acimos el mismo día y nos criamos juntos.
Mi padre era el dueño del Circo Rouge Chabones, de fama mundial.
Dieciocho generaciones de artistas circenses.
Mi madre, Piti Chabones, era la ecuyere*, dieciocho
generaciones de ecuyeres.
Mi familia ha recorrido doscientas treinta y cuatro veces el
mundo en sus carromatos y posee una finca de caballos en Minsk,
una viña en la Provenza y un zoológico en Tandil.
No son muchos bienes después de tantos años de andar por caminos
de piedra, tierra, arena y sal, pero, desde el momento de
nuestro nacimiento, los Chabones tenemos una función en el
mundo: hacer divertir al mundo en general y a los niños en
particular.
Todo iba bien hasta que nací yo.
Por qué no le pasó a mi hermano mellizo Gastón, no podría
explicarlo. Quizá ese veintitrés de junio, noche de San Juan,
habría visto mi madre un gato negro o una gallina y dio siete
vueltas al pasar las doce de la noche, o se equivocó y, en vez
de encender la vela verde, encendió la amarilla, o confundió el
billete, que no era el de siempre, al meterlo en el caldero de
cobre.
Lo cierto es que nacimos los tres a las dos de la madrugada, y
sólo yo he tenido que sufrirlo.
A medida que iba creciendo, mis padres comprendieron que debían
pasar el testigo a Gastón, transformarlo en Mita, la Ecuyere.
He olvidado contarte que me llamo Mita.
El mundo esperaba a Mita y no tuvieron más remedio que cambiar
los roles por esa tontería que me arruinó, a los pocos días de
nacer.
—¿Te envuelvo los tomates?
Al principio, encontraron la solución antes de emprender el
viaje, una gota de vodka y fueron aumentando la dosis a medida
que crecía y, cuando llegué a los doce, la cantidad exacta de
vodka cabía en una copa llena.
En esa época, mi hermano Gastón ya era en la pista la gran Mita.
Desde los diez años, dejaron que su cabellera creciera hasta la
cintura, cubrieron sus partes con una faja muy apretada y sobre
ella vistió, como en las dieciocho generaciones anteriores, el
tutú** rosado con ronchas de piedras y perlas.
Eso no solo marcó sus partes sino su vida futura. A los ocho
años se enamoró del payaso Eufrasio, al que seguía por todas
partes, y a los quince, perdió la cabeza por Ginés, el
equilibrista, que también había salido del armario.
Ya sé que hablé de tres nacimientos. Ese día nacimos los
mellizos y Castina, la osa, que estaba destinada a realizar
espectáculos con Gastón y que heredé al pasar a ser Gastonit
y su oso cantor, un número que gustaba a la gente pero sin
el renombre y la fama de la ecuyere. Y así seguí hasta que
conocí a Gesualdo, mi marido, el dueño de la verdulería.
Con él me he sentido amada y no le preocupa mi defecto: sufro de
vértigo, me mareo no sólo en las alturas, también me pongo
malísima cuando viajo en cualquier medio de transporte y no
puedo vivir sin tomar una botella de vodka al día.
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NOTAS
*ecuyere.
(del fr. écuyère) f.
Amazona, caballista. Mujer que, a horcajadas, monta caballos en
un circo. (Este galicismo no está admitido por la RAE).
**tutú.
(del fr. tutu)
m.
Faldellín usado por las bailarinas de danza clásica.
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“Amazona en el Circo Fernando” (1888),
óleo sobre lienzo de Henri de Toulouse-Lautrec.
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