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SANTIAGO ESPEL
NACIÓ el 26 de diciembre de 1960 en la
ciudad de Buenos Aires, Argentina, y reside
en la ciudad de Olivos, provincia de Buenos
Aires. Su poesía fue traducida al inglés,
alemán y portugués. Ha sido incluido, entre
otras, en las antologías Grasslands
review, 6, University of North
Texas, Estados Unidos, 1991; La poésie
des Palmipédes, Ed. Albatroz, París,
Francia, 1992; Nicolau, selección de
Wilson Bueno, Brasil, 1992; Sunk Island
review, 5, Lincoln, Reino Unido, 1992;
El vino en la poesía, selección de
Aurora Giribaldi y Beatriz Balvé, 1992;
70 poetas argentinos, selección de
Antonio Aliberti, 1994; La casa y
los poetas, Fundación Rómulo Raggio,
1995; La Santa Mugre o El país de Cucaña,
novela, 1995; Signos vitales. (Una
antología poética de los ochenta),
selección y prólogo de Daniel Fara, 2002;
Pequeña antología de la poesía argentina, selección de Jorge Santiago Perednik,
2003; Bildstroung, Viena, Austria,
2004; La poesía opaca, selección y
ensayo de Fernando Kofman, 2008; Erótica,
selección de Javier Cófreces, 2015. Publicó
en poesía rapé, 1988 (Faja de Honor
de la Sociedad Argentina de Escritores);
Pavesas & muelles, 1990; Misas en
Harlem, 1993 (Primer Premio Concurso
Nacional de Poesía “Ramón Plaza”, 1992);
Cantos bizarros, 1998; La claridad
meridiana, 2001 (mención en Certamen
Internacional “Letras de Oro 2000”,
Honorarte); La víspera sí , 2002;
Isoca, 2004; Vulgata, 2006;
100 haikus, 2008; Cuaderno
Acústico, 2010; La penitencia,
2012; Notas sobre poesía (2013),
ensayo; y Mesa de entradas, 2015.
1.— ¿Foja de servicios?
Santiago Espel.—
Además de los uniformes escolares,
usé, entre los 11 y los 12 años, el uniforme
de scout marino, en el puerto de
Olivos. Después, en el 79, hice la colimba.
Casi voy a la guerra con Chile. En la
colimba, no aprendí nada.
Aprendí inglés durante la primaria en un
colegio bilingüe. También durante la
primaria, gané algunas medallas en
competencias escolares de carrera y salto en
alto. Ninguna en matemáticas, ciencia
esquiva.
Y jugué con pasión al fútbol, en la calle,
los potreros y en clubes de barrio. Dicen
que era bueno, y yo lo creo. Sigo
apasionándome con el fútbol, cuando juega
River.
En el 81 me recibí de periodista en el
Círculo de la Prensa. Estudiaba de noche y
ahí me cansé de recorrer la calle
Corrientes, sus bares y librerías. Cuando La
Paz no tenía kiosco ni pecera de fumadores.
Por entonces dirigí y publiqué tres números
de una revista cultural que se llamaba
“Mamut”. En el curso de periodismo
publicábamos una revista, “La Tecla”, que
iba en contra de la simpatía de los milicos.
Nos dieron vuelta el bulín de uno de los
directores y nos invitaron a suspender las
ediciones o a revisar nuestra ideología. La
revista siguió sonando, claro.
Me encantaban los viejos trenes de madera,
con salón de fumadores. Hacía viajes de ida
y vuelta a Retiro y volvía a la estación
Mitre. Leía y escribía en los vagones, como
si estuviera de viaje. Hice esto durante más
de cuatro años, hasta que se me empezó a
complicar el tiempo.
En el 83 comencé a dar talleres de
escritura, y aún sigo haciéndolo. Distribuí
mi saber en lugares mucho más que insólitos.
Entre el 2005 y el 2014 coordiné talleres en
bibliotecas populares del municipio de mi
barrio, Vicente López.
Iniciando los ochenta, me dedico a escribir
y a leer, con pretensiones de convertirme en
un escritor.
Entre el 85 y el 88 trabajé en la Editorial
Filofalsía, que editaba la revista
“Clepsidra”, de la cual formaba parte. Me
rajaron sin decir agua va y me quedé sin
laburo tres meses antes de casarme. Tenía
otras changas que me mantenían los pequeños
vicios bohemios.
En el 89 me dieron la Faja de Honor de la
SADE por mi primer libro, rapé.
Pensaba que tenía el campo orégano y que
nada me frenaría hasta ser un escritor
reconocido.
Durante este período trabajé también en la
revista “Video Club”, era el boom del video,
y redacté más de sesenta reseñas sobre cine.
Y pasé por el departamento de prensa del
Sindicato de Telefónicos, en Once, cuando
estaba Julio Guillán.
A fines del 89 entré a laburar en el Poder
Judicial, como administrativo. Todavía sigo
ahí, con el padecimiento apasionado del
principio.
En el 90, con un grupo de amigos, comandamos
un programa de radio de cultura alternativa
bajo el nombre de “8 y ½”. Entre el 90 y el
99, edité la revista de poesía bilingüe “La
Carta de Oliver”. Hoy coordino el sello del
mismo nombre, publicando poesía, narrativa,
teatro y ensayo. Llevo editados unos setenta
libros.
Formo parte de la Sociedad de los Poetas
Vivos.
Integré el staff de la revista de poesía
“Omero”.
Traduje poesía del inglés y el portugués al
español.
Tengo unos quince libros publicados, uno de
ellos es una novela, en 1995.
No tengo Facebook, ni tengo página web, ni blog,
ni WhatsApp, ni Twitter.
Tengo tres hijos varones.
Practico natación.
La única herramienta que sé manejar es el
sacacorchos.
Toco muy mal la guitarra y el acordeón, pero
con una copa de más, voy al frente.
Me gusta cocinar y lo hago casi todos los
días.
Espero con ansias mi jubilación.
Pertenezco al credo Discepoliano.
Creo que el hombre, al final, de la manera
que sea, llegará a ser hombre.
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Poemarios de Santiago Espel (I):
rapé (1988). Pavesas y
muelles (1990). Misas en
Harlem (1993). |
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2.— Club Atlético River Plate, el de los
millonarios, multipremiado equipo a nivel
mundial: ¿tu modo de gozar con las victorias
o de sufrir…? Incluyendo sólo a jugadores de
River que vos hayas visto a lo largo de tu
vida, ¿quiénes conformarían tu plantel
ocupando sus respectivas posiciones en la
cancha? ¿Qué entrenadores que hayan dirigido
tu equipo más valorás y por qué?
SE.—
Hincha fana desde la cuna, como se
dice. El fútbol constituye para mí uno de
los mitos de la infancia. No me olvidaré
jamás de la emoción que sentía cuando,
subiendo las escalinatas de la platea San
Martín, en el Monumental, de la mano de mi
viejo, veía aparecer el pasto verde y sentía
los uuuhhh de la gente ante
una jugada que casi terminaba en gol.
Por supuesto que ya no es lo mismo; la
pasión, como en muchos órdenes de la vida,
se organiza con el paso del tiempo, se
“civiliza”, y nos volvemos más cerebrales,
aunque no por eso menos auténticos.
Si tuviera que “armar” mi once ideal
de los jugadores que vi en cancha, el equipo
saldría así, de memoria: Fillol, Hernán
Díaz, Perfumo, Passarela y Sorín (o
Vangioni); Jota Jota López (o Carlos
Sánchez), Mascherano (o Almeyda / Astrada /
Merlo) y Alonso; Ortega (o Alzamendi), Ramón
Díaz y Francescoli (o Pinino Más).
Entre los técnicos, van: el “Feo” Labruna,
el “Pelado” Díaz, el “Muñeco” Gallardo y el
“Bambino” Veira. Los tres primeros porque
ganaron todo y son “gallinas”, de la casa, y
el Bambino porque nos dio la única Copa
Intercontinental que luce en el emblemático
hall del Monumental.
3.— Scout marino en tu infancia y nadador.
¿Podés meditar o algo parecido mientras
nadás?... ¿Por dónde “nadás” mientras nadás?
SE.—
Trato, precisamente, de nadar en “la nada”.
El agua es como entrar en otra dimensión, un
plano paralelo a la realidad, de hecho,
creo, es otro estado de la vigilia, un
pasaje ritual, un renacimiento perpetuo, que
nos obliga, según la pirueta, a contener
muchas veces la respiración; es decir que,
cuando nadamos bajo el agua, entramos en una
suerte de suspensión de la vida porque
dejamos, por instantes, de respirar. Ese
mismo estado nos sitúa en una nada donde
el pensamiento queda también suspendido, y
el viaje que hacemos es una correspondencia
entre el cuerpo que nos conduce y el
pensamiento que nos ve “desde afuera”, en un
tránsito infrecuente y a la vez primario y
primitivo. Personalmente, mientras nado,
como mientras camino, escribo, fogoneo eso
que algunos llaman “inspiración” y otros
“estímulo”. Salir del agua es siempre ser un
sobreviviente.
Lo de ser scout fue una experiencia de la
infancia, un atajo a la obligación escolar
que, lejos de interesarme, se transformó en
un acto de mortificación. Ese espacio de
recreo era para mí volver a lo lúdico, a
pesar de ser algo casi marcial por momentos.
Claro que yo, por suerte, no lo sabía.
4.— “Mamut”. ¿Fue una iniciativa
periodística? ¿Cómo la encaraste, quiénes
colaboraron, qué asuntos o tipo de textos se
difundieron?
SE.—
“Mamut” fue una revista de cultura
alternativa producida y escrita con suma
ingenuidad, pero con un entusiasmo
avasallador, propio de la juventud. La
dirigía yo, y sumé a varios amigos del
barrio que encaraban por aquellos días
actividades artísticas. El motor era la
vocación que teníamos por lo que hacíamos; a
pesar de lo amateur, había una consideración
crítica y periodística importante, me
parece. Al menos, sentíamos que nuestro
objetivo era no apartarnos de cierta
“objetividad” periodística y hacer de esa
experiencia un espacio de reflexión y
opinión. Me acuerdo, por ejemplo, de que
cuando vino Frank Sinatra al Luna Park,
traído por Palito Ortega, tuvimos feroces
discusiones en torno a la tapa del número
dos. Algunos eran partidarios de escracharlo
con alevosía; otros, de meter a la Negra
Sosa, y otros, de ignorarlo y dedicarle la
tapa a cualquier otra temática (ganó,
criteriosamente, esta propuesta). Esas
discusiones acaloradas eran muy sanas y
supongo que nos hicieron crecer. Pareciera
que hoy ese tipo de debate en el ámbito de
la crítica está abolido, o se le aplica una
elegante verónica, con lo cual estamos más
cerca de posiciones verticalistas o
directamente abortivas. El resultado, a la
vista, es el empobrecimiento del pensamiento
crítico y la falta de independencia de
opinión en muchos medios.
De la revista salieron sólo tres
números. Algunas de las
entrevistas que recuerdo, se
hicieron a Abelardo Arias, Pedro
Raota y Eduardo Gudiño Kieffer.
Yo ilustraba, por ese entonces,
algunas notas con dibujos
propios, como en la revista “La
Tecla”, que hacíamos en el
Círculo de la Prensa, mientras
cursábamos la carrera de
Periodismo. |
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Poemarios de Santiago Espel (II):
La Santa Mugre o El país de Cucañas
(1995). Cantos bizarros
(1998). La claridad meridiana
(2001). |
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5.— ¿Desarrollamos eso de tu
saber distribuido en lugares
mucho más que insólitos?
SE.—
Bueno, eso responde a que empecé
muy joven a coordinar talleres
de escritura, con el perdón
retroactivo de aquellas posibles
e involuntarias víctimas.
Entonces aceptaba dar clases en
donde me ofrecían. Con el
tiempo, de todas maneras, esa
diversidad que escapaba al
mundillo académico se fue
haciendo más y más habitual,
como podemos ver en la
actualidad. Me faltaron las
cárceles y los hospitales. Di
cursos particulares al
principio, luego en sindicatos,
en clubes de barrio, en
escuelas, en plazas, en bares y
pizzerías, y, por supuesto, en
Bibliotecas Populares de mi
barrio, Vicente López.
Durante un año tuve un taller en
el muelle del puerto de Olivos,
y también y de manera
espontánea, formaba grupos en
estaciones de tren del barrio.
6.— Escribiste, allá lejos, más
de sesenta reseñas sobre cine. Y
ahora, con tantísimos más filmes
disfrutados y padecidos,
¿qué cineastas considerás que
han sido sobrevalorados? ¿Qué
directores cinematográficos, por
la totalidad (o casi) de su
obra, te resultan insoslayables?
SE.—
Empiezo por mis preferidos,
aunque no lleguen a ser o
considerarse insoslayables,
salvo para mi gusto personal.
Con predominio del cine europeo,
no dejo afuera a Fritz Lang,
Chabrol, Jiri Menzel, Fellini,
Visconti, De Sica, Bergman, Luis
Buñuel, Roman Polanski, Werner
Herzog, Jean-Luc Godard, Lina
Wertmüller, Hitchcock, John
Huston, John Ford, Eisenstein,
Manoel de Oliveira, Fassbinder,
Losey, René Clair, Alain
Resnais, Emir Kusturica,
Tarkovski, Liliana Cavani,
Michelangelo Antonioni, Carlos
Saura, Ettore Scola. Otro sí
digo: Kurosawa, Woody Allen,
Orson Wells, Chaplin, Buster
Keaton, Tim Burton, Lynch,
Kubrick, Martin Scorsese,
Coppola, Otto Preminger, los
Cohen, Cassavetes, Michael
Curtiz, Frank Capra…, bueno,
como decía Borges, «de las
listas lo único que se destaca
son las omisiones», y,
seguramente, en este rosario de
talentos hay muchas e
imperdonables, así que esto
parece una lista de deportados o
de beneficiarios a un plan en
cuotas para comprar un tractor.
En fin, creo que es excesivo y
que no aporta demasiado a la
inquietud. ¿Quién que guste del
cine no incluiría casi a los
mismos, además de otros? Si te
parece, hacé el recorte o la
cita que creas conveniente.
En cuanto a los
“sobrevalorados”, considero que,
sin entrar en casos
particulares, te diría que el
cine argentino, de los noventa
para acá, en mi opinión, ha sido
sobrevalorado, con excepción de
algunas producciones de
verdadera calidad. Me parece que
hay cierta prensa funcional a un
producto que necesita justificar
las inversiones que hizo el
Estado, sobre todo en este
período, y que forma parte
integral de este proceso de
producción cinematográfica, al
que se acoplaron gran cantidad
de artistas. Preveo que, de los
últimos años, va a quedar poco
en el recuerdo, al menos en lo
personal. Tal vez Carlos Sorín,
tal vez Eliseo Subiela, algunas
cosas de Adolfo Aristarain. Y
claro, para atrás, y en
contrapartida, no puedo dejar de
pensar en grandes realizadores:
Leopoldo Torre Nilson, David
Kohon, Sergio Renán, Leonardo
Favio, Hugo Santiago… (¡y
volvemos a la cita de Borges!).
Más allá de este esfuerzo
meramente enumerativo, hace un
tiempo largo que estoy alejado
del consumo de cine, por
distintos motivos, entonces mi
devolución es parcial, o más
bien pobre, y hasta algo
desinteresada.
7.— Es con Matías Serra Bradford
que dirigiste “La Carta de
Oliver”, aquella revista
bilingüe (castellano-inglés).
Ambos traductores. ¿Cómo
describimos a nuestros lectores
esa propuesta? ¿A qué criterios
se atuvieron? ¿A quiénes
tradujeron y publicaron? ¿Quién
es Oliver? (Un “Oliver Honeymoon
corretea por toda la casa…” en
tu rapé .)
SE.—
La idea y el dogma que nos
impusimos de entrada fue el de
difundir nuestra poesía en otra
lengua, en este caso el inglés,
y a la vez permitirnos conocer
lo que se escribía en esa lengua
y traerla a nuestro español, que
es el argentino. La revista era
enteramente bilingüe, hasta los
créditos. El método era
sumamente restrictivo, porque
seleccionábamos autores que
estuvieran vivos y trabajos
estrictamente inéditos. Esa
restricción se transformó, a mi
modo de ver, en una de las
virtudes de la revista.
Buscábamos la novedad, la
difusión de poesía sin
adicionarle comentarios críticos
ni apoyaturas de tipo “el poeta
del momento”. Queríamos lograr
un producto que obligara al
lector a coleccionarla y
difundirla en el boca a boca.
Nuestro criterio de selección
era abierto, extremadamente
diverso, al punto de la falta
total de línea ideológica o
estética. La crítica estaba
implícita en la misma selección
de textos. No había reseñas ni
reportajes. No había bombo ni
pandereta. No había el afán de
crear un canon poético. El
poema, exclusivamente, era el
actor del asunto, solo, solito,
despojado de voceros o muletas
rimbombantes.
Intentamos acercar y acercarnos
a la poesía del interior de
nuestro país. Son muchos los
poetas que fueron traducidos y
publicados. También salió una
separata con poesía mexicana
traducida al inglés, todos con
poemas inéditos que nos mandaban
los autores.
Recuerdo con gran alegría
algunos de los poetas
divulgados: Arnaldo Calveyra,
Alfredo Veiravé, Rodolfo Alonso,
Mario Trejo, Francisco
Madariaga, Juan Carlos Moisés,
Víctor Redondo, Marcelo Cohen,
Paulina Vinderman, Susana
Villalba y María del Carmen
Colombo, entre otros. De los
extranjeros, te voy a nombrar
apenas un manojo: Gary Snyder,
Paul Backburn, Wilson Bueno,
Roberto Piva, Ira Cohen, Ruth
Fainlight, Emmanuel Bove, Edoard
Roditi y René Char.
Salieron nueve números, que
incluían, además del
castellano-inglés, una separata
(que llamábamos “solap”) en
otros idiomas. Publicamos poesía
en castellano-francés,
castellano-alemán,
castellano-italiano,
castellano-portugués, y así, con
el gaélico y el galés. Los
contactos e intercambios se
hacían vía postal, traduciendo y
contestando cartas a la vieja
usanza. Todas las publicaciones
contaban con la aprobación de
sus autores. Muchas bibliotecas
y librerías del Reino Unido, de
Estados Unidos y de países de
Latinoamérica, tenían nuestra
revista en sus catálogos.
Después llegó “la interné” y se
terminó el proyecto, aunque yo
arranqué en ese momento con el
sello editorial del mismo
nombre, que aún hoy coordino.
El nombre “Oliver” deviene de
una remembranza infantil de
Dickens, y de un descubrimiento
adolescente de Girondo. De ahí
ese maridaje.
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Poemarios de Santiago Espel (III):
Isoca (2004). Vulgata
(2006). 100 haikus (2008).
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8.— ¿De qué poetas de habla
portuguesa o inglesa te
agradaría ofrecer tus versiones
al castellano de la obra
completa? ¿Tu elección de
autores depende de cierta
afinidad poética o no es
imprescindible que ésta se tenga
que dar?
SE.—
Tengo la idea de publicar, en
algún momento, un volumen con
los autores con los que trabajé,
cerca de cincuenta, entre inglés
y portugués. Y en cuanto a la
obra completa de alguno de
ellos, no estoy particularmente
interesado, ni desvelado, no
cuenta entre mis proyectos.
Supongo que ya las hay, y
seguramente más profesionales o
menos intuitivas. Sí, una
antología con el conjunto, que
es variado y aleatorio, y que
incluye, por ejemplo, a músicos
de rock, como Peter Hammill, Ian
Anderson y Patti Smith, o a
clásicos como Dylan Thomas,
Patrick Kavanagh, Denise
Levertov, Robert Graves o Mario
de Sá-Carneiro.
No elijo rigurosamente por
afinidad. Trato de privilegiar
mi curiosidad de lector y no mi
filiación poética. En el caso de
Philip Larkin, publiqué en el
sello que dirijo un tomo con
diez poemas, prologado por
Fernando Kofman. Y, en breve,
saldrá una antología con seis
poetas ingleses nacidos del 60
para acá. Ellos son: Don
Paterson, Simon Armitage, Jackie
Kay, Ian Mc Millan, Lavinia
Greenlaw y Alice Oswald, con mis
traducciones, y prólogo de
Kofman.
9.— Como cocinero, ¿con qué tipo
de platos te gusta sorprender?
¿Improvisás variantes mientras
cocinás?
SE.—
Me doy dique con el asado, las
pastas amasadas, las lentejas a
la española, el risotto, el
gulasch, y, especialmente,
cualquier preparado con el
wok. Ahí me suelto y mezclo
lo que se me ocurra o tenga a
mano, conservando siempre el
secreto de las especias y el
calor sacramental del fuego.
La cocina para mí es un arte
de composición. Es un visaje de
hechicero. No sigo recetas, sigo
mi intuición. Casi como en la
poesía. |
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Poemarios de Santiago Espel (IV):
Cuaderno acústico (2010).
La penitencia (2012). Mesa
de entradas (2015). |
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10.— En un volumen de 1986
titulado Cuentos 1 estás
incluido. ¿Prevés publicar algún
libro íntegramente de tu autoría
con narrativa breve? ¿Cómo “te
sienta” la escritura de ese
género?
SE.—
Ya no escribo narrativa, hace
años. Lo último que escribí es
una nouvelle, La orilla,
en el 97, que está inédita.
Digamos que se trata de una
siniestra fábula urbana. No creo
que vuelva a incursionar en la
prosa respondiendo a los
requerimientos de un género,
sean microrrelatos o cuentos
breves. Mi búsqueda está
orientada hacia algo que llamo
“distorsión expresiva”, que
trata de salirse de los moldes o
géneros convencionales para
explorar otras formas, formas
que tal vez diluyen sus
contornos a medida que avanzan.
Es una exploración lateral a las
convenciones de género, un
atajo. Esto lo hago extensivo al
poema, porque… ¿cómo sostener
después de más de cien años el
formato en verso libre de un
poema? Si se rompió una vez con
las formas clásicas y rígidas
del poema, y se encontró en su
momento la novedad del verso
libre, no me resulta ahora
atractivo ni cómodo seguir
navegando en ese mismo formato.
11.— Luis Benítez, en su prólogo
a tu primer poemario, lo
retituló El libro de las
sensaciones imaginarias. ¿A
dónde te traslada ahora rapé
y aquel análisis de Benítez?
Informemos, Santiago, que
instalaste una extensa cita de
José Lezama Lima, que comienza
así antes del primer texto del
volumen: “¿Lo que más admiro
en un escritor?, que maneje
fuerzas que lo arrebaten, que
parezcan que van a destruirlo.
Que se apodere de ese reto y
disuelva la resistencia”.
SE.—
Creo que ese prólogo mantiene
los méritos y aciertos del
momento de su publicación, en
1988. Es una lectura prismática
sobre ese texto, llena de
observaciones y relieves que
acuden en socorro del lector en
más de una ocasión. rapé
es una digresión sobre los
sentidos llevada a los tambores
de la prosa poética. Quiere ser
un texto percusivo. Y en su
parte final tiene un puñado de
poemas “casi barrocos”, con algo
de floripondio literario. En la
contratapa agregué unas palabras
en las que hablaba risueñamente
del nacimiento del pop-barroco.
Esa apoyatura en Lezama Lima, a
quien leía mucho por entonces,
quiere legitimar ciertos
excesos. Me parece que en su
conjunto se salva hoy del
chicotazo y de la hoguera, y que
de alguna manera multiplica su
eco en cosas que escribo de
tanto en tanto. Su huella está
visible aún, como el rastro de
una savia iniciática.
12.— Diste a conocer La Santa
Mugre o El país de Cucaña.
¿Qué historia se cuenta allí,
cuál es su estructura?
SE.—
La novela se publicó en 1995, en
Grupo Editor Latinoamericano.
Ahí se cuenta la historia de un
grupo de marginales, dementes,
estrambóticos y libidinosos,
perdidos en el puño de la
putrefacción de un reformatorio
en 1351, año de una feroz peste
en el viejo continente. La que
yo describo y escribo es una
Edad Media que transformo en
gran medida, adaptándola
programáticamente a lecturas y
situaciones personales y
equivalentes con nuestra propia
realidad. Claro que los
escenarios y la época están
respetados, son científica,
topográficamente reales. Las
acciones se desarrollan en los
Países Bajos, Flandes,
Jutlandia, etc. La estética que
intenté redoblar es la de El
Bosco, que es la misma estética
sórdida que se repite en muchos
casos de la actualidad. Y avanza
y atraviesa ecos de Francois
Villon, de Rabelais, de Quevedo
y de Baltasar Gracián, entre
otros representantes del exceso
y el disparate. Un elemento muy
presente en el texto es el de la
picaresca española, tan
generosamente adoptada y
ejercida consecuentemente en
nuestro país. Quien quiera leer
correspondencias y guiños en la
novela, podrá hacerlo. El relato
cuenta una fuga; concretamente
una fuga al país de Cucaña, o
Jauja, que era un lugar
paradisíaco que se tenía como
concreto en ciertas
cartografías, pinturas y
escrituras del momento. Es, a la
vez, un canto a la liberación y
una invitación a soñar con una
utopía protegida por los anhelos
de la anarquía. Una de las
propuestas del texto es
demostrar que, transcurridos más
de 700 años, el hombre sigue
siendo un bárbaro y cometiendo
atrocidades. Lo único que ha
variado es la sofisticación de
las armas. Pero la quirúrgica de
barbarie es exactamente la
misma, en mi opinión, con el
imperdonable y paradójico
condimento del progreso
mediante, en todos los ámbitos
durante este largo período de la
historia.
Escribí cuatro versiones
completas del libro antes de
dársela al editor, el poeta Luis
Tedesco. |
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«Personalmente,
mientras nado, como mientras
camino, escribo, fogoneo eso que
algunos llaman “inspiración” y
otros “estímulo”. Salir del agua
es siempre ser un sobreviviente». |
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13.— “Conjuro del libro egipcio
de los muertos” es lo que se
reproduce en la tapa de La
claridad meridiana. Y está
conformado por un único poema
con título: “Obertura” y otros
treinta y tres, cada uno
constituido por seis versos.
Hablemos de esta decisión, de
este plan. Hablemos de esa
claridad, de ese conjuro.
SE.—
Empezando por la gráfica del
libro, en la que ya se contienen
ciertas bromas y claves, y
siguiendo por las sextinas que
componen ese poema trenzado, te
diría que La claridad
meridiana es mi
primer libro conceptual, y que
es un fósil de lo que llamo hoy
“distorsión expresiva”. La
viñeta de tapa, del libro
egipcio de los muertos, es una
imagen críptica y ajena a
nuestra cultura, salvo como
souvenir exótico. Esto se
contrapone claramente con el
título del libro, en el que se
habla de “claridad”, cuando, en
realidad, la entrada a la
lectura, desde la misma tapa,
ofrece un cerrojo. Por eso, la
broma en clave se cierra en la
contratapa, con esa pequeña
puertita con la leyenda debajo:
“Exit”. Casi una salida de
emergencia a un suplicio en el
que uno resulta “manteado”.
Ahora, los poemas, que son
sextinas casi octosílabas,
pretenden echar luz sobre los
temas que abordan, y hasta
resultan en algunos casos
necesariamente sentenciosos en
sus remates o conclusiones. El
libro está escrito como
respuesta y antídoto a una etapa
muy dura de mi vida, plena de
una adversidad galopante. Es así
que durante cerca de un año
incursiono en una práctica
budista intensa, haciendo mis
oraciones y disciplinas diarias.
No entro en el asunto a través
de lo religioso, pero sí a
través de la búsqueda de un
soporte que me permita ver una
salida, un tránsito hacia otro
estado. Y en este sentido fue
muy beneficioso el intento. El
resultado de esas reflexiones se
ve en los poemas, que son poemas
que a la vez de indagar y
preguntar fijan rotundamente
posiciones, demarcan un terreno,
que era el que yo necesitaba
encontrar para mí y para el
resto del mundo en el que me
movía en ese momento.
La “obertura” es una puesta en
marcha de la maquinita que
vendrá después, apenas una
elongación que enciende los
foquitos de un escenario.
14.— “La poesía es un
surtidor en el desierto…”,
comenzás afirmando en la
contratapa de ese poemario con
tres secciones: “El desfile”,
“Las comparsas” y “Campo
minado”, el que obtuviera un
primer premio a comienzos de los
noventa: “Misas en Harlem”.
SE.—
Y después retomo esa idea o cita
en la tercera parte de mi libro
Cantos bizarros. Es
casi una obviedad, pero creo que
esto habla de una prédica en el
vacío, una composición en la que
los actores están disociados en
un espacio que no les será nunca
común ni propicio, pero que, a
la vez, funciona como la
posibilidad de encontrar la
salvación, el oasis, sin
olvidarnos de que este mecanismo
parte de una ilusión, es decir
que se trata de un espejismo,
algo en lo que ya entra
quirúrgicamente la fatalidad, lo
macabro. Esas tres secciones que
dividen el libro refieren una
idea de aproximación en torno a
los límites que nos imponen o
prestan; tanto el orden extremo
de cualquier tipo de desfile
como la dispersión extrema de la
diversión nos conducen a un
campo minado, a un verdadero
cul-de-sac.
15.— ¿Compartimos con nuestros
lectores una singularidad de
Cuaderno acústico?: el texto
(“Numismática”) de tu hijo Juan
Ignacio, escrito a sus diez años
de edad, que vos denominás
“Una suerte de catálogo de
museo” y que opera a modo de
prólogo.
SE.—
Ese texto nace de una sensación
óptica. Un día en que llego a mi
casa y abro la puerta, me
encuentro con mi hijo de diez
años frente a la computadora,
escribiendo con esmero y
dificultad. Al acercarme a la
pantalla veo que el texto se
organiza a la manera de un
poema. Te podrás imaginar mi
impresión: entre el vértigo y la
emoción. La cuestión es que se
trataba de un listado repartido
en dos o tres líneas que hacían
referencia a distintos objetos
que él seleccionaba y ordenaba
en una estantería de su cuarto.
Debajo de cada elemento iba la
referencia, debidamente
recortada. Son los objetos que
aparecen etiquetados en ese
texto, “Numismática”. Monedas,
caracoles, llaves, cangrejos,
huesos, piedras, etc. Ese
universo desopilante formaba en
su conjunto una iconografía
personal en su mundo de
coleccionista. De ahí la idea
del catálogo de museo. Bueno,
con su aprobación, decidí
apropiarme de ese poema que se
extendía hacia abajo en estrofas
y usarlo como prólogo a mi
libro.
16.— “Zona de derrumbes” es el
título complementario de
Notas sobre poesía, ese
volumen constituido por 180
fragmentos. A lo largo de qué
lapso fuiste reflexionando,
indagando, “derrumbándote” y
concibiendo la obra. ¿Cuándo
pero también cómo se te fue
imponiendo el proyecto?
SE.—
El título complementario remite
a la sensación de que en la
poesía todo es transitorio y
está puesto en duda. Por eso es
una zona sísmica, atestada y
amenazada por derrumbes
continuos. Ese volver a hacer o
rehacer permanente es, según
mi opinión, el que le da riqueza
infinita a la poesía, y el que,
a la vez, pone en cuestión y
desbarata cualquier intento de
establecer alguna idea o
plataforma de absoluto o de
sentido hegemónico en el tema.
Los 180 fragmentos fueron
pensados y retorcidos en el
mortero a lo largo de muchos
años y se redactaron casi de
manera fluida durante el año
2011. Como toda bitácora, esas y
otras anotaciones existían de
manera provisoria en libretas y
papelitos, y se fueron
acumulando con el transcurso del
tiempo. Muchas de esas notas
surgieron a partir de preguntas
ajenas o propias en torno al
acto de escribir y de leer
poesía. En esto juega un papel
importantísimo para mí el
taller, que resultó siempre una
cantera de inquietudes,
planteos, iluminaciones fugaces
y dudas, muchas dudas que
desembocaban en preguntas.
El proyecto se me impuso pensándolo desde la utilidad,
desde el vislumbre de hacer el intento de decirme y
decirle al lector qué me pasa a mí en el momento de
escribir un poema o de leer uno que no me pertenece.
Intenté mostrar el lado de adentro del guante, aunque en
algunos casos pueda resultar repulsivo, u obsceno.
La intención es ser generoso con uno y con los otros,
desde el momento de tratar de desentrañar los mecanismos
sinuosos de la poesía. Por otra parte, como ya dije más
de una vez, es un libro escrito desde la necesidad de un
lector; a mí me gustan este tipo de libros, los
considero un rara avis, un objeto preciado de lectura. |
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«Buscábamos
la novedad, la difusión de poesía sin
adicionarle comentarios críticos ni
apoyaturas de tipo “el poeta del momento”.
Queríamos lograr un producto que obligara al
lector a coleccionarla y difundirla en el
boca a boca». |
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17.— ¿“Hojas de hierba” u “Hojas de parra”?
SE.—
Esto me lleva a esos versos de Ezra Pound: “Haré un
pacto contigo, Walt Whitman, tenemos la misma savia y la
misma raíz…”. Creo que hay una visible sucesión entre
Whitman y Parra, y que en ese vector entran muchos otros
poetas de la poesía universal. Con Whitman, entre otros,
nace la poesía moderna en América, y Nicanor Parra
continúa, sin duda, esa tradición, enriqueciéndola con
sus visajes laterales aplicados al género.
18.— Editaste con Fernando Kofman la revista de poesía y
pensamiento “FranKBaires”. ¿A qué necesidades respondía
ese proyecto? ¿A qué autores difundieron?
SE.—
Ese fue un proyecto de Fernando Kofman, quien luego me
invitó a participar activa y generosamente del mismo. La
revista salió entre el año 2005 y el 2007. La propuesta
era cruzar la poesía con la filosofía y la política y
desembocar en algunas consideraciones de tipo crítico.
Un instrumento para generar debate y pensamiento. Por
eso, el guiño a la escuela europea de Frankfurt.
Algunos de los autores publicados fueron Giorgio
Agamben, Theodor Adorno, Walter Benjamin, Gilles
Deleuze. Otro sí digo: Jorge Santiago Perednik, Juan
Carlos Moisés, Jorge Rivelli, David Birenbaum, Juana
Bignozzi y Wislawa Szymborska.
19.— El nombre “Yago” forma parte de tu histórica
dirección de correo electrónico. Procuro rastrear ese
nombre y obtengo: Yago
es la castellanización de Iago, forma antigua
gallega y asturleonesa de “Iacobus/Iacob”, del hebreo
“Jacob”. Forma parte del origen del popular nombre de
Santiago, fruto de la unión de Sant + Iago. Por otro
lado, tenemos que Yago es un personaje fundamental en la
tragedia Otelo, el moro de Venecia de William
Shakespeare. ¿Te hice un pase gol o apenas te tiré un
centrito?...
SE.—
Todas tus citas sobre el nombre son precisas, con lo que
casi huelga agregar a la ristra etimológica algo más.
Tal vez decir que también tiene procedencia en España y
que deriva del apelativo Sant (Santo) y se junta con
Yago. De ahí resulta Santiago. Por último, debo aclarar
que carezco absolutamente de dotes histriónicas, por lo
que no creo estar cerca de ningún santo y mucho menos de
las características del Yago del genial bardo inglés. |
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«Es
así que durante cerca de un año incursiono
en una práctica budista intensa, haciendo
mis oraciones y disciplinas diarias. No
entro en el asunto a través de lo religioso,
pero sí a través de la búsqueda de un
soporte que me permita ver una salida, un
tránsito hacia otro estado. Y en este
sentido fue muy beneficioso el intento». |
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Santiago Espel ha seleccionado poemas inéditos de su
autoría para acompañar esta entrevista:
El vendedor ambulante de biblias
Lleva la palabra de Dios de casa en casa.
Sabe unos versículos de memoria que recita
proféticamente cuando le abren la puerta.
Ego sum qui sum
y alza los globos oculares.
Por su eficacia infalible en las ventas
para el dueño de la empresa es el mesías.
De casa en casa lleva la palabra de Dios.
Frente a los compradores ensaya
una exégesis deliberadamente críptica.
Si no fuera por la circunstancia de criar
ovejas negras en la terraza de un piso 20
sería un hombre perfectamente normal
además de un imbatible vendedor de biblias. |
*
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El acorde místico de
Scriabin
La vibración rebota
en los gruesos
paños de la sala:
aros perforando
las paredes de agua
del sonido.
Es la meditación del
instante
hecha coágulo en la
eternidad.
A miles de
kilómetros de
distancia
entre serpientes y
carnavalitos
canta el arroyo y
rezonga el carancho. |
*
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Babieca
Tratando de entender
las propiedades
abstrusas de los
carbones y los
aldehídos
en plena clase, en
la noche cerrada,
tu cuerpo abierto de
ciervo rojo bajo la
luna.
Nada de lirismo, me
dijiste, haciéndome
lugar en la cama. |
*
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El hacha de sílex
Rebajada a vitualla
arqueológica
el mango rústico
abraza los cantos de
la piedra
y se pierde en
vaguedades de
estilo, la forma
en que caía sobre el
lomo del animal
o sobre la espalda
del adversario.
Una tipificación
celosamente
estudiada
hace de la bravura
de antaño un visaje,
una elegía para el
asombro del museo.
Ríos de sangre
intactos aún corren
por su filo
irregular, y van a
secarse
en el liquen de los
muros.
De esa doctrina
abrevan los hombres,
sin enjuagarse las
manos, ni mirarse a
la cara. |
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«El proyecto se me impuso pensándolo desde la utilidad,
desde el vislumbre de hacer el intento de decirme y
decirle al lector qué me pasa a mí en el momento de
escribir un poema o de leer uno que no me pertenece.
Intenté mostrar el lado de adentro del guante, aunque en
algunos casos pueda resultar repulsivo, u obsceno». |
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La esponja con vinagre
Forzó al límite la vanguardia
y se perdió de noche en el
contraste de la salina.
Se impuso la penitencia del
soneto
y la extravagancia del verso
yámbico.
Lo encontraron disecado y con
los ojos en el cielo. |
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Crónica de la muerte del autor
Podría ser un primerísimo y
magistral plano de Chabrol,
porque llueve en París, y el
viento golpea con fuerza
en los toldos de los cafés,
mientras un hombre con
sobretodo cruza la calle con un
diario bajo el sobaco
y un cigarrillo en los labios,
pegado a la comisura.
Sigue otro plano en perspectiva
plana y casi velada:
Una camioneta de lavandería
dobla una esquina
y embiste al hombre que no ha
terminado de cruzar
ni de llegar a la Sorbona, donde
al parecer, se dirige.
El cuerpo acusa el impacto y
queda laxo en la calle.
Estamos en la Rué des Écoles, es
25 de febrero de 1980.
Un travelling recorre de pies a
cabeza al viejo canoso
que ha perdido sus zapatos y el
diario del día.
De alguna extraña manera, el
cigarrillo sigue pegado
a su boca, y el fino papel se
empieza a teñir de rojo.
Después de amagar algo que
parece una disculpa
o un gesto impávido de asombro e
indignación,
el hombre que maneja la
camioneta con ropa limpia,
planchada y perfumada, se aleja
del círculo de curiosos
y dobla con vehemencia la
esquina, dejando el rastro
de los neumáticos borrándose en
la película de agua.
El hombre que maneja la
camioneta es una silueta
que no sabe que acaba de
atropellar a un viejo canoso
nacido Roland Barthes que habló
de la muerte del autor.
El viejo canoso morirá un mes
más tarde en un hospital.
Predijo la desaparición y la
muerte metafórica del autor.
Encontró una mañana de frío y de
manera involuntaria
el signo más concreto de su
semántica y su fatalidad.
Los dos inciden en el
pensamiento contemporáneo:
Uno por haberlo gestado. Otro
por haberlo interrumpido. |
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ENTREVISTA
realizada a Santiago Espel, a través del correo electrónico, en las
ciudades de Oliva y Buenos Aires, distantes entre sí unos
17 kilómetros, por Rolando
Revagliatti. |
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Rolando Revagliatti
(Buenos Aires,
Argentina, 1945), escritor,
poeta y dramaturgo, comienza
su quehacer literario colaborando
asiduamente con poemas y
relatos en diarios y
revistas, en soporte
digital y papel, y sus
textos han sido
publicados en
numerosos países de
América y Europa, donde
se han traducido al
francés, italiano,
holandés, ruso, rumano,
albanés, portugués, catalán,
vasco, bengalí, asturiano,
inglés, búlgaro,
esperanto, maltés y
alemán.
En la década de los 90,
dirige y edita de las
colecciones de
cuadernillos Musas de Olivari
(1994-1995), los pliegos
literarios Olivari
(1993-1995) y Huasi
(1996-2002).
En dramaturgia cabe
destacar su ensayo Las
piezas de un teatro
(RundiNuskin, Editor,
1991; luego reeditado
por Nostromo Editores,
2004).
Como narrador,
merecen especial mención
sus compilaciones de
cuentos, relatos,
minificciones, tituladas
Historietas del amor
(1991)
y Muestra en prosa
(1994).
Revagliatti se inicia en
el mundo de la lírica
muy joven, publicando
sus primeros poemas en
el periódico “Alberdi”
(1966-1974) y en
diversas revistas
culturales. Su obra
poética, la más extensa
de su creación literaria,
la componen quince
poemarios, con títulos
como De mi mayor
estigma (si mal no me
equivoco) (1993),
Trompifai (1997),
Fundido encadenado
(España, 1998; en
Argentina, 1998),
Picado contrapicado
(1998), Ripio
(1999), Desecho e
izquierdo (1999),
Propaga (2001),
Ardua (Argentina,
2001; Holanda, bilingüe:
castellano-neerlandés,
Stanza, 2006), Corona de
calor (2004), Del
franelero popular
(en colaboración: “7
Poetas Argentinos”,
2005; y en “Lo Erótico y
Otras Yerbas”, 2006),
Obras completas en verso
hasta acá (2007),
Sopita (2008),
Pictórica (2011),
Tomavistas (2012) y
Leo y escribo
(2013). Ha sido incluido en antologías
publicadas en Argentina, Brasil, Perú, México, Chile, Panamá, Estados Unidos, República Dominicana, Venezuela,
España, Alemania, Austria, Italia y la India.
Ha colaborado con poemas
en diversas obras
antológicas, como
Letras Contemporáneas
(en portugués, 1998),
Poesía en el Subte
(1999), Poesía
argentina año 2000
(tomo 1, 1999),
Poesía hacia el Nuevo
Milenio (tomo 2),
MeloPoeFant
Internacional
(bilingüe
castellano-alemán;
Alemania, 2004),
Pequeña Antología de la
Poesía Argentina
(selección de Jorge
Santiago Perednik,
2004),
Dramaturgia
Latinoamericana:
Argentina
(en República
Dominicana, 2008);
Italiani d’Altrove
(bilingüe
castellano-italiano;
Italia, 2010),
El Verso Toma la Palabra
(México, 2010),
El cine y la Poesía
Argentina
(selección de Héctor
Freire, 2011) y
Poesía en Libertad
(2013),
Minificcionistas de ‘El
Cuento’. Revista de
Imaginación
(Ficticia Editorial,
México, 2014), entre
otras.
Ha publicado
tres obras antológicas
que recogen una buena
selección de su poesía:
El Revagliastés
(2006), Proponerte
que Creas (Caracas,
Venezuela, 2008) y
Revagliatti. Antología
Poética (2009). Es
autor también de
cuatro poemarios, inéditos en soporte papel,
con los títulos Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo,
Infamélica, Viene junto con
y Habría de abrir,
cada uno de los cuales
cuenta con dos ediciones-e: en PDF y en FLIP (Libro Flash).
La obra de Rolando
Revagliatti ha sido
galardonada con diversos
premios y su labor
creativa ha sido
distinguida en múltiples certámenes de poesía de su país y del extranjero.
Sus libros han sido editados electrónicamente y se hallan disponibles en
esta dirección: Revagliatti.
Desde 2013 realiza entrevistas a escritores argentinos a través del correo electrónico,
que ven la luz en
diversos sitios de
internet, una primera
selección de los cuales
se halla editada, desde noviembre de 2019,
con el título Documentales. Entrevistas a escritores argentinos,
tomo I.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 3. Página 13. Año XX. II Época. Número 108. Enero-Marzo 2021.
ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2021 Rolando Revagliatti.
© Las imágenes se usan exclusivamente como ilustraciones de la entrevista y han sido aportadas en su totalidad por el autor del texto. Cualquier derecho que pudiese
concurrir sobre ellas corresponde a sus creadores.
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2021 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte.
Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de
Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana.
Calle Castillón, 3, Ático G, 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).
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