«La televisión goza de un monopolio de facto

sobre lo que entra en la cabeza de una parte

significativa de la población y lo que piensan.»

PIERRE BOURDIEU, Sobre la televisión (1997).

  

   

  

SOBRE LA TELEVISIÓN es un libro de Pierre Bourdieu, fue editado por la editorial Liber-Raisons d’Agir, de París, en 1996, con el título Sur la télévision, y sus aportaciones al campo de la sociología continúan teniendo gran relevancia en la teoría social, en la sociología empírica y especialmente en la sociología de la cultura de la educación y de los estilos de vida. Al día de la fecha, el libro ha vendido más de ciento cincuenta mil ejemplares y ha sido traducido a 26 idiomas. En España se tradujo y publicó en 1997 con el mismo título en la colección Argumentos de la editorial Anagrama, de Barcelona.

Como queda dicho, su autor es Pierre Félix Bourdieu (Denguin, 1930 – París, 2002), sociólogo francés, quien, a partir de la segunda mitad de los años 90, comenzó a adquirir renombre y relevancia convirtiéndose en uno de los teóricos de la sociología más conocidos e influyentes del siglo XX. Las investigaciones de Bourdieu abordaron particularmente la problemática que atañe a la comunicación social, llegando a ser considerado en Francia uno de los intelectuales más punteros.

  

Resumen

El contenido de Sobre la televisión, cuyo análisis me propongo abordar con el presente trabajo de clase, está limitado tan sólo a los textos de dos emisiones televisivas realizadas por el canal público de televisión Paris Première y retransmitidas dos meses después con el apoyo del Collège de France y CNRS Audiovisuel. Arts et Éducation. Puede decirse, por tanto, que, en cierto modo, es un libro breve. No obstante esta circunstancia, que resulta del todo evidente a juzgar por su número de páginas, sorprende el poderoso impacto que en su momento causó Francia y en el mundo entero, donde todavía es un manual de obligada consulta.

En ambos programas, Pierre Bourdieu presentaba, de forma clara y sintética, las conclusiones de sus pesquisas sobre el mundo de la televisión, poniendo de manifiesto su temor ante la posibilidad de que la pequeña pantalla acabe convirtiéndose en un instrumento velado, no perceptible, de manipulación y represión social. En palabras de Bourdieu: «Para mí, el mensaje más importante de este libro (es) una llamada a la constitución de un movimiento en favor de un periodismo cívico y crítico».

  

 

 

El investigador francés Pierre Félix Bourdieu ha sido uno de los más destacados representantes de la época contemporánea de la Sociología y su pensamiento ha ejercido una influencia considerable en la conciencia humana y social, en especial de la Sociología francesa de posguerra, si bien tal concepción ha sido objeto de bastantes críticas, entre ellas la de constituir una particular visión determinista del hecho social.

  

  

Estructura

El libro está estructurado en dos partes: en la primera, cuyo título es “El plató y sus bastidores”, Bourdieu desmonta los mecanismos de censura invisible que se ejerce sobre y desde el mundo de la televisión; y la segunda, que se titula “La estructura invisible y sus efectos”, en la que retoma y precisa los mismos temas, ahora de forma más teórica. Por indicación del autor, a la edición española se le han añadido otros dos textos: (1) “La influencia del periodismo” y (2) “Los juegos olímpicos. Programa para un análisis”, seguidos de un posfacio a modo de apéndice, al que titula “El periodismo y la Política”.

  

Fondo teórico. Unas notas

Bourdieu aborda en su libro la influencia que la televisión ha ejercido (y ejerce) sobre la información de todo lo relacionado con todos los campos del saber que podamos pensar, alterando profundamente el funcionamiento de universos tan diferentes como los del Arte, la Historia, la Filosofía o la Política, e incluso de la Justicia y de la Ciencia, al aplicar su atención a esos saberes en función de un criterio interesado, como es el caso de del índice de audiencia, es decir, aborda las consecuencias que acarrea  la sumisión de esas disciplinas humanistas a las exigencias del plebiscito comercial, o, si se prefiere, del mercado.

Para el sociólogo francés, la televisión es un medio de comunicación en el que una gran parte de la gente que interviene en ella no lo hace, en realidad, con intención de aportar algo importante en beneficio de la sociedad, sino sólo para dejarse ver y ser visto, para salir del anonimato o no pasar inadvertido, lo que induce a muchos, llevados de un afán desenfrenado e irresponsable de aparecer en la televisión, a hacerlo a cualquier costa, sin preocuparse lo más mínimo en la repercusión que pueda tener cuanto diga o haga en su contexto social.

Con estas críticas, Bourdieu no pretende decirnos que no participemos en los eventos que organicen los canales de televisión. El hecho de expresar los pensamientos o las inquietudes propias  a través de este medio no le parece mal; su intención, en este sentido, debe ser entendida como un incentivo orientado a la intervención justificada, es decir, a que cuando se intervenga en un determinado programa, de todo cuanto se haga, diga o argumente emane una razón que resulte suficiente para explicar el sentido de esa intervención en el medio.

La realidad es que no todo el mundo lo hace con esa intención de compromiso social; por eso, antes de hacer acto de presencia en un plató de televisión, cada persona debería cuestionarse si tiene algo importante que decir, y si ahora, cuando tiene la oportunidad de llegar a todo el mundo, está obligado a  aprovechar la ocasión para evidenciar una cuestión criticable. Por tanto, lo que este autor nos propone es reflexionar sobre este tema a fin de superar la torpeza que supone toda intervención pública vacua e intrascendente.

Ahora bien, Bourdieu también advierte de que no siempre es posible la exposición pública de lo que uno supone que es lo mejor para la mayoría. Al hablar de televisión hay que tener muy presente la censura: no es habitual tratar un tema elegido por uno mismo, como tampoco lo es gozar de absoluta libertad en la manera de exponerlo, ni en la elección del momento en que decirlo... Todo ha de pasar por el filtro de una censura, una censura (por supuesto) económica por parte de los anunciantes (mediante sus anuncios publicitarios) o, incluso, del Estado (a través de las subvenciones), pues sin publicidad y sin subvenciones es imposible el sostenimiento de una emisión televisiva con las mínimas garantías de calidad (otra cosa es la libertad).

  

 

 

Imagen en la que se identifica a la televisión con un contenedor de basura y que da cuerpo gráfico al término de “telebasura”, que la RAE sintetiza como «conjunto de programas televisivos de contenidos zafios y vulgares».

  

  

Quienes salen por la pequeña pantalla con mayor frecuencia son profesionales vinculados al periodismo, y estos, por la razón que sea, piensan que su tarea es la investigación sobre cómo vive o lo que hace alguien, unas personas concretas, sin percatarse de que a la gente no le agrada que la conviertan en objeto de investigación ni la manipulen en uno u otro sentido. En realidad, los propios periodistas son tanto manipuladores como manipulados (en su caso, por los directivos del canal o empresa).

La corrupción informativa viene asociada, casi siempre, a la desviación del interés de un hecho hacia otro punto diferente; así, se da publicidad a un tipo de hechos determinados en relación con un sujeto (o un evento) que tiene poco (o nada) que ver con otro, a fin de desviar la atención de donde está localizado el verdadero problema. Los noticiarios interesan a todo el mundo, porque dicen cosas para todos los gustos, razón por la cual es el objetivo primordial de quienes pretenden modificar voluntades. Dejan a un lado las noticias que deberían conocer los ciudadanos para ejercer sus derechos democráticos y divulgan tópicos sin relevancia.

Bourdieu nos pone sobre aviso de que hay gente que comete el error de utilizar sólo la televisión para “informarse”, mientras que hay otra que también lee los diarios. La segunda opción es, según este autor, la mejor, y si, además, consulta también la prensa internacional, la información mejora de rango y adquiere mayor credibilidad.

Otro punto importante es la manipulación que los medios ponen en práctica sobre la información. Así, la forma como refieran los hechos puede hacer que parezcan muy importantes, sin serlo, o, por el contrario, que un hecho de gran relevancia puede perder su importancia e interés y parecernos intrascendente. Y es que los medios de comunicación utilizan el principio de selección para buscar lo sensacional, lo espectacular. Y, para que el hecho que sea resulte aún más maravilloso, hacen uso de un lenguaje poco usual o inusualmente culto, de tal manera que, a veces, no saben ni ellos mismos lo que están diciendo. Porque lo realmente importante para ellos es la exclusividad por encima de todo, la primicia informativa, ser el primero al ver algo y el primero en contarlo, sin contraste previo de su veracidad o no.

Uno de los peligros socialmente más nocivos para la información veraz es la manipulación que pueda venir de parte del poder político, ya que una intervención espuria puede mostrar y hacer creíble una falsedad sin fundamento. El poder político dice ser un instrumento que refleja la realidad y, al final, acaba siendo un creador de bulos, lo cual es muy grave, pues este poder tiene capacidad para promover fenómenos de movilización social. Antes, la gente se manifestaba en las calles, hacía concentraciones con pancartas, cuanta más gente asistía mejor, pero, actualmente, lo único que tienen que conseguir para que se les escuche es salir en la televisión, de aquí que este medio sea muy utilizado (el preferido) por quienes ostentan el poder político.

Volviendo al periodismo, Bourdieu afirma que, a pesar de que existen muchos tipos de periodistas, entre ellos pueden descubrirse muchos rasgos de coincidencia. Esto ocurre tanto en la prensa escrita como en las cadenas de televisión; son medios diferentes, pero con muchas semejanzas de actuación. Todos dan las mismas noticias, lo único que cambian es el orden o el modo como las dan. Dan primacía a una noticia sobre otra para evitar el paralelismo informativo.

Para los periodistas, la reflexión previa sobre lo ya publicado por otros diarios es imprescindible, así que en la sede del periódico se pasan la mayor parte del tiempo hablando de las noticias ya divulgadas por otros diarios, y esa lectura les marca las pautas que ellos deben tener presentes en la redacción de sus artículos; es decir, esta forma de proceder pone de manifiesto que nuestros informadores se informan previamente de otros informadores, formando una especie de homogenización de las prioridades informativas. Bourdieu nos avisa de que esta táctica pasa totalmente inadvertida para los lectores de periódicos y los telespectadores.

La noticia, el qué debe entregarse y el cómo debe entregarse esa información a los telespectadores (o a los lectores), se decide en función de índices de audiencia (o de lectura), o sea, de la medición del número de telespectadores (o de lectores) que sintoniza (o lee) una cadena (o un periódico) en un determinado momento. En suma, todo gira en torno al éxito comercial.

Como hemos dicho antes, la televisión no resulta el medio más idóneo para la expresión de los pensamientos. Uno de los mayores problemas que plantea es la relación pensamiento-tiempo; se debe pensar con gran velocidad, reto que nadie puede cumplir. De esta constatación, Bourdieu deduce que los presentadores de televisión no han elaborado personal ni objetivamente lo que dicen, y que, por consiguiente, lo que dicen son tan sólo ideas preconcebidas, tópicos fácilmente entendibles por todos, pero sin fondo alguno.

En relación con el contenido de los debates, el teórico francés llama también nuestra atención afirmando que en ellos los contertulianos son, mayoritariamente, amigos o mantienen algún tipo de relación estrecha entre ellos, cuando no pertenecen a una misma empresa ideológicamente comprometida. Sólo son, por tanto, debates en apariencia; en realidad, se trata de farsas puestas en escena para engañar a los espectadores.

En estos debates, continúa afirmando Bourdieu, el papel del presentador es muy importante: él es el moderador, es decir, quien impone y encauza el tema, haciendo valer sus reglas de juego, quitando o dando la palabra al tertuliano ideológicamente más conveniente. Y como, por experiencias anteriores, ya se tiene constancia de la orientación ideológica de cada invitado, la dirección del programa, previamente a la realización, traza una especie de guion para que, cuando se esté grabando, todos sepan, más o menos, las directrices a las que han de ajustar sus intervenciones.

  

 

 

La televisión ha monopolizado (hoy comparte esta actitud con otros medios) el campo de los medios de comunicación social, erigiéndose en una suerte de dios omnipotente de la comunicación que domina el campo de la información.

  

  

Bourdieu aborda también el problema de credibilidad que plantea esa tipología de tertulianos que es ideológicamente fiel a la orientación que se le marque previamente al debate, o que son, al menos, muy manipulables en cualquier sentido; una clase de sujetos que es bien conocida por las cadenas y que tiene garantizada su asistencia a cualquier convocatoria pública. Los productores saben de su fidelidad, sabe que no van plantearles ningún problema, que serán fácilmente manejables y que, por consiguiente, hablarán por los codos en el sentido que se les indique. Y así, no resulta extraño asistir a programas en que los tertuliantes plantean preguntas que no tienen nada que ver con el tema que se trata.

Y es que la televisión, concluye diciendo Bourdieu en relación con lo dicho, es un medio de comunicación de masas que influye indiscutiblemente en las actividades de producción cultural a la luz de los parámetros que marquen el mercado y, desde luego, los índices de audiencia, originando así una cultura de masas; en otras palabras, la televisión se ha constituido como un agente social formador de personas sin criterio propio, sin capacidad de crítica alguna; en definitiva, una creadora de “títeres” en serie.

  

La estructura invisible y sus efectos

El mundo del periodismo es autónomo, tiene sus leyes propias, es decir, que lo que pasa en él no se puede comprender de forma directa a partir de factores externos. Las cadenas televisivas compiten entre sí por la cuota de pantalla con propuestas de calidad, de tal forma que, a juicio de Bourdieu, la calidad global de una empresa se puede deducir observando las cuotas de mercado, el peso económico de los anunciantes, el colectivo de periodistas de prestigio con que cuenta, etcétera. Pero estos aspectos estructurales de cada cadena pasan inadvertidos por los telespectadores, incluso por los propios periodistas, que no ven hasta qué punto la empresa en la que trabajan incide sobre ellos.

Esta institución empresarial crea un campo de fuerzas en pugna, en el que los sujetos que lo integran están en continúa competición por la exclusiva, por la primicia, por la máxima difusión… Y ello es así porque la televisión está monopolizando el campo de los medios de comunicación social, erigiéndose en una suerte de dios omnipotente de la comunicación que domina el campo de la información.

La televisión está perfectamente ajustada en las mentes de los telespectadores. Crea temor, pero, aun así, provoca un aumento del índice de audiencia. Los presentadores, comentaristas... se han convertido en gurús, en unos líderes espirituales que aconsejan lo que hay que pensar, cómo hay que comportarse y lo que decir a cada momento; son sujetos que gozan de gran notoriedad pública, pero no precisamente por sus logros intelectuales.

Según Bourdieu, la televisión es un medio de comunicación que se ha ido degradando con el paso del tiempo. Durante sus primeros años de vida se pretendió transmitir cultura; de ahí aquellos recordados documentales, adaptaciones de obras clásicas, concursos y debates culturales... En la actualidad, lo único que pretende es aumentar la audiencia sea como sea, con reality-shows, programas del corazón, películas intrascendentes, documentales hueros, charlas insustanciales…; y, para colmo, todo absolutamente controlado por los intereses corporativos de la cadena.

Esto explica la cantidad tan enorme de periodistas que hay (ya en televisión, ya en periodismo, ya en radio) económicamente dependientes de un medio más por su docilidad y habilidad en dar al público lo que quiere que por su capacidad intelectual y comunicadora. Los programas en los que este periodismo se mueve a sus anchas se basan en todo lo que pueda suscitar curiosidad: el chismorreo en su espectro más amplio (natalicios y fallecimientos, bodas y divorcios, violaciones, sucesos, hechos anecdóticos...).

  

 

 

Con la palabra telebasura se designa la utilización continuada y sistemática del sensacionalismo, los acontecimientos impactantes, la intromisión en los asuntos privados y personales de personajes famosos, y en la absoluta carencia de contenido cultural. El uso comenzó en Estados Unidos, cuando gran parte de la programación televisiva optó por la explotación de la violencia, el sexo y el morbo como espectáculo. (Fuente info: WP).

  

  

Bourdieu hace constar que hay periodistas de la prensa escrita que se preguntan a menudo cómo continuar ejerciendo su profesión: ¿siguiendo la dirección de quienes les pagan u optando por una estrategia de diferenciación del producto? Cuestión que se justifica si tenemos en cuenta que el campo del periodismo depende mucho más de fuerzas externas que de cualquier otro motor con proyección a la cultura. La prensa escrita depende directamente de la demanda comercial, está sometida a la sanción del mercado: si no hay patrocinadores o anunciantes no puede existir, salvo, claro está, por subvenciones del Estado, en cuyo caso la sumisión al poder político del momento es inevitable.

Dentro del mundo de los diarios cabe pensar en posibles pactos entre los diferentes editores, lo que permitiría, por una parte, neutralizar algunos de los efectos adversos de la competencia, pero, también, la pérdida de los beneficios que reporta la competencia entre los diferentes medios, de forma que la urgencia y la primicia informativa pueden verse dañadas por la desmotivación informativa.

Actualmente, todos los campos de producción cultural están bajo el dominio del campo periodístico, que actúa de campo divulgativo de los demás campos. Debemos comprender que a los dueños (o a los accionistas) de las cadenas de televisión no les preocupa lo más mínimo si aprendemos o no, si están o no creando una sociedad amorfa, sin criterio propio, sin personalidad propia, sin capacidad de decisión; la finalidad de su inversión son los beneficios económicos.

Bourdieu hace constar que las disciplinas del saber tienen cada vez más en cuenta las posibilidades que les puedan brindar los medios de comunicación, ya que es innegable su capacidad de colaborar en todos los campos en la adquisición de conocimientos o aportarlos. Pero advierte de la necesidad de seguir conservando la autonomía en el campo que le es propio con respecto al dominio mediático, condición esta sin la cual el progreso científico se va a ver condicionado u obstaculizado.

En relación con los tertulianos de un debate o con los emisores de opiniones, Bourdieu es partidario de que las cadenas cuenten con un personal cualificado, bien versado en la materia que le competa a su sección, evitando considerar filósofo, sociólogo, economista o escritor a un individuo que sólo tiene la habilidad de utilizar el lenguaje para, al final, no decir nada en concreto o fiable, para lo cual  propone la aplicación de una suerte de selección previa del personal, sin que ello implique una elección elitista, sino sólo de evitar que se hable de lo que no se sabe.

En definitiva, la televisión debe esforzarse en universalizar lo que debe ser universal, a fin de que las gentes puedan acceder, con más facilidad y con la mayor fiabilidad posible, al conocimiento. Se trata, pues, de poner las cosas al alcance de todos lo más fácilmente posible, y procurar que los pueblos se promocionen y evolucionen. Como bien dice el autor, la finalidad de los mass media debe tener a la vista el principio: “Trabajar por la universalización de las condiciones de acceso universal”.

   

Comentario crítico personal

Antes que nada, lo primero que debemos preguntarnos es si la televisión debe ser o no un medio de comunicación. Si, como apunta Bourdieu, es cierto que la mayoría de gente que va a los platós no tiene nada que decir, dos preguntas me asaltan al momento: ¿por qué razón van?, ¿cómo justificar entonces su presencia? Es, pues, necesario cuestionarnos, desde un primer momento, la consideración o no de la televisión como “medio de comunicación”. A mi entender, no se la merece. Voy a considerar, aunque sea brevemente, este asunto.

Cuando una persona tiene algo importante que decir y quiere que la escuchen con seriedad, el último lugar adonde debería ir es a un plató de televisión. Si nos fijamos, la mayor parte de los programas (por no decir todos) que no son culturales ni formativos, que no nos ayudan a solventar problemas, a desarrollar nuestras aptitudes, ni nos orientan en nada, o sea, esas programaciones que no tienen por finalidad comunicar contenidos importantes, se emiten siempre por la tarde, en los momentos en que la gente con inquietudes está trabajando, o en esos momentos en que nuestro interés por el saber estar en su mínimo de exigencia por efectos de la digestión.

Salvo cuatro documentales temáticos, transmitidos adrede a horas intempestivas o sin haberse anunciado previamente su emisión, de modo que casi nadie puede verlos, la mayoría de los programas televisivos son reality shows, programas pergeñados para contarnos la vida cotidiana de otras personas, de gente normal y corriente, individuos nada extraordinarios en ningún aspecto, mostrándonos su día a día.

Ahora bien, si la cuestión girase, simplemente, en torno a su trascendencia cultural o no, la programación podría tener o no su interés, y su emisión podría, en cierta medida, justificarse; a mi juicio, el problema se plantea cuando, por efecto del índice de audiencia, la cadena deja de emitir un programa de estas características y programa en su lugar toda una exhibición de historias inquietantes, trágicas o desesperantes, en las que el crimen, la violación, la riña, la frustración o el desengaño son el verdadero protagonista de la emisión; es decir, cuando el programa apunta a universalizar lo peor de la condición humana.

  

 

 

Logotipo del programa Aquí hay tomate, popularmente conocido como El tomate, un programa de televisión producido por Salta y La Fábrica de la Tele y emitido por la cadena española Telecinco. Ocupó la pequeña pantalla en horario de sobremesa desde el 24 de marzo de 2003 al 1 de febrero de 2008. Estuvo presentado por Jorge Javier Vázquez y Carmen Alcayde. (Fuente info: WP).

  

  

A lo anterior, añádase otro tema que interesa sobre manera al espectador de este tiempo de emisión: el sexo. Así, en realities como “Gran Hermano” se ve claramente que la audiencia sube con diferencia cuando una pareja se entrega a la práctica del popularmente conocido “edredoning” (sexo camuflado bajo una manta o sábana). Porque, la verdad, lo que interesa al público de esa franja horaria es el morbo, lo material, el gozo o el sufrimiento de los demás, las aventuras amorosas... Esto explica también la gran afluencia de telenovelas a lo largo de ese tiempo de la tarde.

Al igual que el autor, también pienso yo que estos programas son utilizados como herramienta para distraer la atención de la ciudadanía y no se percate de lo que realmente está pasando en el mundo. Nos ponen toda variedad de gente rica para que no pensemos en la gente que a diario muere de hambre en el mundo; nos muestran familias perfectas para que se nos olvide pensar en nuestros vecinos, en esas familias que viven con dificultades o totalmente desestructuradas cerca de nosotros.

Soy de quienes piensan que los medios de comunicación manipulan de tal manera la información que logran presentarnos como hechos irrelevantes o triviales acontecimientos que nos incumben y que, por eso mismo, deberíamos prestarles atención, al tiempo que, por el contrario, se afanan en destacar ante nuestros ojos como interesantes o trascendentes esos otros asuntos que realmente carece de interés por nimios o irrelevantes, y todo ello, claro está, según sus intereses.

Con Bourdieu pienso también que el elemento primordial del fenómeno de la comunicación es el periodista, y que periodistas los hay de muchas tendencias, clases y formas, pero, al final, todos inciden en un mismo punto: se hacen maestros en la tarea de meterse en todo lo que no les interesa, en el arte de la manipulación de las personas (tienen incluso el poder de hacerte decir lo que no quieres ni piensas) y de la copia. Su mundo gira en un círculo: uno dice una cosa, otro la copia, un otro la modifica acortándole el contenido, contenido que otro amplía y todos se entran en la disputa de conseguir la máxima audiencia comunicando la misma noticia.

Pienso igualmente que el índice de audiencia es el factor que más preocupa al mundo de la televisión. Todo gira en torno a esto, su influencia es determinante, todo depende del número de espectadores que ven el programa. La noticia importa poco; el contenido no importa nada. El éxito está en las cifras de audiencia; si son altas, aseguran la permanencia del programa en la cadena, si, por el contrario, presentan una tendencia a la disminución, su tiempo en antena está sentenciado.

En efecto, todas las cadenas piensan en términos de éxito comercial. Al productor de un programa no le importa nada si lo que está emitiendo es basura o es importante para la sociedad; lo único que cuenta para él es que su producción esté en el ranking de los más vistos. Educar a la sociedad no viene al caso ni interesa, y si importa algo, lo es tan sólo porque puede ser rentable para la cadena en algún aspecto, ya que puede darse el caso de que el público lo demande por la distracción que supone o por pasar un tiempo lejos de las cotidianas preocupaciones.

En el mundo de la televisión todo va deprisa. La prontitud con que se dé una noticia es importantísimo; hay, pues, que procurar ser los primeros en darla. En ello está cifrado el prestigio del programa y de la cadena. Claro que esa celeridad acarrea el problema de la falta de objetividad y exactitud de la información, pues el redactor no ha dispuesto de tiempo de contrastar la información que le ha llegado, para discernir qué hay en ella de realidad o de falso; no ha dispuesto del tiempo necesario para la verificación. Algunos de ellos evitan caer en la mentira descarada recurriendo fórmulas estereotipadas.

La televisión se está convirtiendo en un Dios omnipotente que domina la sociedad. Incluso está provocando que muchos diarios impresos importantes cierren sus puertas, si bien aquí está influyendo ahora, de forma decisiva, el mundo digital. Está claro que si quieres que todo el mundo te conozca, debes acudir a este medio, pero sabiendo que vas a actuar y a decir lo que ellos quieran.

Y ya, por último, dejo constancia de la influencia perniciosa que  puede ejercer sobre nuestro estado de salud la excesiva consumición de programas dedicados al mundo del deporte, pero no por el hecho de dedicarle un tiempo a la información deportiva, que puede resultar interesante, sino por la total ausencia de algún tipo de motivación al ejercicio físico. Por tanto, la televisión, al igual que ahora ocurre con el ordenador y el móvil, ha colaborado (y aún continúa haciéndolo), por desgracia más de lo recomendable, a un sedentarismo altamente pernicioso para la salud, en detrimento de otras prácticas social o físicamente más beneficiosas. No hay más que constatar el hecho de que un alto porcentaje de telespectadores prefiere quedarse en casa viendo un encuentro entre dos equipos para él indiferentes (la conocida práctica del “juego desde el sofá”) a salir de casa y dar una vuelta con los amigos. Esto es una realidad tan cierta como alarmante.

  

 

 

El viernes 7 de agosto de 2009, y en horario de prime time, irrumpe en nuestros hogares Sálvame Deluxe, un programa de Telecinco capitaneado por Jorge Javier Vázquez. El programa se convirtió rápidamente en uno de los de mayor audiencia. Después de algunos cambios de logo y título, el programa finalizaría su andadura el 23 de junio de 2023. (Fuente info: WP)

  

  

A modo de conclusión me gustaría dejar bien claro que, al tiempo que estamos obligados a reconocer la gran dificultad que entraña ir contra estos nuevos monstruos, hemos de tener siempre presente en nuestro ánimo esa afirmación, tan ilusionante como esperanzadora, de que todas las ideas son utópicas hasta que se cumplen. Por eso mismo, y porque somos educadores y formadores de personas que tienen ante sí un futuro que desarrollar, no debemos permitir que nuestros alumnos sean víctimas de una televisión que los desculturalice, que haga de ellos una masa informe sin capacidad de crítica ni de tomar decisiones, que los induzca a meterse en casa abandonado a sus amigos de juego en el parque de recreo para colocarse ante una pantalla cuyo único final no es otro que convertirlos en personas taciturnas y hurañas, muchas veces rallando en la misantropía.

Debemos, pues, enseñarlos a ser críticos, a juzgar los programas que se emiten, a discernir por sí mismos lo que les conviene de aquello que deben desechar. Estamos obligados a enseñarles que son ellos mismos quienes deben elegir qué visionar y que, si no encuentran nada que les guste, que apaguen el televisor y salgan a dar un paseo, haciéndoles ver que la televisión no es el centro del mundo, que hay cosas mucho más interesantes y maravillosas a que dedicarles el tiempo, como practicar el senderismo, contemplar una puesta de sol o mantener una charla con un amigo.

  

  

  

 

BOURDIEU, Pierre (1006): Sobre la televisión. Colección Argumentos. Editorial Anagrama, Barcelona, 1997.

  

  

  

  

  

  

  

Carmen María Moreno Santiago (Málaga, 1988) es Diplomada en Maestro en Lengua Extranjera (sección: Inglés) por la Universidad de Málaga, en cuya Facultad de Ciencias de la Educación ha cursado los estudios. Está en posesión del título de Grado Elemental de Guitarra, estudios que ha realizado en el Conservatorio ‘Gonzalo Martín Tenllado’.

  

  

  

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 3. Página 14. Año XXII. II Época. Número 119. Abril-Junio  2024. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023 Carmen María Moreno Santiago. © Las imágenes han sido extraídas, a través del buscador Google, de diferentes sitios de Internet relacionados con la temática que la autora desarrolla en su artículo. En todo caso, únicamente se usan como ilustraciones. Cualquier derecho que pudiese concurrir sobre ellas pertenece a su(s) creador(es). Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2024. Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).