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—¿PAPÁ, CÓMO ESTÁ usted?
—Niño, yo de primera, como siempre. —Siempre me
contestaba lo mismo.
—Papá, ¿qué tal por el pueblo?
—Aquí se está muy tranquilo. Ahora mismo, estoy en
el patio, desollando un conejo que cacé ayer.
Junto a la pila del patio, asido por las patas a un
gancho de la pared y sobre un almanaque de dos años
atrás, había colgado el conejo, y se disponía a
desollarlo con una navajilla bien afilada que usaba
siempre para todo.
Después, me dijo:
—Se le quitan los perdigones, se lava bien, y, con
unos cuantos ajos, un chorreón de vino blanco y poco
más, esto está que te chupas los dedos... —Y tras un
breve silencio, me señaló con el dedo índice una
mancha roja, ya seca—: Mira cómo tiene la cabeza.
Ahí le pegué.
Sin camisa. Desollando el conejo que había cazado el
día anterior. Con la cancela y la puerta de la calle
de par en par. La naturaleza en su viva expresión.
Justo a sus espaldas, según se entraba al patio, a
la derecha, en el mejor rincón y protegido de la
lluvia, estaba colgado el jaulón del pájaro perdiz.
—Niño, este es el mejor macho que yo he tenido en mi
vida.
Todos los pájaros que había tenido eran siempre los
mejores que había tenido en su vida.
—No hay otro en el pueblo que le tosa. No lo vendo
por nada —me aclaró—. Y mira que me han hecho
ofertas... Pues nada.
—Chiquito, chiquito... —le decía al pájaro con
mimo.
Hablaba con él como si se tratara de una persona.
Con el mismo interés que con una persona. Con el
mismo respeto.
—¡Qué maldita madre...! ¡Mira cómo me pica...! El
otro día me hizo sangre en el dedo. ¡Se quejará de
cómo lo trato, que hasta le masco las almendras
antes de dárselas. Se las come en mi mano —dijo como
explicándome el esmero con que trataba al animal—.
Este se llama Nelson, como el almirante Nelson
—añadió—. ¿Tú te acuerdas de aquel perro pachón que
tuvimos? Era buenísimo para las muestras. Se llamaba
igual, Nelson. Se quedó sordo y creímos que se había
vuelto tonto. El animalito, claro, si no te oía,
¿cómo iba a venir cuando lo llamabas?
Sin mediar apenas unos segundos, retomó el hilo de
la palabra y me dijo:
—El otro día llevé al pájaro de puesto. —Y, a
continuación, con los ojos clavados en el pájaro, le
dijo como si el animal lo entendiese—: Vamos a ver
cómo te portas hoy. A mí no me tontees tú, que, como
no cantes, soy capaz de tirarte a ti.
En unos minutos, hizo un pequeño puesto junto a un
majano, al amparo de una espesa carrasca que crecía
al lado. Y nos dispusimos a esperar.
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Al poco, y de forma repentina, se dejó caer una parva de perdices de, por lo menos, cinco o seis, que se echaron justo detrás del reclamo. |
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Enfrente, un llano despejado, y al fondo, un
repechete, por donde presumiblemente deberían entrar
los pájaros, si el reclamo los atraía con su canto.
Su caldo de gallina en la boca, pegado al
labio inferior. Casi nunca se tragaba el humo. La
mayor parte de las veces lo llevaba apagado.
Y a esperar.
De pronto, el macho empezó a cantar:
—¡Cuchi chi, cuchi chi...!
Al poco rato, empezó a oírse, a lo lejos, otros
machos que le contestaban.
—¡Uy, esto se está poniendo bueno...! —exclamaba con
voz queda, con el semblante lleno de júbilo.
El pájaro, al oír a los otros del campo, se
enzalamaba, y se envalentonaba y cantaba más, y más.
Al poco, y de forma repentina, se dejó caer una
parva de perdices de, por lo menos, cinco o seis,
que se echaron justo detrás del reclamo.
El pájaro, al verlos, se puso como loco. No paraba
de cantar. Aun así, tal como estaban situados, no
podía dispararles. «Abroncaría a mi pájaro», decía.
Había que tirarles frente a él, que él los viera,
allí, delante él, muertos, porque si no, el pájaro
se podía estropear y ya no cantaría más.
Sin hacer ningún ruido, apuntó con la escopeta, sin
respirar apenas. Los pájaros estaban muy cerca.
De pronto, el que venía delante, hizo un ademán de
alerta, alzó la cabeza y se puso a la escucha.
Por un momento, pensó que le habían visto y que, de
un momento a otro, levantarían el vuelo.
Pero no. El que venía delante siguió andando y
acercándose cada vez más a la jaula del pájaro.
Los otros se fueron andando, juntos, en otra
dirección comiendo algunas semillas del suelo. Se
olvidó de ellos y se concentró en el macho que venía
desafiante hasta su reclamo.
El pájaro, al ver al otro cerca, se volvía loco y lo
desafiaba cantando con más brío.
Ahora lo tenía a tiro, sin peligro de darle al
reclamo.
Disparó. Buen tiro. Cayó a los pies del macho, que
se volvía loco al verlo ahí, delante de él, muerto.
Fue un buen día de puesto. Luego, ya en la casa, una
pata y una pluma guardadas recordarían ese día
triunfal, que a él,
cuando se le daba bien, le gustaba siempre anotarlo
en una libretilla.
Todos esos recuerdos de sus vivencias que él me
contaba entonces se agolpan ahora en la memoria. Y,
al evocarlos, se apodera de mí una irremediable
melancolía y una tristeza infinita...; eso que sólo
se siente al notar la irremediable ausencia de un
ser muy querido.
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El pájaro, al verlos, se puso como loco. No paraba de cantar. Aun así, tal como estaban situados, no podía dispararles. |
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Apenas hace sólo un mes que ha fallecido... sólo un
mes. Todo sobrevino de forma repetina. Un maldito
infarto de miocardio agudo.
Un mes...
Y todavía no tengo asumida su falta, que ya no voy a
volver a verlo nunca más.
¡Nunca más...!
Yo era feliz cuando me contaba sus andanzas por esos
campos con el pájaro perdiz, y me hablaba de los
guisos que se hacía en la casa del pueblo él solito,
desde que se quedó solo, después de la muerte de mi
madre.
De pronto, de una forma espontánea.
Instintivamente...
Descolgué el teléfono y marqué el número...
Oí la señal de llamada. Y esperé... Esperé...
Colgué y volví a marcar. Y lo mismo...
Estuve un rato con el teléfono pegado a la oreja,
esperando.
Esperando...
Luego, colgué... No contestaba nadie. |
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Relato
tomado de su libro Relatos breves y otras reflexiones,
Ed. del
Autor, Madrid, Abril 2016. |
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Enrique
Arjona Compaña (Cuevas de San Marcos, Málaga,
1949) se describe a sí mismo
como una persona sencilla y
afable, de carácter abierto y
extrovertido. Autodidacta de
formación, su trayectoria
laboral, que abarca desde 1964
hasta 2007, se ha desarrollado
en la misma empresa, una
multinacional, de élite, donde
ha prestado sus servicios en
sectores como administración,
contabilidad, escuela de
formación y marketing
comunicación. Está divorciado y
tiene dos hijas. Reside en
Madrid desde 1962, año en que
emigró con su familia de su
pueblo natal. Una vez jubilado,
ha descubierto en la narrativa
breve una vía de escape que le
está permitiendo dar rienda
suelta a esa exuberante
imaginación liberadora que pocas
veces se alcanza.
Sobrehumanamente fecundo, en
poco menos de dos años ha dado a
la estampa más de una decena de
libros, de distinto género y
temática diversa, en todos los
cuales,
sin embargo, se recrea a sus
anchas ese espíritu de niño que
tantas veces correteó por unas
huertas nutridas por la fuente
vivificadora del Genil, que, a
juicio de quien redacta estas
líneas, no ha llegado a
abandonar nunca. Libros de
nostalgias vivenciales y de
recuerdos sentidos, entre sus
títulos figuran Relatos
cortos, narraciones y otras
reflexiones, colección de
narraciones cortas variadas
(2016); Incesto mortal,
novela (2016); Una vida
vivida. (Novela cuasi histórica),
novela (2016), Relatos breves
(2016), Relatos breves y
otras reflexiones (2016),
Recuerdos familiares. (Relatos
breves y otras reflexiones)
(2016), La cámara de la
verduga. (Ella y su sótano),
novela, (2016); ¿Solo se vive
una vez...? (Relatos y verso
libre) (2017); El verso
libre, relatos y otras
reflexiones, compilación de
poemas, narraciones y
pensamientos (2017) y Mi
padre y su guerra. (Novela cuasi
histórica) (2017). |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página 1. Año XVIII. II Época. Número 102.
Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 Enrique Arjona Compaña.
© Las imágenes se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es).
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010.
© 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte.
Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana.
Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).
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