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LOS JÓVENES HABÍAN tenido una jornada
pacífica de protesta. Pedían los
imposibles que todo joven exige y que
los gobiernos demoran años en
implementar, de manera que la
impaciencia de los más exaltados deriva
cualquier manifestación en violenta, o
la acción de las fuerzas policiales las
induce al desorden y la revuelta.
En medio de estas circunstancias se
encontró a Mijaíl tirado en el suelo, en
mitad de la calle, con la cabeza rota y
ensangrentada. A corta distancia, un
trozo de pavimento de unos ochocientos
gramos, manchado de sangre, hacía pensar
que algún exaltado, con intención o
pésima fortuna, lo había herido de
gravedad. De cualquier modo, había
testimonios que apuntaban en un sentido
diverso, ya sea porque aseguraban que
habían sido testigos de los hechos, o
bien porque pretendían montar un caso
contra los policías, acusándolos de
violencia excesiva. Especulaban, o
aseveraban, y así lo informaron muchos
medios de prensa, que un policía había
herido a Mijaíl con su porra de servicio
y este habría caído, aturdido, sobre el
trozo de pavimento, que habría quedado
manchando con la sangre que manaba de la
herida de su cabeza.
Había fotos. No eran del todo claras.
Hubo testigos que declararon que Mijaíl
formaba parte de una turba que atacó a
un policía que había quedado aislado de
su patrulla. Este se habría defendido
utilizando su escudo acrílico y la porra
de servicio. La fotografía acusadora
mostraba al cabo Blanco con la porra en
alto, a punto de asestar un golpe a
alguien encogido, que se protegía la
cabeza con los brazos, de espaldas a su
agresor. La imagen era confusa, había
movimiento, y solo se podía asegurar que
la persona a punto de ser golpeada
vestía una camiseta negra, de manga
larga y capuchón que le cubría en parte
la cabeza, y unos bluyines azules.
No había una imagen posterior que
probara que el policía había golpeado al
individuo que intentaba escabullirse,
cuya vestimenta coincidía con la de
Mijaíl, aun cuando muchos de los jóvenes
también iban de bluyines y camisetas
negras encapuchadas. En otras
fotografías posteriores no se veía al
supuesto Mijaíl, ni caído en el suelo,
ni entre los manifestantes que se habían
dispersado. Varios de ellos manifestaban
que el cabo Blanco había golpeado de
manera brutal varias veces a Mijaíl,
hasta que este cayó inconsciente. El
fotógrafo creía que esos testimonios
eran verdaderos, pero no los podía
corroborar, ni con su material gráfico
ni de modo testimonial: la atención de
su cámara lo había distraído del momento
crucial de los hechos. Tampoco podía
reconocer con certeza absoluta al joven
de su fotografía como Mijaíl.
El informe del peritaje policial
aseguraba que en modo alguno se podía
concluir que el cabo Rándal Blanco
hubiera golpeado al herido. La
fotografía mostraba un instante previo
cuya secuencia posterior plausible no
era única. Dentro de las diversas
posibilidades, de acuerdo con los
protocolos policiales, la menos probable
era el ataque a Mijaíl: un policía en
una situación de peligro como esa, de
manera automática busca a sus atacantes
para defenderse y no a alguien que huye
de la escena de acción. A la vez impugnó
la certeza de que la persona que huía
fuera Mijaíl. Se concluyó que el
capuchón de la camiseta de este no tenía
manchas de sangre, lo que resultaba
contradictorio con la imagen
periodística, que mostraba al supuesto
agredido con el capuchón ocultando su
cabeza y rostro.
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Los jóvenes habían tenido una jornada
pacífica de protesta. Pedían los
imposibles que todo joven exige y que
los gobiernos demoran años en
implementar, de manera que la
impaciencia de los más exaltados deriva
cualquier manifestación en violenta, o
la acción de las fuerzas policiales las
induce al desorden y la revuelta. |
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Mijaíl no había sido auxiliado en ningún
momento por la policía cuyos efectivos
acudieron en ayuda del cabo Blanco. Solo
dispersaron a la turba y se retiraron
del lugar. Después de unos diez a veinte
minutos, algunos transeúntes que no
necesariamente habían participado de las
protestas encontraron a Mijaíl tirado en
medio de la calle, sin conciencia, con
la cabeza ensangrentada, junto al trozo
de pavimento que se mencionaba en el
peritaje policial como el instrumento
arrojadizo que lo habría herido.
Los servicios de auxilio médico se
demoraron más de treinta minutos en
llegar al lugar, impedidos por los
desórdenes. Mijaíl llegó al hospital en
estado grave, con alto riesgo vital.
Estuvo dos meses en coma inducido y los
partes médicos, por demás pesimistas,
indicaban que había pérdida de masa
encefálica, compromiso de la espina a
nivel cervical y el pronóstico,
incierto, casi solo podía asegurar que
el paciente, si se salvaba, quedaría
cuadripléjico y con graves daños en el
área del lenguaje.
El padre de Mijaíl, un abogado penalista
que trabajaba en un estudio medianamente
conocido por la defensa de algunos casos
de violación de derechos humanos, se
querelló contra el comandante jefe de la
policía por la responsabilidad que le
cabía en el procedimiento policíaco que
había resultado en el uso desmedido de
la fuerza represiva y la brutalidad
policial. También se dirigía la querella
contra el cabo Rándal Blanco y los
efectivos de la patrulla y todos quienes
resultaren responsables, por cuasidelito
de homicidio y denegación de auxilio al
herido. Esta fue presentada con
presencia de prensa, en especial de
izquierda. Alegaba el testimonio de
múltiples testigos, pero, en especial,
el de Ana Hernández, una joven
estudiante de tercer año de Etología
Veterinaria, que aseguraba haber visto
al policía golpear a Mijaíl, no solo con
la porra de servicio, con la que lo
había derribado, sino que, además, con
el trozo de pavimento lo había rematado
en el suelo, antes de ser rescatado por
sus compañeros de patrulla. Ana era una
respetada dirigente estudiantil de la
Universidad de las Artes y militaba en
un partido de izquierda.
Yosif Rojo, a la presentación de la
querella, obtuvo abundante difusión de
prensa. Todos los medios lo mostraban en
primera plana. Sus declaraciones, sin
importar las preguntas de los medios, se
enfocaban de un modo estructurado fijo,
en el cual hacía, primero, un panegírico
de su hijo Mijaíl como estudiante
dedicado, exitoso y tranquilo, luego
describía su grave estado de salud y las
consecuencias que tendría su situación
para el futuro, que quedaría, en gran
medida, tronchado producto de los
sucesos; continuaba con un alegato
político relativo al derecho de
expresión y protesta, sin sufrir
represión, y terminaba exponiendo su
firme decisión de defender, no solo a su
hijo, sino a la sociedad toda, de los
intentos de los poderosos de siempre, de
imponer por fuerza sus códigos abusivos.
El congreso acogió el reclamo de Rojo y
creó una comisión investigadora, para
aclarar los hechos y determinar la
responsabilidad institucional de la
policía, que no podía ser juzgada en
tribunales, por cuanto las
responsabilidades penales recaen solo
sobre las personas.
—Él no fue un político, no fue un
violentista, solo había sido un
estudiante que defendía, junto a sus
compañeros, sus derechos a una mejor
educación.
Yosif hablaba de su hijo en pasado, como
si ya hubiera tenido un desenlace fatal.
Cuando se le preguntaba por su estado de
salud, la información era escueta:
—Si bien el pronóstico es incierto y
solo esperamos lo mejor, de cualquier
modo su sacrificio no habrá sido en vano
si sirve para que, nunca más, la
brutalidad policial sea un instrumento
de represión de los justos anhelos de
los jóvenes.
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Mijaíl
no había sido auxiliado en ningún
momento por la policía cuyos efectivos
acudieron en ayuda del cabo Blanco. Solo
dispersaron a la turba y se retiraron
del lugar. |
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Durante varios días, Yosif Rojo apareció
en todos los medios de prensa, en los
espacios noticiosos y en varios
programas de opinión política. De forma
sucinta hablaba del lento e incierto
proceso que seguía la situación de
Mijaíl. Después se centraba en el
polémico informe policial sobre la
agresión sufrida por su hijo, e
impugnaba las pruebas, o su ausencia,
que exculpaban al cabo Rándal Blanco y
liberaban de responsabilidad a la
institución policial, cuya única misión
debería ser proteger a los ciudadanos.
—Nada puede eximir de responsabilidad a
las fuerzas policiales, cuando en una
democracia, reprimen de manera tan
brutal y desproporcionada a estudiantes
que se manifiestan.
—Sin embargo, señor Rojo, el alto mando
policial asegura, en su informe y en
aclaraciones posteriores, haber
considerado todas las pruebas y concluye
que no hay elementos suficientes para
acusar al policía. No hay un testimonio
gráfico contundente, y con el mismo peso
probatorio se puede asumir que la herida
fue causada por el trozo de pavimento
lanzado, quizás, por otro manifestante.
—¡Ah no! Eso sería de una gravedad
enorme. Los antecedentes gráficos hablan
muy claro y establecen la culpa del
policía. A través de la querella,
espero, como abogado, probar la
intención de dañar del cabo, con lo que
se configuraría un delito penal de
homicidio...
—Pero, en este caso, no estamos en
presencia de un homicidio: su hijo
Mijaíl está vivo todavía. Y si bien está
grave, está estable y el coma es
inducido...
—¡Aún está vivo...!
—¿Quiere decir que no hay esperanzas de
recuperación? ¿Que solo esperan el peor
desenlace?
—Sería una posibilidad... Pero, de
cualquier modo, nuestra democracia no
puede permitir que estas cosas sigan
ocurriendo. Habría que hacer un “parelé”
a esta represión violenta.
Como ocurre con toda noticia
sensacionalista, incluidas sus secuelas,
esta comenzó, con los días y semanas, a
desaparecer de los medios, hasta que
quedó olvidada.
Pasaron algunos meses en los cuales
Yosif Rojo apenas lograba alguna nota en
alguna esquina de algún diario o revista
política de segunda importancia. También
se le vio en primera fila de alguna
marcha de protesta por temas de salud o
de delincuencia. La comisión
investigadora del congreso lo citó a
declarar, y fue filmado y fotografiado,
con lo que logró activar en cierto modo
su presencia en los medios. Sin embargo,
nadie preguntó por el estado de salud de
Mijaíl. Yosif tampoco tuvo ocasión de
tratar ese tema, aun cuando su hijo
había experimentado ciertos progresos. A
la prensa, a los medios, no le
interesaba tampoco el curso predecible
del caso médico, tanto como el conflicto
de la policía con las fuerzas sociales
dirigidas de cierta manera por este
representante de una víctima gravemente
afectada. Rojo parecía muy consciente de
esto, aunque su acción se debilitaba a
pesar de sus intentos vanos por mantener
vigente el caso. En la medida que no
había novedades importantes,
destacables, el asunto languidecía de
manera inevitable.
Entonces sucedió. De manera sorpresiva,
Mijaíl salió del coma, y, aunque aún no
hablaba, observaba el entorno y era
claro que reconocía a las personas de su
alrededor. Yosif logró que la prensa se
reuniera a propósito del caso, y declaró
que esta era una noticia esperanzadora.
—Pronto podrá hablar y declarar cómo
ocurrieron los hechos, lo que demostrará
que la policía actuó con violencia
extrema.
—¿Para cuándo espera usted el informe
definitivo de la policía sobre los
sucesos en los que su hijo fue herido?
Porque han pasado ya más de tres meses y
usted rechazó el primer informe que
exculpa al policía acusado.
—Ese informe fue claramente
insuficiente. Pedimos al ministerio del
interior que se considerara una serie de
antecedentes y testimonios gráficos.
Ellos acogieron nuestra petición, y
estamos a la espera.
—¿No hay una fecha?
—No tenemos aún una fecha. Pero pronto
tendremos el testimonio de Mijaíl.
Semanas más tarde, aún no había noticias
del ministerio, ni de un informe
definitivo. Tampoco parecía haber
avances en la querella que Rojo había
presentado en tribunales. Las noticias
habían derivado en escándalos de
corrupción de los parlamentarios, en
diversas reformas que provocaban
desencuentros entre los diversos
partidos de gobierno y más. Otra vez la
prensa y los medios habían vuelto la
mirada hacia otros escándalos.
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Yosif citó, en medio de esta situación, nuevamente,
a un punto de prensa para mostrar los progresos médicos de Mijaíl. |
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Yosif citó, en medio de esta situación, nuevamente,
a un punto de prensa para mostrar los progresos
médicos de Mijaíl. El joven fue grabado, sujeto por
dos auxiliares médicos, dando algunos pasos
inciertos, más provocados que voluntarios. Tenía
todavía la vista perdida y la cabeza vendada,
producto, tal vez, de alguna reciente operación. Aún
no hablaba. Yosif habló largo rato con la prensa.
Habló de represión, de la herencia de la dictadura,
habló de democracia, de los derechos del pueblo, de
la necesidad de reformar la vieja constitución que
nunca representó a las gentes sino a las élites,
habló de la vieja política y de renovación de
rostros; opinó de la contingencia y de la situación
de la economía; aseguró que el efecto global era
culpable del desastre local. Dijo que:
—El grave problema de la delincuencia se debe a dos
factores: el primero y primordial es la brecha
creciente entre ricos y pobres, en tanto que las
policías se han transformado en aparatos represivos.
Rojo volvió a desaparecer en la oscuridad de los
acontecimientos, en el sensacionalismo, en la rutina
de la crónica roja. Para el congreso de algún
partido de la izquierda, en algún pasar de cámara,
se le vio en un grupo entre parlamentarios y
alcaldes. No fue más de un par de segundos de
pantalla. Semanas después apareció en las
grabaciones de una marcha que promovía la reforma
laboral. Estaba en las primeras filas, junto a
varios dirigentes sindicales.
Cuando Mijaíl fue, al fin, dado de alta, casi un año
después de los incidentes, salió del hospital tomado
del brazo de su madre. Tenía la mirada perdida, como
si se sorprendiera de las imágenes del mundo que
había abandonado hacía tanto. Caminaba vacilante.
Una nube de periodistas intentó rodearlo e
interrogarlo, pero Mijaíl, sin un esfuerzo
consciente de voluntad, parecía ignorarlos, como si
no entendiera lo que estaba viviendo. La madre hacía
esfuerzos por avanzar y apartar a los periodistas.
Solo decía «¡Por favor...!» y «¡Permítanme...!»,
siempre en singular, como si solo ella misma, sin
nadie más, estuviera intentando pasar entre la nube
de micrófonos y cámaras. Ahí no estuvo Yosif. Dos o
tres días más tarde, ofreció una entrevista a un
canal seleccionado de televisión, en sus propias
oficinas de abogado. De manera muy breve indicó que
su hijo estaba recuperado y que la familia esperaba
que pronto retomara su vida normal.
—Ha sido muy duro —reconoció.
—¿Qué tanto afectó a su familia? —preguntó el
periodista. Yosif bajó la vista y casi en un
murmullo reconoció:
—Hoy estamos alejados —respondió, para extenderse
luego en temas de la contingencia política desde un
punto de vista casi doctoral y académico.
Para el mes de noviembre, su fotografía comenzó a
aparecer en afiches en las calles con una leyenda
que decía «Yosif Rojo defiende tus derechos. Lista
D-4». |
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KEPA URIBERRI
nace en un invierno austral, en
Santiago de Chile, a mediados
del siglo pasado, con un nombre
diferente. A comienzos del
actual, empieza a escribir, así
como se llega a una fiesta a la
que no se ha sido invitado. Para
no ser notado, oculta su nombre
real con uno ficticio, que el
destino, quizás por broma, lo ha
ido convirtiendo en verdadero.
Hoy, cuando escribe, y quizás
para siempre, ha llegado a ser
Kepa Uriberri. No ha cultivado
honores, ni títulos, ni
reconocimientos excepto el
agrado de ser leído por algunos
pocos en su literatura abierta y
gratuita, depositada en la gran
red universal.
Al Kepa Uriberri que escribe se
le puede leer en «Peregrinos y
sus Letras», «Adamar», «Pluma y
Tintero» y otros eventuales.
Pero
«NaranjaPlatano»
y
«El lugar literario de Kepa Uriberri»
son sus sitios propios de libre
expresión. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral..
Edición no venal. Sección 1. Página 2. Año XVIII. II Época. Número 102.
Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 Kepa Uriberri.
© Las imágenes, extraídas a través del buscador Google de diferentes agencias periodísticas, se usan exclusivamente como ilustraciones del relato, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es).
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana.
Calle Castilión, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga). | |
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