DESDE EL PUNTO de vista
de su interés y trascendencia en
épocas posteriores, no cabe la
menor duda de que Estrabón,
Eratóstenes, Ptolomeo,
Plinio y Mela forman, sin lugar
a dudas, la pléyade de polímatas
de la Antigüedad grecolatina
cuyos conocimientos geográficos
han influido de una manera más
relevante en la posteridad.
Los conocimientos geográficos
contenidos en sus obras,
olvidados durante siglos por el oscurantismo
que dominó la Edad Media,
comenzaron a ser
divulgados a partir de finales
del siglo XV y comienzos del
XVI, dando a conocer no sólo muchísimos detalles
relacionados con las tierras y los pueblos
y su cultura de la época,
sino que fueron también valiosas fuentes de información y orientación para los viajeros y navegantes que,
desde los albores de la Edad Moderna, empezaron a
recorrer, descubrir y documentar nuevos
rutas hacia tierras sólo conocidas de nombre.
Así, por ejemplo, Estrabón
[1]
es autor de una magnífica obra
sobre geografía, la titulada
Rerum Geograficarum o,
simplemente, Geografía,
redactada en la época del
emperador Tiberio; Eratóstenes
de Cirene, del s. III a. C.,
aportó sus anotaciones sobre el
saber geográfico de su tiempo y,
sobre todo, sus cálculos del
diámetro y la circunferencia de
la Tierra; Claudio Ptolomeo
redactó su Cosmografía
(s. II); el cuarto, Plinio el
Viejo, es conocido
principalmente por su
Historia Naturalis (s. I d.
C.), y el último de ellos,
Pomponio Mela, español de
origen, escribió la De
Chorographia o De Situ
Orbis(Sobre los lugares
del mundo), también en el
siglo I d. C. Sin embargo, por
razones estrictamente de
adecuación a este medio, en las
líneas que siguen vamos a
ocuparnos en exclusiva de
exponer y valorar la aportación
de la obra geográfica del
primero.
En efecto; la
Geografía [2]
es una obra extensa en la que
Estrabón
se emplea en un detallado
estudio descriptivo de la
historia, los saberes y las
costumbres de los pueblos que
habitaban la ecúmene [3]
durante un periodo, el que a él
le tocó vivir, la Antigüedad
grecolatina. Habida cuenta la
enorme repercusión que tuvo en
su época (y, desde luego, en las
posteriores), la obra nos ha
llegado de una forma íntegra,
exceptuando el libro VII.
Asimismo, el legado que Estrabón
dejó en esta obra es considerado
el repertorio geográfico más
amplio, detallado y
pormenorizado de toda la
Antigüedad, dada la pérdida
irrecuperable de casi toda la
tradición geográfica anterior,
en la línea de los trabajos de
Eratóstenes y de Artemidoro (Espelosín,
2007: 15). Llegado este punto,
conviene dejar constancia de que
si los estudios tradicionales le
han asignado a Estrabón esta
obra, no se debe a que él dejase
constancia explícita de su
nombre en la misma o algún otro
indicio en ese sentido, sino que
sabemos de su autoría por
referencias tardías, como las de
Ateneo (s. III d. C), Esteban de
Bizancio (s. VI d. C) y
Prisciano de Lidia (s. VI d. C),
por poner algunos ejemplos.
“Geografía ”,
una descripción geo-etnográfica
del mundo antiguo conocido
Estrabón
redacta su relación
desde la doble perspectiva geo-etnográfica,
centrándose, de forma
particular, en los aspectos
humanos, las creencias y los
mitos de estos habitantes en la
estrecha relación que todo ello
guarda con el medio físico que
los albergaba, razón por la su
obra es reconocida el más
importante trabajo sobre lo que
los especialistas llaman
Geografía Descriptiva, un tanto
alejada de esa geografía
“matemática” que realizaban
Eratóstenes o Hiparco. Es así
como nuestro autor va también
mucho más allá de los viejos
periplos (Espelosín, 2007: 16),
en los que se iban desgranando y
haciendo mención sucesivamente a
los nombres de los territorios y
los pueblos que lo habitaban. A
raíz de estas consideraciones,
la obra implica una
configuración mucho más
compleja, puesto que el autor
aborda el estudio de la
geografía antigua sobre la base
de distintas ramas del saber, al
modo de una enciclopedia. De
manera concreta, Espelosín
(2007: 41) sostiene que el libro
III es más que una obra de
geografía peninsular, puesto que
se eleva a la categoría de obra
sistematizada e histórica de la
geo-etnografía ibérica.
A este historiador, geógrafo
y etnógrafo griego se le
atribuye también otra gran
obra: Memorias Históricas.
Esta obra se considera una
continuación de la titánica obra
emprendida por Polibio de
Megalópolis, obra que escribiría
bajo la justificación de que
este historiador griego no había
podido completar la historia de
cómo Roma se convirtió en dueña
del mundo conocido, labor que
Estrabón, por su situación,
ahora sí podía finalizar. Por
infortunio, y al contrario de lo
que sucede con Geografía,
de esta obra apenas nos han
llegado unos pocos fragmentos
que revisten poco interés, por
lo que no permiten apreciar y
valorar el contenido de esta
magna obra.
El
“Libro
III”
de “Geografía”, una geografía
descriptiva de la Península
Ibérica
Si nos centramos de nuevo en
Geografía, el libro III
sienta sus bases en torno al
estudio de la Península a la
que los griegos llaman Iberia (Iberiké)
y que, a la postre, los romanos
denominarían Hispania. A la hora
de elaborar este manuscrito, el
oriundo de Amasia tuvo que
recurrir a fuentes anteriores,
incluyendo las romanas (Trotta,
1999: 83), muchas de las cuales
se citan de manera directa o
indirecta en esta obra.
Nuestro autor debió realizar
esta labor de manera
obligada, pues, al no haber
visitado jamás la Península
Ibérica, tuvo que recurrir a
fuentes, al contrario de lo que
hiciera Polibio, que recorrió
Hispania cuando Publio Cornelio
Escipión “El Numantino” acudió a
sofocar uno de los últimos
grandes focos de rebelión
indígena, Numancia, contra el
universalismo romano.
Sea como fuere, lo cierto es que
los grandes investigadores de
este ámbito, entre los que
destacan Munz y Morr (Espelosín,
2007: 35), sostienen que la
única fuente que utilizó
Estrabón para su libro III fue
Posidonio, el cual, a su vez,
citaría en su obra a otros
autores anteriores como el ya
mencionado Polibio u otras
personalidades como Artemidoro o
Asclepíades de Mirlea. Sin
embargo, esto no nos puede
alejar del gran trabajo que
realizó Estrabón, pues él no era
un simple compilador de noticias
sobre obras anteriores, sino
que, además de recabar toda la
información de carácter
geográfico y etnográfico, siguió
una metodología científica que
estaba basada no solo en la
observación, sino también en el
análisis crítico de los
documentos y fuentes de
información obtenidas.
Y, también, un estudio
geográfico y etnográfico
De este modo, el libro III
sobresale por un discurso
etnográfico que viene a
complementar la descripción
geográfica. No obstante, no se
trata de un recurso secundario,
puesto que la barbarie de los
pobladores de la Península
Ibérica, así como su clima, son
el correlato de la distancia
geográfica de la común empresa
que llevaban a cabo los griegos
y los romanos en la cuenca de
Mar Mediterráneo. Sin embargo, a
mi juicio, para entender bien el
discurso etnográfico (con rasgos
de alteridad) que presenta
Estrabón, sería lícito tener muy
en cuenta una idea que está
presente en la obra de Heródoto
y, en mayor o menor medida, en
los distintos autores que tratan
la geografía o la etnografía en
la Antigüedad. Esta idea es
definida por ciertos autores
como “un sistema de círculos
concéntricos”, donde la cultura,
el paradigma de civilización, se
ubicaría en Grecia y, ahora
también, en Roma. Sin embargo, a
medida que nos alejamos de estos
focos, van emergiendo ante los
ojos del estudioso una serie de
pueblos con rasgos más o menos
“barbarizados” y utópicos, pues
los límites se van difuminando y
las fronteras se tornan más
borrosas, lo que deviene en que
los rasgos más puramente
civilizados o humanos vayan
desapareciendo a medida que nos
alejamos de los círculos
concéntricos de la
“civilización” y nos aproximamos
a los de la “barbarie”.
Iberia, una tierra lejana del
mundo conocido
Continuando con esta idea,
Iberia fue observada como una
tierra lejana, la más alejada
por el Occidente, una tierra
donde Hércules vino a luchar
contra un rey de tres cabezas
que poseía un gran rebaño y
donde plantó sus famosas
columnas, que permanecieron en
el imaginario colectivo clásico
como el punto más alejado de
Occidente. De este modo se
observa cómo Iberia adquirió las
características típicas de un
territorio situado en los
confines del mundo conocido, más
allá de la ecúmene.
Dadas esas condiciones
geográficas, es posible explicar
por qué esta tierra era un lugar
propicio para que sucedieran
episodios mitológicos y
legendarios como los descritos,
puesto que se trataba de un
territorio habitado por pueblos
ajenos a los griegos más
civilizados. Luego, gracias a la
conquista romana de la
Península, lo difuso se fue
concretando de forma parecida a
cuando Alejandro Magno conquistó
Egipto o llegó a la India, si
bien estas tierras siguieron
manteniendo ese aura de
misticismo y de alteridad frente
a sus pobladores. Con todo, como
recoge Estrabón (III, 4, 19), el
conocimiento que aportaron los
romanos en este campo respecto
al griego apenas modificó los
elementos sustanciales, si bien
lo inserta dentro del aparato
propagandístico y de la
tendencia al universalismo
romano, en tanto que siente el
“debe” de presentar este
fenómeno histórico como un
suceso de grandes concomitancias
con la pax augustea
(Trotta, 1999: 88).
Los
17 libros de
la «Geografía» de Estrabón
constituyen el más vasto y apreciado estudio
geográfico que la Antigüedad griega nos ha
dejado. Obra de proporciones gigantescas,
según la define el mismo autor, se
desarrolla de acuerdo con la trama esencial
de un grandioso periplo mediterráneo,
llevado a cabo a lo largo de todas las
costas del "Mare Nostrum" e iniciado
en el litoral ibérico de las
Columnas de Hércules.
Etnografía de la Península
Ibérica
Ahondando en el contenido y la
significación del libro,
Estrabón (III, 5) lleva a cabo
una descripción de las islas de
la Península, ya que, de acuerdo
con los tópicos ya presentes en
toda la literatura griega, la
isla se constituye, dentro de la
mentalidad griega, en el
escenario idóneo para albergar
todo tipo de maravillas. En
efecto, la isla, por motivo de
su natural aislamiento, es el
escenario más apropiado para
albergar una sociedad ideal o al
que relegar seres semidivinos o
de carácter extraordinario y
monstruoso (Espelosín, 2000:
75). De esta forma, el autor
griego ubica en una de estas
tierras a un pueblo nómada y que
posee una proverbial riqueza
minera propia de los pueblos de
la Edad de Oro de Hesíodo
(Estrabón III, 5, 11).
Una de las principales
características que aplica
Estrabón a los pueblos
peninsulares es su bandidaje y
su belicosidad («Los íberos
eran, por decirlo así, todos
peltastas y de armamento ligero
debido a su vida de bandidaje,
como dijimos de los lusitanos, y
usaban venablo, honda y puñal»,
Estrabón III, 3, 15). Este
concepto contrasta notablemente
con la actitud del pueblo
romano, que no luchaba si no era
necesario, y que cuando acudía a
la lucha, solo lo hacía bajo el
emblema de la guerra justa
(bellum iustum). Y así,
sobre esas notas de belicosidad
y bandidaje, Estrabón conforma
el modelo de vida social en que
vivían los antiguos habitantes
de Iberia, que él describe
organizados en grupos tribales
bajo la autoridad de un jefe, en
muchos casos un militar, de lo
que se deduce que el ascenso o
mejora de estatus social solo
podía lograrse mediante la
guerra.
A modo de ejemplo, Estrabón
relata un suceso (III, 3, 7) en
el que unos montañeses
«sacrifican a Ares [aquí se
produce una transculturación en
el nombre de la divinidad, que
se acoge a la cultura
grecolatina] un chivo, cautivos
de guerra y caballos». Se
comprueba, por tanto, que,
además de realizar sacrificios a
una entidad trascendente, los
íberos practicaban también el
sacrificio humano, acto
inadmisible y denigrante desde
la óptica grecorromana. En este
mismo relato (III, 3, 7), el
autor apunta que llevan el pelo
largo «como mujeres», con el fin
de potenciar su aspecto de
fiereza ante el enemigo. Además
de los sacrificios humanos, en
el libro se aprecian otras
menciones relacionadas con las
supersticiones de estos pueblos,
como la que, al referirse a los
lusitanos, afirma de ellos que
hacen «predicciones con las
entrañas de sus cautivos de
guerra» (III, 3, 6), lo que
demuestra la presencia del
término “guerra” como elemento
central de los pueblos.
De acuerdo con lo anterior, es
posible sostener la idea de que
la guerra funcionaba en estos
territorios como un eficaz
instrumento de articulación
social, de ahí que, en muchas
ocasiones, uno de sus ritos
iniciáticos consistiera en matar
a un rival, o que tuviese plena
vigencia el combate individual,
como cuando Escipión “el
Numantino”, actuando como legado
de Lúculo, se enfrentó, cuerpo a
cuerpo, a un guerrero celtíbero
que retaba de continuo a las
filas romanas (Apiano,
Tratado sobre Iberia, 53).
Por tanto, estas sociedades de
corte individualista
necesitaban, como afirma el
propio Estrabón (III, 4, 5), no
solo el recurso de la guerra,
sino también el enfrentamiento
individual, por cuanto esta
forma de combate se había
institucionalizado como un medio
eficaz para resolver los
conflictos interpersonales y
actuar como articuladora social
(Alberro [4], 2004).
En consecuencia, estas
“sociedades heroicas” e
individualistas ofrecen ciertos
parecidos con las que describe
Homero, ya que, en ellas, la
guerra adquiere unos tintes
sociales, rituales y religiosos
que configuran la vida y el
cosmos de estos individuos.
Asimismo, se constata que la
guerra era un elemento
intrínseco en la configuración
de estos pueblos, a pesar de la
riqueza de sus tierras, tal como
nos señala Estrabón (III, 3,5).
No obstante, es preciso recordar
que estos pueblos estaban en
posesión de conocimientos de
agricultura, ganadería y otros
sectores económicos. Y si
Estrabón utilizó el término de
bandoleros, fue debido
principalmente para justificar
la expansión romana por estas
tierras, como si se tratara de
una lucha de la civilización
contra la barbarie.
En el despliegue de ideas de
Estrabón sobresale la dialéctica
aldea-ciudad, en tanto
que motivo transversal que, de
modo semejante al
bandolerismo, se sitúa tanto
en el ámbito del discurso como
en el de la noticia (García,
2007: 101). De hecho, la mayoría
de los pueblos del interior no
vivían en ciudades, sino en
castra (fuerte, campamento)
o komai (aldeas).
Estrabón los compara con los
pueblos de la costa, que vivían
en ciudades gracias al contacto
con los antiguos colonizadores
griegos y al contacto con el
mundo romano. Por lo tanto, los
pueblos del interior se
presentan como salvajes a ojos
de individuos de estirpe
grecolatina, puesto que no viven
bajo una unidad administrativa
como es la ciudad.
Roma unifica el
Mediterráneo y establece un poder político
capaz de modelar una cultura común. El
dominio del Mare Nostrum permite la difusión
de las ideas y amplia el conocimiento
geográfico del mundo antiguo. En torno al s.
I a. C., Estrabón
culmina los primeros
tratados de geografía descriptiva del
mundo
conocido hasta entonces. En la imagen, el
mapa de las "Tierras Conocidas" según este
historiador y geógrafo griego.
No obstante, en el propio
testimonio de Estrabón tenemos
constancia de ciudades ubicadas
en el interior de nuestra
Península como, por ejemplo,
Segeda o Numancia. Estrabón
refiere que estas ciudades
fueron habitadas por los
“aruacos” (Estrabón III, 4, 23).
Una de las principales
diferencias que establece
Estrabón entre ‘aldea’ y
‘ciudad’ se focaliza en la
presencia de murallas (III, 3,
5), que otorgan una identidad
propia al poblado y una enorme
capacidad de defensa. He aquí la
gran divergencia entre las
ciudades de la costa y las
escasas ciudades del interior:
mientras unas opusieron fuerte
resistencia al invasor romano,
otras se mostraron sumisas.
A partir de estas ciudades se
introducen ideas sobre un
discurso etnográfico con ribetes
claramente propagandísticos, muy
propio del imperialismo
universalista romano. Tal como
afirma Estrabón (III, 3, 5), los
romanos pacificaron determinadas
poblaciones que no sabían
explotar la tierra, por lo que
sostiene (III, 2, 15) que los
turdetanos «se han asimilado al
modo de vida de los romanos y ni
siquiera se acuerdan ya de su
propia lengua» y que pueden
llegar a ser ciudadanos romanos
(«todos los iberos que han
adoptado este modo de ser son
llamados togados, y entre
estos se cuentan incluso los
celtíberos»). Nos cuenta el
historiador-geógrafo-etnógrafo
griego que Roma fundó ciudades
en estos territorios como, por
ejemplo, Pax Augusta o
Emerita Augusta, a imagen y
semejanza de Roma para que estas
se asemejaran a su modo de vida.
Conclusión
En este sucinto ensayo se está
comprobando cómo a los pueblos
del interior, celtas y
celtíberos, se les fueron
asignando tópicos bárbaros, pues
estas tribus practicaban el
canibalismo, realizaban
sacrificios humanos con sus
cautivos de guerra, eran
agresivos y belicosos, podían
prescindir de dioses y de los
atributos de complejidad que
singularizan el comportamiento
humano, o bien tenían alguna
divinidad no asumible al panteón
grecolatino (III, 3, 16),
consumían alimentos distintos al
de los grecolatinos, no
trabajaban la tierra y preferían
realizar actos vándalos (robos o
saqueos) (III, 3, 5), unas
tribus presentaban indicios de
ginecocracia (III, 4, 18),
muchas de ellas tenían una vida
pseudonómada, dormían en el
suelo (III, 4, 16), otras
carecían de cualquier vestigios
de civilización (III, 4, 16),
por lo general eran crueles en
exceso (III, 4,17), etcétera.
Todas estas características
culturales y de comportamiento
las explica Estrabón (III, 1, 2)
como consecuencia de la dureza
del clima y la inhóspita
orografía.
En contraste, a los pueblos
costeros o periféricos, en
concreto a aquellos que se
asientan donde se desarrolló el
mítico reino de Tartesos (“Tartéside”,
según Estrabón, III 2, 11), se
les reconoce unas
características más favorables.
Tartesos acogió los lugares
comunes del típico reino lejano
y, en cierta medida, de
características utópicas, pues
Estrabón se dejaba asombrar
tanto por las riquezas que se
dice que poseían estos
pobladores (hasta el punto de
que «utilizaban pesebres y
tinajas de plata», III, 2, 14),
como por la vida longeva que
lograban alcanzar, como es el
caso de Argantonio.
En síntesis, en la obra de
Estrabón se plasman las ideas de
un autor que domina los
conocimientos científicos de la
época helenística,
particularmente los influidos
por las escuelas de Alejandría o
Pérgamo. Por ello, su obra se
alza a nuestros ojos como un
testimonio incuestionable de la
mayor, más completa y más rica
fuente de información con la que
contamos en la actualidad para
introducirnos, con cierta
autoridad y rigor, en el
conocimiento de la historia de
la antigua Hispania.
Sin embargo, debe tenerse en
cuenta que se trata de un griego
que escribe sobre pueblos
extranjeros (entiéndase, no
griegos) y, consiguientemente,
de diferente cultura, ya que
poblaban tierras allende la
ecúmene. Por ello que la obra
deba leerse (o ser estudiada)
con el tacto y la precaución que
recomienda el espíritu crítico.
Con todo, hay que admitir que en
la obra se integran reflexiones
de gran calado que conciernen al
tema de la alteridad o imagen de
los otros, pues permite
formalizar ideas del imaginario
grecolatino, ya que Estrabón, a
su ascendencia griega, añade su
condición de vivir bajo el
dominio romano de Augusto.
España (Iberia), hace dos
mil años, tal como Estrabón la describe.
Fijémonos en la forma de piel de toro
que da a la Península Ibérica, un
rasgo
característico que el geógrafo griego
destaca y escribe literalmente al comenzar
hablando de nuestras tierras, diciendo que
es una unidad, que como una isla se separa
por los Pirineos y que tiene esta forma de
cuero estirado.
__________
NOTAS
1 De la vida de Estrabón (en
griego, Στράβων, c. 64 o 63 a.
C. - c. 23 o 24 d. C.), a
excepción de las propias
referencias encontradas en sus
textos, se conocen muy pocos
datos; es más, ni siquiera se
sabe su auténtico nombre,
pues el término
“Estrabón”,
que en griego
significa «escuálido», en el
Imperio romano era un cognomen
latino, es decir, un apellido.
De él se sabe que había nacido en
Amaseia, en el Reino del Ponto,
situado
al norte de la península de
Anatolia, a orillas del mar
Negro (Amasya, en la actual
Turquía),
en el seno de una familia
aristocrática de origen
cretense, y que fue geógrafo,
historiador y gran
viajero. Aprovechando la pax
romana instaurada por
Augusto, recorrió casi todas las
tierras del mundo conocido en su
tiempo. Llegó hasta Cerdeña por
Occidente y hasta Armenia por
oriente, y desde el mar Negro
por el norte hasta los límites
de Etiopía por el sur. De sus
Memorias históricas, un
trabajo histórico de 43 libros,
que complementaban la historia
del también griego Polibio, se
conservan únicamente algunos
fragmentos. Sin embargo, de su
Geografía, fechada en
torno al año 29 a. C., cuando da
comienzo su periplo, hasta el
año 7 d. C., se conserva casi
toda, y es la obra que lo ha
encumbrado en la Historia de la
Humanidad. Se compone de 17
volúmenes en los que su autor da
una descripción detallada del
mundo tal como se conocía en la
Antigüedad, y su valor es
incalculable, sobre todo como
testimonio, por sus propias y
extensas observaciones. El
tercero de ellos lo dedica a
Iberia, y, aunque de él se han
extraviado algunas partes, su
contenido ha podido
reconstruirse sobre los datos de
las fuentes de las que él tomo
los suyos, sobre todo de
Posidonio, ya que Estrabón nunca
estuvo en la península Ibérica. Cuando Estrabón muere, su obra geográfica y todas sus anotaciones estuvieron perdidas hasta que fueron encontradas
durante el Imperio Bizantino, con ciertas lagunas, sólo los diecisiete libros de su «Geografía».
A partir de sus datos se han
trazado mapas que muestran la
imagen del mundo de Estrabón y
sus contemporáneos. (WP).
2Geografía (en griego:Γεωγραφικά [Geōgraphiká],
y en latín:
Geographica,
término por el que nos
decantamos en este trabajo)
es una extensa obra del geógrafo
e historiador griego
Estrabón.
Compuesta en su origen por 17
volúmenes, hoy se la considera
una enciclopedia que reúne los
conocimientos geográficos de
una
época que va del s. I a. C. al
s. I d. C. y que
refleja, en buena medida, la
visión que los griegos y los
romanos tenían del mundo.
Lamentablemente,
algunas partes del libro 7 se
han extraviado a causa del
tiempo, pero el resto ha podido
llegar completo hasta nuestros
días. Se compone
fundamentalmente de informes
contemporáneos sobre el mundo
romano y de recopilaciones de
obras anteriores de origen
griego. (WP).
3 En el sentido que le da Estrabón, la ‘ecúmene’ (del
griego οἰκουμένη,
oikouménē, «[tierra] habitada»)
es el conjunto de tierras
permanentemente pobladas que se
conocían en tiempos de Grecia y
Roma; puede traducirse
perfectamente por
“Mundo Habitado”.
Por consiguiente, se distingue del ‘anecúmene’,
término con el que se designaba
las tierras deshabitadas o
temporalmente ocupadas. (WP).
4 Según este autor, Estrabón
comete el error metodológico de
identificar los pueblos celtas
que vivían en Irlanda con los
que habitaban en la Península
Ibérica y aquellos otros que
poblaban la Galia, como si se
tratara de una gran identidad
social y cultural. (WP).
ALBERRO, Manuel (2004): «El
combate individual en los
celtíberos y los pueblos celtas
de la antigua Irlanda», en
Hant, XXVIII; pp. 237-255.
GARCÍA QUINTELA, Marco V.
(2007): «Estrabón y la
etnografía de Iberia», en
ESTRABÓN: Geografía de Iberia.
Alianza Editorial, Madrid; pp. 67-112.
_____ (2007): “Estrabón y los
celtas de Iberia”, en ESTRABÓN:
Geografía de Iberia. Alianza
Editorial, Madrid; pp. 113139.
GÓMEZ ESPELOSÍN, Francisco
Javier (2000): El
descubrimiento del mundo.
Geografía y viajeros en la
antigua Grecia. Editorial Akal,
Madrid.
_____ (2007): “Estrabón y su
obra”, en ESTRABÓN: Geografía
de Iberia. Alianza Editorial,
Madrid; pp. 15-43
LÓPEZ FÉREZ, Juan Antonio
(2006): «Los celtas en la
literatura griega de los siglos
VI-I a. C.», en Estudios
Griegos e Indoeuropeos, 16;
pp. 45-84.
TROTTA, Francesco (1999): «Estrabón,
el libro III y la tradición
geográfica», en Gonzalo CRUZ
ANDREOTTI (coord.): Estrabón e
“Iberia”: Nuevas perspectivas de
estudio. Universidad de Málaga,
Málaga.
Carmen María López López.
Graduada en Lengua y
Literatura Españolas (con
Premio Fin de Carrera) por
la Universidad de Murcia.
Becaria de Colaboración
(2012-2013) en el
Departamento de Literatura
Española, Teoría de la
Literatura y Literatura
Comparada (Universidad de
Murcia).
Ha cursado un Máster en
Literatura Comparada Europea
(2013-2014), indagando en la
interpretación de mitos, las
relaciones entre Cine y
Poesía, los Estudios
Culturales y Crítica
Postcolonial.
Actualmente, se dedica a la
investigación y prepara su
tesis doctoral sobre
narrativa española
contemporánea.