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EL EDIFICIO QUE da cobijo al actual
Instituto de Enseñanza Secundaria
Vicente Espinel de Málaga es quizás uno
de los monumentos más desconocidos de la
ciudad. Cada año, los más de sus alumnos
que salen de él con su flamante título
de ESO o de Bachillerato, después de
haber recorrido sus pasillos miles de
veces, pisado sus patios otras tantas y
ocupado sus diferentes estancias,
tornadas hoy en clases, un número de
sesiones ya olvidado, lo hacen sin
haberse interesado, tan solo una vez,
por la historia de esa casa grande que
ha sido para ellos la fuente de su
formación espiritual durante un buen
periodo de tiempo. Por lo general, ni
siquiera la curiosidad más elemental ha
logrado motivar lo más mínimo por
apercibirse de los moradores que
pudieron haberla habitado alguna vez o
conocer algún indicio de los diferentes
destinos que los años le han ido dando.
Lamentable, pero es así.
Este centro de enseñanza es más conocido
entre los malagueños por el «Instituto
de Gaona», nombre que le ha sido dado,
con el paso del tiempo, por la calle en
que se halla emplazado, la cual hace
alusión al apellido que pudo ostentar,
entre los siglos XVI y XVII, un
personaje malagueño del que no se tienen
más noticias que la posible vinculación
del mismo a los terrenos que ocupa la
edificación en su totalidad. Fuese por
consejo de algún experto o por alguna
razón acomodaticia, es en esta calle
donde un adinerado comerciante de
ascendencia italiana llamado Baltasar
Guerrero decide, hacia 1706, la
construcción de una casa-palacio como
mansión residencial.
La dedicación de este palacete a centro
de enseñanza tiene su origen en la
aplicación de un decreto derivado de la
Ley de Desamortización eclesiástica
promulgado en 1836 por el ministro
liberal Juan Álvarez Mendizábal. Diez
años después de su aplicación, el
edificio era inaugurado en 1846 como
Instituto Provincial de Segunda
Enseñanza, y durante tiempo, hasta 1928,
año en que se construyó el Instituto
Elemental Pedro Espinosa de Antequera,
fue el único espacio de la provincia de
Málaga dedicado a las enseñanzas medias,
y hasta 1961, el único Instituto en
nuestra ciudad.
A sus espaldas, pues, tiene toda una
trayectoria rica en experiencias
didácticas que han contribuido a educar
a las decenas de generaciones de
malagueños que han ido pasando por sus
aulas. Puede decirse que es una de
nuestras pocas instituciones públicas
que mantiene, como al principio, su
apuesta cultural por una educación
pública con casi 160 años de
experiencia. El «Instituto de Gaona» es,
por consiguiente, un emblema cultural,
un ejemplo de progreso y una clara
referencia de nuestra capital. |
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La calle Gaona y la fachada del
Instituto al que ha prestado su
nombre. La fotografía data de comienzos
del s. XX. |
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Baltasar Guerrero y su casa-palacio de calle Gaona
Sea quien fuere el individuo que respondiese a tal
apellido, lo cierto es que «Gaona» ya daba nombre a
la calle en que Baltasar Guerrero y Chavarino
(1660-1709), un culto y rico comerciante de
ascendencia italiana, inicia la construcción de una
casa-palacio de estilo italiano renacentista,
estructurada en torno a un patio con fuente y
abierta a un amplio jardín, todo ello con vistas a
la ciudad y suficientemente alejado del ambiente
portuario. La edificación se inicia en 1706,
derruyendo, remodelando y ampliando los cimientos de
unas casas anteriores, y termina hacia 1709.
Los ascendientes inmediatos de Baltasar Guerrero hay
que buscarlos en una familia de origen italiano que
se había instalado en Málaga en torno a la primera
mitad del siglo XVII, de la que el primer nombre
conocido es Antonio María Guerrero y Parodi
(1626-1698), oriundo de la República de Génova,
estrechamente vinculado a actividades bancarias y
comerciales, que estuvo casado con Clara Josefa
Chavarino (1636-1666), hija de una malagueña, aunque
de padre natural también de Génova.
Es muy probable que Baltasar
Guerrero encargase la construcción al arquitecto
vasco Felipe de Unzurrúnzaga, cuyas artes él conocía
ya por haber realizado trabajos para su hermano José
Francisco Guerrero y Chavarino, I conde de
Buenavista de la
Victoria (1660-1699),
en las que fueron sus
casas principales próximas a la Alcazaba, en la
reconstrucción del Santuario de Santa María de la
Victoria y en su finca-jardín de “Santo Tomás del
Monte” de Churriana. Se tiene constancia de que
Baltasar habitó en esta residencia hasta su muerte,
acaecida en 1709.
Conviene tener presente que, mucho antes de la
llegada de esta familia a Málaga, en plena Edad
Media existía ya en esta ciudad una nutrida colonia
de comerciantes genoveses cuyos orígenes se remontan
a unos acuerdos comerciales entre esa república
italiana y esta localidad árabe, una de las plazas
más importantes del reino nazarí de Granada. Con el
paso del tiempo, y unas transacciones mercantiles en
fase de expansión, Málaga llegó a convertirse en un
enclave comercial de gran importancia en esta zona
del Mediterráneo, lo que puede explicar la afluencia
de gran número de comerciantes de la república
genovesa y de otros países a una medina musulmana. |
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Patio abierto al jardín con una fuente central y dos terrazas laterales de la casa-palacio de Baltasar Guerrero. |
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Antonio Tomás Guerrero, II conde de Buenavista de la
Victoria
Antonio Tomás Guerrero Coronado y Zapata nace en
Málaga el 18 de septiembre de 1678. Siendo todavía
niño, sus padres se trasladan a Madrid, donde recibe
una esmerada educación. El 24 de octubre de 1696
contrajo matrimonio con María Luisa Cadórniga
Pimentel Estrata Sotomayor y Mendoza, marquesa de
Robledo de Chavela e inmediata heredera de dos
grandezas de España, pero la joven esposa fallece
tempranamente el 11 de diciembre de 1699, fatalidad
que trunca la tan ansiada alianza —particularmente
de parte de los titulares del condado de Buenavista
de la Victoria— entre dos de los linajes financieros
y comerciantes de origen genovés ennoblecidos por
los reyes españoles.
Antonio Tomás, ya II conde de Buenavista tras la
muerte de su padre en 1699, y desde su residencia de
Málaga, continúa las tareas emprendidas por este,
que no sólo se limitaban a la cobranza de rentas y a
la comercialización de los productos de sus
propiedades, especialmente vino y aceite, sino que
abarcaban también la provisión de la plaza de Ceuta
y el préstamo de dinero a individuos de la nobleza,
si bien el comercio y los préstamos fueron los
pilares en que se fundamentó el linaje de los
Guerrero y la base que va a hacer posible los
títulos nobiliarios de algunos miembros de la
familia, el subsiguiente acceso a la Corte y el
establecimiento de vínculos matrimoniales con la
nobleza de abolengo, todo lo cual va a servir para
alcanzar las más altas cotas de la escala social
española.
Viudo de María Luisa, el II Conde de Buenavista
contrae nuevo matrimonio con Beatriz de Cárdenas
Aguilar y Marmolejo, que fallece el 20 de octubre de
1714. Durante el tiempo en que el matrimonio estuvo
unido, Beatriz dio a luz una hija, Antonia Luisa,
que falleció siendo aún muy niña. Fruto de una
relación extramatrimonial, Antonio Tomás tuvo un
hijo natural al que llamó Antonio, le dio el
apellido familiar de Guerrero y ayudó a conseguir
el presbiteriado; sin embargo, su condición de hijo
espurio le privó de todo derecho sucesorio al
condado.
En cuanto a los otros miembros más allegados de la
familia, cabe decir que su hermano Luis Carlos
fallece en Manzanares en 1706, cuando iba de camino
a Madrid, y la madre, Antonia Coronado y Zapata,
muere en Madrid en octubre de 1715; su hermana María
Ana Marta Rita había contraído matrimonio, en 1710,
con Juan Domingo Antonio de Echeverri y Gorozpe, V
conde de Villalcázar de Sirga, y la hermana menor,
Isabel, que permanecía soltera, persuadida por su
hermano al fallecimiento de la madre, se traslada a
Málaga en noviembre de 1716 para ingresar en la
Abadía de Santa Ana de Recoletas Bernardas del
Císter, donde profesó al año siguiente.
En estas circunstancias familiares, y sin sucesión
directa que le obligara a testar de otra forma,
Antonio Tomás otorga, en 1739, las escrituras de
donación de la casa solariega y de una capilla
oratorio y demás estancias anejas a favor de la
Congregación del Oratorio de San Felipe Neri. Se
hacía constar que el conjunto anejo a la capilla
estaba compuesto por una capilla superior y otra
subterránea, una sacristía, numerosas
ornamentaciones, esculturas, pinturas, una vivienda
situada junto a la capilla y varias casas situadas
en calles aledañas para el sostenimiento de la
Congregación. Se dejaba constancia asimismo del
derecho al uso de la capilla subterránea por la
Santa Escuela de Cristo, institución religiosa
vinculada a la Congregación y formada por sacerdotes
seculares y personas seglares, con la finalidad de
practicar la oración y obras de misericordia, bien
entendido que esta formaba parte de la propiedad
legada a la Orden Filipense.
En sus últimos años de vida, el conde gustaba de
pasar largas temporadas en la casa de los
filipenses, y, según parece, llegó incluso a
plantearse la posibilidad de irse a vivir con ellos
y profesar los votos, cosa que nunca llevaría a
efecto. El que había ostentado el título de II Conde
de Buenavista de la Victoria fallece el 7 de enero
de 1745, en una habitación de una sus mansiones
cercanas a la Alcazaba. Contaba 66 años de edad. Por
orden testamentaria expresa, su cuerpo fue sepultado
en el panteón de su patronato del Santuario de
Nuestra Señora de la Victoria. |
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Fachada actual de la iglesia de la Santa Cruz y San Felipe Neri. |
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La capilla de la
Congregación del Oratorio de San Felipe Neri
Al morir sin descendencia directa Baltasar Guerrero
en 1709, el palacete que este adinerado comerciante
se había construido en la calle Gaona pasa a formar
parte del patrimonio de uno de sus sobrinos, Antonio
Tomás Guerrero Coronado y Zapata, II conde de
Buenavista de la Victoria y destacado miembro de la
nobleza malagueña, en cuyas manos quedaría
determinado el destino mediato del edificio.
Hombre de profundas convicciones religiosas, este
noble amplía primero la construcción primigenia de
aquella mansión con una pequeña y recoleta capilla
de oración y la edificación, en la acera de
enfrente, de tres casas, sobre unos terrenos
colindantes comprados, en 1719, a su primo Pedro de
Ahumada. Como queda dicho en el epígrafe precedente,
de todo este conjunto haría donación luego, en 1739,
a los miembros de la Congregación del Oratorio de
San Felipe Neri y a la institución Santa Escuela de
Cristo, que se habían instalado en nuestra ciudad
por mediación del noble malagueño.
La primera piedra de la que, con el decurso del
tiempo va a ser la iglesia titular de la
Congregación, fue colocada el 3 de marzo de 1720 en
la plaza de los Canteros, entre las calles Gaona,
Parras y Cabello. Diez años más tarde, quedaba
terminada la obra de una capilla de pequeñas
dimensiones dedicada a la oración, núcleo germinal
de uno de los edificios eclesiásticos más
emblemáticos de Málaga.
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La iglesia de la Santa Cruz y San Felipe Neri
La iglesia de la Santa Cruz y San Felipe Neri es el
resultado de las múltiples ampliaciones y las
diversas reformas que se van llevando a cabo, a
partir de esa primera construcción de 1720, sobre la
primigenia capilla mandada edificar por el II Conde
de Buenavista de la Victoria en una de las parcelas
de terreno que había heredado de su tío Baltasar
Guerrero.
En 1730, numerosas fueron las órdenes religiosas que
solicitan ocupar y hacerse cargo de la capilla,
aspiraciones que el conde fue rechazando una tras
otra, hasta que, por fin, toma la decisión de
cedérsela a la Orden del Oratorio de San Felipe
Neri, ya que, según se cuenta, el conde fue instado
a ello por una señal del Cielo en el momento mismo
en que los monjes de esa congregación le pidieron
instalarse en la capilla. Por otra parte, desde el
momento de su construcción, ya obraba en su ánimo
encomendársela a los Filipenses. El documento en que
se hace constar el necesario cumplimiento de tal
decisión fue redactado el 11 de noviembre de 1738
por el cardenal Gaspar de Molina y Oviedo, obispo de
Málaga entre 1734 y 1744, si bien nunca residió en
la ciudad por tener el cargo de Presidente del
Consejo de Castilla en la villa y corte.
Y así, a principios de julio del año siguiente, los
sacerdotes de San Felipe Neri tomaron posesión de la
capilla y sus espacios anejos, al tiempo que la
institución Santa Escuela de Cristo hacía lo propio
con la estancia subterránea, en la consciencia de
que esta era propiedad de los Congregación
Filipense.
Los primeros años que pasaron los oratorianos en
Málaga fueron difíciles. Las necesidades de todo
tipo dejábanse notar en cualquier rincón de aquella
enorme casa. A fin paliar aquel estado de
precariedad, el mismo cardenal Gaspar de Molina
envía, en 1743, desde Baeza al padre filipense
Cristóbal de Rojas y Sandoval, hombre inquieto,
emprendedor y de aguda imaginación, que se convierte
de inmediato en la pieza clave de la Congregación en
Málaga, buscando el acercamiento a los fieles,
gestionando las limosnas y concibiendo un
interesante proyecto educativo para la juventud,
considerando, además, prioritario elevar el nivel
cultural de los sacerdotes seculares. |
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Detalle del retrato del cardenal Gaspar de Molina y Oviedo (1679-1744, obispo de Málaga y presidente del Consejo de Castilla. |
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Al padre Rojas le acompañaron el sacerdote Andrés de
Espinosa, dos hermanos que habían estudiado
Teología, Juan Soriano y Bartolomé Rodríguez, y el
hermano lego Cristóbal Cubero. Cuando esto ocurre,
sólo había en la Congregación malagueña un sacerdote
y tres legos. Puede decirse, pues, que fue a partir
de entonces cuando el Oratorio filipense comienza a
funcionar y a tener presencia activa.
Pasados unos años, y gracias al impulso del padre
Rojas, nombrado a la sazón Prepósito de la
Congregación filipense de Málaga, las dimensiones de
la nueva capilla empezaron a resultar bastante
reducidas por el incremento que experimentan las
diversas actividades que la Congregación lleva a
cabo. Para solventar el problema, el cardenal Molina
determina la ampliación de la misma, cuyos gastos
serían sufragados, en gran medida, por el propio
cardenal y del resto se encargaría el II Conde de
Buenavista de la Victoria, pero la sucesiva muerte
de ambos en 1744 y 1745, respectivamente, frustró
momentáneamente el proyecto.
En tal trance, un decidido padre Rojas parte para
Roma en 1751 y logra del papa Benedicto XIV una bula
que permite a la Congregación impartir estudios
públicos. El problema que se le plantea ahora es una
cuestión de encontrar el espacio adecuado para
llevar a efecto su propósito docente. Así, concibe
la idea de edificar una «Casa de Estudios y
Ejercicios», como extensión de la casa-palacio, y
una «Residencia» para el alojamiento de los
ejercitantes, proyecto que empieza a cobrar vida
gracias a una generosa aportación económica del
nuevo obispo de Málaga Juan Hipólito Álvarez de
Eulate y Santa Cruz.
Sin embargo, las obras han de pararse otra vez a
causa del fallecimiento del obispo durante una
visita pastoral que hace a Coín (Málaga) en 1755 y a
la precaria situación en que se hallaba el
patrimonio de la Congregación en esos momentos. Sin
embargo, gracias a unas gestiones llevada a cabo en
Madrid por el infatigable padre Rojas, pueden
hacerse efectivos cuarenta mil ducados en deuda, que
permiten el reinicio de las obras.
Gracias a su bien hacer en la asistencia y formación
de la sociedad malagueña, justo es decir que la
Congregación del Oratorio de San Felipe Neri fue una
de las más activas e importantes asociaciones
religiosas del siglo XVIII de esta ciudad. Era tan
enorme el prestigio entre la población malagueña que
no admitía correspondencia con el escaso tiempo
transcurrido desde su instalación en Málaga. Esta
influencia entre la masa de la población, se hizo
extensiva a la burguesía y a algunos miembros de la
aristocracia. Los momentos de máximo esplendor de la
Congregación coincidieron con las dos últimas
décadas del siglo XVIII, después de que se acabara
la ampliación de la iglesia. |
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Estatua de San Felipe Neri, en la hornacina que hay sobre el pórtico de la entrada de la iglesia. |
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Orígenes del «Instituto de Gaona»
La construcción del hoy conocido como «Instituto de
Gaona» no fue estructurada tal como la conocemos en
la actualidad. Ya hemos adelantado en epígrafes
precedentes que, entre 1750 y 1752, y con la
finalidad de reestructurar la casa-palacio para
habilitar la Casa de Estudios y Ejercicios y una
casa vivienda que albergara a los eclesiásticos y
laicos ejercitantes, el padre Rojas amplió la
estructura del edificio adquiriendo los inmuebles
adyacentes de calle Gaona, lo cual dio como
resultado el edificio que hoy conocemos, con su
patio de arcos sobre columnas toscanas. Así, la
Congregación de los Filipenses disponía ya, en 1757,
de un conjunto inmobiliario y de unas rentas amplias
y seguras para ejercitar su misión de culto a Dios y
llevar a cabo con eficiencia su labor de recogida,
asistencia, instrucción y educación de niños
desamparados.
Además, el padre Rojas tenía un plan de reforma del
clero secular, que llevaría a efecto en la Casa de
Estudios y Ejercicios, sobre la base fundamental de
estos dos objetivos: por un lado, realizar
«Ejercicios para eclesiásticos» a fin de orientarlos
en el correcto cumplimiento de sus obligaciones y
deberes, y, por otro, «estudiar Teología», para
formar sacerdotes de acuerdo con el espíritu de
modernización que inspiraba su reforma. Aneja a la
Casa de Estudios, la Congregación disponía, en la
segunda planta del edificio, de una residencia
dotada de aposentos amueblados, con capacidad de
albergar a cuarenta ejercitantes (eclesiásticos y
seglares).
En 1800, un brote de fiebre amarilla hace acto de
presencia en diversas regiones de la península
Ibérica, pero sería en 1804 cuando la virulencia de
la epidemia se acusa letalmente en Málaga: entre los
meses de julio y noviembre de ese año, el azote de
la viruela diezmó demográficamente a la ciudad. Fue
tal la morbilidad del brote epidémico que, a finales
de año, la Congregación provincial filipense sólo
disponía de cinco presbíteros supervivientes. Estas
circunstancias, unidas a otras de índole social y
política, como veremos a continuación, marcan el
inicio de una etapa de decadencia, lenta pero
irreversible, para la Congregación y sus proyectos,
que culminará con su desaparición tras la aplicación
de las leyes desamortizadoras de 1836. |
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Fachada actual del «instituto de Gaona». |
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El Instituto Provincial de Segunda Enseñanza
La prosperidad económica que alcanzaron las clases
burguesas de España a lo largo del siglo XVIII había
propiciado que muchas de las familias emergentes
aspiraran a acceder a niveles de enseñanza, hasta
entonces privativos de la nobleza y el clero, que
les permitieran la promoción social, ya que empezaba
a considerarse que cultura y riqueza eran realidades
estrechamente vinculadas. Así fue creciendo la
demanda de unos medios, que la Constitución de 1812
recogió desde una perspectiva liberal, planteando
una política educativa basada en los principios de
igualdad y uniformidad.
Por esta etapa de nuestra historia, una cadena de
acontecimientos que van a aquejar a España desde los
comienzos del siglo XIX hasta su final, como los
desastres de la Guerra de la Independencia contra
los franceses, la pérdida del Imperio de Ultramar y
la sangría pecuniaria que suponía mantener una
guerra contra el aspirante Carlos al trono, había
llevado la Hacienda Pública a tal extremo de
precariedad que la situación económica del país era
insostenible. Esto, unido a la ruina en que se
vieron sumidos muchos nobles tras la emancipación
colonial y a la codicia de muchos otros que no
intuían ya provecho en la Corte y se habían
instalado en las ciudades cabeza de provincia,
motivó que el Gobierno tomase una serie de medidas
tendentes, en principio, a la recuperación
pecuniaria del erario público mediante la
desamortización (es decir, expropiación a favor del
Estado) de las propiedades que el paso del tiempo
había puesto en manos de la Iglesia, decisión que,
por lo menos, propiciaría la aparición, entre otras
cosas, de un gran número de centros educativos no
religiosos.
En 1836, en aplicación de una ley decretada por el
liberal Juan Álvarez Mendizábal, ministro de la
regente María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, la
Congregación Filipense quedaba disuelta, debía
abandonar España en un plazo mediato y los bienes
que tuviese la Congregación, tantos mobiliarios como
inmobiliarios, pasaban a ser subastados públicamente
para solventar, con el importe obtenido, la
precariedad del Estado. De esta manera, el conjunto
de instalaciones religiosas dedicadas a la enseñanza
patrimonio de la Iglesia pasaba a manos estatales o
particulares, que deciden utilizarlo como centros de
enseñanza pública o privada.
Y así, diez años más tarde, en 1846, en las
dependencias de aquel palacete que un adinerado
comerciante de familia de origen genovés había
levantado a comienzos del siglo XVII, comienza a
funcionar el llamado Instituto Provincial de Segunda
Enseñanza. La comunidad de sacerdotes fue sustituida
por un claustro de catedráticos, convirtiéndose en
un centro público que gozó, enseguida, de gran
prestigio por el nivel intelectual de su enseñanza y
la calidad docente de su profesorado, hasta el punto
de ser considerado una especie de «miniuniversidad».
Si el edificio no experimentó cambio significativo
alguno en su estructura, el cambio de propiedad que
supuso la desamortización sí trajo aparejados otros
bien distintos. Así, y hasta bien entrada la segunda
mitad del siglo XX, el Instituto se convirtió en un
centro de educación reservado a las clases más
pudientes, ya que el número de plazas que se
ofertaban fue muy reducido durante algún tiempo,
particularmente durante los primeros años de
funcionamiento. La educación continuaba en manos de
las clases más pudientes. Téngase presente que, por
esa época, sólo había en España diez universidades y
sesenta institutos. Ahora, en la actualidad, el
«Gaona» acoge a medio millar de alumnos de toda
clase y condición, incluidos inmigrantes y niños de
clases desfavorecidas.
A finales del siglo XIX, la situación de España
llega a unos límites verdaderamente lamentables: las
guerras de Marruecos, las tres guerras carlistas, el
persistente debate político entre monarquía o
república, los reveses económicos que se derivan de
los frecuentes cambios de Gobierno, una guerra
hispano-norteamericana sin perspectivas de victoria,
la liquidación de los restos de nuestro Imperio de
Ultramar, los conflictos generados por el movimiento
obrero y sus continuas huelgas, y los numerosos
atentados anarquistas y de otros signo que se
perpetraban con frecuencia habían puesto al país en
una difícil coyuntura económica, social y política.
Un contexto así no dejaba mucho margen a la
preocupación por la educación y la cultura. |
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Patio del «Instituto de Gaona», el mismo patio circundado por arcos sobre columnas toscanas de la antigua mansión del rico comerciante Baltazar Guerrero. |
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«El Gaona» entra en el siglo XX
Alfonso XIII sube al trono el 17 de mayo de 1902,
después de jurar la Constitución de 1876, cesando la
regencia de su madre María Cristina. Durante unos
primeros años de reinado sin cambios en el sistema
político impuesto por la Restauración, pronto se
deja sentir la acusada voluntad de cambio del joven
monarca. Las medidas legislativas de los ministros
de Instrucción Pública Antonio García Alix y Álvaro
Figueroa y Torres (conde de Romanones) propiciaron
una significativa pero breve recuperación en las
instituciones públicas. Fue durante esta etapa
cuando se produce un relevo en la dirección del
Instituto: el fallecimiento de José Cabello a
principios de 1918 permitió que un joven
catedrático, hombre de fuerte personalidad y abierto
a las iniciativas, Luis Muñoz-Cobo Arredondo, se
hiciera cargo del centro, por este tiempo llamado
Instituto General y Técnico.
Los años de Muñoz-Cobo al frente de la dirección
(1918-1931) supusieron para el Instituto una etapa
de recuperación de la antigua notoriedad e
incremento de prestigio en el ámbito de la enseñanza
oficial. Fue uno de los periodos más intensos,
brillantes e interesantes de toda la historia de
este centro oficial malagueño, especialmente durante
la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), periodo
durante el cual el centro adopta la denominación de
Instituto Nacional de Segunda Enseñanza.
La década de 1920 fue extraordinaria para el
Instituto. El equipo formado por los catedráticos
Muñoz-Cobo, Eduardo García Rodeja, Bernardo del Saz
y Berrio, Alfonso Pogonoski y Fernández Ramudo se
esforzó por llevar a cabo una reestructuración de la
docencia sobre la base de las modernas orientaciones
educativas y en perfecta consonancia con una fase
histórica en ebullición y de profundos cambios en
todos los órdenes. El aumento de los estudiantes de
Bachillerato, la extensión de los grupos sociales
que accedían a este nivel educativo y la decidida
incorporación de las mujeres a la educación eran
claros indicadores del fin de un sistema que se
había mantenido estático durante los tres cuartos de
siglo anteriores. Durante estos años, el profesorado
del Instituto siguió nutriéndose del escaso pero
selecto grupo de intelectuales y de licenciados
universitarios existentes en la ciudad. Como
veremos, esta etapa de esplendor cultural y
educativo del Instituto no tendría continuidad.
Tras su victoria en la contienda civil (1936-1939),
el Gobierno de la dictadura de Franco suspende la
coeducación que había implantado la II República e
impone, a partir de 1937, la separación de los
alumnos por sexos, con espacios diferenciados en el
mismo centro, de manera que, aunque seguía
existiendo un solo Instituto, en la práctica
funcionaba como dos, hasta que, al comenzar el curso
1942-1943, la sección del Instituto dedicada a los
alumnos queda desvinculada administrativamente de la
dedicada a las alumnas.
Por razón de ser más numerosos, los chicos ocuparon
las dependencias más amplias del edificio, las
situadas en torno al patio porticado, y tenían su
entrada por la puerta principal, mientras que la
zona más antigua del inmueble, la que hay alrededor
del patio abierto al jardín, quedó reservada para
las chicas, con una matrícula bastante exigua, con
acceso por la puerta de la casa de Baltasar
Guerrero, la más próxima a la iglesia de San Felipe
Neri. |
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Detalle del patio con columnas. |
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Creación del Instituto Nuestra Señora de la Victoria
La segregación entre alumnos y alumnas se consolida
en 1943, al recibir la sección masculina un nuevo
nombre oficial, el de la patrona de la ciudad,
Nuestra Señora de la Victoria, y su inauguración
como Instituto masculino con tal denominación
coincidió con la coronación canónica de la imagen de
la Virgen en febrero de ese mismo año. En 1956, un
claustro de profesores celebrado el 1 de diciembre
acuerda, por unanimidad, dar al Instituto dedicado a
la educación de las alumnas el nombre de «Vicente
Espinel», en honor del poeta y músico del Siglo de
Oro, Vicente Gómez Martínez Espinel, natural de la
malagueñísima localidad de Ronda.
Con respecto al personal docente y a los recursos
didácticos, la dramática situación que acuciaba a
una sociedad en posguerra también se hizo notar en
el ambiente académico del Instituto, con falta de
personal cualificado y escasos medios materiales,
deficiencias que fueron resolviéndose con gran
lentitud.
Sorprendentemente, desde la fecha en que se inauguró
como Instituto en 1846 hasta la entrada de la década
de los cincuenta del siglo pasado, la disposición
arquitectónica del edificio apenas había
experimentado cambios, a pesar de haber recibido
distintos nombres y diferentes destinos, lo cual
extraña aún más si consideramos los casi 250 años
transcurridos del inicio de su edificación como
casa-palacio residencial; de hecho, las variaciones
que pueden observarse en su estructura se reducen
tan solo a pequeños detalles irrelevantes.
El sistema educativo español experimenta un profundo
cambio con la Ley General de Educación de 1970.
Siendo titular del Ministerio de Educación y
Ciencia, José Luis Villar Palasí introduce una nueva
estructura de los estudios primarios y medios,
reconociendo, mediante ley, la educación como un
servicio público fundamental, garantizado por el
Estado y accesible a toda la población mediante una
enseñanza primaria obligatoria y gratuita.
Fallecido Franco en 1975, restaurada la Monarquía en
la figura de Juan Carlos I y aprobada la
Constitución de 1978, el Instituto Nacional de
Bachillerato Vicente Espinel abandona, a partir de
1983, su carácter exclusivamente masculino y
continúa la labor educacional y formativa de los
jóvenes y las jóvenes de hoy en un ambiente de
libertad y cultura que hacen de él un referente en
la historia de Málaga y en la historia de la
educación.
En 1961, la sección del «Instituto de Gaona»
dedicada a la educación de los alumnos, el INB
Nuestra Señora de la Victoria trasladó su sede a un
centro de nueva construcción, en el barrio de
Martiricos. El edificio es obra del arquitecto
Miguel Fisac Serna (1913-2006), con una estética
innovadora, de corte clasicista, que le valió a su
autor el Premio Nacional de Arquitectura. Y la
sección dedicada al alumnado femenino, el I Vicente
Espinel, pasó a ocupar todas las dependencias en
exclusiva.
El «Gaona» y el «Martiricos» han sido reconocidos
por la Consejería de Educación institutos históricos
de Andalucía. |
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Fachada del actual instituto de Enseñanza Secundaria Nuestra Señora de la Victoria, conocido por el «Instituto de Martiricos». (Foto: Antonio Salas / SUR ) |
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«Instituto de Gaona» en la actualidad
Hoy en día, el «Instituto de Gaona» alberga en sus
aulas a medio millar de alumnos y el llamado
«Complejo Filipense» constituye un elemento
destacado de la oferta monumental y cultural de la
ciudad de Málaga por la calidad e interés del arte
barroco que impregna las distintas partes que lo
integran: el patio de la casa de Baltasar Guerrero,
la Casa de Estudios y Ejercicios con sus pinturas
murales, la capilla del Conde, la sacristía de
Martín de Aldehuela o la iglesia de nave elíptica.
Cómo no mencionar también las largas escaleras, los
mosaicos con escenas de «El Quijote», las placas
conmemorativas, las fotos antiguas o el viejo
aguacate que preside el patio, todo ello, sin
exclusión, digno de un museo de historia de la
ciudad.
Después de más de ciento setenta años de dedicación
a la enseñanza, el viejo Instituto de la calle Gaona
sigue fiel a sus principios. Por sus aulas han
pasado miles de niños y adolescentes, y centenares
de profesores se han esforzado en transmitir sus
conocimientos a varias generaciones de malagueños.
Sus muros han visto suceder regímenes políticos,
planes de estudios, etapas de severidad y otras de
relajación de la disciplina y el patio de columnas
ha sido testigo silencioso de solemnes actos… Sin
duda, el padre Cristóbal de Rojas se sonreiría al
ver cómo el patio que él construyó tuvo al final el
uso educativo que tanto deseó.
Y como primer instituto de Málaga que fue, gran
parte de los personajes célebres que Málaga ha dado
a la Historia han pasado por sus aulas. Entre estos,
pueden citarse a José Denis Belgrano (1844-1917),
Blas Infante (1885-1936), Pablo Ruiz Picasso
(1881-1973), Emilio Prados (1899-1962), Manuel
Altolaguirre (1905-1959), José María Hinojosa
(1904-1936), Victoria Kent (1889-1987), José Gálvez
Ginachero (1885-1952) o José Ortega y Gasset
(1883-1955), aunque, sin lugar a dudas, el más
representativo de toda su historia ha sido Severo
Ochoa de Albornoz (1905-1993).
Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología o Medicina
en 1959, estudió en el «Instituto de Gaona» entre
1915-1921. A lo largo de su vida, siempre recordó
con cariño y veneración su paso por las aulas del
centro. En no pocas ocasiones regresó, Ochoa a «su»
Instituto, unas veces para dar una conferencia o
participar en un acto, y otras, de incógnito, sin
avisar, acudiendo a la nostálgica llamada de su
memoria. Una vez más, el prestigioso investigador
volverá a evocar, una vez más, sus años de
estudiante de Bachillerato en la lectura de su
discurso de agradecimiento cuando, en 1987, la
Universidad malagueña le concedió el «Doctorado
Honoris Causa». |
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Severo Ochoa de Albornoz (1905-1993), alumno del «Instituto de Gaona» (entre los años 1915 y 1921) y Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1956. |
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Pero la vida sigue, y el complejo arquitectónico
cuya edificación se inició en 1706 por un potentado
comerciante hijo de un italiano nacido en Génova y
fue luego continuada por los Filipenses luce hoy sus
mejores galas, tras la recuperación de las pinturas
murales y la restauración de la antigua capilla. Y
mañana, como está ocurriendo hace ya más de 175
años, los jóvenes alumnos volverán a las clases, el
caserón se llenará de vida y parecerá que no ha
pasado el tiempo, porque el Instituto sigue ahí. |
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26 de Noviembre de
2008). |
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Alexis Jurado Lavanant
(Málaga, 1978). Diplomado en
Maestro de Educación Física,
Diplomado en Lengua
Extranjera (francés) y
Licenciado en Pedagogía, en
los tres casos por la
Universidad de Málaga.
Licenciado en Ciencias de la
Actividad Física y del
Deporte por la Universidad
de Granada y Máster en
Dirección y Organización de
Instalaciones y Eventos
Deportivos por la
Universidad Politécnica de
Madrid. Doctorado en
Ciencias de la Actividad
Física y el Deporte de la
Universidad de Málaga.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección
5. Página 14. Año XXII. II Época. Número 114.
Enero-Marzo 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023 Alexis
Jurado Lavanant. © Las imágenes se
usan exclusivamente como
ilustraciones y todas ellas han sido
aportadas por el autor del texto.
Cualquier derecho que pudiese
concurrir sobre alguna de ellas pertenece a su(s) creador(es).
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3, Ático G.
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