócil o
rebelde a su creador— trae a la memoria al
asistente de Fausto, de Goethe, tiene su
antecedente más antiguo en la corriente
judeocristiana de la literatura clementina,
su eslabón más brillante es, sin lugar a
dudas, el samaritano Simón Mago, que contaba
a algunos de sus amigos: «Que había llegado
a separar de su cuerpo el alma de un
muchacho por medio de invocaciones mágicas
secretas y que la conservaba en el interior
de su casa, en su dormitorio, para que le
asistiera en sus ejecuciones, habiendo, en
relación con esto, dibujado una imagen del
muchacho. Este, en una oportunidad, tomó
forma aérea por una transformación divina, y
después, una vez que puso su imagen en el
dibujo, volvió de nuevo al aire… De este
modo, Simón se convenció a sí mismo de que
había sido capaz de formar un nuevo hombre;
de él afirmó que lo había retornado al aire,
habiendo revertido los cambios que habían
tenido lugar» [1].
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La "creatura" (Boris Karloff),
el homúnculo alquímico compuesto a partir de partes diferentes de cadáveres, al cual le es otorgada la vida por el
Dr. Frankenstein. Otra escena de la película “El Doctor
Frankenstein”. |
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CONCLUSIONES
Este testimonio de nigromancia es evidente.
Cornelio Agripa lo conocía y conjugaba la
«chispa de vida» con el alma del mundo, con
coherencia neoplatónica. La imaginativa
Shelley, apartándose de complejidades
filosóficas, conduce estas cuestiones
intelectuales al ámbito de los misterios
mecanicistas del Siglo de las Luces, si bien
adaptándose a la premisa de que «los sueños
de la razón producen monstruos», como lo
ilustraría en la pintura la serie los
Caprichos, de don Francisco de Goya y
Lucientes.
Pero de lo que estaría convencida la
escritora inglesa es de que una vez ajustado
el demon/demonio de partes humanas
desanimadas, había de convocar la vitalidad
animadora, confirmando así la voluntad
impotente del demiurgo, incapaz de mitigar
la tragedia de una plasmación débil en su
estructura orgánica.
Esta incapacidad frustrante de los falsos
creadores igualmente la transmitía el
gnóstico Saturnino: «“Hagamos un hombre a
imagen y semejanza”. Éste, una vez generado,
tampoco fue posible que se levantara como
obra plasmada a causa de la impotencia de
los ángeles, sino que se agitaba como un
gusanillo» [2]. Faltaba el soplo espiritual
que levantara la estructura psicofísica.
Lo que es principio general en los
pensadores antiguos y medievales, esto es,
la convicción de que de la materia se
origine la forma vital —un fenómeno
inconcebible—, es un hecho, sin embargo, que
en los tiempos modernos se piensa
fantasiosamente posible, aunque resulta
pavoroso, por aberrante.
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NOTAS
1 F. García Bazán, La gnosis eterna
(I), Madrid, 2003, pp. 75-76.
2 F. García Bazán, ibídem, p. 82. |