l trabajo de
Picasso tuvo
etapas
marcadas por
los colores,
por los
motivos, las
influencias…,
y, a partir
del criterio
que se
considere,
es posible
un estudio
catalogado
de la
inmensa obra
del genial
pintor
malagueño.
Así, sus
primeras
creaciones
estuvieron
marcadas por
impresiones
cotidianas y
por la
influencia
de artistas
como Paul
Gauguin,
Edgar Degas
y Henri de
Toulouse-Lautrec.
En 1906, el
trabajo del
artista
experimenta
un gran
vuelco, con
influencias
del arte
griego,
ibérico y
africano.
Pero la
verdadera
consolidación
como artista
se dio dos
años más
tarde,
cuando
Picasso,
junto con
Georges
Braque,
penetra de
lleno en el
cubismo
(1908-1916),
estilo con
el que se
hizo
conocido.
En las
pinturas de
Picasso se
refleja todo
lo que el
‘artista-persona’
sentía y
vivía, sobre
todo, en lo
referente al
amor. El
amor va a
constituirse
en el hito
que va a
delimitar un
estilo y las
características
del
siguiente:
cada vez que
el genial
artista se
enamora,
cambia su
estilo
pictórico,
y, en este
sentido, una
de las
mujeres que
motivaron,
sin lugar a
dudas, un
cambio
radical en
el pintor
fue la
bailarina
rusa Olga
Koklova. Con
este cambio,
el autor
entra de
lleno en el
mundo del
clasicismo,
donde pone
en práctica
todo lo
aprendido en
la Escuela
de Bellas
Artes.
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En las pinturas de Picasso se refleja todo lo que el ‘artista-persona’ sentía y vivía, sobre todo, en lo referente al amor. |
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De Eva Gouel
a Olga
Koklova
Hacia 1912,
Picasso ya
había dejado
a Fernande
Olivier por
una nueva
amante, Eva
Gouel. En
1914,
inmersa ya
Europa en la
I Guerra
Mundial,
Picasso
rompe su
amistad con
Braque, al
propio
tiempo que
sus amigos
más íntimos
(Derain,
Apollinaire...)
son llamados
a filas.
Picasso, por
su condición
de
extranjero,
no fue
llamado a
filas y pudo
continuar
trabajando,
pero sin
contar con
la calidad
compañía de
un amigo.
En las
Navidades
del año
siguiente,
Eva muere de
cáncer,
después de
cuatro años
junto al
pintor. A
pesar de que
se dice que
fue el gran
amor de su
vida, lo
cierto es
que no
contrajeron
matrimonio.
De cualquier
manera,
estas
ausencias
hacen que
Picasso se
sienta
invadido por
una fría
soledad que
resulta
insoportable
a su
temperamento
mediterráneo.
Durante
1915-1916,
habían
aparecido en
su vida
nuevas
amistades
femeninas
que iban a
mitigar, en
cierto modo,
esa tremenda
soledad que
le habían
ocasionado
su enemistad
con Braque,
la
separación
de sus
amigos más
allegados y
la prematura
muerte de
Eva, si bien
ninguna de
ellas llegó
a germinar
definitivamente.
Por este
tiempo,
Picasso
había
iniciado ya
un profundo
cambio en su
expresión
artística,
sin
abandonar
del todo el
cubismo.
Sentimentalmente
insatisfecho
y con el
alma sola,
Picasso
busca
refugio en
su amigo
Jean
Cocteau. Fue
a finales de
mayo de 1916
cuando, por
mediación de
Cocteau,
conoce al
empresario
Serguéi
Diaguilev,
cuyo ballet
era muy
conocido en
toda Europa
y en Estados
Unidos, y
considerado
como ejemplo
de original
modernidad.
Diaguilev le
propone
trabajar
para él en
la
decoración
de su
Parade,
su próximo
estreno de
ballet en
París. En
agosto de
ese año,
Picasso
confirmaba
su
colaboración
en los
decorados y
vestuarios.
«Picasso
tiene unas
ideas
sorprendentes
y nuevas
para
Parade.
Es
maravilloso»,
escribía el
compositor
Erik Satie a
Cocteau.
En enero de
1917, a sus
35 años, el
pintor
inicia sus
trabajos,
que
continuará
en Roma,
adonde la
compañía se
había
trasladado
en febrero,
continuando
con su gira
artística.
Será
entonces,
aquí, tras
su llegada
el día 18, y
durante unos
ensayos,
cuando
Picasso va a
conocer a
Olga, una
avispada
bailarina de
ballet de
Diaguilev.
Olga Koklova
y Picasso
Olga Koklova
había nacido
en Niezin
(actual
Ucrania) el
12 de junio
de 1891.
Tenía 25
años cuando
conoce a
Picasso y
fue la mujer
que más
llegó a
influir en
el artista
malagueño.
Olga era
bella, pero
también
ambiciosa,
intransigente
y tozuda y,
como suele
ocurrirles a
las gentes
del Norte
europeo, su
rostro
transmitía
un aire de
lánguida
tristeza,
rasgos que
quedarían
reflejados
en algunos
cuadros.
La entonces
rusa se
decía
descendiente
de noble
cuna, lo
cual hubo de
influir en
el interés
de Picasso
hacia ella,
e hija de un
general. Los
biógrafos
del pintor
coinciden en
comentar el
hecho de
que, el día
en que
fueron
presentados
por Jean
Cocteau en
un camerino
del teatro
durante los
ensayos de
ballet, Olga
se insinuó a
Picasso y, a
la par que
abría su
escote, le
dijo: «Yo
soy Olga
Koklova, la
sobrina del
zar». La
bella eslava
había tomado
la firme
decisión de
casarse con
el ya rico y
famoso
pintor.
Los primeros
momentos de
convivencia
sentimental
fueron un
tiempo en el
que Olga,
tan
seductora
como
imaginativa
amante, supo
hacerle
olvidar al
dolido y
solitario
Picasso
pasados
amoríos.
«Picasso
está
enamorado»,
escribiría
Cocteau a su
madre el 4
de marzo de
1917.
La relación
inicial iba
a hacerse
sensualmente
más intensa
a la vuelta
del artista
a Roma,
después de
visitar
también
Nápoles y
las ruinas
de las
históricas
Pompeya y
Herculano,
viajes que
le adentran
de lleno, a
través de
las imágenes
de las
postales que
coleccionó,
en los
pletóricos
personajes
de la
comedia
italiana
(Pierrot,
Polichinela,
Arlequín...).
Será en un
segundo
viaje a
Nápoles
cuando
pintará a la
sensual
bailarina
por primera
vez,
Recuerdo de
Nuestro
Paseo por
Nápoles,
un
autorretrato
con ella en
coche de
caballos,
paseando por
la Via
Scarlatti.
El primero,
seguramente,
fue un
dibujo de la
joven de
perfil, en
el que el
apasionado
amante firma
dos veces
«Picasso»,
una en
español y
otra con
caracteres
cirílicos.
Cinco días
después, la
pareja ya
estaba de
regreso en
París: ella,
para
continuar
con los
ensayos y
él, para
proseguir
con los
trabajos
escenográficos
de Parade,
que iba a
estrenarse
en el
Théâtre du
Châtelet de
la capital
francesa a
mediados de
mayo de
1917.
De París, la
compañía
emprende una
gira por
distintas
ciudades
europeas,
entre las
que se
encuentra
Madrid,
adonde
Picasso
viaja
también como
diseñador
del
vestuario y
con el
propósito de
estar cerca
a Olga.
Finalmente,
el 21 de
junio,
llegan a
Barcelona.
Picasso
aprovecha la
estancia en
la Ciudad
Condal para
presentar
Olga a su
madre. Él se
hospeda en
el hogar
materno de
la calle de
la Merced,
3, mientras
ella y los
demás
artistas lo
hacen en el
Hotel
Ranzini del
Paseo de
Colón, 22.
Aquí será
donde el
artista
pinte el
óleo sobre
lienzo
Retrato de
Olga con
Mantilla.
Matrimonio
de Picasso y
Olga
En abril de
1918, Olga y
Picasso se
instalan en
el hotel
Lutetia de
París, y,
unos meses
más tarde,
el 12 de
julio,
contraen
matrimonio,
tanto por lo
civil como
por lo
religioso:
para
contentar a
la
bailarina,
Picasso
accede con
gusto a
hacerlo por
el rito
ortodoxo
ruso; como
testigos
firmaron Max
Jacob, Jean
Cocteau y el
poeta
Guillaume
Apollinaire,
sus mejores
amigos de
entonces.
Todas las
biografías
del
malagueño
universal
coinciden en
referir el
hecho que
tuvo lugar
en este
momento de
su vida y
que
evidencia
fehacientemente
la sagacidad
y picardía
de Olga. Ya
en la
iglesia
ortodoxa
donde iba a
celebrarse
la
ceremonia,
Max Jacob
comentó a
Apollinaire
una antigua
creencia
rusa, según
la cual el
primero de
los
contrayentes
que pise la
alfombra
después de
haber dado
las tres
vueltas
obligadas al
altar,
dominará al
otro de por
vida. Cuando
Apollinaire
se apercibió
del hecho,
quedó
horrorizado
y quiso
advertir a
su amigo,
pero ya era
demasiado
tarde; la
astuta Olga,
conocedora
de aquella
tradición,
había puesto
todo el
empeño en
lograr su
propósito y
había sido
la primera
en pisar la
alfombra.
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“Ritratto di Olga in Poltrona” (1917). Óleo sobre lienzo. Museo Picasso de París. |
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En 1919, el
matrimonio
viaja a
Londres para
cumplir sus
compromisos
con el
ballet de
Diaguilev en
una
representación
basada en
El Sombrero
de Tres
Picos,
de Manuel de
Falla. Por
esta época,
Picasso
despliega su
creatividad
en la doble
faceta de
pintor y
escultor.
Por una
parte,
desarrolla
el cubismo
de
diferentes
maneras y,
por otra,
ensaya
formas
escultóricas
artísticamente
caracterizadas
como
neoclásicas.
El 4 de
febrero de
1921, Olga
dio a luz a
su primer
hijo, Paul.
Continuamente,
viajan a la
Costa Azul,
que empezaba
a ponerse de
moda entre
las familias
bien de la
época, y
cuyo paisaje
y vegetación
tanto le
recordaban
los parajes
del
Mediterráneo
malagueño.
Estas
vivencias
impregnadas
de nostalgia
le alivian
también de
sus primeros
roces con
Olga, que ya
habían
empezado a
hacer acto
de presencia
entre la
pareja.
Durante este
periodo,
Picasso
abandona el
cubismo y
comienza a
trabajar en
distintos
estilos,
cuyos frutos
sazonarán en
numerosas
obras con el
tema de la
maternidad,
como la que
realizó a su
hijo Paul,
Pablo
Vestido de
Arlequín,
o como La
Maternidad,
La Sagrada
Familia...
La ternura
del rostro
del niño
Paul, la
belleza de
sus ojos, la
serenidad de
su rostro.
El dibujo
adquiere el
rango de
sublime en
las manos de
Picasso y la
ternura del
alma del
padre
impregna los
pinceles del
artista.
En París
cambian de
residencia
en varias
ocasiones.
Olga procura
en cada
traslado una
ubicación de
mayor
categoría
social. Sus
amigos de
ahora ya no
son los
bohemios de
Montmartre,
por los que
Olga no
sentía el
menor
afecto, pero
se siente
tan incómoda
con ellos
como si lo
fueran.
Dominada por
una
mentalidad
de mujer
rica, vive
obsesionada
con alternar
con la alta
sociedad
parisina.
Por su
parte,
Picasso
comienza a
interesarse
por el
surrealismo
y sus
teorías
aplicadas a
la pintura.
La
divergencia
de
caracteres
es un hecho
que salta a
la vista y
va
acentuándose
irremediablemente.
En 1922, las
diferencias
de
concepción
estética
entre
Picasso y
Diaguilev se
hacen cada
vez más
incompatibles,
hasta que
artista y
empresario
acaban por
separarse,
si bien, en
1924,
volverán a
colaborar,
aunque
durante un
tiempo muy
breve, en la
representación
de El
Tren Azul.
El final de
un idilio
A comienzos
de julio, el
ballet de la
empresa de
Diaguilev
embarcó
hacia
Suramérica y
Olga
abandona la
compañía
para
quedarse al
lado de su
esposo. Es
en esta
época en la
que no se
separan el
uno del otro
cuando
comienzan a
agudizarse
los
problemas de
la pareja.
Parecía que
la
convivencia
no hacía
sino poner
de
manifiesto
cada vez más
su
incompatibilidad
personal. Y
estos
sentimientos
divergentes
son
recíprocos.
Como en todo
lo que atañe
al corazón,
esa ausencia
de empatía
emocional y
atracción
sensual se
ve reflejada
ya en las
pinturas de
artista.
Y en un
contexto
espiritual
confuso,
debatiéndose
entre
sentimientos
contradictorios
y atado a un
matrimonio
en
progresivo
deterioro,
Picasso
empieza a
traducir el
estado de
sus
revueltas
interiores a
la pintura,
que va
evolucionando
cada vez más
hacia al
surrealismo,
«las
pinturas
eran cada
vez más
salvajes».
Un día de
finales de
1927,
huyendo de
una de sus
peleas con
Olga, cada
vez
frecuentes y
violentas,
Picasso
pasea por
París. Al
salir del
metro de las
Galerías
Lafayette,
se fija en
una joven,
la aborda
directamente,
inician una
conversación,
se dan
cuenta de
que son
coincidentes
en muchos
gustos y
llenan sus
vidas de
futuras
colaboraciones.
Picasso
parece
decidido a
dejar atrás
su convulsa
vida
anterior.
Cuando
ocurre esto,
cuenta ya
con 46 años.
Ella es
rubia, bella
y solo tiene
17 años. Su
nombre es
Marie-Thérèse
Walter y
pronto va a
convertirse
en uno de
los grandes
amores que
más habrán
de influir
en el cambio
de vida del
artista y en
la evolución
de su obra.
Cuentan los
biógrafos
que Olga era
consciente
de que
Picasso
salía con
otras
mujeres,
pero será en
1929, al
enterarse
por un
confidente
de que Olga
está
embarazada
de Picasso,
cuando tiene
lugar la
separación
definitiva.
En 1935
intentan un
divorcio
amistoso,
pero las
contrapartidas
económicas
exigidas por
Olga
resultan
inaceptables
por parte
del artista
malagueño.
La mujer se
convierte en
un monstruo,
mientras el
pintor se
reduce a la
sombra de un
perfil.
Picasso
representa
así su drama
personal,
pero echa
también a la
cara del
público un
yo
hipertrofiado,
con la
insolencia
del
adolescente
unas veces y
otras con la
voluntad
provocadora
del viejo
mirón.
Al poco
tiempo, el
11 de
febrero de
1955, muere
Olga en la
clínica
Beausoleil
de Cannes.
Tenía 63
años. Fue
inhumada en
el
cementerio
protestante
de esta
ciudad
totalmente
sola y sin
haberle
concedido el
divorcio a
Picasso.
Durante este
último
periodo de
su vida, en
más de una
ocasión
llegó a
decir: «Soy
Olga Koklova.
Soporté al
genio con
cariño
durante más
de 12 años.
Fui
legalmente
su primera
esposa y,
como a casi
todas, me
abandonó. Di
a luz a su
primer hijo,
Pablo».
Hasta aquí
la historia
de amor de
Picasso y
Olga Koklova.
De ella han
quedado como
testigos las
numerosas
obras
realizadas
por el
artista a su
mujer y a su
familia.
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‛‛Olga
con
Mantilla’’
(1917).
Óleo
sobre lienzo. Museo
Picasso de
Málaga. |
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«Olga con
Mantilla»
El cuadro en
cuestión,
del que
Picasso
realizó un
esquemático
dibujo pero
de cuerpo
entero, fue
entregado
como regalo
a su madre,
aunque,
posteriormente,
tal vez
porque ella
nunca estuvo
convencida
de esa unión
ni de su
resultado,
pasó a manos
de Paul, el
primogénito
del pintor.
La mantilla
no era sino
el tapete de
la mesa de
la
habitación,
desde donde
también
pintará una
visión del
Paseo que
divisa, con
la estatua
de Colón al
fondo.
El retrato
de Olga
con Mantilla
es un óleo
sobre
lienzo, de
64 x 53 cm,
en el que se
capta
perfectamente
la
psicología
del
personaje.
Olga mira
con cierto
aire
estático,
con la
mirada fría
hacia el
artista que
la pinta,
destacando
el fondo
neutro color
verde. En el
retrato del
autor
malagueño
aparece
dibujada con
una
expresión de
estúpida
tozudez, de
insatisfacción,
de mal
humor,
resaltada
por el
mentón
levantado.
Para el
pintor, Olga
era «una
autentica
señora»,
tenía un
aire
aristocrático,
que se
encargaba de
cultivar con
mimo,
llevaba el
pelo liso
peinado con
raya en
medio.
Muchos son
los
biógrafos de
Picasso que
describen de
forma
diferente lo
que expresa
este cuadro
sobre la
figura de
Olga. Palau
i Febre ve
en ella los
rasgos de
una
campesina
eslava
imbuida de
una cierta
tosquedad
primitiva, y
Patrick
Obrian dijo
que,
comparada
con algunos
de los
retratos
posteriores,
se da la
curiosa
circunstancia
de que la
modelo no
está
idealizada;
se ven
claramente
los tensos
rasgos de la
arpía. Por
su parte, en
el catálogo
de la
exposición
“Primera
Mirada”
(1994) en
que fue
expuesto
puede leerse
que Picasso
representa a
Olga con
entonaciones
delicadas y
frías, y le
confiere una
expresión
seria y
dura, menos
idealizada
que las que
adoptará en
los
múltiples
retratos
posteriores.
Sea cual
fuere la
opinión,
este cuadro
fue uno de
los primeros
en el estilo
figurativo
naturalista
que
desarrollaría
Picasso a
principios
de los años
veinte.
Quizás su
amistad con
el pintor
malagueño,
residente en
Barcelona,
Rafael
Martínez
Padilla,
autor de
otra
Mujer con
Mantilla,
cuyo modelo
ya había
sido
utilizada
por pintores
de la talla
de Ramón
Casas y cuyo
estudio
frecuentó
Picasso
entonces,
pudo
sugerirle a
este la idea
de disfrazar
a su
compañera de
maja
española, a
fin de
acercarla a
la cultura
de su país.
El cuadro
fue dado a
conocer en
1946 por el
Museo de
Arte Moderno
de Nueva
York, con
motivo de la
muestra
«Picasso.
Fifty Years
of his Art»,
cuyo
catálogo aún
dudaba de si
había sido
ejecutado en
España y lo
daba ya como
parte de una
«antigua
colección de
la madre del
artista». En
Málaga, el
cuadro se
vio por vez
primera en
1992,
formando
parte de la
colección
particular
de Christine
Ruiz
Picasso. En
la
actualidad,
todas las
obras
relacionadas
con Olga
Koklova y el
tema de la
maternidad
están
presentes en
la sala II
del Museo
Picasso de
Málaga.
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