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PILAR COGIÓ EL METRO a la misma hora que lo hacía
todos los días, a las siete y cuarto de la tarde.
Por fin era viernes y una enorme sonrisa iluminaba
su cara. Tenía todo el fin de semana por delante
para descansar o, al menos, si no descansaba,
tendría tiempo para hacer otro tipo de actividades
que la hicieran olvidarse del estúpido trabajo que
la tenía absorta de lunes a viernes.
Introdujo el billete en el torno de acceso al andén
y oyó el ruido del tren aproximándose a la estación.
Echó a correr, y, en su carrera, vino a tropezar con
un chico que estaba leyendo una revista con aire
distraído y, a todas luces, sin prisa alguna. Sin
apenas se fijarse en él, se disculpó, y, de un hábil
salto, logró entrar en el vagón, que cerró sus
puertas segundos después. Pilar se sentó, sacó del
bolso un libro lo abrió y se puso a leer
tranquilamente.
«Próxima estación, Callao», se oyó por megafonía. La
siguiente era su estación. Cerró el libro, cogió el
bolso que tenía colocado sobre las rodillas, guardó
el libro en su interior, se levantó y se dispuso a
bajar del vagón. En cuanto puso un pie sobre el
andén, dirigió su mirada hacia delante y, con paso
apresurado, avanzó hacia la salida de la estación.
De repente, lo vio. Sí, era él, el chico con el que
había tropezado antes. Al instante, sintió un
pinchazo en la boca de su estómago. Había algo en
aquel joven que llamaba poderosamente su atención.
Quizá fuera el hecho de que también iba leyendo o
tal vez su peculiar forma de caminar, pausada, que
le transmitía cierta calma y seguridad en sí mismo:
fuera lo que fuese, ella no podía apartar sus ojos
de él. |
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De repente, lo vio.
Sí, era él, el chico con el que había tropezado
antes. Al instante, sintió un pinchazo en la boca de
su estómago. |
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Sin saber cómo ni por qué, decidió que tenía que
seguirlo, quería averiguar hacia dónde iba o saber
con quién se iba a encontrar. La casualidad quiso
que, de todas las salidas que tenía la estación, él
se dirigiera a la misma por la que ella tenía que
salir para ir a su casa. «Así, —pensó Pilar—, si
algo sale mal, siempre puedo ir a casa como si nada
hubiera sucedido; no tendré que desviarme demasiado
de mi camino».
Subió los escalones de dos en dos; no quería
alejarse demasiado de él, pero tampoco quería estar
lo suficientemente cerca como para que el chico
notase su presencia.
La Gran Vía, a esas horas, era un hervidero de gente
que iba y venía, en un sentido y en otro, con una
enorme sonrisa en sus caras: se notaba que comenzaba
el fin de semana. Unos se dirigían a realizar sus
compras para la semana, otros iban arrastrando sus
maletas para marcharse de Madrid y otros más iban a
ver a sus familias, a encontrarse con su amante o,
simplemente, querían alejarse del bullicio de la
gran ciudad.
Todo aquel tumulto de gente parecía tener claro
adónde iba, y, entre todos, destacaba Pilar, que,
con aire distraído, aparentaba avanzar sin un
destino determinado, pero resultaba una evidencia
que tenía los ojos clavados en aquel muchacho, que
en ese momento bajaba la calle con dirección a la
Plaza de España, ajeno —eso pensaba, al menos,
ella—, a que, a pocos metros de distancia, era
seguido y observado.
De improviso, el chico se para, mira su reloj y gira
sobre sí mismo, como si estuviese buscando a
alguien. En ese instante, el corazón de Pilar se
aceleró y las piernas empezaron a flaquearle.
«Seguro que se ha dado cuenta; Dios mío, por favor,
por favor, que no mire», suplicó en sus adentros.
Los ojos verdes del chico solo se posaron en los de
Pilar unas décimas de segundo, que a ella le
parecieron una eternidad. Pero, afortunadamente,
aquel gesto solo estaba motivado por la curiosidad
de echar un vistazo a su alrededor, sin más
intención. Hecho lo cual, se giró de nuevo y torció
por la calle de la derecha.
Pilar esperó unos segundos más, convencida de que
estaba haciendo la mayor estupidez de su vida.
Decidió que sería mejor dejar ya aquella aventura
sin sentido, puesto que si no iba a ser capaz de
acercarse a él, de intentar mantener una
conversación con él, no encontraba la razón de
continuar siguiéndole. Así que pensó que continuaría
igualmente su paseo por la misma calle, pero que se
iría directamente a su casa.
Al doblar la esquina, lo vio a lo lejos. Sonrió
pensando en lo tonta que había sido y aceleró el
paso, y cuando estuvo a su altura, sintió un
hormigueo extraño por todo su cuerpo, pero lo
adelantó. En esos instantes, uno de sus tacones se
torció ligeramente haciendo que se tambaleara.
«Malditos nervios», pensó mientras intentaba
aparentar que ese paso en falso lo había dado de
forma consciente. |
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Por un instante tuvo la impresión de ver en la cara de él una media sonrisa, y que sus labios se movían de manera tímida, como tratando de esbozar un tímido saludo. |
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Ya a la altura de su calle, volvió a girar y, al
llegar a su portal, se paró buscando entre sus cosas
las malditas llaves del portal, que nunca aparecen
en las ocasiones que más las necesitamos. Después de
diez minutos de búsqueda, las encontró por fin, pero
eso no impidió que echara un vistazo hacia atrás
para asegurarse de que aquel chico pasaba a su lado.
Por un instante tuvo la impresión de ver en la cara
de él una media sonrisa, y que sus labios se movían
de manera tímida, como tratando de esbozar un tímido
saludo.
Una vez en su casa, Pilar solo tenía un pensamiento:
si aquel chico había querido hablar con ella en
realidad, o si todo aquello solo había sido fruto de
su imaginación, que una vez más le había jugado una
mala pasada, haciéndole creer que había ocurrido
algo que a ella le hubiera gustado que sucediera.
Puso música y se metió en la ducha, siendo
consciente de que ella nunca sabría la verdad, o
quizá no la sabría aquella noche; al fin y al cabo,
ella cogía el metro todos los días y a la misma
hora, y tal vez… |
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Pilar Prieto Hernández
(Salamanca, 1967). Diplomada
en Maestro en Educación
Infantil por la Universidad
de Salamanca. Actualmente,
combina su labor en el aula
escolar con la creación
literaria. Ha publicado
varios relatos en
colaboraciones antológicas.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página 3. Año XVIII. II Época. Número 102.
Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero
Benavides. Copyright © 2019 Pilar
Prieto Hernández. © Las imágenes incluidas en esta publicación han sido tomadas al azar de sendas páginas webs a través del buscador Google, se usan exclusivamente como ilustraciones del texto y los derechos de autor que pudiesen concurrir en ellas pertenecen en exclusiva a su(s) creador(es).
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