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UNA DE LAS obras más interesantes que he leído en los
últimos tiempos, no sólo por su calidad literaria, su
clarividente y rica narrativa y su enjundia y dimensión,
sino por su magistral, preciso y extenso trato de la
temática histórica de la España del siglo XIX es, sin
duda, los Episodios Nacionales de Benito Pérez
Galdós, el insigne y nunca bien valorado escritor
canario que vivió en una de las etapas más convulsas y
trascendentes de nuestra historia.
Hace tiempo, muchos años, había intentado su lectura,
pero no estaba preparado para ello y acabé aburriéndome
como una ostra y dejando el intento. Hay libros u obras
literarias que se han de leer cuando la mente está en
condiciones de hacerlo. No siempre se puede, pues a
veces es necesaria una actitud, una disposición y estado
mental y de conocimiento, que permita la absorción de
los temas tratados a la par que despierte el interés
necesario para hacerlo, además de disponer del tiempo
que requiere una lectura tan extensa.
Son 46 novelas de componente histórico, protagonizadas
por personajes varios, lógicamente ficticios, que nos
llevan de la mano a través de la historia de España del
siglo XIX, en concreto desde 1805 a 1880, publicada en
un amplio especio temporal, que va de 1873 a 1912.
Empieza con la aciaga derrota de Trafalgar y termina con
la restauración borbónica a manos de Cánovas del
Castillo en la persona de Alfonso XII. En el ínterin se
da un repaso a todo lo acontecido entre uno y otro acto.
Salgo de la lectura con cierto malestar, desasosiego y
desesperanza en un pueblo que a lo largo de su historia
no ha sabido dar salida a sus conflictos, donde la
visceralidad y el dogmatismo religioso se impusieron a
la razón, manifestándose en continuas luchas fratricidas
y enarbolando el desprecio a los demás y a la
diversidad. Es la historia de la frustración de una
nación, cuyos mandos y ostentadores del poder civil,
militar y religioso se encargaron de yugular o
condicionar cualquier proceso de desarrollo en la línea
evolutiva de Europa. Las asonadas militares nos muestran
cuán implicado estaba un ejército caduco, muy tocado por
las guerras coloniales, que buscaba el ascenso y los
honores en el uso de las armas.
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Por otro lado, el llamado Siglo de las Luces, vinculado
en su esencia con la Ilustración, que fue un movimiento
cultural e intelectual europeo “que apostó por la razón
y las ciencias como medio de disipar la ignorancia y
avanzar en el progreso de la historia y la sociedad”,
tuvo su freno en los Pirineos o, al menos, una
importante modulación desde la idiosincrasia de nuestra
singular sociedad. Con posterioridad, las ideas de la
Revolución Francesa, que cambiaron Europa, se
neutralizaron por la pérfida invasión napoleónica y por
el avivamiento de la llama opositora por parte de un
clero y una nobleza que, salvo casos testimoniales,
presentía el riesgo de perder sus prebendas e
influencia. Todo ello, en ese entorno, llevó a
identificar al ilustrado como afrancesado, por lo que,
en el ámbito de la contienda, acabó señalado como
alevoso.
Este querer evolucionar por parte de una masa popular y
cierta clase intelectual y el freno a ello impuesto por
los poderes anacrónicos dominantes, revirtieron siempre
en sangre y muerte, en miseria y confrontación, en
incompetencia política y administrativa. La corrupción
de los gobiernos, el nepotismo, las cesantías según
quien gobernara, las revoluciones de diferente calibre,
hicieron de este país un campo de batalla y discordia
donde se perdió la esencia de nación homogénea y
próspera, descolgándose del tren del desarrollo
industrial, económico y social que circulaba en los
países del entorno. Ya no fue sólo el veto a la
revolución ideológica que llevó a Francia a la
República, sino a la propia revolución industrial y
mercantil que dinamizaba la economía mundial.
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La
Batalla naval de Trafalgar tuvo lugar
el 21 de octubre de 1805, frente a las
costas del Cabo Trafalgar, frente a Los
Caños de Meca, municipio Barbate,
Cádiz (España) y en ella se enfrentaron
tres
flotas (las
española y francesa contra la
británica), con un resultado que puso
de manifiesto que la experiencia, la
preparación y la pericia de un contendiente
siempre se imponen sobre la ineficiente
superioridad numérica
del otro. |
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España perdió escandalosamente esa guerra llamada de la
Independencia. Franceses e ingleses, incluso
portugueses, se cebaron en la destrucción de la poca
industria que existía, en las infraestructuras y vías de
comunicación y en todo aquello que ayudara a empobrecer
a la que fuera “in illo tempore” la primera potencia
mundial. Borrar definitivamente del mapa de las
potencias occidentales a un país como España era
eliminar competencia e introducirla en un tercer mundo
de miseria donde pescar, explotando sus minas y sus
riquezas desde el dinero de las potencias extranjeras y
la compra de sus personajes influyentes, así como
incrementar la influencia en su caduco imperio hasta
conseguir arrebatarle sus dominios y adueñarse de las
vías comerciales.
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La descripción de esta etapa de singular violencia
producida por la invasión napoleónica, a lo que los
ingleses le llamaron la Guerra Peninsular, tiene, a mi
entender, una magnifica narración en la obra de Galdós.
Desde la misma batalla de Trafalgar, pasando por el
relato de los sitios de Zaragoza y Gerona, donde el
dramatismo, la violencia y el sufrimiento humano tienen
gran protagonismo, hasta la crónica de la confrontación
a campo abierto, ya sea en la batalla de Bailén,
Arapiles o de Vitoria, que tan bien describe… No queda
fuera de su relato el singular protagonismo gaditano,
con su fortaleza inexpugnable amparada por la flota
inglesa, que permitió la elaboración de una de las
constituciones más innovadoras y liberales dadas en
Europa y el mundo, siendo ejemplo para otras venideras
en ultramar.
Luego nos vino un rey, Fernando VII, llamado “el
Deseado”, que resultó ser un felón impresentable que no
dudó en llamar a los Cien Mil Hijos de San Luis (segunda
invasión francesa que no se consideró agresión al
defender el absolutismo monárquico imperante en Europa)
para imponer su dominación totalitaria y cruel, con una
década ominosa, que llevó la ejecución, de forma
alevosa, al general Riego, “El 7 de noviembre de 1823,
Rafael de Riego, hundido moral y físicamente, fue
arrastrado en un serón hacia el patíbulo situado en la
Plaza de la Cebada en Madrid y ejecutado por
ahorcamiento y, posteriormente, decapitado”, Torrijos y
sus compañeros en las playas de San Andrés en Málaga, y
otros muchos militares y políticos que pregonaban la
Constitución Liberal de 1812.
A su muerte en 1833, dejó la herencia de la
ingobernabilidad, de la confrontación entre herederos;
por un lado, su hermano Carlos María Isidro y, por otro,
a su infantil hija Isabel, regentada por su esposa María
Cristina Borbón Dos Sicilias. El conflicto “legal” se
dio entre la Ley Sálica (algo descafeinada, pues
mientras en la ley sálica establecida en las leyes
seculares no podía reinar una mujer, en este otro caso
no podían reinar mientras hubiera un varón en la línea
directa de sucesión, situación que persiste en la
actualidad) y la Pragmática Sanción (que reinstauraba la
de 1789 retomando la sucesión tradicional de las
Siete Partidas de Alfonso X de Castilla) no
suficientemente promulgada y clarificada en 1830, lo que
desembocó en una larga y cruel guerra que enfrentó a
Carlistas e Isabelinos (Cristinos) por el tema de la
sucesión, desarrollada sobre todo en el norte, donde más
abundaban los seguidores del carlismo.
La primera guerra, de las tres que hubo, tuvo su apogeo
con Tomás de Zumalacárregui, general de las huestes
carlistas muerto a consecuencia de las heridas recibidas
en el cerco de Bilbao, mientras su hermano Miguel
Antonio ejercía de jurista liberal, lo que da una idea
de hasta qué punto estaban divididas las propias
familias. Esta concluyó, según muchas opiniones, en
falso, con el Abrazo de Vergara el 31 de agosto de 1839
entre los generales Espartero y Maroto.
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«Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros
en las playas de Málaga» (entre 1867 y
1868), de Antonio Gisbert. Enmarcada
en el estilo realista y pintada al óleo sobre
lienzo, con unas medidas de 390 × 601 cm, la
obra fue un encargo de 1866 del gabinete
liberal de Práxedes Mateo Sagasta como
símbolo patriótico de la lucha de la nación
española en defensa de la libertad. |
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Es de resaltar la extrema violencia y ejecuciones
sumarias que se practicaron por ambas partes. El general
Ramón Cabrera, llamado el Tigre del Maestrazgo, fue uno
de los más aguerridos y crueles desde su posición
inexpugnable de la fortaleza de Morella. Claro que esto
se justificaba, entre otras cosas, en que, tras mandar
él mismo el fusilamiento de los alcaldes liberales de
Torrecilla y Valdealgorfa, sus enemigos, por orden del
general Nogueras, con el consentimiento del general
Espoz y Mina, a la sazón capitán general de Cataluña,
fusilaron a su madre como represalia, lo que encolerizó
sobremanera al general Cabrera y lo hizo despiadado y
cruel. Acabó en Londres, casado con una inglesa y, por
lo que se dice, sometido a los designios de la esposa…
una cosa es la batalla a pecho descubierto en las
guerras y otra la batalla soterrada por el dominio
doméstico, donde el militar suele claudicar (tómenselo a
broma).
Una característica de los carlistas, defensores del
Trono y el Altar, dispuestos a morir por Dios, por la
Patria y el Rey, es decir del absolutismo monárquico y
religioso, era que no fusilaban a nadie sin antes tener
un cura para poder ofrecer la confesión al condenado y
darle la opción de ser perdonados sus pecados, para no
condenarle irremisiblemente al infierno. Curiosa idea,
pero bajo mi modesta opinión era congruente con su
credo, pues podía enjuiciar y arrebatar la vida, pero
sin condenar al alma, que era jurisdicción divina y
correspondía a Él el juicio de condena o absolución
mediante el perdón a través de sus ministros. Vaya forma
de pensar y entender la Justicia estos caballeretes. La
verdad es que pasar del altar a la batalla era cosa bien
vista y muchos los curas que tomaron las armas para
defender su credo absolutista.
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Por otro lado, el movimiento político era vertiginoso y
continuos los cambios de gobierno, donde el presidente
del Consejo de Ministros era extraño que duraran más de
uno o dos años. Desde 1833 a 1874 con la restauración
con Antonio Cánovas, hubo 72 cambios de estos
presidentes, repitiendo algunos de ellos en varias
ocasiones, como es el caso Narváez, llamado el Espadón
de Loja, de tendencia moderada; el propio Espartero, que
era del grupo progresista o Leopoldo O’Donnell,
catalogado como liberal. O sea, cambios entre unos y
otros en función del viento o lo veleta que afectara a
la realeza y los movimientos sociales, sobre todo Isabel
II, que acabó desterrada y dando paso a la Gloriosa, una
revolución casi de guante blanco, que acabó buscando un
rey que ocupara un trono poco deseado por su
conflictividad. El general Prim consiguió que viniera
Amadeo de Saboya, en un intento de proclamar la primera
monarquía parlamentaria de España, pero en las vísperas
de su recepción en Cartagena, asesinaron a Prim y el
primer acto real de protocolo que hubo de hacer fue
acudir al entierro de su mentor. Tras dos años de
reinado, se acaba “largando” a su tierra, junto a su
papá, que era el rey de Italia Víctor Manuel II, dando
paso a la Primera República, donde, al amparo de la
libertad, aparece el movimiento cantonalista con
Cartagena como uno de sus principales bastiones.
Luego vendría Antonio Cánovas del Castillo, paisano
nuestro como malagueño y conservador convencido, que
procuró y consiguió la restauración monárquica con la
abdicación de Isabel II en su hijo Alfonso, lo que
instauró, por el llamado Pacto de El Pardo de 1885, una
etapa de alternancia política (el “turnismo”) entre su
partido y el de Práxedes Mateo Sagasta, conservadores y
liberales, que se mantuvo hasta 1909 con excelentes
logros en su haber, aunque Cánovas sería luego asesinado
en Mondragón en 1897 por el anarquista italiano Michele
Angiolillo, inscrito en el establecimiento (balneario de
Santa Águeda) como corresponsal del periódico italiano
Il Popolo.
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El domingo 8 de agosto de 1897, el
presidente del Gobierno Antonio Cánovas
del Castillo es asesinado de un tiro en
la cabeza por el anarquista italiano
Michele Angiolillo en el balneario de
Santa Águeda, en Mondragón (Guipúzcoa),
donde el dirigente político pasaba unos días
de descanso. El asesino fue inmediatamente
detenido, juzgado y ejecutado. Durante el
consejo de guerra, Angiolillo justificó el
asesinato como una venganza por las torturas
del proceso de Montjuic. |
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En fin, amigos, que si sois gente de lectura a la que le
gusta la novela histórica, podéis daros una vuelta
interesante por la historia de España, de la mano de
Pérez Galdós y su obra. Materia no os faltará en un
sinfín de páginas que os llevará meses leerlas (a mí me
ha costado más de siete meses concluir su lectura, que
empecé con avidez y en las últimas novelas me fue más
tedioso). Eso sí, aunque los datos históricos son de
mucha fianza, mirad que los personajes no son reales,
salvo los históricos reconocidos, vayamos a entender que
existieron en verdad sus protagonistas (aunque a algunos
se les pueda poner casi nombre y apellidos), pero
sacaréis conclusiones muy interesantes que os harán
comprender mejor el porqué de estamos como estamos y
donde andamos, y que esto no se arregla si no se cambian
las actitudes, sobre todo de los políticos, la política
educativa y la formación de un espíritu democrático y
respetuoso que nos lleve a comprender y compartir la
vida y las cosas con nuestros conciudadanos en sinergias
que pretendan el bien común.
Me quedo las frases finales que le dice Mariclío, la
diosa o musa de la historia, a Tito Liviano, el
protagonista final en la novela Cánovas, de la
quinta serie:
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«La paz, hijo mío, es don del cielo, como han dicho muy
bien poetas y oradores, cuando significa el reposo de un
pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia
fisiológica y moral, completándola con todos los
vínculos y relaciones del vivir colectivo. Pero la paz
es un mal si representa la pereza de una raza, y su
incapacidad para dar práctica solución a los
fundamentales empeños del comer y del pensar. Los
tiempos bobos que te anuncié has de verlos desarrollarse
en años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os
llevará a la consunción y a la muerte.
Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose
hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e
igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y
destejer la jerga de sus provechos particulares en el
telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una
Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas
castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de
las clases proletarias. Fomentarán la artillería antes
que las escuelas, las pompas regias antes que las vías
comerciales y los menesteres de la grande y pequeña
industria. Y, por último, hijo mío, verás, si vives, que
acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder
civil, y hasta la independencia nacional, en manos de lo
que llamáis vuestra Santa Madre Iglesia.
Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis
otra menos aterradora, no tendréis más remedio que
usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que
invade el cansado cuerpo de tu Nación. Declaraos
revolucionarios, díscolos si os parece mejor esta
palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a
que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario,
la actitud indómita si queréis, constituirán el único
síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando
paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento...
Sed constantes en la protesta, sed viriles, románticos,
y mientras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de
Mariclío... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me
aburro... me duermo...».
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Antonio Porras Cabrera
nace en Cuevas de San
Marcos, Málaga (1951). En el
año 1967, como tantos otros
jóvenes de la época, emigra
a Barcelona, donde
compatibiliza el trabajo con
los estudios nocturnos de
bachillerato en el colegio
de los Jesuitas de calle
Caspe y, posteriormente, de
enfermería, obteniendo el
título de ATS en el año
1977.
En este año vuelve a Málaga
y sigue compatibilizando el
trabajo con los estudios,
convalidando el título de
ATS por el de Diplomado en
Enfermería a la vez que se
especializa en ATS
Psiquiátrico. Más tarde, se
licencia en Psicología y
completa los cursos de
doctorado.
Participó muy activamente en
la reforma psiquiátrica de
Andalucía de finales de los
años 70 y principio de los
80, desarrollando los
sistemas de atención de
enfermería en la Psiquiatría
Comunitaria, integrado en
los equipos
multidisciplinares. Ha
ejercido durante muchos años
como enfermero en el
Servicio Andaluz de Salud
donde ha ocupado distintos
cargos en el campo
asistencial y de gestión
como supervisor general y
subdirector de enfermería.
Igualmente, ha tenido una
intensa actividad docente en
la Universidad de Málaga en
la que ha sido profesor
titular en la Escuela
Universitaria de Ciencias de
la Salud, de la que fue
subdirector. Tras su
jubilación, sigue con su
actividad docente como
profesor colaborador en la
Facultad de Ciencias de la
Salud. En la actualidad es
presidente de ASPROJUMA
(Asociación de Profesores
Jubilados de la Universidad
de Málaga).
Mantiene una actividad muy
importante de creación
literaria participando en
numerosos encuentros de
grupos poéticos a nivel
nacional e internacional y
publicando en sus
antologías. Escribe
habitualmente en su blog
“Cosas de Antonio” sobre
diferentes temáticas, como
ensayos, reflexiones,
relatos, crónicas viajeras,
poemas, etc. Se define como
librepensador, siendo la
publicación literaria una
forma de expresar ese
librepensar. Ocasionalmente
ejerce de conferenciante.
Además de las publicaciones
propias de su actividad
profesional, ha publicado:
Poesía: Eclosión
(2013); Cuevas de San
Marcos, entre fotos y versos
(2015); UniVersos en
papel (2018) y
Destellos de luna clara
(2021). Relatos: Relatos
y remembranzas (2018).
Ensayos: Microensayos
sobre la vida y las ideas
(2018) y Reflejos de
pensamiento político
(2021). Novela: Micción
imposible, novela corta
bilingüe, inglés-español
(2021); asimismo, es coautor
de la novela Estupor.5
(2022) un interesante ensayo
literario donde cinco
autores construyen un relato
novelístico en clave de
thriller a modo de carrera
de relevos.
En 2022 publica Locos de
desatar. Un relato sobre
sus vivencias durante el
periodo de la Reforma
Psiquiátrica de Málaga
(1977-87) ya aludida, donde
aflora su implicación con la
misma y el componente
ideológico y profesional;
una narración, en primera
persona, que pretende
expresar las vivencias de
aquella etapa para una mejor
comprensión de las jóvenes
generaciones actuales. Su
última publicación ha sido:
Muy reales máximas,
aforismos y apotegmas
(2023), una recopilación de
más de doscientos
pensamientos o aforismos.
También ha publicado en 24
antologías poéticas y en las
revistas Azahar,
Dos orillas, Sur.
Revista de literatura,
Álora la bien cercada y
Saigón… Es columnista
del periódico El Faro de
Málaga. Ha sido premiado
con el primer accésit de
relatos de la Asociación
Malagueña de Escritores; y,
en otros certámenes
poéticos, ha sido
distinguido con el segundo
premio “Poetas de Bailén” y
el tercer premio “Olivo
Mítico”.
Ha sido miembro consultor de
la Cátedra “Francisco
Ventosa” para el Fomento y
la Difusión de la
Investigación en Cuidados en
el ámbito de la Salud Mental
Comunitaria de la
Universidad de Alcalá de
Henares. Ha formado parte
del consejo de redacción de
la revista Presencia
(Enfermería de salud
mental). Forma parte de
numerosos grupos poéticos en
las redes sociales, donde es
especialmente activo, con
varios miles de seguidores
Es miembro de ACE-A, Ateneo
de Málaga, AEESM, ASPROJUMA,
CEDRO y Peña Cultural
Flamenca Juan Casillas, de
Cuevas de San Marcos, donde
organiza el Solsticio
poético.
Distinguido como visitante
de honor de la ciudad de
Piriápolis (Uruguay) en el
17.º Encuentro Poetas y
Narradores de las Dos
Orillas y 7.º Congreso
Americano de Literatura
(2018).
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 3. Página
13. Año XXIII. II Época. Número 119.
Abril-Junio 2024. ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero
Benavides. Copyright © 2024 Antonio
Porras Cabrera.
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con la finalidad exclusiva de
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