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ACOMETO EN ESTA línea una tarea que, aunque
lo parezca, no es fácil: presentar un libro
de poesía infantil. Decir poesía infantil es
referirse a la poesía para niños, lo cual
solo en parte es verdad, porque, aunque vaya
orientada al mundo y la sensibilidad del
niño, no excluye —más bien incluye— al
adulto, debido a que el adulto será siempre
un niño que ha crecido, un niño que se ha
enriquecido de experiencias pero que, en
buena parte, sigue siendo un niño. No
olvidemos que Sigmund Freud hablaba del
“niño interior” y le daba una simbología que
tenía mucho que ver con la creación o
creatividad, con lo mágico. Así que quienes
somos adultos no nos olvidamos de nuestro
“niño latente”, de nuestra sensibilidad
infantil, esa que nos permite seguir
conectando no solo con nuestro interior sino
también con esos otros niños que son
nuestros vecinos, nuestros hijos o nuestros
nietos. En resumidas cuentas, los adultos
sabemos que, igual que los niños,
disfrutaremos al mismo tiempo con la lectura
de libros de literatura infantil, y, para
demostrarlo, ahí están, aunque sean prosa,
mas prosa eminentemente poética, El
Principito, de Antoine de Saint-Exupéry
y Platero y yo, de Juan Ramón
Jiménez. Tampoco se puede pasar por alto
cómo en los libros de texto de Educación
Infantil y Primaria hay poesías de García
Lorca (la más famosa “El lagarto está
llorando”), de Gloria Fuertes o de Juana de
Ibarbourou.
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POESÍA PARA NIÑOS Y PARA ADULTOS
El desván de Josefina
corresponde a la autoría de Encarna Lara,
creo que conocida ya en Iznájar por otras
presentaciones. Ella ha escrito libros de
poesía para adultos, y en este, por lo
dicho, lo hace para los adultos y
preferencialmente para los niños. Esta, voy
a llamarla, “doble escritura” o “escritura
paralela” es algo normal en la creación
literaria de los poetas. Pondré varios
ejemplos cercanos. El cordobés Manuel Gahete
tiene excelentes y premiados poemarios,
tantos como una veintena, y, entre ellos,
tres de literatura infantil; el más
reciente, de 2018, El mundo de Blue.
Escritora de aquí, de la Subbética, de
Priego concretamente, es Sacramento
Rodríguez, autora a la vez que de
Antología poética (Sonetos), de su
Oda al olivo, pero también de su
poemario de la modalidad infantil titulado
El ayer en mi hoy. Por tanto, que
Encarna Lara haya sumado a sus libros de
poesía precedentes este otro que es El
desván de Josefina no hace más que
afirmarme en la teoría de que el poeta
“mayor” (adjetivo que destaco entre comillas
y no refiero a la edad) no desdeña en su
poeticidad el mundo infantil y se apresta a
él con una doble finalidad: entretener y
contribuir a la madurez del niño —luego
volveremos sobre esto— y reforzar en el
adulto sus sentimientos más intrínsecamente
tiernos o de pura magia, incluso primitivos
podríamos decir, que en él siguen latiendo. |
RECURSOS FÓNICOS: MÉTRICA. RITMO Y RIMA.
MUSICALIDAD
El libro se abre con un poema titulado
“Patoso”, que tiene la gran cualidad de
mostrar o de adelantar en su forma y
significado algunas de las virtudes que
vamos a ver extensamente ejemplificadas en
el resto del libro. En primer lugar destaca
por su vibrante musicalidad, y esto es algo
que apreciamos ya en su verso inicial: «Pato
Patoso cayó en el pozo», con esa aliteración
o repetición de vocales que siguen la
secuencia ao-ao-ó-oo, a las que, al mismo
tiempo, se añade la repetición tan expresiva
de las consonantes, pues en el mismo verso
hallamos tres pes y dos tes, reforzadas
igualmente por la interdental zeta. Estas
aliteraciones van a ser frecuentes de aquí
en adelante, y no tendré que señalarlas
exhaustivamente sino ejemplificarlas en
varios casos más: «Pajarillos cantores desde
la tarde»; «La mosca mira el pastel / que
Lolita doró al horno», con esa acumulación
de erres y de eses; o «con Rosa, Rita y
Rosaura, / con Ramiro y Romualda», dos
versos que en el contexto ilustrativo de
pronunciación de la letra erre en el poema
de ese título suma una gran cantidad de
vocablos con ese sonido.
Musicalidad, musicalidad alegre e insistente
es lo que hay en la poesía infantil, y de
este fenómeno se hace portadora toda la
poesía de este libro. En él, la musicalidad,
que no es otra cosa que ritmo y sonoridad,
se logra también mediante la igualdad
silábica de los versos, artificio métrico
que Encarna Lara consigue con poemas
compuestos con versos de ocho sílabas, o en
otros casos de doce, o bien de siete, o...
de seis. Sin embargo, esta contribución a la
musicalidad rítmica o silábica no es aquí
estricta, sino que, en muy diferentes
ocasiones, un determinado número de sílabas,
por ejemplo, de diez, se mezcla con otro
número que es, en realidad, un verso
quebrado de 5.
La musicalidad, en una nueva fase, se
consigue igualmente con la rima, un recurso
musical y sonoro que Encarna explota al
máximo. Pero he de decir también que lo hace
igualmente de una manera libre, con lo cual
quiero dejar constancia de que si en un
poema los tres primeros versos van rimando
de una determinada manera, el cuarto y
quinto pueden hacerlo de otra. Es decir, la
autora utiliza esquemas de rima de la poesía
tradicional conocida, caso de la copla
o del romance, pero mezclando esos
esquemas con otros que dan variedad a un
mismo texto y lo alejan así de lo que
pudiera convertirse en monotonía.
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Pato Patoso cayó en el pozo
y el hada Vera lo sacó fuera.
Por lo olivos sin aceitunas
pato Patoso fue a la laguna.
Metió una pata, luego las dos
y complacido nadó hacia adentro
bajo los trinos del ruiseñor. |
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Es cierto, desde luego, que hay algunas
estructuras estróficas que parecen ser sus
preferidas, como los típicos pareados («Soy
la viudita del conde Laurel / y vivo en la
calle del viento doncel»), o los esquemas de
tres versos con la misma rima («sin bodega
ni ratones, / sin piratas ni cañones, / sin
damas ni polizones»), o los reconocidos como
“copla” («Que por la mar se ha perdido / mi
barquito de papel / y en la orilla desespero
/ hasta que quiera volver»). Creo que no es
necesario insistir. La rima es uno de los
rasgos que más y mejor contribuyen a
aumentar la musicalidad y fortaleza rítmica
de los versos en este libro.
Todos estos procedimientos que estamos
comentando son recursos fónicos, es
decir, basados en el sonido, en la sonoridad
de los versos. Y entre ellos hay otro que
ahora citamos, el de la llamada onomatopeya.
Con ella lo que hacemos es expresar con
palabras los sonidos o los ruidos que oímos
a nuestro alrededor. El canto del grillo lo
reproducimos como “cric, cric”, como ocurre
en el verso «con su estribillo cric, cric,
cric...»; eso que llamamos canto de la rana
lo comprobamos cuando leemos que «la canción
se llama / croar, croar y croar / que es el
canto de la rana», y, por no buscar más,
escúchese la secuencia:
«Con el tilín, tilín, / tolón, tolón, /
talán, talán / la vieja campana / se a
puesto a cantar».
Desde el punto de vista formal, haremos aún
la observación de que en este muestrario de
poesías encontramos algunas más extensas que
otras. Esa calificación de textos extensos
se la damos, por ejemplo, a las tituladas
“El conejo perejil”, “Don Gato” o “La erre”,
mientras que, entre las breves, la mayoría
entre 8, 14, 18 o 22 versos, se encuentran
“La tortuga”, “Pajarillos”, “Al escondite” o
“Cada cosa en su lugar”, por no citar otras.
Por otra parte, no quiero que se me pase
ponderar el excelente trabajo artístico que
ha desarrollado la ilustradora Beatriz
Campillos, que ha creado con gran
imaginación un dibujo para cada poesía,
debiendo subrayar que sus ilustraciones se
caracterizan por trazos fuertes, por una
combinación realista de los colores y por su
perfecta adecuación al contenido de la
historia narrada o a algún aspecto parcial
de su anécdota.
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RECURSOS LÉXICO-SEMÁNTICOS
Decíamos antes que la poesía de partida, la
de “Patoso”, ofrece, en esencia, todo lo más
característico del libro. Y así, desde la
perspectiva léxico-semántica, observamos que
en ella aparece la palabra retama,
cuyo significado, probablemente, más de un
niño desconozca. Pero el poema le ofrece la
posibilidad de aprenderlo, y lo mismo pasará
con otros vocablos de significación nueva y
desconocida: los contextos son tremendamente
sugerentes. Al enseñarle a los niños estas
nuevas realidades, la poesía alcanza un
indiscutible valor didáctico, pues está
mostrando nuevos objetos o sentimientos y,
con ello, enriqueciendo el vocabulario y la
comprensión de la realidad deseable en un
momento tan relevante para el niño como es
el de su aprendizaje. Palabras como
mística, andariega, musaraña, tafetán, un
miura, herrerillo, avutarda, taraje...,
para qué seguir, son algunas de las que
serán desconocidas para los niños y, si no,
al menos poco usadas en su léxico, al que
contribuyen a ensanchar, ampliar y
reforzar. A partir de ellas se puede incluso
tratar, si el profesor o guía lo considera
conveniente, la fraseología o frases hechas.
Yo recuerdo que, siendo pequeños mis hijos,
paré un día en plena carretera, junto a una
retama, y les desgajé una ramita, que invité
a morder. Ya pueden imaginarse... Pues fue
el momento de decirles que hay un dicho en
nuestra lengua que pronostica: «amarga más
que la retama». Eso ya nunca lo han
olvidado, ni el aspecto del arbusto.
Más o menos, hemos ido adelantando que la
edad infantil representa, por antonomasia,
la ternura, la alegría, la bondad, lo que en
realidad es: un mundo incontaminado de
maldad o negatividad. Con razón se ha
acuñado el dicho ese de «tiene la inocencia
de un niño». Pues bien, todos esos
sentimientos positivos serán los que
potencie la poesía de Encarna Lara. Los
ejemplos, como podéis suponer, abundan y
puede decirse que a cada poema corresponde
uno o varios de esos sentimientos. Pero solo
comentaremos algunos.
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TEMÁTICA
A la exaltación de la felicidad se dedican
muchos de estos poemas, en algunos de los
cuales se habla de ella abiertamente. Es el
caso de “Cancioncilla”, donde la felicidad
reside en «Ir a la verbena y comer pastel. /
Saltar a la comba con Pedro y Raquel»; o de
“Cuento de una gallina”, que «en el patio
alegre de aquella masía» pone sus huevos “Y
vivió feliz de noche y de día”. Desde luego,
se puede ser feliz cantando, que es lo que
se afirma cuando «la vieja campana / se ha
puesto a cantar»; o cuando un señalado mes
«Baja por la ladera / siempre cantando /
cancioncillas en flor / de abril y mayo». La
compasión, la empatía con los personajes, se
hace ver en escenas diversas, como aquella
titulada “Tortuga”, de la que se comenta «La
vi alejarse triste / o a mí me lo pareció»,
o también en “La hormiga”, a la que se le
dice: «Protejo tu hormiguero, / pues soy tu
amigo». Y con esta palabra, «amigo», se
llega a uno de los sentimientos sin duda más
alabados en el libro. Así, la amistad se
enaltece en los últimos versos de “El
elefante y la jirafa”, cuando esta dice que
come hojas «mientras toca el saxofón / mi
amigo Hilarión». Los mismos personajes —es
decir, personas y animales— celebran la
amistad que los relaciona y une bien sean
los del firmamento (como en «Le he visto
junto a la luna, / que es amiga de un
lucero») bien los de andar por casa: «Me
gusta a las ocho / ver en la cocina / a mi
amiga Lola / preparar bizcocho». Hasta, en
una ocasión, se canta con entusiasmo: «Al
corro de la amistad, / vamos todos a jugar».
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Soy un elefante
me llamo Hilarión
con mi larga trompa
toco el saxofón.
Yo soy la jirafa
y llego a las nubes
y con mis orejas
juegan los querubes. |
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PROYECCIÓN DIDÁCTICA
Pregunto ahora: ¿se puede enseñar con estas
poesías literatura, tradición literaria,
fondo cultural de nuestros escritores? Pues
claro, y Encarna lo consigue con
sobresaliente. “Pato Patoso”, nuestra poesía
de partida, contiene ya la expresión «con el
anillo de Federico», un guiño literario que
tendremos que explicar a los niños; luego,
en “Barquito”, se empieza enunciando «Que
por el mar se ha perdido», verso que
ayudaremos a relacionar con el romance
tradicional “Que por mayo era por mayo”; y
en el mismo lugar se dice que el barquito
avanza «sin piratas ni cañones / […] / sin
historias ni canciones», que nos va a
permitir explicar que tales versos hacen
mención a Espronceda... En fin, ya estamos
viendo que, leyendo estos versos, podemos,
con tranquilidad y adecuándolo todo al
desarrollo de la etapa del niño, aprender la
historia de nuestra poesía y de nuestros
poetas. |
RECURSOS EXPRESIVOS: FIGURAS RETÓRICAS
Es muy normal en estas páginas la presencia
de animales, lo que siempre se ha dado en
las fabulas y cuentos infantiles o
tradicionales. En estos poemas nunca falta
el elefante, llamativo por su volumen y, sin
embargo, caracterizado por su gran ternura.
De acuerdo con ese tamaño su nombre se
expresa en aumentativo, Hilarión, y, como
además es sensible y tierno, le gusta tocar
el saxofón y ser amigo de la jirafa, cuya
altura propicia la hipérbole «y llego a las
nubes». La ternura, la emotividad, las vemos
representadas, entre muchísimas otras, por
la expresión tan bonita «con lagrimitas de
viento / y tres penitas de sal».
Precisamente los humanos, por nuestra
condición de amigos de los animales, nos
relacionamos frecuentemente con ellos, y, en
respuesta a esa intensa amistad —esto lo
sabe bien hoy quien tiene un perro, un gato
o una mascota— es por lo que Encarna Lara
introduce en su libro los titulados, por
ejemplo, “Lolita y las musarañas” o “El
conejo Perejil”. En el primer texto sucede
que los animales aparecen humanizados
(personificación), pues el ratoncillo quiere
ser bombero, el gato desea vestir como un
señor y llevar el correspondiente bastón y
la araña se ve como una hilandera auténtica
por aspirar a tejer con maestría. Este mismo
poema, por otra parte, ofrece la ventaja de
contrastar el término musaraña (que es un
sinónimo de un ratón diminuto) comparándolo
con la expresión tan castiza de «pensar en
las musarañas», en el sentido de “falta de
atención”, e incluso permite enseñar que
musaraña, según nuestro diccionario, es
también la neblina que puede afectar a los
ojos. Y por lo que respecta a “El conejo
Perejil”, se insiste en su suavidad al
tacto, para lo cual se emplea la metáfora «ovillito
de lana», e igualmente en su carácter
travieso, pues va mordiendo todo cuanto
encuentra.
Y ya que he empleado antes la palabra
metáfora, diré que es conveniente que estos
poemas sirvan para explicar, más o menos, a
los niños qué significa de manera general,
porque metáforas habrá muchas en las páginas
del libro. Y así, podemos detenernos a
explicar por qué el girasol tiene «amarillo
su balcón», o por qué podemos decir que el
camaleón está «cambiándose de traje», o, en
otro caso, por qué la col es el lugar «donde
ha dejado una perla / el rocío mañanero».
En fin, aprendamos metáforas, y sepamos
también, gracias a este libro y a sus bien
construidos versos, lo que queremos indicar
cuando digamos que en él hay una
personificación o prosopopeya (como esas
palabras que muestran al reloj hablando: «yo
soy el reloj, / vivo en el salón») o que en
tal o cual poesía hay una concatenación o un
paralelismo, de lo cual ahora no doy
ejemplos pero que el profesor sabrá
subrayarlos cuando emplee este libro en sus
clases de lectura. Por cierto, una lectura
que puede durar varios meses, porque en cada
poema hay un arsenal de claves poéticas, de
conocimientos literarios, de
interesantísimos recursos expresivos. |
A MODO DE CONCLUSIÓN
Escribe la prologuista de este libro, la
reconocida escritora Ana María Romero Yebra,
que «Encarna, como buena maestra, sabe que
la educación es completar a la persona,
coger la materia humana, organizada por la
biología y enriquecerla con sentimientos
como la emoción, el amor, los afectos, para
perfeccionarla y potenciar su valor». Y es
cierto. Ya veréis que los versos de El
desván de Josefina se acercan e
interpretan con gran ilusión y fantasía lo
que es nuestra realidad cotidiana: los
animales, la naturaleza, los fenómenos
meteorológicos, las profesiones, las plantas
y los juegos. Y ahí precisamente, en el
valor del juego, de eso que se llama lo
lúdico de la vida, reside el mayor de sus
valores. La poesía titulada “El reloj”, en
este sentido, es una muestra inequívoca y es
bueno que a las cancioncillas, juegos o
trabalenguas que el libro contiene les
reconozcamos el enfoque lúdico que les
corresponde. Porque el niño de hoy —a
diferencia de los que fueron niños en
tiempos pasados— carece a veces de momentos
tranquilos para el juego, agobiado por
deberes, autobuses para el cole,
actividades de música o natación o incluso
del mismo impacto de la excesiva tecnología
digital. Olvidamos que jugar, y, en este
caso, poetizar la existencia mientras se
aprende es fundamental para su desarrollo
psíquico y afectivo.
Cuando yo era niño, y prácticamente casi
adolescente, me gustaba espigar, casi
espiar, las lecturas que traían los libros
de texto, sobre todo los de Lenguaje.
Allí aprendí romances, canciones de rítmico
silabeo (recordemos aquel tipi tape tipi
tape tipi tape tipitón del zapatero
remendón), y, también, historietas y
acertijos: «En medio del cielo estoy / sin
ser lucero ni estrella...». Pues no dudo de
que esta misma función, apoyada a la vez por
otras lecturas, es la que tiene El desván
de Josefina.
Del libro, de este libro, podré decir aún,
si lo leo y lo releo espaciosamente,
muchísimas más cosas aprovechables de él.
Pero creo que, de entrada, basta con lo
escrito para propiciar el comienzo de un
amplio debate sobre sus posibilidades en
muchos campos, sobre todo cuando mi
intención última ha sido hacer justicia a su
autora y a los indudables valores humanos
que ha sabido sembrar en sus páginas para
que germinen en la alegría y la ilusión de
todos sus lectores, pequeños y mayores. Pues
en una sociedad tan complicada como la que
tenemos, su lectura será incluso una grata y
necesaria contribución al bienestar y a la
paz, porque, como se afirma en la página 82,
«a coro todos cantamos
alto, muy alto, más alto,
hasta que llegue la paz».
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Del tronco hacia
la rama
se va el
camaleón
jugando con las
hojas
cubriéndose de
sol.
...
... ...
Otra vez se
camufla.
Otra vez se
perdió.
Y no puedo
encontrarlo
¿adónde se
escondió? |
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ENCARNA LARA, LA AUTORA
Nacida en la década de los cincuenta en
Cuevas de San Marcos, justo al Norte
geográfico de la provincia de Málaga,
Encarna Lara es diplomada en la especialidad
de Ciencias Humanas por la Escuela
Universitaria de Formación del Profesorado
de E. G. B. de la Universidad de Málaga.
Aunque desde temprana edad se siente llamada
por la poesía, cuyos exponentes más
preclaros lee con avidez, sus primeros
escritos comienzan a aparecer en textos
colectivos, en los Cuadernos de la
Academia Iberoamericana de Poesía,
colección en la que participan autores
españoles e iberoamericanos. Así, el que va
a ser su primer poema verá la luz en un
número de la citada colección, publicado en
1994 en homenaje a León Felipe, con textos
de otros autores. El segundo de sus poemas
publicado está dedicado al poeta cubano José
Martí y el tercero, a la poeta argentina
Alfonsina Storni.
Será en 1996 cuando publica su primer libro
propio, Perfil de silencio, acogido
muy positivamente por la crítica, que
reconoce su calidad poética y su profundo
lirismo, así como la madurez y firmeza que
pululan entre sus composiciones. Ese mismo
año, la revista Ánfora Nova publica
su poema “La mañana”, dedicado al poeta
amigo Mariano Roldán. Un año más tarde, en
1997, participa en el libro Poesía y
democracia, y en la revista
Extramuros, que edita la Universidad de
Granada, aparece el poema “Invocación”. Por
estos años, colabora asimismo en la revista
Calas, editada por el Centro Cultural
Generación del 27 de Málaga; Arena y cal,
La Fuente, Aguamarina, Tres
orillas y Turia, entre otras. En
1998 participa en Ora marítima, obra
colectiva de creación poética. Su segundo
libro, Caudal de Voces, aparece
publicado un año más tarde, en 1999, en la
cuidada colección “Puente de la Aurora” que
dirige el poeta malagueño Rafael Alcalá; el
poemario se gana enseguida el favor de la
crítica y “Cuadernos del Sur”, suplemento
literario del diario Córdoba, le
reconoce la calidad de excelente. Por esta
época, invitada por la poeta madrileña
Paloma Fernández Gomá, colabora en el libro
Arribar a la Bahía, encuentro de poetas
en el 2000, publicado ese mismo año en
Algeciras por la Delegación Provincial de
Cultura.
Ya en 2001, aparece su tercer poemario,
titulado Páramos prohibidos, en la
colección “Agua de Mar”, que edita el CEDMA
y que dirige el escritor José García Pérez.
En 2008 publica su cuarto libro de poemas,
Desde la orilla, editado por el
Ayuntamiento de Cuevas de San Marcos
(Málaga) en colaboración con el CEDMA, con
cuyos versos rinde homenaje al río Genil y
al valle que lo acoge. Este mismo año se
alza con el Primer Premio de Poesía del
certamen “Encuentros por la Paz”, de San
Pedro de Buceite (Cádiz). El amor, el
conocimiento y el estudio del flamenco la
llevan a escribir Raíz flamenca,
publicado en 2009 por Juan de Mairena
Editores, libro en el que la autora ensaya
un salto de la poesía culta a la popular. La
obra, prologada por el profesor y cantaor
Alfredo Arrebola, recibió el beneplácito de
flamencólogos y poetas, entre cuyas
opiniones cabe mencionar las de Manuel Ríos
Ruiz en el Diario de Jerez y José
Sáez en la revista El Olivo.
Asimismo, el poemario es reseñado también en
diversos medios digitales. Su excelente
acogida agota los libros editados en primera
instancia y lleva a una segunda edición, que
corre a cargo de la editorial granadina
Granada Club Selección. Esta incursión en la
poesía popular la anima a colaborar en la
revista malagueña Calle del Agua.
En 2018 aparece publicada la que nos
presenta como su última obra y que
constituye el objeto de estudio de este
artículo, El Desván de Josefina, un
poemario bellamente ilustrado por Beatriz
Campillos y acertadamente prologado por Ana
María Romero Yebra, en el que la autora,
con las doctas maneras que le propicia su
experiencia de maestra de niños, hace una
primera incursión en la poesía infantil, en
un intento, a mi juicio magistral y
esperanzador, de trazar una senda por la que
los niños transiten alegres y gustosos a la
estética de la poesía. La edición ha corrido
a cargo de CEDMA.
Académica correspondiente de la Real
Academia de Nobles Artes de Antequera y
miembro de la Sociedad de Escritores
Españoles (ACE), Encarna Lara está incluida
en la Antología de Poetas Andaluces.
Siglo XXI, que edita el poeta y pintor
cordobés Fernando Sabido Sánchez.
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Encarna Lara, la autora de "El desván de Josefina". |
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Antonio Moreno Ayora (Iznájar, Córdoba, 1956) es doctor en Filología
Hispánica por la Universidad
de Granada y catedrático de
Lengua Castellana y Literatura en el I. E. S. Juan de la Cierva, de Puente Genil (Córdoba).
Reconocido investigador
lingüístico y literario, es
autor de numerosos trabajos
publicados en prensa
periódica y revistas
especializadas.
Es académico correspondiente
de la Real
Academia de Córdoba, en cuyo Boletín colabora
asiduamente, y profesor
asociado de la Universidad
de Córdoba.
Entre sus obras publicadas,
cabe citar: Sintaxis y
semántica de “como” (Libr.
Ed. Ágora, Málaga, 1992),
Ritos de Babel. Textos
críticos de literatura
andaluza (Ánfora Nova,
Rute, 2001), El léxico
del vino en Ricardo Molina
(Corona del Sur, Málaga,
2002), La negación en
español (Port Royal,
Granada, 2002), La poesía
de Ortega Parra. Un viaje
invertido (Ánfora Nova,
Rute, 2005) e Historia
literaria cordobesa.
Lecturas y reseñas críticas
(Ánfora Nova, Rute, 2008).
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral..
Edición no venal. Sección 3. Página 11. Año XVIII. II Época. Número 102.
Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 Antonio Moreno Ayora.
© Las tres primeras imágenes que se utilizan como ilustraciones han sido tomadas del poemario objeto de estudio y son propiedad exclusiva de Beatriz Campillos y de Encarna Lara.
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias. Educación de la Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana.
Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).
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