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LA NOVELA EL idiota («Idiot») fue
empezada a escribir por Fiódor [Teodoro]
Mijáilovich Dostoyevski (1821-1881)1
en septiembre de 1867, en Ginebra, y fue
terminada en Florencia a principios de 1869.
A medida que la iba escribiendo se fue
publicando en el Ruskii Vestnik («El
Noticiero Ruso» o «El Mensajero Ruso») de
Mijaíl Kátov, quien abonaba a Dostoyevski,
necesitado, como siempre, de dinero, 150
rublos por folio. El 15 de febrero de 1867,
el escritor se había casado con Anna
Grigórievna Snitkina, la fiel y entregada
esposa que hizo todo lo posible por evitarle
preocupaciones para que se dedicase
exclusivamente a su pasión de escribir. La
había conocido en 1866, cuando la contrató
como taquígrafa y le dictó en octubre la
novela El jugador. El 22 de febrero
de 1868, en medio de la redacción de nuestra
novela, nació, primer fruto de este segundo
matrimonio, su hija Sofía, que moriría el 12
de mayo siguiente.
El protagonista de El idiota, el
príncipe Liov [León] Nikoláyevich Mischkin2,
representa el más elevado arquetipo
espiritual y moral salido nunca de la pluma
de este gigante de la literatura universal,
personaje portador de un ideal moral tan
alto que solo puede ser comparado con Don
Quijote, el inmortal personaje cervantino3
tan admirado por el propio Dostoyevski4. Al igual que el Caballero de
la Triste Figura, el príncipe Mischkin
constituye un complejísimo epítome del ideal
moral cristiano, que, en el caso del
novelista ruso, se inspira de manera clara y
directa en la figura de Jesús de Nazaret y
en la enseñanza ética del Evangelio, una
figura que para Dostoyevski no es solo el
Verbo hecho carne, el Dios-Hombre, sino la
encarnación suprema y absoluta de la bondad,
de la misericordia, de la humildad, de la
piedad, de la compasión, de la dignidad, de
la defensa de la vida y de la libertad
auténtica, que son los rasgos que trata de
trazar en el personaje de Mischkin, pero,
como toda privilegiada encarnación de su
portentosa imaginación creadora, dotándolo
de una personalidad, de una sutileza y de
una hondura psicológica inigualables, pues a
Dostoyevski lo que le obsesiona es el alma
del hombre, su espíritu, que es lo que lo
conecta con Dios. Frente al hombre-dios que
se materializará en algunos de los
protagonistas de su posterior novela
Demonios, un hombre-dios que,
precisamente por renunciar a Dios, renuncia
al hombre y niega por completo la
posibilidad de la libertad, Mischkin tiene
como modelo y referente de su conducta a
Jesús, el Dios-Hombre que mantendrá ese
clamoroso silencio en la Leyenda del Gran
Inquisidor frente al nonagenario anciano
que representa el nihilismo y la muerte de
la libertad.
Del mismo modo que San Francisco de Asís ha
sido, aquí en el mundo, el alter Christus
(el «otro Cristo»), en la literatura
universal el más auténtico alter Christus
es el personaje del príncipe Mischkin, al
que, como digo, solo puede comparársele en
este sentido Don Quijote. El historiador
británico Edward Hallett Carr, en su célebre
estudio sobre Dostoyevski, impreso por
primera vez en Londres en 1931, ya hablaba
de los indudables ecos de Cristo en Mischkin5,
de igual manera que también se refería a
Mischkin como una antítesis de Rodion
Románovich Raskólnikov, el joven estudiante
protagonista de Crimen y castigo
(1866), pues si Raskólnikov encarna al
hombre que se cree superior, que
despiadadamente mata a la vieja usurera como
si se tratase de una cucaracha, porque cree
estar llevando a cabo una acción
profiláctica, porque cree estar eliminando
una nociva sanguijuela que se aprovecha de
los demás y les chupa la sangre, Mischkin
encarnaría la sentimentalidad pura, la más
candorosa ingenuidad, la pureza suprema. En
este sentido, viene a decir el historiador
inglés, El idiota es una
continuación, por ser su antítesis, de
Crimen y castigo6.
Rafael Cansinos Asséns, en su maravilloso
prólogo a la novela, también habla de
Mischkin como un argumento contra
Raskólnikov: «homo naturalis versus homo
intellectualis». Pero mucho antes que
Hallett Carr, ya Nicolás Berdiaev
(1874-1948), en el más profundo estudio, a
nuestro juicio, escrito nunca sobre el
novelista ruso, ya que desvela la verdadera
esencia de su pensamiento y de su espíritu,
redactado durante el invierno de 1920-21,
cuando todavía no había sido expulsado de la
Rusia bolchevique, incide con una mayor
penetración sobre estas cuestiones,
especialmente la vinculación de Mischkin con
Cristo y con la idea y la práctica que el
Hijo tiene del Amor7. Ya tendremos ocasión de
volver sobre ello. Aquí solo lo anoto8. |
Pero el paralelismo entre el príncipe
Mischkin y Jesucristo, a pesar de la
extraordinaria profundidad de los juicios de
Nicolás Berdiaev y de Dmitri Merejkovsky
sobre este y otros múltiples aspectos de la
obra y del pensamiento de Dostoyevski, no ha
sido abordado nunca, que yo sepa, con mayor
hondura que la llevada a cabo en 1933 por el
gran teólogo y sacerdote de origen italiano
Romano Guardini (Verona, 1885 – Munich,
1968), que desempeñó su fecundísima tarea de
profesor universitario en Alemania, en
Tubinga y en Munich, y fue elevado al capelo
cardenalicio por Pablo VI en 1965, siendo
muy tenidas en cuenta sus opiniones y
reflexiones en los prolongados debates del
Concilio Vaticano II. Romano Guardini tiene
buen cuidado de no confundir, naturalmente,
al príncipe con Jesucristo, pues, como él
mismo dice, si no, se le vendría abajo toda
su argumentación. Lo que él dice exactamente
es: «El príncipe es el hombre Liov
Nikoláyevich Mischkin. Su existencia es de
un carácter enteramente humano; hay en ella
cuerpo y alma, alegría y miserias, pobreza y
fortuna, puntos culminantes y ruina. Mas
de esa su existencia enteramente humana
emerge, nítida, la imagen de otra que no es
humana, la de Dios hecho hombre»9. En este sentido, antes
de haber leído a Romano Guardini, hace
algunos meses10,
he hablado yo ya de Mischkin como del
alter Christus. Esa otra existencia del
príncipe que no parece propiamente humana,
que incluso tiene algo de incorpóreo,
es a la que se refiere el intelectual
católico Jacques Madaule cuando dice de
Mischkin que «no es en sí mismo más que un
alma afligida en un cuerpo de miseria, pero
un cuerpo casi transparente»11,
es decir, un cuerpo casi pneumático,
un cuerpo espiritual, como el de Jesús
después de la Resurrección12.
La novela transcurre entre un 27 de
noviembre y finales del mes de julio
siguiente. Está dividida en cuatro partes, y
el último capítulo de la cuarta parte es una
especie de epílogo donde se da cuenta de lo
que les sucede a los principales personajes
con posterioridad a los hechos narrados.
Toda la primera parte transcurre íntegra
desde las nueve de la mañana de ese 27 de
noviembre, miércoles, hasta las seis de la
madrugada del día siguiente, jueves, es
decir, unas veintiuna horas ininterrumpidas
y preñadas de acontecimientos. Ya desde la
primera escena, en el tren con destino a San
Petersburgo, se perfilan con meridiana
nitidez los rasgos físicos de tres
personajes, dejándose solo entrever sus
retratos psicológicos. El primero es el
propio príncipe Mischkin, de 27 años,
huérfano de padre y de madre, que regresa de
la clínica del doctor Schneider en Suiza,
donde ha permanecido varios años curándose
de su terrible mal, la epilepsia, gracias,
en buena medida, a la generosidad de Nikolái
Andréyevich Pávlischev, su benefactor,
fallecido dos años antes del comienzo de los
acontecimientos que se describen en la
novela13.
El padre del príncipe, Nikolái Lvóvich, que
fue subteniente, murió veinte años y tres
meses antes de comenzar el relato, como
consecuencia de una bala (según dice el
general Ivolguin, que fue camarada suyo y
del general Yepanchin, en el capítulo IX de
la 1.ª parte, sin especificar si en acto de
guerra o pegándose un tiro). La madre del
príncipe murió seis meses después que su
padre. El segundo personaje es Lukián
[Lucas] Timoféyevich Lebédev, un funcionario
chismoso y borrachín, un hombre mediocre, y,
a veces, un espíritu ruin. El tercero,
Parfén Semiónovich Rogochin, sí tendrá un
papel muy destacado en la novela, pues, en
cierto modo, es el contrapunto moral del
príncipe Mischkin. También tiene 27 años,
pero, a diferencia del príncipe, es muy rico
y obscenamente ostentoso; en su espacioso y
lóbrego apartamento, en habitaciones
separadas, vive su anciana madre, a la que
visita de tarde en tarde para que lo
bendiga. Su alma está envenenada por los
celos, pues Mischkin ama a la mujer que él
también quiere (más bien con un deseo
carnal), Nastasia, que, además,
corresponderá, al menos temporalmente, al
príncipe; pero, sobre todo, Rogochin es un
hombre lleno de resentimiento, de celos
enfermizos y capaz de hacer el mal14.
Su presencia en la novela adquiere en
ocasiones cruciales la visión de un
espectro, de una fantasmagoría siniestra que
se esconde, que acecha al príncipe con sus
ojos escrutadores, que parecen ubicuos y
que, con asombrosa habilidad y destreza, con
inquietante sigilo, vigilan y están en todas
partes, al menos en aquellas donde él quiere
que estén. En la tercera parte, en el
capítulo III, Mischkin piensa de él que «en
el alma aquel hombre no podía cambiar». Con
todo, Rogochin es también una de esas
encarnaciones ambivalentes y duales tan
frecuentes en Dostoyevski, en las que el
novelista ha encontrado «el más importante
principio de la psicología moderna», que no
es otro que «la ambivalencia de los
sentimientos»15,
tal como se pondrá de manifiesto no solo en
el aspecto bonachón de Rogochin, a pesar de
sus criminales instintos interiores, sino en
cómo ama, a su manera, aunque sea de un modo
lujurioso y carnal, a Nastasia, y,
precisamente por no poder poseerla,
la mata (es lo suficientemente inteligente
para comprender que poseer su carne no
significa poseer su espíritu y a todo su
ser, que pertenecen a otro), o en
cómo sufre y se lamenta hasta el paroxismo
después de asesinarla y velar su cadáver
junto al príncipe. |
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Del mismo modo que San Francisco de Asís ha
sido, aquí en el mundo, el alter Christus
(el «otro Cristo»), en la literatura
universal el más auténtico alter Christus
es el personaje del príncipe Mischkin, al
que, como digo, solo puede comparársele en
este sentido Don Quijote. |
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Nada más bajarse del tren, el
príncipe se dirige a la casa del
general Iván [Juan] Fiodórovich
Yepanchin, de 56 años, cuya
esposa, Lizaveta [Isabel]
Prokófievna, de igual edad que
su marido, pertenece a la
familia principesca de los
Mischkin. El matrimonio, que se
profesa mutuamente un sincero
amor, aunque el general haya
podido tener tentaciones de
infidelidad, vive con sus tres
hermosas e inteligentes hijas:
Aleksandra, de 25 años,
Adelaida, de 23 años, y Aglaya,
de 20 años recién cumplidos. El
príncipe acude sin ninguna
intención concreta, solo para
darse a conocer, pues está solo
en la ciudad. Pero, desde el
primer instante, su extraño
aspecto, su franqueza, su
absoluta limpieza de espíritu,
su ingenuidad, sus maravillosas
dotes para contar una historia,
su hermosa y pulcra caligrafía,
la amplitud de sus
conocimientos, pues ha leído
mucho en Suiza, sobre todo
literatura rusa, la infinita
profundidad de su alma, que
repara con insólita piedad y
misericordia en lo humano,
desconciertan y cautivan al
mismo tiempo a los miembros de
la honorable familia, sobre todo
a Lizaveta Prokófievna y a su
hija menor, Aglaya Ivánovna.
Nada más entrar en la casa,
durante el tiempo que lo hace
esperar un criado hasta que lo
reciben los señores, Mischkin
deja una prueba imborrable de su
carácter y de las preocupaciones
últimas de su alma, que se
revelarán aquí en un
sobrecogedor alegato contra la
pena de muerte. No es solo el
hecho de que él, que es un
príncipe, aunque ofrezca un
aspecto un tanto desaliñado que
hace desconfiar al criado, se
dirija a este como a un igual,
lo cual desconcierta aún más al
lacayo, pues ya sabe que es un
noble y que está lejanamente
emparentado con Lizaveta
Prokófievna, sino la extrañísima
historia que le cuenta,
relacionada con una ejecución
mediante el procedimiento de la
guillotina que,
involuntariamente, había
presenciado hacía poco tiempo en
Lyon. Esta primera y hondísima
reflexión sobre la pena capital,
que después va a completar y
aquilatar en presencia de la
madre y de las hijas, no se
detiene tanto en el sufrimiento
físico del reo, que puede ser
muy grande si se le somete a
tortura, pero que, mientras la
víctima está con vida, permite
un rayo de esperanza, por
insignificante que sea, sino que
se centra en lo que, para el
príncipe, es lo más insoportable
de todo, esto es, el espantoso
horror que supone saber de
fijo que uno va a morir
dentro de unos instantes, cuando
al reo se le lee la sentencia y
se procede de inmediato a la
ejecución, por medio de la
guillotina o por fusilamiento.
Lo peor, insiste Mischkin, es
ese saber con absoluta
certeza que el alma va a ser
separada del cuerpo. «Matar a
quien mató —le dice el príncipe
al criado— es un castigo
incomparablemente mayor que el
mismo crimen. El asesinato en
virtud de una sentencia es más
espantoso que el asesinato que
comete un criminal». Advertimos
ya aquí el total distanciamiento
respecto de la ley del talión
del antiguo judaísmo. Con las
Yepánchinas, en cambio (capítulo
V), después de hacer una
descripción del paisaje de Suiza
cuyo tono lo vincula a la
estética de lo sublime del
Sturm und Drang («Tormenta e
ímpetu») del Prerromanticismo
alemán de hacia 1770 —aunque
también se percibe mucho de ese
gozoso contacto con la
naturaleza que experimenta Don
Quijote, y que, entre nosotros,
volverá a experimentar de manera
tan fresca, pura, inocente y
llena de vida el joven Félix
Valdivia de Las cerezas del
cementerio (1910) de Gabriel
Miró—, rememora con morboso
detalle la experiencia de un reo
de muerte al que en el último
instante le es conmutada la pena
capital. En ella aborda, al
menos, tres cuestiones
fundamentales: el ineluctable
«destino» del individuo; la
noción de la «eternidad» (cinco
minutos son todo el
tiempo); y el sentido del
«conocimiento», porque en ese
instante anterior a la muerte,
el individuo lo sabe todo.
Muy poco antes, les había hecho,
nada más conocerlas, una hermosa
disertación sobre el arte de la
caligrafía, que revela su
exquisita sensibilidad (capítulo
III). |
Cualquier buen aficionado a la
historia de la literatura sabe
de la terrible experiencia por
la que tuvo que pasar el
novelista el 22 de diciembre de
1849 en la Plaza Semenovski de
San Petersburgo, cuando,
momentos antes de procederse a
la ejecución de la sentencia de
muerte a la que había sido
condenado (junto con otros
veinte supuestos conspiradores)
por el tribunal militar el 16 de
noviembre, si bien fue conmutada
por el auditor general el día 19
después de recibir la
confirmación del zar Nicolás I,
llega el indulto que lo envía
cuatro años de trabajos forzados
a Siberia16. Este suceso (que no
había sido sino un simulacro de
fusilamiento, pero de
espeluznante y atroz realismo),
como reconoció el propio
escritor más de una vez, lo
marcaría para toda su vida. Se
convertiría en un decidido
opositor de la pena de muerte.
El relato que hace delante de
las Yepánchinas es muy
pormenorizado y conmovedor, sin
duda morboso, como corresponde a
su naturaleza enfermiza y a su
espíritu perturbado por el
sufrimiento humano. Pero ya deja
preclara constancia, en
presencia por vez primera de la
pura y orgullosa Aglaya Ivánovna17,
que, aun cuando haya rozado la
«idiotez» cuando se marchó a
Suiza (él mismo emplea ese
vocablo, admitiéndolo), ahora,
desde luego, a pesar de su
proceder tan insólito, de su
comportamiento tan ajeno a las
convenciones y usos sociales
establecidos, de lo que un poco
antes se había percatado ya el
general Yepanchin cuando lo
recibe en su despacho, es capaz
de mantener un prolongadísimo
razonamiento, de contar con todo
detalle un extenso relato, de
una manera maravillosa,
desconocida, porque lo que sus
interlocutoras empiezan a
atisbar es que, detrás de esa
ingenuidad, hay también una
persona culta, inteligente,
reflexiva, pero sobre todo
dotada de una hondura de
sentimientos inigualable, una
persona absolutamente franca,
veraz, incapaz de mentir, limpio
de corazón, un «pobre de
espíritu» en sentido evangélico.
Esto lo percibe todavía muy
borrosamente, lo intuye solo
ligeramente la perspicaz Aglaya,
que sabe que está ante un hombre
de buen ver, «de estatura algo
más que mediana, pelo muy rubio
y espeso, carrillos chupados y
una barbita en punta, casi del
todo blanca», de «ojos grandes,
azules y fijos», pero, sobre
todo, extrañamente «bueno». Más
adelante, comenzará a darse
cuenta de que esta bondad es
sencillamente infinita. También
en parte le ocurre lo mismo a
Lizaveta Prokófievna, una mujer
muy pendiente de la educación
moral de sus hijas y que es sin
duda bondadosa, incapaz de hacer
mal a nadie.
Ya antes de hablar por extenso
con las Yepánchinas, el príncipe
ha visto en el despacho del
general Yepanchin, y se ha
quedado maravillado de su
hermosísimo y deslumbrante
rostro, un retrato fotográfico
de Nastasia Filíppovna, traído
por Gavrila [Gabriel]
Ardaliónovich Ivolguin, de unos
28 años, que hace las veces de
secretario y hombre de confianza
del alto militar, y que pretende
entablar relaciones serias con
Aglaya Ivánovna, aunque, por
entonces, el círculo de
amistades íntimas del general
quiere casarlo con Nastasia.
Las grandes novelas de
Dostoyevski, a diferencia de las
de Tolstói, se distinguen, entre
otros aspectos, por la
preeminencia que adquieren los
personajes masculinos frente a
los femeninos. La única gran
excepción es El idiota,
en la que, aunque nadie puede
ensombrecer al príncipe Mischkin,
traza, sin embargo, con mano
maestra, como no lo había hecho
nunca antes ni lo hará después
el escritor, las complejas
personalidades de dos mujeres de
sensibilidades muy distintas,
Aglaya Ivánovna y Nastasia
Filíppovna, que se convertirán
en rivales por poseer el corazón
del protagonista. Solo antes, en
Crimen y castigo (1866),
había dibujado otro conmovedor
carácter femenino en el
personaje de Sonia Marmeladov,
«la prostituta de corazón puro
[…] que conduce a Raskólnikov a
la expiación»18, y, sobre todo, en
El adolescente, escrita en
1875, donde volverá a hacer algo
parecido a lo realizado en El
idiota con el personaje
femenino de Katerina Nikoláyevna,
aparentemente superficial y
frívolo, pero muy profundo. No
obstante, en El idiota
indaga con mucha mayor hondura
en el alma femenina,
aproximándose, sin duda, aunque
sin perder de vista quién es el
personaje principal, a lo que
Tolstói había hecho con Anna
Karénina en la novela homónima y
con Natasha Rostova en Guerra
y paz. Es cierto que en
ambas novelas de Tolstói, esas
mujeres adquieren un relieve
extraordinario, que, en el caso
de Anna Karénina, obnubila por
completo todo lo demás, por
maravillosamente
contrapuntístico que sea el amor
entre Lievin y Kiti. Natasha
Rostova, por su parte, es un
personaje sublime, angelical, un
milagro único de la literatura
mundial en cualquier lengua, un
ser del que resulta imposible no
sentirse atraído en lo más
profundo y tenerla como modelo
de honestidad y de limpieza de
corazón. Anna Karénina es, de
otro lado, un personaje femenino
cautivador, quizás el más
subyugante de toda la historia
de la literatura, que embriaga
al lector, que le absorbe por
completo, con ese halo de
distancia inigualablemente
aristocrática, con esa elegancia
del gran mundo, que también
podría pasar por superficial,
pero que es de una complejidad
espiritual sencillamente
abismal, que casi da miedo. Es
un ser atormentado, de destino
terriblemente trágico. Es muy
posible que ningún escritor del
mundo haya penetrado con mayor
hondura en el alma femenina que
Tolstói en esa novela única, un
producto espiritual que por su
inaudita exploración psicológica
solo nos atreveríamos a comparar
con la Betsabé de
Rembrandt en el Louvre o con la
Gertrud de la película de
igual título de Carl Theodor
Dreyer. |
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Nada más bajarse del tren, el
príncipe se dirige a la casa del
general Iván [Juan] Fiodórovich
Yepanchin, de 56 años, cuya
esposa, Lizaveta [Isabel]
Prokófievna, de igual edad que
su marido, pertenece a la
familia principesca de los
Mischkin. El matrimonio, que se
profesa mutuamente un sincero
amor, aunque el general haya
podido tener tentaciones de
infidelidad, vive con sus tres
hermosas e inteligentes hijas:
Aleksandra, de 25 años,
Adelaida, de 23 años, y Aglaya, de 20 años
recién cumplidos. |
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En el mencionado estudio de
Berdiaev, el gran pensador
cristiano ruso afirma una verdad
a medias, porque, queriendo
ponderar por encima de cualquier
otro escritor a Dostoyevski,
precisamente por sus hondas
preocupaciones religiosas y por
su defensa de la libertad del
individuo, y eso sin entrar en
su intensísimo análisis
psicológico de los personajes,
valoración en la que coincido,
es quizás un poco injusto con
Tolstói al calificarlo solo
de gran artista, del más
brillante novelista de todos los
tiempos, por la estructura y
medida construcción de sus
novelas, por su capacidad coral
casi sobrehumana —como, en otro
orden distinto, ocurre en la
bóveda de la Capilla Sixtina—,
por el fresco histórico tan
certero que es capaz de trazar
cuando se lo propone, pero para
Berdiaev no pasa de ahí, es
decir, no posee la elevación
de Dostoyevski, atreviéndose
incluso a insinuar que la
religiosidad de Tolstói tenía un
punto de vanidad, de
egocentrismo.
Todo esto es una
discusión de enorme altura, en
la que han entrado con gran
agudeza, además de Nicolás Berdiaev y de George Steiner,
otros autores, entre los que
destaca de manera especialísima
el gran escritor ruso Dmitri
Merejkovsky (1865-1941)19.
Yo no voy aquí a entrar en ella,
entre otras razones porque eso
supondría escribir otro ensayo
distinto, y, además, no me
siento capacitado para ello,
pero sí quiero decir que la
sutileza psicológica del
personaje femenino de Anna
Karénina no creo que pueda
encontrarse en ningún otro libro del
mundo. Es muy grande también la
religiosidad de Tolstói, y, si
no, que se lea su novela
Resurrección, injustamente
olvidada. Eso sí, es una
religiosidad distinta,
posiblemente más estética que
espiritual, más ligada a la
Naturaleza que a las erupciones
volcánicas que, de vez en
cuando, agitan violentamente el
corazón humano.
Pero es cierto que hay algo en
Dostoyevski que lo hace un
escritor incomparable,
absolutamente único, y ello se
debe en buena medida a la
extrema tensión a la que somete
a sus personajes, una tensión
autodestructiva, o que llega al
límite de las posibilidades de
resistencia psíquica humana. En
el caso de Aglaya Ivánovna y de
Nastasia Filíppovna ha creado
también dos arquetipos, en
cierto modo las dos caras de una
misma moneda, dos mujeres plenas
de matices sutilísimos, casi
inaprehensibles, como todo lo
que de verdad concierne al
corazón del hombre y a los
recónditos intersticios de su
alma. Aglaya es pura, honesta,
inteligente, despierta, culta,
incapaz de mentir, capaz de amar
verdaderamente, pero también es
orgullosa, quizás una pizca
altiva, que no admite dudas ni
titubeos en lo que atañe al
amor. Algunos críticos y
estudiosos, Edward Hallett Carr
y Rafael Cansinos Asséns entre
otros, han pensado que el
escritor pudo inspirarse para
dibujar sus rasgos en una
persona real, en Anna Korvin-Krukovskaya,
con quien Dostoyevski mantuvo
una efímera relación en 1864, al
poco de la muerte de su esposa
María Dmítrievna, ocurrida,
después de una larga y dolorosa
agonía, el 15 de abril de ese
año. A María Dmítrievna Isayevna
Konstant (nacida en 1828) la
había conocido el novelista en
marzo de 1854 en Semipalatinsk
(en Kazajstán), que es donde es
confinado desde el día 2 de ese
mes, después de haber salido
sobre el 16 de febrero del penal
de Omsk (al SE de Siberia, a
unos 2700 km de Moscú). Esposa
de un alcohólico empedernido,
Fiódor se enamora
apasionadamente de ella, inician
un idilio de perfiles románticos
y se casa con ella en Kúsnetzk
(o Kuznetsk, en el oblast de
Penza, al oeste del río Volga)
el 6 de febrero de 1857, estando
ya viuda. |
En cuanto a Anna Vasilevna
Korvin-Krukovskaya (1843-1887),
era la hermana mayor de la
destacada estudiosa rusa de las
ciencias matemáticas Sofía
Vasíliyevna Kovalévskaya, hijas
ambas del general ruso
Vasiliy Vasíliyevich Corvin-Krukovskiy,
descendiente del rey Matías
Corvino de Hungría, mientras que
la madre provenía de una
familia de científicos. Anna, de
ideología socialista, terminó
casándose con Charles Victor
Jaclard, miembro ferviente de la
I Internacional, tomando parte
activa ambos esposos en los
sucesos de la Comuna de París de
la primavera de 1871. Desde
luego, en la maravillosa Aglaya
dostoyevskiana no hay ni un
ápice de ideología socialista,
que, por el frecuente ateísmo de
los partidarios de esa corriente
de pensamiento político, era
algo que el escritor rechazaba
con toda la vehemencia de su
alma (él sabe como nadie de los
sólidos lazos que terminarán
estableciéndose entre el
nihilismo ruso y el socialismo,
un socialismo que derivará,
aunque eso ya no podrá él verlo,
pero sí predecirlo, en
bolchevismo), pero sí hay
bastante en ella de esa
independencia femenina, de esa
inquebrantable autonomía como
mujer, de esa inclinación
decidida a la libertad de juicio
y de criterio que podemos
adivinar en la efímera y joven
amante del escritor durante una
de sus estancias en Alemania.
Pero va a ser de nuevo Cansinos
Asséns quien vuelva a acertar
con inusual perspicacia al
establecer un parecido entre
Aglaya y la María evangélica. Lo
curioso, sin embargo, es que no
especifica de qué María del
Evangelio se trata, aunque se
sobreentiende quién es cuando
afirma: «Aglaya podría ser una María
evangélica, ávida de oír la
palabra de verdad más bien que
la de amor»20.
Es decir, estaríamos ante un
reflejo de María, la hermana de
Marta y de Lázaro (Jn 11, 1-44),
el amigo de Jesús, esa María que
gusta de escucharlo absorta
cuando Jesús acude a su casa de
Betania, mientras que Marta
prefiere permanecer ocupada en
las tareas domésticas (Lc 10,
38-42). Esa María de carácter
íntimo, contemplativo y amoroso
que también unge la cabeza y los
pies de Jesús con un precioso
ungüento de nardo en casa de
Simón el leproso, seis días
antes de la Pascua, atestiguando
el propio Jesús que lo hizo con
miras a su sepultura (Mt 26,
6-13 y Mc 14, 3-9). Esa misma
María que Velázquez, todavía en
su periodo de juventud en
Sevilla, pintó en uno de sus más
interesantes, y sujeto a
diversas interpretaciones,
bodegones «a lo divino»,
Cristo en casa de Marta y María,
de hacia 1618-1620, que se
conserva en la National Gallery
de Londres. |
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En el caso de Aglaya Ivánovna y de
Nastasia Filíppovna ha creado
también dos arquetipos, en
cierto modo las dos caras de una
misma moneda (...). Aglaya es
pura, honesta, inteligente, despierta,
culta, incapaz de mentir, capaz de amar
verdaderamente, pero también es orgullosa,
quizás una pizca altiva, que no admite dudas
ni titubeos en lo que atañe al amor. |
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En cuanto a Nastasia Filíppovna, varios estudiosos
apuntan una leve inspiración, para la composición de
este personaje clave de la novela, en
Marfa [Marta] Brown, una
mujer de vida disipada que mantuvo una corta y
tormentosa relación con el escritor en 1865, casi un año
después de la muerte de María Dmítrievna, cuando aún
estaba cortejando a Anna Vasilevna Korvin-Krukóvskaya.
El comienzo exacto de ese vínculo con Marfa Brown no se
sabe, aunque sí sabemos con precisión que todavía no ha
roto con Pólina [Apollinaria] Súslova21,
a la que probablemente habría conocido en septiembre de
1861,
cuando ella era estudiante en la Universidad de San
Petersburgo, pero con la que intimaría, según Hallett
Carr, entre agosto de 1862 —de vuelta a San Petersburgo,
después de un viaje al extranjero en el que en julio, en
Londres, ha visitado a Alexander Herzen— y 1863. La
hermosa Pólina Súslova, una infidelidad conyugal del
escritor, fue una de sus grandes pasiones amorosas,
coincidiendo con su época de jugador empedernido, pero
se trataba de una mujer destructiva, de un «despotismo»
rayano en la «crueldad», según el propio novelista, que
acabaría encarnándola en un importante personaje de
igual nombre de su novela El jugador (Pólina
Aleksándrovna). A mediados de agosto de 1865, en
Wiesbaden, donde Dostoyevski lo ha perdido todo en la
ruleta, Pólina lo abandona y la ruptura es ya
prácticamente completa, aunque todavía pedirá él su mano
en noviembre, en San Petersburgo, encontrando una
rotunda negativa. Incluso después de casarse con Anna
Grigórievna, todavía recibiría Dostoyevski cartas de la
Súslova, pero la relación íntima, que quizás tampoco
existiese ya durante el episodio de Wiesbaden, estaba
desde aquella negativa definitivamente rota e imposible
de recomponer.
Mujer de origen humilde, Marfa Brown, por la época en
que conoce a Dostoyevski, había
mantenido ya relaciones íntimas con hombres de varias
nacionalidades europeas, y, por entonces, estaba unida a
un periodista bohemio y alcohólico. Al caer enferma, al
poco tiempo de frecuentar al novelista, y ser ingresada
en un hospital, hallándose abandonada de todos,
Dostoyevski la visita, se apiada de ella e incluso le
propone matrimonio, cosa imposible por ser ella mujer
casada y no existir el divorcio en Rusia. Pero esta
última pasión amorosa en la vida del escritor, antes de
aparecer la maternal Anna Grigórievna, será, como
acabamos de indicar, muy efímera.
Aún más penetrante es la comparación, mantenida asimismo
por varios estudiosos y sobre la que insiste
especialmente Cansinos Asséns, de Nastasia Filíppovna
con la María Magdalena evangélica22, esa gran pecadora que
se convierte en la más ferviente seguidora del Nazareno
y que es el primer ser humano sobre la tierra a quien
Cristo se aparece después de su Resurrección. Ya solo
indicar este paralelismo nos está advirtiendo de la
extraordinaria complejidad de este personaje, que brota
de lo más profundo del alma de Dostoyevski. Nastasia
Filíppovna es, en primer término, una mujer de una
«belleza cegadora» e «insoportable», como piensa para sí
mismo Mischkin de su semblante cuando por segunda vez
puede ver el mencionado retrato, donde se dibuja «algo
así como orgullo y desdén ilimitados, y hasta odio… y,
al mismo tiempo, algo de confiado, de prodigiosamente
ingenuo; ese contraste inspiraba algo así como piedad al
mirar aquel retrato. Aquella belleza cegadora resultaba
también insoportable, aquella belleza de un rostro
pálido, de mejillas un poco chupadas y ojos de fuego:
¡rara belleza!» (capítulo VII)23,
pero, ante todo, es una figura literaria embriagadora, y
ello quizás esté íntimamente relacionado con su destino
trágico, que ella no solo intuye sino que lo sabe.
Ella sabe que, antes o después, acabará matándola
Parfén Rogochin, y, a pesar de esta certeza, en el
instante en que parece haberse salvado, en el momento en
que creemos que ha cortado definitivamente los lazos con
su celoso amante, esto es, cuando va a entrar en la
iglesia donde la espera el príncipe Mischkin para
casarse con ella, Nastasia, inesperadamente,
inexplicablemente, se va con ese espíritu atormentado y
turbio que es Rogochin, siempre acechante, asimismo su
maltratador, que le clavará a las pocas horas un puñal
en el corazón. Pero, en el fondo, no resulta tan
inexplicable esa reacción suya, pues ella, como decimos,
sabe de su destino inexorablemente trágico, sabe
que el príncipe, aunque es verdad que la ama y que ha
decidido libremente casarse con ella, la ama con un casi
inhumano sentimiento de piedad hacia ella, una
piedad infinita, que traspasa las edades y los círculos
del firmamento, y ella, Nastasia, además, que es una
mujer culta e inteligente, que se siente pecadora, que
se siente culpable por su relación con su protector
Totskii y con otros hombres, no se ve digna del
príncipe, aunque consienta en vivir con él durante
algunas semanas, porque no quiere manchar la pureza de
Mischkin, su limpieza de corazón. Pero ya veremos qué
desbordante grandeza de corazón tiene esta Nastasia
Filíppovna, cuán inmensa es su capacidad de amar, cuánta
nobleza hay en su alma,24
y cómo, aunque Aglaya Ivánovna, en el único y formidable
encuentro entre las dos rivales, la acuse de perdida,
Nastasia, precisamente por ser una gran pecadora, como
lo fue María de Mágdala25,
no puede ser una perdida para Dostoyevski, sino una
mujer que será absolutamente redimida.
La curiosidad intelectual y la amplia cultura de
Nastasia Filíppovna quedan patentes cuando le reprocha a
Parfén Rogochin su desconocimiento general, incluso el
de la propia historia rusa, y por eso le presta un
volumen de la Historia de Rusia de Soloviev26,
que Mischkin ve sobre una mesa cuando por primera vez
entra en casa de Rogochin (2.ª parte, capítulo III). Al
lado del libro también se encontraba el puñal con el que
Nastasia será asesinada, «un puñalito [...] con mango de
asta de ciervo», en el que repara sin querer Mischkin,
que lo coge distraído, pero que Rogochin le quita de las
manos, guardándolo, momento en el que el príncipe hace
la observación de que acaba de darse cuenta de lo nuevo
que está, observación que exaspera a Rogochin, cuya
irritación repentina estremece simultáneamente a
Mischkin, que lo ha comprendido todo. Esta comprensión
se desprende de sus palabras unas pocas páginas antes, a
modo de estremecedora intuición: «¿Es aquí donde piensas
celebrar la boda?» La boda, es decir, la
consumación de su terrible acción. |
Huérfana desde los siete años, Nastasia Filíppovna es
recogida por Afanasii Ivánovich Totskii, un hombre
extraordinariamente rico, de 55 años cuando transcurren
los acontecimientos que se narran en la novela, que
dirigirá su educación y la visitará con regularidad,
pero que cuando ella cumple 20 años y se produce un
cambio radical en su carácter, se traslada a vivir con
él a San Petersburgo, convirtiéndose en su amante. Esa
larguísima primera jornada de la novela, es, asimismo,
el día en que Nastasia cumple 25 años, y para por la
noche está acordada una reunión en la lujosa casa que le
ha puesto en la ciudad Totskii, a la que está previsto
que acuda el general Yepanchin, y en la que se supone se
habrá de formalizar la relación entre Nastasia y Gavrila
Ardaliónovich. Pero antes de esa turbulenta y
accidentada reunión, en la que tantas cosas inesperadas
acontecen, deben suceder muchas otras de capital
importancia que nos irán perfilando el carácter del
príncipe y de los otros personajes principales de la
historia.
En aquella hermosísima disertación sobre el arte de la
caligrafía, que tan pasmado deja al general Yepanchin,
escribe primero Mischkin sobre «una gruesa hoja de papel
vitela, con caracteres rusos medievales, la frase
siguiente: “El humilde higúmeno27
Parnutti firmó por su mano”». Después de pedirle al
general una edición de Pagodin28,
que aquel parece que no posee, transcribe del francés al
ruso otra frase, pero esta vez no en caracteres del
siglo XIV, sino en caracteres de amanuenses militares:
«El fervor todo lo vence».
Antes de aquel primer encuentro de Mischkin con las
Yepánchinas, el narrador cuenta con todo tipo de
pormenores la historia de Nastasia, y ahí se nos aclara
que no estimaba «nada en el mundo, y menos que a nada, a
sí misma» (sentimiento de culpa que acabamos de
mencionar), mientras que en el siguiente párrafo el
narrador habla de sus ojos, de lo que Totskii adivinaba
en ellos: «parecíale como si presintiese en ellos una
profunda y misteriosa niebla. Aquellos ojos miraban cual
si propusieran un enigma». Este mismo enigma es el que
advertirá al instante el príncipe al contemplar su
retrato. Algunas páginas más adelante, también advierte
el narrador: «Nastasia Filíppovna no tenía nada de
venal». Por supuesto; lo demostrará con creces, hasta
con su propia vida.
En el capítulo V se produce ese primer encuentro del
príncipe con las Yepánchinas, pero antes el general
prefiere «preparar» a su esposa, y, maquinalmente, le
dice, para que sea amable con él, que «el pobre no tiene
donde reclinar la cabeza». Claro está que tampoco esa
expresión, aunque parezca maquinal, es casual, sino de
honda raíz evangélica29. |
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Nastasia
Filíppovna es, en primer término, una mujer de una
«belleza cegadora» e «insoportable», (...) donde se
dibuja «algo así como orgullo y desdén
ilimitados, y hasta odio… y, al mismo
tiempo, algo de confiado, de prodigiosamente
ingenuo. Aquella belleza cegadora resultaba
también insoportable, aquella belleza de un
rostro pálido, de mejillas un poco chupadas
y ojos de fuego: ¡rara belleza!» (...)
«Nastasia Filíppovna no tenía nada de
venal». Por supuesto; lo demostrará con creces, hasta
con su propia vida. |
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Antes de aquella extensa y
morbosa reflexión sobre el
sentimiento del reo ante la
inminente muerte física, hace el
príncipe, delante de sus cuatro
oyentes femeninas, un primer
intento, de precisión clínica,
de descripción de su enfermedad,
enfatizando que cuando «se me
repetían los ataques varias
veces seguidas, caía en un
completo estupor, perdía por
entero la memoria, y, aunque mi
razón seguía trabajando, no
lograba coordinar lógicamente
las ideas». Les habla de su
«cariño» por los asnos y de la
«simpatía» que le inspiran, de
su «felicidad» entre las
montañas de Suiza —«¿Sabe usted
ser feliz?», le interroga entre
sorprendida y gratamente
admirada Aglaya—, y, ya en el
siguiente capítulo, de su amor
por los niños, de cómo le agrada
rodearse de ellos —pues ellos
también, allí en Suiza, «se
apiñaban en torno mío»—,
escucharlos, decírselo todo, sin
secretos, porque «al niño se le
puede decir todo», a los niños
«no se les debe ocultar nada»,
son como «avecillas» y «nos
curan el alma». Repárese en las
referencias evangélicas: el
asno, que tan pacientemente
sufre todo tipo de cargas, y que
fue el animal escogido por Jesús
para entrar en Jerusalén poco
antes del comienzo de su Pasión;
los niños comparados con las
avecillas, como cuando Jesús les
dice a quienes le escuchan
después del Sermón de la
Montaña: «Mirad las aves del
cielo; no siembran, ni cosechan,
ni recogen en graneros; y
vuestro Padre celestial las
alimenta» (Mt 6, 26); pero,
sobre todo, el gustar rodearse
de esas inocentes e indefensas
criaturas a las que Jesús se
refiere en un pasaje muy
conocido: «Dejad que los niños
vengan a mí, no se lo impidáis,
porque de los que son como estos
es el Reino de Dios» (Mc 10, 14)30.
Asimismo, como será cada vez más
frecuente en Dostoyevski,
insertará el príncipe un triste
relato, una historia acaecida
mientras él se encontraba
recuperándose en Suiza, cuya
protagonista, la joven Mary, es
una muchacha desgraciada y
pobre, de la que todos se mofan,
una actitud que él logrará
cambiar en los niños del lugar,
a pesar de la desconfianza que
ese trato tierno y lleno de
piedad produce en los aldeanos.
Este recurso de la narración
dentro de la narración procede,
naturalmente, del Quijote
cervantino, un recurso de raíz
manierista pero sobre todo
barroca que Dostoyevski volverá
a emplear, ampliándolo
considerablemente, en El
adolescente —nos referimos a
la historia que cuenta el
anciano Makar Ivánovich
Dolgorukii poco antes de morir—,
y, de modo muy especial, en
Los hermanos Karamazov,
publicada en 1879, donde
—hablamos de la «Leyenda del
gran inquisidor»— ya no será
solo un recurso complementario o
aclaratorio de la narración
principal o del perfil
psicológico y espiritual del
protagonista, sino que se
convertirá en un recurso
decisivo, capital, para
comprender el sentido último de
toda la obra. En esa triste
historia, el príncipe menciona
por vez primera el nombre del
pintor renacentista alemán Hans
Holbein el Joven, a
propósito de una copia del Museo
de Dresde de una bellísima
Virgen conocida como Meyer
Madonna, cuyo original se
halla en Darmstadt y que se
remonta a 1526-28.
Después de una penetrante
observación sobre el retrato de
Nastasia Filíppovna, que le
permite decir, primero, que «la
belleza… es un enigma» y que
en el
rostro de Nastasia «hay mucho
dolor», pues la belleza
de aquel semblante, que ya le
había impresionado de manera
extraordinaria la primera vez
que lo vio, todavía le subyuga
más ahora, cuando lo requiere
Lizaveta Prokófievna y lo ve por
segunda vez, estampando en él un
beso delante de las cuatro
mujeres, otra nueva muestra de
su anticonvencional modo de
conducirse; después, también,
que Lizaveta Prokófievna, que
siente una sincera pero aún
desdibujada simpatía por el
príncipe, le diga a su hija
mayor que «el corazón es lo
principal, y lo demás es
absurdo»; después de una primera
escaramuza cómplice y secreta
entre el príncipe y Aglaya, que
quiere zafarse del cauto pero
pertinaz asedio de Gavrila
Ardaliónovich, el príncipe se
instala, como había recomendado
el general Yepanchin, en la casa
de su hombre de confianza,
circunstancia que
aprovecha el novelista para
presentarnos de manera detallada
a todos los miembros de la
familia de Gavrila Ardaliónovich.
En casa de este, desde primeras
horas de la tarde de este 27 de
noviembre de marras, miércoles,
en el que tantas cosas, como
hemos adelantado, suceden, el
príncipe habla con todos, intima
desde el primer instante con
quien va a ser uno de sus más
leales confidentes, Nikolái
Ardaliónovich Ivolguin, Kolia,
de 13 años, el hermano menor de
Gavrila, pero, como suele
ocurrir en las novelas del gran
escritor ruso, casi
inesperadamente se produce un
revuelo general, una auténtica
barahúnda provocada por la
inesperada irrupción en la casa
nada menos que de Nastasia
Filíppovna, cuya mala reputación
irrita a Gavrila y a su hermana
Varvara, de veintitrés años.
Nastasia
se presenta para conocer a la
familia de su novio, pero
de manera revoltosa,
aparentemente con un espíritu
muy resolutivo, con descarado
desparpajo, dirigiéndose como un
torbellino ora a uno ora a otro,
aunque todo este comportamiento
no es más que la escenificación
grandilocuente y teatral de su
insatisfacción y de su alma
atormentada. El príncipe, al
verla por vez primera en
persona, le espeta que «yo me la
imaginaba a usted precisamente
como es», pero no solo por haber
visto con anterioridad su
retrato, sino porque «me parece
haber visto en alguna parte sus
ojos… Puede ser que haya sido un
sueño». Como muchas otras veces,
el príncipe habla de modo
vacilante, inseguro, pero
produce un efecto profundo, aún
oculto, en Nastasia, que lo
disimula, hasta casi semejar que
se burla de él. |
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Nastasia
se presenta para conocer a la
familia de su novio,
pero de manera revoltosa, aparentemente con
un espíritu muy resolutivo, con descarado
desparpajo, dirigiéndose como un torbellino
ora a uno ora a otro, aunque todo este
comportamiento no es más que la
escenificación grandilocuente y teatral de
su insatisfacción y de su alma atormentada. |
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Al rato, cuando ya ha hecho su aparición en escena, como
un vendaval, el general Ivolguin, el padre de Gavrila,
con quien este mantiene una tensa relación, debido en
parte a la pérdida de compostura habitual en aquel, a su
afición a la bebida, a su frecuente descuido, lo que no
impide que sea un buen hombre, sin duda mucho menos
mediocre y avieso que su hijo, que tanto se esfuerza en
dar la impresión de estar pendiente de su madre, la
sufrida Nina Aleksándrovna, al rato, decíamos, de modo
imprevisto, inopinado, irrumpe alborotadoramente en la
vivienda Parfén Rogochin, acompañado de Lebédev y de
todo su séquito de clientes y aduladores, personas
oblicuas y de mal vivir. Rogochin, que no respeta en
absoluto las formas, que irrita sobremanera a Gavrila
por la desfachatez de entrar sin ser invitado en una
casa ajena, y más con esa troupe, lo que va es
detrás de Nastasia, aunque termina yéndose, después de
varios duelos de miradas entre Nastasia, Varvara y el
propio Rogochin. Ya se encontrarán ambos de nuevo por la
noche, en la fiesta de cumpleaños que ella ha preparado
en su casa.
Con esta celebración termina la 1.ª parte. A ella
acuden, entre otros, el general Yepanchin, Totskii, por
supuesto Gavrila, y otros personajes de menor
importancia, como un íntimo amigo de este, Iván
Petróvich Ptitsin, de algo menos de treinta años, que
terminará casándose con Varvara, o Daria [Dorotea]
Aleksiéyevna, antigua amiga de Totskii y ahora de
Nastasia, y, claro está, el príncipe, que sube
«temeroso» las escaleras de la casa, todo lo contrario
de Rogochin, que se presenta de manera ostentosa,
prepotente y desafiante. La reunión, que había sido
preparada principalmente por Totskii para que se
formalizase la relación entre Nastasia y Gavrila, acaba
con la humillación total de este, pues,
en su insolencia, fruto, claro
es, de sus celos y de su desesperación por conseguir a
Nastasia, Rogochin arroja sobre una mesa cien mil
rublos, con los que quiere comprarla, y, si es
necesario, está dispuesto a ofrecer mucho más. La
situación va enrareciéndose progresivamente, Nastasia
improvisa un inoportuno e incómodo juego, que consiste
en que cada uno cuente la acción más fea que crea haber
cometido en su vida31,
que coloca a los circunstantes en una comprometida
posición, y, finalmente,
agarra
el fajo de billetes y lo echa al avivado fuego de la
chimenea, retando a Gavrila a que lo rescate; si
lo hace, se casará con él; si no es capaz de llegar a
eso para demostrarle su amor, lo dejará para siempre. La
situación, en algunos momentos, es de extrema tensión,
pues el grueso paquete forrado de papel de periódico
empieza a quemarse palmariamente por fuera.
Al fin, es la propia Nastasia la
que, con la ayuda de unas tenazas, lo extrae del fuego.
Solo se ha chamuscado superficialmente. El dinero estaba
intacto. Nastasia decide que Gavrila se quede con
el dinero, ante la estupefacción general y la
indiferencia de Rogochin, que sale de la casa en
compañía de la mujer que ha ido a buscar, no sin antes
reconocerle Nastasia a Gavrila la preeminencia en él del
amor propio respecto del amor al dinero. |
La actitud de Nastasia en estos cuatro últimos capítulos
de la 1.ª parte es muy reveladora de los nubarrones que
atraviesan su alma, de su profunda infelicidad, de su
sentimiento íntimo de culpa, y, de ahí, que actúe por
despecho, queriendo dejar constancia de que de ella no
puede esperarse otra cosa, pues ella es, según ella
misma dice, una perdida. Nastasia rompe la baraja, rompe
con las formas y con las convenciones, que tanto les
interesaba guardar al general Yepanchin y especialmente
al refinado Totskii, su antiguo amante, por el que ella
siente un vivo rencor y desprecio, a pesar de haberla
protegido y cuidado cuando era una adolescente, pero que
no tuvo ningún reparo en aprovecharse de su inferioridad
respecto de él y en convertirla, desde antes que
cumpliese veinte años, en su amante, sin preocuparse por
su alma, por sus sentimientos, cuando tenía que haberla
respetado y tratado como a una hija. Por eso está
Nastasia resentida con él, por eso se odia a sí misma,
por eso se infravalora y piensa que no podrá nunca
enderezar su conducta moral. Se siente condenada.
Pero, ¡claro que no es una perdida! La nobleza de su
corazón y de su espíritu se manifiestan en esta
celebración de su cumpleaños con una valentía y una
gallardía admirables, y se exhiben precisamente en su
actitud ante el príncipe, que es lo que a nosotros nos
interesa. Por mucho que ella se esfuerce en disimularlo,
por mucho que se empeñe en dar esa imagen de mujer
prostituida, y es verdad que ha servido de prostituta de
lujo para Totskii, aunque escandalice sin reparos a los
presentes con sus palabras, Nastasia ha comprendido ya
perfectamente, porque tiene una inteligencia viva y
porque es limpia de corazón32,
que el príncipe es un ser tocado por la gracia divina,
un ser especial, absolutamente puro, al que ella no
tiene ningún derecho a manchar, a profanar. No ha hecho
más que verlo dos veces, y ya lo ama. Casi a mitad de la
velada, sorprende Nastasia a Yepanchin, enojado ante la
«autoridad» del príncipe, cuando le dice:
«Pues el príncipe significa para
mí el primer hombre que en mi vida me ha inspirado
confianza en su sinceridad y lealtad. Él ha creído en mí
a la primera mirada y yo en él creo» (capítulo
XIV).
En el siguiente capítulo, ante la observación de un
invitado indiscreto, que le reprocha a Nastasia que no
hace más que quejarse, cuando de hecho no deja de mirar
al príncipe, «Nastasia Filíppovna volvió la vista con
curiosidad al príncipe.
—¿Es verdad? —inquirió.
—Es verdad—, balbució el príncipe.
—¿Me aceptaría usted así, sin nada?...
—La aceptaría, Nastasia Filíppovna...
[…]
—Yo me llevaré con usted a una mujer honrada, Nastasia
Filíppovna, y no a la Rogochina —dijo el príncipe.
—¿Yo una mujer decente?
—Usted.
[…]
El príncipe se levantó, y, con voz trémula, tímida, pero
al mismo tiempo con el aire de un hombre profundamente
convencido, afirmó:
—Yo nada sé, Nastasia Filíppovna; yo nada he visto; usted tiene
razón, pero yo…, yo considero que usted es quien me hace
a mí un honor, y no yo a usted. Yo no soy nada; pero
usted ha sufrido, y de ese infierno ha salido pura, y
eso es mucho […] Yo a usted…, Nastasia Filíppovna, la
amo»
(cap. XV).
El príncipe Mischkin es el único espíritu en la novela,
me atrevería a decir que de todo el cosmos
dostoyevskiano, que, ante una pecadora, precisamente
porque ha sufrido, porque ha padecido su infierno
particular, cree que ha salido indemne, pura, limpia,
inmaculada, no como esos «sepulcros blanqueados», esos
«hipócritas»33,
a los que Jesús fustigará con palabras durísimas y
valientes, pero sin rencor ni odio alguno, solo como
advertencia de a quiénes les está reservado el Reino de
los Cielos. |
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Por mucho que ella se esfuerce en
disimularlo, por mucho que se empeñe en dar
esa imagen de mujer prostituida, y es
verdad que ha servido de prostituta de lujo
para Totskii, aunque escandalice sin reparos a los
presentes con sus palabras, Nastasia ha comprendido ya
perfectamente, porque tiene una inteligencia viva y
porque es limpia de corazón... |
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En el capítulo XVI, en un extenso párrafo, insiste el
príncipe: «Usted es orgullosa, Nastasia Filíppovna; pero
es posible que sea también tan desgraciada que se tenga,
efectivamente, a sí misma por culpable […] Yo…, yo toda
la vida la respetaré a usted, Nastasia Filíppovna». Pero
Nastasia no puede superar su despecho, su resentimiento,
su sentimiento de culpa, aunque lo que está haciendo es
disfrazarse con la amarga y cínica máscara de una
desvergonzada cualquiera, ella, que tanto lo ama ya:
«¡Yo soy una desvergonzada! ¡Yo he sido la querida de
Totskii… príncipe! A ti ahora te hace falta Aglaya
Yepánchina y no Nastasia Filíppovna». Se está inmolando,
se está sacrificando por completo, sacrificando su
felicidad, precisamente y aunque parezca paradójico, por
el amor que profesa a la incontaminada alma que tiene
delante. Corriéndole «dos gruesos lagrimones» a través
de las mejillas, fuera de sí, Nastasia le revela al
príncipe que también ella fue una vez una soñadora,
cuando, de adolescente, estaba sola en la aldea, y
«piensa que te piensa, sueña que te sueña…, y todo se me
volvía imaginarme un hombre como tú: bueno, honrado,
guapo y tan tonto, que de pronto viniera y me dijese:
“¡Usted no es culpable, Nastasia Filíppovna, y yo la
adoro!”»
Antes de irse con Rogochin, todavía le dice: «Adiós,
príncipe; por primera vez he visto a un hombre»34.
Desde luego, por primera, pero también, única vez, única
(ya que volverá a encontrárselo y mantener una estrecha
relación con él) en el sentido de que no ha conocido
otro como el príncipe ni tendrá oportunidad de conocerlo
más adelante, así como tampoco hay nadie en la novela
que «verdaderamente» sea un hombre, es decir, una
persona hecha a imagen y semejanza de Dios, que preserva
como un tesoro irreemplazable y de valor inconmensurable
la gratia, esa gracia que Dios ha depositado en
él y él la posee, la custodia y desprende de manera tan
natural, sencilla y auténtica.
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Continúa en el próximo número.
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1. En Rusia es muy importante el patronímico, que viene
a continuación del nombre propio, del nombre de pila.
Este ejemplo puede servir para los demás: Fiódor, hijo
de Mijaíl, es decir, de Miguel; de ahí, Mijáilovich, que
es el patronímico. El apellido sería Dostoyevski.
2. La grafía de los nombres de los personajes dostoyevskianos corresponde a la traducción de las
Obras Completas de Dostoyevski de Rafael Cansinos
Asséns para la editorial madrileña Aguilar. En cuanto a
todas las citas de la novela El idiota
reproducidas en el presente ensayo, corresponden a la
edición del II tomo realizada en 1964. De otro lado, los
nombres rusos, sean de autores, personajes literarios y
títulos de obras, están escritos en este ensayo
respetando la grafía de las diversas ediciones citadas;
de ahí las diferencias a la hora de escribir un mismo
nombre, pues prevalece el modo como está escrito en la
edición en lengua española correspondiente que he
manejado, que, en muchos casos, es la única existente.
Por tanto, unificación de criterio solo ha sido posible
en todos los nombres extraídos de la edición de Aguilar
de las Obras Completas de Dostoyevski.
3. «Se oculta en esta figura genial [Don Quijote] el
germen de lo que únicamente puede ser inmortal en este
mundo: el germen de una inmortal gran idea». Dimitri Merejkovsky, Compañeros eternos, Buenos Aires,
Espasa-Calpe Argentina, 1949, pág. 45.
4. En una conferencia pronunciada en Moscú el 15 de
marzo de 1989, ¿Qué nos dice Dostoievski hoy?,
afirmaba lo siguiente el pensador católico alemán
Reinhard Lauth:
«No es casualidad que tuviera a Cervantes por el más
grande de todos los escritores, quien sin misericordia
enredaba a su Don Quijote en locuras de las que se mofan
los “cuerdos”, pero quien al final lo muestra
admirablemente como más sensato que todos esos
“cuerdos”, de modo que, en el umbral de la muerte, puede
llamarlo “el bueno”. Pues lo que lo eleva por encima de
todos los errores e ilusiones es su seriedad moral
inconmovible. Ustedes saben que Dostoievski trató de
presentar a un hombre así en Myschkin, y que hubo de
experimentar en ese empeño cuán infinitamente difícil es
eso, de modo que no fue capaz de lograrlo». Aun estando
casi siempre de acuerdo con muchos de los juicios y
reflexiones de Lauth, discrepo de esta última opinión. A
mi modo de ver, sí fue excelsamente capaz de lograrlo.
El texto completo de la conferencia, en traducción de
Alberto Ciria, puede consultarse en la estupenda página
web en español del Instituto Filosófico Reinhard Lauth <https://
www. reinhardlauth. net/ Instituto/ Dostoievski/ Home.
html>.
En una carta dirigida a su sobrina Sofía Aleksándrovna
Ivánov-Jmírov, fechada en Ginebra el 13 de enero de
1868, escribe Dostoyevski: «Solo quería decir que de
cuantas figuras bellas hay en la literatura cristiana,
la de Don Quijote se me antoja la más perfecta».
Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1961, tomo III,
pág. 1648.
5. Edward Hallett Carr,
Dostoievski, 1821-1881: lectura crítico-biográfica,
Barcelona, Laia, 1972, pág. 189. A nuestro juicio,
Edward H. Carr (pág. 190) infravalora el paralelismo de
Mischkin con Don Quijote y la influencia de Cervantes en
esta novela del escritor ruso.
6. Edward Hallett Carr, pág. 194.
7. Nikolay Berdiaev, El espíritu de Dostoyevski,
Granada, Nuevo Inicio, 2008.
8. El gran teólogo jesuita francés Henri de Lubac, en
una nota al pie de su libro El drama del humanismo
ateo (1944), reproduce un
fragmento de una carta de Dostoyevski al judío Arkadi
Kovner, de 14 de febrero de 1877, en la que le expresa
la especial predilección que siente por el personaje del
príncipe Mischkin y lo querida que le es la novela de
El idiota. En esa misma nota, se reproduce otro
fragmento de una carta de Dostoyevski al poeta Apollon
Nikoláyevich Máikov, de 31 de diciembre de 1867, en la
que le confesaba lo extremadamente difícil que era para
él dar concreción a lo que quería expresar con esta
novela, en particular la «idea […] de representar un
hombre completamente bueno». Henri de Lubac, El
drama del humanismo ateo,
Madrid, Encuentro,
2012, nota 901, págs. 328-329. Influido por la
lectura de Crimen y castigo, Arkadi Kovner
(1842-1909) había cometido un robo en 1877 para socorrer
a una joven, por el que fue condenado a cuatro años a
Siberia, pero antes, desde una cárcel moscovita, le
envió dos cartas a Dostoyevski, una sobre la antipatía
de éste por los judíos y otra sobre la inmortalidad del
alma. Extraigo el dato sobre Kovner del libro de Susan
Sontag, Al mismo tiempo: ensayos y conferencias,
Barcelona, Mondadori, 2007. La carta a Kovner, fechada
en Petersburgo, está reproducida en el mencionado tomo
III de las Obras completas, pág. 1656, aunque en
una nota al pie Cansinos Asséns especifica que su nombre
completo era Abraham Uria Kovner, y que era escritor. En
cuanto a la extensa carta a Máikov, fechada en Ginebra,
también la reproduce íntegra el tomo III de Aguilar,
págs. 1644-1647. En vez de «representar», la edición de
Aguilar dice «presentar».
9. Romano Guardini, El
universo religioso de Dostoyevski, Buenos Aires,
Emecé, 1954, pág. 294. La cursiva es mía. El análisis
del príncipe Mischkin y de toda la novela de El
idiota ocupa el último capítulo del ensayo, titulado
por Guardini «Un símbolo de Jesucristo» (págs. 255-303
de la edición citada). Reitero, pues lo estimo de
capital importancia, que quien quiera penetrar en las
insondables profundidades del alma y de la personalidad
de Mischkin, no dispone de un análisis comparable al de
Romano Guardini en la literatura crítica mundial.
Mischkin emerge aquí, además, como una encarnación
suprema de Dostoyevski, juicio que, por lo demás, no
puede escapársele a ningún atento lector de la novela,
si bien es necesaria una cierta predisposición
espiritual. Un materialista mecanicista ateo
permanecería insensible; un ateo de orientación
vitalista y de hondas preocupaciones espirituales y
existenciales, como Federico Nietzsche, queda, en
cambio, no afectado, sino trastornado en lo más profundo
por su lectura. O, sin ir más lejos, el propio Albert
Camus. Todo depende de la substancia con que esté
modelada nuestra alma.
10. Ver mi ensayo Algunas reflexiones sobre «La
inquilina de Wildfell Hall», de Anne Brontë,
concluido el 21 de agosto de 2012 https://enriquecastanos.com/bronte_anne_inquilina.htm, así
como mi artículo Sobre la prisión perpetua,
publicado el 14 de septiembre de 2012 en la edición
digital de la revista Ethic. La vanguardia de la
sostenibilidad. El enlace es https://ethic.es/2012/09/sobre-la-prision-perpetua/. La redacción
original es del 31 de agosto, y también está publicado en la página web https://enriquecastanos.com//prision_perpetua.htm. |
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11. Jacques Madaule, El cristianismo de Dostoievsky,
Buenos Aires, Losada, 1952, pág. 61. La edición original
francesa es de 1939. Jacques Madaule era discípulo de Emmanuel
Mounier, y, por tanto, estuvo influido por el Personalismo
cristiano de este último.
12. Sobre el significado de «cuerpo espiritual», o, lo que es lo
mismo, «cuerpo pneumático» (del griego «pneuma», esto es,
aliento, signo de la vida), resulta fundamental la
interpretación de Leonardo Boff, La resurrección de Cristo.
Nuestra resurrección en la muerte, Santander, Sal Terrae,
1986, especialmente las págs. 160-165. En la Primera Epístola a
los Corintios (15, 44), hablando de la resurrección de Jesús,
dice San Pablo «… se siembra un cuerpo natural, resucita un
cuerpo espiritual». Espiritual, esto es, pneumatikón.
Es conveniente leer el comentario a este pasaje paulino que
incluye en una nota al pie la Biblia de Jerusalén. Asimismo, el
artículo «Resurrección» del rigurosísimo libro de Lothar Coenen,
Erich Beyreuther y Hans Bietenhard (editores), Diccionario
teológico del Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, volumen
II, págs. 532-538.
13. En relación con el controvertido asunto de las supuestas
crisis epilépticas de Dostoyevski, que, para algunos autores,
aparecerían por primera vez entre 1838-43, cuando estudiaba
ingeniería militar en San Petersburgo, así como en lo que se
refiere a la escasa correspondencia del novelista sobre esta
cuestión y a sus intentos, en 1863, de entrar en contacto con
los reputados especialistas Moritz Heinrich Romberg y Armand
Trousseau, es interesante la lectura del detallado estudio de
Brain R. Johnson, The art of Dostoevsky’s falling sickness,
The University of Wisconsin-Madison, 2007, especialmente las
págs. 74-83. De otro lado, aunque desconocido por completo por
Dostoyevski, que murió en 1881, resulta curiosa la existencia de
un eminente psiquiatra alemán, Kurt Schneider (1887-1967),
contrario al nazismo y a la eugenesia, que fue amigo del
pensador Karl Jaspers.
14. Paradójicamente, el nombre de Parfén significa «limpio»,
«virginal», como si ese fuese el deseo profundo del personaje,
su imposible anhelo, que en Mischkin es absolutamente natural.
Véase el ensayo de George Steiner, Tolstói o Dostoievski,
Madrid, Siruela, 2002, pág. 172.
15. Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte,
Madrid, Guadarrama, 1972, tomo III, pág. 176.
16. Edward Hallett Carr, pág. 53. El 23 de abril de ese año,
siendo ya un escritor famoso, pues había recibido un encendido
elogio del prestigioso crítico Visarión Grigórievich Bielinsky
por su novela Pobres gentes (1845), es detenido con
algunos de los miembros del círculo de conspiradores de Mijaíl
Vasílievich Butachévich-Petraschevski, que había empezado a
frecuentar en febrero de 1847, pero sin ninguna intención
conspirativa contra el Estado, al menos de su parte. Una amplia
documentación bibliográfica sobre ese círculo de conspiradores
puede consultarse en Franco Venturi, El populismo ruso, 1,
Madrid, Alianza, 1981, capítulo 3, nota 41, páginas 217-218.
17. Nada es casual en Dostoyevski, como tampoco puede serlo este
nombre. Puede referirse a la esposa de Eufemio, en la Roma del
siglo IV, padres ambos del venerable Alexis, que, después de
trasladarse a Edessa, volvió muy pobre a su ciudad natal para
morir, sin ser reconocido por sus padres, en época del emperador
Honorio. También puede referirse a Santa Aglaya de Roma, quemada
en época de Trajano. Es más improbable que la Aglaya Ivánovna de
El idiota tome su nombre de la más joven de las tres
Cárites (hijas de Zeus y de Eurínome), llamada también Áglae, y
que significa la «esplendorosa», la «belleza», y simboliza la
inteligencia, el poder creativo y la intuición del intelecto.
Ahora bien, en el mundo romano y latino, las Cárites fueron
transformadas en las Gracias, y Aglaya pasó a ser Castitas, esto
es, la virginidad. Esta acepción tiene más sentido en
Dostoyevski, aunque no puede descartarse por completo la griega,
pues ambas acepciones, en el fondo, se complementan.
18. Así se expresa sobre la heroína Cansinos Asséns en el
prólogo a la novela Crimen y castigo, incluida en el
mismo tomo que El idiota en la aludida edición de
Aguilar.
19. Demetrio Merejkovsky,
Tolstoi y Dostoievsky, Buenos Aires, Cronos, 1946. La
edición original es de 1900-1901.
20. En el Prólogo a la edición citada de El idiota,
página 502. |
21. Sobre la relación de Dostoyevski con Pólina Súslova, véase,
Edward Hallett Carr, págs. 95-104 y 126-130. En cuanto a la
relación con Anna Korvin-Krukóvskaya y con Marfa Brown, véanse,
de ese mismo libro de Hallett Carr, las págs. 119-126. Sobre
todos estos detalles biográficos y la relación del escritor con
las tres mujeres mencionadas, debe también leerse la espléndida
y amplia síntesis de Cansinos Asséns, escrita en 1936 y
contenida en el I tomo de las Obras completas de
Dostoyevski. Rafael Cansinos Asséns, «Fiódor M. Dostoyevski. Su
vida y su obra», en Obras Completas, tomo I, Madrid,
Aguilar, 1961, págs. 9-84, especialmente las págs. 42-48. Quizá
sea este el lugar oportuno para hacer una breve consideración
sobre una biografía de Dostoyevski que, con sobrada razón, para
muchos críticos y estudiosos actuales se ha convertido en
canónica. Se trata, claro está, de la monumental y exhaustiva
biografía del crítico estadounidense e historiador de literatura
eslava y comparada Joseph Nathaniel Frank (Nueva York, 1918),
comenzada a publicar en inglés en 1976 y editada íntegra por el
Fondo de Cultura Económica en cinco gruesos volúmenes, muy bien
delimitados cronológicamente, que suman más de dos mil
quinientas páginas. No hace falta decir que el descomunal
estudio biográfico viene acompañado de los correspondientes y
extensos análisis de la entera producción literaria del escritor
ruso. Es, sin duda, un trabajo de investigación ímprobo e
imprescindible, prácticamente definitivo. Pero, de igual modo
que se hace esta más que justificada ponderación, es asimismo
necesario aclarar que en la ejemplar reconstrucción de tan
inmensa masa informativa y documental no hay nada
sustancialmente nuevo que no se supiese ya desde principios del
decenio de 1930. En este sentido, cualquiera que haya leído toda
esa masa documental (memorias y textos de la esposa de
Dostoyevski, biografía de su hija Liubova, memorias de Pólina
Súslova, correspondencia de todo tipo…), tal y como se conocía
hacia 1936 (debido en su mayor parte a la apertura que se
produjo en el acceso a los archivos y el permiso de publicación
de lo que se había ocultado mientras estuvo viva Anna
Grigórievna), que es cuando se publica, por vez primera, la
traducción de las Obras Completas de Cansinos Asséns en
la editorial Aguilar, podrá comprobar que la oceánica biografía
de Frank no aporta nada decisivo. Joseph Frank es un
crítico literario excelente, fino y riguroso, pero sería un
grave error, como he podido comprobar que hacen algunos críticos
superficiales actuales, desechar los profundos análisis,
estudios y reflexiones que desde muy diversos ángulos se han
hecho desde el tiempo de Vladímir Soloviev de la complejísima
obra dostoyevskiana, y tomar la biografía de Frank como una
biblia del genial escritor ruso. Estoy seguro de que al primero
que no le agradaría es al propio Joseph Frank. Como todo
verdadero clásico, si Occidente y Rusia disponen de reservas
espirituales para entonces, Dostoyevski habrá de ser repensado
por las generaciones futuras.
22. Edward Hallett Carr, pág. 190. De Cansinos Asséns, sobre
todo el Prólogo a El idiota en la edición ya citada, pág.
502.
23. Acerca de la contemplación del retrato de Nastasia
Filíppovna por Mischkin y la inmediata intuición del príncipe
del destino trágico de ella, Jacques Madaule ha resaltado cómo
esta visión le permite a Dostoyevski ofrecernos su idea de la
belleza como «la cosa más punzante del mundo, la cual no
presagia la alegría sino el dolor para aquella que la posee y
para aquellos que son impresionados por ella». Uno de estos que
se impresionan por esa belleza, pero en un sentido radicalmente
distinto al príncipe, es Rogochin. El cristianismo de
Dostoievsky, págs. 65-66.
24. El crítico que de manera más profunda, rigurosa y entusiasta
ha ponderado la inmensa grandeza espiritual de Nastasia
Filíppovna ha sido sin duda Romano Guardini, para quien «es una
criatura humana cuya vida corresponde a la categoría de la
perfección». El universo religioso de Dostoyevski, pág.
261.
25. El personaje evangélico de María Magdalena, aunque algunos
se empeñen en sembrar dudas sobre ello, está perfectamente
distinguido del de María de Betania, la hermana de Lázaro, en el
evangelio de San Juan. También insinúa esa distinción el
evangelio de San Lucas. La Leyenda dorada, escrita hacia
1264 por el dominico genovés Santiago de la Vorágine, alimentó
esa confusión, pues en esa gran obra, fundamental para la
iconografía cristiana, se dice que María Magdalena y María de
Betania, la hermana de Lázaro, son la misma persona. Véase,
Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, 1, Madrid,
Alianza, 1984, capítulo XCVI, págs. 382-392. La confusión está
ya desde el primer párrafo de la biografía. En cuanto a Mágdala,
y en esto sí acierta en parte Santiago de la Vorágine, que lo
llamado «Magdalo», es el lugar de procedencia de María
Magdalena, identificado por la moderna arqueología bíblica como
una localidad de la ribera occidental del lago de Tiberíades o
mar de Galilea, la Tariquea mencionada por Flavio Josefo en
La guerra de los judíos, Madrid, Gredos, 1982, Libro II, §
252, pág. 238, y § 599, pág. 312. En cuanto a la localización
arqueológica, véase, sobre todo, Félix-Marie Abel, Histoire
de la Palestine, II, París, J. Gabalda et Cie, 1952, página
373.
26. Esta es la obra más importante, en varios volúmenes, del más
destacado de todos los historiadores rusos, Serguéi Soloviev
(1820-1879), padre del singularísimo pensador cristiano Vladímir
Soloviev.
27. Un higúmeno, o higomeno, es un superior, equivalente a un
abad, de un monasterio de religión ortodoxa griega. Por ejemplo,
Modesto, el higomeno del monasterio de san Teodosio, cerca de
Jerusalén, que, después del incendio provocado por los persas en
614 del santuario del Santo Sepulcro mandado edificar por
Constantino el Grande en el siglo IV, procede a su restauración,
especialmente la Anastasis (la roca-sepulcro que había en
la rotonda con deambulatorio). Véase, Juan Antonio Ramírez, «La
iglesia cristiana imita a un prototipo: el templo de Salomón
como edificio de planta central», en Cinco lecciones sobre
arquitectura y utopía, Universidad de Málaga, 1981, pág.
115.
28. Mijaíl Petróvich Pagodin (1800-1875), filólogo ruso.
29. Recuérdense las palabras de Jesús cuando se dispone a subir
a Jerusalén: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo
nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la
cabeza» (Lc 9, 58). Todas las citas bíblicas están extraídas de
la Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1988.
30. En el aguafuerte de tema religioso más célebre de todos los
tiempos, Cristo curando a los enfermos (también llamado
«Grabado de los 100 florines»), realizado por Rembrandt entre
1648-50, en el que con inigualable maestría el artista reúne en
una misma composición varios pasajes evangélicos relacionados
con la predicación de Jesús, resulta extraordinario comprobar de
qué modo tan sutil Jesús, que es un ascua resplandeciente de luz
interior que emana de forma absolutamente natural de Él mismo, y
cuyo rostro es la quintaesencia de la paz y de la mansedumbre,
aparta con un gesto suave pero decidido de su brazo derecho a
San Pedro, para que las madres puedan presentarle a sus
hijuelos.
31. Totskii hace en su relato una referencia a la novela La
dama de las camelias (1848), de Alejandro Dumas, hijo, obra
admirada por Dostoyevski, cuya protagonista, Margarita Gautier,
es reflejo de una cortesana auténtica, Marie Duplessis, efímera
amante del escritor romántico francés, y cuya mención en este
contexto es toda una premonición del trágico final de Nastasia
Filíppovna.
32. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán
a Dios». Mt 5, 8.
33. Mt 23, 27.
34. Se recoge por diversos y muy autorizados biógrafos de
Napoleón Bonaparte que, cuando concedió una entrevista a Goethe
en Erfurt el 2 de octubre de 1808, las primeras palabras que
dirigió el Emperador al olímpico genio alemán fueron: «Voilà un
homme!». En otras versiones: «Vous êtes un homme!». Una de las
más fieles reconstrucciones del encuentro es la de Emil Ludwig,
Napoleón, Barcelona, Juventud, 1991, pág. 235. El propio
Goethe recordará más tarde el encuentro, en dos o tres
ocasiones, en sus famosas confidencias con Eckermann, según
Federico Nietzsche «el mejor libro alemán que existe». Johann
Peter Eckermann, Conversaciones con Goethe en los últimos
años de su vida, Barcelona, El Acantilado, 2006, pág. 832.
La aclaración más extensa a Eckermann de la entrevista con
Napoleón corresponde al 17 de marzo de 1830. Es evidente el
contraste entre la frase del por entonces dueño de Europa y la
que pronuncia Nastasia Filíppovna. Napoleón expresa de manera
concisa y lapidaria su admiración por el «gran» hombre, por ese
espíritu universal en lo que se refiere al más vasto saber en
relación con la Naturaleza y al más hondo conocimiento de los
hombres. |
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Enrique Castaños Alés
(Málaga, 1956). Profesor
de Instituto de
Enseñanza Media desde
1982 hasta 2016.
Profesor asociado del
Departamento de Historia
del Arte de la
Universidad de Málaga
durante los cursos
2006-2011. Licenciado en
Filosofía y Letras en
1979, se especializó en
Historia Medieval. Su
Memoria de Licenciatura,
leída a finales de 1981
y aprobada con la
calificación de
Sobresaliente por
unanimidad, versó sobre
El socialismo
postrevolucionario
anterior a Karl Marx:
Charles Fourier, Henri
de Saint Simon, Robert
Owen y Pierre-Joseph
Proudhon. Su Tesis
Doctoral, defendida en
el año 2000 con la
calificación de
Sobresaliente cum Laude,
se centró en Los
orígenes del arte
cibernético en España.
La experiencia del
Centro de Cálculo de la
Universidad de Madrid.
Es autor del libro La
pintura de vanguardia en
Málaga durante la
segunda mitad del siglo
XX (1997),
reelaborado y ampliado
en 2011 bajo el título
Las artes plásticas
en Málaga en la segunda
mitad del siglo XX.
Crítico de arte del
diario SUR de Málaga
entre 1996 y 2012.
Colaborador de las
revistas Lápiz,
Galería,
Cuadernos
Hispanoamericanos,
Boletín de Arte de la
Universidad de Málaga,
Arte y Parte y
Fedro. Revista de
Estética y Teoría de las
Artes (Universidad
de Sevilla).
Ha sido Director de la
Sala de Exposiciones de
la Diputación de Málaga,
Coordinador de la Sala
de Exposiciones de la
Universidad de Málaga,
Director del
Departamento de
Promoción Cultural de la
Fundación Picasso-Casa
Natal y comisario de
múltiples exposiciones,
entre las que destacan
las antológicas y
retrospectivas dedicadas
a Manuel Barbadillo
Nocea, Stefan von
Reiswitz, Godofredo
Ortega Muñoz, Esteban
Vicente y Francisco
Hernández Díaz. Ha
comisariado exposiciones
monográficas de Tomás
García Asensio, Lugán,
Oriol Vilapuig, Santiago
Mayo, Jordi Teixidor
Otto, Andreu Alfaro,
Manuel Salinas, Pablo
Alonso Herráiz, Dámaso
Ruano Gómez, Manuel
Mingorance Acién y el
Colectivo Palmo de
Málaga. En 1992 fue
comisario de la
exposición El arte de
construir el arte,
con los fondos del
Colegio de Arquitectos
de Málaga. Colaborador
de la muestra «Andalucía
y la modernidad», del
volumen Arte desde
Andalucía para el siglo
XXI, y del catálogo
de la exposición El
discreto encanto de la
tecnología,
celebrada en el MEIAC de
Badajoz y el Museo ZKM
de Karlsruhe.
Ha impartido numerosas
conferencias y ha sido
ponente en diversos
seminarios organizados
por las Universidades de
Málaga y Alicante. Ha
escrito y publicado en
revistas especializadas
amplios artículos sobre
diversas novelas de Bram
Stoker, Nathaniel
Hawthorne, Anne Brontë y
Miguel de Unamuno, así
como sobre películas de
Leontine Sagan, Leni
Riefenstahl, Philippe
Claudel y Leopold
Jessner. Colaborador del
Diccionario
Biográfico Español
de la Real Academia de
la Historia. En 1997
publicó unas
Consideraciones sobre «Ordet»,
de Carl Theodor Dreyer.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Sección
3. Página 14. Año XX. II Época. Número 109 EXTRA. Abril-Diciembre 2021. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2021 Enrique Castaños Alés.
© Las imágenes de esta primera entrega corresponden a sendos fotogramas de los capítulos 1, 2, 3 y 5 de la serie televisiva “El idiota”, producida y emitida por RTVE a finales de 1976, y se utilizan exclusivamente como ilustraciones del texto. Todos los derechos de autor, pues, que pudieran concurrir sobre las mismas pertenecen exclusivamente a sus autores. El guion fue elaborado por Hermógenes Sainz, basado en la novela homónima de Fiódor Dostoyevski, y tiene a Emilio Gutiérrez Caba, José Sancho y Marta Angelat como primeros actores. La realización corrió a cargo de Antonio Chic.
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2021 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte, adscrito a la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Málaga &
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