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CONFIDENCIAS DE UN LEOPARDO

   

Por Luis Antonio Ródenas

   

  

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ola, soy un leopardo; mi madre me bautizó con el nombre de Sphynx, que en cierto idioma humano significa Esfinge, pero, como soy consciente de que es casi impronunciable, todo el mundo me conoce como Leo.

De pequeño pasaba muchas horas con ella, quizá demasiadas. Puede que eso haya sido el detonante de que mi personalidad sea distinta a la de los demás de mi raza. Soy buen cazador, pero nunca apunté demasiado alto; mis presas eran lentas y pequeñas, no me atrevía a atacar a animales más pesados y corpulentos por mis miedos. Siempre le he tenido miedo a la muerte, y pronto aprendí a conformarme. Pero soy rápido, ágil, sigiloso… Podría haber sido capaz de hacer muchas cosas si me lo hubiese propuesto. Sin embargo, hay un tema: sentado sobre mis cuartos traseros, contemplando a otros seres cazar, he visto a su alrededor a buitres y hienas, siempre ahí, sacando tajada por nada y a cambio de nada… No me gustan esos bichejos, no, señores.

Siempre que cierro mis ojos y me pongo a recordar, la primera imagen que me llega a la mente soy yo, junto a mi madre, contemplando la puesta del enorme sol anaranjado por detrás del Kilimanjaro. La sabana es tranquila, interminable, está llena de matices… Hay un mundo infinito de posibilidades para aprender a sentirse en libertad. ¿Libertad? ¿O debería decir soledad?

Fue llegar a adulto, y sentirme como tal. Bueno, creo que ya me entendéis… El olor de una hembra en celo te llega al hocico desde kilómetros. Y allí vamos todos, a ver si pillamos cacho. Como siempre he sido un torpe, pues me quedaba a verlas venir. Bueno, por eso, y por más cosas. La hipocresía femenina, por ejemplo. Todas me miraban con admiración, todas decían cosas maravillosas de mí… Que si corro mucho, que si vaya elegancia, que si esto, que si lo otro… pero siempre acababan tirándose al gualtrapa bocallena de turno, llenando la selva de cachorros tan maleducados como su padre. Luego se quejan de que se sienten solas y maltratadas, y, encima, se ponen histéricas. ¡Ellas se lo han buscado! ¿O no?

Yo no habría hecho eso, pero, en fin, ya es tarde para intentar convencerlas de lo contrario… Además, aunque fuese capaz, no podría, luego entenderéis por qué. Y como solo hay dos celos al año, pues ya me contaréis… En ocasiones, me he encontrado con hembras fuera de su temporada de celo, pero es mejor apartarse. ¡Son insoportables! A los efectos, son un enemigo más, e incluso peor, porque juegan con eso especial que tienen —you know— y puedes perderte para siempre en un decir Kenia. Al final, resultan ser tan insufribles tan dentro como tan fuera del celo.

Casi prefiero encontrarme de bruces con un león. De hecho, os contaré que en una ocasión me encontré con un cachorro de león que se había perdido. Lo que debía de haber hecho es, sin más, acabar con él, ya que es un enemigo que un día devorará una presa destinada a mí, pero, en lugar de eso, lo dejé jugar un rato conmigo. Y al poco… ¡zas! Apareció su padre. Un enorme gato melenudo. ¡Menudo canguelo*! Os digo que me la jugué: no salí como alma que lleva el diablo, no, sino que, en un alarde de no sé muy bien qué, me puse a lamer el lomo de su cachorrito, y, de inmediato, me aparté. A diplomático no me gana nadie. Su padre fue generoso conmigo, no me atacó. De hecho, nos veíamos frecuentemente, de lejos, saludándonos con respeto.

Yo creo que esa experiencia fue la que motivó que, durante una temporada, me dejase el pelo largo… Los leones macho no son los reyes porque sean unos vagos indolentes, rodeados de hembras trabajadoras que se lo hacen todo, o porque se pasen el día tumbados al sol. Lo son porque son inteligentes, observadores, unos tremendos estrategas. Aprendí mucho de él; por ejemplo, a envidiar el concepto de manada. Un grupo de individuos que vienen juntos y lo comparten prácticamente todo.

¡Eh, que yo he tenido novia! Y varias. ¿Qué os pensáis? Y con una tuve hasta cachorritos. Pero todas acaban echándome de su lado. Decían que coarto su libertad, que soy invasivo, que mi presencia les impacienta… Supongo que es ley de vida, la ley de la sabana, y, en mi caso, una ley mucho más dura.

La libertad, decía… Yo nunca me he sentido libre, sino solo. Y creo que el precio que han pagado tantos otros de mi especie por esa supuesta libertad ha sido terrorífico. Muchos han muerto abatidos por los cazadores blancos, pero muchos más por los furtivos de color. Les pagan por cazarnos; luego, arrancan nuestras pieles y hacen abrigos con ellas que compran ambiciosos hombres en celo para ambiciosas mujeres en celo. Otros, soberbios y orgullosos, han muerto de hambre, al reducirse su espacio vital de un modo dramático. La selva no perdona errores. Os diré que yo nunca he tenido mi propio territorio de caza como tal, sino una parcelita, eso sí, con buenas vistas; digamos que vivía un poco de prestadillo, llevándome bien con la gente. Quizá por eso me adapté mejor, no sabría decíroslo con exactitud. La cuestión es que sobreviví. Nunca he echado de menos la libertad, pero sí, ciertamente, me he sentido muy solo.

Y un día, a mí también me cazaron. Olvidé mencionaros un pequeño detalle: vivo en una jaula, en un zoológico de una ciudad europea. Soy más famoso que mis compañeros —yo diría que un tanto huraños— porque no me escondo tanto como ellos. Los cachorros humanos me miran con admiración, y yo a veces me acerco —prudentemente, para no asustarlos— y les dejo que me observen, muy calmado. Les miro a los ojos con firmeza; son todos distintos, pero tienen en común su deseo de acariciar mi espesa piel tintada de manchas, de jugar conmigo. Yo no les haría daño, os lo juro, pero, claro, fíate tú de un felino salvaje…

No le guardo rencor por nada a nadie; ya soy mayor para rencores. Nunca fui libre, y sigo solo.

  

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NOTAS

*canguelo.  (Del caló ‘canguelo’, y este de ‘kandela’, hiede, apesta; cf. hindi ‘gandh’, perfume, olor). m. coloq. Miedo, temor.

  

  
                                                           
  

   

   

     

    

LUIS ANTONIO RÓDENAS (Colmenar Viejo, Madrid, 1965). Arquitecto técnico, criado en Aranda de Duero (Burgos), actualmente reside en Valladolid. Con motivo del 50.º aniversario de la aparición del Jabato, personaje del tebeo español de los años 60 y 70, participó en la recuperación de su figura con el guión de la aventura La hermandad de la Espada, dibujada por José Revilla y editada por Ediciones B en 2008. También junto a Revilla, ha participado en la redacción del argumento de la nueva aventura breve del Capitán Trueno, El secreto del espejo (Asociación de Amigos del Capitán Trueno, 2014). Es coautor, junto a Blanca María Gontad, del libro de temática medieval La mirada del Unicornio (ArtGerust Editores, 2014). Ha colaborado como articulista y narrador de cuentos en diversas espacios digitales como en las webs colaborativas Suite101 (hoy inactiva), Fútbol de Lujo, el blog El sonido del Trueno, la web Tebeos Clásicos y la revista digital Gibralfaro.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura. Sección 1. Página 2. Año XIII. II Época. Número 85. Julio-Septiembre 2014. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2014 Luis Antonio Ródenas. © Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes sitios o digitalizadas expresamente por el autor, se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es). Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2014 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.