DESDE EL PUNTO de vista de su interés y trascendencia en épocas posteriores, no cabe la menor duda de que Estrabón, Eratóstenes, Ptolomeo, Plinio y Mela forman, sin lugar a dudas, la pléyade de polímatas de la Antigüedad grecolatina cuyos conocimientos geográficos han influido de una manera más relevante en la posteridad. Los conocimientos geográficos contenidos en sus obras, olvidados durante siglos por el oscurantismo que dominó la Edad Media, comenzaron a ser divulgados a partir de finales del siglo XV y comienzos del XVI, dando a conocer no sólo muchísimos detalles relacionados con las tierras y los pueblos y su cultura de la época, sino que fueron también valiosas fuentes de información y orientación para los viajeros y navegantes que, desde los albores de la Edad Moderna, empezaron a recorrer, descubrir y documentar nuevos rutas hacia tierras sólo conocidas de nombre.

Así, por ejemplo, Estrabón [1] es autor de una magnífica obra sobre geografía, la titulada Rerum Geograficarum o, simplemente, Geografía, redactada en la época del emperador Tiberio; Eratóstenes de Cirene, del s. III a. C., aportó sus anotaciones sobre el saber geográfico de su tiempo y, sobre todo, sus cálculos del diámetro y la circunferencia de la Tierra; Claudio Ptolomeo redactó su Cosmografía (s. II); el cuarto, Plinio el Viejo, es conocido principalmente por su Historia Naturalis (s. I d. C.), y el último de ellos, Pomponio Mela, español de origen, escribió la De Chorographia o De Situ Orbis (Sobre los lugares del mundo), también en el siglo I d. C. Sin embargo, por razones estrictamente de adecuación a este medio, en las líneas que siguen vamos a ocuparnos en exclusiva de exponer y valorar la aportación de la obra geográfica del primero.

En efecto; la Geografía [2] es una obra extensa en la que Estrabón se emplea en un detallado estudio descriptivo de la historia, los saberes y las costumbres de los pueblos que habitaban la ecúmene [3] durante un periodo, el que a él le tocó vivir, la Antigüedad grecolatina. Habida cuenta la enorme repercusión que tuvo en su época (y, desde luego, en las posteriores), la obra nos ha llegado de una forma íntegra, exceptuando el libro VII. Asimismo, el legado que Estrabón dejó en esta obra es considerado el repertorio geográfico más amplio, detallado y pormenorizado de toda la Antigüedad, dada la pérdida irrecuperable de casi toda la tradición geográfica anterior, en la línea de los trabajos de Eratóstenes y de Artemidoro (Espelosín, 2007: 15). Llegado este punto, conviene dejar constancia de que si los estudios tradicionales le han asignado a Estrabón esta obra, no se debe a que él dejase constancia explícita de su nombre en la misma o algún otro indicio en ese sentido, sino que sabemos de su autoría por referencias tardías, como las de Ateneo (s. III d. C), Esteban de Bizancio (s. VI d. C) y Prisciano de Lidia (s. VI d. C), por poner algunos ejemplos.

  

  

Geografía, una descripción geo-etnográfica del mundo antiguo conocido

  

Estrabón redacta su relación desde la doble perspectiva geo-etnográfica, centrándose, de forma particular, en los aspectos humanos, las creencias y los mitos de estos habitantes en la estrecha relación que todo ello guarda con el medio físico que los albergaba, razón por la su obra es reconocida el más importante trabajo sobre lo que los especialistas llaman Geografía Descriptiva, un tanto alejada de esa geografía “matemática” que realizaban Eratóstenes o Hiparco. Es así como nuestro autor va también mucho más allá de los viejos periplos (Espelosín, 2007: 16), en los que se iban desgranando y haciendo mención sucesivamente a los nombres de los territorios y los pueblos que lo habitaban. A raíz de estas consideraciones, la obra implica una configuración mucho más compleja, puesto que el autor aborda el estudio de la geografía antigua sobre la base de distintas ramas del saber, al modo de una enciclopedia. De manera concreta, Espelosín (2007: 41) sostiene que el libro III es más que una obra de geografía peninsular, puesto que se eleva a la categoría de obra sistematizada e histórica de la geo-etnografía ibérica.

A este  historiador,  geógrafo  y  etnógrafo  griego se  le  atribuye  también otra  gran  obra: Memorias Históricas. Esta obra se considera una continuación de la titánica obra emprendida por Polibio de Megalópolis, obra que escribiría bajo la justificación de que este historiador griego no había podido completar la historia de cómo Roma se convirtió en dueña del mundo conocido, labor que Estrabón, por su situación, ahora sí podía finalizar. Por infortunio, y al contrario de lo que sucede con Geografía, de esta obra apenas nos han llegado unos pocos fragmentos que revisten poco interés, por lo que no permiten apreciar y valorar el contenido de esta magna obra.

  

  

El Libro III” de “Geografía”, una geografía descriptiva de la Península Ibérica

  

Si nos centramos de nuevo en Geografía, el libro III sienta sus bases en torno al estudio de  la Península a la que los griegos llaman Iberia (Iberiké) y que, a la postre, los romanos denominarían Hispania. A la hora de elaborar este manuscrito, el oriundo de Amasia tuvo que recurrir a fuentes anteriores, incluyendo las romanas (Trotta, 1999: 83), muchas de las cuales se citan de manera directa o indirecta en esta obra.  Nuestro  autor  debió  realizar  esta  labor  de  manera  obligada,  pues, al no  haber visitado jamás la Península Ibérica, tuvo que recurrir a fuentes, al contrario de lo que hiciera Polibio, que recorrió Hispania cuando Publio Cornelio Escipión “El Numantino” acudió a sofocar uno de los últimos grandes focos de rebelión indígena, Numancia, contra el universalismo romano.

Sea como fuere, lo cierto es que los grandes investigadores de este ámbito, entre los que destacan Munz y Morr (Espelosín, 2007: 35), sostienen que la única fuente que utilizó Estrabón para su libro III fue Posidonio, el cual, a su vez, citaría en su obra a otros autores anteriores como el ya mencionado Polibio u otras personalidades como Artemidoro o Asclepíades de Mirlea. Sin embargo, esto no nos puede alejar del gran trabajo que realizó Estrabón, pues él no era un simple compilador de noticias sobre obras anteriores, sino que, además de recabar toda la información de carácter geográfico y etnográfico, siguió una metodología científica que estaba basada no solo en la observación, sino también en el análisis crítico de los documentos y fuentes de información obtenidas.

  

  

Y, también, un estudio geográfico y etnográfico

   

De este modo, el libro III sobresale por un discurso etnográfico que viene a complementar la descripción geográfica. No obstante, no se trata de un recurso secundario, puesto que la barbarie de los pobladores de la Península Ibérica, así como su clima, son el correlato de la distancia geográfica de la común empresa que llevaban a cabo los griegos y los romanos en la cuenca de Mar Mediterráneo. Sin embargo, a mi juicio, para entender bien el discurso etnográfico (con rasgos de alteridad) que presenta Estrabón, sería lícito tener muy en cuenta una idea que está presente en la obra de Heródoto y, en mayor o menor medida, en los distintos autores que tratan la geografía o la etnografía en la Antigüedad. Esta idea es definida por ciertos autores como “un sistema de círculos concéntricos”, donde la cultura, el paradigma de civilización, se ubicaría en Grecia y, ahora también, en Roma. Sin embargo, a medida que nos alejamos de estos focos, van emergiendo ante los ojos del estudioso una serie de pueblos con rasgos más o menos “barbarizados” y utópicos, pues los límites se van difuminando y las fronteras se tornan más borrosas, lo que deviene en que los rasgos más puramente civilizados o humanos vayan desapareciendo a medida que nos alejamos de los círculos concéntricos de la “civilización” y nos aproximamos a los de la “barbarie”.

  

  

Iberia, una tierra lejana del mundo conocido

  

Continuando con esta idea, Iberia fue observada como una tierra lejana, la más alejada por el Occidente, una tierra donde Hércules vino a luchar contra un rey de tres cabezas que poseía un gran rebaño y donde plantó sus famosas columnas, que permanecieron en el imaginario colectivo clásico como el punto más alejado de Occidente. De este modo se observa cómo Iberia adquirió las características típicas de un territorio situado en los confines del mundo conocido, más allá de la ecúmene.

Dadas esas condiciones geográficas, es posible explicar por qué esta tierra era un lugar propicio para que sucedieran episodios mitológicos y legendarios como los descritos, puesto que se trataba de un territorio habitado por pueblos ajenos a los griegos más civilizados. Luego, gracias a la conquista romana de la Península, lo difuso se fue concretando de forma parecida a cuando Alejandro Magno conquistó Egipto o llegó a la India, si bien estas tierras siguieron manteniendo ese aura de misticismo y de alteridad frente a sus pobladores. Con todo, como recoge Estrabón (III, 4, 19), el conocimiento que aportaron los romanos en este campo respecto al griego apenas modificó los elementos sustanciales, si bien lo inserta dentro del aparato propagandístico y de la tendencia al universalismo romano, en tanto que siente el “debe” de presentar este fenómeno histórico como un suceso de grandes concomitancias con la pax augustea (Trotta, 1999: 88).

  

  

   

   

Los 17 libros de la «Geografía» de Estrabón constituyen el más vasto y apreciado estudio geográfico que la Antigüedad griega nos ha dejado. Obra de proporciones gigantescas, según la define el mismo autor, se desarrolla de acuerdo con la trama esencial de un grandioso periplo mediterráneo, llevado a cabo a lo largo de todas las costas del "Mare Nostrum" e iniciado en el litoral ibérico de las Columnas de Hércules.

  

  

Etnografía de la Península Ibérica

      

Ahondando en el contenido y la significación del libro, Estrabón (III, 5) lleva a cabo una descripción de las islas de la Península, ya que, de acuerdo con los tópicos ya presentes en toda la literatura griega, la isla se constituye, dentro de la mentalidad griega, en el escenario idóneo para albergar todo tipo de maravillas. En efecto, la isla, por motivo de su natural aislamiento, es el escenario más apropiado para albergar una sociedad ideal o al que relegar seres semidivinos o de carácter extraordinario y monstruoso (Espelosín, 2000: 75). De esta forma, el autor griego ubica en una de estas tierras a un pueblo nómada y que posee una proverbial riqueza minera propia de los pueblos de la Edad de Oro de Hesíodo (Estrabón III, 5, 11).

Una de las principales características que aplica Estrabón a los pueblos peninsulares es su bandidaje y su belicosidad («Los íberos eran, por decirlo así, todos peltastas y de armamento ligero debido a su vida de bandidaje, como dijimos de los lusitanos, y usaban venablo, honda y puñal», Estrabón III, 3, 15). Este concepto contrasta notablemente con la actitud del pueblo romano, que no luchaba si no era necesario, y que cuando acudía a la lucha, solo lo hacía bajo el emblema de la guerra justa (bellum iustum). Y así, sobre esas notas de belicosidad y bandidaje, Estrabón conforma el modelo de vida social en que vivían los antiguos habitantes de Iberia, que él describe organizados en grupos tribales bajo la autoridad de un jefe, en muchos casos un militar, de lo que se deduce que el ascenso o mejora de estatus social solo podía lograrse mediante la guerra.

A modo de ejemplo, Estrabón relata un suceso (III, 3, 7) en el que unos montañeses «sacrifican a Ares [aquí se produce una transculturación en el nombre de la divinidad, que se acoge a la cultura grecolatina] un chivo, cautivos de guerra y caballos». Se comprueba, por tanto, que, además de realizar sacrificios a una entidad trascendente, los íberos practicaban también el sacrificio humano, acto inadmisible y denigrante desde la óptica grecorromana. En este mismo relato (III, 3, 7), el autor apunta que llevan el pelo largo «como mujeres», con el fin de potenciar su aspecto de fiereza ante el enemigo. Además de los sacrificios humanos, en el libro se aprecian otras menciones relacionadas con las supersticiones de estos pueblos, como la que, al referirse a los lusitanos, afirma de ellos que hacen «predicciones con las entrañas de sus cautivos de guerra» (III, 3, 6), lo que demuestra la presencia del término “guerra” como elemento central de los pueblos.

De acuerdo con lo anterior, es posible sostener la idea de que la guerra funcionaba en estos territorios como un eficaz instrumento de articulación social, de ahí que, en muchas ocasiones, uno de sus ritos iniciáticos consistiera en matar a un rival, o que tuviese plena vigencia el combate individual, como cuando Escipión “el Numantino”, actuando como legado de Lúculo, se enfrentó, cuerpo a cuerpo, a un guerrero celtíbero que retaba de continuo a las filas romanas (Apiano, Tratado sobre Iberia, 53). Por tanto, estas sociedades de corte individualista necesitaban, como afirma el propio Estrabón (III, 4, 5), no solo el recurso de la guerra, sino también el enfrentamiento individual, por cuanto esta forma de combate se había institucionalizado como un medio eficaz para resolver los conflictos interpersonales y actuar como articuladora social (Alberro [4], 2004).

En consecuencia, estas “sociedades heroicas” e individualistas ofrecen ciertos parecidos con las que describe Homero, ya que, en ellas, la guerra adquiere unos tintes sociales, rituales y religiosos que configuran la vida y el cosmos de estos individuos. Asimismo, se constata que la guerra era un elemento intrínseco en la configuración de estos pueblos, a pesar de la riqueza de sus tierras, tal como nos señala Estrabón (III, 3,5).

No obstante, es preciso recordar que estos pueblos estaban en posesión de conocimientos de agricultura, ganadería y otros sectores económicos. Y si Estrabón utilizó el término de bandoleros, fue debido principalmente para justificar la expansión romana por estas tierras, como si se tratara de una lucha de la civilización contra la barbarie.

En el despliegue de ideas de Estrabón sobresale la dialéctica aldea-ciudad, en tanto que motivo transversal que, de modo semejante al bandolerismo, se sitúa tanto en el ámbito del discurso como en el de la noticia (García, 2007: 101). De hecho, la mayoría de los pueblos del interior no vivían en ciudades, sino en castra (fuerte, campamento) o komai (aldeas). Estrabón los compara con los pueblos de la costa, que vivían en ciudades gracias al contacto con los antiguos colonizadores griegos y al contacto con el mundo romano. Por lo tanto, los pueblos del interior se presentan como salvajes a ojos de individuos de estirpe grecolatina, puesto que no viven bajo una unidad administrativa como es la ciudad.

  

  

   

   

Roma unifica el Mediterráneo y establece un poder político capaz de modelar una cultura común. El dominio del Mare Nostrum permite la difusión de las ideas y amplia el conocimiento geográfico del mundo antiguo. En torno al s. I a. C., Estrabón culmina los primeros tratados de geografía descriptiva del mundo conocido hasta entonces. En la imagen, el mapa de las "Tierras Conocidas" según este historiador y geógrafo griego.

  

  

No obstante, en el propio testimonio de Estrabón tenemos constancia de ciudades ubicadas en el interior de nuestra Península como, por ejemplo, Segeda o Numancia. Estrabón refiere que estas ciudades fueron habitadas por los “aruacos” (Estrabón III, 4, 23). Una de las principales diferencias que establece Estrabón entre ‘aldea’ y ‘ciudad’ se focaliza en la presencia de murallas (III, 3, 5), que otorgan una identidad propia al poblado y una enorme capacidad de defensa. He aquí la gran divergencia entre las ciudades de la costa y las escasas ciudades del interior: mientras unas opusieron fuerte resistencia al invasor romano, otras se mostraron sumisas.

A partir de estas ciudades se introducen ideas sobre un discurso etnográfico con ribetes claramente propagandísticos, muy propio del imperialismo universalista romano. Tal como afirma Estrabón (III, 3, 5), los romanos pacificaron determinadas poblaciones que no sabían explotar la tierra, por lo que sostiene (III, 2, 15) que los turdetanos «se han asimilado al modo de vida de los romanos y ni siquiera se acuerdan ya de su propia lengua» y que pueden llegar a ser ciudadanos romanos («todos los iberos que han adoptado este modo de ser son llamados togados, y entre estos se cuentan incluso los celtíberos»). Nos cuenta el historiador-geógrafo-etnógrafo griego que Roma fundó ciudades en estos territorios como, por ejemplo, Pax Augusta o Emerita Augusta, a imagen y semejanza de Roma para que estas se asemejaran a su modo de vida.

  

  

Conclusión

  

En este sucinto ensayo se está comprobando cómo a los pueblos del interior, celtas y celtíberos, se les fueron asignando tópicos bárbaros, pues estas tribus practicaban el canibalismo, realizaban sacrificios humanos con sus cautivos de guerra, eran agresivos y belicosos, podían prescindir de dioses y de los atributos de complejidad que singularizan el comportamiento humano, o bien tenían alguna divinidad no asumible al panteón grecolatino (III, 3, 16), consumían alimentos distintos al de los grecolatinos, no trabajaban la tierra y preferían realizar actos vándalos (robos o saqueos) (III, 3, 5), unas tribus presentaban indicios de ginecocracia (III, 4, 18), muchas de ellas tenían una vida pseudonómada, dormían en el suelo (III, 4, 16), otras carecían de cualquier vestigios de civilización (III, 4, 16), por lo general eran crueles en exceso (III, 4,17), etcétera. Todas estas características culturales y de comportamiento las explica Estrabón (III, 1, 2) como consecuencia de la dureza del clima y la inhóspita orografía.

En contraste, a los pueblos costeros o periféricos, en concreto a aquellos que se asientan donde se desarrolló el mítico reino de Tartesos (“Tartéside”, según Estrabón, III 2, 11), se les reconoce unas características más favorables. Tartesos acogió los lugares comunes del típico reino lejano y, en cierta medida, de características utópicas, pues Estrabón se dejaba asombrar tanto por las riquezas que se dice que poseían estos pobladores (hasta el punto de que «utilizaban pesebres y tinajas de plata», III, 2, 14), como por la vida longeva que lograban alcanzar, como es el caso de Argantonio.

En síntesis, en la obra de Estrabón se plasman las ideas de un autor que domina los conocimientos científicos de la época helenística, particularmente los influidos por las escuelas de Alejandría o Pérgamo. Por ello, su obra se alza a nuestros ojos como un testimonio incuestionable de la mayor, más completa y más rica fuente de información con la que contamos en la actualidad para introducirnos, con cierta autoridad y rigor, en el conocimiento de la historia de la antigua Hispania.

Sin embargo, debe tenerse en cuenta que se trata de un griego que escribe sobre pueblos extranjeros (entiéndase, no griegos) y, consiguientemente, de diferente cultura, ya que poblaban tierras allende la ecúmene. Por ello que la obra deba leerse (o ser estudiada) con el tacto y la precaución que recomienda el espíritu crítico. Con todo, hay que admitir que en la obra se integran reflexiones de gran calado que conciernen al tema de la alteridad o imagen de los otros, pues permite formalizar ideas del imaginario grecolatino, ya que Estrabón, a su ascendencia griega, añade su condición de vivir bajo el dominio romano de Augusto.

  

  

   

   

España (Iberia), hace dos mil años, tal como Estrabón la describe. Fijémonos en la forma de piel de toro que da a la Península Ibérica, un rasgo característico que el geógrafo griego destaca y escribe literalmente al comenzar hablando de nuestras tierras, diciendo que es una unidad, que como una isla se separa por los Pirineos y que tiene esta forma de cuero estirado.

  

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NOTAS

     

1 De la vida de Estrabón (en griego, Στράβων, c. 64 o 63 a. C. - c. 23 o 24 d. C.), a excepción de las propias referencias encontradas en sus textos, se conocen muy pocos datos; es más, ni siquiera se sabe su auténtico nombre, pues el término Estrabón, que en griego significa «escuálido», en el Imperio romano era un cognomen latino, es decir, un apellido. De él se sabe que había nacido en Amaseia, en el Reino del Ponto, situado al norte de la península de Anatolia, a orillas del mar Negro (Amasya, en la actual Turquía), en el seno de una familia aristocrática de origen cretense, y que fue geógrafo, historiador y gran viajero. Aprovechando la pax romana instaurada por Augusto, recorrió casi todas las tierras del mundo conocido en su tiempo. Llegó hasta Cerdeña por Occidente y hasta Armenia por oriente, y desde el mar Negro por el norte hasta los límites de Etiopía por el sur. De sus Memorias históricas, un trabajo histórico de 43 libros, que complementaban la historia del también griego Polibio, se conservan únicamente algunos fragmentos. Sin embargo, de su Geografía, fechada en torno al año 29 a. C., cuando da comienzo su periplo, hasta el año 7 d. C.,  se conserva casi toda, y es la obra que lo ha encumbrado en la Historia de la Humanidad. Se compone de 17 volúmenes en los que su autor da una descripción detallada del mundo tal como se conocía en la Antigüedad, y su valor es incalculable,  sobre todo como testimonio, por sus propias y extensas observaciones. El tercero de ellos lo dedica a Iberia, y, aunque de él se han extraviado algunas partes, su contenido ha podido reconstruirse sobre los datos de las fuentes de las que él tomo los suyos, sobre todo de Posidonio, ya que Estrabón nunca estuvo en la península Ibérica. Cuando Estrabón muere, su obra geográfica y todas sus anotaciones estuvieron perdidas hasta que fueron encontradas durante el Imperio Bizantino, con ciertas lagunas, sólo los diecisiete libros de su «Geografía». A partir de sus datos se han trazado mapas que muestran la imagen del mundo de Estrabón y sus contemporáneos. (WP).

  

2 Geografía (en griego: Γεωγραφικά [Geōgraphiká], y en latín: Geographica, término por el que nos decantamos en este trabajo) es una extensa obra del geógrafo e historiador griego Estrabón. Compuesta en su origen por 17 volúmenes, hoy se la considera una enciclopedia que reúne los conocimientos geográficos de una época que va del  s. I a. C. al s. I d. C. y que refleja, en buena medida, la visión que los griegos y los romanos tenían del mundo. Lamentablemente, algunas partes del libro 7 se han extraviado a causa del tiempo, pero el resto ha podido llegar completo hasta nuestros días. Se compone fundamentalmente de informes contemporáneos sobre el mundo romano y de recopilaciones de obras anteriores de origen griego. (WP).

  

3 En el sentido que le da Estrabón, la ‘ecúmene’ (del griego οἰκουμένη, oikouménē, «[tierra] habitada»)​ es el conjunto de tierras permanentemente pobladas que se conocían en tiempos de Grecia y Roma; puede traducirse perfectamente por “Mundo Habitado”. Por consiguiente, se distingue del ‘anecúmene’, término con el que se designaba las tierras deshabitadas o temporalmente ocupadas. (WP).

  

4 Según este autor, Estrabón comete el error metodológico de identificar los pueblos celtas que vivían en Irlanda con los que habitaban en la Península Ibérica y aquellos otros que poblaban la Galia, como si se tratara de una gran identidad social y cultural. (WP).

  

  

  

 

  

ALBERRO, Manuel (2004): «El combate individual en los celtíberos y los pueblos celtas de la antigua Irlanda», en Hant, XXVIII; pp. 237-255.

GARCÍA QUINTELA, Marco V. (2007): «Estrabón y la etnografía de Iberia», en ESTRABÓN: Geografía de Iberia. Alianza Editorial, Madrid; pp. 67-112.

_____ (2007): “Estrabón y los celtas de Iberia”, en ESTRABÓN: Geografía de Iberia. Alianza Editorial, Madrid; pp. 113139.

GÓMEZ ESPELOSÍN, Francisco Javier (2000): El descubrimiento del mundo. Geografía y viajeros en la antigua Grecia. Editorial Akal, Madrid.

 _____ (2007): “Estrabón y su obra”, en ESTRABÓN: Geografía de Iberia. Alianza Editorial, Madrid; pp. 15-43

LÓPEZ FÉREZ, Juan Antonio (2006): «Los celtas en la literatura griega de los siglos VI-I a. C.», en Estudios Griegos e Indoeuropeos, 16; pp. 45-84.

TROTTA, Francesco (1999): «Estrabón, el libro III y la tradición geográfica», en Gonzalo CRUZ ANDREOTTI (coord.): Estrabón e “Iberia”: Nuevas perspectivas de estudio. Universidad de Málaga, Málaga.

  

  

  

  

  

  

  

  
       

Carmen María López López. Graduada en Lengua y Literatura Españolas (con Premio Fin de Carrera) por la Universidad de Murcia. Becaria de Colaboración (2012-2013) en el Departamento de Literatura Española, Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad de Murcia).

Ha cursado un Máster en Literatura Comparada Europea (2013-2014), indagando en la interpretación de mitos, las relaciones entre Cine y Poesía, los Estudios Culturales y Crítica Postcolonial.

Actualmente, se dedica a la investigación y prepara su tesis doctoral sobre narrativa española contemporánea.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 5. Página 15. Año XVIII. II Época. Número 102. Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 W. Daniel Gorosito Pérez. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730.  Rincón de la Victoria (Málaga).