Prometeo, junto a la roca
quello que ayer me oprimía, todo aquello que
tiempo atrás me zarandeaba y golpeaba, todo cuanto sometía mis inclinaciones
al libre arbitrio de unos deseos permanentemente insatisfechos, es hoy vasta
materia que someteré a los afanes de mi voluntad, caos del que ha de surgir
una vida refulgente y orgullosa que porte la semilla de cuanto en mí se ha
de avivar.
No quedan lejanos los tiempos de penurias y dolor; el caos, el caos, el
caos…; a tal estado quedó reducida mi vida; aniquilada, devorada por sí
misma y, sin embargo, fértil por cuanto habría aún de engendrar en mis
entrañas. Tiempo atrás, cuando aún contemplaba con pánico el fuego que yacía
en mi interior, temí caer en este reino de silencio donde aún permanezco;
mas no me engaño, no, si escucho una poderosa voz retumbar bajo mis pulmones
y contemplo el reflejo todavía palpitante de aquel monstruo que encontró en
mí su morada… ¡Mas no! ¡Aparta! ¡Lejos!, ¿acaso no te doy ya la razón cuando
recuerdo horrorizado aquellos tiempos cuya sombra todavía hoy me estremece?
Pero no, no, tampoco; más bien es este susurro naciente aquel que he de
escuchar y nutrir, es este balbuceo que ahora se queja con plañido de recién
nacido el que ha de elevar mi naturaleza hacia moradas donde sólo el sol
podría seguirme, allá donde habitan quienes, con el solo impulso del
espíritu y la fuerza de sus deseos, se encaraman al sereno templo donde
moran los más sagrados valores que la humanidad supo conservar.
Y, entretanto, un prolongado errar sobre abrojos y miserias, un inmenso mar
navegado a duras penas con la esperanza como vela y mi rabia como único remo
siempre atento al más leve anhelo del espíritu para arremeter con violencia
allá donde la contemplación de una idea someta con desgarrados impulsos
todas aquellas fuerzas devastadas en torno al vacío que hizo de mi pecho su
hogar. Mas no es momento de recordar aquello que dejé en el camino, pues
contemplo ya ante mí las inmensas montañas donde al fin podré cobijarme.
¡Un hogar, un hogar!, un reino donde haya de levantar la colosal figura que
me permita acercarme desde la distancia a tantos y tantos mundos hoy
desiertos donde antaño me alcé con el peso de la sola existencia; un reino
donde serenamente pueda escuchar los gritos agonizantes de aquella soledad y
los zarpazos de aquella águila que, partiendo en dos mi pecho, devoró cuanto
en mi corazón apremiaba incandescente. ¿Y qué pudo en mi interior encontrar
más que el soberbio orgullo y la firme determinación que, aun flagelados,
día tras día se reproducían con el fervor y la convicción que tan sólo
despierta el más profundo dolor? ¿Qué más pudo hallar aquel animal sino el
reflejo de sus viles instintos si todo aquello que de su misma ralea pudo
existir fue extinguido por aquella fuerza desbordante y la cólera que tantas
veces, en la más atroz oscuridad, me impidió bajar los brazos? No. Jamás
descendería la mirada ante quien esperase de mí sumisión o desencanto frente
a uno o mil obstáculos. Bien conozco que las alas de aquella bestia se
agitan únicamente a costa de quienes, sometidos, consintieron en permitir
que se les designase con el simple nombre de mortales.
Las visiones que en su día irradiaron las esperanzas de esta raza de
desheredados se cubren, noche tras noche, ante el pútrido aliento que la
pasividad y el rencor generan; nada pudieron frente al peso de una palabra
que, como llama demasiado ardiente para sus delicadas manos, no supieron
mantener encendida, pues no comprendieron que no era el brillo sino sólo su
calor, su ciega pasión, aquello que a cada jornada les iba hiriendo como a
estatuas demasiado hirientes como para poder acercarse sin sentir sobre uno
mismo el aniquilador fuego que en su momento recorrió cada uno de sus
miembros al poco cercenados.
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Escena 1 de
«Las criaturas de
Prometeo», ballet de
Ludwig van Beethoven.
Espectáculo de Arantxa Sagardoy (Vestuario) &
Alfredo Bravo (escenografía).
Compañía Plan B.
Estrenada el 3 de julio de 2010. |
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Silencio. Permanece por unos instantes
ensimismado, meditativo
¡Ah!, ¿y no habría mayor gozo que el de resucitar tantas y tantas sombras
que apenas pudieron esbozarse?, ¿que aun deformadas e ignorantes, con la
estéril fuerza que la imaginación les dotó, concentraban en torno suyo
fragmentos de una realidad abrumadoramente más bella? ¿No encuentran su
origen en idéntica sustancia los mortales y los dioses hasta el punto de
extinguirse en una única llama cuando cualquiera de ellos trata de
apropiarse del trono que a gritos demanda a aquel que reine con lazos
compartidos?
Pues bien, el abismo abierto entre el vacío y el mundo de donde extraje mi
fuego lo llenaré con mi espíritu. Hastiado ya de aguardar en eterna
sumisión, crearé este otro reino que hermane en sus abundantes pliegues a
hombres y dioses. Débiles por sí mismos, seré yo quien, a riesgo de quedar
desgarrado, tienda a unos y a otros la llama que aniquile en su continuo
renacer la distancia así dispuesta por la vida.
Parece salir de su reconcentrado pensamiento.
Eleva al frente la mirada
Sí, dios habita en mi interior; pero tú, soledad, sólo tú albergas la
respuesta que de tu misma esencia me separó. Miserable de mí si tan sólo
soportase mi propio peso. Miserable de mí si únicamente de quienes espero
confianza me ocupase, pues uno por uno he de tender mis brazos a quien
todavía aguarde un futuro donde el amor lo abarque todo.
¡Yo soy mi destino! ¡Mira a tu interior, Prometeo: el destino soy yo! Quien
desee, quien insista en conocer los más recónditos recovecos de su ser ha de
esculpir su espíritu a fuego y piedra, rabioso, anhelando día y noche
recuperar aquello de sí mismo que, como semilla viviente, hace brotar todo
cuanto nutre sus actos, sus palabras. Por momentos observarás con horror
deformarse tu figura. No cedas, persevera; verás expandirse sin sentido el
cauce de tu existencia: no te detengas, guerra a dios, guerra a los
elementos, guerra a ti mismo. ¡Golpea, golpea; enfrenta, asiéntate allá
donde una bestia usurpó tu trono hoy vacío! ¿No eres tú ese dios? No hay
tregua para quien ansía recuperar el propio ser. No hay tregua para quien,
furioso, escucha el bramido de su propia esfinge clamando desde lo hondo…
desde lo hondo…; persevera arrebatado tras tu trono… ¡Ah, Zeus!, ya observo
tus ojos de pánico, tu torpe y ciego temor. ¡Fuera! Me deshago de todo
cuanto poseo; todo ello hoy me retiene. ¡Fuera, monstruo abominable! Ningún
germen habita en la naturaleza capaz de destruirse a sí mismo… Nada de
cuanto es queda fuera… ¡Golpea, golpea esta esfinge!, jamás polvo alguno
cayó de su molde; todo ella es. ¡Arrójala, eterna, indestructible! Sé tu
propio dios y con satisfacción contempla cuanto quedó atrás. Ahora lo
recuerdas: el dolor reventó en mil pedazos, tus horas mudas hablaron en su
agonía. Escucha, escucha… ¿Lo oyes? Es tu voz quien hoy reúne todos aquellos
tesoros que antaño formaron tu sepultura. Un largo camino aún, mas, hasta
entonces, golpea, golpea, y si el pulso se resiente, busca a quien pueda
enjuagar tus grávidas lágrimas, detener este manantial de sangre que, como
dádiva del destino, ya en nada se satisface. ¿Acaso no aguarda ya aquella
que incitó tu efusión hasta alturas hasta entonces no desveladas? Deséala,
extiende los brazos, pues lo bello aún hoy se forja mediante el simple deseo
de abrazarlo. ¡Yo soy mi destino, yo, Prometeo!
El hombre no tiene otra medida que la intensidad de luz que uno puede llegar
a soportar. Sólo uno, tan sólo uno. Tú. Elévate, arrastra y persiste, el
énfasis no lo es todo, pues ¿qué es el ideal por sí mismo, qué valor tiene
esta miserable imagen, estas formas aún deslavazadas que no encuentran su
porqué salvo en mi interior? ¡Así se forja el destino, aquí mismo, no desde
afuera, eso no existe; sólo aquí, sólo sobre mi pecho se extiende la
creación! ¿Queréis saber cómo sentía aquel dios en el momento de la
creación?, desgarradme el pecho y contemplad. ¿Y qué es el dolor, qué es el
amor?, pura desmesura; de aquí nace todo, solo de aquí… de aquí abandona
dios su orden abstracto: Dios, Dios…, de aquí nace el ser; así, así se forja
el destino.
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Escena 2 de
«Las criaturas de
Prometeo», ballet de
Ludwig van Beethoven.
Espectáculo de Arantxa Sagardoy (Vestuario) &
Alfredo Bravo (escenografía).
Compañía Plan B.
Estrenada el 3 de julio de 2010. |
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Cae exhausto. Susurrante
Libertad y tiranía. ¿Dónde situar cada una de estas columnas que soportan el
peso de la existencia? Derríbalas, Prometeo, derrábalas. Expulsa del trono a
todos quienes usurparon tu lugar. Huyeron los dioses de tu corazón, todo
quedó fuera. Allá donde un trono queda libre tiene su hogar un destino. Del
corazón huyeron los dioses, si hoy moran en tierras áridas… ¿Y permitiréis
vosotros que el hombre hiera el tesoro más fielmente guardado por el
corazón, el amor?
Eleva de nuevo sus ojos y mira fijamente al
sol
Con vuestras manos destruisteis el dolor y, con ello, el amor buscó cobijo
lejos de aquellos que, demasiado pequeños para contener una lágrima,
quedaron sepultados en su existencia.
¿Y ahora pretenden desencadenarme? ¡Jamás! Yo mismo he de ser quien golpee
contra las rocas estos hierros que por tantos años afligieron mi alma, yo
seré quien destruya las cadenas que largo tiempo han aferrado mi espíritu
sin por ello someterlo. No, a cada golpe, más y más se ha vivificado en todo
mi ser el fuego que habrá de tornar cenizas todo cuanto en su momento ahogó
mis fuerzas pero nunca la voluntad de abandonar el destino que yo mismo me
impuse. No, jamás podréis contemplarme en actitud suplicante; todo lo sufro
porque todo me nutre, pero cuanto en mí se adentra cubierto de sangre lo
devuelvo puro y limpio de todo interés, bello e inasequible para quienes
ansían apresar con manos enfermas aquello que sólo han de guardar quienes,
lejos de todo provecho, no vacilen en anteponer su vida a lo noble y lo
bello, escupiendo a los ojos, con sobrio semblante, a todos cuantos con
astucia bañaron sus riquezas en hediondo barro. Saber querría cuál es el
temor que les invade que ni tan sólo uno de quienes tiempo atrás me
calumniaron se atreve ya a fijar su mirada sobre la mía. ¿Serían hoy capaces
de soportar tan siquiera una de aquellas horas que, lejos de derrumbarme,
fueron la materia sobre la que erigí el trono sobre el que reposa en calma
mi espíritu? No lo creo. Mas yo mismo, enérgico y renovado, he de ser quien
forje una nueva voluntad que asigne a cada cual un futuro acorde al peso que
sean capaces de soportar. Cada uno hallará en su entrega la recompensa a un
esfuerzo que, lejos de reposar perezosamente en quien lo generó, repartirá
entre sus iguales las riquezas extraídas de este pecho que, aun abierto y
desgarrado, jamás dejó de abrigar a un dios, a Dios. Libres quedáis, la
libertad se ha impuesto, su fuego sólo arde y renace en manos de quien no
rehúye su destino.
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Escena 3 de
«Las criaturas de
Prometeo», ballet de
Ludwig van Beethoven.
Espectáculo de Arantxa Sagardoy (Vestuario) &
Alfredo Bravo (escenografía).
Compañía Plan B.
Estrenada el 3 de julio de 2010. |
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Comentario en torno al ballet Las criaturas de Prometeo, de Beethoven
El monólogo de Prometeo que acabamos de leer trata de transcribir algunos de
los pasajes más intensos del ballet Las criaturas de Prometeo [1],
compuesto por Beethoven [2] al poco de iniciarse el siglo XIX. Por este
motivo se ha creído conveniente añadir alguna información, algunas
reflexiones también, en torno a la figura de Prometeo tal como es tratada
por Beethoven, y su situación dentro del panorama estético alemán de la
época.
Resulta notoria la relación que uno puede establecer entre la figura
mitológica de Prometeo y la de Beethoven tanto en su faceta creativa como en
lo relativo a su temperamento. Paralela resulta la sordera simbólica de un
Prometeo que no presta atención a los consejos y órdenes que le quieren ser
impuestos, y aquella otra real sufrida por Beethoven precisamente en los
mismos años, 1800-1801, en que se dedicaba a la realización del ballet
Las criaturas de Prometeo.
Pese al obstáculo, el hecho de que «sea sordo —según indicó Goethe—
perjudicó posiblemente menos a la parte musical de su ser que a la parte
social». No obstante, el músico de Bonn no tuvo otro remedio que aislarse
más todavía en su yo profundo, forjándose de este modo el carácter «más
poderosamente concentrado, enérgico y con mayor vida interior que haya
encontrado jamás en cualquier artista», de nuevo transcribiendo las palabras
de Goethe. Profunda vida interior y concentración de espíritu como expresión
de un universo subjetivo con pretensiones de alzarse como valores
universales, es cuanto hallamos, no podía resultar de otro modo, en un
artista cuyo enorgullecimiento obedecía tanto a su talento creativo como a
la expresión ética expresada a través de su música. Veamos brevemente.
Ética y estética se muestran absolutamente indisociables tanto para nuestro
autor como para espíritus eminentes como Hegel [3], Schiller [4] o Schelling
[5], todos ellos portadores de elevadas exigencias morales, apenas humanas
en tanto que sumamente alejadas de la realidad, tremendamente distantes de
ese ideal de humanidad que Goethe [6] hizo de su Ifigenia y que, a buen
seguro, hubiese reencontrado de haber continuado su apenas esbozado
Prometeo.
En los citados artistas no resulta posible establecer una separación entre
ambas mencionadas facetas, ética y estética, en tanto que ellos mismos
conforman una individualidad, una identidad completa imposible de concebir
de modo separado. De esta manera, en Beethoven nos hallamos no ante un
artista que se sumerge en el ideal de manera que, por contraste, cuanto
quede resaltado sea lo más lo áspero de nuestra realidad, sino ante un genio
que logra por sí mismo rellenar el vacío entre orden real y orden ideal y,
no contento con esto, se atreve aún a suplantar una realidad muerta y
obsoleta por un ideal plenamente tangible. Con Beethoven ocurre aquello que
sólo podemos observar en contados artistas, pues se da el paso de una
realidad a un ideal moral por medio de una creación artística en su conjunto
desarrollada de modo ético.
En consecuencia, allá donde el tirano pretende suplantar un mundo por otro
mundo realizado a su propia medida sin poner reparo en los medios empleados,
ya sea Egmont, ya sea Napoleón, en la obra del músico de Bonn observaremos
un riguroso proceso que no ofrece en momento alguno lugar para una libertad
desatendida de los valores que, en los mencionados déspotas, sólo va a
descansar en la cima de una escala ilimitada e imposible de alcanzar a modo
de maquiavélico proceso. Beethoven se acercará al ideal mediante una
realidad que en sí misma contiene ya en su interior dicho ideal, el cual, en
su más lograda expresión, va a apuntar a un fin supraindividual que abarcará
el círculo de realidad más amplio posible, haciendo coincidir de este modo
el yo individual con el colectivo, lo subjetivo con lo objetivo, no en aras
de un narcisismo sin límite sino de una perspectiva invertida que, lejos de
detenerse a reflejar su rostro en el agua, observe el agua, lo nítido y
esencial, en el fondo del ser y, con suma determinación, manifieste así su
ser por amor a un mundo necesitado de belleza. No damos, de este modo, con
un ideal que excluye la realidad, tal como observamos en las primeras obras
de Schiller o incluso en algunas páginas de Novalis [7], sino con un ideal
únicamente consecutible en y por medio de una realidad que lo asimile y lo
plasme de modo objetivo.
Este afán de superación por medio de una voluntad moral lo observamos
asimismo en la figura de un Prometeo en el que podemos apreciar un deseo de
anteponer a unas medidas excesivas un orden humano, mas no por ello
accesible a todo ser en tanto que atendiendo a sus elevadas demandas morales
representa un estadio moral cognoscible tan sólo por quienes forjan su
destino con el impulso de los valores ético-estéticos a los que venimos
haciendo referencia.
Prometeo, Beethoven, nos presenta un fuego cuya utilidad depende del buen o
mal uso que la humanidad sepa hacer de él. El hombre, viene a decir el mito,
se aisló del medio natural no sabiendo hacerse cargo de sus propias
cualidades; dioses paganos fueron suplantados por el irascible dios del
Medievo del mismo modo que la naturaleza se comenzó a ver destruida dada la
insaciable voracidad de la innovación técnica. Tanto Beethoven como Prometeo
nos mostraron un fuego inaccesible a la debilidad de nuestro espíritu, pero,
lejos de contentarse con dicha manifestación, nos mostraron los medios y las
herramientas para trabajar ese fuego: valentía, perseverancia, voluntad en
grado sumo y, en primer lugar, el reconocimiento de un orden a escala humana
que asiente los pilares humanos sobre los pilares de un ideal objetivo y
tangible, real.
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Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 – Viena, 1827),
autor de la música del ballet «Las criaturas de Prometeo». |
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NOTAS
1. Las criaturas de Prometeo (Die
Geschöpfe des Prometheus, en alemán), op. 43, es un ballet con
argumento del bailarín Salvatore Viganò y música de Ludwig van Beethoven,
escrito en 1801 y estrenado en el Burgtheater de Viena el 28 de marzo de
1801.
2. Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770 –
Viena, 1827). Compositor, director de orquesta y pianista alemán. Su legado
musical abarca, cronológicamente, desde el período clásico hasta inicios del
romanticismo musical. Es uno de los compositores más importantes de la
historia de la música y su legado ha influido de forma decisiva en la música
posterior.
3. Georg Wilhelm Friedrich Hegel
(Stuttgart, Alemania, 1770 - Berlín, 1831).
Filósofo alemán. Estudió primero en el instituto de su ciudad natal, y,
entre 1788 y 1793, siguió estudios de teología en Tubinga, donde fue
compañero del poeta Hölderlin y del filósofo Schelling, gracias al cual se
incorporó en 1801 como docente a la Universidad de Jena, que sería
clausurada a la entrada de Napoléon en la ciudad (1806). Al tiempo que se
introducía en la obra de pensadores como Schiller, Herder, Lessing y Kant,
Hegel compartió con sus compañeros el entusiasmo por la Revolución Francesa.
Aunque al principio se hallaba muy próximo al idealismo de Fichte y
Schelling, a medida que fue elaborando su propio sistema filosófico, ya
profesor en la Universidad de Heidelberg (1816-1818) y luego en Berlín
(1818-1831), se alejó progresivamene de ellos.
4. Friedrich Schiller (Marbach, Alemania,
1759 - Weimar, id., 1805).
Poeta y dramaturgo alemán. Hijo de un cirujano militar, estudió Medicina y
Derecho en la Escuela Militar de Stuttgart, en lugar de Teología, tal como
era su deseo. Sin tener en cuenta las prohibiciones de la disciplina
militar, empezó a interesarse por la literatura protorromántica del «Sturm
und Drang» y, en 1781, estrenó su primera pieza teatral, Los bandidos,
drama antiautoritario que le supuso la deposición del cargo de cirujano
mayor y la prohibición de escribir obras que pudieran atentar contra el
orden social.
5. Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling (Leonberg,
Alemania, 1775 - Baz Ragaz, Suiza, 1854).
Filósofo alemán. Uno de los máximos exponentes del idealismo y de la
tendencia romántica en la filosofía alemana, su gran precocidad se hace
evidente en el hecho de que a los ocho años dominaba las lenguas clásicas, y
que antes de los veinte había desarrollado ya un sistema filosófico propio.
6.
Johann Wolfgang Goethe (Frankfurt, 1749-Weimar, id., 1832).
Escritor alemán. Nacido en el seno de una familia patricia burguesa, su
padre se encargó personalmente de su educación. En 1765 inició los estudios
de Derecho en Leipzig, aunque una enfermedad le obligó a regresar a
Frankfurt. Una vez recuperada la salud, se trasladó a Estrasburgo para
proseguir sus estudios. Fue este un período decisivo, ya que en él se
produjo un cambio radical en su orientación poética. Frecuentó los círculos
literarios y artísticos del Sturm und Drang, germen del primer
Romanticismo.
7. Friedrich Leopold von Hardenberg,
Novales (Oberwiederstedt, Alemania, 1772 - Weissenfels, id., 1801).
Poeta alemán que tomó el nombre de Novalis de un antiguo título nobiliario
de su aristocrática familia. Las concepciones estéticas de Novalis, cuya
obra constituyó un canto a la integración mística de espíritu y naturaleza,
influyeron notablemente en el desarrollo posterior del romanticismo europeo.
Estudió Derecho en Jena, donde asistió a los cursos de Historia de Friedrich
Schiller y conoció a Fichte, cuya filosofía idealista gravita sobre toda su
obra.
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