ola, soy un leopardo; mi madre me bautizó con el nombre de
Sphynx, que en cierto idioma humano significa Esfinge, pero,
como soy consciente de que es casi impronunciable, todo el mundo
me conoce como Leo.
De pequeño pasaba muchas horas con ella, quizá demasiadas. Puede
que eso haya sido el detonante de que mi personalidad sea
distinta a la de los demás de mi raza. Soy buen cazador, pero
nunca apunté demasiado alto; mis presas eran lentas y pequeñas,
no me atrevía a atacar a animales más pesados y corpulentos por
mis miedos. Siempre le he tenido miedo a la muerte, y pronto
aprendí a conformarme. Pero soy rápido, ágil, sigiloso… Podría
haber sido capaz de hacer muchas cosas si me lo hubiese
propuesto. Sin embargo, hay un tema: sentado sobre mis cuartos
traseros, contemplando a otros seres cazar, he visto a su
alrededor a buitres y hienas, siempre ahí, sacando tajada por
nada y a cambio de nada… No me gustan esos bichejos, no,
señores.
Siempre que cierro mis ojos y me pongo a recordar, la primera
imagen que me llega a la mente soy yo, junto a mi madre,
contemplando la puesta del enorme sol anaranjado por detrás del
Kilimanjaro. La sabana es tranquila, interminable, está llena de
matices… Hay un mundo infinito de posibilidades para aprender a
sentirse en libertad. ¿Libertad? ¿O debería decir soledad?
Fue llegar a adulto, y sentirme como tal. Bueno, creo que ya me
entendéis… El olor de una hembra en celo te llega al hocico
desde kilómetros. Y allí vamos todos, a ver si pillamos cacho.
Como siempre he sido un torpe, pues me quedaba a verlas venir.
Bueno, por eso, y por más cosas. La hipocresía femenina, por
ejemplo. Todas me miraban con admiración, todas decían cosas
maravillosas de mí… Que si corro mucho, que si vaya elegancia,
que si esto, que si lo otro… pero siempre acababan tirándose al
gualtrapa bocallena de turno, llenando la selva de cachorros tan
maleducados como su padre. Luego se quejan de que se sienten
solas y maltratadas, y, encima, se ponen histéricas. ¡Ellas se
lo han buscado! ¿O no?
Yo no habría hecho eso, pero, en fin, ya es tarde para intentar
convencerlas de lo contrario… Además, aunque fuese capaz, no
podría, luego entenderéis por qué. Y como solo hay dos celos al
año, pues ya me contaréis… En ocasiones, me he encontrado con
hembras fuera de su temporada de celo, pero es mejor apartarse.
¡Son insoportables! A los efectos, son un enemigo más, e incluso
peor, porque juegan con eso especial que tienen —you know—
y puedes perderte para siempre en un decir Kenia. Al final,
resultan ser tan insufribles tan dentro como tan fuera del celo.
Casi prefiero encontrarme de bruces con un león. De hecho, os
contaré que en una ocasión me encontré con un cachorro de león
que se había perdido. Lo que debía de haber hecho es, sin más,
acabar con él, ya que es un enemigo que un día devorará una
presa destinada a mí, pero, en lugar de eso, lo dejé jugar un
rato conmigo. Y al poco… ¡zas! Apareció su padre. Un enorme gato
melenudo. ¡Menudo canguelo*! Os digo que me la jugué: no salí
como alma que lleva el diablo, no, sino que, en un alarde de no
sé muy bien qué, me puse a lamer el lomo de su cachorrito, y, de
inmediato, me aparté. A diplomático no me gana nadie. Su padre
fue generoso conmigo, no me atacó. De hecho, nos veíamos
frecuentemente, de lejos, saludándonos con respeto.
Yo creo que esa experiencia fue la que motivó que, durante una
temporada, me dejase el pelo largo… Los leones macho no son los
reyes porque sean unos vagos indolentes, rodeados de hembras
trabajadoras que se lo hacen todo, o porque se pasen el día
tumbados al sol. Lo son porque son inteligentes, observadores,
unos tremendos estrategas. Aprendí mucho de él; por ejemplo, a
envidiar el concepto de manada. Un grupo de individuos que
vienen juntos y lo comparten prácticamente todo.
¡Eh, que yo he tenido novia! Y varias. ¿Qué os pensáis? Y con
una tuve hasta cachorritos. Pero todas acaban echándome de su
lado. Decían que coarto su libertad, que soy invasivo, que mi
presencia les impacienta… Supongo que es ley de vida, la ley de
la sabana, y, en mi caso, una ley mucho más dura.
La libertad, decía… Yo nunca me he sentido libre, sino solo. Y
creo que el precio que han pagado tantos otros de mi especie por
esa supuesta libertad ha sido terrorífico. Muchos han muerto
abatidos por los cazadores blancos, pero muchos más por los
furtivos de color. Les pagan por cazarnos; luego, arrancan
nuestras pieles y hacen abrigos con ellas que compran ambiciosos
hombres en celo para ambiciosas mujeres en celo. Otros,
soberbios y orgullosos, han muerto de hambre, al reducirse su
espacio vital de un modo dramático. La selva no perdona errores.
Os diré que yo nunca he tenido mi propio territorio de caza como
tal, sino una parcelita, eso sí, con buenas vistas; digamos que
vivía un poco de prestadillo, llevándome bien con la gente.
Quizá por eso me adapté mejor, no sabría decíroslo con
exactitud. La cuestión es que sobreviví. Nunca he echado de
menos la libertad, pero sí, ciertamente, me he sentido muy solo.
Y un día, a mí también me cazaron. Olvidé mencionaros un pequeño
detalle: vivo en una jaula, en un zoológico de una ciudad
europea. Soy más famoso que mis compañeros —yo diría que un
tanto huraños— porque no me escondo tanto como ellos. Los
cachorros humanos me miran con admiración, y yo a veces me
acerco —prudentemente, para no asustarlos— y les dejo que me
observen, muy calmado. Les miro a los ojos con firmeza; son
todos distintos, pero tienen en común su deseo de acariciar mi
espesa piel tintada de manchas, de jugar conmigo. Yo no les
haría daño, os lo juro, pero, claro, fíate tú de un felino
salvaje…
No le guardo rencor por nada a nadie; ya soy mayor para
rencores. Nunca fui libre, y sigo solo.
__________
NOTAS
*canguelo.
(Del caló ‘canguelo’, y este de ‘kandela’, hiede, apesta;
cf. hindi ‘gandh’, perfume, olor).
m. coloq.
Miedo, temor.
|