n esta época
que nos ha
tocado
vivir, en la
que los
atracadores,
timadores,
embaucadores,
chorizos,
cacos,
sacres,
ladrones de
guante
blanco y
corruptos de
todo pelaje
abundan como
la mala
hierba en
una vereda,
no he podido
sustraerme,
llevado
quizá de mi
natural
romántico, a
escribir
algo
evocador de
los
bandoleros
de antes,
que, aunque
solo fuese
por el hecho
de que
ponían en
riesgo sus
vidas al
perpetrar
sus
fechorías,
nada tienen
que ver con
los de
ahora, que
se llevan la
pasta sin
quitarse la
corbata,
pero eso sí,
muy
educadamente.
Hombres
toscos
envilecidos
desde la
cuna por la
mala vida;
hábiles
estrategas
en argucias,
emboscadas y
celadas;
gentes de
patillas de
boca de
hacha, faca
a un lado de
la faja y
pistolón al
otro;
diestros
jinetes a la
grupa de
caballos de
alto porte,
rostro
velado por
un pañuelo y
amantes
pacientemente
a la
espera
en las
calles
oscuras de
las afueras; las
más veces
vengadores
de las
iniquidades,
vilezas,
abusos y
atropellos
cometidos
por
burgueses
innobles,
nobles
arruinados y
clérigos
codiciosos
sobre los
más
desfavorecidos, todo ello
envuelto en
un halo
de
romanticismo
por juglares
en sencillos
romances que
cantan
indecibles
desafíos
épicos y
venganzas
feroces a la
luz de la
luna, son
los
componentes
románticos
de esa
imagen
hermoseada
que solo
podía tener
el sentido
que tiene en
unas tierras
como las
nuestras.
Ciertamente,
el
bandolerismo
fue cruel y
despiadado.
Los
bandoleros
eran eso,
bandas de
proscritos,
salteadores
de caminos,
ladrones,
gente cuyos
actos iban
acompañados
las más
veces de
mucha
crueldad y
brutalidad,
de lágrimas
y dolor
injustificado.
Lo de robar
al rico para
dárselo a
los pobres
es más
leyenda que
realidad.
Pero no es
menos cierto
también que
en sus
orígenes hay
igualmente
indicios de
aquel
patriotismo
hispano que
se enfrentó
a los
franceses
invasores y
de aquel
otro que
luego plantó
cara a las
veleidades
sociales de
un orden
social
injusto.
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Partida de bandoleros a caballo. |
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Acercamiento lexicográfico e histórico
Al definir
el
diccionario
de la RAE
[1] la
palabra
bandolero,
la presenta,
antes que
nada, con un
significado
idéntico al
de
bandido,
palabra a la
que nos
remite, y de
la que nos
propone un
primer
significado
de «fugitivo
de la
justicia
llamado por
bando», o
sea,
«forajido
por edicto o
mandato
solemnemente
publicado
por orden
superior»,
valor
semántico al
que añade a
continuación
los de
«persona que
roba en los
despoblados,
salteador de
caminos» y
«persona
perversa,
engañadora o
estafadora».
Por tanto,
el término
bandolero
presenta hoy
diferencias
semánticas
con los de
banderizo
y bandero,
de los que
fue sinónimo
en un
tiempo, y,
aunque
caídos ya en
desuso, sirven
para
designar a
«los que
siguen
bando», es
decir, «los
sujetos a
facción,
partido o
parcialidad».
Como vemos,
se trata de
calificativos
aplicables,
en lo que
tienen de
peor, a
muchos
individuos
de ahora
cuyos
nombres
propios
todos
tenemos en
la cabeza.
Aparte de
este
vocablo,
cuyo
significado
se
corresponde
—según queda
dicho— con
el de
‘forajido
salteador de
caminos’,
durante los
siglos XVIII
y XIX —época
a la que
vamos a
limitar
nuestro
pequeño
estudio—, se
usaron
otros, como
facineroso
o,
simplemente,
ladrón
y
dronista,
voz de
germanía,
derivada del
arcaísmo
dron
(‘camino’).
Por su
parte, Joan
Corominas
[2] nos dice
que el
término
castellano
bandolero
procede de
la voz
catalana
bandoler,
que a su vez
derivada de
bàndol
(‘bando,
facción,
partido’),
palabra que
se utilizó
en esta
región con
motivo del
gran
desarrollo
que tuvieron
las
banderías o
facciones
durante las
guerras
civiles que
azotaron la
Cataluña de
los siglos
XV-XVII, y
que, a la
larga,
degeneraron
en lo que
hoy
entendemos
por
bandolerismo.
El término
bandolerismo
aparece
definido en
el DRAE como
«la
existencia
de
bandoleros
en un país,
región o
comarca de
forma
continuada»,
coincidiendo
así con la
que propone
para la
palabra
bandidaje,
que
considera
sinónimas.
Si durante
esta
permanencia,
el forajido
usa y abusa
del terror
para imponer
su voluntad,
el bandidaje
o
bandolerismo
recibe el
nombre de
terrorismo,
y, quien lo
practica,
terrorista.
De lo que
someramente
hemos
expuesto se
infieren
primordialmente
dos cosas:
una, que el
término
bandolero
ha sufrido
un proceso
negativo de
evolución
semántica (o
degradación),
pasando de
lo que hoy
entendemos
por «persona
partidaria o
adscrita a
partido o
facción» a
lo que
también
entendemos
hoy por
forajido
o
proscrito,
sean cuales
fueren las
siglas con
que se
acredite y
las razones
en que se
ampare o
emplee para
cubrir sus
desafueros;
y dos, que
esa
degradación
semántica ha
corrido a la
par con la
que en la
realidad
sufrieron
las antiguas
partidas o
bandas, que
de un
patriotismo
más o menos
bien
entendido,
se
degeneraron
hasta tal
limite que
llegaron a
convertirse
en
verdaderas
pesadillas
para los
ciudadanos,
que se ven
amenazados
en sus
vidas, en
sus familias
y en sus
intereses.
Durante los
siglos XVIII
y XIX, se
empleó el
término
latrofaccioso,
que
consideramos
algo
rebuscado,
derivado de
latrocinio
(«acción
propia de un
ladrón o de
quien
defrauda a
alguien
gravemente») y de facción
(«bando,
pandilla,
parcialidad
o partido
violentos o
desaforados
en sus
procederes o
sus
designios»)
para
designar a
los que «se
dedican al
hurto y robo
en
cuadrilla».
Otros
términos
empleados,
como
caballista
(«ladrón de
a caballo»)
en Andalucía
y
trabucaire
(«ladrón
armado de
trabuco») en
Cataluña,
han caído ya
en desuso
por tratarse
de
denominaciones
cuya
etimología
está
relacionada
con medios o
instrumentos
obsoletos.
En
conclusión, tanto
en la etapa
histórica
que vamos a
tocar como
en la
actualidad, todo
fenómeno de
bandolerismo
es
clandestino
en su
organización
y de
ejecución
insidiosa.
Su manera de
sobrevivir,
cuando el
grupo
—siempre de
escaso
número— ha
logrado
algún grado
de cohesión
entre sí, es
lo más
parecido a
la manada de
lobos, en
cuanto
tienen en
común
reunirse
para
expoliar y
dispersarse
de
inmediato,
y, llegado
el caso,
huir cuando
presienten
que han sido
descubiertos
o
localizados.
Como regla
de oro
podemos
establecer
que su
incubación
es
prolongada,
su eclosión
súbita, su
ascensión
casi siempre
rápida y su
extinción
está en
proporción
directa con
la
intensidad
con que se
lo combata.
Hechas estas
reflexiones
preliminares,
y ya por
último,
salimos al
paso del
confusionismo
existente
entre las
denominaciones
de
‘guerrillero’
y
‘bandolero’
cuando se
argumentan
intereses de
tipo
político,
con el fin
de dar
justificación
a unos
crímenes
que, por su
misma
naturaleza,
no pueden
tenerla. En
tal sentido,
y apelando a
la ortodoxia
léxico-semántica,
asignamos la
denominación
de
guerrillero
—sin aludir,
por
supuesto, a
los
componentes
de unidades
militares de
igual
denominación—
a aquellos
patriotas
que, a su
buen saber y
entender,
combaten al
enemigo
exterior que
ha invadido
su patria. A
los
españoles
pueden
valernos
como
referencia
diferenciadora
las partidas
sueltas o
guerrillas
que, de
manera
continuada y
con
elogiable
audacia,
hostigaron a
las tropas
francesas,
impidiéndoles
el normal
desenvolvimiento
de sus
planes de
campaña,
durante la
invasión
napoleónica
de nuestro
país en la
primera
década del
siglo XIX.
Luego
volveremos a
mencionarlos,
aunque de
pasada. Los
bandoleros,
como queda
dicho, son
otra cosa
bien
distinta.
|
|
|
|
|
Asalto a un carro. |
|
|
Causas inmediatas del bandolerismo
En este
escrito
limitaremos
nuestra
exposición a
lo que hoy
entendemos
todos por
bandolerismo
común y
ceñiremos
nuestro
campo de
estudio a
España, con
especial
atención al
que se
originó en
Andalucía,
no sin
antes haber entrado
en una breve
reflexión
sobre los
factores que
pudieron
haberlo
determinado.
Es obvio
que, a la
raíz misma
de cualquier
fenómeno
social, hay
siempre unos
condicionamientos
que explican
su
afincamiento
en
determinadas
zonas y la
contumacia
que lo
caracteriza.
Unos son de
carácter
socioeconómico,
de los que,
en el caso
del
bandolerismo
común,
podemos
citar como
principales
el
analfabetismo
casi
generalizado
de la época,
el hambre y
la miseria
que atenazó
a ciertas
regiones o
zonas, la
escasez de
comunicaciones,
la falta de
una
equitativa
distribución
de la
tierra, que
dio lugar a
injustos
latifundios
(tal es el
caso de
Andalucía);
la
inestabilidad
política
causada por
gobiernos
fugaces o
inoperantes,
originadores
de graves
desequilibrios
sociales;
las guerras
civiles,
que, a su
conclusión,
dejaron como
recuerdo
núcleos
descontrolados
de
inconformistas
que buscaron
amparo en la
fragosidad
del paisaje,
entre otros.
De igual
modo, ese
bandolerismo
necesitó
para su
pervivencia
de unas
condiciones
geográficas
especiales,
que, en
el ámbito
andaluz, se
concretan en
la
complejidad
orográfica
de algunas
zonas y en
la
disponibilidad
de comarcas
aisladas y
accidentadas
que
facilitan la
ocultación
[3].
|
|
|
|
|
Una vez dueños del carruaje, muchas veces cruento, los bandidos procedían a su expolio. |
|
|
El bandolerismo como fenómeno
social
El
bandolerismo
no se puede
reducir a
una
determinada
época
histórica,
ni ubicarlo
en ciertas
zonas
geográficas
de manera
exclusiva
[5]. El
bandolerismo
es un
fenómeno
social, y,
como tal,
sus
comienzos
van ligados
al origen
mismo del
hombre como
animal
social por
naturaleza;
más concreto
aún, al
inicio mismo
de las
relaciones
humanas, y,
en
particular,
a aquellas
situaciones
de opresión
y de
descontento
social. Sin
embargo,
como ya
hemos
adelantado,
limitaremos
nuestro
modesto
trabajo al
ámbito
español, con
especial
atención a
ese
bandolerismo
que se
localizó en
las tierras
andaluzas.
Conscientes
de lo que
esa
limitación
acarrea ya
por sí sola
para una
exacta
comprensión
del fenómeno
en su
sentido más
amplio,
acrecentamos
aún más la
restricción
recordando
algo que
también
quedó
anteriormente
dicho, que
centraríamos
nuestra
incursión en
este tema en
el
bandolerismo
tal como nos
lo define el
diccionario
de la Real
Academia.
Establecidas
y aceptadas
convencionalmente
esas
limitaciones
preliminares,
dejamos
constancia
de que la
figura del
bandolero
como
forajido y
salteador de
caminos,
delincuente
motivo de
extorsión en
los bienes
ajenos y
causante de
muertes de
inocentes;
en
definitiva,
el malhechor
sin
paliativos,
tiene ya
exponentes
significativos
en el siglo
XVI.
En efecto,
no cabe duda
de que la
pobreza que
empezó a
hacer acto
de presencia
en las
tierras de
la España
imperial de
los
Austrias, a
causa de la
sangría
económica
que
ocasionaba
estar en
continua
guerra con
casi toda
Europa, tuvo
mucho que
ver en su
origen. No
hay más que
acercarnos a
la
Literatura
para
percatarnos
de que fue
en este
siglo cuando
surge la
novela
picaresca,
cuyo
protagonista,
un pícaro,
emplea su
destreza
mental y
habilidades
actuales en
la comisión
de actos
delictivos
contra las
personas y
la propiedad
ajena,
llevado por
la imperiosa
necesidad de
cubrir sus
carencias
más
perentorias
en un
contexto
personal de
extrema
pobreza.
El fenómeno
se acentúa
durante el
siglo XVIII.
El injusto
reparto de
tierras dará
origen a un
desmesurado
latifundismo
en
Andalucía,
que
contrasta
con grandes
masas de
población
campesina,
sin más
medio de
subsistencia
que su
trabajo, que
se ve
avocada a la
sumisión de
su esfuerzo
laboral a
unos
terratenientes
desaprensivos,
que someten
despiadadamente
al
campesinado
a unos
arbitrarios
y míseros
jornales,
originando
así bolsas
de extrema
pobreza y,
consiguientemente,
razonables
casos de
inconformismo
y rebeldía
sociales.
|
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|
|
Expolio de un carruaje. |
|
|
Nacimiento
del mito
Durante las
dos primeras
décadas del
siglo XIX,
coincidiendo
con la
invasión de
España por
las tropas
de Napoleón
y sin un
ejercito
regular para
la legítima
defensa del
suelo
patrio,
surgieron
muchas
partidas
paramilitares,
entre cuyos
jefes
destacaron
Juan Martín
Díaz, “el
Empecinado”;
Francisco
Espoz y Mina
(ambos
generales
del ejército
regular
español) y
el cura
Merino. Su
organización
en partidas
sueltas (o
guerrillas),
que
hostigaron
por sorpresa
al ejército
invasor y le
impidieron
maniobrar
normalmente
en campaña,
fue, desde
luego,
bastante
eficaz:
atacaban las
retaguardias,
obstaculizaban
los
desplazamientos
de los
batallones y
se
apoderaban
de sus
convoyes de
aprovisionamiento.
La
contemporización
de estas
guerrillas
de evidente
matiz
patriótico
con las
facciones
bandoleras
sensu
stricto
durante este
tiempo,
unido al
empobrecimiento
de los
campesinos
(que se
agudiza
durante esta
centuria a
causa de la
Guerra de
Independencia,
primero, y,
después, de
las tres
Guerras
Carlistas),
el
descontento
social por
la
inoperancia
de políticas
desacertadas
y la
incultura
casi
generalizada
de la época
desemboca en
una
confusión
entre ambos
tipos de
actitudes
grupales,
indiscutiblemente
muy
distantes,
tanto en sus
principios
como en sus
fines.
Surge así el
mito del
bandolero
benefactor y
justiciero,
ese fuera de
la ley por
atracar a
ricos,
hacendados y
pudientes,
pero de
espíritu
generoso y
caritativo
con los
socialmente
oprimidos y
maltratados;
ese tipo de
bandido que
roba sin
piedad a
unos para,
muchas
veces, ceder
generosamente
a los
necesitados
el producto
de lo
robado; ese
facineroso
autor de un
acto vil y,
a
continuación,
capaz de un
insólito
rasgo de
nobleza.
Nace, en
fin, ese
malvado que
mata con
saña y que a
poco protege
la vida de
quienes,
desvalidos,
se confían a
él.
Desde el
punto de
vista
militar, los
bandoleros
no tuvieron
estrategias
prefijadas,
ni
acaudillaron
a grandes
cuadrillas,
pero sus
acciones
fueron
efectivas y
su
pervivencia
considerable,
si nos
atenemos al
hecho de que
—al decir de
los
entendidos—
no
desaparecen
hasta bien
entrado el
siglo XX.
En cierto
modo, y sin
salirnos de
su claustro
legendario,
estas gentes
tienen un
carácter
prepolítico
que no ha
dado o que
no acaba de
dar con un
lenguaje
específico
en sus
aspiraciones
en lo
tocante al
mundo.
Mantienen,
eso sí,
vínculos de
solidaridad
debidos al
parentesco
o, en el
sentido
antropológico,
al clan, a
los suyos, a
los que les
mantienen, a
la
supervivencia
y también al
territorio
que los vio
nacer.
De otra
parte, los
bandoleros,
además de
sembrar el
terror de
los caminos
andaluces o
de
prodigarse
en dádivas,
eran
protagonistas
de dramas
románticos,
muy al gusto
de los
prosistas
europeos
decimonónicos.
Así, en todo
ese tiempo,
encontramos
bandoleros
toreros,
cantaores de
flamenco,
contrabandistas,
y Ronda y
sus
alrededores,
fue la zona
por la que
discurrieron
numerosos de
ellos y por
donde,
debido
principalmente
a su
especial
configuración
orográfica,
perpetraron
sus más
conmemoradas
fechorías (o
hazañas,
según los
puntos de
vista).
A esa etapa
de la
historia
corresponden
los
bandoleros
más
conocidos y
aún
recordados
por el
pueblo
andaluz e
incluso por
toda España
[4]. A
título de
ejemplo,
podríamos
nombrar a
Luis
Candelas,
Diego
Corrientes,
Juan
Caballero
Pérez, “el
Lero”; José
María
Hinojosa
Cobacho, “el
Tempranillo”;
los Siete
Niños de
Écija, Jaime
“el
Barbudo”;
José Ulloa,
“el
Tragabuches”;
Joaquín
Camargo
Gómez, “el
Vivillo”;
Francisco
Antonio
Jiménez
Ledesma, “el
Barquero de
Cantillana”;
Luis Muñoz
García, “el
Bizco de El
Borge”;
Francisco
Ríos
González,
“el
Pernales”, y
muchos más,
finalizando
—según
algunos
estudiosos
del tema— el
18 de marzo
de 1934 con
la muerte
del que ha
sido
considerado
último
bandolero:
Juan José
Mingolla
Gallardo,
“Pasos
Largos”.
Por el
contraste
que presenta
el relato de
la vida de
algunos de
estos
personajes,
en su doble
faceta de
leyenda y
realidad,
hemos
convenido en
daremos
cuenta de
algunos de
ellos en
sucesivos
artículos.
|
|
|
|
|
Expolio de un carruaje. |
|
|
Ruta de los
bandoleros
En
Andalucía,
tanto en la
realidad
como en la
ficción, los
puntos de
asalto de la
campiña se
extendían
por el
Noroeste,
entre
Lebrija,
Utrera,
Osuna,
Écija,
Montilla,
Puente
Genil,
Lucena,
Iznájar y
Estepa; más
al Sur, sus
hazañas
llegaban
hasta la
serranía de
Ronda, a los
espesos
alcornocales
de Jimena de
la Frontera,
Gaucín y a
la
deslumbrante
blancura de
Medina
Sidonia.
Los
objetivos de
su bandidaje
los
constituían,
de manera
primordial,
las líneas
de
comunicación
habituales,
ya
atravesasen
la campiña o
la serranía,
que eran
salteadas
por estos
hombres, muy
conocedores
del terreno.
Esporádicamente,
expoliaban
poderosos
cortijos,
aprovechando
los días en
que su
custodia
había
disminuido
por ausencia
de sus
dueños, o
sometían a
algún
potentado a
la sangría
de una
copiosa
cantidad de
dinero con
motivo del
rescate de
un familiar
previamente
secuestrado,
normalmente
un hijo
pequeño.
Sabedores de
la suerte
que se
jugaban, su
grado de
especialización
era tal que
utilizaban
distintos
caballos,
debidamente
adiestrados,
según
tuviera que
correr a
campo
abierto,
perseguidos
a través de
la campiña
por
alguaciles o
migueletes,
o huir monte
arriba,
saltando por
encima de
precipicios
y remontando
escarpadas
pendientes.
Rápidos como
el viento
del Estrecho
y huidizos
como los
torrentes
que surcan
las
esquinadas
sierras
andaluzas,
el bandolero
se perdía en
la
exuberante
variedad de
la tierra
que lo vio
nacer.
Convertidos
a veces en
héroes
populares,
su fama
agitaba la
vida y la
imaginación
de los
muchos
pueblos a
los que
salpicaban
sus
meteóricos
asaltos. Los
famosos
Siete Niños
de Écija,
que ganaron
su
imperecedero
renombre en
el corto
período que
separa a
1814 de
1818,
dominaban la
campiña y
las sierras
de Córdoba y
Sevilla.
También
Utrera,
ciudad de
castillo y
murallas,
sufrió la
amenaza de
los
bandoleros
en sus ricos
cortijos,
dispersos
por entre
los llanos y
las lomas de
su extenso
término.
|
|
|
|
|
Enfrentamiento entre bandoleros y la Guardia Civil, cuerpo civil y militar que desempeñó un papel decisivo en la desaparición del ban-dolerismo en España. |
|
|
Ronda, un
espacio
propicio
para el
bandolerismo
Pero donde
confluyen
esos dos
elementos de
la madre
naturaleza
que
posibilitan
un escenario
idóneo para
el
desarrollo
del
bandolerismo
es Ronda.
Allí
comienza la
serranía
de su
nombre y la
provincia de
Málaga, la
parte más
romántica de
Andalucía.
Ya salvaje y
grandiosa,
con sus
majestuosos
bosques de
torrentes
que se
despeñan con
estruendo de
precipicio
en
precipicio,
sus
incontables
rocas, el
denso tapiz
verde de
unos pinares
que lo
cubren todo,
sus campos
sembrados de
trigo…, como
diríamos al
amparo de
una buena
veta
romántica,
solo esta
cordillera
es capaz de
inspirar esa
especie de
terror
poético tan
propio del
romanticismo;
la serranía
rondeña es,
en
definitiva,
ese marco
incomparable
donde no
cuesta
trabajo
imaginarse
la gestación
de un
espíritu
revolucionario,
indómito,
sencillo, de
rechazo a la
opresión, de
lucha en
ocasiones
individual y
de
compromiso,
como en
muchos otros
lugares que
vieron nacer
bandidos de
ánimo
similar.
|
|
|
|
|
Juan José Mingolla Gallardo, "Pasos Largos", consi-derado el último bandido de España. (Imagen tomada de SUR.es) |
|
|
__________
NOTAS
1
Diccionario de la lengua española,
s. v.
‘bandolero’
1, 22.ª
edición,
versión
electrónica
de la
edición de
2012, con
las últimas
modificaciones
hasta ese
año.
2
Diccionario
crítico
etimológico
castellano e
hispánico,
tomo I (A-CA),
s. v.
‘Bando II’,
43 y ss.
3
La orografía
de algunas
comarcas
andaluzas
ofrecía
total
impunidad a
los
bandoleros
en la
comisión de
sus
fechorías.
Baste
recordar en
este sentido
la
complicidad
que les
brindaba
Sierra
Morena o la
Serranía de
Ronda, con
sus terrenos
agrestes y
accidentados,
minados de
profundas
grietas y
horadados de
cuevas y
grutas
naturales
cuya
existencia
solo ellos
conocían.
Los bosques,
impenetrables
por
extensos, se
convirtieron
en
verdaderos
refugios
naturales.
4
El
bandolerismo
no ha sido
(ni es) un
fenómeno
exclusivo de
España. Con
diferentes
matices y
distinto
grado de
agresividad,
organización
y postura
ante los
resortes de
la Ley,
diversas
agrupaciones
de malvados,
proscritos y
malhechores
se han
disputado (y
disputan) la
titularidad
del
bandidaje,
la extorsión
y el
asesinato.
Bástenos
recordar los
casos de la
mafia
siciliana,
el
marsellés,
la
camorra
napolitana o
el
gansterismo
norteamericano,
por citar
sólo algunos
de los más
conocidos.
5
De igual
manera,
tampoco
debemos
perderse de
vista que el
bandolero no
es una
figura
exclusiva de
España.
Todas las
culturas han
tenido su
Viriato, su
Robin Hood,
su Guillermo
Tell, su
Zorro… |