n trágico
suceso
ensombreció
las vísperas
navideñas en
Málaga el 16
de diciembre
de 1900. A
dos semanas
tan solo de
culminar el
año que
había dado
entrada al
nuevo siglo,
la fragata «SMS
Gneisenau»,
buque
escuela de
la Marina
Imperial
alemana,
era arrastrada
por una
terrible
tormenta que
se había
desatado
aquella
mañana y
arrojada
contra el
rompeolas
del muelle,
a la altura
de la
farola. La
tragedia se
saldó más de
cuarenta
muertos.
Previendo el peligro
que
amenazaba a
aquel buque
anclado
fuera de las
escolleras
del puerto,
las
autoridades
portuarias
malagueñas
habían cursado
un aviso de
la gravedad
del oleaje
en esa zona
a su
comandante,
al que
aconsejaban
refugiarse
en el
puerto. Una
temeraria
confianza en
la
resistencia
del buque
o quizá la
imprudente
terquedad
del oficial
germano a
permanecer
fuera del
abrigo del
puerto le
condujeron a
rehusar la
ayuda, dando
lugar a que
el fortísimo
oleaje
balanceara
el barco a
su capricho
y lo
estrellara
contra las
rocas del
malecón. Las
campanas de
la catedral
malagueña
claman de
inmediato a
los cuatro
vientos la
tragedia y
la voz de
alarma
cundió por
toda Málaga.
Y una vez
más, la
solidaridad
de este
pueblo se
puso en
marcha,
logrando
arrebatarles
a las
embravecidas
aguas
cuantos
náufragos
pudo. Doce
fueron los
malagueños
que dejaron
allí su
vida, pero,
como había
ocurrido
siempre, la
gente de
esta tierra
había
prestado su
ayuda a
quien la
necesitaba.
El
hundimiento
de la Gneisenau
ocupó las
primeras
páginas de
los medios
de
comunicación
de la época.
En todas las
informaciones
se dejaba
constancia
de que solo
la
solidaridad
de un pueblo
fue la razón
que atenuó
lo que pudo
haber
terminado en
una tragedia
aún más
cruenta.
Han pasado
ya muchos
años de
aquello. Y,
aunque la
gesta de
nuestra
gente pudo
ser
reconocida
explícitamente
en su
momento,
queremos
avivar con
este escrito
el recuerdo
de aquel
noble gesto
de valentía
desinteresada.
Esta es la
historia.
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La fragata SMS Gneisanau, fondeada en la bahía de Málaga, a los pocos días de su llegada al puerto de Málaga. La imagen data de comienzos del mes de diciembre de 1900. Perspectiva frontal de la nave.
(Foto Archivo Temboury) |
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Características
náuticas del
navío
En 1877, la
Kaiserliche
Marine había
encomendado a
los
astilleros Schichau-Werke
de Elbing la
construcción
de un nuevo
barco de
guerra,
encargo que
la empresa
naviera
lleva a cabo
en su filial
de Danzig,
antes parte
de imperio
alemán y hoy
una ciudad
del norte de
Polonia. Conclusa la
estructura
de la nave
en sus
partes
esenciales,
fue
bautizada
con el
nombre «Gneisenau»
[1] y su
botadura
tuvo lugar
el 4 de
septiembre
de 1879,
aunque no
fue
puesta en
servicio
militar
activo hasta
1880. Tras
prestar
servicio
como buque
de guerra
durante un
tiempo, pasó
a ser
utilizado
como velero
dedicado a
la formación
de los
nuevos
mandos.
La «SMS
Gneisenau»
[2]
respondía al
tipo
de
embarcaciones Bismarck,
con
arboladura
de fragata
de tres
mástiles,
2843 Tm de
desplazamiento,
75 m de
eslora, 14 m
de manga,
6,3 m de
calado y 5,8
m de puntal.
Aunque
dotada de
velamen para
su
propulsión
eólica,
estaba
equipada
asimismo con
un motor de
2.580 CV
capaz de
alcanzar una
velocidad de
12 nudos.
Trasladada a
la base
naval de
Kiel, se le
había
instalado
una
artillería
de 14
cañones RK
de 150 mm en
batería bajo
cubierta,
además de
otros 2 SK
de 88 mm, 6
de 37 mm y 2
ametralladoras
sobre
cubierta, y
estaba
equipado
para
incorporar
una
tripulación
de 470
hombres [3].
La nave pasa su
prueba de
eficacia
bélica en
unas
maniobras
efectuadas en
el mar del
Norte y es
puesta al
servicio de
la Armada
Imperial el
12 de
febrero de
1881.
Después de
un periodo
de 5 años,
suspende sus
servicios
como barco
de guerra el
14 de
octubre de
1886, para
ser
reactivada,
el 13 de
abril de
1887, como
buque
escuela de
guardiamarinas
y grumetes.
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La fragata SMS Gneisenau, fondeada en la bahía de Málaga. Perspectiva lateral. La foto corresponde a los primeros días del mes de diciembre de 1900. Perspectiva lateral de la nave.
(Foto Archivo Temboury) |
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El naufragio
Tras un
largo
periplo, la
Gneisenau
había
arribado al
puerto de
Málaga la
mañana del
15 de
noviembre de
1900.
Constituían
su dotación
19 jefes y
oficiales, 51
guardiamarinas,
186
tripulantes,
entre
suboficiales,
marinos y
personal
auxiliar; y
210 grumetes
de corta
edad; 466
hombres en
total. El
mando del
buque está
bajo la responsabilidad
del
capitán Karl Kretschmann,
quien tiene
bajo sus
órdenes
inmediatas a
los
tenientes de
navío Berninghaus,
como primer
oficial,
y a Werner,
como
segundo, y
al ingeniero
Richard Prüffer,
como jefe de
máquinas.
Su
presencia en
nuestra
ciudad se
encuadraba
en una forma
de la
actividad
diplomática
que la
Alemania
imperial del
káiser
Guillermo II
[4]
venía
desarrollando
desde los
últimos años
del siglo XIX, con el
objetivo de
afianzar
lazos
culturales,
comerciales
y de buenas
relaciones
con las
potencias de
mayor
influencia
en el área
del
Mediterráneo,
a cuyo
efecto había
emprendido
una campaña
sin
precedentes
de ofrecerse
al mundo con
la imagen de
país amigo,
colaborador
y pacifista.
Ciertamente,
no era ajena
a la visita
la
posibilidad de
una intervención
militar
en el
Protectorado
español de
Marruecos,
si se
complicaba
la
turbulenta
situación de
rebeldía que
afectaba a
esta zona
árabe
norteafricana
y se hacía
necesario
acudir en
defensa de
los
intereses
alemanes.
Aprovechando
su estancia
en Málaga,
los
guardiamarinas
efectuarían
ejercicios
de tiro y,
durante los
14 días que
el navío
estuvo
fondeado en
el puerto,
la
tripulación,
en su tiempo
de asueto,
hizo
excursiones
de carácter
instructivo
a Granada y
a muchos
pueblos de
la comarca,
y se
relacionó
con la
colonia
alemana que
habitaba en
esta ciudad.
Para los
malagueños,
la presencia
de la
tripulación
alemana en
las calles
de Málaga se
había
convertido
en algo muy
familiar.
Los actos
protocolarios
programados
al efecto
por las
autoridades
locales y
del cuerpo
consular
acreditado, a
cuya cabeza
siempre
estuvo el
cónsul
alemán Adolf Pries, se
habían
llevado a
cabo a
entera
satisfacción
de España y
Alemania,
con
recíprocas recepciones
a bordo del
velero y en
el
Ayuntamiento
e
intercambio
de discursos
y obsequios,
y las
bodegas más
típicas de la
localidad se
habían
esmerado en
amenizar la
estancia de
la marinería
germana con la
preparación
de diversas visitas y
degustaciones.
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Secuencia del hundimiento de la la fragata SMS Gneisenau (I).
(Foto Archivo Temboury) |
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Para dejar
espacio a
otros barcos
y facilitar
las
maniobras
portuarias,
la
Gneisenau
había
fondeado en
la zona Este
del malecón,
con dos
anclas por
la proa y
la popa
sujeta a los
amarres del
dique, pero
a fin de
llevar a
efecto los
ejercicios
de tiro que
estaban
previstos,
la nave
salió a
principios
de diciembre
fuera del
muelle y
había
anclado en
la bahía, a
unos 800
metros de
distancia
del espigón
del muelle.
La mañana
del 15 de
diciembre se
había
presentado
desapacible.
Oscuros
nubarrones
habían
encapotado
durante
aquella
noche el
cielo, y
ráfagas
de
un viento
racheado proveniente
de Levante,
acompañadas
de una
llovizna
intermitente,
hacían
presagiar un
empeoramiento
del tiempo.
Al amanecer
del día
siguiente,
el fuerte
oleaje que
azotaba el
roquedal
exterior del
puerto
motivó que
los mandos
españoles de la
Comandancia
Militar de Marina
contactasen
con el
comandante
alemán y le
recomendasen
la
conveniencia
de
volver a
fondear la
nave en el
interior del
puerto. Pero
el
comandante Kretschmann
desatiende
el consejo
y, en un
acto tan
inconsciente
como
temerario,
da órdenes
de
internarse
mar adentro
para así
afrontar
mejor el
temporal que
se
avecinaba.
Y así, el
comandante
ordena levar
anclas, izar
los tres
foques y
hacerse a la
mar con el
motor a toda
máquina para
poder
alejarse lo
más
rápidamente
posible de
la bahía. El
primer
oficial Berninghaus
hace subir
la
tripulación
por la
jarcia hacia
las vergas:
los
guardiamarinas
a la velas
mayores y
los grumetes
a los
velachos y
juanetes,
pero de
inmediato
les ordena
bajar porque
la operación
de largar
velas
requería
más tiempo
del que
disponían
[5]. Son las
10.42 horas
de la
mañana.
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Secuencia del hundimiento de la la fragata SMS Gneisenau (II).
(Foto Archivo José Sánchez Ponce) |
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Con todo, hasta las
10.50 horas,
todo parece
salir bien;
pero
enseguida
comienza a
descender la
presión del
vapor en las
calderas, las
revoluciones
se reducen y
se ralentiza
la
velocidad.
Por otra
parte, el
buque no
puede ser
gobernado a
causa de la
enorme
fuerza del
viento, que
empuja
inexorablemente
al navío
hacia la
costa. Al
percatarse
de que todo
esfuerzo
resulta
inútil, el
comandante
decide
arriar las
tres velas
de foques y
ordena a la
tripulación
que esté en
cubierta,
lista para
actuar a
cualquier
orden.
Cinco
minutos
antes de las
11 horas, el
vendaval
arrecia su
ímpetu de
forma
ensordecedora.
Los
fogoneros
intentan
desesperadamente
atizar los
hornos
para
aumentar la
presión,
pero, al
cabo de unos
pocos
minutos, la
máquina se
para
completamente
y el buque,
ya a la
deriva, se
ve
arrastrado a
gran
velocidad
hacia el
rompeolas.
En un
intento de
impedir el
choque, el
comandante
ordena con
urgencia
arriar el
anclaje,
pero las
anclas
garrean por
el fondo
rocoso y la
distancia al
espigón del
muelle se
hace cada
vez más
pequeña
hasta que
todo
esfuerzo
resulta ya
inútil. El
golpe contra
las rocas es
inevitable.
El
comandante
ordena
cerrar los
portillos y,
finalmente,
se oye su
voz
angustiada
gritando
desde el
puente de
mando el
abandono
inmediato
de la nave.
La Gneisenau
se estrella
contra el
muelle,
cuyas rocas
penetran en
el casco del
buque
ocasionando
grandes vías
de agua, que
empieza a
inundar su
interior y a
sumergirla
lentamente.
Aunque la
violencia
del choque
del casco
contra la
escollera
hace temblar
todo el
navío
sacudiendo
sus
mástiles, el
pánico no se
apodera de
la
tripulación,
que atempera
su natural
nerviosismo
y se emplea
en llevar a
los enfermos
a cubierta.
Para evitar
explosiones,
los
fogoneros,
con el agua
hasta las
rodillas,
sacan las
últimas
brasas del
interior de
los hornos,
mientras las
calderas van
siendo
apagadas una
tras otra
por las vías
de agua que
se han
producido:
el navío
está perdido
irremisiblemente.
Son las
11.05 de
aquella
mañana
decembrina.
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Secuencia del hundimiento de la la fragata SMS Gneisenau (III).
(Foto Archivo Temboury) |
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Lo primero
que tropieza
contra el
muelle es la
banda de
estribor, lo
que
aprovechan
una
treintena de
miembros
para saltar
por la borda
hacia las
rocas, y,
mientras la
nave gira su
popa para
quedar en
paralelo al
dique, se
lanzan
varias cabos
al firme del
muelle, por
donde logra
salvarse la
mayor parte
de la
tripulación.
Pero no
resulta nada
fácil esta
vía de
salvación,
ya que las
sucesivas
inclinaciones
del navío y
su
proximidad
al dique
hacen que
las amarras
se
distiendan
en arco y se
sumerjan en
las
embravecidas
aguas a cada
bandazo de
la nave,
ocasionando
que veinte
de ellos se
vean
sacudidos
por las
olas y
mueran
ahogados sin
remedio.
Cuando son
las 11.25
horas, la
Gneisenau
comienza a
hundirse por
la borda.
Lentamente,
las aguas
llegan hasta
las vergas
mayores,
quedando al
aire los
velachos y
juanetes,
adonde
algunos
marinos
han logrado subir por la
jarcia e
intentan
salvarse
ahora
saltando
como pueden
a suelo
firme. La
fuerza del
oleaje
arranca la
caseta de
derrota, y
el
comandante y
el ingeniero
son
arrebatados
por las olas
mar adentro,
desapareciendo
al momento
engullidos
por el
oleaje. El
primer
oficial
había podido
agarrarse a
unos
maderos,
pero después
de dos horas
y media de
esfuerzo, y
a una
distancia de
unos 100
metros del
barco,
también
desaparece.
Los marinos
que han
logrado
trepar a lo
más alto de
la
arboladura
ven cómo las
aguas se van
aproximando
a ellos
conforme el
casco de la
nave busca
su fatal
destino en
el fondo
marino.
Los botes
salvavidas
volcaban y
la mayor
parte de los
tripulantes
que los
ocupan se
hunden con
ellos o son
precipitados
letalmente
por el mar
contra el
roquedal del
puerto.
Aquellos que
han saltado
al agua se
enfrentan
con muchas
dificultades
para
salvarse;
entre el
buque y el
muelle han
caído
grandes
trozos del
aparejo, una
maraña de
cabos, gran
cantidad de
maderos,
pedazos de
bancos,
puertas
arrancadas y
otros
objetos, que
el fuerte
oleaje
proyecta
contra los
náufragos
golpeándoles
hasta la
muerte. En
uno de los
botes logran
refugiarse
dieciocho
hombres,
casi todos
son
tripulantes
sin
experiencia
náutica:
algunos
fogoneros,
cocineros,
artesanos,
junto con
unos pocos
marinos y
grumetes,
pero, al
poco tiempo,
un golpe de
mar lo hace
volcar y
todos los
náufragos,
menos uno,
un marino,
mueren
ahogados o golpeados
por la
embarcación
o
en la
temible
rompiente.
Esta trágica
situación es
testigo
también de
más de una
hazaña de
heroica
camaradería
en las que
se ve cómo
unos marinos
se esfuerzan
hasta
límites
indecibles y
ponen en
peligro sus
propias
vidas en un
intento de
salvar a
otros
compañeros de
una muerte
segura.
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Secuencia del hundimiento de la la fragata SMS Gneisenau (IV).
(Foto Archivo Temboury) |
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Málaga se
lanza al
rescate de
la
tripulación
Un
insistente
repique de
campanas
procedente
de catedral
y de las
próximas iglesias
de San Juan,
del Carmen,
de los
Santos Mártires y
de Santiago
anuncia a la
población
que un drama
está
ocurriendo
en algún
lugar de la
ciudad. Los
ciudadanos,
desafiando
la lluvia
torrencial y
los fuertes
vientos, se
echan en
tropel a la
calle a ver
qué ocurre
y, una vez
orientados,
acuden al
puerto, en
cuyo espigón
pueden ver
el
espectáculo
dantesco que
ofrecía la
fragata a
merced de la
tormenta,
chocando una
y otra vez
contra la
escollera
del muelle.
Enseguida
comprenden
que la
gravedad de
la situación
hace
necesaria
una
actuación
inmediata,
así que
mientras
unos se
hacen al mar
con
distintas
embarcaciones,
algunas de
las cuales
son hundidas
por las
olas, otros
lanzan
cables desde
las rocas a
los marinos
que flotan
desesperados
sobre las
aguas.
Los gritos
de los
malagueños y
de los
propios
náufragos no
cesaban,
pero son
acallados de
inmediato
por el
rugido de
aquel
descomunal
oleaje.
Desde el
momento
mismo en que
se había
previsto el
final que le
espera a
aquel barco, la
Comandancia
Militar de
Marina se
habían
ordenado los
más urgentes auxilios,
los
efectivos de
la Cruz Roja
se hallaban
preparados
para prestar
la ayuda
necesaria y
la Junta de
Obras del
Puerto había
movilizado
todos sus
recursos
humanos,
técnicos y
mecánicos,
pero los
intentos de
llegar hasta
el lugar del
siniestro
resultaron
infructuosos
en cada
ocasión.
Hubo que
esperar a
que amainase
la tormenta
para poder
acercarse
desde tierra
a quienes
había
logrado
sobrevivir
aferrándose
como
pudieron a
los palos y
mástiles que
aún flotaban
sobre
aquellas
amenazadoras
aguas.
Hacia las 4
de la tarde,
todos los
náufragos
han sido
rescatados.
El cabo
Krauss es el
último
marino que
es subido a
una de las
lanchas que
se han
afanado
tantas horas
buscando
vida entre
las aguas. A
las 5
se da todo
por
concluido.
Ya no se
puede hacer
nada.
Muchos
cadáveres
fueron
emergiendo
tras la
calma,
algunos
incluso
aparecieron
en redes de
pescadores
días más
tarde. Fue
tal el
desastre que
no pudo
hacerse una
relación
completa de
las víctimas
hasta
pasados
varios días.
La
tripulación
que logró
salvarse
ilesa fue
alojada en
cuarteles,
en el propio
Ayuntamiento
e incluso en
casas
particulares
que muchos
malagueños
ofrecieron
desinteresadamente;
los heridos
fueron
ingresados
en el
Hospital
Noble para
su atención
médica y la
oficialidad
fue acogida
en el
domicilio
del cónsul
alemán en
Málaga,
Adolf Pries.
La tragedia
se había
saldado con
cuarenta y
dos
marinos
alemanes
ahogados,
entre ellos
el
comandante,
el primer
oficial y
el
ingeniero, y
doce
malagueños
de aquellos
que habían
acudido a
prestar
socorro a la
tripulación.
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Secuencias del hundimiento de la la fragata SMS Gneisenau (V).
(Foto Archivo Temboury) |
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Por
iniciativa
de las
autoridades
locales y
del
consulado
alemán, se
organizaron
las exequias
pertinentes
de los
marinos
cuyos
cuerpos
pudieron
rescatarse y
la
celebración
de una
ceremonia
religiosa en
honor y
recuerdo de
los
tripulantes
desaparecidos.
El entierro
de las
víctimas se
llevó a cabo
en el
Cementerio
Inglés de la
ciudad y
congregó,
prácticamente,
a todos los
malagueños,
que, con
respetuoso
silencio,
presenciaron
el paso del
cortejo
fúnebre a lo
largo de
todo el
recorrido.
Una vez se
recuperaron
de sus
heridas, los
marinos
recibieron la
orden de
embarcar el
24 de
diciembre en el vapor Andalusia, que acababa
de regresaba
de China, y
la noche de
ese mismo
día, día de
Nochebuena
para los
católicos,
fueron
objeto de un
emotivo
homenaje en
una
brillante
ceremonia de
despedida
celebrada
abordo y
organizada a
expensas de
la
Emperatriz
alemana [6], a la que
asistieron
los miembros
del Consulado
germano,
las
autoridades
civiles y
religiosas de Málaga, los miembros
de la
colonia
alemana en
la ciudad y
muchos
malagueños.
Quienes
intervinieron
en las
distintas
alocuciones
dieron
fehacientes muestras de
su sincero
agradecimiento
al pueblo de
Málaga por la ayuda
prestada,
las
atenciones
que
dispensaron
y la
simpatía y
la
cordialidad
con que se
había
tratado a
aquellos
desventurados
marinos.
Al día
siguiente,
el 25, el
Andalusia
zarpa de
Málaga a las
11 de la
mañana y,
tras una
accidentada
travesía a
causa del
mal tiempo,
el barco
arribó al
puerto de Wilhelmshaven
la madrugada
del 2 de
enero de
1901.
Terminaba
así para
ellos una
odisea
jalonada de
muerte,
sufrimiento
y heroísmo.
En esta
ciudad
disfrutaron
de un corto
permiso de
10 días,
tras los
cuales la
mayor parte
de ellos
regresa a
Kiel para
incorporarse
a la
dotación de
otro buque
escuela, el SMS Stein.
Tan profunda
fue la
hermandad
que se
originó y
tan fuertes
los lazos de
amistad que
se crearon
entre la
marinería
germana y
las
malagueños
que algunos
de aquellos
marinos
volverían
luego para
quedarse
definitivamente
en nuestra
ciudad.
Hoy se
conoce la
identidad de
algunos de
aquellos
malagueños
que
acudieron en
ayuda de los
náufragos.
Así, se
tiene
constancia
de que uno
de los
primeros en
lanzarse al
mar fue
Enrique
Caballero,
un conserje
entonces del
Banco de
España, que
salta al
agua cogido
por la
cintura con
una cuerda.
Otros
malagueños
que también
ayudaron
fueron el
comerciante
Félix Sáenz
o algunos
miembros de
la familia
de
bodegueros
Scholtz
Hermanos.
Entre los
supervivientes
de la SMS
Gneisenau
que
regresarían
luego a
Málaga, está
el marino
Otto Lehmberg,
que
terminaría
casándose
con una
malagueña,
Conchi, quien daría
a luz al
futuro
compositor
músico Emilio Lehmberg
Ruiz [7].
|
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|
El capitán Karl Kretschmann, comandante de la fragata. |
|
|
La prensa
nacional e
internacional
se hizo eco
del desastre
y
describieron
a Málaga y a
los
malagueños
como
paladines de
la
solidaridad,
el
socorrismo,
la atención
hacia los
náufragos y,
fundamentalmente,
como
generosos
ciudadanos
que pusieron
su vida en
peligro y
otros la
dieron por
salvar la de
unos
semejantes.
Sólo por
este gesto,
la regente
María
Cristina, en
nombre de su
hijo Alfonso
XIII,
concedió a
la ciudad de
Málaga el
título de
«Muy
hospitalaria»,
que desde
entonces
campea en su
escudo. Esta
distinción
fue seguida,
unos meses
más tarde,
por otra del
mismo káiser
Guillermo II, quien,
en documento
firmado en
Berlín el 3
de junio de
1901,
expresaba su
más sincero
agradecimiento
al
Ayuntamiento
y a todo el
pueblo de
Málaga.
Málaga sufre
los efectos
de una
inundación
Un trágico
suceso
acaeció en
Málaga la
noche del 23
al 24 de
septiembre
de 1907. Las
campanas de
la ciudad,
siempre
celosos
heraldos de
cualquier
evento,
comenzaron a
sonar a la
una de la
madrugada
—algo no
habitual—
para
advertir al
vecindario
de que el
río
Guadalmedina
traía tan
enorme
crecida que
había
desbordado
los
paredones
que
encarrilaban su
cauce, y una
avalancha de
agua
enlodada
empezaba a
inundar
peligrosamente
las partes
bajas de la
ciudad.
Debido a la
fuerza
arrolladora
del agua, el
puente de la
Aurora fue
arrastrado
por la
corriente y
sus restos
van a chocar
violentamente
contra el de
Santo
Domingo,
situado
aguas abajo,
cuyos vanos
se obstruyen
en parte por
efecto de la
acumulación
del variado
material que
arrastran
las aguas.
La presión
ejercida por
la corriente
y la gran
cantidad de
detritos
causan que el
puente de
Santo
Domingo ceda
también,
incrementando
con sus
restos
aquella
amalgama de
lodo y
deshechos,
que avanza
impetuosamente
cauce abajo
hasta el
puente de
Tetuán, que
prueba su
solidez
sirviendo de
presa a las
aguas. Pero
el caudal es
de tal
magnitud que
se desborda
y aquel
torrente
toma camino
por los
barrios del
Perchel y la
Trinidad, y
la Alameda
Principal,
desde donde
las aguas encuentran
salida hacia
el mar,
dejando tras
sí 21
víctimas y
numerosos
heridos, e
incalculables
destrozos
materiales.
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El Puente de Santo Domingo, más conocido por los malagueños como «Puente de los Alemanes». |
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El “Puente
de los
Alemanes”,
la gratitud
de Alemania
La noticia
de la
catástrofe
acaecida en
Málaga llegó
también a
Alemania, en
donde se
suscita la
idea de
ayudar de
alguna forma
al pueblo
malagueño en
señal de agradecimiento
por su
solidaridad
con la
catástrofe
de la
fragata Gneisenau.
Así, la
colonia
alemana de
esta ciudad,
que no podía
olvidar cómo
los hijos de
Málaga
habían
rivalizado
en solicitud
y heroísmo
aquel
infausto 16
de diciembre
de 1900 en
el
salvamento
de sus
hermanos los
náufragos,
recoge el
deseo de sus
compatriotas
y abre, 24
horas
después de
ocurrida la
inundación,
una
suscripción
popular, que
encabezó el
propio
emperador
Guillermo II
con una
respetable
suma y fue
secundada
por
ministros,
ayuntamientos,
cámaras de
comercio y
otros
centros
oficiales y
particulares
de Alemania.
Los fondos
recaudados
se
destinaron a
la
construcción
de un puente
en el lugar
donde antes
estuvo el de
Santo
Domingo. El
proyecto fue
redactado
por los
alemanes y
se encargó
su ejecución
a la
Sociedad
Constructora
Martos y
Compañía, la
cual lo
presentó al
Ayuntamiento
para su
aprobación,
que la
mereció en
su sesión
del día 12
de agosto de
1908.
También se
acordó en
dicha sesión
expresar a
la colonia
alemana la
gratitud más
profunda del
municipio.
Un año más
tarde, el 31
de agosto de
1909, empezó
a montarse
la
estructura,
cuyo trabajo
queda
concluido
trece meses
después. Las
pruebas de
resistencia
se
realizaron
el 11 de
diciembre,
resultando
satisfactorias.
Ese mismo
mes, el
cónsul
alemán,
Adolf Pries,
ofrecía la
obra al
pueblo de
Málaga, a
través de su
Ayuntamiento.
Desde
entonces
está la
pasarela de
hierro de
Santo
Domingo
dando paso a
los peatones
sobre el río
Guadalmedina,
desde el
Pasillo de
Santa Isabel
a la Iglesia
de Santo
Domingo. Su
nombre
originario
es el de
“Puente de
Santo
Domingo”,
pero la
gente la
conoce más
cariñosamente
como el
“Puente de
los
Alemanes”.
En uno de
los dos
arcos que le
sirven de
riostra
cuelga una
lápida de
piedra
enmarcada en
hierro que
literalmente
dice:
«Alemania
donó a
Málaga este
puente
agradecida
al heroico
auxilio que
la ciudad
prestó a los
náufragos de
la fragata
de guerra
Gneisenau.
MCM - MCMIX.»
Con el paso
de los años,
la pasarela
sufrió los
efectos de
la corrosión
en parte de
su
estructura,
lo que hizo
necesario
llevar a
cabo unas
obras de
reparación,
que
culminarían
en 1984, y
una vez más
se hizo
patente el
agradecimiento
de un
pueblo: la
antigua
República
Federal de
Alemania se
brindó
voluntariamente
a sufragar
los costes
que supuso
la
reparación.
__________
NOTAS
[1] «Gneisenau»
fue el
nombre que
recibieron,
en etapas
sucesivas,
varios
barcos de la
flota
alemana en
honor del
mariscal de
campo
prusiano
August
Neidhardt
von
Gneisenau
(1779-1831).
Gneisenau
empezó su
carrera
militar
tomando
parte activa
en los
regimientos
mercenarios
al servicio
del bando
británico
durante la
Guerra de
Independencia
de los
Estados
Unidos
(1775-1783), en
la que
destacó por
méritos
propios, y
luego, como
miembro del
Estado Mayor
del ejército
prusiano,
intervino en
las Guerras
Napoleónicas,
logrando un
papel
destacado en
las batallas
de Ligny y
Waterloo.
[2]
La mayor
parte de las
naves de la
«Kaiserliche
Marine»
(Marina
Imperial
alemana)
tuvieron,
entre 1903 y
1919, el
prefijo «SMS»,
siglas que
abreviaban
la expresión
«Seine
Majestäts
Schiff»,
equivalente
a la inglesa
«HMS» (Her Magesty’s
Ship), y que
español
quiere decir
«Barco de Su
Majestad».
[3] Los
datos
referentes a
la
tripulación
y algunos de
los que
atañen a las
características
náuticas de
la fragata
no son
coincidentes
del todo en
las fuentes
consultadas.
Dejamos
constancia
de aquellos
que, por su
origen,
consideramos
más fiables.
[4]
Guillermo II
(1859-1941).
Tercer
y último emperador de
Alemania
(1888-1918)
y noveno y
último
también rey
de Prusia,
nacido en
Berlín, hijo
del príncipe
Federico de
Prusia y la
princesa
Victoria de
Inglaterra.
Falleció en Doorn.
Proclamado
emperador en
1888 tras la
muerte de su
padre,
Federico III,
hizo gala de
una energía
exuberante
en el manejo
de los
asuntos de
gobierno,
tanto
interiores
como
exteriores.
Deseando
gobernar
personalmente,
hizo dimitir
(1890) a
Otto von Bismarck
(el conocido
"Canciller
de Hierro") la
cancillería,
que fue en
adelante
instrumento
dócil de sus
deseos
imperiales.
Ardiente
defensor de
la teoría
del derecho
divino de
los reyes y
autócrata
furibundo
por
tradición y
temperamento,
estremeció a
Europa con
sus
discursos en
todos los
cuales ponía
de
manifiesto
una exaltada
noción de su
superioridad
imperial y
su decisión
de mantener
las altas
tradiciones
monárquicas
de los
Hohenzollern.
Con la idea
fija de
acrecentar
el poderío
germano y de
conseguir
para su país
un alto
puesto en la
esfera de la Weltpolitik,
no perdió
ocasión de
llevar a
efecto una
audaz
política de
expansión
colonial.
Cultivando
la amistad
con Turquía,
fomentó al
mismo tiempo
los
intereses
comerciales
y
financieros
de Alemania
con el
Próximo
Oriente. Su
íntima
relación con
el Ejército
y su
creación de
una poderosa
Armada le
proporcionaron
los medios
de defender
sus
intereses.
[5] A fin de
proteger el
velamen de
un navío de
la suciedad
del polvo y
el agua de
la lluvia,
es habitual
introducir
las velas en
amplias
fundas de
lona o
envolverlas
con ellas,
labor que
requiere
tiempo y
atención,
condiciones
que no
podían
llevarse a
la práctica
en aquellas
condiciones.
[6]
Se refiere a
Augusta
Victoria de
Holstein-Sonderburg-Augustenburg
(1858-1921),
emperatriz
hasta su
fallecimiento.
Con ella,
Guillermo II
tuvo siete
hijos.
[7] Emilio Lehmberg
Ruiz
(1905-1959)
era hijo de
Otto
Lehmberg
Tielecke,
uno de los
marinos que
lograron ser
rescatados
en el
naufragio de
la fragata
SMS
Gneisenau, y
de la
malagueña
Concepción
Ruiz
Rodríguez,
en cuya casa
había sido
acogido tras
el naufragio
del navío.
Emilio cursó
estudios en
el
Conservatorio
de Málaga y
continuó sus
estudios de
música en
Madrid.
Llegó a ser
un
compositor y
músico de
prestigio.
Compuso
piezas para
canto, canto
y piano,
orquesta de
cámara y
orquesta
sinfónica.
Además,
compuso
bandas
sonoras para
algunas
películas,
el NO-DO y
la
Sinfonía
para la
festividad
de Santa
Cecilia,
estrenada
póstumamente. |