RECONOCER Y VALORAR los múltiples beneficios que aportan las investigaciones en el campo de las ciencias naturales, sociales, médicas, educativas, tecnológicas, etc. son indiscutibles en nuestro mundo de hoy. Y todo ello es necesario dentro del proceso evolutivo del ser humano y de las civilizaciones. Ahora bien, frente a este reconocimiento, también hay que tomar conciencia de que la determinación para decidir cómo se aplican y orientan los recursos y cómo ejercer los criterios sobre lo que es justo o injusto, incluso decidir sobre la vida y la muerte, está en manos de quienes manejan los hilos de una economía desigual, provocando, como consecuencia, miserias, hambrunas y sufrimientos en millones de seres humanos en nuestro planeta Tierra.

Ahora quiero centrarme en algo que constantemente estamos leyendo en los medios de comunicación y viendo noticias en directo sobre los proyectos de una nueva era espacial muy costosa, en la que compiten países en los que convive, de manera ostentosa, hasta vergonzosa, la opulencia descarada al lado de las grandes miserias humanas.

Ahora se trata de la conquista del polo sur de la Luna, con la justificación, dicen, de encontrar agua que favorezca el uso de este recurso en proyectos científicos avanzados, con la finalidad de instalarse en el satélite y utilizarlo como plataforma de relanzamiento para seguir conquistando el planeta Marte o lo que encarte dentro y fuera de nuestro sistema solar. Pero no todas estas iniciativas acaban aquí. Señalando un solo ejemplo, Michael Greshko publicaba el 29 de agosto del 2022, en la revista National Geographic que «la agencia espacial estadounidense ha lanzado su nuevo y gigantesco cohete lunar, el Sistema de Lanzamiento Espacial (SLS por sus siglas en inglés), dentro del proyecto Artemis I, con el objetivo de sentar las bases para una presencia humana sostenible en la superficie de la Luna y avanzar en el camino hacia misiones tripuladas al planeta rojo, Marte». Pues bien, en 2023, como ya se ha podido comprobar, y queda indicado, continuaron acumulándose las inversiones en nuevos proyectos de esta naturaleza y seguirán en el futuro.

Se trata de una confrontación de poderes para mostrar quién es más fuerte y tiene más capacidad para llegar el primero, no importa a qué coste. Hemos visto muy recientemente la competencia entre Rusia, enviando la Luna-25, una sonda robótica cuyo objetivo era aterrizar cerca del polo sur del satélite, y la India, que logra aterrizar con éxito la misión “Chandrayaan-3” en el mismo objetivo lunar, como si fuera una competición deportiva de los Juegos Olímpicos. ¿Quién corre más y es más resistente? Hemos visto que Rusia fracasó, estrellándose su artefacto contra la misma base del satélite lunar, mientras que su competidor indio sí logró su objetivo de llegar primero a la meta. Ha sido tremenda la tensión que se ha vivido en estos dos países con la proliferación de vanidades y prepotencias en todos los medios de comunicación nacionales e internacionales. Y todo ello en medio del gran desastre que provocan las guerras de Ucrania, de Palestina, de distintos focos bélicos en África. Es el gran contraste, muy doloroso, de las incoherencias humanas.

Pero no son estos dos los únicos países que entran en esta competición de fuerzas tecnológicas con el objetivo de conquistar otros mundos fuera de nuestra Tierra. Ya se conocen los múltiples lanzamientos espaciales que, desde la década de los años 60 del siglo XX hasta hoy, han promovido también los EE. UU., China, Japón, Israel, Europa, con la participación de potentes empresas privadas de Inteligencia Artificial. Para llevar a cabo estos proyectos, se han invertido ingentes cantidades de recursos económicos y tecnológicos, independientemente de las condiciones socioeconómicas y políticas de los países participantes.

Muchos proyectos han fracasado, provocando la presencia de más chatarra en el espacio o esparcida por la superficie de la Luna o de Marte; otros han tenido éxito, llevando al ser humano a nuestro satélite y posar ahí sus pies, así como el asentamiento de máquinas robóticas que pretenden analizar materiales que sirvan para la investigación y para un mejor conocimiento de la Luna o de Marte. Soy consciente de que el afán de conquista del ser humano forma parte de nuestra historia.

Ocasiones hay en que tal pretensión llega al punto más escandaloso que se pueda concebir. Buena prueba de ello la tenemos en la noticia que facilitaba la NASA sobre la valoración del asteroide “16 Psyche”, que, como si de una subasta se tratara, lo cifraba en 10 trillones de dólares, es decir, 100 veces superior al PIB mundial. Ante la especulación de la presencia de minerales extraordinarios y de gran valor económico, ya hay empresas multimillonarias dispuestas a invertir enormes cantidades de dinero en el proyecto de “invadir” ese asteroide. No hay límites para pensar en los beneficios. Me recuerdan los planes expansionistas de los grandes imperios: ensanchar los dominios cuesten lo que cuesten. Se trata, en definitiva, de ampliar el poder.

  

 

 

En tanto EE UU y Rusia invierten ingentes cantidades de dinero en una carrera desenfrenada por la primacía en el dominio del espacio, el Proyecto Hambre de las Naciones Unidas denuncia ante el mundo las casi 24 000 personas que mueren cada día de hambre o de causas relacionadas con la carencia de recursos alimenticios y sanitarios.

(Imagen: EFE/archivo)

  

  

Pero muchas personas nos preguntamos, ¿conocemos bien nuestra Tierra? Porque nuestro planeta forma también parte de un sistema solar en la infinitud del espacio. Habría que conocer más y mejor los recursos desconocidos que permanecen en el interior de los océanos o de la propia corteza terrestre. Y, por supuesto, las condiciones de vida de la humanidad que lo habita.

Los Estados y las empresas que tantos millones de dinero invierten en tantos proyectos tecnológicos siderales, destruidos muchos de ellos y esparcidos como chatarra en la nada del espacio, ¿piensan de igual manera en cómo invertir para solucionar las miserias y hambrunas humanas de sus habitantes? Posiblemente me etiqueten de utópico o de ingenuo al expresarme así. Aun siendo consciente y reconocedor, como ya he indicado anteriormente, de que la evolución de las civilizaciones, a lo largo de nuestra historia, ha llevado implícita invertir en la investigación para el desarrollo de las ciencias empíricas, y que todo ello ha permitido llegar a este siglo XXI a un nivel de crecimiento en conocimientos y mejoras en las condiciones de vida de la humanidad, yo me sigo preguntando ¿qué parte de esa humanidad se beneficia de todo ese proceso tan extraordinario? De los más de 7000 millones de habitantes que pueblan la Tierra, ¿cuántos de ellos sufren el abandono y la desesperación para sobrevivir con un mínimo de dignidad? La desigualdad es terrible, afectando negativamente a más de los dos tercios de su población. Sí, ya sé que van a objetarme que son expresiones tópicas que se dicen y repiten muchas veces. Que el reconocimiento de esa realidad no debe impedir el desarrollo de todos esos proyectos de búsqueda en otros lugares de nuestro Universo para encontrar posibles recursos minerales o lugares de asentamientos humanos ante los problemas que afectan a nuestro Planeta. Aun así, ¿por qué no invertir ingenio y recursos para mejorar las condiciones de vida de nuestra Tierra y evitar el daño que se le está haciendo con tantas barbaridades que la destruyen? ¿Y cómo permitir que no puedan sobrevivir los millones de seres humanos que no ven posible llegar a una edad adulta ante tantas carencias en la distribución de los recursos alimentarios, sanitarias y educativos?

En lugar de provocar la destrucción de nuestra Naturaleza, en base a intereses vergonzosos, cuidémosla, porque ya estamos viendo los efectos negativos de la deforestación masiva de zonas que representan la reserva natural para la vida, como la Amazonia y otros tantos espacios naturales; los efectos negativos del cambio climático que está transformando las condiciones de vida en muchos países de nuestro planeta; los efectos negativos de la contaminación sin control que mata y destruye la vida a lo que se unen los plásticos y basuras que inundan nuestros mares y océanos… Ahora toca contaminar también ese espacio que envuelve nuestro planeta, como ya señalaba Elías Rodríguez en una publicación de 2018 en el diario El Español: «El problema de la basura espacial es algo que vemos muy lejano, como hace muchas décadas veíamos respecto a la basura de los océanos con el argumento de que son muy grandes y es imposible que algún día la notemos (en efecto, ya la estamos notando desde hace muchos años). En cuanto a la basura espacial, es un problema reciente (se comenzó a ‘contaminar’ el espacio hace tan sólo unos 60 años, aproximadamente), pero ello no implica que no podamos sufrir las consecuencias pronto, si es que no las estamos sufriendo ya».

  

 

 

En lugar de provocar la destrucción de nuestra Naturaleza, en base a intereses vergonzosos, cuidémosla, porque ya estamos viendo los efectos negativos de la deforestación masiva de zonas que representan la reserva natural para la vida, como la Amazonia y otros tantos espacios naturales.

(Imagen: argentinamunicipal.com.ar)

  

  

Entonces, ¿por qué no invertir recursos económicos y tecnológicos en revertir estos desastres que afectan a la Humanidad entera? ¿Por qué no se aplican medidas políticas sin estar mediatizadas por los gestores económicos que dominan el mundo, y se conocen, acumulando riquezas incalculables frente a la incalculable miseria que mata y destruye la vida de millones de seres humanos?

Tremenda contradicción e incoherencia de la conducta humana cuando vivimos en una etapa de viajes interplanetarios, que no es ciencia ficción, sino realidad, tratando de invadir espacios siderales en aras del progreso tecnológico, cuando se esconden intereses espurios en esos proyectos y no se atiende la realidad humana para erradicar la miseria y la hambruna donde se sufre, así como la destrucción de la Naturaleza.

  

  

  

  

  

  

  

   

   

José Olivero Palomeque (Sevilla, 1946). Diplomado en Francés por la Escuela Oficial de Idiomas de Madrid, ha realizado varios cursos de Psicología en la UNED y desarrollado actividades formativas en diversos campos de la Psicología aplicada a la Gestión y Administración de Recursos Humanos. Ha cursado asimismo estudios de Teología en la Universidad de Sevilla y realizado cursos especializados de prevención en drogodependencia. Reside en Málaga desde 1970.

Es autor de libros como Sensaciones Mediterráneas (1997), Nuevo amanecer (1999), Andaduras por la Sierra de Aracena (1999), Pequeñas Narraciones (2005), Volver a vivir (2006), Tierra Seca (2007), La Ardilla Soleada (2011), Integración (obra de teatro infantil, 2012), Otra humanidad es posible (2012), Viaje a Cantabria (2012), Nuevo Amanecer (2.ª edición, 2016), Una gran aventura por el Camino de Santiago (2016), 50 años de vida compartida (2020), La vida es una gran aventura. Historia de una vida (2021), Estupor.5 (novela, en colaboración con otros 4 autores, 2022) y La Vida hace historia (2022), entre otros.

Poemas suyos aparecen en varias antologías poéticas de colaboración y ha colaborado y colabora directamente, con artículos de contenido literario, cultural o social, en diferentes publicaciones digitales, programas de radio y revistas de tirada periódica nacional, provincial y local, como “Homo Sapiens” y “Café Montaigne”, por ejemplo. Desde hace años, está a cargo de la coordinación de una tertulia literaria humanista que organiza el Ateneo de Málaga.

   

  

 

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 5. Página 16. Año XXII. II Época. Número 119. Abril-Junio 2024. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023 José Olivero Palomeque. © Las imágenes se usan exclusivamente como ilustraciones del texto y han sido tomadas de las webs que se indican en el pie correspondiente.  Cualquier derecho que pudiese concurrir sobre ellas pertenece a su(s) creador(es). Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2024 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).