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HUGO TOSCADARAY NACIÓ el 26 de agosto de
1957 en la ciudad de Buenos Aires, la
Argentina, y alterna su residencia entre su
ciudad natal y la ciudad de San Antonio de
Areco, provincia de Buenos Aires. Integró
los grupos literarios “El Taller del Sur.
Resistencia Cultural”, “Tome y Traiga” y “La
Sociedad de los Poetas Vivos”. Poemas suyos
fueron incluidos, por ejemplo, en las
antologías Testigos de tormenta
(1995), Cuerpo de abismo (1999),
Poesía en tierra (2004) y Canto a un
prisionero. (Antología de poetas americanos:
Homenaje a los presos políticos en Turquía)
(2005). Obtuvo primeros premios en España y
Brasil, y, entre otras distinciones, la
Mención de Honor del Premio Hispanoamericano
del diario La Nación, en 1998.
Colaboró en las revistas argentinas Amaru,
La Carta de Oliver, El Aleph;
en Babel de Venezuela; en Prometeo
de Colombia; en El Lagarto Verde de
México, etc. Fue co-coordinador de dos cafés
literarios en la década de los noventa.
Publicó los poemarios 10 Tangopoemas y 3
(Ediciones El Cañón Oxidado, 1989), La isla de la sirena de las
escamas de fuego (Colección Elefante en
el Bazar, 1995), Naufragario
(Editorial Turkestán, 1997), La balada
del lobo (Ediciones Canto Rodado,
1997), Amantes zodiacales, Premio
Diario La Nación (1999);
El nadador unánime (Fondo de Cultura
Económica, 2004), La balada
del pájaro tinto (Ediciones del Viento, 2005), Los
pasajeros de Renca (Ediciones
del Viento,
2006), Fuego
negro (Editorial
Turkestán,
2011) y Elogios o las alucinaciones del
derrumbe (Ediciones Homo Ludens, 2015).
1. —¿Cómo has ido (y venido)? ¿Cómo vas?...
H. T.—
Cuando cumplí cincuenta años me miré en el
espejo, entonces vi señales de que antes no
estaban. Pero me dije: El tiempo no existe.
Luego recibí un llamado por el que supe que
un amigo muy querido había muerto. Pero me
dije: El tiempo no existe. Después llegó mi
pequeña hija casi hecha mujer. Pero me dije:
El tiempo no existe. Finalmente giré la
cabeza y vi que el camino hacia atrás era
mucho pero mucho más largo que el que tenía
por delante. Pero ya no me importó porque lo
que había detrás era tan fuerte, tan
poderoso, como aquello que aún estaba por
venir.
Como he manifestado en otras oportunidades,
nací en el barrio de Villa Luro. Porteño por
nacimiento y andanza, virginiano por
naturaleza y cronopio por decantación mágica
(o, al menos, es lo que me dijo Cortázar en
el ’84, tocándome el hombro).
Mi infancia (sus increíbles tesoros) y mi
barrio son mi andamiaje, mi única patria y
mi bandera.
Soy un muchacho triste que siempre anda
contento.
He vivido en muchos barrios de mi ciudad
natal, pero he dormido en todos.
También he vivido en el faldón del Cerro
Uritorco, entre hippies y alucinados.
Y, además, en la ciudad capital de la
provincia de San Luis, donde conocí el
insomnio y la desesperanza.
He trabajado en el puerto de Buenos Aires
muchos años junto a los barcos que
alimentaron mi sed. Tengo un máster en
supervivencia y otro en soñar despierto. Fui
publicista, vendedor de perfumes
sofisticados, fundidor de iniciativas
comerciales, burócrata y coordinador de
talleres literarios, empezando por centros
barriales, hasta la Universidad Nacional de
San Luis. También, ejerciendo el periodismo
en diferentes espacios, como las llamadas,
en su momento,
“FM Truchas” o en la
“FM
Universidad”, y en distintas revistas y
periódicos barriales. Hoy lo sigo haciendo
en una radio cultural y en desperdigados
impresos.
Por definición callejera, fui un
atorrante desde la adolescencia, es decir,
una especie de fauno que deambulaba por los
bares en las noches de la gran ciudad, hasta
que vino el fantasma del paso del tiempo y
me anunció con su matraca el fin del recreo.
Amigo fervoroso, bohemio incorregible,
dionisíaco en las mesas e intrépido en los
funerales; simpático a veces, cabrón muchas
y melancólico siempre hasta la pesadilla.
Olvidé cada fracaso para reincidir
después en cada uno, tanto hasta lograr
corporizar al dolor para que fuera mi amigo.
Amo el rumor de los pájaros, la
solemnidad de los escarabajos, la música del
agua y los abrazos, la rebelión de los
abrazos. Amo la lluvia, el perfume de las
hojas quemadas en otoño y las tormentas. Amo
la noche, los bodegones hundidos en la
noche, los barcos y los puertos, las cocinas
humeantes, las asambleas populares y el
canto colectivo.
No hablo del odio, el rostro aciago del
amor, porque voto al amor y su faena; mas
desprecio la injusticia y la violencia
cotidiana de los poderosos sobre los que no
tienen nada. Aborrezco además a los
automóviles porque matan al hombre más que
las fieras; a los teléfonos porque carecen
de piel y de temblores y a los aviones
porque despojaron del misterio a las enormes
distancias.
No creo en dios alguno, pero
parafraseando a Robert Desnós “Tengo un
profundo sentido de lo infinito, lo que me
hace tan religioso como cualquiera”. Pienso,
por otra parte, que sin misticismo no hay
arte. Todo poeta es místico.
Además de todo esto, voy enamorado. |
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Por definición callejera, fui un
atorrante desde la adolescencia, es decir,
una especie de fauno que deambulaba por los
bares en las noches de la gran ciudad, hasta
que vino el fantasma del paso del tiempo y
me anunció con su matraca el fin del recreo. |
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2.— ¿Qué programas radiales estás
conduciendo? ¿Qué te demanda cada uno en su
producción?
H. T.—
Cuatro son los programas a mi cargo en la FM
Origen —Radio Cultural— 102.9: “Las Cosas y
los Días”: periodístico de noticias, lunes a
viernes de 11 a 13 horas; “Alrededor de la
Medianoche”: dedicado al jazz, lunes,
miércoles y viernes de 22 a 24 horas; “El
Caballo en el Tejado”: dedicado a la poesía,
martes de 22 a 24 horas; “Casa de
Náufragos”: sobre el hombre y su entorno,
jueves de 22 a 24 horas.
Con relación a la producción de cada uno
—porque soy el productor de mis propios
programas—, lo que me demandan es tiempo,
concentración y —lo que más me exijo— el
buen gusto. Hay programas como el de 11 a
13, que me ocupa toda la mañana, ya que debo
levantarme muy muy temprano, leer las
noticias, elegir las que me parecen
relevantes pero que además se ocultan en los
grandes medios, masticarlas, reflexionar
sobre cada una y, a partir de allí, armar el
discurso comunicacional. A todo eso debo
agregar la elección de la música para cada
una de esas noticias.
El caso del programa de jazz es bien
diferente porque lo que hago es elegir uno o
dos intérpretes, buscar el material
biográfico sobre cada uno y, luego, la mejor
parte: seleccionar la música. En el caso del
de poesía, el modus operandi es
similar: opto por la obra de un poeta,
selecciono el material para dos horas de
programa y le sumo un intérprete para la
música, generalmente instrumental, que
acompañará los textos.
Finalmente, “Casa de Náufragos”, que es el
que más disfruto y —por los muchos y
diversos comentarios que recibo— el que más
disfrutan los oyentes. Es un programa de
tono intimista, lo que se denomina “un
programa de autor”. En él tomo un tema
diferente en cada entrega, que van desde La
Soledad o La Infancia hasta La Guerra o Los
Medios de Comunicación, desde El Vino o El
Tabaco hasta La Democracia o La Explotación.
Siempre es un tema central, desde el cual
expongo mis sentires y mirares. También es
el programa que mayor producción requiere,
ya que cuenta con unos veinte textos para
cada noche de jueves y la particularidad del
eclecticismo en la música; nunca repito un
mismo género en cada emisión: hay un tango,
una cueca, un landó peruano, música gitana,
jazz, fado, chansón, en fin, trato de
acompañar cada texto con lo que emotivamente
me lleva a una música y, muchas veces, a una
región particular.
Como verás, Rolando, podríamos decir que es
insalubre, pero eso sí: me mantiene
despierto y muchas veces exultante.
3.— Siendo un veinteañero formaste parte de
“El Taller del Sur — Resistencia Cultural”.
¿Con quiénes, cómo resistían en plena
dictadura cívico-militar?
H. T.—
Yo militaba en una organización de izquierda
(lo hice desde el 74, en la secundaria,
hasta iniciado el nuevo siglo) y estaba de
novio con la que fue mi primera pareja. Ella
es pintora y vivía en Sarandí-Avellaneda.
Nos movíamos en ese entorno de artistas y
bohemios. En el 79 decidimos estar en la
calle con lo que cada uno hacía, de ese modo
tomábamos, por ejemplo, el Parque Domínico y
montábamos la muestra de pintores y la
lectura de poemas, habitualmente parados en
los viejos bancos de mármol del parque. A
veces, alguien cantaba y otras, alguien
bailaba. Esto lo hacíamos itinerante,
mudábamos la muestra cada domingo. Cuando
aparecían “caras extrañas”, nos íbamos. Te
debo los nombres, alguien podría ofenderse
con estos recuerdos, es gente que dejé de
ver hace mil años.
Lo que podría agregar es que, hacia el final
de esta etapa y por contactos surgidos de
ella, comencé a frecuentar las oficinas de
la Editorial Botella al Mar. Allí conocí y
confraternicé hasta su fallecimiento con
Arturo Cuadrado; y con Francisco Madariaga,
Élida Manselli, Alejandrina Devescovi, Irene
Marks, Francisco Squeo Acuña, Carmen Bruna,
Horacio Laitano, Eduardo Biravent, Carlos
Giovanolla (quien publicó mi primer poemario
en su Editorial El Cañón Oxidado), y otros
cuyos nombres ahora se me escapan. El caso
es que los jueves a la tarde/noche, en la
oficina de la calle Viamonte, se armaban
unas reuniones formidables en las que las
conversaciones y la risa eran el centro. |
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Amo el rumor de los pájaros, la
solemnidad de los escarabajos, la música del
agua y los abrazos, la rebelión de los
abrazos. Amo la lluvia, el perfume de las
hojas quemadas en otoño y las tormentas. Amo
la noche, los bodegones hundidos en la
noche, los barcos y los puertos, las cocinas
humeantes, las asambleas populares y el
canto colectivo.
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4.— Pocos años después, durante
el gobierno de Raúl Ricardo
Alfonsín, integraste “Tome y
Traiga”, el grupo multicultural
dirigido por los poetas Armando
Tejada Gómez (1929-1992), Héctor
Negro (1934-2015) y Hamlet Lima
Quintana (1923-2002). ¿Cómo eran
ellos entonces, de quién te
sentías más próximo, con qué
palabras los evocarías?
H. T.—
El “Tome y Traiga” duró poco,
una pena, era un buen proyecto.
Nos juntábamos al inicio en el
sótano de “LiberArte” y, al fin,
terminamos en el sótano de una
pizzería en Villa Crespo, que se
inundaba con las lluvias porque
estaba a la altura del arroyo
Maldonado, sobre la Avenida Juan
B. Justo. Probablemente, lo más
significativo de esa experiencia
para algunos de nosotros haya
sido que funcionó como embrión
de lo que muy poco después fue
la conformación de La Sociedad
de los Poetas Vivos. En el “Tome
y Traiga” nunca sacamos la
cuenta real del número de
artistas y escritores, pero
éramos un montón. Había de todo,
poetas, narradores, músicos,
bailarines, plásticos. En fin,
era una movida que iniciaron
quienes nombrabas, tipos con un
prestigio bien ganado como
poetas, pero también como
militantes del campo popular.
Tanto Armando Tejada como Héctor
Negro fueron siempre generosos y
abiertos conmigo. Con Armando
discutíamos bastante, “sin
perder jamás la ternura”, pero
bastante. Era habitual que
reclamara de mí un “compromiso
con la poesía popular” —cosa que
invariablemente yo desestimaba—
y enfatizaba, además: “Dejá el
surrealismo porque eso distrae”.
Cuando terminaban esas pequeñas
trifulcas, me abrazaba y me
repetía que “a pesar de todo” le
gustaban mis poemas.
Discutíamos, sí, pero también
nos reíamos mucho. Con Negro
fortalecimos la relación con el
paso del tiempo. Tuvimos
encuentros con más frecuencia en
los últimos años que al inicio.
Con quien siempre me sentí más
hermanado fue con Hamlet. Creo
que tiene que ver con el simple
hecho de que Hamlet andaba más
por el centro, por los bares que
yo frecuenté casi toda mi vida y
era muy común, casi cotidiano
juntarnos alrededor de una
ginebra y quedarnos hasta el
amanecer hablando de las cosas
de la vida, como hacen los
amigos.
5.— Como Lima Quintana, Tejada
Gómez y Héctor Negro, también
poemas de tu autoría fueron
musicalizados, en tu caso por
Carlos Andreoli, por Moncho
Mierez. ¿Nos contás sobre esta
arista?
H. T.—
Sí, y también por Hugo Pardo y
por Juan Carlos Muñiz. Yo no soy
letrista, siempre lo puntualizo;
soy un poeta que algunas veces
escribe un poema para ser
cantado. Y eso es todo. No
conozco las reglas de la
letrística ni me desvela
conocerlas. Desde la infancia he
tenido una asombrosa facilidad
para la rima. En mi casa natal
se escuchaban canciones todo el
día y deduzco que mi oreja se
acostumbró a eso. Para mí
escribir una letra es un recreo;
lo lúdico, me distrae, y
especialmente me saca de ese
lugar fangoso del poema.
Obviamente que este comentario
no va en detrimento de los
letristas, entre quienes tengo
amigos entrañables, ni debo
aclararlo, pero escribir la
letra de una canción no me quita
el sueño. El poema sí me quita
el sueño.
6.— Aunque probablemente no te
has esmerado en difundirlos,
tenés tu experiencia como
bloguero: ¿cuántos blogs
tuviste, tenés, con qué perfil
cada uno?
H. T.—
¡Ah! Los blogs, claro, nunca lo
menciono ni hago hincapié
porque, seguramente, me resulta
algo natural. Un blog, para mí,
es como sentarme con amigos a
beber algo y contarles qué
poetas me gustan. Tengo uno de
poesía contemporánea: “El
Naufragario”. Otro de poesía
argentina: “Las Cosas y el
Delirio”. Otro de poesía del
mundo: “Infierno Alegre”. Y otro
en el que voy desde poemas más
extensos hasta ensayos o crítica
poética: “La Nube Centrífuga”.
Pero hay más: uno con poemas
míos que muy raramente expongo;
otro con textos de mi programa
radial: “Casa de Náufragos”; y
otro muy querido: “Andanzas y
Abismos de Monsieur Saralegui”,
en el que aparece toda mi veta
callejera, toda la cosa del
barrio; en fin, el humor que me
ha salvado la vida infinidad de
veces. |
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No hablo del odio, el rostro aciago del
amor, porque voto al amor y su faena; mas
desprecio la injusticia y la violencia
cotidiana de los poderosos sobre los que no
tienen nada. |
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7.— ¿Observaciones, anécdotas
originadas en encuentros de
poetas en los que hayas
participado?
H. T.—
Concurrí a encuentros de poetas
desde muy temprano. En Capilla
del Monte, Chilecito, Monteros,
Luján de Cuyo, Rosario,
Gualeguay, Santa Fe, Mendoza,
San Juan, Neuquén, distintas
ciudades del interior de la
provincia de Buenos Aires: desde
hace más de treinta años que
ando con la mochila llena de
gente. En las anécdotas no voy a
detenerme porque podría llenar
un libro con ellas. Pero puedo
contar una a modo de ejemplo: El
primer encuentro nacional de
poetas al que es invitada La
Sociedad de los Poetas Vivos se
realizó en Luján de Cuyo,
provincia de Mendoza, en 1991.
Hacia allí partimos Marcos
Silber, Carlos Carbone, Jorge
Propato y yo. Eugenio Mandrini,
que es como decir “mi padre”,
siempre reacio a viajar lejos,
se quedó en Buenos Aires, y en
Mendoza nos esperaba el otro
integrante del grupo, Carlos
Levy (años después, ya en este
nuevo siglo, se sumó Santiago
Espel). La cosa es que cuando el
micro —en el que viajaban cuatro
monjas y siete gendarmes,
detalle que nos llevó a bromear
todo el trayecto— efectuó la
primera parada en Pergamino,
pedimos papas fritas. Nos
trajeron un paquete de papas
saladas y no hubo modo de que el
mozo entendiera que era otra
cosa lo que habíamos pedido. En
la segunda parada, en Villa
María, sucedió exactamente lo
mismo: un calco. Cuando llegamos
a la terminal de Mendoza, ya
desesperados por una fuente de
papas fritas, nos metimos en el
primer comedero que encontramos.
Pedimos una fuente de papas
fritas y nos trajeron un paquete
de papas saladas. Fue una larga
semana sin esas papas y nuestro
deseo había cobrado ribetes de
desproporciones, se convirtió en
un tema central. El último día,
parados frente a la combi que
nos llevaría a Mendoza, nos
llamó la atención que Marcos —el
más puntual de nosotros— no
apareciera. Minutos después hizo
Marcos su entrada épica: portaba
una enorme bolsa con papas
fritas, después de convencer al
dueño de una rotisería que las
hiciera cuando el hombre ya
estaba cerrando su negocio.
Nunca sabremos cuánto le costó
esa fritanga.
Pienso que los encuentros sirven
para eso, para encontrarse con
seres con los que uno termina
hermanado y también, vale
decirlo, con desencuentros con
otros seres. A mí personalmente
(y eso que soy de Buenos Aires y
uno erróneamente da por sentado
que en Buenos Aires estamos
todos) me ha servido para
conocer en otros sitios gente
maravillosa, a la que quisiera
ver más seguido. En resumen, los
encuentros sirven para escuchar
y conocer otras voces, otros
tonos bien diferentes al de uno
y entre sí, pero
fundamentalmente para entrelazar
afectos que han de ser, muchas
veces, indestructibles.
8.— Hay un Toscadaray
dramaturgo. De refilón he sabido
que una pieza tuya se titula
Paradero Singapur. Contanos,
Hugo, sobre ella, si se estrenó,
de qué trata, y, eventualmente,
sobre otras que pudieras haber
escrito.
H. T.—
¡Uh, bueno! Durante mi
residencia en el barrio de San
Telmo (casi dos décadas), me
relacioné con personas de teatro
vinculadas al Teatro Escuela.
Cuando supieron que escribía,
uno me pidió un monólogo para
presentar en clase. Ese gustó y
llegó otro pedido. Y luego otro.
Así es como empecé a escribir
monólogos. Hasta que una muy
querida amiga con un cargo en el
Instituto Nacional de Cine y muy
conectada con ese ambiente, me
preguntó si me animaba a
escribir una obra de teatro. Yo
era joven e inconsciente y le
dije que sí. La obra en cuestión
se llamó Paradero Singapur.
En el fondo, no era otra cosa
que un pariente de Esperando
a Godot, pero estaba bien y
le gustó al productor cuyo
nombre —gracias a los dioses— he
olvidado. El productor en
cuestión, un día, desapareció
con el original (era el único
ejemplar, porque en esos tiempos
era caro hacer cien fotocopias),
y, por más que con mi amiga lo
buscamos, el tipo y la carpeta
se hicieron humo. Es el motivo
por el cual no quise escribir
nunca más teatro. Seguramente,
el espíritu de Molière debe
estar muy agradecido.
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Aborrezco además a los
automóviles porque matan al hombre más que
las fieras; a los teléfonos porque carecen
de piel y de temblores y a los aviones
porque despojaron del misterio a las enormes
distancias. |
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9.— Un domingo por la tarde,
mateando en mi casa con cuatro
personas más, algo nos empezaste
a contar sobre una novela que te
gustaría escribir, sobre
personajes de ella de los que te
valés para expresar ciertas
ideas y opiniones y
aspiraciones. Ahora tenés todo
el espacio para pormenorizar
sobre esa novela y sus
personajes.
H. T.—
Sí, recuerdo la charla. Aquí
valdría una introducción.
Tengo
una teoría sobre mí mismo, y es
la siguiente: de pibe yo quería
ser músico, mis padres me
mandaron al conservatorio y era
muy bueno en solfeo y teoría,
pero mis manitas no obedecían,
y, aunque incursioné en alguna
banda barrial de rocanrol,
desistí. Derrotado por mi
torpeza, decidí que debía ser
pintor, amo la pintura. Mi ex
mujer es pintora y, además,
nieta de Miguel Diomede, uno de
los padres del impresionismo
argentino, pero mi torpeza de
nuevo me indicó que no me
alcanzaba con los parentescos
prestados y me decidí por la
escritura. Comencé con la
narrativa, relatos fantásticos y
siempre breves. Algunos llegaron
a publicarse en revistas
literarias, de esas barriales.
Pero si tenía que extender el
relato, lo dejaba a medio hacer.
Me agotaba. Así descubrí que lo
mío era la poesía. O
como
decía un narrador chileno amigo
mío: la poesía es fácil porque
hay que escribir poquito. Es
decir: llegué a la poesía de la
mano del puro fracaso, fue mi
último recurso.
Ahora en serio: creo que soy
poeta porque pasé por todas esas
disyuntivas sin las cuales no
hubiera encontrado mi propia
voz, pero fundamentalmente lo
soy porque la palabra es lo que
mejor me define.
Lo de la novela —y lo anterior
venía a cuento— es una idea de
muchos años que nunca termino de
comenzar por el esfuerzo que
—descuento— me implicaría. Los
personajes son los mismos que
aparecen en uno de los blogs que
ya mencioné: “Andanzas y Abismos
de Monsieur Saralegui”. Y ellos
son personajes que me acompañan
desde hace décadas, personajes
que he utilizado no solo en la
escritura de relatos, no solo en
las redes sociales, sino también
en uno de mis programas de
radio. Monsieur Saralegui, don
Lupercio, Joe Cannabis, Nina
Molotov, el viejo Torrejona o el
ñato Partagás, entre otros, son
personajes que se desenvuelven
en un mundo de conversaciones
bizantinas, divagaciones
variadas y acciones bizarras.
Tengo muchos capítulos por
terminar y lo más importante:
tengo el inicio, el nudo y el
remate, es decir, una historia
que contar. Pero por todo lo que
enumero antes, me da fiaca.
Quizá algún día pueda sentarme y
terminarla.
Ya que lo pedís, Rolando, y como
muestra, dejo aquí uno de los
breves diálogos que se dan entre
capítulo y capítulo:
«¡Vamos a armar un poco de
bardo, hablemos de arte! Dijo en
alta voz Monsieur Saralegui
mirando de reojo a don Lupercio
y a Joe Cannabis que se
apoderaban sin disimulo de unos
bocadillos vascos rellenos de
anchoas y se servían sin
detención un borgoña bien grueso
que estaba sobre el mostrador
del bar Los Bizantinos,
valiéndose de que el viejo
Torrejona —agachado y sin poder
verlos— acomodaba sus célebres
almorranas. ¡Ojo, lo van a
destronar, Saralegui! Gritó el
japonés Brailowsky mientras,
aprovechando la distracción del
adversario, “repatriaba” en el
tablero un alfil que le habían
comido 5 minutos antes.
—Le cuento, don Lupercio, que,
en el locutorio de las
hermanitas Molotov, Cannabis y
yo escuchamos decir a uno que es
poeta o algo así, y el tipo
gritaba en la cabina que no lo
inviten a lecturas ni encuentros
ni festivales de poesía porque
“él está en el futuro”. Qué
paparulo, ¿no? ¡Si está en el
futuro cómo lo van a invitar
ahora! ¿Usted qué piensa?
—No le puedo decir nada,
Saralegui, yo miro una botella
estacionada y me da vértigo.
¿Quién era el poeta?
—No sé, no lo conocemos, don
Lupercio. Usted sabe que yo me
la paso leyendo y leo y leo
tanto poeta minimalista, tanto
fen shui, tanto sushi,
tanto poema bambú y no me lo
creo. Qué sé yo, no sé si será
amarretismo expresivo o pura
moda o las dos cosas juntas. No
hay extrañeza, no hay
revelación, no hay impulso.
Pienso en los poetas que me
acercaron a la poesía y me entra
una tristeza que ni le cuento. Y
claro, a esta época le conviene
que los poetas sean unos
dormidos, no vaya que se les dé
por romper algo. ¿Y usted qué me
dice de este tópico, don
Lupercio?
—Lo que yo puedo decirle es
esto, Cannabis: la heladera Siam
90 fue lo más bendito que este
país nos ha dado.
—Cambiando de tema, hace tiempo
le quiero hacer una pregunta:
¿Usted alguna vez tuvo
automóvil, don Lupercio?
—¡Pero no, Saralegui, si yo
siempre viví en Villa Luro!»
10.— ¿Qué es lo que más te ha
importado —por así decir— y te
importa de la poesía?
HT.—
Lo que más me ha importado
siempre es la poesía (quienes me
conocen lo saben y algunos hasta
lo han sufrido), pero la poesía
en su estado vital, algo de ella
que no se momifica en la
escritura, sino que se continúa
y extiende: las impresiones, las
emociones, los gestos, lo sutil
y lo espeso, lo que flota o se
arrastra. Lo que rechaza o
abraza. Los datos, los números,
lo probatorio de los objetos
siempre han sido para mí un
obstáculo o una prueba por demás
insuficiente de lo inatrapable.
Es decir, descarto, me quedo al
fin con lo que más me interesa:
la búsqueda de la trasparencia.
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No creo en dios alguno, pero
parafraseando a Robert Desnós “Tengo un
profundo sentido de lo infinito, lo que me
hace tan religioso como cualquiera”. Pienso,
por otra parte, que sin misticismo no hay
arte. Todo poeta es místico.
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11. — Rozás el tema de que no
poseés ni un ejemplar de algunos
libros de tu autoría.
H. T.—
Soy un tipo sumamente descuidado
en estas cuestiones, y a tal
punto lo soy que, en efecto, ni
siquiera he guardado para mi
biblioteca un ejemplar de cada
uno de mis libros (ni qué hablar
de revistas y artículos en
diarios). Como ejemplo de esto
creo que es significativo que
jamás guardé ni diplomas ni
objetos ni premios que fui
desperdigando en las manos de
las personas que quiero. Es
decir, que hay libros míos que
yo no tengo, con excepción de
Tangopoemas y Naufragario,
porque mis viejos conservaron un
ejemplar de cada uno, y de
Fuego negro, porque es el
más cercano en el tiempo y
mezquiné los últimos ejemplares.
12.— ¿Thelonious Monk
(1917-1982), Ella Fitzgerald
(1917-1996), Django Reinhardt
(1910-1953), Nina Simone
(1933-2003), Enrique “Mono”
Villegas (1913-1986) o Billie
Holiday (1915-1959)?...
H. T.—
Al “Mono” Villegas tuve la
suerte de escucharlo muchas
veces en vivo y el mejor de esos
recuerdos fue durante un ciclo
que hizo Manolo Juárez con
diferentes pianistas. Una noche
compartieron el escenario, la
música y los chistes dos tipos
geniales, uno era el “Mono”, el
otro, el “Cuchi” Leguizamón.
Aquello fue de antología.
Con respecto a las cantantes
tengo una particular debilidad
por el estilo desgarrado de
Billie Holiday y gran admiración
por la capacidad de la
Fitzgerald —como de Sarah
Vaughan—, especialmente cuando
encaran el scat. Pero mi
cantante de jazz preferida es
Carmen McRae porque al
escucharla a ella sola, las
escucho a todas. De Django
Reinhardt puedo decir que la
mixtura entre su enorme talento
y su historia personal, es
decir: las dificultades que
limitaban su expresión, lo
convirtieron en un músico
indispensable, aunque —debo ser
sincero— el hot jazz no es de mi
preferencia.
Ahora, si de todos los admirados
músicos e intérpretes que
mencionás debo elegir a uno para
hablar de jazz, sin pestañear lo
elijo a Monk. Porque Monk define
el espíritu de lo que en mí
sucede frente a la magia de la
improvisación y especialmente en
el bebop, que es —dentro de mi
canal emotivo— el jazz por
excelencia. Estos locos que un
día inventaron una música para
que los blancos no se la robaran
como había sucedido con el
swing, entraron en mi
adolescencia con una coctelera
de fuego. Bird, Dizzy, Monk, Bud
Powell, Mingus y algunos otros
me señalaron los caminos de la
rebelión del espíritu, como lo
hicieron casi al mismo tiempo
los poetas surrealistas. Gracias
a esa etapa entre los catorce y
los diecisiete años aprendí que
en el espacio entre mi cabeza y
mi corazón cabía todo lo que
podía imaginar y también lo que
aún no había imaginado. Al fin y
al cabo, fue Monk quien dijo:
“Hay luz porque siempre es de
noche”. Ahí está el poema.
13.— El vino y la ginebra son un
par de bebidas alcohólicas que
ya han sido nombradas. Y un
poemario tuyo que permanece
inédito se titula El whisky
desnudo. ¿Nos contás de ese
whisky, de esa desnudez? ¿Otros
libros tenés ya cerrados y a la
espera de difusión?
H. T.—
Bueno, si vamos a tocar este
punto, antes debo decir que mi
libro Naufragario,
publicado en 1997, es un largo
trayecto no solo por los
puertos, no solo por las
diferentes partes del cuerpo
femenino, sino, además, un largo
recorrido por todas las bebidas
alcohólicas que conozco. Ahora
bien, El whisky desnudo,
que no refiere ya a alcoholes
sino a la condición humana, es
una sucesión de poemas muy
breves y forma parte de un libro
aún inédito que consta de seis
poemarios.
Mientras espero de alguna
editorial la absolución para
este libro,
sigo
trabajando en otros dos flancos:
uno es Elogios, al que
estoy dejando escanciar ya que,
si la palabra es tirana conmigo,
no lo soy menos con ella cuando
dejo en un cajón poemas para que
se aburran y entiendan que si
quieren volver a salir al recreo
tendrán que hacerlo con los
bracitos abiertos. Y otro
muy reciente que nace de una
estadía durante el verano con mi
compañera, la poeta Laura Ponce,
en la selva misionera, en el
llamado “corredor verde de la
selva paranaense”. Una
experiencia —para mí— de gran
conmoción, en el medio de la
nada o, mejor dicho, justo en el
centro del todo.
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Tengo
una teoría sobre mí mismo, y es
la siguiente: de pibe yo quería
ser músico, mis padres me
mandaron al conservatorio y era
muy bueno en solfeo y teoría,
pero mis manitas no obedecían,
y, aunque incursioné en alguna
banda barrial de rocanrol,
desistí. |
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14.— ¿Cuáles son tus preferencias en el terreno de la
narrativa en castellano y tus autores favoritos?
H. T.—
A ver. Nací en una casa en la cual mi padre leía
el diario todos los días y mi madre coleccionaba
recetarios de cocina, pero era una casa sin libros.
Aprendí a leer de las revistas
de historietas, cuando comencé la primaria lo hacía de
corrido. Mis padres, por suerte, notaron, por un lado,
que mi tempranísima verborragia respondía a alguna cosa
extraña que me llevaba a degustar y repetir ciertas
palabras como si fueran chocolates, y, por el otro,
advirtieron mi avidez por encerrarme a leer. Fue
así que compraron la colección Robin Hood y una
enciclopedia en tres tomos que devoré en el trascurso de
esos primeros años. Y esos eran los únicos libros que
había en mi casa. Al cumplir doce años, recibí un regalo
que me llevó a descubrir que había “otra” literatura, un
libro de cuentos de Julio Cortázar: Todos los fuegos
el fuego, que leí y releí hasta que alguien se dio
cuenta que debía ampliar mi biblioteca.
Aquí me detengo y hago una observación: estamos hablando
de la década del ‘60, pleno auge de la literatura
latinoamericana o el “Boom”, como se lo llamaba
entonces. Esto significa que de Cortázar pasé a Gabriel
García Márquez y de ahí a Alejo Carpentier, Manuel
Scorza, Augusto Roa Bastos, y aquí me detengo para no
seguir una lista de nombres esperables. Pero esos mismos
nombres —su escritura—, como es de suponer, me llevaron
al otro lado del océano, a otros mundos posibles y
también hacia el propio territorio, hacia adentro. Y así
me enamoré de la escritura de Leopoldo Marechal, quien
también me llevó a otros territorios. Y Borges, el
narrador, que llegó para quedarse. Luego aparecieron
Haroldo Conti, Daniel Moyano, Juan José Saer. Más cerca
en el tiempo, Andrés Rivera o Ricardo Piglia. En fin,
diré una obviedad: quien ama leer tiene muchos súper
héroes.
15.— ¿Adónde pudieran llevarte los vocablos “crudívoro”,
“razonable”, “provecta”, “inercial” y “estaca”?
H. T.—
No necesariamente todas las palabras me llevan a
un lugar en particular, y cuando una palabra me
traslada, es desde el sonido, no desde el sentido.
En más de una ocasión he
planteado que las palabras no son otra cosa que
artefactos, artefactos para alzar o derribar el poema.
Elijo cada palabra por el sentido de lo que se quiere
significar, pero no es eso lo que la sostiene dentro del
poema, sino su resonancia. La suma de palabras —sonidos—
hacen al ritmo y el ritmo es primordial para que el
poema cobre vuelo o se derrumbe. Si además agrego que la
búsqueda de la transparencia es para mí sustancial en un
poema, difícilmente tropiece con palabras que yo sienta
que lo enlodan o al menos trato de evitarlo. Aquí
agregaría que esos artefactos, las palabras, conllevan
en algunos casos elementos que podría llamar cósmicos o
directamente mágicos y que —por destino ya del mundo
espiritual, ya del inconsciente, nunca sabré la
procedencia— me disparan hacia territorios inesperados.
Pero, insisto, eso ocurre con algunas palabras, no con
todas y no siempre.
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...Como
decía un narrador chileno amigo
mío: la poesía es fácil porque
hay que escribir poquito. Es
decir: llegué a la poesía de la
mano del puro fracaso, fue mi
último recurso. |
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16.— ¿Causas perdidas?: tuyas o no únicamente tuyas.
H. T.—
¡Quienes me conocen bien sostienen que yo mismo
soy una causa perdida! Ahora, en serio, hoy no visualizo
causas perdidas en lo personal. Quizá en lo colectivo,
seguramente, y digo quizá porque en algún punto no las
siento perdidas sino en estado de permanente espera, en
constante vigilia. Aquello a lo que algunos llaman
utopía, eso que me sigue desvelando —hoy con menos
energía en el cuerpo que ayer, pero con la misma
convicción— y que continúa siendo para mí primordial, es
decir, la búsqueda del camino hacia un porvenir humano
verdaderamente justo, equitativo, libre, solidario.
17.— ¿Acordarías con la poeta Patricia Díaz Bialet en
que, de las corrientes poéticas del siglo XX, las más
interesantes son “el creacionismo y el surrealismo”?
H. T.—
Adhiero plenamente, claro. Son vanguardias,
además, que estuvieron hermanadas en algún punto: de un
lado, el creacionismo exponía la idea de una creación
pura, producto de la invención y de alcanzar la belleza
a través de la imagen. Del otro, el surrealismo proponía
por medio del azar o la escritura automática, lo onírico
y el humor, privilegiando el lugar del inconsciente como
disparador y alejado de lo racional, también alcanzar la
belleza a través de la imagen. Pero el surrealismo hizo
un aporte fundamental, fue más allá. En el surrealismo
lo más importante, lo más vanguardista, no fueron sus
“técnicas” o aquello que Bretón convirtió en “escuela”,
sino el hecho de quitar la divinidad del centro y en su
lugar poner al hombre. El surrealismo encarna “una
concepción total del hombre y del universo”, como decía
Enrique Molina. Y eso fue lo revolucionario.
18.— El silencio, la gravitación de los gestos, la
oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la
intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo reordenarías con
algún criterio, orientación o sentido?
H. T.—
El silencio, como lo sorprendente, son aspectos
cardinales, la combinación de ambos me impulsa a la
escritura y refuerza lo místico que hay en mí. Hasta
diría que no me imagino sin ellos. El fervor es una
característica importante en mi poesía del mismo modo
que lo es en mi forma de ver el mundo y de transitarlo.
No la oscuridad, pero sí la penumbra es una vieja y
querida compañera por la que me siento abrigado siempre.
La gravitación de los gestos, para alguien tan
detallista como lo soy, tienen un componente principal a
la hora de conectarme tanto con la escritura como con el
entorno. El sentimiento de desolación y del que soy
totalmente consciente porque la vida me ha enseñado a
reconocerlo bien, me arrastra a la tristeza, motivo por
el cual trato de apartarlo, aunque inútilmente muchas
veces. En cuanto a la intemperancia, la dejo para el
final porque me reconozco (y se me reconoce en el ámbito
de lo íntimo) como una persona intolerante y lo soy,
pero solo frente a las cosas que —según mi visión—
atentan contra lo humano.
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...Sigo
trabajando en otros dos flancos:
uno es Elogios, al que
estoy dejando escanciar ya que,
si la palabra es tirana conmigo,
no lo soy menos con ella cuando
dejo en un cajón poemas para que
se aburran y entiendan que si
quieren volver a salir al recreo
tendrán que hacerlo con los
bracitos abiertos. |
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19.— ¿Qué significa para vos —y
elijo aquel cuyo título me
entusiasma— tu libro El
nadador unánime?
H. G.—
El nadador unánime
es una serie de poemas breves,
un recorrido por una parte
sustancial de mi infancia y un
homenaje a mis abuelos maternos.
Mis abuelos vascos tenían un
pequeño tambo en las afueras del
pueblo y muy cerca del río en
San Antonio de Areco, a 100
kilómetros de Buenos Aires. En
las vacaciones de verano me
quedaba con ellos, ya que mi
padre atendía su negocio y mi
madre y mi hermana regresaban
con él a la capital. También las
vacaciones de invierno y los
fines de semana largo eran en
Areco. Para un pibe urbano como
yo, aquel era un mundo de
fantasía. Esos altos montes, la
vastedad de la llanura, los
pájaros, los insectos (que me
siguen maravillando), los
animales de granja y los otros,
ese río (en el que aprendí a
nadar) y su paisaje; en fin,
todo un concierto de asombros. Y
ese mundo diferente que me
rodeaba presidido por mis
abuelos, mis dos más grandes y
amados fantasmas.
Antes de pasar a lo central de
tu pregunta, quisiera detenerme
en otro asunto: No puedo hablar
por todos, claro, solo hablo de
mí y de lo que a mí me pasa. La
poesía siempre responde, en
primera instancia, a una lógica
de las emociones. Entre los
pasos inevitables que me llevan
finalmente al poema, es decir:
la contemplación, la revelación
y la aproximación, pasos en
donde siempre está presente lo
inasible de la belleza, es el
niño que vive en mí —el niño
como representación de lo
instintivo o su rostro más
salvaje— quien late, intuye y me
empuja a la escritura. Luego el
adulto es quién corrige, porque
es el adulto el que sabe, el que
razona, el que intelectualiza.
Pero al poema lo hace el niño,
siempre, porque es el niño, aún
frente a las cosas más triviales
de lo cotidiano, quien avista,
se conmociona y traduce a través
de la palabra hecha imagen.
Volviendo a El nadador
unánime, en un momento que
no puedo precisar surgieron
estos textos que conformaron el
poemario. Fue una irrupción
vertiginosa, como suele
sucederme, escrito en unas pocas
semanas en un estado
de inquietud ensoñada que
generalmente saca de sus
casillas a mi entorno. Y también
como suele sucederme, así como
la escritura nace
intempestivamente, la corrección
fue de una lentitud embalsamante.
En
mi poesía la presencia de la
naturaleza es una constante, un
elemento permanente en mi
discurso poético, pero no lo
transcendental;
en este
poemario sí lo es y para
responder en concreto a tu
pregunta diría que El nadador
unánime es para mí el
intento de atrapar la felicidad
de aquel mundo perdido.
Aunque si lo pienso bien, esa
persecución está en toda mi
poesía porque, al fin y al cabo,
como diría Molina —y lo sigo
citando—, la poesía es “el
demonio de la insatisfacción
permanente”.
20.— Santiago Espel, en su
Notas sobre la poesía se
formula las preguntas que ahora
te transfiero: ¿Dónde refleja el
poema su época? ¿En el
tratamiento del lenguaje o en
los temas que aborda?
H. T.—
En ese sentido puedo pensar que
el poema refleja su época en
ambos planos, y podemos
encontrar muchas muestras de
ello; pero creo que más allá de
los sucesos que, parafraseando a
Marx, son cíclicos, lo que
definitivamente determina la
época en el poema es el
lenguaje. No obstante, pienso
que la buena poesía es
atemporal. Voy a ese tipo de
ejemplos antipáticos, extremos e
inútiles: ¿Podemos imaginar la
irrupción del movimiento
piquetero del siglo XX descripto
en el lenguaje de Quevedo o de
Góngora? Al menos nos haría
gracia. Trataré de dar otro
ejemplo, pero en la dirección
que intento responder y para
ello regreso a Enrique Molina,
para mí quizá el mayor poeta que
ha dado nuestro país. Creo y
pienso y siento que la mejor
poesía es lárica y es lírica. Lo
lírico en Molina es claro, está
dado por el uso de sus imágenes
sorprendentes y la conmoción que
de ellas se desprende. En cuanto
a lo lárico, Molina no se
detiene nunca en una geografía,
su lugar es el mundo. ¿Y esto
qué tiene que ver con la
pregunta? Pues que en la poesía
de Molina no hay temas que se
vinculen con un tiempo en
particular, con sucesos
fidedignos, con aspectos de la
realidad histórica. La época, el
tiempo, para Molina es el de la
poesía y lo que lo hace un
contemporáneo es justamente su
lenguaje.
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Aprendí a leer de las revistas
de historietas, cuando comencé la primaria lo hacía de
corrido. Mis padres, por suerte, notaron, por un lado,
que mi tempranísima verborragia respondía a alguna cosa
extraña que me llevaba a degustar y repetir ciertas
palabras como si fueran chocolates, y, por el otro,
advirtieron mi avidez por encerrarme a leer. |
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Hugo Toscadaray
ha seleccionado unos poemas de su
autoría para acompañar esta entrevista.
SOBRE LOS OBJETOS HALLADOS EN LA COSTA
he aquí el zapato negro del negro pájaro de Kansas.
en él se pueden oír:
- el abrir y cerrar de los párpados del encantador
de
serpientes
- el dedo del jardinero batiendo la casa de los
escarabajos
- la rodadura final en los durísimos labios de un viejo
y cansado trompetista
- el jadeo de una vendedora de cosméticos en la mente
de un hombre desesperado
- el roce de los dedos acariciando la copa en un pub
solitario de la calle 52
- el mortal jaque de un blues clavándose en la ojera
del amante
- el rugido de un cádillac de piernas afiladas
demoliendo
la torre del bebop
hoy el zapato negro
es un animal delicado de cabellos de sal
flotando sobre la arena
con la arrogancia de una cama de bronce.
De La isla de la sirena de las escamas de fuego.
*
TRAMO CUARTO:
EL ÍNDICO MIRA CON SU OJO DE TRASATLÁNTICO
QUE SE DESLIZA POR UN SILENCIO DE ALGAS.
dice que debo lavar mis ojos en abu qutub
para poder tocar su cuerpo.
la sulamita dice estas y muchas otras cosas.
la sulamita es pequeña
pequeña ante el desierto
pero
es grande
grande la sombra que delatan sus axilas
y fresca y dulce
como duraznos bañados en negro vino grueso.
y su vientre
su vientre es un oasis.
es abu qutub ella cuando hace alivio en mí
cuando hay su sombra en mí
cuando me moja.
De Naufragario.
*
ADÁN Y EVA ENTRE EL CASTIGO Y EL ÉXTASIS
Con la palabra y su filosa piedra construí un hueco
donde durmieran.
Con estrellas innumerables les fabriqué un techo para el amor.
Para que se soltaran puse al mar y su fragancia de sal y
puse al viento.
Plantas y animales fueron para que ambos crecieran en
los otros.
Y los dos así me pagan probando la esfera deleznable del deseo.
Así me han postergado por adorar a venus
después de prodigarme en ofrendarlos.
Sabiendo que jamás tocaré cuerpo de mujer ni hombre.
Sabiendo que jamás nadie ha de tocarme.
Burlándose de mí entre susurros.
Diciendo al señalarme:
padre dios el eunuco.
De Amantes
zodiacales.
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Tres poemarios de
Hugo Toscaraday:
10 Tangopoemas y 3
(Ediciones Cañón Oxidado, 1989)
Naufragario
(Editorial Turkestán, 1997)
Fuego Negro
(Editorial Turkestán, 2011) |
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LOS DÍAS MUERTOS
Escribo que te amo mientras bebo el secreto licor del desvarío.
Escribo bajo el peso suspendido de tu ausencia
—escorpión alado y mudo—
Escribo que te amo en la noche anegada y afirmo:
Tengo corazón que tiembla y suda
como un caballo rojo.
¡Oh corazón mío!
¡Caballo palpitante y mojado!
¡Matungo de nubada enrojecida!
Le haré una pampa, con éste, tu silencio
escribiendo que te amo,
inclinado y solo,
semejante a un puño hundido en la noche anegada.
De La balada del
pájaro tinto.
*
POEMA PRIMERO
Durante la estación de los pájaros que estallan, cuando
la creciente sacuda la paz del río y el cielo, todo,
brame como un animal herido o madera del monte astillada
por el peso del viento que allí se detiene un breve
instante. Cuando las flores silvestres y las plantas del
trópico entrelazadas rocen a los colibríes machos y a
las ranas bombinas de vientre de fuego. Digo, cuando
todo esto ocurra: Allí me veréis, desnudo e intacto como
un cazador olímpico.
De Los pasajeros
de Renca.
*
PAGODAS
Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado
buscando la huella del samurái perdido.
Yukio Mishima solía decir que añoraba el pasado porque amaba el futuro.
Él sabía —o al menos presentía— que esa huella
lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más
puras
que su gente dolorosamente había olvidado.
Yukio Mishima comprendía o se esforzaba por imaginar
que con esa búsqueda su pueblo recobraría la felicidad.
Yukio Mishima —ahora el poeta Yukio Mishima—
ingresó en el pabellón dorado buscando la huella del samurái perdido
y encontró la rebelión y mudó en harakiri.
De
Elogios. (Inédito).
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*
ENTREVISTA
realizada a
Hugo Toscaraday por
Rolando Revagliatti,
a través del correo electrónico, en las ciudades de San Antonio
de Areco y Buenos, respectivamente, distantes entre sí unos 115
kilómetros. |
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Rolando Revagliatti
(Buenos Aires,
Argentina, 1945), escritor,
poeta y dramaturgo, comienza
su quehacer literario colaborando
asiduamente con poemas y
relatos en diarios y
revistas, en soporte
digital y papel, y sus
textos han sido
publicados en
numerosos países de
América y Europa, donde
se han traducido al
francés, italiano,
holandés, ruso, rumano,
albanés, portugués, catalán,
vasco, bengalí, asturiano,
inglés, búlgaro,
esperanto, maltés y
alemán.
En la década de los 90,
dirige y edita de las
colecciones de
cuadernillos Musas de Olivari
(1994-1995), los pliegos
literarios Olivari
(1993-1995) y Huasi
(1996-2002).
En dramaturgia cabe
destacar su ensayo Las
piezas de un teatro
(RundiNuskin, Editor,
1991; luego reeditado
por Nostromo Editores,
2004).
Como narrador,
merecen especial mención
sus compilaciones de
cuentos, relatos,
minificciones, tituladas
Historietas del amor
(1991)
y Muestra en prosa
(1994).
Revagliatti se inicia en
el mundo de la lírica
muy joven, publicando
sus primeros poemas en
el periódico “Alberdi”
(1966-1974) y en
diversas revistas
culturales. Su obra
poética, la más extensa
de su creación literaria,
la componen quince
poemarios, con títulos
como De mi mayor
estigma (si mal no me
equivoco) (1993),
Trompifai (1997),
Fundido encadenado
(España, 1998; en
Argentina, 1998),
Picado contrapicado
(1998), Ripio
(1999), Desecho e
izquierdo (1999),
Propaga (2001),
Ardua (Argentina,
2001; Holanda, bilingüe:
castellano-neerlandés,
Stanza, 2006), Corona de
calor (2004), Del
franelero popular
(en colaboración: “7
Poetas Argentinos”,
2005; y en “Lo Erótico y
Otras Yerbas”, 2006),
Obras completas en verso
hasta acá (2007),
Sopita (2008),
Pictórica (2011),
Tomavistas (2012) y
Leo y escribo
(2013). Ha sido incluido en antologías
publicadas en Argentina, Brasil, Perú, México, Chile, Panamá, Estados Unidos, República Dominicana, Venezuela, España, Alemania, Austria, Italia y la India.
Ha colaborado con poemas
en diversas obras
antológicas, como
Letras Contemporáneas
(en portugués, 1998),
Poesía en el Subte
(1999), Poesía
argentina año 2000
(tomo 1, 1999),
Poesía hacia el Nuevo
Milenio (tomo 2),
MeloPoeFant
Internacional
(bilingüe
castellano-alemán;
Alemania, 2004),
Pequeña Antología de la
Poesía Argentina
(selección de Jorge
Santiago Perednik,
2004),
Dramaturgia
Latinoamericana:
Argentina
(en República
Dominicana, 2008);
Italiani d’Altrove
(bilingüe
castellano-italiano;
Italia, 2010),
El Verso Toma la Palabra
(México, 2010),
El cine y la Poesía
Argentina
(selección de Héctor
Freire, 2011) y
Poesía en Libertad
(2013),
Minificcionistas de ‘El
Cuento’. Revista de
Imaginación
(Ficticia Editorial,
México, 2014), entre
otras.
Ha publicado
tres obras antológicas
que recogen una buena
selección de su poesía:
El Revagliastés
(2006), Proponerte
que Creas (Caracas,
Venezuela, 2008) y
Revagliatti. Antología
Poética (2009). Es
autor también de
cuatro poemarios, inéditos en soporte papel,
con los títulos Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo,
Infamélica, Viene junto con
y Habría de abrir,
cada uno de los cuales
cuenta con dos ediciones-e: en PDF y en FLIP (Libro Flash).
Sus libros han sido editados electrónicamente y se hallan disponibles, por ejemplo, en
Revagliatti.
Desde 2013 realiza entrevistas a escritores argentinos a través del correo electrónico,
que ven la luz en
diversos sitios de
internet, una primera
selección de los cuales
se halla editada, desde noviembre de 2019,
con el título Documentales. Entrevistas a escritores argentinos,
tomo I.
La obra de Rolando
Revagliatti ha sido
galardonada con diversos
premios y su labor
creativa ha sido
distinguida en múltiples certámenes de poesía de su país y del extranjero.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Sección 3. Página 13. Año XX. II Época. Número 109 EXTRA. Abril-Diciembre 2021.
ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2021 Rolando Revagliatti.
© Las imágenes se usan exclusivamente como ilustraciones de la entrevista y han sido aportadas en su totalidad por el autor del texto. Cualquier derecho que pudiese concurrir sobre ellas corresponde a sus creadores.
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2021 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga &
Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3, Ático G. 29730. Rincón de la Victoria (Málaga).
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