MI AMIGO SEBASTIÁN Gámez, en un gesto de sincera amistad, me entrega como regalo una novela que me sorprende por el título: El Evangelio según Jesucristo, escrito por José Saramago. La lectura de este texto literario me sorprende y me descoloca, por la manera que este autor aborda una historia que ya conocía por mi lectura de los cuatro Evangelios oficiales que recoge la Biblia. Obviamente, el tratamiento de la historia es otro.

Ya desde el comienzo de la narración, Saramago demuestra su gran capacidad descriptiva, desmenuzando detalle a detalle los personajes y los motivos que aparecen en un grabado de Alberto Durero titulado “Crucifixión”, en la primera página. Lo verdaderamente llamativo es que Saramago logra dar vida a unos trazos dibujados representando este grabado; vida y movimientos que teatralizan y justifican cada uno de los detalles de la escena. Contempla una síntesis magistralmente elaborada sobre personajes y hechos de esta historia.

 

 

 

  

 

 

 Crucifixión. Albrecht Durero (c. 1495)

  

 

En esta narración, el autor maneja con destreza y con un gran sentido de historicidad la vida humana de un hombre llamado Jesús de Nazaret, desde su concepción en el vientre de su madre, María, hasta su muerte, así como los lugares por donde transcurre su vida.

Hay que tener en cuenta que, al tratarse de una novela, el desarrollo de esta historia dista mucho de los criterios teológicos que transmiten los Evangelios y, por lo tanto, su lectura debe ser otra. Lo que no cabe duda es que el autor no ha restado esfuerzo narrativo para hacernos entrar en la vida de este hombre llamado Jesús el nazareno, llenando de gran sensibilidad la manera de humanizar su historia.

Es llamativo uno de los personajes que introduce, desde el principio de la novela, con aspecto de mendigo, pero con un trasfondo de ángel misterioso, frente a la bondad generosa de una muchacha llamada María; más adelante se irá intuyendo como la encarnación del ángel caído, el Diablo, que, de manera constante, intentará conducir la vida de Jesús de diferentes maneras.

En estos comienzos de la historia, Saramago describe, con gran habilidad lírica, un acto de amor carnal para transmitir un amor creador de vida y así llegar hasta la concepción. Y cómo, no obstante, a partir de ese momento aparecen las dudas de José, el esposo de María, por la presencia de ese misterioso personaje caracterizado de mendigo. Aquí juega Saramago con las debilidades humanas, mezclando lo natural y humano de una relación matrimonial con la desconfianza, creándose una incertidumbre que permanecerá en el tiempo.

María, que es descrita como una mujer de su tiempo en esas tierras de Galilea, sometida a la autoridad de su marido y sujeta a las costumbres de su cultura judía, aparece también como una mujer de carácter al mismo tiempo que presenta unos rasgos de fuerte ingenuidad observadora.

El episodio del viaje a Belén, cuando María se encuentra en un estado bastante avanzado de su embarazo, por el asunto del censo obligado por las autoridades romanas, Saramago presenta el tremendo movimiento humano que este hecho produce en la población judía. Y cómo José y María inician esta aventura siguiendo los criterios asumidos de su cultura. En el desplazamiento, primero los grupos formados exclusivamente por hombres y detrás los grupos de mujeres, niños y ancianos. Lo mismo cuando paran a comer, primero los hombres, después lo que queda para las mujeres y niños. Destaca, de esta manera, ese signo diferenciador entre los más anulados y vulnerables de la sociedad judía frente a la jerarquía masculina.

En el largo peregrinar de esta historia hasta Belén, el autor de esta novela va describiendo con muchos detalles y comentarios los lugares donde van a descansar, los caravasares del camino, especie de posadas llenas de animales junto a gente muy diversa y ruidosa, donde este joven matrimonio se integra de la mejor manera posible, teniendo en cuenta el avanzado estado de gestación de María. De igual manera, queda muy bien reflejada la aridez de estos caminos secos y deprimidos que cruzan los pueblos y aldeas rurales. Paisajes que también quieren transmitir las condiciones de pobreza y miseria a las que son sometidas las familias que residen en estos lugares de Palestina, bajo el dominio romano, la monarquía hebrea y el Sanedrín judío.

Y en esta experiencia a que son obligados a abandonar temporalmente su ciudad de Nazaret, durante el trayecto y ya instalados en una cueva cercana a Belén, el extraño personaje que tantos dolores de cabeza le produce a José y tanta incertidumbre a María continúa haciendo su presencia de confusas maneras. Saramago va a seguir introduciendo a este misterioso personaje haciendo referencia a muchos pasajes mezclados de los Evangelios   sinópticos y de Juan; por supuesto, en la propia vida de Jesús, el autor lo hace casi inseparable de diversas formas.

¿Qué pretende Saramago con este juego teatralizado, dando tanto protagonismo a este mendigo, ángel, pastor, diablo? Ciertamente, va a condicionar de manera destacada la concepción, el nacimiento y el devenir de Jesús de Nazaret hasta su muerte, desde la humanidad de esta familia galilea, creando una atmósfera de presencia “divina” en toda esta historia narrada.

Aprovechando el culto de presentación del recién nacido Jesús en el Templo, así como la purificación de la madre, María, siguiendo el rito judío, con la ofrenda y sacrificio de dos tórtolas, ya que se trataba de una familia pobre, Saramago incorpora en esta novela una fantástica y detallada descripción de esta monumental construcción de piedra, Templo que fue ampliado y reconstruido por el rey Herodes a finales del siglo I a. C. y destruido por las legiones romanas bajo el mando del general Tito, en la primera guerra judía, en el año 70 d. C.

Saramago recorre, como si de un paseo de reconocimiento del Templo se tratara, cada espacio, desde su llegada al «Atrio de los Gentiles, que rodeaba, entre el gran cuadrilátero de las arcadas, el recinto del Templo propiamente dicho, donde ya había una multitud de gente, cambistas, pajareros, tratantes que vendían borregos y cabritos, peregrinos...». Además de incorporar los detalles de las estructuras de piedra del edificio, el autor va integrando el ambiente multitudinario y bullicioso de la gente que accede al mismo. José, María y el niño Jesús entran por «la Puerta de la Leña, una de las trece por donde se llega al Templo y que, como todas las otras, tiene en proclama una lápida esculpida en griego y en latín, que así reza: A ningún gentil le está permitido cruzar este umbral y la barrera que rodea al Templo, aquel que se atreva lo pagará con su vida».

La organización del Templo es muy escrupulosa con cada espacio y sus funciones y a quienes les está permitido o no entrar. Cuando el matrimonio sube «los catorce peldaños por los que se accede, al fin, a la plataforma sobre la que está alzado el Templo», se encuentran con el Patio de las Mujeres, el almacén para el aceite y los vinos que se utilizan en la liturgia judía, la sala de los Nazireos, sacerdotes que no pertenecen a la tribu de Leví. Y así continúa detallando cada nuevo espacio y sus funciones, hasta llegar al lugar del sacrifico de las ofrendas. Aquí se mezclan los olores de los animales sacrificados, los gritos de los matarifes, los gemidos de las víctimas, los murmullos de la gente.

Todo está perfectamente escenificado con un lenguaje descriptivo y vivo que traslada al lector a ese momento de la historia. Es un ambiente que permite hacer pensar lo distante que debe estar ese Dios al que dan culto con esa carnicería que no cesa día tras día. Detrás de este sanguinolento espectáculo, «José tiene que quedarse del lado de fuera de la balaustrada que separa el Patio de los Israelitas del Patio de los Sacerdotes… donde está el Gran Altar, cuatro veces más alto que un hombre, y, allá al fondo, el Templo, que al fin hablamos del auténtico…». Con palabras, Saramago dibuja cada detalle artístico que adorna los capiteles, las columnas, los muros que dan forma al Templo de los Templos, el Lugar Santo, llamado Hereal y, al fin, entrar en el Debir, que es la última cámara de piedra vacía.

En medio de este contexto arquitectónico y en el escenario de los matarifes, fueron sacrificadas las dos tórtolas, dando así cumplimiento al rito judío. María quedó purificada y el niño Jesús, presentado en el Templo. Si de víctimas animales en el lugar sagrado de Jerusalén hemos hablado, ahora siguen las víctimas de niños inocentes, una matanza ordenada por Herodes en Belén y que Jesús se libró. Precisamente, en esta narrativa que sigue vuelve a aparecer ese siniestro personaje, ángel o demonio, que provoca en María una desazón cargada de angustia y en José un sentimiento de culpa que perdurará hasta su muerte. Con una gran habilidad, Saramago logra integrar en estas escenas las razones teológicas por las que murieron los inocentes y se libró Jesús de esa matanza, sin que, en la novela, intervenga para nada ese sentido místico que la Religión pretende dar a esta historia. Son secuencias llenas de misterio y debilidades humanas.

Ya de regreso a Nazaret y muerto el cruel Herodes, Saramago pinta un cuadro familiar y humano de José y María con una larga prole de hijos: Jesús, Tiago, Lisia, José, Judas, Simón, Lidia, Justo, Samuel; una familia demasiado numerosa que han de sacar adelante con su trabajo de carpintero y padre él y como madre ella. Es una de las muchas familias que habitaban en esa Galilea de nuestra historia en condiciones parecidas. De hecho, en algunos pasajes de los Evangelios canónicos, se señala esta condición familiar que Saramago introduce y humaniza de manera natural en esta novela. Inexorablemente, el tiempo transcurre y Saramago da saltos en el calendario viendo crecer a los hijos de José y María.

Incorpora el autor una parte de la historia, terrible historia de guerra y sufrimiento entre las guerrillas de Judas el Galileo y los romanos. Se trata de un episodio cargado de muertes y represión de los invasores frente a los pobres ciudadanos, sean o no guerrilleros. Lo vemos hoy en el siglo XXI con las diferentes confrontaciones bélicas en nuestro mundo, donde las víctimas se multiplican entre la población civil que nada tiene que ver con la guerra; son las víctimas inocentes de violencias sin límites. Y José va ser protagonista de una de estas experiencias en la que la vida y la muerte se debaten en la decisión arbitraria de alguien sin escrúpulo. Como en los Evangelios oficiales la vida de José se encuentra bastante silenciada y se desconoce el final de los días del carpintero, Saramago crea una historia donde se funde el sentido de la solidaridad humana en la conciencia de este hombre sin importar los riesgos de su propia vida. También Jesús, en su etapa de adulto, vivirá situaciones semejantes.

  

 

 

Ya de regreso a Nazaret y muerto el cruel Herodes, Saramago pinta un cuadro familiar y humano de José y María con una larga prole de hijos: Jesús, Tiago, Lisia, José, Judas, Simón, Lidia, Justo, Samuel; una familia demasiado numerosa que han de sacar adelante con su trabajo de carpintero y padre él y como madre ella. (Imagen: Pinterest.es).

  

Nazaret no se libra de recibir noticias de guerrilleros muertos en esa cruenta guerra entre galileos y romanos. Ananías, un vecino de José en el pueblo de Nazaret, que decidió integrarse en esa lucha sin sentido, resultó mortalmente herido en Séfori. El carpintero se encaminó con su burro en su búsqueda para traerlo a su pueblo, desconociendo las irreversibles consecuencias que pagaría por ello. Saramago crea una atmósfera de sentimientos y de humanidad entre las víctimas en un contexto donde el hedor de la muerte ronda por todas las casas, calles y rincones de esta ciudad invadida por los romanos. Y la crucifixión es el testimonio más patente del horror de esas muertes, práctica habitual de los invasores contra los guerrilleros o sospechosos. Encontrado Ananías entre otros moribundos, sin esperanzas de vida, no solamente le roban a José el burro, sino que es apresado por los romanos; sin juicio alguno, lo encarcelan con otros muchos hombres que serán ejecutados en la cruz. José, por más que insistiera sobre su condición de carpintero y no de guerrillero, no se libra de esa arbitraria decisión y lo clavan en un madero hasta morir. Aquí termina la historia de este hombre, a sus 33 años de vida, que deja viuda a María y huérfanos a sus nueve hijos. Una edad que presumiblemente traslade a su hijo Jesús.

El episodio de la recogida de su cadáver es estremecedor. Ha transcurrido demasiado tiempo desde la partida de José en busca de Ananías; por esa razón, María, junto a su hijo Jesús, que, al ser el mayor de todos ellos, le acompaña en su búsqueda. Después de recorrer Séfori, le informan de muchas crucifixiones en las afuera de la ciudad. Que busquen allí, donde han crucificado a cuarenta hombres. Saramago describe magistralmente el dolor y la angustia de una mujer desesperada que busca con esperanza encontrar a su marido José con vida. Cuando llegan al patíbulo colectivo, localizan el cadáver de José, ya descolgado de la cruz, mezclándose los gritos y lamentos de las mujeres ante semejante drama humano. La escena es desgarradora y el autor utiliza unas reflexiones que trasladan semejante muerte a la que le espera también a Jesús. Aunque sin componentes teológicos, Saramago juega con los episodios que narran los Evangelios para incorporar a Jesús como personaje central en esta historia.

Jesús tiene ya 13 años, y dejando atrás el duelo de la terrible muerte de José, su padre, y de regreso a Nazaret, se suceden escenas desgarradoras con sus hermanos y su madre. Entre Jesús y María se intercambian conversaciones, algunas de ellas con duras interrogantes sobre sueños y vida pasada que, de alguna manera, provocaron dolor y sufrimiento en la mente y en el corazón de sus padres. Y aquí se produce la decisión de Jesús de abandonar a su familia y buscar respuestas a tanta incertidumbre en la que está implicada su propia vida. Y así, trata de llegar a Jerusalén. Saramago introduce una escena entre Jesús y un fariseo, en este caso, un hombre bueno, que puede servir de pronóstico de otros muchos encuentros dialécticos y de enfrentamiento con otros personajes de igual formación religiosa.

Llegado al Templo, Saramago dibuja en el escenario del mismo una de las muchas prácticas dialécticas entre escribas, fariseos y visitantes al Templo, en asuntos que inquietan a unos y a otros. Y aquí hace intervenir a Jesús, con sus 13 años de edad, un adolescente muy precoz, cuestionando sobre el problema de la culpa, precisamente aquello que inundaba de inquietud y removía la consciencia de sus padres desde aquel asunto de Belén; precisamente, lo que provocaba sueños tenebrosos en la mente de José, su padre, e inestabilidad emocional en María, su madre. El desenlace es la repercusión que ese sentimiento de culpa recae ahora en el propio hijo, Jesús. Por esta razón, decide encaminarse a Belén, tratando de encontrar alguna respuesta a sus dudas. Aquí tuvo que enfrentarse con la tumba de 25 inocentes asesinados cuando él nació, causa de aquel sentimiento de culpa que arrastraban sus padres.

La esclava Zelomi acompañó a Jesús hasta el interior de la cueva donde nació, ayudado a venir al mundo por ella misma. Aquí quedó solo en una profunda meditación, cargada de interrogantes, cuando de nuevo Saramago incorpora en la escena a aquel extraño personaje que tantos quebraderos de cabeza trajo a María y a José. En esta ocasión se presenta como Pastor, pues así se definió él mismo en un extraordinario texto que contempla una entramada dialéctica entre Jesús, siendo un adolescente, y el personaje que, en un momento dado, reconoce que no es cualquier persona, sino un ángel, posiblemente la figura de ese diablo que tentó a Jesús desde temprana edad. Más adelante, en un encuentro que tuvo Jesús con su madre regresando de Jerusalén, ya le advierte que tenga mucho cuidado con ese personaje, porque encarna al mismo diablo. Saramago juega con las palabras utilizando diálogos a dos voces, Jesús y Pastor, mediante signos de discusión religiosa o de tentadoras propuestas que tratan de desmontar las creencias que anidan en el corazón de aquel muchacho que no para de cuestionar a su opositor, siguiendo los fundamentos de su fe judía. De esta manera, Jesús va a ejercer de pastor, cuidando ovejas y cabras por las montañas de Judá o por el valle del Jordán, un ganado que, en realidad, está figurando una humanidad traída y llevada sin rumbo definido y manipulada por los poderes del momento. Es curioso ver cómo el autor de la novela utiliza las metáforas de manera tan sutil, imágenes que dan forma a un cuerpo de retórica teológica y comportamientos humanos.

Los años siguen pasando y Jesús pastoreando. En un momento dado, tras perderse una de sus ovejas preferidas, se encamina a buscarla en el desierto. Aquí sufre penalidades y tentaciones que señalan otras escenas narradas en los Evangelios, aunque descontextualizadas en lo temporal. También es el momento en el que mantiene un diálogo profundo y teológico con Dios, que se hace presente desde el interior de una nube, y aquí se establece un pacto de sangre con el sacrificio de la oveja perdida y hallada.

Resulta curioso el tratamiento que Saramago aplica en su narrativa para incorporar sucesivamente pasajes de los Evangelios que son llevados a otros momentos de la vida de Jesús en esta novela; tal es el caso de la pesca milagrosa. Con habilidad literaria, este autor inserta ese suceso en un Jesús de 18 años que regresa a su casa de Nazaret y se cruza, bordeando el lago de Genesaret, con Simón y Andrés, que se dedican a la pesca. Son secuencias que rememoran aquella pesca milagrosa. De esta manera, Saramago, aun reconociendo que se trata de una narración novelesca, muy lejos de los libros sagrados, se posiciona a partir de otra narración evangélica.

Antes de llegar a Nazaret, Jesús, al pasar por la aldea de Magdala, va a vivir una serie de experiencias humanas con una mujer. De nuevo, nuestro autor va a dar un tratamiento de suma delicadeza y ternura en una relación carnal entre un joven ingenuo y una mujer experimentada. Para estas secuencias, cargadas de sensualidad, Saramago utiliza versos de los “Salmos” y del “Cantar de los Cantares”. Son signos salomónicos que pretenden engrandecer el verdadero y profundo sentido de un amor entre un hombre y una mujer, valiéndose para ello de una preciosa descripción lírica en ese encuentro de dos vidas encendidas por la pasión. El resultado final es uno de esos amores difíciles de encontrar, aunque en este caso se trate de una prostituta, que dejó de serlo a partir de su vivencia con Jesús. María de Magdala es la protagonista de la historia junto a un joven Jesús de 18 años.

Le sigue un capítulo duro y enternecedor al mismo tiempo. En esta novela, el reencuentro de Jesús con su familia, su madre y sus hermanos, está cargado de tensiones y dudas, de cariño y de intereses, de negaciones y de rechazos. En los Evangelios bíblicos aparece en diferentes secuencias la incredulidad y el rechazo de su familia por las andaduras descabelladas, según ellos, de Jesús, con su forma de vivir y todos aquellos ruidos de milagros y multitud de seguidores. En la novela de Saramago, ese rechazo y esa negación de su madre y sus hermanos son muy fuertes. Jesús afirma a su madre y a sus dos hermanos mayores que Dios le ha hablado en el desierto, cuando encontró la oveja perdida. Que, mediante el sacrificio de esa oveja, se estableció una alianza entre Dios y él, en la que el mismo Jesús tendría que dar su vida para alcanzar poder y gloria después de su muerte. María ve en ese argumento la presencia del Diablo. El diálogo es intenso y, de nuevo, Saramago, a su manera, integra en el mismo palabras y mensajes escritos en los libros del Nuevo Testamento. El autor deja entrever con claridad la soledad y la incertidumbre de un Jesús que aún desconoce su destino en el mundo.

  

 

 

Antes de llegar a Nazaret, Jesús, al pasar por la aldea de Magdala, va a vivir una serie de experiencias humanas con una mujer. De nuevo, nuestro autor va a dar un tratamiento de suma delicadeza y ternura en una relación carnal entre un joven ingenuo y una mujer experimentada. (Imagen: Pinterest.es).

  

  

Pero llega el momento de reconvertir esa incredulidad y esa negación de la familia en sentimientos de culpa por no haber creído en las palabras de Jesús. Mediante un sueño que María, su madre, tiene una noche mientras dormía sobre una estera en su casa, un ángel le recrimina esa actitud de rechazo hacia su hijo, que tuvo que abandonar de nuevo a su familia para encontrar su destino, en esta ocasión acompañado de María de Magdala, que nunca lo abandonará. El autor provoca, por decisión de María, la madre, la búsqueda de su hijo, motivada por sus sentimientos de madre y condicionada por ese sueño en el que aparecen de nuevo pasajes bíblicos, que Saramago incorpora como expresiones marianas de aceptación de la voluntad del Señor. Para ello, envía a sus otros hijos Tiago y José a la búsqueda de Jesús para que vuelva a su casa. Un encuentro duro entre hermanos en el que se cruzan reproches e incomprensiones en ese intercambio de palabras que Saramago pone en boca de los personajes filiales, mostrando más cercanía y confianza entre Jesús y sus seguidores que entre su madre y hermanos.

Con suma habilidad literaria, Saramago sigue la historia de Jesús mezclando aquí y allá pasajes de los Evangelios, insertándolos en una narrativa que introduce sistemáticamente costumbres populares llenas de humanidad en las tierras de Galilea o de pescadores en el lago de Tiberíades. Es el caso de las bodas de Caná o de la tempestad en medio del lago con las faenas de pesca, donde ya aparece la actividad pública y milagrosa de este joven Jesús junto a seguidores suyos. Las descripciones emocionales de los múltiples personajes, los detallados elementos que Saramago utiliza para pintar escenas llenas de vida, todo ello da vigor para introducir al lector en esas representaciones como partícipes de la historia. Es la sensibilidad que este autor va derrochando en cada capítulo para humanizar una historia que, de trasfondo, posee tintes divinos.

Ahora Saramago sitúa a Jesús a la edad de 25 años, cuando incorpora otros sucesos milagrosos que recogen los Evangelios, acompañado de María de Magdala y algunos de sus amigos que se van haciendo ya inseparables de Jesús. Es el momento en el que el autor adjudica ese reconocimiento de Mesías o de Hijo de Dios, capaz de dominar a los demonios que habitan en los seres humanos enloquecidos o de saciar el hambre en las multitudes o de sanar enfermedades.

Y Jesús sigue todavía con la incertidumbre de no saber si ha llegado ya ese momento en el que Dios se hace presente de manera consciente y decidida, como si de una misión se tratase o si del cumplimiento de aquel pacto que se estableció tiempo atrás en el desierto. Por esa misma razón, Jesús, aprovechando la invasión de una espesa niebla que cubría el mar de Galilea, decide adentrarse en ese mar para averiguar si ya ha llegado su hora y encontrarse definitivamente con Dios. Es una escena dialogada entre un Dios Padre, pintado como lo representan los grandes maestros del arte, con su Hijo; así es como lo teatraliza Saramago, ambos sentados en una barca en medio del lago. Jesús le espeta directamente: «He venido a saber quién soy y qué voy a tener que hacer de aquí en adelante para cumplir, ante ti, mi parte del contrato».

Hasta el momento en que Jesús asume la voluntad de Dios, en un diálogo duro y difícil de aceptar, pues su destino está marcado con su muerte en una cruz, Saramago desarrolla toda una teología religiosa frente a los deseos de Jesús de ser un hombre, un ser humano de carne y hueso, sin verse mezclado en las directrices que marca ese encuentro entre Jesús, Dios e incluso el propio Diablo, como si de una teofanía se tratase; las razones que se argumentan están condicionando la voluntad de Jesús, como hombre, frente a la imposición de un Dios que conduce al sacrificio, como una víctima, a quien considera su Hijo. Aquí juega Saramago con la narrativa de una futura Iglesia que va a integrar en sus creencias la imagen de un nuevo Dios que no es el de los israelitas, aunque se trate del mismo. Y juega también con los argumentos de una estructura humana cargada de defectos, de actos violentos y de falsedades. Por esa razón, dice Dios en su relato, quiere extender más allá de los límites del pueblo israelita la creencia de ese nuevo Dios, encarnado en Jesús. Para lograrlo, se hace necesario que Jesús, como hijo suyo, sea la víctima sacrificada por los pecados de esa humanidad. Es la visión cristológica paulina que la Iglesia católica ha ido desarrollando a lo largo de los siglos después de Cristo.

Acercándose ya el final de esta historia novelada, Saramago monta, en un espacio temporal de 40 días, un diálogo a tres bandas: Dios, Jesús y el Diablo; todo ello enmarcado en el interior de una barca, ocultos en medio de una espesa niebla que impedía ser vistos desde ningún punto cardinal. Aquí encuentra Jesús la respuesta a sus muchas interrogantes sobre la realidad de su identidad humana y su vinculación como Hijo de ese Dios Padre. Es un duro y largo intercambio de palabras y sentimientos el que se produce en esta escena; Saramago se extiende en detallar la historia que le espera a la humanidad desde el momento en que se crea la Iglesia en el nombre de Jesús y todas las sangrientas barbaridades que en su nombre y en el de Dios se van a cometer por el mundo entero. Y así hasta el día de hoy. De igual manera, detalla nominalmente las vidas que serán sacrificadas, asesinadas y torturadas de viles maneras por reconocer y defender la identidad divina de Jesús desde su fe en esa Iglesia. Se produce un momento de gran tensión cuando Jesús pregunta a Dios por qué tanto dolor y tanto sufrimiento después de su propio sacrificio y muerte en la cruz. Si su misma muerte no libera a la humanidad de tantos horrores, ¿cuál es entonces la razón de ese sacrificio? Aparece de nuevo la idea trazada por Pablo de Tarso en la creación de esa Iglesia marcada, no por el Jesús histórico, sino por el Jesús divinizado. En ese misterioso encuentro descrito por Saramago en la barca, también se afirma la presencia del Bien y del Mal, personificados en Dios y en el Diablo. Parece existir una contradicción sobre las razones de tantas desgracias en la historia de la humanidad y por qué no se evitan esos hechos tan horribles que tantas veces se le achacan al mismo Dios o al propio Diablo. Saramago pone en boca del Diablo la propuesta de acabar con el Mal en este mundo si Dios lo perdona a él y acepta su acogida en el seno de los ángeles; la respuesta que Saramago hace brotar de los labios de Dios es desconcertante: «Este Bien que yo soy no existiría sin ese Mal que tú eres… para que yo sea el Bien, es necesario que tú sigas siendo el Mal; si el Diablo no vive como Diablo, Dios no vive como Dios…». Es el eterno dilema entre el Bien y el Mal.

  

 

 

«Este Bien que yo soy no existiría sin ese Mal que tú eres… para que yo sea el Bien, es necesario que tú sigas siendo el Mal; si el Diablo no vive como Diablo, Dios no vive como Dios…». Es el eterno dilema entre el Bien y el Mal.

  

Finaliza este capítulo con la aceptación por Jesús de llevar a cabo su mesianismo como Hijo de Dios. De una manera inteligente, Saramago incorpora un texto muy original para la formación del grupo de apóstoles seguidores de Jesús, todo ello en la orilla del lago de Tiberiades. A partir de aquí, el autor, sirviéndose de lo narrado en los Evangelios aceptados por la Iglesia, va insertando historias de milagros y andaduras en tanto que anuncia que el Reino de Dios ya está aquí y ahora; le acompañan sus seguidores, los discípulos y, por supuesto, María de Magdala, que se hace inseparable. Ya Jesús ha dejado de ser aquel pastor de ovejas y cabras, para ser Pastor de hombres y mujeres que necesitan algo de esperanza para dar sentido a sus vidas. Y Jesús, asumiendo esa representación de Mesías, no escatima esfuerzos en el cumplimiento con la voluntad de Dios, llevando su palabra por todos los lugares de Palestina. Así se convierte en un profeta itinerante y en un sanador de almas atormentadas.

Es curioso el capítulo que Saramago dedica a la estancia de Jesús en Betania, concretamente en la casa de Lázaro y sus hermanas Marta y María, la de Magdala, que siempre le acompañó como compañera en todos los sentidos. Aquí no sólo se produce el milagro de la curación de Lázaro, que es de una enfermedad y no de su muerte, sino que se intensifican las enseñanzas y sanaciones de quienes acudían a su presencia motivados por lo que ya era irreversible, su condición de Hijo del Hombre, como Jesús se solía llamar para evitar malos entendidos ante las autoridades religiosas. A pesar de ello, los escribas, fariseos y sacerdotes ya dudaban y trataban de controlar a ese hombre que hacía tantos milagros y se hacía llamar de esa manera cuando, en realidad, se afirmaba como Hijo de Dios.

Llegado a este punto de la historia, Saramago quiere completar su narración con el encuentro de Jesús con el profeta Juan para, desde ese momento, incorporar Jesús, en su conciencia de Hijo de Dios, la misión para la que vino a este mundo. El autor desarrolla una narrativa profunda en el mundo interior de Jesús. Es una introspección que parece responder a una firme intención de llevar a cabo esa voluntad que parece ser de Dios, convulsionando su manera de proceder. En ese momento, toma la decisión de ir a Jerusalén, al corazón de la ciudad, su Templo. Y es aquí, precisamente, donde se dibuja una escena de violencia que contradice la actitud de vida pacífica de Jesús. Saramago describe una lucha abierta entre el grupo de Jesús y la guardia del Templo y contra los vendedores y cambista que hacen su negocio en el interior del mismo, con la aquiescencia del clero de la época. Por mandato del Sumo Sacerdote, se acaba la trifulca, por ahora, como si se tratara de un “alto el fuego”, hasta que llegue el momento de atrapar a Jesús.

De regreso a Betania, se presenta el suceso de la muerte de Lázaro, esa muerte que aparece en los textos bíblicos, pero que Saramago no incorpora en su texto como resucitado por Jesús. Hay un diálogo bastante tenso y doloroso entre él y las dos hermanas Marta y María, y el autor que escribe esta historia decide poner en boca de María de Magdala la decisión de no permitir que Lázaro muera dos veces y, por lo tanto, que no se produzca el milagro.

Finaliza la novela con la puesta en escena de todo lo que representa la Pasión y muerte de Jesús de Nazaret, sintetizándolo en una secuencia de narración continuada desde el momento en que Jesús abre su corazón y su mente ante sus discípulos para explicar el misterio de su vida y el futuro que a todos ellos les espera. Se inicia a partir de la traición de Judas Iscariote, que en esta novela no se señalan ni monedas ni beso de Judas, pero sí su ahorcamiento en una higuera, hasta su entrega al Sanedrín por los soldados de Herodes y posterior juicio ante Pilato. Todo este doloroso relato transcurre muy deprisa en la novela, dando la impresión de que es Jesús quien quiere que así sea y guía la mano del escritor. Sus seguidores se dispersan y las mujeres, entre ellas María de Magdala, le acompañan hasta la cruz en que le clavan hasta morir. Su condena es por afirmar que Jesús es el rey de los judíos y no otras razones. Así reza en la cruz.

Saramago hace una reflexión final, dialogada, como si Jesús y Dios entablaran una última conversación en la que Jesús se sintiera abandonado, y dolido porque su destino estuviera asignado de esta manera desde el principio de su vida. La voz de Dios resuena como un eco en medio de una tormenta, diciendo: «Tú eres mi hijo muy amado, y en ti puse toda mi complacencia».

  

  

  

 

  

  

  

   

   

José Olivero Palomeque (Sevilla, 1946). Diplomado en Francés por la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid, ha realizado varios cursos de Psicología en la UNED y desarrollado actividades formativas en diversos campos de la Psicología aplicada a la Gestión y Administración de Recursos Humanos. Ha cursado asimismo estudios de Teología en la Universidad de Sevilla y realizado cursos especializados de prevención en drogodependencia. Reside en Málaga desde 1970.

Es autor de libros como Sensaciones Mediterráneas (1997), Nuevo amanecer (1999), Andaduras por la Sierra de Aracena (1999), Pequeñas Narraciones (2005), Volver a vivir (2006), Tierra Seca (2007), La Ardilla Soleada (2011), Integración (obra de teatro infantil, 2012), Otra humanidad es posible (2012), Viaje a Cantabria (2012), Nuevo Amanecer (2.ª edición, 2016), Una gran aventura por el Camino de Santiago (2016), 50 años de vida compartida (2020), La vida es una gran aventura. Historia de una vida (2021), Estupor.5 (novela, en colaboración con otros 4 autores, 2022) y La Vida hace historia (2022), entre otros.

Poemas suyos aparecen en varias antologías poéticas de colaboración y ha colaborado y colabora directamente, con artículos de contenido literario, cultural o social, en diferentes publicaciones digitales, programas de radio y revistas de tirada periódica nacional, provincial y local, como “Homo Sapiens” y “Café Montaigne”, por ejemplo. Desde hace años, está a cargo de la coordinación de una tertulia literaria humanista que organiza el Ateneo de Málaga.

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 3. Página 14. Año XXII. II Época. Número 117. Octubre-Diciembre 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023 José Olivero Palomeque. Diseño y maquetación: EdiBez. La imágenes se utilizan exclusivamente como ilustraciones y han sido tomadas de sendos sitios de Internet, en los que no aparece indicada titularidad de autor alguna; en todo caso, en nuestro caso cualquier derecho que pudiese incidir sobre ellas corresponde a su autor o autores. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2024 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).

   

     

 

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