ERA UN BUEN día para volver a vivir. Uno de esos días de febrero
en los que la primavera quiere comenzar su reinado, como siempre
anticipado, en estas tierras del sur.
Estoy sentada junto a nuestro lago, como hago cada día desde que
inexplicablemente te fuiste hace ya un mes y ocho días
exactamente. Pero hoy... hoy es diferente. Hoy ya no he ido al
banco de piedra donde nos sentábamos cogidos siempre de la mano,
donde uníamos nuestros labios, sintiéndonos uno solo, formando
parte de este lago... Hoy, he decidido contemplarlo desde lejos,
en la distancia que me permite otra piedra, al otro extremo de
la orilla, distinto punto de vista para un corazón que también
ha cambiado.
¡Qué buen día para sacar al fin toda la pena que llevo
dentro...! He decidido hundirla junto con tu recuerdo aquí
mismo, en el fondo del lago, que, por cierto, está precioso,
incluso sin ti. El agua azul turquesa brilla reflejando la luz
de un día maravilloso, la brisa de poniente me acaricia
suavemente, enredando mis cabellos y, de vez en cuando, deja al
sol, tibio, cálido, adentrarse en mi piel. Ocasionales rizos que
el aire dibuja en el agua hacen que el lago parezca un pequeño
mar con vida propia; de su vientre nacen un sin fin de ánades y
aves que remontan todos a la vez el vuelo en una espectacular
danza sobre sus aguas, para luego, como si de una madre se
tratase, volver a posarse delicadamente sobre su superficie para
descansar y buscar alimento.
Sí, nada ha cambiado, excepto que tú no estás... Ya no formas
parte de mi lago. Ahora escucho el silencio... silencio en mi
corazón y silencio en el lago. Solo el canto de los pájaros me
devuelve a la realidad. Tú no estás y ya no me importa. Es el
primer día que pienso así, desde hace cinco años que llevo
queriéndote. Cinco años de dolor, de encuentros a escondidas;
una quinta parte de mi vida entregada a tus mentiras, derramando
una pasión que ahora sé que no merecías.
No eras mío y yo lo sabía, pero tú me hacías creer que lo era
todo para ti, y que algún día, quizás algún día, podríamos
perder la cabeza y apartar todo lo que nos separaba para poder
vivir nuestro sueño. Y ese día llegó. Durante siete meses
estuvimos flotando en una luna de miel perpetua, tan deseada,
tan perfecta, que parecía irreal. Y ahora sé que lo era. Después
de partir en dos mi vida y entregarme por entero a ti,
desapareciste, de la noche a la mañana, y sin previo aviso, para
volver a tu pasado. Para volver a un lugar del que tanto
trabajo, penas y tiempo te había costado escapar. No tiene
sentido y no puedo entenderlo... No, jamás lo entenderé.
Me sentí engañada, defraudada.... Estaba muy dolida,
terriblemente decepcionada. Ahora ya no deseo sentir nada. He
tocado con una última caricia la concha que una vez me diste, en
una de nuestras salidas al mar... Tan perfectas sus líneas como
nuestro amor había sido. Y así quería siempre recordarlo. Con un
impulso puedo hacerla llegar lejos, simbolizando el fin de una
etapa, hundiendo con ella tu recuerdo por siempre. Levanto el
brazo y...
—¿Así de fácil puedes desprenderte de ella? ¿De mí? —oí que
decían a mi espalda. «¡No puede ser, hoy no!», pensé mientras me
volvía. Pero ahí estaba él, mirándome como siempre lo había
hecho, derritiéndome con el ardor de su deseo.
Mareada, casi sin respirar apenas, como en una nube, oía lo que
no estaba dispuesta a oír ni entender: que no había dejado de
quererme, que se había ido por no causarme más daño, que tenía
cáncer y debía de operarse en unos días, que yo era muy joven y
estaba llena de vida, mientras a él se le estaba acabando...;
pero que se había equivocado y no tenía ninguna gana de vivir si
no me tenía a su lado. Me pedía que volviese a él cuando se
recuperara, para ya no separarnos jamás, así sí firmaría el
consentimiento médico, si no, dejaría que todo siguiese su curso
y que pasara lo que tuviera que pasar. Nada importaría, pues
nada le quedaría ya.
Yo le escuchaba tragando mi llanto, pues sabía que ya era
demasiado tarde para nosotros. El daño estaba hecho, y no podía
pasar otra vez por aquello: ilusión, desengaño, abandono, dolor
y daño en ambos lados.
Mintiendo, asentí, viendo cómo su rúbrica se plasmaba en el
documento hospitalario. «Adiós, mi amor, te esperaré
siempre...», pensaba mientras le besaba, sabiendo que ahora sí
era la última, la última vez que lo haría, pasara lo que pasara,
y lo hice de tal forma que ese beso quedara impreso por siempre
en nuestras almas, «...pues como yo te he querido, no lo ha
hecho ni lo hará nadie, puedes estar seguro; no desmayes y
lucha, yo te estaré esperando». Y así, lo dejé junto al lago.
Han pasado ya varios años desde ese día, y hoy vuelvo a pensar
en ti desde el lago. No superaste la enfermedad. Aquella letal
dolencia no cedió su presa. El tumor se adueñó de ti como si de
un remordimiento creciente se tratase, cubriendo tu cuerpo de
tinieblas y desprendiendo redes de amarga culpa. Me dijeron que
fue el mismo día de la intervención. No pudiste superarla. La
vida se fue de ti antes de morir. Que tu mirada se encontraba
perdida y sin fuerzas para entablar combate contra la oscuridad
de lo inmenso. ¡Oh, qué terrible agonía pudo ser la tuya! Pero
ya es tarde.
No estuve a tu lado los últimos momentos. Sé que no viví contigo
los últimos instantes de tu vida. No pude ir siquiera a tu
funeral; no quería ensombrecer tu memoria delante de otros que
también te quisieron y no supieron nunca de nuestro último
pacto. Pero ya es tarde. Ahora sé por qué quisiste protegerme,
quizás intuías lo que podía pasar y no querías que te recordara
en el postrer segmento de tu vida, sino con el ímpetu y la
pasión contenida en ese último beso, dulce y húmedo, cálido y
eterno... ¡Oh, torpes lamentos, qué tarde habéis llegado!
Hoy vengo a verte, como siempre, a nuestro lago… Han convertido
su salvaje paisaje en un urbanizado parque con senderos
delimitados por piedras, en zonas de juegos infantiles y
estudiados bancales de plantas, que sustituyen a la agreste
maleza de entonces que daba cobijo a quien quería esconderse.
Nuestro banco de mármol ya no está; en su lugar hay mesas y
bancos de madera para tomar un frugal aperitivo mientras se
contempla el paisaje. Familias con hijos pequeños dan de comer a
los patos y a gansos que se reproducen sin control, por el
abundante alimento. Familias como la mía...
Mis niños están jugando por la orilla de nuestro lago mientras
yo observo el reflejo de las aguas. Me miras desde dentro con
sonrisa complacida de verme feliz. Estás donde te dejé, no has
cambiado, me miras con la misma intensidad de entonces, me
acompañas y me proteges, y yo sé, ahora puedo estar segura, de
que no me has abandonado. Sí, estás ahí. Yo me comprometí a
esperarte, y lo haré, pero mientras tanto, te seguiré visitando,
como ahora, junto al lago. |