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POR UNA MIRADA
Por CAROLINA FERNÁNDEZ PÉREZ |
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«Por una
mirada, un mundo;
por una
sonrisa, un cielo;
por un
beso, ¡yo no sé
qué te
diera por un beso!»
Gustavo A. BÉCQUER.
AL PRINCIPIO, EL NO la veía. Como si no existiese, pasaba cada
tarde por su lado sin mirarla siquiera, ajeno a su eterna
presencia, en aquel recodo del pasillo. Y, sin embargo, allí
estaba ella, callada y sola, leyendo siempre un libro que nunca
terminaba porque, como Penélope, volvía hacia atrás
continuamente para no acabarlo, para aprenderse de memoria hasta
la última sílaba. Esperaba ansiosa el día en que él la mirase y
le preguntara qué leía con tanto afán, para responderle: «Es tu
libro. Me encanta».
Pero él no la veía. Pasaba por allí siempre a la misma hora,
estrictamente puntual. Caminaba deprisa, vista al frente,
intentando no chocar contra la marea de alumnos que recorría
constantemente el pasillo en ambas direcciones, girando a la
derecha cuando llegaba al final del mismo, para perderse de
nuevo entre la gente. En el mismo instante en que dejaba de
verlo, ella pasaba algunas páginas del libro hacia atrás y
seguía leyendo.
Si alguien le hubiese preguntado por qué siempre le esperaba
allí, no hubiera podido contestar, pues ni ella misma lo sabía.
Se conformaba con verle pasar, con observarle sin que él se
diese cuenta. Le atraía física y emocionalmente, pese a no
conocerle. Sólo sabía su nombre, el título del libro que había
escrito y que era profesor en su misma Facultad, aunque ignoraba
qué clases impartía. Tenía que hablar con él, lo necesitaba,
pero no se atrevía siquiera a darle las buenas tardes cuando
pasaba por su lado. Así que seguía esperándole en el rincón,
deseando que la mirase al menos, que supiera de su existencia.
Una tarde, él pasó por allí como de costumbre, caminando
deprisa, vista al frente, esquivando alumnos,
estrictamente puntual como siempre. Pero cuando llegó al final
del pasillo y giró a la derecha, se detuvo de improviso. Algo
había cambiado en aquel lugar, aunque no sabría decir qué era.
Dio media vuelta y miró el pasillo que acababa de recorrer, sin
que le abandonase la sensación de que algo no encajaba allí.
Todo parecía normal; se fijó casualmente en una muchacha que
llegaba hasta el recodo del pasillo, se sentaba en el suelo,
abría un libro y comenzaba a leerlo. «Mal sitio para estudiar»,
pensó. Y siguió su camino, intentando averiguar todavía qué le
había hecho detenerse, al tiempo que la muchacha del rincón
levantaba la vista del libro de vez en cuando, intentando
buscarle entre la gente.
Al día siguiente, cuando volvió a pasar por allí, la vio por
primera vez. Sin duda era la muchacha de la tarde anterior. Qué
otra persona, si no, iba a leer en medio de semejante barullo de
gente. Al pasar junto a ella, la chica levantó la vista del
libro, y sus miradas se cruzaron. Él siguió su camino,
indiferente. Ella cerró los ojos, reteniendo en su memoria
aquellos ojos negros que por fin se habían fijado en los suyos.
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En el mismo instante en que dejaba de verlo, ella pasaba algunas páginas del libro hacia atrás y seguía leyendo. |
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Al principio, él no la veía. Pero ahora la miraba a diario, cada
vez de una manera distinta. Primero, era indiferencia, como
quien ve un mueble colocado en un lugar que no es el suyo.
Luego, fue curiosidad, ¿qué hacía siempre allí esa chica? Más
adelante, la miraba con simpatía; el primer día que la miró
sonriendo, ella se sonrojó tanto que, por fin, lo comprendió
todo: estaba allí por él.
Se sintió halagado por aquella muchachita que tan pacientemente
le esperaba cada tarde, y jugó a las miradas y las sonrisas
durante un tiempo, orgulloso de ser admirado. A veces incluso le
decía «Hola».
Comenzó también a fijarse un poco más en ella: su rostro, su
cabello, su ropa, su libro… Siempre el mismo libro. Debía ser
muy difícil de entender, pues parecía no avanzar nunca en su
lectura. Quizá pudiera ayudarla; al fin y al cabo, era profesor.
Le preguntaría qué libro era.
Ella le contestó casi sin pensar: «Es tu libro, me encanta». Él
se echó a reír. «“Es tu libro. Me Encanta”. Bonito nombre», le
dijo, sin dejar de reírse. El nombre. Le había preguntado su
nombre. Y se estaba riendo de ella. Se le aceleró el pulso, y
sintió que un tremendo calor le subía por el pecho y se le
agolpaba en la cara. Le ardían las mejillas. Le picaban los
ojos. Estaba a punto de llorar.
«Yo soy Carlos. Encantado». Le dio dos besos. «Si me dices tu
nombre de verdad, te invito a algo y comentamos mi libro, ya que
tanto te gusta».
Seguía riéndose de ella, le divertía su azoramiento. Estaba
colada por él, acababa de confirmarlo. Y la chica no estaba mal…
Ahora se levantaría, le diría su nombre y…
Se levantó del suelo, le tiró el libro a los pies y salió
corriendo por el pasillo, tropezando con todo el mundo, cegada
por las lágrimas. No volvería a esperarle nunca más, no podría
mirarle a los ojos de nuevo sin recordar la vergüenza que había
pasado frente a él. Nunca volvería a esperarle.
* * *
Todas las tardes, caminando deprisa, vista al frente, sorteando
alumnos y puntual como siempre, Carlos miraba el rincón vacío,
recordando aquella otra tarde que se había detenido de repente
con la sensación de que faltaba algo en ese pasillo. Y, al girar
a la derecha, siempre se repetía los versos escritos a lápiz que
encontrara en la primera página de su libro, el que ella le
había arrojado.
Al final del pasillo de la derecha, Carlos entraba cada tarde en
su despacho, abría el libro por la primera página y releía los
versos, para no olvidarlos. «Por una mirada, un mundo;/ por una
sonrisa, un cielo;/ por un beso...».
Tenía una bonita letra. Ojalá le hubiera dicho su nombre, así
podría escribirle una dedicatoria debajo de los versos de
Bécquer. Ya volvería a preguntárselo cuando viniese a recoger el
libro, para eso la esperaba todas las tardes en el despacho. |
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Carolina Fernández Pérez
(Málaga, 1983). Diplomada en
Maestro de Educación Primaria
por la Universidad de Málaga.
Aunque aficionada a las
prácticas deportivas, confiesa
pasar sus mejores momentos
escribiendo y, sobre todo,
leyendo, en cuyo particular
firmamento, Bécquer, Lorca,
Machado, Verne, Stephen King,
García Márquez e Isabel Allende
son estrellas cuyo fulgor la
tienen magnetizada.
Es colaboradora distinguida de
nuestra revista, en cuya sección
de “Narrativa Breve” aparece con
asiduidad, con una prosa madura,
impecable y moderna que cautiva
el interés del lector
desde la primera línea. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 1. Año XIII. II Época. Número 84. Abril-Junio 2014. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2014 Carolina Fernández Pérez. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2014 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.
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