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HAN PASADO DIEZ años de su
muerte y las sentidas
palabras del último Premio
Nacional de Poesía, Antonio
Hernández, todavía producen
ese sentimiento de
extrañamiento y larga
ausencia: «Él se fue así,
sin hacerse notar, en
silencio, demasiado pronto,
joven como los malditos
dioses avaros querían a sus
compañeros de Olimpo. Y nos
dejaron a nosotros
temblando. A muchos, los que
no lo volveremos a ver
porque no estaremos en ese
lugar sagrado. Pero nos
quedan sus libros».
Conocí a Juan Campos Reina
más a fondo en la última
etapa de su vida, sobre todo
desde la publicación de
El bastón del diablo en
1996, y quedé tan fascinado
por su obra como por su
sensibilidad, ilustración y
principios. Juan Campos
Reina era un gentleman.
Un caballero cordobés de
rango, tanto en porte como
en actitud y compromiso. En
la literatura, este tipo de
escritores se dan muy poco
por estas latitudes. Con él
trabajé en algunos proyectos
y, si la muerte no hubiera
sido tan temprana con él,
seguro que hubiera sido muy
productiva nuestra amistad.
Durante años fue gestando
con exquisitez y desvelo su
obra —la Obra diría yo en
sentido juanramoniano—
porque Juan era pulcro,
cultivado y preciso. Fui
asiduo lector de su
narrativa y me considero un
incondicional, acaso devoto
de la misma. Y es que Juan
ha sido uno de esos grandes
narradores contemporáneos
que han creado un territorio
personal, una sensibilidad
ostensible y un estilo. Y el
escritor es el estilo, ya lo
dijo Valle-Inclán.
Y todavía más, añadiría el
rasgo que, a mi modo de
entender, supera a todos los
anteriores: el compromiso
con el ser humano, en una
suerte de “Humanismo
solidario” que yo reivindico
para el tiempo y la sociedad
actual. En su obra está el
ser humano en su plenitud,
en su fortaleza, en sus
nimiedades, en sus grandes
gestas y en su ternura que
llega de lejos. En su obra
está Europa, la gran
sensibilidad europea, pero
también está Andalucía y
Córdoba. Porque, para Campos
Reina, su territorio
personal es su patria chica
al igual que para Tolstói la
suya: los Maruján, ¡qué gran
creación de la literatura
contemporánea!
Inteligencia, ética, enorme
cultura, honradez y
resolución técnica,
elegancia y seducción en la
creación narrativa… avalan a
uno de los grandes de la
literatura de nuestro
tiempo. Un intelectual
ensimismado y concentrado en
su mundo, en su trabajo,
pasional, vehemente y
sincero, imaginativo y
vital, noble, incansable al
desánimo, corrector
empedernido de su obra sobre
la que acudía una y otra vez
llevando a cabo múltiples
versiones de una sola
novela.
Sus últimas obras aparecen
recogidas en el estuche
titulado Parques Cerrados,
que incluye una trilogía de
obras de diversos géneros:
Poesía completa,
Diario del Renacimiento
(narración) y De Camus a
Kioto (ensayo),
publicados en Penguin Random
House Grupo Editorial en
2019. Son, pues, obras
póstumas del escritor
fallecido en Málaga en 2009,
justo una década antes. Juan
Campos Reina, ya
un autor de culto y
uno de los maestros de la
literatura española
contemporánea,
estaba licenciado en Derecho
por la Universidad de
Sevilla y había nacido en
1946 en Puente Genil,
Córdoba.
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Juan Campos
Reina (Puente
Genil, 1946 –
Málaga, 2009),
escritor
considerado uno
de los mejores
narradores
andaluces y el
más destacado de
los cordobeses.
Se dio a conocer
en el mundo
literario
en 1988, con la
novela titulada Santepar,
y es autor de la
Trilogía del
Renacimiento,
integrada por
Tango rojo
(1992), El
bastón del
diablo
(1996) y La
Góndola Negra
(2003).
En 1997, fue
galardonado con
el Premio
Andalucía de la
Crítica de 1996
en la modalidad
de Narrativa,
en atención a
los méritos
literarios y
humanos de El
bastón del
diablo. (COP) |
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«Poesía
completa»
En Poesía Completa,
Campos Reina reúne una obra
sugerente que va desde la
conformación de un
pensamiento sintético, casi
aforístico, muy personal e
inmerso en su historia
particular, hasta una poesía
que se sumerge en los
espacios de Oriente, África,
Occidente y en la
rememoración en prosa lírica
de su pasado, Córdoba y
Sevilla o aquellos lugares
emblemáticos donde ha
viajado a lo largo de su
vida.
Pero lejos de una poesía de
corte peregrino propiamente
o costumbrista, como sucede
en muchos casos, Campos
Reina concentra los
significados en los sistemas
sígnicos que han sido la
base de toda su obra, tanto
ensayística como narrativa o
memorial: la singularidad
del arte, el pensamiento y
las vivencias personales
tanto como históricas en el
devenir humano y la
proyección que estas tienen
en nuestras vidas.
Hay en su escritura poética
una voluntad de circularidad
y totalidad no ajena al
resto. La mirada tiene un
enorme poder evocador en
todos ellos, pero también
los olores, el paso del
tiempo, la memoria, la
música, los espacios
personales e íntimos (donde
el recuerdo del dolor está
siempre presente), la
pintura (con Van Gogh
presidiendo su esencia).
Siempre dijo que su obra se
reducía a dos grandes
conceptos: el amor y la
muerte. Y ese amor con
múltiples matices y
complementarios está también
presente no ya en la
sensualidad de lo
frecuentado, sino en la
devoción, la ternura, el
apego con que trata los
“objetos conceptuales” de la
existencia, sus objetos
semióticos:
Flotar sobre las aguas veo
el tiempo
como la piel mudada en el
otoño
de una dulce serpiente
por el amor desnuda.
Estoy en el secreto de las
cosas,
penetrado de luz,
desarraigado,
en la estela de magma
palpitante
que de la escoria arrastra
la ceniza.
Es un poeta que contempla el
mundo para establecer sus
coordenadas vitales, pero
también para sentirlo, para
amarlo, y tanto lo abraza
como se siente inmerso en él
como si en cada instante
buscara el momento de
salvarse a sí mismo en la
esencia de lo contemplativo:
La mirada se aísla,
contempla la ciudad y no
repara
sino en la urdimbre
de la mañana y el aire.
Ser entre jacarandas,
prolongado en sus ramas y
sentir
brotar la flor,
mecido por la brisa.
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Campos Reina
corregía una y
otra vez su
obra, la
depuraba, la
perfeccionaba, a
pesar de que
sabía que estaba
luchando contra
el paso del
tiempo, en la
plenitud del
vacío, como una
biografía que se
proclama
constantemente.
Sobrevivir era
el secreto
(“Donde se
esfuma el hilo
de la vida”),
pero también
gozar del
instante al que
había
sobrevivido
sabiendo que era
único. En una
sensualidad muy
del sur que se
hacía casi
mística en la
contemplación de
la existencia y
en la
consistencia que
ofrecen siempre
en su obra tanto
los elementos de
la naturaleza
como las ruinas
de lo perdido.
En su poema “En
las ruinas de
Corinto” podemos
leer:
Sabe a odisea y
a mar de vino,
a sangre y
labios de
raptadas
vírgenes,
blancas
como el cuerpo
de Afrodita.
Y así, la
antigüedad de
ese mundo vivido
se reescribe en
su arqueología
que recobra con
pasión y amor,
tanto como hace
cuando visita
Florencia o la
plaza de San
Marcos o celebra
el centenario de
Proust en su
visita al
monasterio
armenio de la
Isla de San
Lázaro.
En la poesía de
Campos Reina hay
sensaciones que
se concentran y
crean vida, que
salen de la
esfera
culturalista
para anclar en
nuestro
sentimiento y
proyectarse
hacia el
símbolo.
En su penúltimo
gran apartado,
“Visiones de Las
Quebradas”,
recoge lo más
íntimo y
sentimental en
las sugerentes
descripciones
que recobran su
mundo infantil,
sus sensaciones
y pertenencias
para crear el
paradigma de lo
que ha sido un
sistema sígnico
en el que surgen
los antepasados,
sobresale la
luz, el valle y
el río adquieren
una
representación
luminosa y el
poeta actúa como
un sabio
oriental que
contempla el
mundo vivido y
ahora recobra:
«Donde el paso
no es posible
sólo resta la
espera; una
espera inmóvil,
sin tiempo, sin
dimensiones. Y
en esa espera
eterna del
presente, yo me
siento y aguardo
la caída de la
tarde».
Esta misma
dimensión
contemplativa la
hemos visto en
sus ensayos y la
observamos en
sus obras
narrativas,
porque está en
la esencia de su
pensamiento. En
este lirismo en
prosa, Sevilla y
Córdoba, sus
vivencias, su
memoria se
desvelan con
pasión, donde
trata de
explicarse su
existencia: «La
vida no es un
proyecto cierto,
una línea
trazada, sino
más bien una
pared medianera,
sumada a otras
muchas en la
ciudad. Las
ilusiones, el
trabajo, los
miedos, el
parentesco, la
costumbre han
ido dibujando
calles,
torturadas unas,
despejadas
otras, y cambios
de dirección,
que responden
justo al pulso
de cada época, a
su latido».
Son reflexiones
que muestran la
pasión hacia lo
creado, la
intensidad que
siempre concitó
en los caminos
hollados y el
amor con el que
se concentró en
lo esencial
vivido: «Sólo
soy eso, un
paseante, un
enamorado. He
debido olvidar
en el camino
muchas cosas
para poder
reconocerme y
resumirme».
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Coincidiendo con el décimo aniversario de su fallecimiento,
Penguin Random House publica
en 2019
su trilogía
Parques Cerrados, objeto de estudio de este artículo, que la componen
una reedición
de De Camus a
Kioto, y sus
inéditos
Poesía completa
y Diario del
Renacimiento. (COP) |
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«Diario
del Renacimiento»
Forma parte de
la trilogía
Parques cerrados,
junto a
Poesía Completa
y al libro de
ensayo De
Camus a Kioto.
La obra está
dividida en dos
apartados:
“Breve reseña de
mi vida (Desde
la infancia
hasta el
comienzo del
Diario del
Renacimiento)” y
“Diario del
Renacimiento”.
De Juan Campos
Reina sabemos
que nació en el
seno de una
familia de clase
media, de la
pequeña
burguesía
pontanesa. Su
conexión
literaria se
produjo en la
infancia, cuando
descubrió en la
casa de sus
abuelos un
armario repleto
de libros del
siglo XIX-XX.
Pronto llegó la
enfermedad en
plena
adolescencia que
le obligó a
guardar cama y a
aislarse en una
melancolía de
adolescente.
Habla de la
importancia que
tuvo Sevilla en
su vida y en su
formación y el
inicio de su
vocación, pero
la enfermedad ha
sido siempre un
hecho
determinante en
su existencia,
sobre todo desde
1986, época que
se debatió entre
la vida y la
muerte. Fue la
época en que
Santepar, obra
inédita todavía,
había sido
escrita y la
literatura pasa
a formar parte
de su existencia
en pareja con la
enfermedad, que
producirá a lo
largo de ella
(falleció con 63
años en 2009) un
sentido especial
del vivir, hasta
el punto de que
para él cada día
que pasaba sin
encontrar a la
muerte era un
motivo de enorme
gratitud. |
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Hasta 1993 permaneció como
inspector de Trabajo.
Durante estos años, desde
1989, inicia el Diario
del Renacimiento y la
Trilogía del Renacimiento.
En estos momentos va
contando los pormenores de
esta situación en la
creación de la trilogía
emblemática de su
producción.
En la segunda parte, el
Diario del Renacimiento,
comienza en Málaga el 4 de
marzo de 1989 y lo cierra el
14 de febrero de 2001, a las
8:35 horas. Desde el
principio, y a lo largo de
estos 11 años de diario, la
muerte va a estar presente
de continuo en su obra desde
las primeras incursiones.
Se concentra luego en los
pormenores de Un desierto
de seda, y surgen sus
opiniones sobre la relación
de la historia, la
literatura y el arte, de
enorme interés para el
lector interesado en
comprender su proceso
creador: «El arte es
bastante más que una
estética y una ética; es
como una vestidura que lo
aísla y los conduce a un
desierto donde la vida se
pierde» (p. 32).
Expresa esa sensación de
luchar contra el tiempo,
porque pensaba que podía
morir en cualquier momento y
no haber finalizado su obra
proyectada. Así dirá: «La
vida no es fácil» (p. 38).
Hay ideas de enorme interés,
como la trascendencia de la
aleación otoño-mar en su
obra o la negatividad que
engendra el costumbrismo en
las obras literarias.
Siempre es profundo su
análisis social y
comprometido, pero también
abunda en la relación de la
cultura europea y la
occidental.
Era consciente de su
debilidad, y pensaba que la
vida en el campo le hubiera
ido mejor pero vivía en
Málaga, aunque con continuos
viajes a su tierra cordobesa
de Las Quebradas, que
siempre ocupó un lugar
amplio para el sentimiento.
Surgen en ella sus buenos
amigos, Rafael Ballesteros,
el pintor Brinkmann, Julio
Neira, su agente literaria
Carmen Balcells. Y, sobre
todo, la contundencia de su
visión literaria: «Es
preferible ser un escritor
marginal a un escritor
bastardo. Tarde o temprano,
la calidad halla su espacio
y la mediocridad el suyo. El
tiempo casi siempre termina
haciendo justicia» (p. 63).
Cuenta los pormenores del
encuentro con Gimferrer y
Mario Lacruz, cuando propuso
la publicación de su
trilogía y la asepsia de las
relaciones con los editores.
Es muy interesante la
definición en torno a la
felicidad: «Para mí, la
felicidad consiste en
vagabundear por ciudades
cargadas de historia, en
recorrer sus calles y sus
museos y observar a sus
gentes» (p. 78). Pero
también, el sentido de la
escritura como renuncia en
«el vaciado total en el
texto, en la desaparición
del escritor como persona»
(p. 82).
Observamos a un escritor
cuya obra es fiel a sus
principios éticos y
estéticos, morales, y que
prefería ese encuentro con
el mundo desde el ámbito de
la cultura y las relaciones
humanas, y la perspectiva
que ofrece el arte. Pero
también, un escritor
conscientemente crítico con
los problemas sociales y la
alienación del ser humano en
una sociedad deshumanizada:
«Gentes adocenadas,
envueltas en la tela de
araña de los trabajos
alienantes y los ocios
colectivos, con sus pequeños
miedos y sus egoísmos» (p.
86).
Se pregunta el escritor qué
ha pasado desde su infancia
hasta ese momento de 1991, y
dice que «apenas nada.
Estudios, viajes, algunas
ciudades como Sevilla que
han cobrado vida en mi
interior, una vida fuera del
tiempo y poco más» (p. 108).
Van surgiendo sus lecturas y
también el proceso de
creación de su Trilogía
del Renacimiento con
todo lujo de detalles,
enormemente significativos
para comprender mucho mejor
su esencia.
La enfermedad poco a poco se
va apoderando de él en 1995
y la visita al doctor le
dirige hacia una posibilidad
de ser trasplantado: «Tu
organismo es raro. No da la
sintomatología habitual».
Los viajes se suceden:
Madrid, Sevilla, Barcelona,
Florencia… las constantes
visitas a los museos, sus
lecturas de Mann, Heidegger,
de Nietzsche: «Acabo de leer
las últimas cartas de
Nietzsche y siento una
profunda vergüenza (…) antes
de perder la razón Nietzsche
se estaba muriendo de hambre
y sufriendo todo tipo de
necesidades» (p. 273).
Sus últimos escritos, a modo
de agradecimiento, son una
carta escrita en Venecia a
Carmen Balcells el 23 de
octubre de 2000 sobre la
rememoración de la visita de
Proust al mismo lugar en el
que estaba él se hallaba,
el Monasterio Armenio de la
Isla de San Lázaro, y un
poema que cierra un ciclo,
un día en que se despertó en
una noche fría ahogándose en
donde la luz está presente y
la palabra como cauce
humano, la propia vida.
En definitiva, un libro de
enorme valor como documento
literario y como documento
vital para comprender el
sentido existencial y ético
de un gran escritor,
fallecido desgraciadamente
demasiado pronto.
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Francisco Morales Lomas y Juan
Campos Reina en el Ateneo de
Málaga en 2006. |
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«De
Camus a Kioto»
En 2010 se publicó en la
Biblioteca de Ensayo, 69,
Serie Mayor, de Ediciones
Siruela, el ensayo titulado
De Camus a Kioto, que
en 2019 aparece de nuevo en
el estuche Parques
cerrados, de Penguin
Random House Grupo
Editorial, en su colección
Debolsillo, junto a dos
volúmenes más: Poesía
Completa y Diario del
Renacimiento.
Ambas ediciones son fieles a
la primera publicada hace ya
casi una década, y en ella
Campos Reina crea sutiles
alianzas entre Oriente y
Occidente empleando para
ello todo un caudal
referencial de libros y
autores concretos en los que
penetra con agudeza,
capacidad crítica y, sobre
todo, con un enorme amor
hacia la literatura y hacia
la interpretación del ser en
el mundo. |
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Decía el filósofo alemán
Martin Heidegger que el
origen y la posibilidad de
la “idea” del ser en general
jamás pueden indagarse con
los medios de una
“abstracción” lógico-formal,
es decir, sin un seguro
horizonte dentro del cual
preguntar y responder.
Campos Reina trata de
indagar en ese ser que “está
ahí” (Dasein) y para
ello nos conduce por el
camino de la palabra, de la
cultura, del arte… que va de
Oriente a Occidente en una
singladura uniformada; en
definitiva, establece un
horizonte que nos permite
adentrarnos en la naturaleza
de ese ser existenciario.
Acude a tres citas
iniciales, respectivamente,
de la filósofa María
Zambrano, el poeta japonés
del siglo XVII Matsuo Basho
y el narrador cubano José
Lezama Lima, y aúna la
sabiduría de mirar, la
sensación de oler y la
relación del samurái con el
monje de El Escorial.
En la “Introducción”, Campos
Reina, partiendo del ensayo
de Albert Camus, El mito
de Sísifo (1942), en el
que, como existencialista,
retoma esa figura de la
mitología griega de Sísifo
subiendo la piedra por la
montaña, la caída de la
piedra y vuelta a empezar
una y otra vez, para
singularizar el absurdo de
la existencia y el valor de
esta solo en lo que nosotros
podamos darle como tal. La
obra comienza con esta
aseveración: «No hay sino un
problema filosófico
realmente serio: el
suicidio». No olvidemos el
año de publicación, 1942: la
guerra mundial en todo su
apogeo y la filosofía
existencialista de Martin
Heidegger como reina de esa
noche, con seguidores como
Sartre, Camus o Simone de
Beauvoire en plena sintonía.
La pregunta que se plantea
es, pues, esta: ¿cuál es el
sentido de la existencia?
Una cuestión que nos trae a
la memoria los versos del
poema “Lo fatal” de Rubén
Darío:
Ser, y no saber nada, y ser
sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y
un futuro terror...
Y el espanto seguro de estar
mañana muerto,
y sufrir por la vida y por
la sombra y por
lo que no conocemos y apenas
sospechamos,
y la carne que tienta con
sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con
sus fúnebres ramos,
y no saber adónde vamos,
¡ni de dónde venimos!...
Campos Reina defiende la
vida, como el samurái que se
la juega en el campo de
batalla. Solo si la vida que
ha dibujado desaparece,
estará permitido el suicidio
ritual o seppuku. El
sentido de la vida lo
tendremos mientras nuestro
viaje vital, nuestro
Dasein, lo tengamos. Y
Campos Reina nos propone un
viaje hacia la corte de
Heian, en Kioto, para tratar
de explicar el sentido de la
existencia de ahora a través
del sentido histórico de la
existencia de una
civilización como la
japonesa.
La obra está conformada,
además de esta introducción,
de nueve capítulos y un
epílogo. En este último, en
el epílogo, nos muestra lo
que ve: al hombre de Ceilán
con una humilde alfombrilla
y un cubo delante esperando,
como muchos millones en la
India, que el cubo tenga lo
suficiente para afrontar el
día.
Y, al tiempo, al comerciante
de Jaipur que vende cuerdas.
La pobreza, dice Campos
Reina, no resta luz. Y en
esa contemplación, en ese
silencio reflexivo, Campos
Reina va reconociendo la
vida dentro de la vida, la
vida renovada como un puente
(¿el eterno retorno
nietzscheano?), y sabe que
todo se reduce «a una mirada
entre el latido del corazón
infantil agua arriba y las
llamas purificadoras agua
abajo», en ese simbólico río
tan manriqueño.
En el primer capítulo, “Del
Pabellón de Cristal al
Pabellón de Plata”, el poeta
pontanés recurre a estos dos
símbolos, el Califato de
Córdoba y Japón,
respectivamente. El Pabellón
de Plata había sido
construido en 1474, en el
norte de Kioto, como retiro
del shogun Ashikaga
Yoshimasa, tratando de
imitar el de su abuelo en
Kinkakuji, que estaba
cubierto de oro. Pero
Yoshima no logró cubrirlo
todo de plata, y, tras su
muerte, pasó a ser un templo
budista, Jisho-ji.
Con este símbolo, Campos
Reina entra de lleno en la
tradición japonesa, con la
corte de Heian, en su
simbología de vida-muerte,
de respeto por la
naturaleza…, una sociedad
regida por un orden
aristocrático donde la vida
se desarrollaba plenamente
integrada con el ecosistema
en una indagación de armonía
y purificación, incluso en
el ámbito sexual, con la
práctica del tantra. Y,
después, la compara con la
corte cordobesa del Califato
y crea los elementos de
relación muy similar, pero
con contrastes, ya que en
Heian el relato que nos
llega es femenino y en
Córdoba es masculino. Nos
habla del sentido estético y
vital de la música, del
erotismo, de la célebre obra
del emir de Toledo al-Ma’mún,
el Pabellón de Cristal, un
pequeño paraíso en el que se
encerraba el emir con sus
esclavas y en el que un día
escuchó que una voz le
increpaba por haber
construido ese espacio tan
asombroso en la tierra, y le
anunciaba su muerte.
Después incide en los
elementos de relación
(samuráis con templarios).
El samurái contemplativo en
un sendero de realización,
al igual que el templario,
mitad monje, mitad soldado.
Y códigos de valores
semejantes como la
preferencia por la muerte
antes que la indignidad,
pero también los elementos
de relación entre la
literatura, el teatro
japonés, el No, que usa las
máscaras y que guarda, según
Campos Reina, un parentesco
con el teatro clásico
griego, que también las
usaba; y una especie de
influencia mutua entre
cultura y artes marciales.
En el segundo capítulo, “La
sombra barroca del samurái”,
parte de Garcilaso de la
Vega, poeta y soldado (¿Un
samurái de occidente?), y
llega a asociar la figura
del samurái con los
conquistadores españoles que
fueron a la búsqueda de
Eldorado, o del propio Don
Quijote de la Mancha, sobre
el que establecerá esta
relación: «El samurái,
reducido poco a poco de
soldado a funcionario civil
y no muy conforme con su
suerte, tiende a sufrir un
trastorno semejante al de
Don Quijote».
En el capítulo tercero, “El
minotauro y la ceremonia del
té”, afirma que la relación
entre España y Japón es
significativa en un periodo
similar. En el caso de
España, su mayor aislamiento
del pensamiento europeo
tiene lugar en el siglo
XVIII; por su parte, Japón
desemboca en un aislamiento
mundial durante la era
Tokugawa, cuando se cierran
las fronteras y permanecen
así dos siglos, desde el
XVII al XIX. |
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Durante este tiempo es el
periodo en que se crean,
tanto en España como en
Japón, los arquetipos sobre
los que pilota esta
comparación: la tauromaquia
y el cante flamenco en
España como correlato de las
escuelas de té y el mundo
del ukiyo en torno a la
geisha en Japón.
Se pregunta Campos Reina si
el sentimiento que guía a un
samurái ante la crueldad de
la guerra es muy diferente
del miedo que experimenta un
torero a perder la vida en
la plaza. Y también lo hace
ante esa estampa de belleza
ancestral, de la sangre y
del dolor, en ese ritual que
llega desde Grecia y pasa a
Roma cuando se sacrificaba
un toro a la diosa Cibeles.
Y ese torero nace del
pueblo, de las gentes
sencillas, alguien surgido
del dolor pero que llega
hacia lo fecundo y lo eleva
por encima de la nobleza. En
Japón, en la ceremonia del
té, con cuyo ritual
establece la comparación,
también encuentra elementos
similares: lo simbólico de
la indumentaria, el albero
regado frente a las piedras
del jardín (en la ceremonia
del té), que deben ser
lavadas, la comunión con el
entorno…: «Y, para nuestra
sorpresa —dice Campos Reina—
justo aquí se consuma el
parentesco, al conocer que
los señores de la guerra, en
plena época Momoyama, solían
tomar el té antes de
emprender una batalla (…),
como última cena de un gran
maestro que debía dejar este
mundo».
El cuarto capítulo, “El
mundo flotante”, aborda el
microcosmos de la geisha y
el teatro kabuki, en la
época del Japón de los
Takugawa, durante dos siglos
y medio (del XVII a mediados
del XIX) con el dominio del
confucionismo y la cultura
samurái que detentará el
poder militar, pero frente a
ellos se va levantando la
cultura de los comerciantes
(los shonin) que
sustituirá al mismo tiempo
el teatro del No por el
teatro kabuki (con la
belleza de sus danzas de
mujeres hermosas, más
adelante sustituidas por
mancebos en el wakashu
kabuki) y la maestría de la
pintura de la escuela Kano
por el whiyo-e,
xilografías sobre el mundo
de la diversión que surgía.
A ello se une la cultura del
relato erótico de Saikaku y
el haiku de Basho.
Pero, de todo ello, la reina
es la geisha, mujer formada
en la sutileza, la elegancia
y la complacencia del
hombre, como sucedía en el
al-Ándalus del Califato con
las esclavas educadas para
la poesía, la música y la
danza.
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Una imagen que
hace historia.
De izquierda a
derecha:
Álvaro Campos,
Pablo
Bujalance,
José Infante,
Fernanda
Suárez Casasús
(viuda de Campos
Reina), Paco
Campos,
Rafael
Ballesteros
y Morales
Lomas. |
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Es una etapa en la que no
hay, sin embargo, margen
para el sentimiento, pues el
amor y los amantes se
consideraban elementos
peligros de disolución
social y lo que predominaba
era la familia y la clase
social sobre el individuo.
Ello explica que el teatro y
la música fueran con
frecuencia cauce de la
expresión de lo prohibido y
la población se volcara en
esos espectáculos ya que
eran una forma de liberación
social.
Y en ese mundo, la geisha
era como una especie de flor
de un universo flotante,
donde se bebía y se comía… y
el trato entre cliente y
geisha era de una elegancia
y consideración exquisitas.
La geisha daba lo que la
sociedad no le permitía al
ciudadano: el sentimiento y
la sensualidad. Había, pues,
dos mundos: uno oficial y
otro flotante.
Como compás binario, en la
España del siglo XIX surge
el flamenco, la seguiriya
(cuyo origen remoto podría
estar en Asia) y todo ese
conjunto de músicas y sones
subyugantes marcados por la
adversidad, la marginación y
el desarraigo y las mujeres
del pueblo, hermosas y
rebeldes, de una sensualidad
arrebatadora (como el
símbolo de Carmen), que
tanto podrían corresponderse
con el sentido sensual de la
geisha.
El quinto capítulo, “De la
luz y las sombras”, se
inicia con un análisis
penetrante de la biografía
pictórica de Van Gogh y su
relación con la cultura
japonesa y la evolución
desde las sombras a la luz:
«Cada vez prescindo más de
las cosas, y cuanto más
prescindo de ellas, tanto
más veloz se torna la mirada
para lo pictórico».
Pero también destaca Campos
Reina de este enajenado
pintor la belleza de lo
efímero, algo muy presente
en la cultura japonesa: «Van
Gogh —dice Campos Reina—
pinta como un artista
japonés que estuviera
aguardando la floración de
los cerezos», en lienzos
como El huerto rosa o
Melocotones en flor.
Y junto a él, en Oriente,
Junichiro Tanizaki, uno de
los grandes narradores
japoneses del siglo XX,
junto a Kawabata, Mishima o
Akutagawa. De Tanizaki,
Campos Reina refiere la obra
El elogio de la sombra
(1933), un recorrido por la
cultura japonesa en la que
no solo surge la apoteosis
de los sentidos, el nuevo
brillo del oro, el erotismo…
sino también lo más
escatológico. En este
análisis de la estética
japonesa, argumenta, en una
línea similar a Van Gogh,
que mientras en Occidente la
belleza siempre ha estado
asociada a la luz, a lo
brillante, a lo claro y a lo
blanco, y que lo oscuro, lo
opaco y lo negro siempre han
tenido una connotación
negativa; por el contrario,
en Japón, lo oscuro, la
sombra forma parte de la
belleza. Y analiza la
cerámica, las viviendas, el
vestuario del teatro No… Y
llega así a la siguiente
conclusión: «Entonces
reparamos en que la búsqueda
de Van Gogh, la de Tanizaki
o la de cualquiera de
nosotros, participa del
brillo de la sombra y de
esta especie de apagamiento,
de niebla, que produce la
luz».
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En el capítulo sexto, “La
búsqueda del paraíso”, se
centra fundamentalmente en
dos autores: el cubano Alejo
Carpentier y el japonés
Yasunari Kawabata. Del
primero analiza la novela
Los pasos perdidos
(1953), la historia de un
joven enamorado de la música
que se adentra en la selva
con su amante Mouche para
buscar los orígenes de la
música en los viejos
instrumentos. De este viaje,
Campos Reina destaca el
sueño simbólico del
narrador-viajero, que, en
cierto modo, responde al
perfil del conquistador
español, el Adelantado, y
esa ruptura del narrador en
orden inverso al del tiempo,
la vuelta a la selva para
dar con la puerta que le
franquee de nuevo el camino,
su intuición en torno a la
iluminación, lo real
maravilloso, esa
introducción en lo
indefinible y sagrado de la
naturaleza que tanta
conexión tiene con el
sintoísmo (también un
camino, en este caso
sagrado, porque es el de los
dioses) en Japón, esa
religión que venera los
kami o espíritus de la
naturaleza.
De Kawabata, testigo de la
caída del Japón ancestral,
analiza País de nieve
(1948), donde se crea la
historia del viajero
Shimamura y la aprendiz de
geisha Komako en la zona más
fría del país, hermosa por
su belleza ancestral. Señala
Campos Reina que, con esta
obra, Kawabata quiere
rescatar para el hombre su
verdadero espacio, su
dimensión limitada, y, al
propio tiempo, sin confines
ni fronteras. Pero también
el hecho de que la
sensibilidad de Shimamura
vaya al unísono de la mano
de la geisha.
Brevemente se adentra
también en Mil grullas
(1952), centrada en la
ceremonia del té y en las
relaciones de pareja, y
La casa de las bellas
durmientes (1961), la
historia de la posada donde
los hombres mayores dormitan
junto a hermosas jóvenes
previamente narcotizadas, en
la que va transmitiendo ese
mundo propio de Kawabata
donde se manifiesta no el
temor a la muerte (de hecho,
se suicidó), sino el caer en
la incapacidad y el dolor.
Campos Reina acaba
conectando esa
transcendencia de la mirada
en Kawabata y Carpentier,
del tacto, de los olores…
para avivar los recuerdos y
la inversión del tiempo.
El capítulo séptimo, “El
abismo y el pabellón de
oro”, está dedicado en gran
parte a Rainer Maria Rilke y
su viaje a Toledo y Ronda;
y, finalmente, de un modo
muy breve, a El pabellón
de Oro (1956), del
narrador Yukio Mishima. En
este parte puede observarse
la pasión de Campos Reina
por la obra de Rilke, del
que destaca esa
poesía-puente entre el
Sein (ser que abarca la
naturaleza, la historia o el
arte) y el Dasein (el
ser caído en el tiempo…), en
terminología de Heidegger.
Nos habla de la simbología
de su lírica, del Greco en
Las elegías de Duino,
de Toledo, de la que decía
que era una ciudad para los
ojos de los vivos, de los
muertos y de los ángeles. O
de su visión en torno a la
muerte y la existencia
humana, el significado de
esta: «Mas el hombre común
—dirá Campos Reina— se mueve
en un territorio perdido,
inmenso en el desierto,
entre la plenitud de la
naturaleza, que representa
al león, y la comunión con
la totalidad, propia del
santo o del maestro del té».
Y, finalmente, de esa fusión
con la naturaleza tan
presente en Japón, «porque
cada hombre es muchos
hombres y late en él una
herencia oscura cuando
mira».
Sobre Mishima incide en la
visión doble del Japón del
refinamiento y del dolor y
las consecuencias trágicas
de trasladar la
irracionalidad y el sueño
del individuo al ámbito del
ciudadano, como la invasión
por este de las parcelas
reservadas al individuo. Al
mismo tiempo que penetra en
la novela El pabellón de
oro, donde Mishima quiso
mostrar a un joven solitario
y acomplejado cuya
fascinación es el pabellón
de oro de Kioto. La relación
vida-muerte-arte va
conformando esa gestación
efímera, tanto como la
propia existencia y la
muerte de la civilización
oriental a manos de la
occidental. |
|
El capítulo octavo, “Caminos
del bosque”, se centra en la
figura de María Zambrano y
en una anécdota que sucedió
en el Ateneo de Málaga sobre
el oficio de escribir y la
negativa del amor, pero
también la figura del poeta
José Ángel Valente, tan
unido a Japón en tantos
aspectos. Y la de ambos en
torno a Claros del bosque
(1977), la obra de Zambrano
en la que surgen dos ideas
fundamentales: una, la
necesidad de un espacio para
que la esencia del hombre se
conecte con la divinidad y,
otra, la existencia de un
método para este fin.
Valente será el encargado de
dar unidad a este libro que
Zambrano fue escribiendo
esporádicamente. Aquí,
Campos Reina nos comenta uno
de sus poemas en torno a la
bomba atómica,
definitivamente dominado el
Japón, a partir de este
momento, por la cultura
americana y la disolución de
la propia.
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Instantánea del acto oficial que tuvo
lugar el 22 de enero de 2011 con
motivo de la inauguración de la
Biblioteca Municipal Juan Campos Reina
en Puente Genil (Córdoba). |
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El capítulo noveno, “La
huella del hombre”, se
centra en la figura del
novelista, dramaturgo y
guionista austriaco Peter
Handke y su ensayo sobre los
jukebox (los
artilugios ubicados en los
bares que reproducen temas
musicales de discos
seleccionados). Y el
recorrido vital de este,
como Machado, por tierras de
Soria y la temática del
viaje como encuentro con uno
mismo, para finalizar con el
análisis del poema “El
pabellón vacío”, del poeta
cubano José Lezama Lima,
escrito en 1976, cuatro
meses antes de morir, e
incluido en el libro
Fragmentos a su Imán,
1970-1976. En esta
parte, la última, Campos
Reina se refiere al
tokonoma japonés, una
especie de hornacina
revestida de maderas nobles
cuya base se halla a una
cierta altura, donde se
coloca un jarrón de flores,
y la referencia a la muerte
como éxtasis y la vida como
un sueño y la eternidad del
presente: «Necesito un
pequeño vacío,/ allí me voy
reduciendo/para reaparecer
de nuevo,/ palparme y
ponerme la frente en su
lugar./ Un pequeño vacío en
la pared».
En definitiva, una obra de
gran riqueza intelectual, en
la que Campos Reina nos
ofrece el sentido de la
existencia del hombre
occidental y oriental a
través de ejemplos
concretos, precisos y
profundamente detallados que
nos confirman una idea que
ya teníamos de él en vida:
que nos encontramos ante uno
de los escritores andaluces
más completos de los últimos
cincuenta años.
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Francisco
Morales Lomas
(Campillo de
Arenas, Jaén,
1957).
Licenciado en
Filosofía y
Letras, y en
Derecho por la
Universidad de
Granada; Doctor
en Filología
Hispánica por la
Universidad de
Granada;
Catedrático de
Lengua
Castellana y
Literatura y
Profesor Titular
de la
Universidad de
Málaga.
Es Académico de
la Academia de
Buenas Letras de
Granada, de la
Academia de
Artes Escénicas
de España y de
la Real Academia
de Córdoba.
Poeta, narrador,
dramaturgo,
ensayista,
columnista y
crítico
literario
perteneciente a
la “Generación
de la Transición”.
Su poesía ha
sido definida
como fiel
representante
del “Humanismo
solidario”,
por su
compromiso
personal y sus
valores
estéticos, y su
teatro pertenece
a la corriente
literaria
llamada “Canibalismo
Dramático”.
Es especialista
en literatura
española de los
siglos XX y XXI.
Es miembro
fundador de la
corriente
“Humanismo
Solidario”, cuya
Asociación
Internacional
Humanismo
Solidario
preside desde su
fundación.
En la actualidad
es Presidente de
la Asociación
Andaluza de
Escritores y
Críticos
Literarios (AAEC),
Presidente y
fundador de la
Asociación
Internacional
Humanismo
Solidario (AIHS),
Vicepresidente
de la Asociación
Colegial de
Escritores de
España
(Andalucía)
(ACE-A),
Vicepresidente
de la Asociación
de Dramaturgos,
Investigadores y
Críticos
Literarios de
Andalucía
(ADICTA).
Entre los
reconocimientos
que ha recibido
figuran haber
resultado
Finalista, en
los años 1998,
1999 y 2002,
del Premio de la
Crítica; Premio
Doña Mencía de
Salcedo de
Teatro 2002;
Finalista
del Premio
Nacional de
Literatura (Ensayo),
en 2006; Premio
Andalucía de la
Crítica en 1998;
Premio Joaquín
Guichot de la
Consejería de
Educación de la
Junta de
Andalucía;
Premio de
Periodismo del
Ministerio de
Economía; Premio
Internacional de
Teatro José
Moreno Arenas
2013; Premio
Rosalía de
Castro 2019, y
Premio
Trayectoria
Cultural del
Ayuntamiento de
Campillo de
Arenas (Jaén)
2021, entre
otros.
Ha publicado una
cincuentena de
títulos hasta el
momento, muchos
de los cuales
han sido
traducidos a
varios idiomas.
En este sentido,
cabe destacar,
entre sus
últimas obras
líricas, los
poemarios
Noche oscura del
cuerpo,
Col. Ancha del
Carmen (Ayuntamiento
de
Málaga, 2006);
El agua entre
las manos,
Col. Aula de
Literatura José
Cadalso
(Fundación
Municipal de
Cultura Luis
Ortega Brú, San
Roque, 2006);
La última lluvia
(Eds.
Carena, Barcelona, 2009);
Elogio de la
rutina,
antología
(Ayuntamiento
de Roquetas de
Mar, Almería, 2010);
y Puerta del
mundo (Eds.
En Huida,
Sevilla, 2012).
Dentro del
género
narrativo, entre
sus últimos
títulos
publicados cabe
citar, por orden
cronológico de
publicación,
La larga marcha,
novela (Ed.
Arguval, Málaga,
2003),
Candiota,
novela (Ed.
Sarriá, Málaga)
y El extraño
vuelo de Ana
Recuerda,
novela (Alhulia
Ed., Granada,
2007), que
conforman su
trilogía sobre
la Transición
española; El
secreto del agua,
relato, «Gibralfaro»,
79, enero-marzo
2013; Bajo el
signo de los
dioses,
novela (Alcalá
Grupo Ed.,
2013), primera
entrega de su
trilogía sobre
el Siglo de Oro
«Imperio del
Sol»;
Comenzar el
futuro,
relato, en
«Cuentos
engranados»,
coords. Carolina
Molina y Jesús
Cano (Ed.
Transbooks,
2013);
Cautivo,
novela (Ed.
Nazarí, Granada,
2014), segunda
entrega de la
trilogía
«Imperio del
Sol»; En
algún lugar del
corazón,
relato,
publicado
en «Cervantes
tiene quien le
escriba» (Eds.
Traspiés,
Granada, 2016);
y Puerta
Carmona,
novela (Ed.
Quadrivium,
Girona, 2016),
tercera entrega
de la trilogía
«Imperio del
Sol»; El
viento entre los
lirios,
Colección
DRelatos (Eds.
En Huida,
Sevilla, 2019);
La edades del
viento,
novela (Eds.
Dauro, Granada,
2020), y El
ojo del huracán.
Narraciones
1979-2020,
compilación de
narraciones
breves (Eds.
Carena,
Barcelona,
2021).
En el campo de
la dramática,
cuenta, entre
otras
aportaciones,
con títulos como
«El
encuentro», en
III Certamen de
teatro
Dramaturgo José
Moreno Arenas,
Eds. Carena,
Barcelona, 2012;
«El desahucio»,
V Premio de
teatro
Dramaturgo José
Moreno Arenas,
Eds. Carena,
Barcelona, 2014;
y las obras que
han aparecido
bajo el título
genérico de
Teatro Caníbal
Completo,
volúmenes I, II,
III, IV y V (Eds.
Carena,
Barcelona, 2015-2019).
Y ya, en el
campo de la
crítica
literaria, cabe
citar: La
lírica
conmovedora
de Francisco
García Lorca,
discurso de
entrada en
la Academia de
Buenas Letras de
Granada (Academia
de Buenas Letras
de Granada,
2015); Poetas
del ’60. (Una
promoción entre
paréntesis),
en colaboración
con Alberto
Torés (Ed. El
Toro Celeste,
Málaga, 2015);
Poética
machadiana en
tiempos
convulsos.
Antonio Machado
durante la
República y la
Guerra Civil
(Ed. Comares,
Granada, 2017);
Ser y tiempo,
Antología
poética
de Emilio Prados,
estudio, edición
y selección de
F. Morales
Lomas, Col. Las
4 Estaciones,
Núm. 24
(Fundación
Málaga /
Fundación El
Pimpi, Málaga,
2018); La
poesía
de Vicente
Aleixandre.
Cuarenta años
después del
Nobel, en
colaboración con
Remedios Sánchez
(Ed. Marcial
Pons, Madrid,
2017); El
hilo de Ariadna.
Literatura y
críticas
contemporáneas
(Servicio de
Publicaciones de
la Fundación
Unicaja, Málaga,
2018),
Antonio Machado.
Palabras en el
tiempo
(Poéticas
Ediciones,
Málaga, 2020) y
Dramaturgos
españoles entre
dos milenios
(Anthropos Ed.,
Barcelona,
2021).
Como columnista,
ha colaborado en
diversos medios,
como SUR,
La Opinión de
Málaga,
Ideal,
Diario Málaga,
Diario Siglo
XXI, Wadi-as
y Diario La
Torre.
Podéis conocer
sus últimas
creaciones a
través de su web
«MORALESLOMAS»
y el blog «MORALESLOMAS».
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GIBRALFARO. Revista de Creación
Literaria y Humanidades. Publicación
Trimestral. Sección 1. Página 14. Año XXI. II Época. Número 110.
Enero-Marzo 2022. ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero
Benavides. Copyright © 2022
Francisco Morales Lomas. © Las imágenes que
ilustran el texto se usan exclusivamente
como ilustraciones, y ha sido tomadas
de CordobaPedia (las dos primeras) y
de los blogs que el autor tiene en la
red. Cualquier derecho, pues, que pudiera concurrir sobre
las mismas pertenecen en exclusiva a sus
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Didáctica de las Lenguas, las Artes
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Victoria (Málaga).
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