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CUANDO MURIÓ SARAMAGO decía que siempre es imaginario
decir que un escritor como Saramago ha muerto porque
personas como él no sólo no mueren nunca, sino que a
medida que pasan los años, como los buenos vinos, va
creciendo su obra, que se universaliza y se eterniza. El
escritor es su obra. No me cabe la menor duda. Nada
tiene sentido para un escritor que no vaya acompañado de
lo creado a lo largo de los años. La existencia física
para un escritor tan grande ya como Saramago es lo de
menos. Si nos pusiéramos platónicos, diríamos que
precisamente al morir, su ánima, su espíritu se
revitaliza en la obra, toda vez que el cuerpo ya no crea
problemas. Todos seremos pasto de la tierra o de las
llamas algún día, pero la obra, cuando trasciende el
acto de nacimiento por su profunda humanidad, no.
La última vez que vi a Saramago fue en la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara (México), en
noviembre-diciembre de 2006, cuando un grupo de
escritores andaluces fuimos invitados a esta Feria, que
estuvo dedicada a Andalucía (por entonces Saramago vivía
aquí). Fueron días de gran ajetreo y a Saramago lo
llevaban y traían por los grandes saraos literarios como
una estrella rutilante. Él, siempre tan disciplinado,
hacía su labor con complacencia. Una noche, ambos
pudimos ver la actuación de Miguel Ríos acompañados de
nuestras dos Pilares, ¡qué mejor ilusión escénica!: la
suya, Pilar del Río, y la mía, Pilar P. Esteban. La
gloria la teníamos cerca sin duda y, por un momento,
miré en la misma dirección que él (los dos
contemplábamos a Miguel Ríos) y acaso rocé el hálito de
la gloria. Claro que de su rostro no se disipaba una
cámara que constantemente grababa una y otra vez
cualquier gesto o movimiento que hacía. Recuerdo que le
comenté a Pilar, la mía, al pobre hombre no lo van a
dejar ni dos segundos. Desde luego, ya nadie lo va a
dejar ni dos segundos porque es uno de los escritores
más importantes del siglo XX.
Sin embargo, si observamos alguna de las historias de la
literatura mundial al uso hasta los años ochenta,
Saramago era un perfecto desconocido en España. Es en
los últimos veinte años cuando la producción del
escritor de Azinhaga ha conseguido alcanzar una gran
importancia, aunque su primera novela, Terra do
pecado fue publicada en 1947. Es a partir de 1977
cuando su producción alcanza un éxito de público con las
obras Manual de pintura y caligrafía (1977),
Memorial del convento (1982), La balsa de piedra
(1986), Historia del cerco de Lisboa (1989),
El evangelio según Jesucristo (1991), Ensayo
sobre la ceguera (1996), Cuaderno de Lanzarote
(1997), Todos los nombres (1997), La caverna
(2000), El hombre duplicado (2002), Ensayo
sobre la lucidez (2004), Las intermitencias de la
muerte (2005), El viaje del elefante (2008),
Caín (2009)… La concesión del Nobel de Literatura
en 1998 a un comunista convencido pareció una
provocación para los seguidores del liberalismo salvaje
y el pensamiento único, pero fundamentalmente fue un
reconocimiento a la literatura portuguesa de este siglo,
pues es el primer autor al que se le concede tal
galardón, aunque haya habido otros que lo hubieran
merecido, por ejemplo, Eça de Queiroz, Pessoa, Mario
Braga... |
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José
Saramago (1922 - 2010), narrador
y ensayista portugués, premio
Nobel de Literatura en 1998, y
autor de
El Evangelio según Jesucristo (1991)
y Todos los nombres (1997),
las dos
novelas objeto de análisis en este
estudio. |
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Fue precisamente una de sus obras, El
evangelio según Jesucristo (1991), la que le
permitió un mayor acercamiento a España (un
libro que lo enfrentó de plano y de pleno con la
jerarquía católica de su país y, de paso, con el
Gobierno portugués) y le sirvió de pretexto
para que se viniera a residir aquí y se
convirtiera en un escritor “casi español”. Pocos
como él han defendido la unión de la península
Ibérica, cuando algunos pueblos quieren sucumbir
a la huida de ella.
Jesucristo fue un mártir de Dios. Esta es una de
las múltiples aseveraciones que se pueden
concluir de la novela de tesis que lleva a cabo
el Nobel portugués, José Saramago, en su novela
El Evangelio según Jesucristo (1991).
Historia que bien podría haber sido escrita por
Voltaire, por el espíritu burlón e incrédulo que
manifiesta, desde un evidente racionalismo ateo
hasta la profundización en la figura de Jesús
como hombre sacrificado, hombre que sufre y, en
definitiva, víctima de la coyuntura histórica de
Dios.
Considera Saramago que Dios es un buen
estratega, para el que, como Maquiavelo, el fin
justifica los medios y su finalidad, en este
tablero que es el mundo, es la victoria sobre el
resto de los dioses que hasta entonces
existieron:
«Si cumples bien tu papel (dice Dios a Jesús),
es decir, el papel que te he reservado en mi
plan, estoy segurísimo de que en poco más de
media docena de siglos, aunque tengamos que
luchar, yo y tú, con muchas contrariedades,
pasaré de dios de los hebreos a dios de los que
llamamos católicos, a la griega, Y cuál es el
papel (pregunta Jesús) que me has destinado en
tu plan, El de mártir, hijo mío (responde Dios),
el de víctima, que es lo mejor que hay para
difundir una creencia y enfervorizar una fe».
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Víctima y verdugo en una novela de seres humanos
condenados a un destino. Desde el primero al
último de los personajes siguen ese continuum,
sin que el libre albedrío tenga ningún sentido
en el evento. En ello, por tanto, es fiel al
proceso histórico y en algunas anécdotas. Pero,
obviamente, esta densa novela —una de las más
importantes y polémicas de Saramago, que le ha
valido constantes críticas del Vaticano— no
queda en una tesis única, si bien es la más
llamativa y trascendente.
Saramago es consciente de que la historia que
cuenta es archiconocida, de ahí que lo
importante no sean en sí los detalles ni las
situaciones. Unas, extraídas de la Escritura;
y, otras, inventadas por el narrador. Lo
trascendente es las tesis que la sustenta.
Porque, en cierto sentido, esta permite hablar
de un ajuste de cuentas o una crítica despiadada
en la dirección volteriana que apuntábamos.
Desde la tercera persona del narrador
omnisciente, Saramago construye la historia de
Jesús de un modo lineal, si bien entre el
principio y el final se crea un círculo. |
Comienza con la descripción del cuadro en el que
Jesús yace en la cruz y finaliza con la misma
escena. Se suceden la vida de María y José, la
escena del ángel anunciador, el nacimiento de
Jesús en Belén, el censo, el asesinato de
inocentes por Herodes, los hijos de María, la
crucifixión de José, la huida de casa de Jesús,
el encuentro con el diablo (a quien Saramago
llama Pastor), con Simón y Andrés, la vida
sexual de Jesús y María de Magdala, así como
múltiples milagros y situaciones muy conocidas:
la multiplicación de los panes y los peces, las
bodas de Caná, etc.
En cambio, pasa de puntillas sobre sucesos que
han sido ampliamente relatados en el Nuevo
Testamento. Todos estos acontecimientos se
desarrollan en dos tiempos diferentes: un
tempo lento, que tiene como objetivo los
sucesos que van desde la vida de María y José
hasta el encuentro con Pastor; y, el resto, con
un tempo molto vivace en el que
selecciona los hechos que a él le interesan de
un modo fehaciente (narrados con ya menor
parsimonia) y destacará aquellos que, por
razones obvias, importan al narrador. Por
tanto, lentitud inicial y aceleración final.
No pierde la historia un evidente sentido épico
que nos ha recordado a los grandes poemas
homéricos (por ejemplo, en detalles como el
recurso al sueño: José, Jesús, etc. viven
obsesionados con sus sueños terribles; pero
también en el tono, a veces álgido y
grandilocuente); pero frente a los poemas
homéricos en el que existe mucho de héroes y
tumbas, los personajes de la novela son
hombres y mujeres humildes, “normalizados”,
que viven la existencia (el estatus de la
existencia, diríamos) como cualquier hijo de
vecino.
Su profunda humanidad sobresale como hecho
cardinal y destacable. Es otro de los valores,
muy frecuente en las novelas de Saramago, la
selección de personajes vulgares (anónimos
casi y prosaicos) que llegan a adquirir una
categoría de héroes o antihéroes y emparientan
así su obra con los personajes vulgares e
insustanciales de Kafka, una especie de héroes
de la vulgaridad.
Queremos pensar que este hecho bien pudiera
proceder de su ascendencia comunista y los
presupuestos estéticos que en su momento
desarrolló el realismo socialista a partir de
Zdanov y Toeplitz por cuanto es el hombre-masa,
el hombre-vulgo, el hombre sin atributos, el que
realmente se convierte en héroe novelesco y no
el burgués, no el rico, no el personaje
extraordinario. Un hecho que también en la
historia literaria lo inventó ya Cervantes (el
gran revolucionario de la narrativa
contemporánea) cuyas creaciones son la
vulgarización de la heroicidad. Don Quijote, en
su vulgaridad, alcanza la gloria. Es el héroe, y
el más trascendente de todos, porque su
heroicidad está normalizada: no le llega de cuna
o de linaje, sino que le llega desde la
normalidad, desde la vulgaridad. Como los héroes
de Saramago, como los héroes anónimos de Kafka. |
El componente de tesis que posee la obra le
permite al escritor desarrollar la función
metalingüística, realizar abundantes
interpolaciones, excursos, reflexiones de todo
tipo sobre el ser humano, la ficción literaria,
o, sencillamente, sobre cómo se debe escribir
una novela. Abundantes en las páginas 170, 189,
191, 197, 225 y 252. Por ejemplo, dice en esta
última, con evidentes resonancias cervantinas:
«Dicen los entendidos en las reglas del bien
contar cuentos que los encuentros decisivos, tal
como sucede en la vida, deberán ir
entremezclados y entrecruzarse con otros mil de
poca o nula importancia, a fin de que el héroe
de una historia no se vea transformado en un ser
de excepción...».
En la narrativa de Saramago es frecuente la
tendencia a las frases con aire proverbial o con
afán de quedar inmortalizadas:
«En verdad hay cosas que el mismo Dios no
entiende, aunque las haya creado» (p. 27), «No
hay límites para la maldad de las mujeres, sobre
todo las más inocentes» (p. 41), «La mejor
manera de llegar a una buena idea es dejar que
fluya el pensamiento...» (p. 100), «No hacemos
más en la vida que ir buscando el lugar donde
quedarnos para siempre (...), la única
cosa realmente firme, cierta y garantizada
es el destino» (p. 140), «La culpa es un lobo
que se come al hijo después de haber devorado al
padre» (p. 241), etc.
Pero entre esas ideas generales, y este
comentario tiene obviamente ese carácter por
razones de espacio, sintetizamos las siguientes:
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1. Dios y el Diablo (Saramago lo escribe con mayúscula)
son la misma cosa:
«Si encontrásemos al Diablo y él se dejase abrir, tal
vez nos lleváramos la sorpresa de ver saltar a Dios de
allí adentro» (p. 276).
2. El Diablo también es una víctima del Todopoderoso. Le
propone a Dios llegar a un acuerdo para que triunfe el
bien sobre la tierra, pero Dios no acepta, porque a Dios
le interesa más su triunfo que el del bien. Dios
necesita mártires para construir su obra. Ante la
hermosa propuesta del Diablo (Saramago es su abogado),
responde Dios:
«No te acepto, no te perdono, te quiero como eres y, de
ser posible, todavía peor de lo que eres ahora» (p.
451).
3. Judas es otra víctima propiciatoria. Digamos
que le tocó la china y se convirtió en
delator porque alguien debía serlo para que se
desarrollara la historia de Jesús según el plan trazado
por Dios (pp. 504-509).
4. Jesús realiza su vida sexual con una
prostituta, María de Magdala, con absoluta
normalidad. Una historia de amor que se convierte en uno
de los aciertos más interesantes de la novela por
la exquisitez con que trata Saramago a esta María y
los sentimientos positivos que despierta. Sin duda que
el hecho sexual habrá levantado ampollas en la moral de
entrepierna de una Iglesia que ve en la sexualidad uno
de los mayores peligros. Algo no muy original, pues ya
se sabe que con esta historia se han construido
múltiples novelas.
5. Furibunda crítica a Dios (pp. 150, 152, 156, 266,
276, 426, 445). Entre ellas no faltan varias páginas
con los mártires más conocidos de la Iglesia
recogidos por orden alfabético, como un intento de
demostrar científica y documentalmente que se
necesitaron en todos los tiempos mártires y, a ser
posible, que murieran lo más cruentamente en nombre de
la fe en la iglesia de Jesús. Pero no sólo
mártires-creyentes, sino mártires que no lo eran y
fueron acusados ante la Inquisición, la mayor lacra de
la historia de la Iglesia, construida a base de sangre.
Es tan dura la apreciación como cierta, y cada palo que
aguante su vela.
La integración de la narración y el diálogo,
como se deduce de algunas citas anteriores,
permite técnicamente mayor fluidez narrativa, a
pesar de la parsimonia y el detallismo inicial o
de escenas que pueden resultar poco interesantes
para el lector. Su punto de vista es el que se
mantiene en la obra, partiendo de su pensamiento
crítico e irónico, pero frente a ese papel de
juez, que lo asume Saramago en su novela, y
desmitificador o clarificador de los
presupuestos de los mitos o contra todo tipo de
imposturas, se nota la profunda humanidad de un
escritor que ha mantenido las ideas más hermosas
por encima del valor del hecho literario en sí. |
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Muy distinta es su novela Todos los nombres
(1997). De Todos los nombres tengo que
decir en primer lugar que es una novela
minimalista. Partiendo de unos instrumentos
ínfimos, un personaje básicamente, don José (un
personaje anodino, un personaje vulgar), el
extraordinario escritor portugués, gracias a su
inteligencia narrativa (la fusión entre diálogo,
narración y descripción que le da rapidez y
viveza a la obra, cuyo peligro podría ser la
parsimonia narrativa y la continuidad del relato
a través del uso de las comas en detrimento de
los puntos y seguido) y a la sabiduría para
crear mundos personales, elabora una novela de
personaje de gran altura de pensamiento. Sin
duda que el funcionario don José, desde su
anonimato, alcanza, como Don Quijote, la cumbre
de una gran creación novelesca.
El argumento es insignificante: un funcionario
de la Conservaduría General comienza a
investigar sobre una mujer fallecida, una
profesora de matemáticas separada que se
suicida. Lo importante es el proceso novelesco
sabiamente desarrollado que nos recuerda
mucho a Kafka. Esos personajes grises e
insubstanciales, como es don José, pueblan las
novelas del genio de Praga. Pero también nos ha
rememorado a uno de los grandes narradores de
todos los tiempos injustamente olvidado hoy,
Dostoyesvki.
Don José es un hombre que pasa de los cincuenta
y con muchos años como funcionario en el
Registro de la Conservaduría, un soltero que
trabaja en una actividad anodina que puede
acabar con la mente de cualquier persona. Su
única afición es coleccionar recortes de
periódicos y revistas con noticias e imágenes de
gente célebre. Un día decide dar un cambio a su
vida, se salta la ruda jerarquía administrativa
y comete una ilegalidad, la única que ha
cometido en su vida: tomar datos del registro
sin consultar. Entre ellos, el de una mujer
desconocida. No sabe qué le impulsa de pronto a
cambiar los famosos por los datos personales de
una mujer anónima. A partir de ese momento vive
obsesionado con saber quién es y, como un
investigador al uso —aunque muerto de miedo,
porque sabe que este acto prohibido le puede
acarrear la separación del trabajo— decide
seguir adelante. |
El aire más kafkiano del relato procede de los
diálogos y conversaciones que se inventa el
personaje —por ejemplo, uno con el techo: «El
imaginario y metafísico diálogo con el techo le
sirvió para encubrir la total desorientación de
su espíritu» p. 177— cuando el miedo lo invade,
creando una atmósfera alucinatoria de gran
intensidad dramática, a pesar de los
rudimentarios medios que emplea Saramago. Otro
hecho alusivo que nos recuerda a El castillo
de Kafka es la tremenda jerarquía a la que está
sometida la existencia del protagonista y el
miedo a romper las reglas.
El recurso a la imaginación y la invención, el
juego entre la realidad anodina y la irrealidad
que don José se va creando produce una camino de
ida y vuelta que difícilmente se puede cortar y
es otro de los aciertos narrativos de Saramago.
Podríamos decir que la elección de estos
personajes es una decisión consciente e
ideológica por parte del comunista Saramago, y
es elevar a la categoría de personajes
trascendentes a gente vulgar de la que nadie se
acuerda. En esto coincide con otros narradores
importantes como Julio Cortázar o Jorge Luis
Borges. Lo más sorprendente de la obra, que
posee grandes sobresaltos, es el extraordinario
desarrollo de la psicología de don José, la
perfecta recreación de su mundo trivial y el
ascenso de la cotidianidad al primer plano del
relato. Es un reto para Saramago demostrar que
con pocos y simples mimbres se puede construir
un gran cesto narrativo, dotado de una gran
fuerza vital. Llevar al nivel de lo
extraordinario la banalidad es, sin duda, el
gran acierto de Todos los nombres.
A veces, la atmósfera se hace dramática cuando,
hacia el final de la novela, visita el
cementerio en busca de la mujer suicida. Un
descenso a los infiernos que es también un
encuentro con la nadería en la que vivimos y un
canto a la existencia. De hecho, en algunos
momentos, surge la ironía en torno a la muerte,
pues hay un pastor que se ha dedicado a cambiar
las inscripciones de todos los suicidas por
placas que corresponden a otros diferentes,
porque parte de la idea de que el que se suicida
no quiere que lo encuentre nadie.
Aunque el relato está escrito en tercera persona
omnisciente, sin embargo se introduce también la
primera, la segunda y la tercera personas
narrativas. A veces, es el monólogo interior o
la narración realista decimonónica, las que
alternan el punto de vista de la novela que de
este modo adquiere múltiples matices. Evita el
riesgo que podría producir la obra, la monotonía
y el círculo vicioso en torno al mismo
personaje, con la irrupción de elementos de la
irrealidad que sólo viven en la mente del
personaje y son situaciones inventadas, así como
con instrumentos técnicos que aceleran la
lectura.
A lo largo de esta van surgiendo perlas, grandes
frases para una enciclopedia de citas:
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«Hay otras personas que si no salvan el mundo es
sólo porque el mundo no se deja salvar», «la
fortuna protege a los audaces», «llevar el
retrato de una persona en el bolsillo es como
llevar un poco de su alma», «la sabiduría de los
techos es infinita», «el espíritu humano es el
lugar predilecto de las contradicciones»... |
Las reflexiones sobre la existencia, la vejez,
la muerte, etc. son constantes y alcanzan un
alto nivel filosófico. En el cementerio dice:
«Con tiempo y paciencia aquí vendrán todos a
parar» (p. 244). Da la sensación, en muchas
ocasiones, de que la reflexión de Saramago es la
del intelectual que viene de vuelta de muchas
cosas en la vida, siempre contemplada con la
distancia del filósofo:
«La historia es igual para todos, nació, murió,
a quién va a interesarle ahora quién haya sido,
los padres, si la querían, la llorarán durante
un tiempo, después llorarán menos, después
dejarán de llorar, es lo acostumbrado» (p. 202).
Sus aciertos simbólicos son también
llamativos; por ejemplo, la comparación de
los cementerios con las bibliotecas: «Un
cementerio es como una especie de biblioteca
donde el lugar de los libros se encontrase
ocupado por personas enterradas» (p. 259). El
Registro de la Conservaduría es un laberinto
—«Don José entró en la Conservaduría, fue a la
mesa del jefe, abrió el cajón donde lo esperaban
la linterna y el hilo de Ariadna. Se ató una
punta del hilo al tobillo y avanzó hacia la
oscuridad» (p. 314)—, otro de los grandes
símbolos de Saramago, un simple registro
administrativo en el que la muerte y la vida se
dan la mano sin solución de continuidad, un
registro que no puede ser alterado, porque si
los papeles se equivocan o se alteran también se
altera nuestro lugar en el mundo. El Registro de
la Conservaduría es la gran metáfora sobre el
absurdo de la existencia cuando se cae en manos
del todopoderoso estado y su aparato
administrativo. |
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Novela, pues, rigurosa, amplia en su contenido,
de gran profundidad ética, que revela, una vez
más, los aciertos del escritor portugués y cómo,
desde la observación y el rigor, con leves
instrumentos, se puede crear una gran obra
literaria.
Los años venideros recordarán la obra de un gran
humanista que se irá haciendo cada vez más
colosal a medida que sus lectores vayan en
aumento. Un escritor de culto, el último Kafka
que hemos tenido el gusto de conocer y aplaudir
antes de que la historia de la literatura lo
deje en el huecograbado y mientras oíamos
“Vuelvo a Granada” de Miguel Ríos.
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Francisco Morales Lomas
(Campillo de Arenas, Jaén,
1957). Licenciado en
Filosofía y Letras, y en
Derecho por la Universidad
de Granada; Doctor en
Filología Hispánica por la
Universidad de Granada;
Catedrático de Lengua
Castellana y Literatura y
Profesor Titular de la
Universidad de Málaga. Es
Académico de la Academia de
Buenas Letras de Granada, de
la Academia de Artes
Escénicas de España, de
la Real Academia de Córdoba
y de la Real Academia de
Nobles Artes de Antequera.
Poeta, narrador, dramaturgo,
ensayista, columnista y
crítico literario
perteneciente a la
“Generación de
la Transición”.
Su poesía ha sido definida
como fiel representante
del “Humanismo solidario”,
por su compromiso personal y
sus valores estéticos, y su
teatro pertenece a la
corriente literaria
llamada “Canibalismo
Dramático”. Es especialista
en literatura española de
los siglos XX y XXI. Es
miembro fundador de la
corriente “Humanismo
Solidario”, cuya Asociación
Internacional Humanismo
Solidario preside desde su
fundación.
En la actualidad es
Presidente de la Asociación
Andaluza de Escritores y
Críticos Literarios (AAEC),
Presidente y fundador de la
Asociación Internacional
Humanismo Solidario (AIHS),
Vicepresidente de la
Asociación Colegial de
Escritores de España
(Andalucía) (ACE-A),
Vicepresidente de la
Asociación de Dramaturgos,
Investigadores y Críticos
Literarios de Andalucía
(ADICTA).
Entre los reconocimientos
que ha recibido figuran
haber resultado Finalista,
en los años 1998, 1999 y
2002, del Premio de la
Crítica; Premio Doña Mencía
de Salcedo de Teatro 2002;
Finalista del Premio
Nacional de
Literatura (Ensayo), en
2006; Premio Andalucía de la
Crítica en 1998;
Premio Joaquín Guichot de la
Consejería de Educación de
la Junta de Andalucía;
Premio de Periodismo del
Ministerio de Economía;
Premio Internacional de
Teatro José Moreno Arenas
2013; Premio Rosalía de
Castro 2019, y Premio
Trayectoria Cultural del
Ayuntamiento de Campillo de
Arenas (Jaén) 2021, entre
otros.
• Lírica:
Ha publicado una cincuentena
de títulos hasta el momento,
muchos de los cuales han
sido traducidos a varios
idiomas. En este sentido,
cabe destacar, entre sus
últimas obras líricas, los
poemarios Noche oscura
del cuerpo, Col. Ancha
del Carmen (Ayuntamiento de
Málaga, 2006); El agua
entre las manos, Col.
Aula de Literatura José
Cadalso (Fundación Municipal
de Cultura Luis Ortega
Brú, San Roque, 2006); La
última lluvia (Eds.
Carena, Barcelona, 2009);
Elogio de la rutina,
antología (Ayuntamiento
de Roquetas de
Mar, Almería, 2010);
Puerta del mundo (Eds.
En Huida, Sevilla, 2012), y
La paradoja del
caminante. (Poesía reunida
1981-2021), Diputación
de Jaén, Jaén, 2022).
• Narrativa.
Dentro del género narrativo,
entre sus últimos títulos
publicados cabe citar, por
orden cronológico de
publicación, La larga
marcha, novela (Ed.
Arguval, Málaga, 2003),
Candiota, novela
ambientada entre personajes
de los bajos fondos
granadinos (Ed. Sarria,
Málaga, 2003) y El
extraño vuelo de Ana
Recuerda, novela
(Alhulia Ed., Granada,
2007), que conforman su
trilogía sobre la Transición
española; El secreto del
agua, relato,
«Gibralfaro», 79,
enero-marzo 2013; Bajo el
signo de los dioses,
novela (Alcalá Grupo Ed.,
2013), primera entrega de su
trilogía sobre el Siglo de
Oro «Imperio del Sol»;
Comenzar el futuro,
relato, en «Cuentos
engranados», antología
coordinada por Carolina
Molina y Jesús Cano (Ed.
Transbooks, 2013);
Cautivo, novela (Ed.
Nazarí, Granada, 2014),
segunda entrega de la
trilogía «Imperio del Sol»;
En algún lugar del
corazón, relato,
publicado en «Cervantes
tiene quien le escriba»
(Eds. Traspiés, Granada,
2016); y Puerta Carmona,
novela (Ed. Quadrivium,
Girona, 2016), tercera
entrega de la trilogía
«Imperio del Sol»; El
viento entre los lirios,
Colección DRelatos (Eds. En
Huida, Sevilla, 2019); La
edades del viento,
novela (Eds. Dauro, Granada,
2020), y El ojo del
huracán. Narraciones
1979-2020, compilación
de narraciones breves (Eds.
Carena, Barcelona, 2021).
• Teatro:
En el ámbito de la
dramática, cuenta, entre
otras aportaciones, con
títulos como El encuentro
(Eds. Carena,
Barcelona, 2012), El
desahucio, que se alzó
con el V Premio de teatro
Dramaturgo José Moreno
Arenas, (Eds. Carena,
Barcelona, 2014), los cinco
volúmenes que han aparecido
con el título genérico de
Teatro Caníbal Completo
(Eds. Carena,
Barcelona, 2015-2019), y
El Covid y otros
Canibalismos, obra
integrada por las piezas
Habitación 309, La
mascarilla, La mujer
que leía caníbal teatro,
Dos ven mejor que uno,
El muerto y El
ángel custodio»,
colección Mirto Academia,
con una introducción
prologal de Francisco
Gutiérrez Carbajo (Academia
de Buenas Artes de Granada,
Granada, 2023).
• Ensayos:
En el campo de la crítica
literaria, cabe citar Jorge
Luis Borges, la infamia como
sinfonía estética (Eds.
Carena, Barcelona, 2001),
Sociología de la Literatura
infantil y juvenil (Ed.
Zumaya, Granada, 2011),
compilación de estudios
sobre la creación literaria
para lectores de esas etapas
de vida, desde una
perspectiva didáctica;
Narradores en el umbral.
(Ensayos de narrativa
contemporánea), un
conjunto de estudios de
relevantes novelistas
actuales ya fallecidos (Ed.
Ánfora Nova, 2012); La
lírica conmovedora
de Francisco García Lorca,
discurso de entrada en
la Academia de Buenas Letras
de Granada (Academia de
Buenas Letras de Granada,
2015); Poetas del ’60.
(Una promoción entre
paréntesis), en
colaboración con Alberto
Torés (Ed. El Toro Celeste,
Málaga, 2015); Poética
machadiana en tiempos
convulsos. Antonio Machado
durante la República y la
Guerra Civil (Ed.
Comares, Granada, 2017),
Ser y tiempo, Antología
poética de Emilio Prados,
un estudio, edición y
selección de poemas del
poeta malagueño (Fundación
Málaga/Fundación El Pimpi,
Málaga, 2018); La poesía
de Vicente Aleixandre.
Cuarenta años después del
Nobel, en colaboración
con Remedios Sánchez (Ed.
Marcial Pons, Madrid, 2017);
El hilo de Ariadna.
Literatura y críticas
contemporáneas
(Fundación Unicaja, Málaga,
2018), Antonio Machado.
Palabras en el tiempo
(Poéticas Ediciones, Málaga,
2020), Dramaturgos
españoles entre dos milenios
(Anthropos Ed., Barcelona,
2021) e Historia de la
Literatura española durante
la democracia: 1975-2920
(Eds. Carena, Barcelona,
2022), entre otros.
• Periodismo:
Como columnista, ha
colaborado en diversos
medios, como SUR,
La Opinión de Málaga,
Ideal, Diario Málaga,
Diario Siglo XXI,
Wadi-as y Diario La
Torre.
Podéis conocer sus últimas
creaciones a través de su
web
«MoralesLomas»
y el blog «Morales
Lomas».
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 3. Página
12. Año XXII. II Época. Número 117.
Octubre-Diciembre 2023. ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero
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