—Hola Houston, ¿me escuchan? Soy Ariana, la
tripulante de la sonda Explorer V. Ya llevo muchos
días terrestres en la luna de Saturno. Este es un
nuevo intento de comunicarme, pues la antena
parabólica de mi nave quedó averiada al chocar un
pequeño meteorito sobre ella y no tengo muchas
herramientas para arreglarla. Por suerte, pude
descender en este pequeño asteroide que forma parte
del tercer anillo y, para mi gran sorpresa, en él
encontré vegetales gigantes donde guarecerme y un
manantial de agua que brota de las piedras. Como
verán, me estoy arreglando como puedo, pero…
¿podrían venir a buscarme? Ya sé, dirán qué
pretenciosa esta Ariana. Primero, nos enloqueció con
sus discursos hasta lograr entrar en la Academia de
Astronavegantes y, luego, peleó el lugar que le
hubiera correspondido a Andrés Jurado, el
jamaiquino, especialista en caminatas espaciales, o
a Javier de La Hoya, gran tripulante de los
cargueros espaciales que viajan semanalmente hasta
la Luna y, cada mes por medio, a Marte, para
abastecer a las colonias de humanos que se están
instalando en ellas. Ellos también querían tener el
privilegio de sentar las bases para una nueva
comunidad terráquea en este lejano planeta, pero,
así somos las mujeres, tozudas y emprendedoras, y
fue así como llegué hasta aquí, y, la verdad, que no
me arrepiento, pues el cielo tiene un color azul
profundo y las estrellas parecen luciérnagas que se
prenden para acunar mis sueños. ¿Saben? Ya tengo
aquí mi casita, y hasta me conseguí una mascota a
quien hablarle. Sin radio ni tele, una se cansa de
tanto silencio. ¿Que cómo me hice la casa? Pues
busqué una cueva ente las rocas y la cubrí con
grandes hojas, como si fueran helechos gigantes. La
puerta del módulo la saqué y la puse delante
sujetándola con lianas de corté de una especie de
bosque que crece al otro lado de esta piedra
gigante. Para buscar leña, solo debo esperar a que
un anillo gire más rápido que el otro y, luego,
salto al siguiente y al siguiente y al siguiente.
Bueno, querida Tierra, me sumergiré en mi traje de
astronauta y tomaré una pastilla para ponerme en
suspensión criónica, es decir, como si fuera un
hielito de la heladera, y descansaré un buen rato
hasta que venga. Eh, ¿Houston? Nadie me escucha…?
¿Nadie me escu…? ¿Nadie me…?
—Comandante, estamos llegando a Saturno. Es
increíble la vista de estos anillos. No se puede
explicar un fenómeno estelar gigante donde una nube
de polvo espacial y muchos pequeños asteroides
puedan transformarse en una especie de pista de
autos.
—Disminuye la velocidad y comienza el acercamiento.
Hace nueve meses que hemos perdido todo contacto con
la Explorer V a esta altura. No creo que encontremos
vestigios de la sonda y, mucho menos, de Ariana, esa
entusiasta astronauta que me ganó el concurso para
llegar primero a descubrir este enigmático planeta.
—¿Enigmático dijo, mi comandante? Pues más
enigmático aún le resultará ver esas construcciones
sobre uno de los anillos de Saturno, y lo más
insólito es que se ve una especie de cordel que
cuelga entre dos promontorios, y en él hay… ¡ropa de
chica! Bajemos rápido, y busquemos a Ariana para
llevarla de vuelta a casa.
Sorprendida, apareció Ariana ante los incrédulos
navegantes.
—¿Quién dijo a casa? Esta es mi casa y de acá no me
voy a volver. Tardaron tanto en venir hasta Saturno
que yo misma armé la primera Colonia, y ¿saben cómo
se llama?
—¿Pues cómo?
— El Anillo de Perlas.
—¿De perlas, en Saturno?
—Sí, aquí, en los anillos, descubrí lugares con
árboles frutales y arroyos con agua cristalina. No
hay ninguna industria que me llene de humo y tampoco
autos tocando sirenas. Los frutos de los árboles son
muy ricos y, cuando el sol calienta más, cuando
llega el verano saturnino, cosecho las verduras que
planté de los alimentos envasados que había traído
conmigo en la cápsula. ¿Y enciman quiere que vuelva
a la Tierra?
—Pensándolo bien, comandante, me parece que me
quedaré para hacerle compañía a Ariana, así tendrá
con quién jugar cuando se sienta sola.
—¿Y vos crees que yo me volveré solo? Pues desarma
la antena de transmisión de nuestra nave para que no
puedan comunicarse con nosotros por un buen tiempo,
y, mientras tanto, ampliemos la Colonia de Ariana,
la que ya cuenta con sus tres primeros habitantes
saturninos.
—¡Uipa! ¡Qué bueno! Vengan conmigo los dos, que les
mostraré qué bien lustrado tengo este anillo y luego
iremos a recorrer los demás para que elijan y les
pongan también su nombre. ¿Qué les parece un anillo
llamado Andressat y el otro anillo Javiersat?
Vamos, bajen todo de vuestra nave, que, mientras
tanto, acomodo la mesa y les serviré una rica sopa
de fideos anillados con queso de polvo estelar, ja,
ja, ja. |