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EL RÍO AMAZONAS es un extenso
y caudaloso cauce de agua que recorre la
mitad septentrional del continente
suramericano de oeste a este, desde las
cumbres de la cordillera de los Andes en
Perú hasta la costa atlántica de Brasil. Su
longitud se estima en unos 6800 km, que lo
convierte en el río más largo del mundo;
igualmente, es el más caudaloso de todos por
el abundante aporte hídrico que vierten en
él sus numerosos afluentes. Todo esto
justifica que la cuenca del Amazonas sea la
extensión hidrográfica que ocupa mayor
superficie del planeta y viene a explicar su
capacidad de mantener activo ese pulmón del
mundo que supone la selva amazónica. |
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Etimología del término
Esta mitad sur del continente
americano la riegan otros dos ríos, el
Orinoco y el Plata, ríos también caudalosos
y de gran longitud, particularmente este
último. Al decir algo de unos ríos que, por
sus características, ocupan un lugar
prominente en la nomenclatura hidrográfica
de la Tierra, un efecto de curiosidad nos
induce siempre a conocer la procedencia de
sus nombres. Así, por ejemplo, quien, por
trabajo o de turismo, ha venido alguna vez a
Málaga y ha pasado de uno a otro lado la
ciudad cruzando el Guadalmedina por uno de
sus puentes, ¿qué foráneo no se ha planteado
la razón por la que un río europeo recibe
tan exótico nombre? Rara es la persona que
no se ha preguntado por el origen, por el
sentido del término, y esto os lo garantiza
uno que habita en esta ciudad andaluza hace
ya más de 50 años.
Tan sólo una líneas sobre
este río tan cercano a quien esto escribe
para poner de manifiesto al lector que la
palabra que le da nombre, Guadalmedina,
procede del árabe wad’ al-madina, es
decir, «el río de la ciudad». Los
árabes, que ocuparon nuestra península
muchos años, permanecieron en esta zona del
Sur de España casi ocho siglos. Nada tiene,
pues, de extraño que, además de su exquisito
legado artístico que por aquí dejaron en
tantos órdenes de cosas, nos dejasen estas
tierras sembradas de nombres que les eran
propios, muchos de los cuales han ido
desapareciendo, con el paso de los años, por
designar utensilios cuyo uso se ha visto
desplazado por algún aparato o dispositivo
ideado por la modernidad. |
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En lo que respecta al río que da sentido a este
escrito y lo tiene como objeto interés, esa
eterna fuerza de la curiosidad antes
referida y que motiva sobre manera nuestro
impulso por conocer el origen de su nombre o
la razón por que se le ha llamado así. Desde
luego, el término que lo designa no nos es
del todo extraño, tiene connotaciones que
evocan en nosotros un referente del que ya
tenemos noticias de alguna manera; sin
embargo, hay ocasiones en que no nos es dado
enlazar nombre y cosa, al
menos con un sólido vínculo de certeza que
nos complazca plenamente. Cabe, pues,
preguntarnos ¿por qué motivo el río Amazonas
se llama así?
Con respecto al significado del término
‘amazona’, el DRAE nos dice que, en
sentido estricto, se trata de una «mujer de
alguna de las razas guerreras que suponían
los antiguos haber existido en los tiempos
heroicos», y añade que, en sentido figurado,
designa a una «mujer alta y de ánimo
varonil» o a una «mujer que monta a
caballo».
Sin embargo, en relación con
su origen, no existe unanimidad entre los
estudiosos.
Sí tenemos la certeza de que
la lengua española tomó la palabra
directamente del latín amazon, -onis, término
que,
según nos explica Sebastián de Covarrubias
en su Tesoro de la lengua castellana
(1611), procede del antiguo griego
amazón, -azós, que proviene, a su
vez, de
la unión del prefijo a- (privado de,
carente de, sin) al nombre mazos (teta,
pecho, ubre), viniendo a significar el
conjunto
amazos
«mujer sin teta», explicación etimológica de
escasa credibilidad por estar basada en una
antigua creencia jamás comprobada. |
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Las
amazonas constituyen el
primer y más persistente mito de
mujeres en libertad, viviendo en
comunidades sin hombres. Se
contaba de ellas que eran
guerreras, audaces y valientes,
que luchaban exitosamente contra
los hombres, y cuyos conflictos
eran temidos incluso por los
guerreros griegos más feroces. |
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Quiénes eran las amazonas
Muchas historias, mitos y
leyendas se han cruzado a lo largo de la
Historia en torno a estas tribus formadas
exclusivamente de mujeres. Pero, si alguna
vez han existido, ¿quiénes eran realmente
las amazonas?
Las amazonas
eran un tipo de mujeres que se movieron,
durante muchos años, entre la realidad y la
ficción, producto del asombro y fascinación
que siempre ha producido una sociedad
matriarcal.
Las claves del éxito y perdurabilidad del
interés por las amazonas radica,
precisamente, en que ellas encarnaban un
tipo de organización social en el que los
papeles sociales más relevantes del hombre y
la mujer estaban invertidos. En su
concepción más extrema, las amazonas
constituían el primer y más persistente mito
de mujeres en libertad: mujeres que vivían
organizadas en comunidades sin hombres. Hoy
día podría decirse que las amazonas son el
punto referencial más trascendente y radical
del movimiento feminista.
La supervivencia de este tipo
de comunidades constituidas sólo de miembros
del sexo femenino sólo puede explicarla una
creencia bien arraigada (hasta el punto de
tenerla como real) entre los griegos que
afirmaba que las
amazonas sólo
veían en
el hombre un mero objeto sexual, útil
únicamente para perpetuar la especie;
por
tanto, el hombre, entendido como semental,
era prescindible una vez había cumplido su
función en el proceso reproductor. Así, una
única vez al año, llegada la primavera, las
amazonas traspasaban los límites de su
frontera para contactar con una tribu vecina
(habitualmente, los gargarios), con cuyos
hombres se entregaban de lleno al uso del
sexo durante dos meses, sin otro fin que
copular con ellos hasta quedarse encinta,
práctica que llevaban a cabo con gran recato
y a oscuras, sin desviar lo más mínimo
el coito de la finalidad que
lo exigía. Cuando se sabían preñadas,
regresaban al poblado a la espera de un
parto seguro.
Una vez parían, las amazonas
sólo criaban a las niñas, a las que,
alcanzado el desarrollo, se las
mastectomizaba para facilitar su preparación
en el arte de la guerra. Suerte distinta
corrían los niños, que, según unos autores,
eran entregados a los gargarios o a la tribu
visitada para que los criasen ellos. Por
contra, otros refieren que los bebés nacidos
varones eran matados por abandono a su
suerte, o, en muy pocos casos, los sometían
a castración, o eran cegados y dedicados a
tareas serviles propias de animales de
carga.
Desde un punto de vista
político, cabe decir que, al no permitir la
presencia de varón alguno entre ellas, se
gobernaban teniendo como poder máximo una
reina, que resultaba de una elección que
celebraban periódicamente entre todas y por
todas. Las amazonas, en su constante
aislamiento voluntario, permanecían ocupadas
arando, sembrando, plantando, dando pasto a
sus rebaños y, fundamentalmente, criando y
domando caballos. Montaban hábilmente a
caballo y las que destacaban por su brío y
audacia se consagraban a cazar a caballo y a
adiestrarse en las artes de la guerra.
Como ya hemos adelantado al
describir la etimología del término, una
creencia popular griega afirmaba que a estas
feroces guerreras les era mutilado el pecho
derecho siendo todavía niñas (de ahí su
nombre de ‘amazona’, «sin pecho o teta»)
para así usar su brazo derecho
con más desenvoltura, libre ya de cualquier
limitación o impedimento de la propia
anatomía,
especialmente para tensar el arco y lanzar
la jabalina, en cuyo arte demostraban
singular destreza; sin embargo, no existen
imágenes que corroboren esta versión.
También empleaban la espada y un escudo
ligero, y arreglaban cascos, ropas y
cinturones de piel de animal. |
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Las amazonas,
en su constante aislamiento voluntario,
permanecían ocupadas arando, sembrando,
plantando, dando pasto a sus rebaños y,
fundamentalmente, criando y domando
caballos. Y, una vez parían, sólo criaban a las niñas, a las que, alcanzado el desarrollo, se las mastectomizaba para facilitar su preparación en el arte de la guerra. |
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Las amazonas y la Grecia clásica
Según la mitología de la
Grecia clásica,
las amazonas eran hijas del
dios Ares, hijo de Zeus y dios de la guerra,
del que heredaron el arrojo en el combate, y
de la ninfa Harmonía,
diosa de la armonía y la concordia, a la que
debían la feminidad que las caracterizaba.
De ellas se dice también que rendían culto a
la diosa Artemisa, deidad que consideraban
su afín, al ser esta cazadora y virgen.
A pesar de
esa comunidad de creencias entre ambas
culturas, estas mujeres guerreras aparecen
siempre en el sentir de los aqueos como una
población hostil.
Homero (s. VIII a. C.) nos proporciona no
pocos datos sobre las amazonas en su obra
poética, en donde
dice que
eran una horda
de mujeres guerreras, audaces y valientes,
que luchaban exitosamente contra los
hombres, afirmando de ellas que
eran ‘antineirai’,
es decir, «equivalentes a los hombres»; por
tanto, sus iguales
como antagonistas, de ahí que cualquier
confrontación con ellas
fuese temida incluso por los guerreros más
feroces. Este estado de cosas
puede explicar los múltiples episodios que
circulaban tendenciosamente entre los
griegos en relación con enfrentamientos
habidos entre sus héroes y las reinas
amazonas.
Así, Homero,
al narrar en
su Ilíada el conflicto bélico que
enfrentó a una coalición de los ejércitos
griegos contra la ciudad de Troya hacia el
1200 a. C.,
relata en uno
de sus pasajes el enfrentamiento del héroe
Aquiles con
Pentesilea, reina de las Amazonas,
que había tomado partido a favor de los
troyanos, y a la que, en singular combate
cuerpo a cuerpo, el griego dará muerte
atravesándole el pecho con una jabalina;
cuenta la tradición que fue tanta la
admiración que despertó en él la bravura de
la reina amazona que llevó luto por ella
durante toda la contienda. En
otro pasaje, presenta a
Príamo
recordando los tiempos en que él y sus
hombres las combatieron.
De igual manera, Diodoro Sículo (s. I a. C.),
en la segunda sección de su Bibliotheca
Histórica,
refiere la historia de Hércules derrotando a
Hipólita, hermana de la anterior, como parte
de uno de “los doce trabajos”
a que el semidiós estuvo obligado por
imposición de Euristeo, rey de la Argólida.
Por su parte, el poeta latino
Virgilio
(70-19 a. C.), en su poema épico La
Eneida, también nos deja bastantes datos
de esa guerra y de las amazonas.
El siguiente encuentro de los griegos con
las amazonas tiene lugar en torno al año 700
a. C., cuando, según la mitología, Teseo,
rey de Atenas, secuestró a su reina Antíope
y la hizo su amante; con ánimo de
rescatarla, las amazonas emprenden la guerra
logrando llegar en su ataque hasta la misma
Atenas, pero en esta ciudad fueron
finalmente derrotadas.
Existe también un romance en el que se
cuenta que Alejandro Magno, ganada la
batalla de Isos (333 a. C.) contra los
persas en la península de Anatolia (la
actual Turquía), tuvo ocasión de conocer a
Talestris, reina de las amazonas.
Más adelante
veremos hasta qué punto las amazonas no han
sido sólo
fruto del imaginario griego; existe una
realidad histórica que da fundamento a esta
creencia. Hoy día se tiene constancia de que
en las estepas euroasiáticas existieron
tribus nómadas en las que las mujeres podían
incluirse en el ejercicio de la caza y, por
tanto, ser poseedoras de armas y conocedoras
de técnicas guerreras. Prueba de ello son
las tumbas que se han encontrado de mujeres
con heridas de guerra y enterradas junto a
las armas con que batallaron y perecieron. |
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Según la mitología de la
Grecia clásica, las amazonas eran hijas del
dios Ares, hijo de
Zeus y dios de la guerra,
del que heredaron el arrojo en
el combate.
Montaban hábilmente a caballo y
las que destacaban por su brío,
habilidad y audacia se
consagraban a cazar a caballo
y a adiestrarse en las artes de
la guerra. |
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Ubicación geográfica
Los antiguos
griegos no dudaban de la existencia de estas
guerreras, si bien localizaban sus poblados
en los límites del mundo conocido; así, por
ejemplo, una tradición muy entendida las
situaba
habitando
las islas de Lesbos, Lemnos y Samotracia, en
el mar Egeo.
Cuenta la mitología que
la diosa Afrodita, disgustada por sus rudas
actitudes con los pueblos vecinos, las
obligó a trasladarse a la región turca de
Capadocia, en donde fundan un nuevo reino
con capital en Temiscira, ciudad
emplazada a corta distancia de la costa
suroriental de Anatolia (el Ponto Euxino de
los griegos), muy cercana a la desembocadura
del río Termodonte en el mar Negro.
El historiador
Heródoto (s. V a. C.)
ubicaba el reino de las amazonas un poco más
al noreste, en una región situada entre
Escitia y Sarmacia, en el delta que forma la
desembocadura el río Tanais (hoy Don) en el
mar Azov, probablemente poblando una antigua
ciudad homónima que hoy existe con el nombre
ruso de
Nedvigovka.
Diodoro
Sículo, al referir la derrota que Hércules
infligió a su reina Hipólita, sitúa la
capital de su reino en Temiscira, ciudad ya
citada como próxima al mar Negro.
Otros
autores,
sin embargo,
localizan el emplazamiento de las amazonas
en las montañas de Albania; así, por
ejemplo, Teófanes de Mitilene (s. I a. C.),
que participó en las campañas de Pompeyo,
cuando
llega al país de los albanos, deja
constancia de que los geles y los leges,
pueblos escitas, vivían entre las amazonas y
los albanos. Por su parte, otros, entre
ellos Metrodoro e Hipsícrates (ambos del s.
I a. C.), afirmaban que las amazonas vivían
cerca de las fronteras de los gargarios,
tribu vecina cuyos hombres fueron utilizados
a menudo como sementales, en una zona de las
llamadas ‘Montañas Ceraunias’ del Cáucaso, a
orillas del mar Caspio (antes llamado
Hircanio). Y, para concluir, sólo dos
opiniones más: Filóstrato (ss. II-III d. C.)
las ubica en los montes Tauro y Amiano
Marcelino, destacado historiador bizantino
del s. IV d. C., al este del río Tanais,
como vecinas de los alanos.
Como puede
comprobarse, no existe unanimidad con
respecto a la ubicación geográfica de las
amazonas. Añádase a esa disparidad de
opiniones, lo que sí constituye una realidad
incontestable:
no existen hallazgos arqueológicos
fidedignos y concluyentes que confirmen con
rotunda certeza un lugar físico de
asentamiento de estas mujeres guerreras; por
otra parte, y lamentablemente, muchos de los
trabajos de los escritores antiguos que
podrían darnos alguna pista en este sentido
han desaparecido con el paso de los años. |
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Cuenta la mitología que
la diosa Afrodita, disgustada por sus rudas
actitudes con los pueblos vecinos, las
obligó a trasladarse a la región turca de
Capadocia, en donde fundan un nuevo reino
con capital en Temiscira, ciudad
emplazada a corta distancia de la costa
suroriental de Anatolia (el Ponto Euxino de
los griegos), muy cercana a la desembocadura
del río Termodonte en el mar Negro. |
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Las amazonas en las
Artes
La Alta Edad Media,
quizá como indicio
premonitorio de que se
estaba incubando un
renacer de los valores
greco-latinos, escogió a
las amazonas como tema
de expresión estética.
Para muchos pintores y
escultores,
ellas fueron pretexto
para mostrar su talento,
dibujando, pintando
o esculpiendo
exuberantes cuerpos femeninos,
las más veces ligeros de
ropaje, que,
de otro modo, no habrían
permitido los cánones de
la época. Ya en el
Renacimiento, el tema
fue tomado con otra
intención y sabiduría. Y
así llegan las amazonas
a nuestros días,
dando siempre origen a
nuevas interpretaciones.
En el campo de la Literatura, tanto
Dante Alighieri en La Divina
Comedia (comienzos
de s. XIV) como Luis de Camoens
en Os Lusíadas
(1572)
acusan ya una clara
influencia de las
clásicas islas pobladas
únicamente por mujeres.
Así, la isla de los
Amores
del autor lusitano
es una evidente rememoración
de lo que acontece en La Odisea,
cuando la ninfa Calipso
retrasa en siete
años el viaje de Ulises, bajo
los encantos del amor,
en
la isla Ogigia.
Los
tres libros del
caballero Amadís de
Gaula que habían
sido publicados en el
siglo XIV se ven
refundidos e
incrementados a
comienzos del siglo XVI con un
cuarto tomo escrito por Garci
Rodríguez de Montalvo,
cuya edición más antigua
conocida es la de
Zaragoza, que data del 1508,
y que
supone la consolidación
definitiva del género
caballeresco. A
este siguieron otros;
entre ellos, el más
popular fue Las
Sergas de Esplandián
(1510), en el que se narran las
bizarras aventuras del
hijo de Amadís. Una de
las aventuras más
celebradas de Esplandián
fue precisamente su tentativa de
conquistar el reino de
las amazonas. Las
amazonas del libro
español eran, en el
fondo, las mismas del
mito clásico de los
antiguos griegos, con
algunas diferencias
relevantes, entre las
que cabe mencionar el
hecho de que, en la
mayoría de estos libros,
el reino tiene nombre
propio. En el caso
concreto de las
aventuras de Esplandián,
este dato va a tener
enorme trascendencia
histórica y geográfica,
pues la reina se llama
Calafia y su país
California, nombre con
el que, como veremos
luego, los españoles
bautizarán la península
de la actual Baja California.
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Por tanto, si tenemos
presente que las
aventuras del caballero
Amadís y su hijo
Esplandián, entre muchos
otros, son conocidas
años antes de la época
de los grandes
descubrimientos, no debe
extrañarnos en absoluto
que Francisco Pizarro emprendiese
la conquista de México
con la cabeza llega de
este tipo de ideas, ni
que en las cartas y
documentos de los
exploradores aparezcan
con frecuencia estos
sitios tan propios de
los libros de
caballerías. Podemos,
pues, afirmar que esta
creencia mitológica
viajó, recreada y
transformada, a América en la
imaginación de los
conquistadores, pues,
por aquella época, los libros que narraban
portentosas aventuras de
bizarros caballeros
habían alcanzado unos
índices inusitados de
lectura.
Tanta era
la convicción de los
españoles en el mito de
las amazonas que
Cristóbal Colón, a su
paso por una de las
Antillas Menores en
1493, durante su segundo
viaje,
sufrió una recepción
manifiestamente hostil
por parte de la tribu
que la poblaba en la que
él creyó ver sólo a
mujeres. Sobre
la isla y del peligroso encuentro escribió a Luis de Santángel, valedor de Colón ante los
Reyes Católicos, en estos términos:
«[...] es la
primera isla que se encuentra, para
quien va de España rumbo a las Indias y
donde no hay ningún hombre. Estas
mujeres no se ocupan de ninguna
actividad femenina, sólo ejecutan
ejercicios con el arco y las flechas
fabricados con cañas y se cubren con
láminas de cobre que poseen en
abundancia». El humanista, sacerdote y cronista de Indias Pedro
Mártir de Anglería
también se refiere a él
en sus célebres
Décadas del Nuevo Mundo,
obra escrita entre 1494 y
1525.
El cronista
Bernal Díaz del Castillo
cuenta en su
Historia verdadera de la
conquista de la nueva
España
(publicada en 1632,
aunque redactada muchos
años antes) que, a pesar
de serle atribuido a
Hernán Cortés el
descubrimiento de
California, la realidad
es que fue su
piloto Fortún Jiménez
Bertañola quien, al
mando del navío
Concepción,
propiedad de Cortés, fue
a
buscar el codiciado
reino de las amazonas en
el confín occidental de
México, cuando avista,
en 1534, por primera
vez, la costa occidental
de la península hoy llamada Baja
California, que él
confunde con una isla y
a la que bautiza con el
mítico nombre que domina
su imaginación: isla de
California.
Sólo por referir
un caso más de los
testimonios en este
sentido, cabe citar al
geógrafo y explorador de
origen veneciano Antonio
Pigafetta, que
acompañó al
navegante
Fernando de
Magallanes
en calidad de
cronista en el viaje que
emprendió el portugués
al servicio de España en
busca de una ruta hacia
las islas de las
Especias (islas
Molucas), que culminaría
con la primera
circunnavegación del
globo en 1522. Al
referir los hechos
acontecidos en su
Relación del primer
viaje alrededor del
mundo (1524),
Pigafetta
habla de una isla
llamada Ocoloro,
en las
proximidades de
Java, poblada
sólo de mujeres,
las cuales,
cuando dan «a
luz algún hijo,
lo matan si
fuese macho y,
si fuese mujer,
lo conservan con
ellas. Y tan
esquivas se
mostraban a la
conversación
amorosa que, si
algún hombre
osase
desembarcar en
su isla,
pugnaban por
quitarle la
vida». |
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Fortún Jiménez Bertañola,
piloto de
Hernán
Cortés, al
mando del navío Concepción,
fue
a
buscar el codiciado
reino de las amazonas en
el confín occidental de
México, cuando avistó,
en 1534, por primera
vez, la costa occidental
de la península hoy llamada
Baja
California, que él
confunde con una isla y
a la que bautiza con el
mítico nombre que domina
su imaginación: isla de
California. |
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El río Amazonas en las crónicas de Historia
Antes de la llegada de los primeros europeos
a estas tierras de América del Sur, las
orillas del Amazonas y sus afluentes tenían
ya una larga historia de asentamientos
humanos. Contrario a la creencia popular, en
el bosque lluvioso del Amazonas existieron
sociedades sedentarias, muchas de las cuales
tenían sus poblaciones cerca de los ríos,
contaban con medios de transporte y vivían
dedicadas a la pesca y, en los suelos
fértiles, practicaban la agricultura.
Algunos de estos pueblos habitaban en
recintos amurallados de hasta 50.000
habitantes, con caminos entre ellos, que
habrían hecho posible la vida urbana en la
selva. Sin embargo, a partir de la llegada
de los europeos, los asentamientos nativos
disminuyeron notablemente su población,
debido a los virus que se transmitían entre
las tribus, que previa e inconscientemente
habían importado los europeos y sus
animales.
Según las crónicas de las exploraciones de
América, parece ser que fue el cartógrafo
italiano Américo Vespucio el primer europeo
que, en el verano de 1499, navegó por el
estuario del río Amazonas (aún sin nombre)
en cuyo cauce llegó a adentrarse unos pocos
kilómetros.
Comenzado ya el nuevo siglo, el navegante
Diego de Lepe exploró las islas que forman
parte del enorme estuario amazónico en
febrero de 1500, y, seis meses más tarde,
por lo que cuenta el cronista Pedro Mártir
de Anglería, hizo lo mismo su primo Vicente
Yáñez Pinzón, si bien este había precedido a
Diego de Lepe en tocar las tierras
brasileñas. Tanto uno como otro penetraron
en el cauce y llegaron a subir un buen
trecho del Amazonas, pero, en ambos casos,
la exploración se abandona al poco tiempo de
iniciada, dejándose tan sólo constancia
escrita del hecho. |
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Otro testimonio americano habla de una tribu
de mujeres sin marido, las cuñantesecuima,
que vivían en una zona cercana a las fuentes
del río Oyapoque, cuyas aguas corren entre
Brasil y la Guayana francesa hasta el
Atlántico.
El conquistador Hernán Cortés refiere en su
Primera Carta de Relación al
emperador Carlos V (1919) que, cuando
exploraba la costa occidental de Méjico,
mucha gente le aseguraba que era verdad que
existía «una isla poblada por mujeres, sin
ningún macho. En ciertas épocas, los hombres
de tierra firme van a visitarlas; ellas se
entregan a ellos y las que dan a luz hijas
se quedan con ellas, si nacen machos los
rechazan».
Este convencimiento de los
conquistadores se veía reforzado por los
comentarios y narraciones de los propios
nativos, tal como recoge el historiador
Agustín de Zárate en su Historia del
descubrimiento y conquista del Perú
(1555), quien,
al relatar la conquista del
Perú por Diego de Almagro, en la que él
participa como cronista,
escribe haber oído en aquella zona, durante
la campaña de 1535, relatos de indios
asegurando que «[…] cincuenta leguas más
adelante hay entre dos ríos una gran
provincia poblada de mujeres que no
consienten hombres consigo más del tiempo
conveniente a la generación. La reina de
ellas se llama Guanomilla, que en su lengua
quiere decir
“Cielo
de Oro”,
porque en aquella tierra dicen que se cría
una gran cantidad de oro […]», tanto que
hasta los sencillos utensilios para preparar
los alimentos son hechos a mano con ese
metal precioso. |
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"Entrada
de Hernán Cortés en México",
pintura del pintor barcelonés
Augusto Ferrer-Dalmau
(1964). |
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Francisco de Orellana: El río Amazonas
Muchos son los cronistas, geógrafos,
exploradores y conquistadores que se hallan
relacionados, por una u otra razón, con el
río Amazonas, pero si entre ellos hay uno
que con toda razón merece especial mención,
ese es el extremeño Francisco de Orellana
(1511-1546), cuyo nombre ha vinculado
estrechamente la Historia a la historia
misma del río, aunque sólo sea por el gran
mérito que supone haber sido el primer
europeo que llevó a término un descenso por
sus aguas desde su extremo norte en las
estribaciones orientales de la cordillera
andina hasta su desembocadura en el océano
Atlántico.
Francisco de Orellana había nacido en
Trujillo (Cáceres) en 1511, en el seno de
una familia emparentada por parte materna
con los Pizarro, de modo que tanto por la
tierra donde nació y como por parentesco,
por su sangre corría el incontenible ímpetu
de la aventura descubridora americana.
En 1527, siendo todavía un mozalbete, se
traslada al Nuevo Mundo para enrolarse en la
formación militar que había organizado su
primo Francisco Pizarro, a la sazón
comprometido en la conquista del Imperio
Inca, en cuya gesta participa en joven
Orellana, destacando por ser un hábil
estratega en los enfrentamientos y la
fogosidad, en ocasiones temeraria, que ponía
en la lucha cuerpo a cuerpo, como lo
demostró en un choque contra los nativos
manabíes en Puente Viejo, a consecuencia del
cual
perdió un ojo.
Sin haber cumplido todavía los treinta años,
Orellana formaba ya parte de la historia
colonizadora del Perú, donde, en 1537,
refunda la ciudad de Guayaquil, destruida en
varias ocasiones por los ataques indígenas,
goza ya de una sustanciosa fortuna y, en
1538, es nombrado teniente de gobernador de
la provincia del Guayas (también llamada de
Santiago de Guayaquil), situada en la cuenca
del Guayas, en el actual Ecuador, donde
repuebla Guayaquil y la localidad de Villa
Nueva de Puerto Viejo.
En noviembre de 1539, Francisco Pizarro,
gobernador general de Nueva Castilla, con
sede gubernamental en Ciudad de los Reyes
(hoy, Lima), nombra a su hermano Gonzalo
Pizarro teniente de gobernador de Quito y
capitán general de la expedición que le
encomienda organizar con la misión de
descubrir un lugar al que llamaban el “País
de la Canela” y buscar el asentamiento de un
rico reino que algunos llamaban “Eldorado” y
que los rumores que circulaban entre los
aborígenes ubicaban al este de Quito, en
territorio selvático. |
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Tras la
separación de la expedición en dos grupos,
Orellana toma posesión,
en nombre de la Corona española y como teniente
general de Pizarro, de los pueblos de
Ymara
y Aparia, cuyos caciques, en un
principio, vinieron a recibirlos
y a acatar su vasallaje. |
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Gonzalo Pizarro se desplaza de Chaquí
(Potosí) a Cuzco con la finalidad de
organizar allí la expedición, desde donde
proyecta salir a finales de diciembre de
1540 con destino a Quito. Pizarro cuenta ya
con 170 soldados, 200 caballos y unos 3.000
nativos como porteadores.
Orellana, por entonces capitán y teniente de
gobernador de Santiago de Guayaquil y de
Villa Nueva de Puerto Viejo, ambas
poblaciones en la costa del Pacífico, se
entera del proyecto y decide incorporarse a
la expedición, y, a comienzos de enero de
1541, parte con 23 hombres para ponerse a
las órdenes de Gonzalo Pizarro en Quito,
desde donde va a iniciarse la expedición.
Antes de acometer el viaje, Orellana regresa
ese mismo mes a Guayaquil,
a fin de poner en
orden los asuntos de su gobierno y su hacienda,
y llevar a efecto la orden de Pizarro de
reclutar
más hombres y adquirir víveres y conseguir
caballos, pero los problemas que se le
plantean le demoran el retorno.
Gonzalo Pizarro, llevado de la impaciencia y
obsesionado con los objetivos de la
expedición, decide no esperar más tiempo a
Orellana y, en febrero de 1541, emprende sin
él la expedición, dejándole el encargo de
encontrarse con él más adelante.
Cuando, a comienzos de marzo de 1541,
Orellana llega a Quito, recibe con sorpresa
la noticia de que Pizarro ya ha emprendido
la marcha unas semanas antes, pero no
desiste en su empeño y dispone partir de
inmediato para alcance a la expedición.
Y aunque tiene que afrontar treinta leguas
de sendas difíciles, a merced del frío y
los fuertes vientos de la cordillera andina,
Orellana y sus hombres avanzan con más
rapidez que la enorme formación de Pizarro,
de modo que, a finales de marzo de 1541,
logró darle alcance en la localidad de
Motín, provincia de Sumaco, donde
Pizarro había asentado su real. |
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La expedición reemprende el viaje en
septiembre: franquear las alturas de los Andes es una
empresa peligrosa y difícil, y la amenazante
mirada del hambre y las enfermedades empiezan
a dejarse notar. Bajan, por fin, a aquellas
prometedoras tierras, y, pasados 70 días
rastreando las intrincadas selvas,
hallan el llamado “País de la Canela” y,
con su hallazgo, sufren el primer desengaño:
ciertamente, en la zona encuentran árboles
de ese tipo, pero su número no es tan
abundante como se pensaba, se hallan
separados entre sí por cierta distancia y la especia que
producen es de inferior calidad a la que traían
los portugueses de las Indias Orientales,
lo cual hace que su explotación no sea
económicamente rentable.
Con todo, persisten en encontrar su otro
objetivo, el reino de Eldorado, y continúan
en su busca, pero, tras muchos días de
rastreo por una y otra parte, moviéndose
con mucha dificultad entre la espesura de la
selva, no logran localizarlo por parte
alguna por más esmero que ponen en
interpretar planos y anotaciones. En medio
de aquel inmenso espacio verde, lo único que
encuentran es pequeños poblados sin valor
para los exploradores.
Se han cumplido más de 8 meses de la partida
de Quito y el balance de la empresa no puede
ser más desolador: la expedición había sido
diezmada por el hambre, las enfermedades
sobrevenidas a causa de la humedad ambiental
de la selva, las picaduras de insectos y las
mordeduras de reptiles, y, desde luego, por
la persistente amenaza de los nativos, que se
hacen notar su presencia a cada momento.
Es
diciembre cuando alcanzan el río Coca. No
tienen provisiones y son muchas las bajas entre
los expedicionarios. Se hace necesaria una
toma de decisiones efectivas para salir del
atolladero. En la
Navidad de 1541, ambos exploradores acuerdan
dividirse en dos grupos:
uno de 70
hombres bajo el mando de Orellana, que
se encargaría de la construcción de un
navío, el San
Pedro, con el que se adelantaría aguas abajo
del río Coca
en busca de provisiones y volver al cabo
de 2 semanas, plazo que Orellana consideró
desde el principio imposible de cumplir, y otro, con Pizarro y
el resto de la tropa, que continuaría la
expedición por vía terrestre. |
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Monumento a Francisco de
Orellana en la Avenida de
los Conquistadores de Quito
(Ecuador).
(Imagen: Red social Pinterest) |
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A comienzos de 1542, Orellana y sus
hombres recalar en un punto de las orillas
del Coca a la espera de la expedición de
Pizarro. Gracias a Francisco de Isásaga,
nombrado escribano de la expedición tras la
separación en dos grupos, se tiene
constancia de cómo Orellana toma posesión,
en nombre de la Corona española y como teniente
general de Pizarro, de los pueblos de Ymara
y Aparia, cuyos caciques, en un principio,
vinieron a recibirlos y a acatar su vasallaje. A lo
largo de estos días, Orellana no perdió el
tiempo: aprendió varias lenguas amerindias y
mantuvo con los caciques conversaciones que
le proporcionaron una visión clara de la
inmensidad amazónica.
Pero
los días van pasando y las provisiones empiezan a escasear, y,
según relata el dominico fray Gaspar de
Carvajal, Orellana se ve obligado a penetrar
en algunas aldeas indígenas y apoderarse de
la comida que encuentran, lo que le
malquistó la buena disposición inicial los
jefes indígenas. Huyen de allí
continuando la
navegación río abajo en busca de
víveres, pero las poblaciones nativas se
hacen cada vez menos frecuentes y la selva
más densa, y el hambre empieza a acuciar el
estómago de los expedicionarios.
Tras una semana de navegación, con un
avance lento y agotador, llegan a un punto
en que el río Coca desemboca en otro mucho
más ancho y caudaloso y de aguas más
templadas, el río Napo (que fue llamado
Canelo). Navegan cuarenta y tres
días a lo largo de su curso buscando
alimentos. No hallan nada y la situación y se hace cada día más
insostenible. En su afán por encontrar algo con que
acallar el hambre, llegan a recorrer 25 leguas por día (es
decir, más de 200 km llevados) por el agua.
El tiempo pasa y la situación va de mal
en peor, y el plazo fijado por Pizarro
amenaza con expirar. Según relata fray
Gaspar de Carvajal, Orellana hace un
esfuerzo sobrehumano e intenta remontar la
nave río
arriba al encuentro de Pizarro, pero la
turbulencia de la corriente es tan extrema
que le impide cualquier forma de retorno. El
descontento acaba por apoderarse del ánimo
de la tripulación y se amotina, negándose a volver 200
leguas atrás.
Orellana se ve obligado a ceder, y, tras un
intercambio de opiniones, se deciden por seguir
río abajo con la esperanza de lograr una
salida al mar y así salvar sus vidas. Para
intentar el viaje con más garantías de
éxito, se construye un
nuevo bergantín, el Victoria.
Mientras tanto, Gonzalo Pizarro cuenta los
días desesperado, y no hallando razón que
justifique tal demora, llega al
convencimiento de que Orellana le ha
traicionado y los ha abandonado a su
suerte, así que redacta un informe inculpatorio en esos
términos y lo envía a España. Emprende luego el regreso por tierra a
Quito, adonde llegan tras un viaje de seis
meses de hambre, sed, calor, cansancio y
otras penurias inimaginables.
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Por su parte, el 2 de febrero de 1542,
Orellana y los suyos parten desde las
inmediaciones de la actual población de
Leticia, en la frontera entre Colombia y
Brasil, y empiezan a navegar río abajo por
los cauces del Napo, el Trinidad, el río
Negro, así bautizado por Orellana por el
color de sus aguas. En mayo entran en la región de Machiparo,
siendo atacado por las nativos de las aldeas
por las que pasan. A
partir de entonces, deciden que sólo van a recalar en tierra
para abastecerse de suministros.
En junio descubren un nuevo río, al que
llaman Madeira, a partir del cual las
poblaciones con que se van encontrando a sus
orillas se
muestran más hospitalarias. mejor organizadas y más
desarrolladas tecnológicamente que las
que habían dejado atrás. Entran luego en
otro cauce fluvial con una corriente mucho
más caudalosa, lecho más profundo y tal
distancia entre una y otra orilla que a
veces una se perdía de vista, y le dieron el
nombre de río Grande.
En la mañana del 24 de junio, día de San
Juan, cerca de la aldea de Coniapayara, fueron atacados en reiteradas
ocasiones por un grupo de aborígenes que
estaban
capitaneados por unas mujeres altas, audaces
y vigorosas que disparaban sus arcos con
destreza y demostraban en el ataques tanta
bravura que les hizo recordar a las amazonas
de la mitología griega. Conocían la leyenda,
pero no daban crédito a lo que estaban
viendo. Maravillados por el encuentro con aquellas mujeres guerreras,
Orellana decide cambiar el nombre al río
Grande por el de Amazonas.
Y, por fin, el 26 de agosto de 1542,
después de siete meses de navegación por
aquella maraña interde ríos interminable,
inmersa en la verde espesura de una selva
sin fin, y un viaje de 4800 km, llegan a la desembocadura
de aquella enorme masa de agua, en lo que
hoy es la región brasileña de Pará. La
proeza de recorrer el Amazonas había
concluido. Desde este punto, bordeando
la costa de Brasil, se traslada a Nueva Cádiz en Cubagua (hoy Venezuela).
Aquel grupo liderado por Orellana había
logrado encontrar no sólo una vía de
comunicación entre las tierras altas del
Perú y el océano Atlántico, sino
—y de esto
no se tuvo conciencia hasta mucho más tarde—
el curso principal del
río más largo y caudaloso del mundo, el
Amazonas. |
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Recorrido fluvial de
Francisco de Orellana, que
le supuso el descubrimiento del
río más largo del mundo. Corría
el año 1541.
(Imagen:
https://historiaperuana.pe/...) |
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Las amazonas, un mito
Los relatos que el dominico y cronista fray Gaspar de
Carvajal nos ha dejado en sus crónicas dejan bien
expedito que los indígenas que les atacaron desde las
orillas del río Grande estaban liderados por mujeres, y
la opinión unánime de aquellos exploradores se centra en
afirmar que se trataba de mujeres. Así, por ejemplo,
fray Gaspar, al referirse al ataque que sufrieron de
parte de los nativos el 24 de junio de 1541, cerca de la
aldea Coniapayara, deja constancia escrita de que estos
estaban liderados por mujeres, a las que describe de
piel muy blancas, alta estatura y de muy largo el
cabello, que corrían «desnudas en cuero, [aunque]
tapadas sus vergüenzas», y que, armadas de arcos y
flechas, hacían tal alarde fiereza que en poco se
diferenciaban de las amazonas de que habla la mitología
griega.
Los hechos narrados en las crónicas de fray Gaspar
fueron ratificados, casi un siglo más tarde, por el
jesuita y cronista español Cristóbal de Acuña, que había
acompañado en 1639 al cartógrafo Pedro Texeira Albernaz,
portugués al servicio del rey Felipe IV, en una
expedición que recorrió la cuenca del Amazonas en
sentido inverso a la ruta de Orellana, realizando
el primer ascenso de este gran río alcanzando sus
fuentes
partiendo de
su
desembocadura. En una minuciosa
crónica que publicó en Madrid en 1641, y que tituló
Descubrimiento del Gran Río de las Amazonas,
afirmaba que en Nueva Granada (Colombia) había
encontrado a una «india que dijo haber estado ella misma
en las tierras pobladas por las mujeres guerreras». En
otras páginas de su informe da detalles de estas mujeres
guerreras, pero basándose no en lo que él vio, sino en
el testimonio de nativos tupinambás: «[…] confirmamos
las largas noticias que por todo ese río traíamos de las
afamadas amazonas […] una de las principales cosas que
se aseguran era el estar poblado de una provincia de
mujeres guerreras, que sustentándose solas sin varones,
con quienes no más de ciertos tiempos tenían
cohabitación, vivían en sus pueblos, cultivando sus
tierras, y alcanzando con el trabajo de sus manos todo
lo necesario para su sustento». |
En la América portuguesa, el mito de las amazonas corría
también de boca en boca, aunque nadie en absoluto las
había visto. Así, en uno de sus escritos fechados en
1576, el profesor y explorador portugués Pero de
Magalhães Gândavo llamaba ya “Río das Amazonas” al gran
Maranhão (el mismo al que los españoles llamaban
Marañón).
No obstante lo escrito por fray Gaspar de Baltasar en
sus crónicas, las investigaciones llevadas a cabo
posteriormente sobre el particular y la inexistencia de
prueba alguna que avale tales afirmaciones inclinan a
pensar que los ataques que sufrieron los expedicionarios
de Orellana, unos hombres extenuados por el sufrimiento
y tantas privaciones,
más que
por amazonas, en el sentido fiel o aproximado del
término, lo fueron por guerreros indígenas de pelo
largo. Por otra parte, la veracidad de los actas
firmadas por Cristóbal de Acuña desmerece en su valor si
tenemos en cuenta que el jesuita no se preocupa, en
ningún caso, de llevar a cabo algún tipo de contraste o
comprobación que dé fiabilidad a lo que otros le
cuentan, más aun tratándose de relatos basados tan sólo
en tradiciones populares no comprobadas.
De una u otra manera, merced a esa fantasía propia de
los comentarios que se venían arrastrando desde la Alta
Edad Media en los libros de caballerías, a la
imaginación emprendedora de una época que empieza a
vislumbrar el futuro en otros horizontes y al espíritu
aventurero de unos hombres que no vacilan en arriesgar
la vida entregándose a conocer caminos antes nunca
pisados, el gran río,
ese inconmensurable mar de agua dulce, pasó a conocerse
con el nombre de Amazonas. |
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El Amazonas es el mayor
río del mundo, el que hace
desembocar al mar mayor cantidad
de agua y el que drena mayor
cantidad de tierra que cualquier
otro río. La zona que drena
recibe el nombre de Amazonia
(o Amazonía), una de las
zonas tropicales más extensas
del mundo, y está considerada
como el pulmón del planeta.
(Imagen: https://earthsky.org/...) |
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A modo de conclusión
Muchas fueron las expediciones que se organizaron a lo
largo de los siglos XVI y XVII, la mayor parte de las
cuales patrocinadas con la sola finalidad de buscar del
fabuloso Eldorado, lo que contribuyó a acrecentar las
leyendas en número y en variedad, algunas de la cuales
aseguraban no sólo haber tenido contacto con las
enigmáticas amazonas, sino haber visto animales nunca
vistos en el mundo conocido, de gran tamaño y aspecto
feroz.
Hoy, el Amazonas es el mayor río del mundo, el que hace
desembocar al mar mayor cantidad de agua y el que drena
mayor cantidad de tierra que cualquier otro río. La zona
que drena recibe el nombre de Amazonia (o Amazonía), una
de las zonas tropicales más extensas del mundo, y está
considerada como el pulmón del planeta. Por su gran
valor ecológico, multitud de entidades ecologistas
luchan para salvarlo de la explotación salvaje a que se
está sometiendo, sin que se vislumbre por el momento el
menor atisbo de optimismo en cuanto a su futuro. |
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Y WEBGRÁFICAS
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Disponible en web: <http://es.wikipedia.org/wiki/Colonizaci%C3%B3n_espa%C3%B1ola...>.
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WIKIPEDIA. Disponible en web: <http://es. wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Amazonas>.
«El río Amazonas», en
DePÁGINAS.com. Disponible en web: <http://www.portalplanetasedna.com.ar/rio_amazonas.htm>.
«Amazonas.
(Mitología)», en WIKIPEDIA. Disponible en web:
<http://es. wikipedia.org/wiki/Amazona_(mitolog%C3%ADa)>.
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«XXIII. Expansión colonial española en América», en J.
TERRERO, J. & J. REGLÁ (2002): Historia de España. De
la Prehistoria a la actualidad. Prólogo de José
María Sans Puig. Editorial Óptima, Barcelona.
ASIMOV, Isaac (1962): «Palabras en el mapa». Vid. s.
v. ‘Amazonas, Río’; Traducción española de Ricardo
Artola, colección Biblioteca Temática Alianza, 25.
Ediciones del Prado, Madrid, 1994.
COVARRUBIAS, Sebastián de: Tesoro de la lengua
castellana o española según la impresión de 1611 (con
las ediciones de Benito Remigio Noydens publicadas en la
de 1674), s. v. ‘amazonas’. Editorial Alta
Fulla, Barcelona; p. 110.
«Francisco de Orellana
(1541-1542», en Sociedad Geográfica Española. Disponible
en web: <https://sge.org/exploraciones-y-expediciones/...>.
GARRIDO, Agustín:
«Amazonas», en MONOGRAFÍAS. Disponible en web: <http://www.monografias.com/trabajos914/amazonas/...>.
«La exploración del
Amazonas: la gran odisea de Francisco de Orellana», en
HISTORIA. National Geographic. Disponible en web:
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RUBINO, Francisco: «La
colonización española», en La América Colonial,
ClaseHistoria.com. Disponible en web: <http://www.claseshistoria...>.
THOMAS, Hugh (2010): El
Imperio español de Carlos V (1522-1558). Prefacio
del autor y traducción española de Carmen Martínez
Jimeno y Jesús Cuéllar. Editorial Planeta, Barcelona,
2010.
VELMONT, Horacio: «La
leyenda de las amazonas», en Grupo ELRON. Disponible en
web: <http://grupoelron.org/historia/amazonas.htm>. |
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José Antonio Molero
Benavides
(Cuevas de San Marcos,
Málaga). Diplomado en
Maestro de Enseñanza
Primaria y licenciado en
Filología Románica por la
Universidad de Málaga.
Ha sido profesor de Lengua
Española en la Facultad de
Ciencias de la Educación de
la Universidad de Málaga
hasta el 30 de septiembre de
2017, cuando el Ministerio
de Educación y Ciencia deja
de considerarlo apto para la
docencia y le aplica la ley
vigente de actividad
laboral, mandándolo, sin
capacidad de retorno, al
nirvana de la jubilación.
Y en esa condición, desde el
1 de octubre de ese mismo
año, vive (respira, aclara
él) lánguidamente el paso
tardo de los días entregado
a la meditación agnóstica
del intramundo onírico, a la
espera de esa iluminación de
la gnoseología límbica
transcendental que
irremisiblemente le espera.
En tanto el Eterno
Omnisciente le
convoca a una entrevista
en su
Celestial Despacho,
cuya cita que
el interesado
desea se prolongue sine die
en el tiempo,
ejerce como Profesor
Jubilado Cvm Venia Docendi,
capacidad que la Muy
Egregia
UMA ha tenido a bien
reconocerle, permitiéndole
continuar con las tareas de
dirección, coordinación y
edición de la revista
digital GIBRALFARO,
revista digital de
publicación trimestral que
se publica con el
beneplácito del Departamento
de Didáctica de las Lenguas,
las Artes y el Deporte de la
Universidad de Málaga,
compromiso que asumió con la
aparición de su primer
número.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 5. Página 16. Año XXIII. II Época. Número 118.
Enero-Marzo 2024. ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2024 José Antonio Molero Benavides.
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2024 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte.
Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga
& Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga). | |
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