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1. Paulina Juszko
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La noche que mi perra me echó de
casa
Volvía yo de un ágape pasadas
las dos de la mañana. El taxi me
dejó, cansada y soñolienta, en
mi domicilio suburbano. Abrí el
portón sin inconveniente, pero
cuando quise hacerlo con la
puerta de la casa, por más que
manipulé la llave, fue
imposible. La llave giraba
normalmente, ¡pero la puerta no
se abría! Resistió a mis
empujones y a mis puteadas. ¿Qué
hacer…? Mis vecinos transitaban
su segundo sueño a juzgar por
las luces apagadas. ¿A quién
recurrir a semejantes horas…?
Me acordé entonces de Germán,
aprendiz de búho, que solía
pasar la noche componiendo y
haciendo música. Y que vivía a
tres cuadras de mi casa. Hacia
allí me dirigí; por suerte, las
calles de Villa Elisa son un
desierto pasada la medianoche.
Después de mucho tocar la
campana-llamador logré que
saliera un Germán alarmado de
verme e imaginando quién sabe
qué desgracias. La idea era que
me acompañara y tratara de abrir
mi puerta usando la fuerza
bruta.
Sin embargo, pese a su buena
voluntad, pese a los esfuerzos
que hizo con el hombro
(empujones) y las piernas
(patadas), la puerta seguía
cerrada: visage de bois.
—Es evidente que está corrido el
pestillo de seguridad del lado
de adentro —dijo Germán.
—¿Cómo es posible —dije yo— si
no hay nadie en la casa? ¿O
habrá entrado alguien que tiene
llave?
Por las dudas, insistimos con el
timbre. Ladró la perra, pero
nada más. ¡Eureka! Entonces, por
fin, entendí lo que había
pasado: tocaron el timbre, la
Bubú se desesperó por salir, se
paró en dos patas y con las
delanteras arañaba la puerta a
la altura del pestillo, fue así
que sin querer lo corrió.
Germán me disuadió de llamar a
un cerrajero, me propuso que
durmiera en su casa el resto de
la noche y decidiera qué hacer a
la mañana siguiente, con la
cabeza fresca. Lo conversamos
con Cecilia, la mujer de Germán,
y trazamos un plan de acción:
mis vecinos tenían a un albañil
trabajando en una construcción
lindera con mi jardín trasero;
le pediría a ese hombre que
subiera al techo de mi galpón
para bajar luego al jardín,
entrar arrastrándose por la
puerta-ventana del dormitorio
(que yo siempre dejaba algo
levantada por si la Bubú
necesitaba salir) y descorriese
el pestillo.
Y así fue cómo, gracias a la
buena onda de ese albañil
providencial, pude reintegrarme
a mis penates. ¡Qué aventura! ¿Y
la perra…? Ni el menor
sentimiento de culpa, la
mequetrefa. —Moverías de
contento tu rabo si lo tuvieras,
¿eh, crapulona?—, la apostrofé
retorciéndole suavemente una
oreja. |
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2. Haidé Daiban
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Hace ya unos cuantos años, tres
parejas amigas acordamos viajar
juntas desde Buenos Aires a
Marruecos. La idea siguiente fue
no desaprovechar la cercanía de
España, cruzar hacia algún lugar
pintoresco del sur y así
elegimos Torremolinos.
Después del primer recorrido por
Marruecos pintoresco y
misterioso, pasamos con el
transbordador a España y
avistamos el Peñón de Gibraltar.
Y ya en Torremolinos, nos
presentamos en el hotel bajo una
buena lluvia europea.
Como era medianoche, no había
cocina abierta y nuestro apetito
se tornaba feroz, nos
recomendaron un bar cercano,
frente a una hermosa placita de
barrio. El dueño del bar,
simpático y hablador, estaba
acompañando a dos parroquianos
bebedores, y ya achispados,
apoyados en la barra.
Unas campanas de vidrio cubrían
variados platos que, nos
aseguró, eran caseros. “¡Entren,
hombre, mi señora cocinó para
ustedes!”. Dispuso tres mesas y
comenzó por traer aceitunas,
creo que de La Rioja, grandes y
carnosas. “Son buenas”, opinó y,
sin más, metió la mano, comió
una o dos, como para darnos
coraje y nos sonreímos por el
atrevimiento. Luego trajo el
vino y se sirvió una copa, “es
bueno, beban”.
Mientras calentaba los pedidos
de arroz, garbanzos y
carnes, nos relató lo que le
sucedió esa semana, la visita a
casa de su madre, mujer mayor y
valiente, dijo, por haberse
subido a una silla que colocó
sobre una mesa, desde donde se
puso a pintar el techo de su
sala. “¡Madre!”, le dijo, “qué
haces, te matarás”, y, en ese
momento, salió disparado a traer
un plato. Cuando mi marido le
reclamó su comida, él le
contestó, “ya vendrá, cuando el
aparato haga ¡piiiiii! se lo
traigo”. El aparato era el
microondas. Efectivamente hizo ¡piiiiii!
Y comimos casi por turnos.
Fuera, la lluvia era torrencial,
el dueño dijo que apagaría el
televisor para que no molestara
en la conversación y tomó su
“control remoto”, según él lo
denominó, y que era, en
realidad, un palo de escoba.
Apretó desde abajo y apagó la
tele colgante. Ese chiste,
lógicamente, causó risa.
Los hombres de la barra
discutieron un poco y el mayor
hizo ademán de irse, resbaló
sobre un cartón empapado de la
entrada, cayó dramáticamente de
espaldas y uno de nuestros
amigos, médico, lo vio pálido y
rígido y pensó en una urgencia.
“Llame a la ambulancia”, pidió
al dueño; éste salió a la puerta
y comenzó a gritar “¡Ambulancia,
ambulancia!”.
Más de las doce de la noche, sin
peatones, lejos del puesto de
ambulancias, nos causó pavor y
gracia, no iba a llegar la
ambulancia. Y, en ese momento,
el accidentado reaccionó y le
dijo a su compañero: “Creías tú
que me había ido”, y movió el
brazo hacia arriba, “no, me
aguantarás un poco más todavía”.
Aplaudimos, contentos, y el
hombre se acercó a la mesa y en
agradecimiento por nuestra
intervención, recitó un poema de
Antonio Machado (lo anunció como
si el título fuese ‘El abogao’).
Debo decir que nos conmovió, el
tema y su voz. A continuación,
se puso a cantar un tango
completo, nos miramos, nadie
recordaba toda la letra.
Nuestro amigo médico cobró bríos
y recogió pedidos del postre,
abrió por su cuenta la
heladerita y comenzó a hacer
volar los helados sobre cada uno
de nosotros, los atajábamos en
el aire y entre risas pagamos la
cena con show, la que resultó de
lo más barata.
Camino al hotel nuestra
algarabía despertaba a los
dormidos torremolinenses. Pese
al paso del tiempo, no olvidamos
al recitador y, mucho menos, al
risueño dueño del bar. |
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3. Irma Verolín
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Otoño de 1992. Yo había vuelto
de la India, donde estuve tres
meses y viví experiencias
asombrosas, materializaciones,
conexiones sincrónicas,
sanaciones, testimonios orales
de inusitadas experiencias
místicas de personas de todo el
mundo, digamos que traía una
cabeza sintonizada con otra
realidad. Apenas arribé a Buenos
Aires, me encontré con el libro
publicado para preadolescentes
que escribí en coautoría con
Olga Monkman. La editorial me
envió de inmediato a efectuar la
difusión a Bahía Blanca.
En
aquel momento se viajaba a la
India pasando por Europa, de
modo que se tardaba tres días
entre los empalmes de vuelos y
las esperas en los aeropuertos.
Apenas logré dormir a ratos.
Esto, sumado a los cambios
horarios, a la atención excesiva
que hay que tener en aeropuertos
hindúes, donde a veces ni
siquiera se habla en inglés,
sino en dialectos locales,
añadió más cansancio a mi
cansancio.
Debo reconocer que,
desde que salí del Áshram, en el
sur de la India, vivía en un
estado de aturdimiento. En la
editorial me dieron dinero y
pasajes. Caminé unas cuadras por
una avenida y una supuesta
familia en un coche me habló
desde el otro lado de la
ventanilla. Me dijeron que iban
a hacerme acrecentar mi dinero.
Como yo venía de un espacio
mágico, sin tener demasiada
conciencia, le seguí el
diálogo. De pronto, todo se
oscurece o se emblanquece, no
recuerdo bien, del diálogo y lo
que ocurrió después, no tengo
registros. Sólo sé que me quedé
en mitad de la calle gritando:
“¡Me robaron!”. Por el impacto,
me quedé sentada en el cordón de
la vereda, y me dediqué a llorar
a mares. Adolfo, mi amigo, me
dijo que yo era la única persona
que les ponía su plata en la
mano a los ladrones y después
hablaba de fenómenos mágicos.
Leí algo sobre robos psíquicos,
pero la verdad, no sé muy bien
qué pasó. Resultado: repuse el
dinero y partí hacia Bahía
Blanca.
Al atardecer tuve que
realizar los talleres. Eran, en
total, ciento cincuenta maestras
y directoras de escuela. Así es
que se dividieron en dos grupos
y los talleres a coordinar
fueron dos el mismo día, uno
después del otro. Me colocaron
detrás de un escritorio y, con
los codos apoyados, me puse a
hablar. Entonces me encuentro
con la cabeza hundida entre mis
brazos. Alguien me toca el
hombro y me dice: “¿Está usted
bien?”. Por lo visto, en mitad
de mi charla me quedé
completamente dormida. Parece
que los docentes permanecieron
en suspenso, esperando, luego
creyeron que me había desmayado
o algo peor aún. La segunda
parte la hice de pie para no
sucumbir al sueño, producto del
jet lag de mi reciente
viaje.
El libro se vendió bien, orienté
a los docentes a utilizarlo como
taller de producción literaria.
Unos meses después, en la
esquina donde me robaron el
dinero, encontré el monto exacto
que me habían robado tirado en
la vereda. Juro que fue la misma
cantidad y en la misma esquina:
evidentemente, la magia
continuó. Y continúa hasta hoy. |
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4. Paula Winkler |
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Soy doña despiste. De joven era
más torpe y obstinada aún. Uno
de mis primeros casos
importantes como abogada versaba
sobre patentes y marcas. Como me
daba vergüenza preguntarle a
algún colega mayor la dirección
de la Oficina nacional para
averiguar un par de cosas —el
Google no existía entonces—, me
hice la canchera y le dije a una
de las empleadas de la recepción
de la Consultora donde trabajaba
que me anotara adónde ir en un
papel, pues estaba apurada… Fui.
Se trataba de otra Consultora,
conocidísima. Cuando me di
cuenta del papelón (al bajar del
ascensor “me había mandado”
sola), hui despavorida
inventando no sé qué tontera. No
me paralicé (por obstinada),
entré en un bar cercano, pedí
una guía telefónica y,
finalmente, encontré la Oficina
de Patentes y Marcas. Como una
de las recepcionistas me había
reconocido de la Facultad, la
anécdota circuló durante largo
rato… Menos mal que gané el
caso.
Otra: Estamos mi familia, una
amiga y yo en la Parada 16 de
Punta del Este. Tomando el sol,
no me digan el porqué, me parece
reconocer a un conocido actor
francés. Le digo a mi esposo
“allá voy, le pido un autógrafo”
(no había celulares entonces) y
entablo, ante el asombro de él y
la perplejidad de mi amiga, una
improvisada conversación en
francés, fascinada por el casual
encuentro. Lo felicito por su
actuación con Romy Schneider.
Pero él me contesta (en
francés): “Buenos días, Paula,
soy fulano, cursamos juntos
Sucesiones y Procesal II, ¿no te
acordabas de mí?”. Etcétera y
risas.
Y otra: Camino con mi yerno
(siendo más mayorcita), temerosa
de perderme en un copioso bosque
sueco a la vera del mar.
Hablamos (en inglés), y yo
empujo el cochecito de mi nieto
concentrándome en la playa
cercana a Stora Essingen y en un
embarcadero que podría funcionar
como punto de referencia... Mi
nieto canta feliz, yo hablo y
hablo. Y, de pronto, mi yerno me
sugiere que vuelva al inglés
ante mi largo soliloquio en
castellano (idioma que él no
comprende), incluso reclamándole
yo aceleradas respuestas… |
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5. Graciela Perosio |
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Suena el teléfono y atiendo. Una
voz estricta pregunta si soy la
coordinadora del taller de
escritura. Cuando afirmo, me
pregunta cómo hace para enviarme
los textos que necesita
arreglar.
—No, señor, no trabajo de esa
manera. No hago corrección de
textos. Se sorprende, hace una
alusión a que si es un taller…,
pensó —algo así me dijo— que era
parecido a llevar a un auto al
chapista.
»Sucede, me dice, que tengo
ganados muchos premios. El
último, del Rotary Club de
Rosario, pero siempre me dan el
segundo o el tercero. Quiero
ganar el primero y si usted…
—Si yo le arreglo el escrito, el
premio me lo gano yo, no usted.
Se trata de aprender.
No de muy buena gana terminamos
arreglando una entrevista. El
hombre de unos 60 años, cuenta
una situación sentimental
desgraciada. Un largo noviazgo
interrumpido por la muerte de la
mujer. Y este duelo aparece
reiteradamente en su escritura.
En fin, por demás, delicado.
Al conversar acerca del trabajo
sobre lo escrito, encuentro poca
lectura de escritores conocidos.
Más bien, es una persona que
asiste a grupos que se organizan
como peñas, con mucho apoyo
social y afectivo, pero donde
casi no se hace crítica ni
frecuentan las literaturas de
diferentes orígenes. En cambio,
se leen mucho entre los
asistentes para acompañarse,
objetivo nada desdeñable en esta
sociedad tan cruda y violenta.
Pero, para mayor complicación,
Anselmo, que así se llama el
aspirante a poeta, se obliga a
escribir sonetos. “Y no me salen
ni contando las sílabas, no son
todos de 11, ¿ve?”.
—Es que el contar las sílabas es
una ayuda posterior, primero hay
que tener esa música adentro.
Tal vez el soneto no sea lo
suyo.
—¡Ah, no!, no me diga eso. No
sirvo para renunciar.
—Le propongo, entonces, dos o
tres clases, en las que sólo va
a venir a escuchar, sin escribir
nada ni comentar nada.
Como se están imaginando, hice
una selección de sonetos
notables desde Garcilaso hasta
aquí. Pasaron dos semanas con
sus correspondientes clases y
llegó la tercera. Llama a la
puerta. Abro y lo veo venir con
un rostro furioso y una valija
enorme, con forma de cofre y
bastante pesada.
Pasa y me pide permiso para
apoyar el mamotreto sobre la
mesa. —Esto es para usted —dice
enojadísimo—. Aquí le traigo
todas estas estafas que me han
hecho. —¡Pum!, ¡bom!, ¡plaf!
suena el metal sobre la mesa y
caen, entre cintas y diplomas,
las medallas, estatuillas,
placas y demás.
—Ya me di cuenta de que mis
versos no merecen nada de esto.
No hace falta que usted me siga
leyendo. Simplemente, me
estafaron y fui muy crédulo.
—No, eso usted no lo puede
saber. Siéntese, por favor.
Mire, en este tipo de concursos
se trata de incentivar el
entusiasmo de los participantes
y generalmente el jurado no
tiene permitido declarar el
premio desierto. De modo que es
posible que lo que usted
presentó fuese mejor que lo que
presentaron otros. El tema es
con qué otras escrituras nos
seguimos comparando después. Si
nos comparamos con Borges y sí,
todos quedamos lejos… Ni uno ni
otro extremo, es lo que le
recomiendo para empezar a
transitar la escritura y ver si
realmente lo entusiasma hacer el
trabajo necesario para
mejorarla.
—Lo voy a pensar. Por ahora no
estoy listo para contestarle.
Pero le agradezco que me haya
permitido darme cuenta de la
verdad.
Nunca volví a saber de él. Pero
quedé tranquila de que,
finalmente, se fue en paz y sin
que le haya faltado el respeto a
la historia de su pérdida que
aún lloraba, que fue, creo, lo
que más me preocupó desde el
principio. ¡Quería honrarla con
el Primer Premio!, era evidente. |
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6. Inés Legarreta |
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Creo que esta anécdota califica.
En 1997 había salido publicado
mi libro de cuentos Su
segundo deseo y, entre
otras, había tenido una reseña
muy elogiosa en la revista “El
Planeta Urbano”. No hacía mucho
que esta revista digital se
había incorporado al mundo
editorial, pero, desde el primer
número, estuvo claro hacia dónde
apuntaba: riesgo, enfoques poco
convencionales en los artículos
y entrevistas, notas firmadas
por escritores o artistas
reconocidos; modernidad en el
diseño y un gran despliegue
fotográfico y publicitario que
se manifestaba claramente desde
las tapas, todas con
“celebrities” en composiciones
irreverentes. De manera que,
cuando me llamaron de la
redacción para una entrevista de
trabajo, me sentí halagada y, a
la vez, un poco inquieta. ¿Qué
me propondrían? Viajé desde
Chivilcoy a Buenos Aires y fui a
la casa editorial, que estaba en
el barrio de Belgrano; allí me
recibieron Elsa Drucaroff (hacía
las notas sobre libros), Sergio
Varela (era editor de secciones)
y alguien más, pero no recuerdo
quién; saludos, presentaciones
(no nos conocíamos personalmente
hasta ese momento) y después de
una charla informal de
situación, Sergio Varela me
dice, más o menos, esto: “Bueno,
Inés, como nos interesa tu
escritura, te queríamos invitar
a que colaborases con algunas
notas y artículos según se vaya
dando; nos gusta proponer cosas
diferentes y, por eso, pensamos
en vos para una nota sobre el
Golem”. Dijo “Golem” y me miró
con cara divertida y expectante.
“Ah, El Golem”, y de inmediato
empecé a buscar desde dónde
abordar el tema: Borges, sin
duda, el poema de Borges y el
acervo de la cultura judía, el
significado de esa creación.
Supongo que lo fui diciendo en
voz alta porque me
interrumpieron, “Esteeee… no,
escuchaste mal; no Golem, sino
Golden, el Golden de la calle
Esmeralda”. Silencio. Yo: “¿Y
qué es el Golden de la calle
Esmeralda?”. “Un boliche con
strippers masculinos, único
y exclusivo para mujeres”.
Ahhhhhh. Carcajadas. Yo no tenía
ni idea de su existencia. “¿Te
animás?”. “Obvio”, respondí.
Pactamos condiciones y fui con
dos amigas; nos divertimos mucho
y la nota salió redonda.
(“Golden boys”, en el número de
abril de 1998 de “El Planeta
Urbano”). |
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7. Susana Cella |
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Es una anécdota triste, y digo
triste por la miseria académica
que hemos tenido que padecer. A
raíz de un concurso para cubrir
un cargo de profesor/a titular,
una de las jurados fue atacada
en las redes. Me dijo esta
colega: “Me han puesto el mote
de Jelinek”. Yo, en mi supina
ignorancia de lo que circula, le
dije a esta querida amiga:
“Bueno, al menos te han
comparado con un Premio Nobel”.
En mi mente estaba el nombre de
Elfriede Jelinek, la escritora y
militante austríaca que ganó esa
distinción en 2004. Mi amiga me
contrastó con la realidad de los
eunucos que la insultaban. “No”,
me dijo auscultando mi
ignorancia. “Me comparan con
Olga Karina Jelinek”, y ahí supe
de la miseria del ataque. La
emparejaban a una vedette que se
exponía en “Bailando por un
sueño” y cosas así.
Me quedó el amargo recuerdo de
haber leído una novela de
Elfriede y de saber que portaba
el mismo apellido la tal modelo. |
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8. Adriana Maggio |
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Estaba cursando el Profesorado
de Castellano y Literatura en el
“Joaquín V. González”. Tendría
alrededor de 19 tímidos e
hipersensibles años. El
Profesorado estaba en la avenida
de Mayo y San José, en un
edificio viejo, que ahora es
hotel. Las escaleras eran de
mármol y estaban gastaditas por
los muchos años. Yo iba bajando
la escalera con mi pollera
ajustada, a la rodilla, y mis
tacos altos finiiiitos. En
sentido contrario, vi que venían
subiendo dos jóvenes muchachos
cuya aparición me puso
seriamente nerviosa. Mis
delgados tacos resbalaron en el
escalón y caí de cola con las
piernas abiertas y uno de los
jóvenes entre ellas: la falda se
subió hasta la entrepierna y
quedaron al aire mis muslos
decorados con el inefable
portaligas que se usaba en ese
tiempo, para sujetar las medias
de nylon. Sé que el joven me
ayudó a levantarme, pero cómo
salí de allí y cuándo volví a
poner los pies sobre la tierra
siguen siendo un misterio. El
enorme moretón que se alojó en
mis nalgas tardó en desaparecer
mucho más tiempo que mi
vergüenza. |
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9. Marta Braier |
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Al promediar la década del 70,
en ocasión del cincuentenario
del fallecimiento de Ricardo
Güiraldes, el director del
“Suplemento Cultural” del diario
Clarín de esa época,
Fernando Alonso, me encomendó
una llamada telefónica a Borges,
para que nuestro venerado
escritor homenajeara, con alguna
anécdota o recuerdo, al autor de
Don Segundo Sombra. Yo
trabajaba en reseñas literarias
para el Suplemento y acepté con
entusiasmo el encargo
honorífico. Debía llamar a
Borges a las 17.00 horas en
punto a su casa y llevar al día
siguiente una breve nota.
El caso es que yo, con el número
de teléfono que me habían dado
anotado en un papelito, entré a
una cabina telefónica del
Sanatorio Otamendi, en la calle
Azcuénaga, justo a la vuelta del
edificio donde yo vivía, por la
calle Paraguay. No tenía
teléfono de línea (y no era
fácil conseguirlo).
Cuando el ama de llaves que me
atendió me pasó con Borges,
atiné a escribir como pude su
relato, conmocionada por esa voz
pausada y única, apoyando el
cuaderno en la pared vidriada de
la cabina, mientras una larga
fila de personas ansiosas se
alineaba aguardando su turno
para el uso del teléfono.
Presa de un nerviosismo in
crescendo, y viendo con
preocupación que la fila crecía,
agradecí tímidamente a Borges su
colaboración, corté y me refugié
eludiendo las miradas en la
capillita del Sanatorio. Allí
permanecí un largo rato en busca
de amparo. Era mucho para una
jovencita tucumana recién
llegada a Buenos Aires recibida
de Profesora en Letras. ¿Quién
me iba a creer?
Cuando llevé la anécdota al
diario, escrita con fidelidad
absoluta a las palabras del
célebre autor de El Aleph,
me enteré de que Borges ya la
había contado varias veces y que
se había publicado. En realidad,
lo que destacaba, con énfasis,
era que Güiraldes se había
olvidado una noche la guitarra
en su casa.
Yo tardé en recibir el teléfono
de línea y no he olvidado esa
voz ni ese momento. Bien vale
rubricar este recuerdo con
versos borgianos: “Qué importa
el tiempo sucesivo si en él hubo
una plenitud, un éxtasis, una
tarde”.
¿Existirá aún esa cabina? |
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10. Beatriz Arias |
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Cuando mi hijo mayor, Esteban, se salvó de
hacer el servicio militar en 1991,
resolvimos festejarlo. Nadie de la familia
lo había hecho por uno u otro motivo.
Fuimos al supermercado con Daniel, mi
esposo, y compramos bebidas y comidas varias
para empezar con una picada y seguir con
dulces y sidra bien fría para el brindis.
Cuando llegamos a la caja para pagar, entra
un señor de mediana estatura, pelo corto
canoso, con pantalón y campera jean que se
acercó al dueño (el gallego) desde atrás y
le apuntó con una pistola en las costillas.
Todos se quedaron mudos y quietos a la orden
del desconocido. Menos yo.
Seguí charlando con Daniel como si nada
ocurriera y comenté por qué no nos cobraba
el cajero y nos íbamos. En ese momento, los
clientes estaban depositando la plata sobre
el mostrador, igual que Daniel. Yo le
pregunté por qué lo hacían y me contestó:
“Es un asalto”.
Entonces me di cuenta, me paralicé y empecé
a temblar. Lentamente fuimos hacia el fondo
del supermercado hasta que el ladrón se fue.
Recogimos los comestibles y volvimos a casa.
Al otro día, volvimos a comprar al súper y
el dueño nos cobró todo lo que llevamos. El
festejo lo pagamos dos veces. |
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11. Susana Szwarc |
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Con los títulos de los libros me pasaron
ciertas situaciones irrisorias. Por ejemplo,
llevé a fotocopiar, cuando aún no estaba
impreso, poemas de El ojo de Celán. Y
quien fotocopiaba me preguntó si todo el
libro que estaba escribiendo transcurría en
Ceilán y si había estado allí. No quise
incomodar y dije que sí, que estuve allí. No
pude evitarlo y agregué que es un lugar al
que voy muy seguido. |
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12. Zulema de Artola
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Cuento el ridículo más reciente. Me disponía
a enviarle un mensaje por whatsapp al nuevo
administrador (al que sólo conozco por su
fotografía allí) del edificio en el que
vivo. Algo toqué inadvertidamente y, en
lugar del mensaje, le llegó un sticker:
corazones, florcitas, zapatos de mujer, etc.
Claro está, luego le envié otro mensaje,
reconociendo mi error (hasta ahora, no
recibí respuesta). |
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13. Laura Szwarc |
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Me han sucedido situaciones
irrisorias con el heterónimo An
Lu con el que firmo mi poesía.
Por ejemplo, me hablan de An Lu
y hasta relatos disparatados
sobre ella, desconociendo que se
trata de la misma Laura Szwarc.
Pero, ¿acaso somos cada vez los
mismos? Aquí vemos una vez más
cómo la identidad se mueve. |
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14. Ana Guillot |
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La que me viene a la memoria
tiene que ver con mi primer
libro. Ya recibida en la carrera
de Letras, ya profesora
secundaria y universitaria, me
propongo abrir un taller
literario. Al poco tiempo veo un
anuncio de la querida Gloria
Pampillo ofreciendo un taller de
verano para aprender a
coordinar. Y hacia allá fui. La
primera sorpresa fue que muy
seria nos dijo:
—Nadie puede coordinar un taller
de escritura si no escribe
también.
Y ahí nos tuvo todo el verano
escribiendo diferentes consignas
y, por lo tanto, aprendiendo la
técnica. También lecturas, etc.
Fue una gran experiencia, pero
yo no había ido para escribir.
Siento que la carrera inhibe. Es
algo así como: ¿qué puedo llegar
a escribir yo después de haber
leído a semejantes maestros?
Sin embargo, escribí. Y ella
comenzó a entusiasmarme. Y tuve
mi primer libro. Entonces me
pasó el número de teléfono del
inefable editor José Luis
Mangieri. Ni mail, menos
mensajes de texto, menos
WhatsApp. Nada existía:
teléfono. Hace muchos años de
esto.
Cita con Mangieri, cafecito,
charla, entrega del manuscrito.
—Te llamo en unos días—, dice.
—Dale—, respondo muerta de
nervios. Y así seguí… por más de
un mes (mucho más). Claro, debe
ser un desastre; claro, ¿cómo le
iba a gustar mi poesía? Claro,
qué papelón.
Un día junto coraje y lo llamo:
—Nena, menos mal que llamás. Voy
a publicarte. Pero otra vez
dejame, aunque sea un dato. No
pusiste ni teléfono ni dirección
ni nada.
En fin, autoboicot… o las
hermanastras de Cenicienta (que,
obviamente, viven también en mi
interior) confabulándose en mi
contra.
Así nació Curva de mujer
y acá estamos. |
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15. Ángela Gentile |
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Preguntás si podría contar
alguna situación irrisoria, y,
pensando en alguien de la
literatura, me surgió lo que me
pasó con Umberto Eco.
Viajé desde la ciudad de La
Plata a Buenos Aires, enviada
por el Instituto de Cultura
Itálica, cuya vicedirectora en
aquel momento era Haydee Bencini,
directora del programa “Caffé
Ristretto”, que se emitía por
Radio Universidad, y de la
revista “Dall’Italia 2000”.
Fui con dos grabadores. Logré
llegar a Eco (detrás del
escenario del teatro) y justo
empezaba la conferencia, así que
permanecí en silencio absoluto
hasta que finalizó y le pude
formular algunas preguntas.
Todos querían hablar con él, por
supuesto. Pero me había olvidado
de activar el grabador, donde
debía registrar su saludo para
radio Universidad de La Plata.
Entonces lo seguí llamando:
—Maestro, maestro, mi scusa!
Se da vuelta y me dice:
—Un’altra volta lei! —se ríe y
me invita con un gesto a
acercarme.
Le expliqué que me había
olvidado de pedirle el saludo
para la radio y lo realiza muy
bien predispuesto. Luego me
autografía Opera aperta,
me escribe su dirección postal
(porque le había comentado sobre
una adaptación que había
efectuado sobre “Le lenti di fra
Guglielmo” para usarlo en mis
clases) y me dice:
—Mi scriva! voglio leggerlo!
Y un 21 de enero me envió una
carta con la respuesta. |
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16. Norma Etcheverry |
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En un número del año 2010, de
“Facundo”, aquella buena revista
dirigida por escritores de
Rosario, salió un dossier
titulado “La Plata de los
poetas”. No tenía que ver con el
dinero, claro, sino con los
poetas de nuestra ciudad
capital, La Plata. El dossier
incluía sendas entrevistas a
Néstor Mux, a César Cantoni y a
Gustavo Caso Rosendi, y se
plasmó en casa de este último a
instancias de Sebastián Riestra.
Recuerdo que esa noche fui
invitada, pero no pude ir, y
ellos, generosos, me incluyeron
a su manera: en un apartado
titulado “La hermandad de la
uva” se mencionaba que algunos
poetas platenses se juntaban
para compartir libros, lecturas
y también botellas de vino
tinto. Y en esas líneas dejaban
sentado que la tertulia no era
exclusivamente masculina, sino
que solía acompañarlos la que
suscribe.
Recuerdo que me agradó esa forma
tan particular de tenerme en
cuenta, casi de igual a igual si
lo medía con la vara de género,
aunque consciente de que el
mérito me acercaba
peligrosamente al borde de una
condición etílica no tan feliz,
pero exquisitamente valorada si
tenemos en cuenta aquel dicho
que le adjudican a Horacio: “No
sobrevivirán los versos escritos
por bebedores de agua”.
Aún guardaba en mi memoria otra
anécdota que también tiene su
origen en el vino, pero ocurrida
muchos años antes. En aquella
ocasión fue Néstor Mux quien me
había invitado a casa de José
María Pallaoro, a quien yo no
conocía, “a comer unas empanadas
y hablar de poesía” —me dijo—,
por lo cual me pareció atinado
llegar con un presente y qué
mejor que una botella de vino.
Confieso que entonces no sabía
de vinos y compré de pasada una
marca que me avergüenza nombrar.
Cuando entré a la casa, lo
primero que vi fue una bodeguita
preciosa con un montón de
botellas de buen nombre,
empezando por el modesto y noble
López, que suele revocar más de
una cuenta. Luego, me pregunté
qué pensaría el dueño de casa de
mí, y sólo había dos opciones: o
yo no sabía nada de vinos o era
muy borracha… no sé qué era
mejor.
Pero habiendo pasado los años y
también los ríos de tinta y los
de vino, ese gesto de los
“varones de la poesía” en la
revista “Facundo” resultó para
mí como cancelar una deuda
íntima, puesto que esa amable
inclusión saldaba mi ignorancia
y me restituía la magia de que
el vino es parte de la poesía,
como ya sabrían los griegos y
particularmente Horacio. |
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17. María Paula Mones Ruiz |
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Fue hace muchos años… Me dirigía
a un encuentro literario en una
tarde de lluvia intensa. El
taxista, al llegar a la
dirección indicada, me
pregunta:
—¿Está segura de que es aquí,
señora?
—Sí, señor. Es un encuentro
literario.
—¿Qué? ¿Encuentro literario?
Espere, deje que yo averiguo, no
baje, así no se moja.
El taxista asomó su cabeza por
la puerta del bar, miró muy bien
hacia adentro y volvió
diciéndome:
—No, señora, aquí no es. Aquí
hay toda “gente normal”.
Le pagué, bajé y le dije con una
sonrisa:
—Es aquí. |
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Rolando Revagliatti (Buenos Aires, Argentina, 1945) es escritor, poeta y dramaturgo. Se inició en el mundo de la lírica muy joven, publicando sus primeros poemas en el periódico “Alberdi” (1966-1974) y en diversas revistas culturales, al tiempo que, entre 1965 y 1966, completa sus estudios como realizador cinematográfico en la Asociación de Cine Experimental. Al tiempo que cursa estos estudios, inicia su formación como actor, con figuras notables del arte teatral argentino.
Entre 1971 y 1973 participa como actor en pequeños roles de largometrajes dirigidos por Miguel Bejo, Julio Ludueña y Eva Landeck. por su parte, dirige obras de teatro de Guilherme Figueiredo y Alberto Adellach.
Ya en la década del 80, comienza a colaborar asiduamente con poemas y relatos en diarios y revistas, en soporte digitales y papel. Sus textos aparecen en numerosos países de América y Europa, donde ha sido traducido al francés, italiano, holandés, rumano, portugués, catalán, vasco, asturiano, inglés, búlgaro, esperanto, maltés y alemán.
Su obra creativa abarca los géneros dramático, narrativo (el cuento) y la poesía, aunque su obra poética es la más extensa y más conocida. De ella cabe mencionar los títulos Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo (en PDF), epílogo de José Emilio Tallarico, enero 2010 en versión FLIP (libro Flash); Habría de Abrir (en PDF), con el prólogo “El Condicional Abriendo” de Teódulo López Meléndez e ilustraciones de Andrés Casciani, septiembre 2010 en versión FLIP (Libro Flash); Historietas del Amor (en PDF), coautor en su condición de artista plástico Andrés Casciani (ilustraciones de tapa e interior), textos “A modo de prólogo” y epílogos de Hugo Enrique Boulocq, Santiago Castellano y Hugo Alberto Patuto, marzo 2011 en versión FLIP (Libro Flash); Pictórica (en PDF, 2011); Corona de Calor (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), epílogo de María García, a modo de epílogo “Poema de Carlos Cúccaro”, enero 2013 en versión FLIP (Libro Flash); Infamélica (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), prólogo de Griselda García, octubre 2015 en versión FLIP (libro Flash); Leo y escribo (en PDF), 3.ª edición, 2013); Ripio (en PDF), 3.ª edición-e (corregida), febrero 2016 en versión Flip (Libro Flash); Obras completas en verso hasta acá (Sobrevivientes) (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), noviembre 2016 en “Obras completas en verso hasta acá”, en versión Flip (Libro Flash); Picado Contrapicado (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), abril 2017 en versión Flip (Libro Flash); Trompifai (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), junio 2017 en versión Flip (Libro Flash); Ardua (en PDF), 3.ª edición-e (corregida), julio 2017 en versión Flip (Libro Flash). Holanda, bilingüe: castellano-neerlandés, 2006); Sopita (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), octubre 2017 en versión Flip (Libro Flash);
Tomavistas (en PDF), 3.ª edición-e (corregida), febrero 2018 en versión Flip (Libro Flash); Fundido encadenado (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), abril 2018 en versión Flip (Libro Flash); Del Franelero Popular (en PDF), 3.ª edición-e (corregida), mayo 2018 en versión Flip (Libro Flash); De mi mayor estigma (si mal no me equivoco)" (en PDF), 4.ª edición-e (corregida), agosto 2018 en versión Flip (Libro Flash); Desecho e izquierdo (en PDF), 2.ª edición-e (corregida), octubre 2018 en versión Flip (Libro Flash); y Viene junto con (en PDF), 3.ª edición-e (corregida), enero de 2019 en versión Flip (Libro Flash).
Ha publicado, en fin, tres obras antológicas que recogen una buena selección de su poesía: El Revagliastés (2006), Proponerte que Creas (Caracas, Venezuela, 2008) y Revagliatti. Antología Poética (2009).
En dramaturgia cabe destaca el ensayo Las piezas de un teatro (RundiNuskin, Editor, 1991; Nostromo Editores, 2004).
En la categoría de la estética narrativa, merecen especial mención Historietas del amor (cuentos, relatos, mini-ficciones, en RundiNuskin Editor, 1991) y Muestra en prosa (cuentos, relatos, mini-ficciones, en 1994 y 2007).
Ha difundido su obra a través de publicaciones varias, como los cuadernillos “Musas de Olivari” (1994-1995) y en los pliegos literarios “Olivari” (1993-1995) y “Huasi” (1996-2002), que él mismo ha dirigido y editado.
Ha colaborado con poemas en diversas obras antológicas, como Letras Contemporáneas (en portugués, 1998), Poesía en el Subte (1999), Poesía argentina año 2000 (tomo 1, 1999), Poesía hacia el Nuevo Milenio (tomo 2), MeloPoeFant Internacional (bilingüe castellano-alemán; Alemania, 2004), Pequeña Antología de la Poesía Argentina (selección de Jorge Santiago Perednik, 2004), Dramaturgia Latinoamericana: Argentina (en República Dominicana, 2008); Italiani d’Altrove (bilingüe castellano-italiano; Italia, 2010), El Verso Toma la Palabra (México, 2010), El cine y la Poesía Argentina (selección de Héctor Freire, 2011) y Poesía en Libertad (2013), Minificcionistas de ‘El Cuento’. Revista de Imaginación (Ficticia Editorial, México, 2014), entre otras.
Durante 3 años consecutivos ha entrevistado a los escritores contemporáneos más destados de Argentina a través del correo electrónico que ha ido publicando periódicamente en diversas revista digitales, entre ellas GIBRALFARO, y que luego ha recopidado y editado, con el diseño integral y diagramación de Patricia L. Boero Ricardi (tomos 1-5) y Fernando Delgado (tomo 6), en 6 volúmenes independientes en este orden: Documentales. Entrevistas a escritores argentinos (en PDF), Tomo I (30 entrevistas), noviembre 2019 en versión Flip (Libro Flash). Documentales. Entrevistas a escritores argentinos (en PDF), Tomo II (25 entrevistas), abril 2020 en versión Flip (Libro Flash). Documentales. Entrevistas a escritores argentinos (en PDF), Tomo III (25 entrevistas), octubre 2020 en versión Flip (Libro Flash). Documentales. Entrevistas a escritores argentinos (en PDF), Tomo IV (25 entrevistas), noviembre 2020 en versión Flip (Libro Flash). Documentales. Entrevistas a escritores argentinos (en PDF), Tomo V (23 entrevistas), enero 2021 en versión Flip (Libro Flash). Documentales. Entrevistas a escritores argentinos (en PDF), Tomo VI (31 cuestionarios), integral y diagramación: Fernando Delgado. Editado en septiembre 2021 en versión Flip (Libro Flash).
Más datos sobre este autor y su obra los podéis encontrar en su web personal: «Revagliatti» y en blog «Blog de Rolando Revagliatti». Sus producciones en vídeo se hallan en «Rolando Revagliatti en YouTube». |
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GIBRALFARO. Revista de Creación
Literaria y Humanidades.
Publicación Trimestral. Edición
no venal. Sección 1. Página 14.
Año XXIII. II Época. Número 119.
Abril-Junio 2024. ISSN
1696-9294. Director: José
Antonio Molero Benavides.
Copyright © 2024 Rolando Revagliatti. © Las imágenes que usamos como apoyo ilustrativo del texto han sido aportadas en su totalidad por su autor.
En todo caso, cualquier derecho que pudiese concurrir sobre ellas pertenece a su(s) creador(es).
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Educación. Universidad de Málaga
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(Málaga). |
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