ituada
en una
colina
próxima
a la
villa de
Santillana
del Mar,
en
Cantabria
(España),
la Cueva
de
Altamira
ha
preservado
en sus
entrañas
hasta
nuestros
días uno
de los
ciclos
pictóricos
más
importantes
de la
Prehistoria
de la
Humanidad
no solo
de la
península
Ibérica
sino de
Europa
occidental.
Al
comienzo
de su
hallazgo,
su
autenticidad
histórica
hubo de
tropezar
con el
tenaz
escepticismo
de
algunos
expertos,
pero una
vez fue
reconocida
mundialmente,
su
contribución
al
conocimiento
de las
manifestaciones
artísticas
de
aquellos
hombres
antiguos
ha sido
tan
relevante
que le
ha
merecido
con
razón el
apelativo
de
«Capilla
Sixtina»
del arte
rupestre
cuaternario.
Los
estudios
arqueológicos
llevados
a cabo
hasta
ahora de
las
pinturas
y
grabados
de la
cueva
ubican
su
pertenencia
a toda a
esa
extensa
etapa de
la
cultura
humana
que se
ha
llamado
Paleolítico
Superior,
de
manera
principal
a los
períodos
Solutrense
(entre
16.500 y
14.000
años a.
C.) y
Magdaleniense
(unos
18.000
años a.
C.),
aunque
posteriores
estudios
con
series
de
uranio
remontan
la
antigüedad
de
algunas
de sus
manifestaciones
artísticas
al
Gravetiense
(hace
unos
30.000
años), e
incluso
a 35.600
años, a
comienzos
del
Auriñaciense.
Contiene
pinturas
polícromas,
negras,
rojas y
ocres, y
grabados
que
representan
figuras
animales
y
antropomorfas.
Aunque
los
dibujos
son
abstractos
y no
figurativos,
el
estilo
de gran
parte de
las
obras se
enmarca
en la
denominada
Escuela
Franco-cantábrica»,
caracterizada
por el
realismo
de las
figuras
representadas.
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Marcelino Sanz de Sautuola (1831-1888), aficionado a los estudios de Prehistoria, mostró desde pequeño su interés en las Ciencias Naturales, la Botánica y la Geología. En 1870 fue el protagonista del descubrimiento de la Cueva de Altamira, la «Capilla Sixtina del Arte Cuaternario». |
|
|
Descubrimiento
La Cueva
de
Altamira
fue
descubierta
de forma
casual
en 1868.
El
hallazgo
lo llevó
a cabo
un
cazador,
llamado
Modesto
Cubillas,
cuando
intentaba
liberar
a su
perro,
que
había
quedado
atrapado
entre
las
grietas
de unas
rocas al
perseguir
a una
pieza.
En un
principio
se llamó
la
«cueva
de Juan
Montero»,
nombre
del
aparcero
de la
finca en
que se
hallaba
la
gruta.
En
aquellos
primeros
momentos,
la
noticia
del
descubrimiento
de una
cueva no
tuvo la
menor
trascendencia
entre
los
intelectuales
y las
gentes
de la
zona. Es
un
terreno
kárstico
como
aquel,
caracterizado
por
estar
horadado
de miles
de
grutas y
cavernas
de todo
tamaño y
profundidad,
la
presencia
de una
más no
supuso
novedad
alguna.
Sería
por
estas
fechas
cuando
Marcelino
Sanz de
Sautuola,
erudito
en
Paleontología,
hubo de
tener
directamente
noticias
de la
existencia
de la
cueva
por boca
del
mismo
Cubillas,
amigo
suyo. No
obstante,
Sanz de
Sautuola
no la
visitaría
hasta 7
años
después,
en 1875.
La
recorrió
en su
totalidad
y
reconoció
algunos
signos
abstractos,
como
rayas
negras
repetidas,
a las
que no
dio, en
un
principio,
importancia
alguna,
considerándolas
obra
casual
de
alguna
persona.
Cuatro
años más
tarde,
en el
verano
de 1879,
volvió
Sautuola
por
segunda
vez a
Altamira.
Tenía
interés
en
excavar
la
entrada
de la
cueva a
ver si
podía
encontrar
algún
vestigio
prehistórico,
como
huesos y
formas
de
sílex.
En esta
ocasión,
lo hizo
acompañado
por su
hija
María,
de 9
años1.
El
descubrimiento
del
tesoro
pictórico
de la
cueva lo
realizó,
en
realidad,
la niña.
Mientras
el padre
se
hallaba
en la
boca de
la gruta
curioseando
por uno
y otro
sitio,
la
pequeña
María se
adentró
hasta
llegar a
una de
las
salas de
la
gruta.
Allí, a
la luz
de una
antorcha,
vio unas
pinturas
en el
techo
que le
llamaron
la
atención
y corrió
a
decírselo
a su
padre.
Sautuola
quedó
sorprendido
y
maravillado
al
contemplar
el
grandioso
conjunto
de
pinturas
de
animales
y
personas;
eran
tantas
las
figuras
que casi
cubrían
la
totalidad
de la
bóveda.
Autenticidad
de las
pinturas
En 1880,
Sautuola
publica
un breve
opúsculo
titulado
Breves
apuntes
sobre
algunos
objetos
prehistóricos,
en el
que daba
cuenta
del
hallazgo
y
detallaba
algunas
de sus
pesquisas,
afirmando
origen
prehistórico
de las
pinturas;
su
trabajo
incluía
una
reproducción
gráfica
de la
cueva.
Ese
mismo
año
expuso
sus
tesis al
catedrático
de
Geología
de la
Universidad
de
Madrid,
Juan de
Vilanova2,
que las
acogió
como
propias.
Pese a
todo, la
opinión
de
Sautuola
no fue
aceptada
por los
franceses
Cartailhac,
Mortillet
y Harlé,
por
entonces
los
científicos
más
expertos
en
estudios
prehistóricos
y
paleontológicos
de
Europa.
La
riqueza
artística
del
descubrimiento
era
tanta y
tan
sorprendente
que
provocaba
la
lógica
desconfianza
de los
estudiosos.
Incluso
se llegó
a
insinuar
que
había
sido el
propio
Sautuola
quien
había
pintado
aquellas
figuras
entre
las dos
visitas
que
realizó
a la
caverna,
negando
así su
origen
paleolítico.
|
|
|
|
|
El «Bisonte Encogido», una de las pinturas más expresivas y admiradas de todo el conjunto. Está pintado sobre un abultamiento de la bóveda. |
|
|
La
muerte
de
Sautuola
en 1888
y la del
profesor
Vilanova,
su gran
valedor,
en 1892,
parecían
condenar
al
silencio
definitivo
la
consideración
prehistórica
de las
pinturas
de
Altamira.
Sin
embargo,
los
descubrimientos
realizados
en
Francia
en los
años
últimos
del
siglo
XIX, que
arrojaron
como
resultado
el
hallazgo
de
varias
cuevas
con
cuantiosas
pinturas,
y la
ingente
labor
desplegada
por los
eminentes
arqueólogos
franceses
Henri
Breuil3
y Émile
Cartailhac4,
principalmente,
imprimieron
un
cambio
radical
en la
opinión
intelectual
sobre la
autenticidad
histórica
de aquel
descubrimiento
sobre el
Paleolítico
español.
Y,
aunque
no
dejarían
de
faltar
todavía
detractores
impenitentes
durante
aquellos
primeros
años, a
partir
de la
publicación
de las
opiniones
de estos
insignes
expertos,
la
naturaleza
prehistórica
de
Altamira
fue ya
un hecho
reconocido
universalmente.
Características
Es la de
Altamira
una
cueva
fósil de
unos 300
metros
de
desarrollo
longitudinal,
cuya
entrada
había
permanecido
clausurada
a causa
de un
derrumbe
natural
que tuvo
lugar
hace
unos
13.000
años.
Presenta
una
estructura
sencilla
formada
por una
galería
con
escasas
ramificaciones.
En la
actualidad,
toda la
gruta se
halla
definida
en
varias
zonas,
que, si
bien no
tienen
todas
nombres
propios
consensuados
y
generalmente
admitidos,
son las
que se
mencionan
con más
frecuencia;
se trata
del
vestíbulo,
la «Gran
Sala de
los
Polícromos»,
la gran
sala de
las
figuras
esquemáticas
(tectiformes),
la
galería,
la sala
del
bisonte
negro,
la «Sala
de la
Hoya» y
la «Cola
de
caballo».
La
entrada
da
acceso a
un
amplio
vestíbulo,
que hubo
de estar
iluminado
por la
luz
natural
antes de
que se
produjese
el
derrumbe,
y que,
por sus
características
de
acomodo,
pudo ser
con toda
probabilidad
el
habitáculo
de la
cueva
preferentemente
habitado
por
generaciones
de
familias
primitivas
desde
comienzos
del
Paleolítico
Superior.
Las
excavaciones
arqueológicas
principales
que se
han
practicado
en esta
sala a
lo largo
de la
historia
han
sacado a
la luz
muchas
piezas
de
interés
que han
ayudado
a las
dataciones
y a
comprender
la forma
de vida
prehistórica.
Descendiendo
ligeramente,
y
actualmente
separado
del
vestíbulo
por un
muro
artificial,
se
encuentra
la
estancia
principal,
la zona
que
siempre
sorprende
a todo
el que
la
visita
por su
espectacularidad.
Se trata
de la
«Gran
Sala de
los
Polícromos»,
también
llamada
«Sala de
los
Animales»,
«Gran
Sala»,
«Gran
Techo»,
«Sala de
los
Frescos»,
«Gran
Salón» y
otros
muchos
nombres
más. Es
la sala
del gran
conjunto
de
pinturas
polícromas,
el
recinto
que, por
su
grandiosidad
pictórica,
fue
apodado
por
Déchelette5
la
«Capilla
Sixtina
del Arte
Cuaternario».
|
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La «Gran Cierva», la mayor de todas la figuras representadas, tiene 2,25 metros. Manifiesta una perfección técnica magistral. |
|
|
Su
bóveda
sigue
manteniendo
los 18 m
de largo
por 9 m
de ancho
de
origen,
pero su
altura
originaria
(entre
190 y
110 cm)
ha
aumentado
al
rebajarse
el suelo
para
facilitar
la
cómoda
contemplación
de las
pinturas,
facilidad
que no
compartió
desde
luego el
artista,
obligado
a
realizar
su
trabajo
en
forzada
posición
por la
escasa
altura.
En su
techo se
representa
casi un
centenar
de
animales
y signos
que dan
como
resultado
una
composición
de gran
movimiento
y
belleza,
única en
el arte
paleolítico.
En
tiempos
prehistóricos
debió de
recibir
algo de
iluminación
natural
desde la
apertura
a través
del
vestíbulo,
si bien
sería
insuficiente
para
poder
realizar
el
trabajo
polícromo
y de
conjunto.
Continúa
con una
galería
rectilínea,
ligeramente
descendente,
en la
que
también
encontramos
numerosos
grabados
a lo
largo de
su
recorrido,
aunque
está
bastante
alterada
por
construcciones
modernas
destinadas
a evitar
posibles
derrumbes.
De aquí
se
accede a
un ancho
corredor
que
desemboca
en una
sala
amplia
(conocida
como «la
Hoya»),
que
continúa
por una
galería
estrecha
y
sinuosa,
denominada
«Cola de
Caballo»,
donde se
concentra
una
serie de
signos
negros
que se
asemejan
a techos
de
madera o
a
trampas
de caza.
El fondo
se hace
impracticable.
Iconografía
Las
representaciones
rupestres
de
Altamira
podrían
ser
imágenes
de
significado
religioso,
ritos de
fertilidad,
ceremonias
para
propiciar
la caza.
El
animal
más
representado
es el
bisonte,
del que
pueden
distinguirse
dieciséis
ejemplares
de
diversos
tamaños
y
posturas
(grandes,
medianos
y
pequeños;
de pie,
agachados,
sin
cabeza,
saltando,
en
movimiento
o
quietos,
con la
cabeza
vuelta,
etcétera),
y
dibujados
con
diferentes
técnicas
pictóricas.
Junto a
caballos,
se
observan
también
ciervos
y
múltiples
figuras
esquemáticas.
|
|
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|
El «Caballo Ocre», situado en uno de los extremos de la bóveda, fue interpretado por arqueólogo Breuil como una de las figuras más antiguas del techo. |
|
|
Los
artistas
de la
Cueva de
Altamira
dieron
solución
a varios
de los
problemas
técnicos
que la
representación
plástica
tuvo
desde
sus
orígenes
en el
Paleolítico:
el
realismo
anatómico,
el
volumen,
el
movimiento
y la
policromía.
La
sensación
de
realismo
se
consigue
mediante
el
aprovechamiento
de los
abultamientos
naturales
de la
roca,
que
crean
así la
ilusión
de
volumen.
Colabora
a esta
función
la
viveza
de los
colores
que
rellenan
las
superficies
interiores
de color
rojo,
negro,
amarillo
o pardo
y la
técnica
del
dibujo y
del
grabado,
que
delimita
fielmente
los
contornos
de las
figuras.
Destaca
y
maravilla
el
«Bisonte
Encogido»,
una de
las
pinturas
más
expresivas
y
admiradas
de todo
el
conjunto.
Está
pintado
sobre un
abultamiento
de la
bóveda.
El
artista
supo
encajar
en ese
espacio
la
figura
del
bisonte,
encogiéndolo,
plegando
sus
patas y
forzando
la
posición
de la
cabeza
hacia
abajo.
Todo
ello
pone de
manifiesto
el
espíritu
de
observación
naturalista
de su
realizador
y la
enorme
capacidad
expresiva
de la
composición.
La «Gran
Cierva»,
la mayor
de todas
la
figuras
representadas,
tiene
2,25
metros.
Manifiesta
una
perfección
técnica
magistral.
La
estilización
de las
extremidades,
la
firmeza
del
trazo
grabado
y el
modelado
cromático
le dotan
de un
gran
realismo.
No
obstante,
su
factura
algo
pesada
acusa
una
cierta
deformación,
seguramente
debida
al
cercano
punto de
vista
con que
hubo de
dibujarla
su
autor.
Debajo
del
cuello
de la
cierva
aparece
un
pequeño
bisonte
en trazo
negro.
El
«Caballo
Ocre»,
situado
en uno
de los
extremos
de la
bóveda,
fue
interpretado
por
arqueólogo
Breuil
como una
de las
figuras
más
antiguas
del
techo.
Este
tipo de
poni
debió de
ser
frecuente
en la
cornisa
cantábrica,
pues
también
lo vemos
representado
en la
Cueva de
Tito
Bustillo6;
además,
es
posible
que sea
de la
misma
tipología
que el
representado
en la
Cueva de
los
Casares7,
en la
provincia
de
Guadalajara.
Los
colores
más
usados
fueron
el
negro,
el rojo,
el
amarillo,
el pardo
y algún
tono
violáceo.
El
conjunto
que
forman
los
setenta
grabados
incisos
sobre
roca y
las casi
cien
figuras
pintadas
impresiona
por el
vivo
realismo
de los
bisontes,
ciervos,
jabalíes
y
caballos
allí
representados,
pero lo
que da
más
valor al
arte
rupestre
de la
Cueva de
Altamira
es, sin
lugar a
dudas,
el
carácter
excepcional
de su
policromía.
Las
pinturas
de
Altamira
se
pueden
considerar
como el
logro
más
avanzado,
culturalmente
hablando,
que se
tiene de
la época
paleolítica.
|
|
|
|
|
Manada de ciervos. |
|
|
Técnicas
pictóricas
La
pintura
está
hecha
con
pigmentos
minerales
ocres,
marrones,
amarillentos
y
rojizos,
mezclados
con
aglutinantes
como la
grasa
animal,
y el
contorno
de
líneas
negras
de las
figuras
se
realiza
con
carbón
vegetal.
Los
colores
se
aplicaron
con los
dedos,
con
algún
utensilio
a modo
de
pincel
y, en
ocasiones,
soplando
la
pintura
a modo
de
aerógrafo.
El
volumen
de las
imágenes
lo
logran
estos
artistas
primitivos
aprovechando
magistralmente
el
relieve
natural
de la
roca,
que a
veces
procuran
modelar
interiormente
para dar
un
efecto
de
volumen
y
movilidad.
Y, en
fin, la
impresión
de
movimiento
que
puede
observarse
en la
figuras
se logra
recurriendo
al
relieve
de la
misma
cueva y
al
raspado
de
ciertas
zonas a
fin de
aportar
a las
representaciones
gran
dinamismo
y
expresividad.
Significado
del arte
de
Altamira
Las
pinturas
polícromas
de
Altamira
proyectan
los
orígenes
del arte
a
distancias
insospechadas,
arrinconando
la idea
de que
el
hombre
del
Paleolítico
era un
salvaje
incapaz
de
creación
artística.
La
incógnita
se cifra
todavía
en
conocer
las
razones
que
pudieron
motivar
esas
creaciones
artísticas
de tan
alta
calidad,
aunque
esto
constituye
un
problema
común a
todo el
arte
paleolítico.
Sin que
ello
suponga
la
negación
de
anhelos
artísticos,
palpables
en estas
pinturas
parietales,
las
investigaciones
actuales
han
puesto
de
relieve
la
existencia
de
motivaciones
de tipo
mágico
encaminadas
a
propiciar
la caza
y a
asegurar
la
fecundidad
de la
especie
representada.
Recientemente
ha
cobrado
fuerza
la
hipótesis
de que
el arte
paleolítico
tiene
una
organización
interna
pensada
en
función
de un
simbolismo
metafísico,
lo cual
supone
admitir
que las
cuevas
son como
santuarios
que
recogen
un
sistema
de
creencias
o dogma
religioso.
|
|
|
|
|
Manada de bisontes. |
|
|
Estas
conclusiones
se basan
en el
estudio
de los
inventarios
de
figuras,
signos y
asociaciones
en que
aparecen,
todo
ello
tratado
con
computadoras.
Otro
aspecto
de este
planteamiento
novedoso
es
desestimar
la
tradicional
tesis de
que en
las
pinturas
paleolíticas
hispano-francesas
no hay
escenas,
sino
animales
aislados.
Pero
todo
esto no
es más
que una
opinión
todavía
no
demostrada.
Sin
embargo,
parece
que,
aunque
muy
escasamente,
van
surgiendo
hallazgos
que
podrían
probar
que el
hombre
iba
formando
asuntos
previamente
planificados,
pues del
conjunto
de
pinturas
inventariadas
puede
inferirse
una
cierta y
armónica
repartición
de
temas.
En todo
caso, la
vena
artística
y la
intención
mágica
son
constataciones
de valor
científico,
a partir
de las
cuales
debe
seguir
buscándose
el
sistema
de ideas
que las
produjo:
el arte
de
Altamira
debe
captarse
como
onda
receptora
de la
filosofía
humana,
pues en
aquellas
paredes
se
plasma
el
misterio
de la
vida y
la
muerte.
La Cueva
de
Altamira,
«Patrimonio
de la
Humanidad»
Durante
los años
1960 y
1970,
los
numerosos
visitantes
que
accedieron
a la
cueva
hicieron
peligrar
su
microclima
y la
conservación
misma de
las
pinturas,
lo que
indujo a
pensar
en la
conveniencia
de
cerrar
Altamira
al
público.
En 1977,
la cueva
fue
clausurada
al
público
para,
luego,
en 1982,
volver a
abrirse
y
permitir
el
acceso a
un
restringido
número
de
visitantes
por día.
Pero el
amplio
número
de
personas
que
deseaba
ver la
cueva y
el largo
periodo
de
espera
que
había
que
observar
para
acceder
a ella
(más de
un año)
plantearon
la
necesidad
de
construir
una
réplica
para su
visita.
Y así,
desde
2001,
junto a
la cueva
se
levanta
el Museo
Arqueológico
Nacional
y Centro
de
Investigación
de
Altamira,
obra del
arquitecto
Juan
Navarro
Baldeweg,
en cuyo
jardín
está la
llamada
«NeoCueva
de
Altamira»,
la
reproducción
más fiel
que
existe
de la
original
y dotada
de una
estructura
muy
similar
a como
fue hace
15.000
años.
Actualmente,
desde
septiembre
de 2002,
la Cueva
de
Altamira
está
cerrada
al
público
por
razones
de
conservación.
La Cueva
de
Altamira
es
propiedad
del
Estado
español
y en
1985 fue
declarada
«Patrimonio
de la
Humanidad»
por la
UNESCO.
|
|
|
|
|
Escena de caza colectiva. |
|
|
__________
NOTAS
1
Juan
Vilanova
y Piera
(1821-1893),
geólogo
y
paleontólogo
español,
fue un
referente
de la
Paleontología,
Geología
y
Prehistoria
en la
segunda
mitad
del
siglo
XIX. Una
de las
máximas
autoridades
en estas
disciplinas
en
España,
se
empeñó
en
incorporar
la
ciencia
española
al
estado
de
investigación
europea.
Vilanova
fue
también
uno de
los
iniciadores
en
España
de las
investigaciones
sobre la
Prehistoria.
Su más
conocida
aportación
es la
relativa
a la
Cuevas
de
Altamira,
cuya
autenticidad
defendió
tenazmente
frente a
las
infundadas
críticas
de los
especialistas
franceses.
2
En 1875,
Marcelino
Sanz de
Sautuola
(1831-1888)
realizó
un
primer
sondeo
en la
cueva,
en cuyo
vestíbulo
halla
objetos
de
sílex,
azagayas,
agujas,
conchas
y restos
de
fauna.
En otra
de sus
visitas
a la
cueva,
la que
realiza
en 1879,
su hija
se queda
mirando
a un
techo y
exclama
sorprendida:
«¡Mira,
papá;
bueyes
pintados!».
Un niña
había
descubierto
el
primer
testimonio
de arte
rupestre
paleolítico,
la
primera
evidencia
artística
del
hombre
prehistórico.
3. Émile
Cartailhac
(1845-1921),
arqueólogo
francés
opuesto
en un
principio
al
reconocimiento
prehistórico
de la
cueva.
Tras el
descubrimiento
en
Francia
de otras
muestras
artísticas
del
Paleolítico,
y
visitar
la Cueva
de
Altamira
y
constatar
la
importancia
del
contenido,
deja
constancia
de sus
conclusiones,
en 1902,
en su
famoso
estudio
La
grotte
d'Altamira,
Espagne.
Mea
culpa
d'un
sceptique,
en el
que
reconoce
públicamente
su error
al
despreciar
el
hallazgo
de Sanz
de
Sautuola.
4. Henri
Breuil
(1877-1961),
sacerdote
y
arqueólogo
francés,
estudioso
del arte
parietal,
publica
en 1906
La
caverne
d’Altamira
à
Santillane.
5. Joseph
Déchelette
(1862-1914),
arqueólogo
francés,
conocido
por ser
uno de
los
mayores
precursores
de la
ceramología
antigua.
Se
encuentra
entre
los
primeros
expertos
en
encontrar
la
relación
entre la
Cultura
de La
Tène y
la
civilización
celta.
Su labor
en la
crítica
del arte
destacó
por su
preocupación
en crear
y
sistematizar
términos
para las
nuevas
épocas y
objetos.
En su
opinión,
la
posibilidad
de
transmitir
la
información
se
fundamentaba,
en
primer
lugar,
en el
establecimiento
de un
vocabulario
unificado
y
actualizado.
6. La
Cueva de
Tito
Bustillo
(o «El
Pozu'l
Ramu»,
en
asturiano)
es una
cueva
con
pinturas
prehistóricas
datadas
entre el
22 000 y
el 10
000 a.
C. Esta
gruta se
halla
situada
en
Ribadesella,
en el
Principado
de
Asturias
(España).
Fue
descubierta
en 1968
por el
grupo de
espeleología
‘Torreblanca’,
entre
cuyos
componentes
se
encontraba
Celestino
Bustillo,
llamado
«Tito
Bustillo».
Días más
tarde,
«Tito
Bustillo»
falleció
en un
accidente
de
montaña
y, en
reconocimiento
a su
labor en
este
campo,
le fue
puesto
su
nombre a
esta
cueva.
Está
incluida
en la
lista
del
Patrimonio
de la
Humanidad
de la
UNESCO
desde
julio de
2008,
dentro
del
conjunto
«Cueva
de
Altamira
y arte
rupestre
paleolítico
del
Norte de
España».
7. La
Cueva de
los
Casares
contiene
grabados
y
pinturas
prehistóricas
y restos
arqueológicos,
paleontológico
y
paleoantropológicos.
Se
encuentra
en el
Parque
Natural
del Alto
Tajo, a
1162
metros
de
altitud
sobre el
nivel
del mar,
en el
término
municipal
de Riba
de
Saelices,
en las
orillas
del río
Linares,
en la
provincia
de
Guadalajara,
España.
Existen
referencias
de la
cueva
desde,
al
menos,
la
primera
mitad
del
siglo
XIX,
pero no
es hasta
1933
cuando
se hace
la
primera
referencia
de los
grabados
y demás
restos
prehistóricos
de su
interior.