EL PASADO MES de marzo, la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios concedió el XXV Premio Andalucía de la Crítica a la novela Sur, de Antonio Soler; un mes más tarde, y con enorme acierto, la Asociación Española de Críticos Literarios corroboró nuestro arbitraje, otorgándole el Premio Nacional de la Crítica a esta misma obra en Villafranca del Bierzo (León).

Esta elección, pues, nos sitúa ante una de las novelas más importantes de los últimos años, y a su autor, Antonio Soler, como uno de los pocos escritores españoles que tiene ambos premios en dos ocasiones.

 

Valores de SUR

La elocuente categorización de la novela pivota sobre cuatro ámbitos: la construcción de la ciudad-símbolo como espacio mítico con proyección universal; la profunda recreación de un mundo dilatado, personal, propio, en donde transcurre la vida cotidiana de unos 200 personajes, lo que nos conduce inevitablemente a la comparación con La colmena de Cela; la profunda relevancia del lenguaje, la expresividad, la riqueza y pluralidad de registros, con diversas personas narrativas, el uso del monólogo interior, el whatsapp, el amor al peso y medida de la palabra y la frase, la meticulosidad y pulcritud en la selección que tanto nos recuerdan a John Dos Passos y su Manhattan Transfer; y, en cuarto lugar, la profundización en las claves de la existencia, el dasein (el estar ahí) en sentido heideggeriano que estableció en Ser y tiempo las claves de la modernidad, ¿para qué el vivir? Pregunta trascendente que nos conmueve  y nos permite definir la existencia, el ser o no ser en un tiempo concreto 18 horas de una ciudad, como Joyce en su Ulises. Un escritor que siempre fue un referente para Soler, Vila-Matas o Garriga Vela con sus sempiternos encuentros en Dublin cada mes de junio, durante la celebración del Bloomsday.

Una de las máximas que fijó Tolstoi en su momento es que si quieres ser universal, debes hablar de tu aldea. Lo hicieron grandes narradores: el propio Cervantes, sin ir más lejos, pero también lo han hecho grandes novelistas como el propio Joyce, García Márquez, Juan Marsé o los académicos Luis Mateo Díez y Antonio Muñoz Molina. El espacio mítico de Soler es Málaga, y desde Málaga, ciudad-fetiche, ciudad contemporánea que se construye y deconstruye, “ciudad vivida” (como señala en la cita inicial de Octavio Paz) cimienta un trabajo de campo para la reflexión, el encuentro-desencuentro y para sumergirse en el vivir, en el día a día, en los resortes de la cotidianidad. Esas turbinas donde se producen las mayores pasiones y las más pérfidas infamias, y también la búsqueda de la felicidad, el sexo, la pérdida de la esperanza o el consuelo de la amistad. Esos barrios lentos (en palabras de González Vera) que concitan «la imagen simple y sepia de la vida, la puta realidad». Y sobre los que dirá Soler «El suyo también es un barrio lento, sin ninguna vegetación y demasiado asfalto, demasiado cemento, demasiada gente amontonada. Sí, gente a la deriva, y gente salvándose, piensa» (p. 398). Este es el mundo espacial sobre el que articula este microcosmos narrativo con proyección universal. Seres encerrados en su propia botella-mundo observándose y buscándose, como el Atleta. En este sentido se ha escrito mucho en diversos foros del “territorio Soler” para incidir en este espacio ficticio propio de la ciudad de Málaga, que ha estado presente en muchas de sus obras, por ejemplo, Las bailarinas muertas, también Premio Nacional de la Crítica.

  
 

 
 

Con la malagueñísima calle Larios de fondo, Antonio Soler presenta SUR, su última novela, que ha merecido ser galardonada con el Premio de Narrativa Alcobendas Juan Goytisolo 2018, el Premio Francisco Umbral 2019 y el Premio Andalucía de la Crítica 2019 (Novela).

 

  

  

  

Málaga, el gran personaje espacial de Soler

La novela comienza con una admirable descripción inicial donde, como una especie de Macondo andaluz, «la leche tibia del cielo se derrama en silencio sobre todas las cosas» (p. 17), y bulle la vida. Ipso facto, el travelling y esa imagen fílmica a la que propende Soler nos llevan a un hombre vestido con un mono verde y la entrada de pleno en la cotidianidad, donde también surge de pronto el empleado de la gasolinera y, sobre todo, un hombre moribundo que yace, «esa masa parda. Sesenta y cinco kilos, ovillado, recogido sobre sí mismo» (p. 18), acosado por las hormigas rojas y omnívoras. Un comienzo fulgurante que nos va a permitir conocer un conjunto de historias enlazadas donde los momentos relevantes se hallarán en torno a la familia Dioni (Dionisio Grandes)-Ana Galán-Guille (Guillermo Grandes Galán), la familia del Atleta y su entorno, la historia del empresario Céspedes-Carole Benoit-Julia Mamea, la familia de Amelia con sus hijos Jorge (Gorgo) e Ismael y todos aquellos personajes que se mueven en su ámbito, como la novia de Jorge, Gloria, o los amoríos platónicos de Ismael con la Giganta. A ellos se unen las historia de Pedroche con Belita; así como la de Nene Olmedo, Rai (Raimundo Arias), Eduardo Chinarro, La Penca (Aurori, Aurora Perea Pemán) y su hermano el Yubri. En menor medida, la figura de Gabriel (Muñiz Muñoz), modelo homosexual.

Estas historias van alternándose, cruzándose, sintetizándose, interactuando entre ellas, creando misterio y sugestión a través de unos doscientos personajes en gran número de secuencias breves e intensas, cinematográficas, que van transitando sus vidas. Supervivencias que concitan todo tipo de emociones e intensidades vitales, pequeñas historias cotidianas en las que el lector fácilmente puede penetrar y sentirse cómodo porque forman parte de nuestro día a día entrelazándose en una especie de juego de interrelaciones y muñecas matrioskas, de modo que unas historias nos pueden llevar a otras y estas de nuevo a otras, y cerrar en ellas o abrir su proyección interior. Como sucede, por ejemplo, con la interpolación de la historia de la niña Angelita y el asunto del Vampiro, recuperada por el Atleta, una historia macabra y expresionista: «En el testamento dijo que sin saber cómo ya le había dado a Angelita una cuchillada en el vientre» (p. 252).

 

Personajes normalizados

En efecto, los personajes de Sur son personajes “normalizados”, pertenecientes a la clase media o media-baja en diversas vertientes que aspiran a concitar y reproducir la simbología de la cotidianidad, sus miserias y alegrías.

Una de las temáticas que adquiere un espacio fundamental y desbordante es la sexualidad. Está muy presente desde el inicio, asociada simbólicamente a la “supuesta muerte” del personaje prologal cubierto por las hormigas omnívoras, Dioni, que había sufrido un ataque al corazón en un lugar solitario después de estar unos días fuera de casa y tras pelearse con su mujer, la doctora Galán, con la que, en determinados momentos, a pesar de su homosexualidad inconfesa, vive una sexualidad ardorosa animándola a que se masturbe mientras existen «fantasías, tríos imaginarios, perversiones suaves» (p. 296).

Ana Galán va descubriendo una vida acolchada y las peculiares ausencias de su marido. Por lo que no fue ninguna sorpresa cuando el Dioni «apareció con la camisa desgarrada, un ojo cerrado y el labio partido» (p. 297). Ana Galán ya sabía lo que había en la historia secreta de su marido. Pero en determinados momentos es tremendamente dura con él y sus diálogos poseen enorme tensión y violencia verbal. En un momento determinado le dirá ella: «Se puede ser maricón, pero no cobarde» (p. 389). Dioni conduce su existencia en esa dualidad oscura en la que, por una parte, es un hombre normal que entrega a su familia lo que cualquier otro, estabilidad, cuidados, seguridad, cariño a su mujer y desvelo a su hijo, pero, al mismo tiempo, lleva una relación paralela y homosexual con Vicente Gómez Peña, que tendrá también una doble vida con Gema. Vida y violencia asociadas con diversas ópticas y referentes. Un personaje, este Dioni, el moribundo inicial, que también iniciará en la homosexualidad a Ranea, un compañero de estudios, abogado también homosexual: «La polla de Ranea rozaba la mesa. Un animal ciego explorando lo que había a su alrededor. Cerca de los libros, cerca de la mano de Dioni» (p. 196).

Esta historia de Dioni es vehicular en la obra y crea la espina dorsal en el relato modulando las piezas diversas que surgen en él, a través de la cual Soler ha querido también articular una estructura circular, pues el comienzo de Dioni moribundo poseído por las hormigas es una metáfora existencial que solo tiene sentido en el cierre final de la novela en el mismo lugar que comenzó la obra, en el espacio donde las hormigas se hacen depositarias del espacio, al tiempo que la doctora Ana Galán deja escapar un largo suspiro mientras contempla la lejanía del mar y los reflejos en la negrura del agua, no sin antes preguntarse «cuál será ahora su rutina, su territorio. Y de pie en medio del salón se pregunta quién vería a Dioni por última vez. Con quién cruzó las últimas palabras, si Dioni mostró desesperación, si desveló algo. Cómo llegó allí, a hacer lo que ha hecho» (p. 471). En ese ámbito también tendrá su protagonismo particular su hijo Guille, que está enamorado platónicamente de Mónica Ovejero.

Con una sexualidad desbordante emerge también la figura del empresario Céspedes y la joven Carole, que conforman otra vía fundamental en la obra por su constante presencia. Desde ellos nos llega una sexualidad arrebatada, complementada en determinados momentos con Julia Mamea. El abogado Céspedes es uno de los grandes fornicadores de la obra, propensa a todo tipo de vividores sexuales, que se plantea muchas preguntas sobre la existencia: «Una vida es un continente. Una vida no puede valer tan poco ni estar condensada en unos cuantos instantes» (p. 181). Y en cuya mente se ponen reflexiones recónditas que adquieren un carácter definitivo y promisorio en la novela por su generalización: «Todos creyendo que rigen sus destinos, alucinados, persiguiendo visiones, espejismos. Tejiendo trabajosamente una tela de araña sin pensar que un soplo de brisa se la llevará por delante. Inocentes, bondadosos, esforzados, limpios. Toda esa gente mejor que él. Los ha conocido, ha vivido con ellos. Y se ha olvidado de ellos. Céspedes siente que algo se ablanda, no solo en su interior sino en la corteza del mundo. Y al final todos mezclados y todos huérfanos, todos subidos en esta balsa de la Medusa, viene más o menos a pensar» (p. 360).

Al hilo del diálogo con Carole irá reconstruyendo su historia familiar y sabremos de la percepción de Carole en torno a él, que quería ser poeta pero Céspedes se autoflagela y se tilda de gilipollas por no haber sabido entrar en contacto con otro mundos: «Y sí, era un gilipollas, si quieres decirlo así. Vine aquí, estudié en la Complutense. Conocí a Carlos Moya, un sociólogo (…) No me habría gustado ser poeta, eso nunca se me pasó por la cabeza ni eso ni nada parecido, pero sí poder vivir como ellos, estar en conexión con otros mundos» (p. 363). En su pasión sexual con Carole existen escenas profundamente eróticas: «Nunca me la han chupado así. Ese orgullo. Y a Céspedes lo inunda una nueva ola de tristeza, la noche ahí afuera, esos campos carcomidos por la negrura» (p. 415). En ellos, al igual que en muchos de los personajes, existen una búsqueda de identidades pero también de felicidad, de mostrar ese dasein heideggeriano, de manifestar su existencia, su estado en la vida.

Y, como venimos diciendo, la sexualidad posee un valor simbólico y fáctico extraordinario, como sucederá también con Julia Mamea, arrebatadora y consciente de que había entrado en su vida como el agua. Con ella llega a momentos de verdadera pasión erótica, como cuando Céspedes la llevó a su cuarto mientras el amigo, Ortuño, esperaba en el salón y le decía: «Te va a follar, te la va a meter, susurraba en su cuello Céspedes, y ella, clavaba los dedos en su espalda carnosa y aceptaba con un gemido. Hum sí» (p. 307). Un triángulo que genera un buen número de páginas, donde Julia lleva a cabo una orgía con ambos, descrita con abundancia por el autor, que se adentra con profusión por el ámbito de la narrativa erótica.

Otros muchos son los personajes para los que el sexo determina su existencia, como Jorge el cobarde (Gorgo) y su novia Gloria: «Sabe que verá los ojos enturbiados de Gloria por el deseo, la cicatriz despótica tensándose, que tendrá la lengua de Gloria dentro de su boca y la boca y la lengua de Gloria bajando hacia su entrepierna succionando» (p. 282).

  
 

 
 

Antonio Soler Marcos, nacido en Málaga el 28 de septiembre de 1956, inició su carrera en el campo del relato con Extranjeros en la noche (1992), ha realizado numerosos trabajos como guionista de televisión, ha colaborado en periódicos diarios y suplementos semanales e impartido conferencias y cursos por todo el mundo.

 

  

  

  

Antonio Soler, personaje de Antonio Soler

Las situaciones cambian, los focos de atención también, pero poco a poco vamos enhebrando esta gran “sábana santa laica de la cotidianidad” en la que tiene un espacio amplio la intervención del Atleta, trasunto de Antonio Soler, que trató de ser un corredor en su juventud y tenía a Sebastián Coe como uno de sus grandes adalides. Soler, no obstante, aparece desdoblado también con su propio nombre cuando hable de otros amigos suyos como Garriga o Taján. Y también aparece con el seudónimo de Pajarito, aunque con matices diferenciados que forman parte del proceso narrativo. Este trasunto del escritor Soler evidentemente forma parte de la creación novelesca y no significa que lo recogido sea la realidad aunque puede haber, y los hay, visos de la misma.

Este Atleta-Antonio Soler construye su existencia personal en cursiva y en primera persona, con una presencia constante en sus reflexiones fundamentalmente de su madre; en menor medida de su madre o de su hermana… pero también surgen sus deseos más profundos y sus frustraciones más significativas que, en cierto modo, simbolizan la de muchos personajes por lo que estaríamos en presencia de la temática del desengaño, el revés y el fracaso como elemento conductor determinante.

Al hablar de la relación con su madre dirá que era modesta y ejemplar: «Me siento, soy, un traidor. Infinitamente peor que ella. Un miserable. Porque soy más inteligente que ella, porque ella se ha esforzado para que yo sea mejor que ella y que todos y solo consigo ser mucho peor» (p. 114). Hasta el punto es esa dependencia maternal que dirá: «Sé que el mundo entero sería una enorme habitación a oscuras si ella desaparece. El miedo» (p. 402).

En cambio, sobre el padre la situación es bien diferente y esa relación con él la recoge en el diario que va trasladándonos: «Ahora pienso cómo sería esta casa si él estuviera vivo (…) En el sueño sentía que mi padre era mi enemigo. Alguien que interfería en mi vida. Una amenaza» (p. 220). Más adelante, a medida que avance la obra, profundizará en esa relación y también en la historia del corredor que pretendió ser junto a otros: su primo Andrés, Santi Cánovas, Felipe Vicaría… y el sentido que en ocasiones poseía la carrera: «Corría contra mí mismo. No contra el crono. Contra mí. Guerra civil. Correr, romper, correr más romper más, y en un determinado momento esa guerra se acaba, me atravesaba, y entonces me liberaba, volaba…» (p. 303-304).

El pensamiento del Atleta marca un ritmo narrativo extraordinariamente importante en la obra y una forma de acceder a la existencia, a su sentido y a su forma de descubrirla y darle una razón de ser a través del atletismo: «El atletismo me ayudó a crear esa distancia. Correr. Esa soledad concentrada. Correr para no llegar a ninguna parte. Vueltas a un círculo. Para no llegar a ninguna parte ni siquiera como atleta. Correr. Solo correr. Alejándose de los demás y en el fondo sin moverme del mismo sitio (…) Escribir también me hizo sentirme lejos de los demás. Solo cerca de uno mismo» (p. 400).

Surge ese distanciamiento con respecto a los demás, la existencia de un disfraz, de una perspectiva propia. A ello se une la ausencia de ingenuidad y la asunción de la resignación (un pensamiento que lo achaca a herencia maternal). Y, al mismo tiempo, su hermana le pregunta para qué tantos libros amontonados, para qué corre, para qué escribe.

  
 

 
 

Antonio Soler, junto con Eduardo Lago, Jordi Soler, Enrique Vila-Matas y Malcolm Otero Barral, es miembro fundacional de la Orden del Finnegans, nombre que toma del pub Finnegans, de la población de Dalkey, al sur de Dublín (Irlanda), donde los miembros concluyen su paseo todos el 16 de junio que se reúnen.

 

  

  

  

Ismael, la violencia

Otro de los personajes relevantes en la novela es el desequilibrado Ismael, un personaje violento que genera situaciones especialmente dramáticas, que «le gusta presumir de sus asesinatos imaginarios» (p. 205) y ansía coyunda con Consuelo la Giganta a la que espía: «El objetivo es compartir durante treinta segundos el ascensor con ella» (p. 100); y, cuando se manifiesta su violencia, la novela se percibe atroz en esos barrios lentos, como cuando, estando en el bar, Danielín apura la ginebra: «Se dirigen los dos hacia Ismael, deseoso de recibirlos entre sus brazos, de sumergirse en el contacto, en el olor y la sangre de esos hombres, esos monigotes que la vida, generosa, pone a su alrededor y que dicen lo que dicen todos, Cabrón, hijoputa, loco, si muevo la cabeza me saca un ojo» (p. 265).

Una violencia que está desencadenada también en el ámbito familiar, como con su madre, la recepcionista Amelia (Amel), que es al mismo tiempo amante de Rafi Villaplana, un especie de latin lover, personaje siniestro y ambicioso, antiguo legionario, que acosa al empresario Céspedes, y piensa que la relación inicial con Paloma lo sacaría del barrio de Portada Alta, y después con Jane (Rice), una pija, hija de un hombre de negocios.

  

Otros

En ese recorrido por las diversas historias donde casi siempre está presente la relación sentimental, es de interés la historia de Pedroche con Belita. Pedroche es un hombre sin atributos que se encuentra entregado a una mujer-ballena con trastornos mentales desde la tragedia de su muerte: «Sabía lo que era tener un hijo, y todavía más: sabía lo que era perderlo. Ese dolor de madre» (p. 155). Y Belita por momentos se siente sucia y necesita purificarse.

Hay un grupo de personajes más jóvenes que muestran la cercanía con un lenguaje jergal y coloquial que tratan de reproducir en ocasiones a través de los whatsapp. Son el pequeño delincuente Nene Olmedo, Rai (Raimundo Arias) y Eduardo Chinarro, aficionados a cantar el mundo de la droga, las ilusiones rotas, la violencia, la sexualidad... Sin rumbo cierto, consecuencias de una sociedad que los ha generado como un producto vivencial. Y conectada con uno de estos personajes, con Nene Olmedo, se encuentra el mundo propio de La Penca (Aurori, Aurora Perea Pemán) y su expresionista historia de ser una mujer abusada por el padre. Una familia rota y violenta en la que su hermano el Yubri, delincuente y deficiente mental, aspira poseer muy altos vuelos en la delincuencia e incluso ambiciona matar al padre: «—Hijoputa, me lo llevo por delante, lo mato, Penqui»; y le responde su hermana la Penca: «—Matar, matar, vas a matar. Tanto matar. ¿A quién vas a matar, a tu padre?» (p. 358).

Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención de la novela es la ausencia de referencias a los pensamientos políticos de los personajes e incluso a planteamientos sociales que impliquen una visión de la sociedad del momento. Estos personajes viven demasiado pendientes de sus pequeñas vivencias, de sus pequeñas miserias, de lo cotidiano, del día a día, sin pensar en nada que tenga que ver con algo que trascendentalice sus vidas. Son personajes que viven en barrios lentos y también pendientes de conducir su existencia por complejos vericuetos que determinen la razón de ser y estar en el mundo.

Una gran novela que le ha permitido a Soler adentrarse en la psicología de unos personajes normales y, desde esa normalidad conquistada, universalizar sus conductas y su razón vital.

  
 

 
 

Los miembros de la Orden del Finnegans se obligan a venerar la novela Ulises, de James Joyce, y, a ser posible, asistir cada año en Dublín, el 16 de junio, al Bloomsday, jornada que culminan, al caer la tarde, en Torre Martello (arranque de la novela) leyendo unos fragmentos de Ulises, y caminando después hasta el Pub Finnegans.

 
  

  

  

  

  

   

Francisco Morales Lomas (Campillo de Arenas, Jaén, 1957). Licenciado en Filosofía y Letras, y en Derecho por la Universidad de Granada; Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada; Catedrático de Lengua Castellana y Literatura y Profesor Titular de la Universidad de Málaga. Es Académico de la Academia de Buenas Letras de Granada, de la Academia de Artes Escénicas de España y de la Real Academia de Córdoba. Poeta, narrador, dramaturgo, ensayista, columnista y crítico literario perteneciente a la “Generación de la Transición”.

Su poesía ha sido definida como fiel representante del “Humanismo solidario”, por su compromiso personal y sus valores estéticos, y su teatro pertenece a la corriente literaria llamada “Canibalismo Dramático”. Es especialista en literatura española de los siglos XX y XXI. Es miembro fundador de la corriente “Humanismo Solidario”, cuya Asociación Internacional Humanismo Solidario preside desde su fundación.

En la actualidad es Presidente de la Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios (AAEC), Presidente y fundador de la Asociación Internacional Humanismo Solidario (AIHS), Vicepresidente de la Asociación Colegial de Escritores de España (Andalucía) (ACE-A), Vicepresidente de la Asociación de Dramaturgos, Investigadores y Críticos Literarios de Andalucía (ADICTA).

Entre los reconocimientos que ha recibido figuran haber resultado Finalista, en los años 1998, 1999 y 2002, del Premio de la Crítica; Premio Doña Mencía de Salcedo de teatro 2002; Finalista del Premio Nacional de Literatura (Ensayo), en 2006; Premio Andalucía de la Crítica en 1998; Premio Joaquín Guichot de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía; Premio de Periodismo del Ministerio de Economía; y Premio Internacional de teatro José Moreno Arenas 2013, entre otros.

Ha publicado una cincuentena de títulos hasta el momento, muchos de los cuales han sido traducidos a varios idiomas. En este sentido, cabe destacar, entre sus últimas obras líricas, los poemarios Noche oscura del cuerpo, Col. Ancha del Carmen, Ayuntamiento de Málaga, 2006; El agua entre las manos, Col. Aula de Literatura José Cadalso, Fundación Municipal de Cultura ‘Luis Ortega Brú’, San Roque, 2006; La última lluvia, Eds.  Carena, Barcelona, 2009; Elogio de la rutina, antología, Ayuntamiento de Roquetas de Mar, Almería, 2010; y Puerta del mundo, Eds. En Huida, Sevilla, 2012.

Dentro del género narrativo, entre sus últimos títulos publicados figuran El secreto del agua, relato, «Gibralfaro», 79, enero-marzo 2013; Bajo el signo de los dioses, novela, primera entrega de la trilogía «Imperio del Sol», Alcalá Grupo Ed., 2013; Comenzar el futuro, relato, en «Cuentos engranados» (Coords. Carolina Molina y Jesús Cano), Ed. Transbooks, 2013; Cautivo, novela, segunda entrega de la trilogía «Imperio del Sol», Ed. Nazarí, Granada, 2014; En algún lugar del corazón,  relato, publicado en «Cervantes tiene quien le escriba», Eds. Traspiés, Granada, 2016; y Puerta Carmona, novela, tercera entrega de la trilogía «Imperio del Sol», Ed. Quadrivium, Girona, 2016; El viento entre los lirios, Colección DRelatos, Eds. En Huida, Sevilla, 2019.

En el campo de la dramática, cuenta, entre otras aportaciones, con títulos como «El encuentro», en III Certamen de teatro Dramaturgo José Moreno Arenas, Eds. Carena, Barcelona, 2012; «El desahucio», V Premio de teatro Dramaturgo José Moreno Arenas, Eds. Carena, Barcelona, 2014; y las distintas obras aparecidas en los títulos genérico de Teatro Caníbal Completo, volúmenes I, II, III y IV, Eds. Carena, Barcelona, 2015-2018.

Y ya, por último, en el campo de la crítica literaria, cabe citar: La lírica conmovedora de Francisco García Lorca, discurso de entrada en la Academia de Buenas Letras de Granada, Academia de Buenas Letras de Granada, 2015; Poetas del ’60. (Una promoción entre paréntesis), en colaboración con Alberto Torés, Ed. El Toro Celeste, Málaga), 2015; Poética machadiana en tiempos convulsos. Antonio Machado durante la República y la Guerra Civil, Ed. Comares, Granada, 2017; Ser y tiempo, Antología poética de Emilio Prados, estudio, edición y selección de F. Morales Lomas, Fundación Málaga, Número 24 de la Colección Cuatro Estaciones, Málaga; La poesía de Vicente Aleixandre. Cuarenta años después del Nobel, en colaboración con Remedios Sánchez, Ed. Marcial Pons, Madrid, 2017; y El hilo de Ariadna. Literatura y críticas contemporáneas, Servicio de Publicaciones de la Fundación Unicaja, Málaga, 2018.

Como columnista, ha colaborado en diversos medios, como SUR, La Opinión de Málaga, Ideal, Diario Málaga, Diario Siglo XXI, Wadi-as y Diario La Torre​.

Podéis conocer sus últimas creaciones a través de su web «MORALESLOMAS» y el blog «MORALESLOMAS».

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 3. Página 12. Año XVIII. II Época. Número 104. Julio-Septiemmbre 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 Francisco Morales Lomas. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios relacionados con la divulgación literaria y periodística, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).

    

    

     

 

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