LA NIÑA CONTEMPLÓ
cómo se escapaba su
globo azul. Intentó asirlo del
cordel con el que estuvo unido a su
mano, pero él mismo fue,
escurridizo, ganando altura, al
tiempo que su tamaño se reducía
hasta volverse apenas visible.
La pequeña lo miró, y con su mirada
turbada por el llanto, aguardó
pacientemente que regresara con
ella.
—Volvé,
globito, volvé —repitió una y otra vez Mariana sin
obtener respuesta.
Caminó por el parque sin consuelo.
Un vendedor de globos la sorprendió
proponiéndole un ventajoso negocio:
él le cambiaría un globo, el más
grande, el más colorido, por una
sonrisa suya. Mariana no aceptó,
pero el vendedor, al insistirle, le
dijo, casi en secreto, que él
también vendía ilusiones y que, si
tanto extrañaba su globo, le ofrecía
los suyos para ir a buscarlo.
Debería cerrar sus ojitos por un
momento y entonces, con su
imaginación, vería cómo una canasta
llena de flores, remontada por los
simpáticos y coloridos globos, la
elevaba por las alturas. Aunque
compungida, aceptó y luego...
Mariana se mareó al mirar hacia
abajo y ver a las personas que
caminaban por el parque, tan
chiquitas, como si fuera hormigas.
También se asustó con una bandada de
gorriones que jugaba a las
escondidas entre los globos. Algunos
de ellos planeaban y otros hacían
piruetas en el aire haciéndole creer
que se caían levantando en seguida
vuelo hacia una blanca nube para ver
quién llegaba primero
.
Mariana se divertía tanto que casi
se olvidó de que estaba triste. De
pronto, al mirar al cielo y verlo
tan azul, creyó ver a su globo
perdido y pensó:
!Mi globo fue a buscar a sus
hermanos y demás familiares. ¿Será
por eso por lo que el cielo es tan
azul? ¡Claro!, se dijo a sí misma y
continuó razonando: “El Sol debe
estar formado por los globos
amarillos y, cuando amanece en el
horizonte, por los globos rojos que
se le han escapado a otros chicos.
Entonces, gracias al mío, a partir
de hoy, el cielo será un poco más
azul...”
Mariana abrió los ojos y sonrió con
picardía mientras le guiñaba un
ojito al vendedor de ilusiones. Se
fue corriendo con su secreto
mientras saludaba al cielo con la
mano extendida. Desde aquella vez,
las noches fueron más cortas y las
tardes se prolongaron en un luminoso
firmamento azul.